Indice del libro

 

José Díaz Ramos

Tres años de lucha

 


Edición impresa: José Díaz, Tres años de lucha, Editions de la Librairie du Globe, París 1970.
Versión digital: Koba, para http://bolchetvo.blogspot.com.
Transcripción/HTML para el MIA: Juan R. Fajardo, nov. 2009.
Formato alternativo: PDF por cortesía de http://bolchetvo.blogspot.com.


 

 

Los que España enseña a Europa y América

Conferencia pronunciada en Barcelona, en la tribuna de la Unión Iberoamericana, el 29 de noviembre de 1938

 

 

I

Camaradas y amigos:

Quiero expresar, en primer lugar, mi profundo agradecimiento a la Unión Iberoamericana, por haberme dado la posibilidad de tratar desde aquí un tema que no interesa solamente al pueblo español, puesto que las enseñanzas de la guerra que se está librando en nuestro país tienen un interés profundo para los pueblos de América, unidos a nosotros por indestructibles vínculos de sentimientos y de idioma, de historia y de raza, y para todos los pueblos del mundo.

En el momento actual, ante los acontecimientos internacionales, cuyo desarrollo se ha precipitado en los últimos meses, después de la impune invasión de Austria y de la vergonzosa entrega de Checoslovaquia, todos los pueblos miran con angustia el futuro y se preguntan cuál puede ser la suerte que el porvenir les reserva, si no se cambia el rumbo de la política internacional, impidiendo que los Estados fascistas continúen, con la misma facilidad que hasta hoy, sus agresiones a la paz, la libertad y la democracia: su lucha contra la independencia de todos los pueblos.

Experiencia y enseñanza vivas

Lo que enseña España a Europa y América. Así titulo mi conferencia de hoy, porque creo que lo que España está aprendiendo con sangre de sus hijos, fuego de sus campos y ruina de sus ciudades no debe guardárselo para ella sola, sino que debe servir como experiencia y enseñanza vivas, de manera universal, para todos los pueblos del mundo, en defensa de sus libertades.

Esta tribuna me proporciona, además, una gran satisfacción, porque hace posible que mis palabras sean oídas por todos los hombres de Hispanoamérica, y hará que la voz de un obrero español llegue al corazón de millones de hombres y mujeres, que tienen sus ojos puestos en España; unos porque han nacido aquí y otros porque ven en esta tierra, hoy más que nunca, la raíz de su existencia, como ciudadanos de grandes pueblos.

Siempre que los españoles nos dirigimos a los pueblos de América, lo hacemos con emoción y cordialidad de hermanos. También con la seguridad de que nuestros llamamientos no serán desoídos. Nuestra propia historia es una constante prueba de la hermandad entre nuestro pueblo y los de América del Centro y del Sur, aun cuando a veces se haya intentado desfigurar tan fraternal identificación. Jamás se ha roto este vínculo. No se rompió, contra lo que gentes interesadas pretendieron hacer creer, cuando los países americanos de habla española dejaron de ser colonias de aquella monarquía gobernada por funcionarios de mentalidad y procedimientos feudales. Al contrario: cuando los países americanos alcanzaron su independencia, después de heroicas luchas, su vínculo fraternal con el pueblo español -no con los restos de aquella monarquía, entiéndase bien- se hizo más fuerte, más entrañable, más verdadero.

Con gran alegría vemos ahora cómo se renueva esta hermandad, al observar los pueblos americanos que el viejo pueblo español es la vanguardia de la lucha contra el fascismo, lucha que ha de constituir, con la victoria de la República española, la base firmísima de la unión de los pueblos hispanoamericanos.

Lucha noble y legítima contra las clases feudales

Es un hecho históricamente comprobado que el movimiento libertador en el nuevo continente no fue nunca un movimiento dirigido contra España, sino una noble y legítima lucha contra las clases feudales reaccionarias de nuestro país, frente a las cuales se alzaba también el pueblo español.

Cuando Bolívar y San Martín combatían por la independencia de los países americanos no caracterizaban su empresa como una lucha contra España. En sus manifiestos, en sus patrióticas arengas, proclamaban que sus esfuerzos se dirigían contra los realistas, contra aquellos virreyes y aquellos funcionarios, señores de la esclavitud, que pretendían mantener a América perfectamente sojuzgada e inculta, y contra la casta monárquica y feudal que desde la metrópoli los enviaba allí.

