Indice del libro

 

José Díaz Ramos

Tres años de lucha

 


Edición impresa: José Díaz, Tres años de lucha, Editions de la Librairie du Globe, París 1970.
Versión digital: Koba, para http://bolchetvo.blogspot.com.
Transcripción/HTML para el MIA: Juan R. Fajardo, nov. 2009.
Formato alternativo: PDF por cortesía de http://bolchetvo.blogspot.com.


 

 

Dos aniversarios

Artículo publicado en “Mundo Obrero”, número extraordinario de 7 de noviembre de 1937

 

A los dieciséis meses de guerra

Coincide el XX aniversario de la Unión Soviética con el primero de la defensa de Madrid. La coincidencia de ambos acontecimientos nos permite hacer un paralelo de ellos en los puntos en los cuales puede establecerse el paralelismo y ver a la luz de su contraste el desarrollo general de nuestra lucha contra el invasor y el fascismo.

El aniversario de la Unión Soviética lo celebramos los obreros, campesinos y antifascistas españoles con tanto fervor, tanto por lo que la URSS representa en sí para todos los trabajadores del mundo, cuanto por el beneficio que sus enseñanzas y experiencias han otorgado a nuestra lucha y la magnífica solidaridad del pueblo soviético con el pueblo español. La solidaridad del pueblo soviético con España graba indeleblemente en el corazón de todos los españoles el cariño y el agradecimiento a la URSS, a su gobierno, a su pueblo y a su guía genial, el camarada Stalin.

En esta fecha, que es, en realidad, un recuento de lo que hemos hecho y de lo que nos falta por hacer para conseguir el triunfo, tenemos que destacar lo que nos han servido y tienen que servirnos las enseñanzas y las experiencias de la Unión Soviética. ¿Por qué digo que es posible hacer un paralelo entre ambos acontecimientos? Porque nuestra guerra de independencia nacional contra el invasor y el fascismo tiene muchos puntos semejantes con la lucha heroica y victoriosa del pueblo soviético contra los ejércitos contrarrevolucionarios y los invasores de su patria. La Unión soviética tuvo también que luchar en medio de las más terribles dificultades, en peores condiciones todavía que nosotros, completamente sola, contra ejércitos poderosos, bien armados y abastecidos por las potencias imperialistas. Sin embargo, consiguió triunfar, y a los veinte años de su existencia se presenta ante el mundo como una poderosa fortaleza económica, política y militar, donde un pueblo libre de ciento ochenta millones de trabajadores ha logrado, bajo la dirección del glorioso Partido Bolchevique, la mayor felicidad, la democracia más sólida y profunda, y el más dilatado horizonte de libertad y bienestar que pueblo alguno ha conseguido alcanzar hasta hoy en la historia.

Pero el pueblo soviético no ha conquistado todo esto así como quiera, por azar de la fortuna. Lo ha conquistado a fuerza de trabajo, de sacrificio y de lucha, gobernado por un partido que dirigía firme y consecuentemente su lucha y su esfuerzo, sin perder jamás de vista el objetivo final y sin desmayar un ápice ante ninguna de las ingentes dificultades que se le oponían ni ante ninguna de las grandes tareas que era preciso realizar.

Nosotros tenemos un ejemplo, experimentado por nosotros mismos, de la obra gigantesca que ha realizado el pueblo soviético bajo la dirección del gran partido de Lenin y Stalin. Nuestra defensa de Madrid se ha inspirada en mucho en la magnífica defensa de Petrogrado por los bolcheviques. ¿Puede nadie negar que la defensa de Petrogrado, defensa intransigente y tenaz sobre todas las adversidades, enseño mucha al pueblo y a los defensores de Madrid? La experiencia de Petrogrado le demostró al pueblo madrileño, contra las vacilaciones y el desaliento de los que no sabían recoger esta magnífica enseñanza de la lucha de un pueblo por su libertad y su independencia, que en la medida en que se organizaran las fuerzas, en que no se desmayase ni en los momentos más críticos, en que todos los recursos y todas las posibilidades fuesen puestas rápidamente en acción, Madrid, como Petrogrado, no caería en poder de los invasores. El haber seguido en parte ese ejemplo es causa de que Madrid haya resistido victoriosamente las más feroces acometidas del enemigo y de que hay podamos celebrar el primer aniversario de su gloriosa defensa.

