Cornelius Castoriadis

 

Respuesta al camarada Pannekoek 

 

 


Escrito:  A fines de 1953 o inicios de 1954 y publicado en Socialisme ou Barbarie, nº 14 (abril-junio 1954), pags. 44-50.
Fuente digital de esta edicion: La Bataille Socialiste.
HTML: Rodrigo Cisterna, febrero 2015.


 

 

Querido camarada Pannekoek,

Su carta ha proporcionado gran satisfacción a todos los camaradas del grupo; satisfacción por ver nuestro trabajo apreciado por un camarada tan respetado, que ha dedicado toda su vida al proletariado y al socialismo; satisfacción por ver confirmada nuestra idea sobre la existencia de un profundo acuerdo entre usted y nosotros en los puntos fundamentales; satisfacción, en fin, por poder discutir con usted y enriquecer nuestra revista con esa discusión.

Antes de discutir los dos problemas que aborda usted en su carta (naturaleza de la revolución rusa, concepción y papel del partido), querría subrayar los puntos en los que se manifiesta nuestro acuerdo: autonomía de la clase obrera como medio y como objetivo de su acción histórica, poder total del proletariado en el plano económico y político como único contenido concreto del socialismo. Por otra parte, y a este respecto, quisiera disipar un malentendido. No es exacto que restrinjamos "la actividad de estos organismos (soviéticos) a la organización del trabajo en las fábricas después de la toma del poder…". Pensamos que la actividad de los organismos soviéticos -o consejos obreros- se extenderá, después de la toma del poder, a la organización total de la vida social, es decir, que en tanto sea necesario un organismo de poder, su papel lo cumplirán los consejos obreros. Tampoco es exacto que limitemos el papel que puedan desempeñar los consejos al período siguiente a la "toma del poder". Tanto la experiencia histórica como la reflexión muestran que los consejos no podrán ser organismos que expresen verdaderamente a la clase si son creados, por así decirlo, mediante decreto al día siguiente de una revolución victoriosa, que sólo serán algo si son creados espontáneamente por un profundo movimiento de la clase, por tanto, antes de la "toma del poder"; y si es así, es evidente que desempeñarán un papel primordial durante todo el período revolucionario, cuyo inicio viene marcado precisamente (como decía en mi texto sobre el partido del n.° 10)[1] por la constitución de los organismos autónomos de las masas.

Donde existe una verdadera diferencia de opinión entre nosotros es en la cuestión de saber si, durante este período revolucionario, esos consejos son el único organismo que desempeña un papel efectivo en la conducción de la revolución y, en menor medida, la de saber qué papel y qué tareas corresponden mientras tanto a los militantes revolucionarios. Es decir, en la "cuestión del partido".

Usted dice que "para conquistar el poder no necesitamos un "partido revolucionario" que tome la dirección de la revolución proletaria". Y más adelante, después de haber recordado con mucha razón que a nuestro lado hay una media docena de partidos o grupos que apelan a la clase obrera, usted añade: "Para que (las masas en sus consejos) se decidan de la mejor manera posible, han de ser instruidas por opiniones bien consideradas y provenientes del mayor número posible de lados". Temo que esta visión de las cosas no corresponda en nada a las características a la vez más fehacientes y más profundas de la situación actual y previsible de la clase obrera. Pues estos otros partidos y grupos, de los que usted habla, no representan simplemente opiniones diferentes sobre la mejor manera de hacer la revolución, y las sesiones de los consejos no serán tranquilas reuniones de reflexión en las que, después de las opiniones de sus diversos consejeros (los representantes de los grupos y partidos), la clase obrera se decidirá a seguir una vía más bien que otra. Desde la constitución de los organismos de la clase obrera, la lucha de clases pasará al seno mismo de esos organismos: allí la trasladarán los representantes de la mayoría de esos "grupos o partidos" que apelan a la clase obrera pero, en la mayoría de los casos, representan los intereses y la ideología de clases hostiles al proletariado, como los reformistas y los estalinistas. Incluso si allí no se presentan bajo su forma actual, se presentarán bajo cualquier otra, estemos seguros de ello. Con toda probabilidad, al principio tendrán una posición dominante. Y toda la experiencia de los últimos veinte años -de la guerra de España, de la ocupación e inclusive de la experiencia de la más ínfima reunión sindical actual- nos enseña que los militantes que tengan nuestras opiniones tendrán que conquistar por la lucha incluso el derecho a la palabra en el seno de esos organismos.