La historia nos ha enseñado que el fermento animador de aquella justa rebeldía salía de España, por lo que puede afirmarse que entre nuestro pueblo y los americanos ha existido, en todo el curso de la historia, un cambio constante de sentimientos y de ideas y una acumulación y experiencia común acerca de una inspiración también común: forjar y afirmar un ideario liberal y una acción democrática, en la lucha por la libertad, contra la monarquía feudal, contra el caciquismo político, por el progreso y la libertad.

No en vano los mismos descubridores de América eran hombres del pueblo, hombres que muchas veces cruzaban el mar huyendo del yugo de la monarquía de dinastías extranjeras, en el período en que estas dinastías introducían en nuestro país normas e instituciones políticas ajenas por completo a nuestras costumbres, aniquilando las libertades locales y regionales.

Los españoles buscaron en América libertad, progreso y porvenir

Por eso se ha podido afirmar, con una parte de razón, que los hombres que fundaron en América los primeros Estados de raza española iban buscando, no solamente aventuras o riquezas, sino, sobre todo, libertad, progreso y porvenir. Y no fue siempre culpa de ellos el que la monarquía feudal llevara a los países del Nuevo Mundo sus métodos de violencia contra el pueblo, su administración centralista y corrompida, que impidió durante algunos siglos el libre desarrollo de los jóvenes pueblos de América.

Cuando este libre desarrollo se hizo inevitable, por ser ya demasiado débil para contenerlo el aparato tiránico feudal y eclesiástico de la monarquía española, fue nuevamente de España, del pueblo de España, de donde recibieron los nuevos pueblos la inspiración ideológica y la dirección práctica, política y militar de su movimiento emancipador. No recibieron estas inspiraciones, naturalmente, de la España feudal y reaccionaria, sino de la España liberal y democrática, cuyos mejores hijos se alzaban ya contra el despotismo de Fernando VII; de la España de la Guerra de la Independencia, que derrotó a Napoleón; de la España de las Cortes de Cádiz.

En 1808, al abandonar España, Fernando VII “el Felón” para ir a Francia a regodearse bajo la protección del mismo que con sus ejércitos invadió nuestra tierra, se formaron en la Península las llamadas Juntas Provinciales, y son los mismos historiadores reaccionarios los que nos dicen que en aquel “proceso desintegrador de la soberanía” -así lo califican ellos- hallaron los elementos más avanzados de las colonias pretexto para constituir, asimismo, juntas propias, que representaron las primeras organizaciones políticas de los pueblos de América en la empresa de lograr su emancipación. Y es el pronunciamiento de Riego, en Cabezas de San Juan, un hecho decisivo, que priva de auxilios a los ejércitos realistas que luchaban contra Bolívar y obliga al jefe de las fuerzas monárquicas españolas a concertar un armisticio con el libertador.

Se trata de hechos históricos conocidos, pero a mí me parece muy útil recordarlos hoy, en el momento en que un puñado de generales traidores y hombres políticos podridos, agentes todos del fascismo internacional, intentan hacer desaparecer la independencia española y pretenden negar y destruir la tradición liberal y democrática de España, que es la tradición de todo nuestro pueblo.

España, escuela de los libertadores americanos

Esta es la tradición y ésa es la verdad. Tan verdad como que las guerras que los pueblos de América sostuvieron por su independencia pueden ser consideradas como una continuación de nuestra primera gran guerra de independencia nacional. Los más calificados jefes que se revelaron en el curso de las guerras por la independencia americana se habían educado militar y políticamente en España, en contacto con los liberales españoles de aquel tiempo, en la comunidad de las logias masónicas liberales españolas.

Y cuando estos hombres formaron en América los primeros ejércitos de patriotas, sus filas se vieron frecuentemente engrosadas por la incorporación fraternal y entusiasta de multitud de españoles, prófugos de su país, cuya monarquía absoluta no sólo les negaba la libertad, sino también la patria. En Méjico, uno de los dirigentes de la insurrección fue Mina el Mozo, un español que, perseguido, marchó a América a continuar su lucha contra el absolutismo y que gritaba a los cuatro vientos que él no luchaba contra España, sino contra Fernando VII, rey perjuro y traidor. Murió ajusticiado en Méjico, y años más tarde, en la capital, elevaron un monumento en su memoria, al pie del cual enterraron sus restos.

Aquel puñado de héroes, que hallaron su tumba en tierras de América, luchando al mismo tiempo por la independencia americana y por la libertad de España, nos hace recordar con emoción a nuestros hermanos los americanos de las Brigadas Internacionales que han venido a devolvernos, un siglo después, aquel tributo glorioso de su sangre.