El Partido Comunista siente el orgullo y la satisfacción de haber sido uno de los principales factores del heroico acontecimiento.

El mismo espíritu que nos ha guiado en la defensa de Madrid es el que debe guiamos en toda la guerra. El heroísmo del pueblo español no se ha manifestado exclusivamente en Madrid. Asturias, Euskadi, Guadalajara y Pozoblanco son otros tantos testimonios de la heroica capacidad de lucha del pueblo español, lo mismo en las oportunidades adversas que en las combates victoriosos. Nuestro pueblo no cede a ningún otro en heroísmo. Tiene aliento y abnegación suficientes para realizar las más grandes y difíciles empresas, e incluso para “conquistar el cielo con las manos”.

Nosotros, los comunistas, tenemos una fe inquebrantable en el pueblo; una fe afirmada más cada día en el transcurso de los dieciséis meses de guerra.

Pero la guerra no se gana solamente con fe. Hace falta movilizar todas nuestras fuerzas, todos nuestras recursos, todas nuestras posibilidades, y organizarlas con rapidez y eficacia. Nuestro partido ha venido insistiendo en esta necesidad ineludible de la victoria desde el primer momento de la lucha, y con relación a algunos aspectos desde mucho antes de ella, ¿Cuáles han sido las campañas más tenaces de nuestro partido? Las campañas por la creación de un Ejército regular sobre la base del servicio militar obligatorio; por la creación de una potente industria de guerra; por la depuración a fondo de las mandos militares; por la limpieza de la retaguardia; por la organización e intensificación de la producción industrial y agraria; por el desarrollo y consolidación del Frente Popular; por la unidad política y sindical del proletariado.

Estas campañas, sostenidas sin desmayo durante el transcurso de la guerra y afirmadas con actitudes tan ejemplares como la de haber organizado con el 5° Regimiento, el primer Cuerpo de Ejército, y el haber entregado centenares de miles de nuestros mejores militantes a las filas del Ejército regular antes de haberse establecido el servicio militar obligatorio, demuestran la firmeza y solidez de la línea política de nuestro partido

Mucho se ha hecho, y debemos reconocerlo con toda lealtad, particular y casi exclusivamente por el actual gobierno de Frente Popular para resolver aquellos grandes problemas de la guerra. Pero aún es necesario hacer más, bastante más. Porque no se trata de avanzar un poco en el camino, sino de recorrerlo rápidamente hasta el fin.

Tomemos tres ejemplos de los más importantes. ¿Disponemos ya de una industria de guerra a medida de nuestras posibilidades? Aún no. ¿Está nuestro Ejército completamente depurado de espías, vacilantes y traidores? Algunos síntomas atestiguan que todavía, aunque en menor proporción que hace algunos meses, existen enemigos emboscadas en nuestras filas militares. ¿Hemos logrado limpiar a fondo nuestra retaguardia? No, ni mucho menos. Nuestra retaguardia sigue siendo un vivero de facciosos y agentes del enemigo.

Ahora bien; hay que resolver estos problemas. Contamos con recursos suficientes para crear una industria de guerra que se baste sola para abastecer a nuestros ejércitos. Tenemos máquinas, obreros especializados, materias primas, cuanto se precisa, en fin, para crearla. Sólo hace falta que, sobre la base de la nacionalización de las industrias básicas, se establezca una acción concertada del gobierno, los sindicatos y los trabajadores para ir directa y rápidamente, bajo la dirección del gobierno, alentando y estimulando a los trabajadores con un salario correlativo a su capacidad y a su rendimiento, a la creación de ella.

En nuestro Ejército no debe quedar ni una sola gota de traición o espionaje. ¿Basta, para conseguirlo, que se vigile a los sospechosos, se castigue duramente a los delincuentes y se coloque a los vacilantes en puestos en los que no puedan infundir la desconfianza o la desmoralización en nuestras tropas? Todas estas medidas son necesarias. Pero no son suficientes. El expurgo de los traidores, vacilantes y sospechosos tiene que ir acompañado, para conseguir la máxima eficacia, con la promoción, el ascenso y la recompensa a los jefes leales. La guerra ha producido ya miles de jefes, oficiales y clases absolutamente adictos a la causa del pueblo, hijos propios del mismo pueblo cuya experiencia y conocimientos militares se han forjado en la lucha. Ha servido también para comprobar la lealtad republicana y la competencia técnica de muchos militares profesionales. Todos éstos, en la medida de sus capacidades, ayudando con enseñanzas técnicas a los que al estar luchando sin descanso no han podido adquirirlas, son los que deben mandar, en pie de cordial igualdad, a nuestros Ejército y conducirlos a la victoria.