La intensificación de la lucha de clases durante el período revolucionario tomará inevitablemente la forma de la intensificación de la lucha de las diversas fracciones en el seno de los organismos de masas. En estas condiciones, decir que una organización revolucionaria de vanguardia se limitará a "instruir mediante opiniones bien consideradas" a los consejos es, creo, lo que en inglés se llama un "understatement". Desde luego, si resulta que los consejos del período revolucionario son asambleas de sabios en las que nadie turba la tranquilidad necesaria para una reflexión bien sopesada, seríamos los primeros en felicitarnos por ello; estamos seguros, en efecto, que nuestro parecer prevalecería si las cosas sucediesen de ese modo. Pero sólo en este caso podría el "partido o grupo" limitarse a las tareas que usted le asigna. Y este caso es con mucho el más improbable. La clase obrera que formará estos consejos no será una clase diferente de la que existe en la actualidad; habrá dado un enorme paso hacia delante, pero, tomando una expresión célebre, todavía llevará en sus costados los estigmas de la situación de la que procede. Todavía estará dominada en su superficie por influencias profundamente hostiles, a las que en un principio sólo se opondrán su voluntad revolucionaria todavía confusa y una vanguardia minoritaria. Esta, con todos los medios compatibles con nuestra idea fundamental de la autonomía de la clase obrera, tendrá que aumentar y profundizar su influencia en los consejos, y ganar para su programa a la mayoría. Incluso quizás tenga que actuar antes, ¿qué tendrá que hacer si, representando a un 45% de los consejos, llega a su conocimiento que un partido neoestalinista cualquiera se prepara para tomar el poder al día siguiente? ¿No tendrá que intentar apoderarse de él inmediatamente?

No creo que usted esté en desacuerdo con todo esto; creo que a lo que usted apunta sobre todo en sus críticas es a la idea del partido "dirección revolucionaria". Sin embargo, he intentado explicar que el partido no podía ser la dirección de la clase, ni antes, ni después de la revolución: ni antes, porque la clase no le sigue y porque todo lo más sólo podría dirigir a una minoría (y aún así, "dirigirla" en un sentido muy relativo: influenciarla mediante sus ideas y su acción ejemplar); ni después, ya que el poder proletario no puede ser el poder del partido, sino el poder de la clase en sus organismos autónomos de masas. El único momento en que el partido puede acercarse a un papel de dirección efectiva, de cuerpo que intenta imponer su voluntad incluso por la violencia, puede ser en una cierta fase del período revolucionario que precede inmediatamente al desenlace de éste; algunas decisiones prácticas importantes pueden tener que ser tomadas en otro lugar distinto a los consejos, si los representantes de organizaciones de hecho contrarrevolucionarias participan en ellos, y el partido puede comprometerse bajo la presión de las circunstancias en una acción decisiva incluso si no es seguido en los votos por la mayoría de la clase. El hecho de que actuando de ese modo el partido no actúe como un cuerpo burocrático cuyo objetivo es imponer su voluntad a la clase, sino como la expresión histórica de la propia clase, depende de una serie de factores, sobre los que ya se puede discutir ahora en abstracto, pero cuya apreciación concreta sólo podrá manifestarse en aquel momento; qué proporción de la clase está de acuerdo con el programa del partido, en qué estado ideológico está el resto de la clase, cómo se desarrolla la lucha contra las tendencias contrarrevolucionarias en el seno de los consejos, qué perspectivas ulteriores hay, etc. Establecer desde ahora una serie de reglas de conducta para los diversos casos posibles sería sin duda pueril; podemos estar seguros de que los únicos casos que se presentarán serán los casos no previstos.

Hay camaradas que dicen: trazar esta perspectiva es dejar el camino abierto a una posible degeneración del partido en el sentido burocrático. La respuesta es: no trazarla significa aceptar desde ahora la derrota de la revolución o la degeneración burocrática de los consejos, y ello ya no como una posibilidad, sino como una certidumbre. En resumidas cuentas, negarse a actuar por miedo a transformarse en burócrata me parece tan absurdo como renunciar a pensar por miedo a equivocarse. Del mismo modo que la única "garantía" contra el error consiste en el ejercicio del propio pensamiento, la única "garantía" contra la burocratización consiste en una acción permanente en un sentido antiburocrático, luchando contra la burocracia y demostrando en la práctica que es posible una organización no burocrática de la vanguardia, y que a su vez puede organizar relaciones no burocráticas con la clase. Pues la burocracia no nace de concepciones teóricas falsas, sino de las propias necesidades de la acción obrera en una cierta etapa de ésta, y es en la acción donde hay que demostrar que el proletariado puede prescindir de la burocracia. En resumidas cuentas, permanecer sobre todo preocupado por el miedo a la burocratización es olvidar que en las condiciones actuales una organización sólo podrá conseguir una influencia notable en las masas si es capaz de expresar y realizar sus aspiraciones antiburocráticas; es olvidar que un grupo de vanguardia sólo podrá lograr una verdadera existencia si se modela perpetuamente sobre estas aspiraciones de las masas; es olvidar que ya no hay espacio libre que pudiera ocupar una nueva organización burocrática. Y esto es lo que explica en última instancia el permanente fracaso de los intentos trotskistas por crear de nuevo pura y simplemente una organización "bolchevique".