Estos recuerdos históricos tienen para los hijos de España y de América una profunda significación. Hoy, como hace más de un siglo, el pueblo español y los pueblos americanos se encuentran ante un problema común. Hoy, como entonces, deben unir sus esfuerzos para triunfar del mismo enemigo. España está amenazada. El fascismo internacional quiere arrebatarle su independencia y su libertad. El pueblo español resiste heroicamente y está seguro de su victoria. Pero es preciso repetir, como una verdad histórica de incuestionable fuerza, que el fascismo internacional que ataca a España amenaza al mismo tiempo a las naciones hispanas de América y a América entera. Recuérdense los recientes ejemplos de la sublevación nazi del Brasil, dirigida y financiada por Hitler, y la del general traidor Cedillo, en Méjico, también dirigida y costeada por los nazis. Y no se olvide tampoco la existencia de toda esa legión de espías hitlerianos que infestan todos los países de América.

Amenazando a España el fascismo amenaza a América

Para comprender con exactitud en qué consiste esta amenaza y cuál es el volumen del peligro que acecha a esos pueblos hermanos, basta con imaginarse cuál sería la perspectiva de las naciones hispanoamericanas en el caso de que España perdiera su libertad y su independencia. Los españoles de Sudamérica perderían su verdadera patria espiritual, porque España dejaría de ser inmediatamente el aliento y el ejemplo de sus afanes de libertad y de democracia, y se transformaría en el punto de apoyo para la expansión de las dictaduras fascistas hacia América, en el centro estratégico de donde partirían inmediatos ataques contra las libertades de los pueblos sudamericanos. De España no saldrían en dirección a América cordiales mensajeros de un pueblo hermano, orgulloso de la independencia, la libertad y el progreso de los pueblos de América; saldrían barcos de guerra y aviones de bombardeo para destruir la personalidad americana, para una nueva colonización de América, en beneficio de los bárbaros dictadores fascistas, para encadenar a esos pueblos al sangriento yugo de fascismo. Sí, España sería el punto de apoyo del apoyo del fascismo internacional para realizar esta conquista de América con que sueña Hitler, y cuya propaganda se hace ya desde el gabinete de Goebbels y desde las oficinas de la Gestapo.

La reacción de los pueblos americanos en defensa y ayuda de la República española es, pues, algo más profunda que un motivo de solidaridad. Es la reafirmación de una lucha común, de una defensa común; es el comienzo de una nueva gran batalla contra el fascismo.

Por todas estas razones, los pueblos de América, y en particular los que están unidos a nosotros por el idioma y la raza, cuando miran a España, no sólo quieren ayudarnos, comprendiendo que de esta manera se ayudan a sí mismos. En los acontecimientos de España los pueblos americanos buscan también enseñanzas. Las grandes enseñanzas que les brinda la guerra de España. Quieren saber cómo será posible triunfar de la bestia fascista que les amenaza. Quieren conocer cómo ha podido y puede nuestro pueblo resistir el ataque de dos grandes potencias imperialistas, ataque que se desarrolla con la complicidad de los actuales gobernantes reaccionarios de Inglaterra y Francia. Y estas enseñanzas que nuestro país y nuestra guerra ofrecen a los pueblos amenazados por el fascismo son, esencialmente, dos.

La primera es ésta: si se quiere contener el avance del fascismo, hay que hacerle frente con todas las armas, con decisión y coraje, sin cederle la más mínima posición.

La segunda es, que, para hacerle frente, el pueblo debe estar unido.

 

II

Os invito a que consideréis conmigo el valor inmenso de estas dos enseñanzas. Dos grandes experiencias, con resultados positivos en nuestro pueblo, que ofrecemos a América.

En cuanto a la primera, a nuestra inquebrantable resistencia frente a los que quieren acabar con nuestra libertad nacional, es justo decir que mantenerla no ha sido empresa fácil. Ha costado y cuesta a nuestro pueblo sacrificios enormes, esfuerzos sobrehumanos.

Además, no ha habido ni hay que luchar solamente contra los enemigos declarados, los que no ocultan sus propósitos, los que envían a nuestra tierra soldados y armas e intentan debilitar la moral de nuestras ciudades con salvajes bombardeos que estremecen la sensibilidad del mundo civilizado. Ha habido y hay que luchar también con otra clase de enemigos, frente a los cuales tampoco ha vacilado ni vacilará jamás nuestro bravo pueblo. Me refiero ahora a los que se han presentado en los instantes más duros con cara de amigos, protestas de imparcialidad y “palabras humanitarias”, esforzándose en demostramos que era mejor para nosotros y para todos que abandonásemos la lucha porque -según ellos- no teníamos posibilidad de superar aquellos momentos críticos. Y aun agregaban cínicamente que si siguiésemos sus interesados consejos, tendríamos el mérito de ahorrar sacrificios a los demás países, amenazados por una generalización de nuestra guerra. ¡Como si esta amenaza no fuera mil veces mayor cuanto más avance el fascismo!