La retaguardia hay que limpiarla a fondo. Todos los días se descubren nuevos complots, nuevos grupos de espías, algunas veces verdaderas organizaciones de espionaje y de traición. Entre ellas, las más monstruosas son las trotskistas. ¿Cuánto tiempo hace que nuestro partido señaló a los trotskistas cómo enemigos del pueblo, como agentes del fascismo y aliados de Franco? Mucho tiempo; sin embargo, la Policía continúa descubriendo nuevas organizaciones trotskistas clandestinas, aportando con cada nuevo descubrimiento más pruebas de sus relaciones con el enemigo y de su traición.

No; no podemos tener una retaguardia segura mientras no se extirpe implacablemente de ella a todos los agentes del enemigo, a todos los facciosos emboscados, así a los trotskistas y fascistas como a los especuladores y acaparadores de víveres. Porque al pueblo que lucha y trabaja para ganar la guerra hay que cuidarle las espaldas y el estómago. Que nadie le aseste una puñalada traidora y que nadie especule con su hambre. La guerra nos impone muchos sacrificios. El pueblo los sobrelleva con una gran abnegación, y sabrá seguramente soportar todos los que las circunstancias nos impongan. Pero si no hay más que un poco de pan, este poco tiene que ser proporcionalmente repartido entre todos, y quien intente quedarse con la parte de otro o cobrarle por ella más de lo debido, debe ser aplastado sin piedad.

Todos estos problemas y los demás de la guerra y de la revolución tienen que ser resueltos con un ritmo de guerra. En mi informe ante el Pleno ampliado de nuestro Comité Central, en marzo último, dije estas palabras: “A los ocho meses de guerra, el problema del ritmo, de la rapidez en la realización de las decisiones desempeña un papel decisivo. ¿Os imagináis el resultado que hubiésemos alcanzado, desde el punto de vista de los resultados de la guerra, si desde el primer momento se hubieran puesto en práctica nuestras consignas de crear un Ejército regular sobre la base del servicio militar obligatorio, de implantar el mando único, de crear reservas, de desarrollar una poderosa industria de guerra, etc.? Si se hubiese puesto en práctica todo esto, el enemigo no solamente no estaría a las puertas de Madrid, ni habría conquistado Málaga y otras ciudades, sino que le tendríamos cercado en los últimos reductos del país y ya estaría decidida a nuestro favor la suerte de la guerra.” Hoy, la necesidad de acelerar el ritmo es más apremiante. Los triunfos del enemigo en el Norte nos han impuesto la obligación de utilizar rápidamente todas nuestras fuerzas y todos nuestros recursos para desarrollar con un ritmo acelerado el máximo de nuestra capacidad de producción y de lucha, condición inexcusable de nuestra victoria.

Durante los dieciséis meses transcurridos, y en el fragor de la lucha, hemos ido estrechando los lazos de unidad con todas las organizaciones obreras y antifascistas del país. El establecimiento de la Alianza Nacional de la Juventud, los progresos en el camino para crear el Partido único del proletariado, el acercamiento entre las centrales sindicales y el mejoramiento del Frente Popular en los últimos tiempos plantean ante nosotros el problema de la unidad en todos sus aspectos. Madrid nos ha dado un magnífico ejemplo de unidad, que tiene para nosotros experiencias valiosísimas. Si Madrid ha podido resistir victoriosamente las brutales acometidas del enemigo ha sido, en primer lugar, por la unidad en la lucha de todo el pueblo, por el esfuerzo común de todos los antifascistas.

El Partido Comunista trabaja con todo su entusiasmo y todas sus energías en este sentido. Con las ricas experiencias sacadas del batallar de cada día, con el convencimiento de que sólo unidos conseguiremos la victoria y con el glorioso ejemplo del gran Partido Bolchevique de la URSS, forjador de la libertad y de la felicidad del pueblo soviético, continuaremos luchando infatigablemente por los intereses del pueblo y por la resolución de los problemas de la guerra, permaneciendo seguros en nuestro puesto de combate para seguir la lucha hasta el final hasta la expulsión de los invasores y el inexorable aplastamiento del fascismo.