Añadiré, para concluir lo dicho sobre el asunto, que tampoco creo que se pueda decir que en el período actual (y de ahora a la revolución) la tarea de un grupo de vanguardia sea una tarea "teórica". Creo que esa tarea también es -es sobre todo- de lucha y de organización. Pues la lucha de clases es permanente, a través de sus alzas y bajas, y la maduración ideológica de la clase obrera se realiza a través de esa lucha. Ahora bien, el proletariado actualmente está dominado por las organizaciones (sindicatos y partidos) burocráticas, con lo cual las luchas se vuelven imposibles, son desviadas de su objetivo de clase o conducidas a la derrota. Una organización de vanguardia no puede asistir indiferente a ese espectáculo, ni limitarse a aparecer como el pájaro de Minerva al anochecer, que deja caer de su pico octavillas que explican a los obreros la razón de su derrota. Ha de ser capaz de intervenir en esas luchas, combatir la influencia de las organizaciones burocráticas, proponer a los obreros modos de acción y de organización: e incluso a veces ha de ser capaz de imponerlos. En ciertos casos, quince obreros resueltos de la vanguardia pueden poner en huelga una fábrica de cinco mil, si están dispuestos a arrollar a algunos burócratas estalinistas, lo cual ni es teórico, y ni siquiera democrático, ya que esos burócratas siempre han sido elegidos por los propios obreros con una mayoría de votos bastante confortable.

Antes de terminar esta respuesta querría añadir dos palabras sobre nuestra segunda divergencia, que a simple vista sólo tiene un carácter teórico: la relativa a la naturaleza de la revolución rusa. Creo que caracterizar a la revolución rusa como una revolución burguesa es violentar los hechos, las ideas y el lenguaje. Que en la revolución rusa hubo varios elementos de una revolución burguesa -en particular, la "realización de las tareas burguesas democráticas"- es algo que siempre ha sido reconocido e, incluso antes de la propia revolución, Lenin y Trotsky los utilizaron como base de su estrategia y de su táctica. Pero en aquella etapa precisa del desarrollo histórico y con la configuración de las fuerzas sociales en Rusia, esas tareas sólo podía abordarlas la clase obrera que, al hacerlo, no tendría más remedio que plantearse al mismo tiempo tareas esencialmente socialistas.

Usted dice: la participación de los obreros no basta para definir el movimiento. Por supuesto, desde el momento que un combate se convierte en un combate de masas, los obreros están presentes, ya que son las masas. Sin embargo, el criterio no es ése; se trata de saber si los obreros se encuentran allí como la pura y simple infantería de la burguesía o si combaten por sus propios objetivos. En una revolución en la que los obreros luchan por la "Libertad, Igualdad y Fraternidad" -y cualquiera que sea el significado que subjetivamente dan a esas consignas-, son la infantería de la burguesía. Cuando luchan por "Todo el poder a los soviets", luchan por el socialismo. La revolución rusa fue una revolución proletaria porque el proletariado intervino en ella como fuerza dominante con su propia bandera, a cara descubierta, con sus reivindicaciones, sus medios de lucha, sus propias formas de organización: no sólo constituyó organismos de masas que tendían a apropiarse de todo el poder, sino que incluso llegó a la expropiación de los capitalistas y empezó a realizar la gestión obrera de las fábricas. Todo esto convierte a la revolución rusa en una revolución proletaria, cualquiera que haya podido ser su suerte posterior, del mismo modo que ni sus debilidades, ni su confusión, ni su derrota final impiden que la Comuna de París haya sido una revolución proletaria.

Esta divergencia puede parecer a simple vista teórica; sin embargo, creo que tiene una importancia práctica en la medida que manifiesta una diferencia de metodología con respecto a un problema actual por excelencia: el problema de la burocracia. El hecho de que la degeneración de la revolución rusa no haya dado lugar a una restauración de la burguesía, sino a la formación de una nueva capa explotadora, la burocracia; que el régimen que dirige esta capa, a pesar de su profunda similitud con el capitalismo (en tanto que dominación del trabajo muerto sobre el trabajo vivo), difiera de él en una gran cantidad de aspectos que no se pueden desdeñar, so pena de condenarse a no comprenderlo; que esa misma capa, desde 1945, esté extendiendo su dominación en el mundo; que en los países de Europa occidental esté representada por partidos profundamente arraigados en la clase obrera, todo esto nos obliga a pensar que limitarse a decir que la revolución rusa fue una revolución burguesa equivale a cerrar los ojos voluntariamente ante las características más importantes de la situación mundial hoy día.

Espero que esta discusión proseguirá y se profundizará y creo inútil repetirle que acogeremos con profundo placer en "Socialisme ou Barbarie" todo lo que tenga a bien enviarnos.

Fraternalmente.

 

 

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[1]  "La directión proletarienne", en Socialisme ou Barbarie, Nº. 10 (julio-agosto 1952), págs. 10-18.  Artículo firmado con el seudónimo Pierre Chalieu.

 


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