Nuestra resistencia ha influido en la política internacional

Hemos resistido a todo y a todos, y hoy tenemos el orgullo de proclamar que si la resistencia española no ha logrado todavía cambiar completamente el curso de la política internacional, ha influido sobre ella poderosamente de dos maneras esenciales.

Primero. Porque nuestra resistencia es el primer caso, en los países capitalistas, de firmeza ante la ofensiva de guerra del fascismo, y éste, sorprendido, ha visto estorbados sus planes en su desarrollo y en su realización progresiva y calculada.

Segundo. Porque la resistencia de España y el heroísmo de nuestro pueblo están trazando al mundo un nuevo camino en el desarrollo de las relaciones entre los pueblos, y este camino es el que deberán seguir todos los países civilizados, si quieren evitar la ruina que les acecha.

Ciertamente, este camino nuestro no tiene nada que ver con el que aconsejan y siguen los que hoy tienen en sus manos la suerte de Inglaterra y Francia. El de estos señores es el camino contrario: el de la capitulación progresiva, consecuentemente practicada. La continuación de esta política de claudicaciones podría colocar a Europa en una situación comparable a los períodos más oscuros de decadencia de la humanidad, en los momentos en que las clases dirigentes de grandes países, después de haber creado imperios y haber difundido las conquistas de la civilización, abandonaban su tarea histórica de impulsar el desarrollo de los pueblos, dejando al mundo precipitarse en la barbarie.

No ocurrirá hoy lo mismo, porque lo que los nuevos bárbaros, los fascistas, quieren destruir es patrimonio de millones de hombres, es patrimonio de la clase obrera, de todos los trabajadores, y estas masas se van despertando, y organizando su resistencia y, animadas por nuestro ejemplo, impedirán que el monstruoso crimen se consuma.

Esta es precisamente la situación que hoy se da en Europa. Los grupos más reaccionarios de la burguesía imperialista de Italia y Alemania, después de haber impuesto en sus propios países el régimen más represivo y salvaje que conoce la historia, no habiendo podido resolver ninguno de los problemas nacionales, buscan una salida a sus dificultades en el exterior, mediante el saqueo de las posesiones y bienes de otros pueblos. Quieren repartirse el mundo, y para ello preparan la guerra, mejor dicho, la hacen ya. Hay guerra en China, en España, y también en el centro de Europa. Hay que hablar con claridad. Cuando se invaden países enteros, se trazan por la fuerza nuevas fronteras y se expropian las riquezas de otra nación, en castellano no tenemos más que un nombre para denominar estas acciones: éste es la guerra.

Se han traicionado compromisos y tratados

Lo único que esta guerra tiene de singular es que a pesar de que está dirigida contra los que antes tenían posiciones dominantes en los países invadidos y desmembrados, es decir, los grupos dirigentes de Inglaterra y Francia, éstos no resisten, no se oponen al agresor, y, por el contrario, van cediendo no sólo pueblos, ciudades, líneas fortificadas, millares de cañones y hasta ejércitos enteros, sino que, además, les entregan sumisamente los principios mismos en que se asentaban el orden europeo y mundial, principios que aceptaban los pueblos porque consideraban que así se podía, por lo menos, mantener la paz.

Había tratados, y estos tratados ya se consideran como inexistentes.

Había compromisos solemnes de defender a otras naciones aliadas, y estos compromisos se han traicionado.

Había una Sociedad de Naciones, que, por definición, condenaba las agresiones y establecía sanciones contra el agresor. Y se quiere enterrar la Sociedad de Naciones para que desaparezca hasta la más pequeña posibilidad de organizar una resistencia.

Y había, en fin, un sistema de seguridad colectiva, que se estaba organizando con grandes esfuerzos y que hacía esperar que sería posible, cuando menos, reducir los conflictos armados, y este sistema ha sido traicionado también.

¿Por qué ha podido suceder todo esto?

Ya lo he dicho anteriormente.

Porque prevalece la opinión de que a los agresores fascistas hay que cederles el paso, cueste lo que cueste, y aun cuando ello suponga una amenaza contra la propia seguridad nacional de cada uno de esos países a quienes sus gobernantes obligan a retroceder.

Conviene que sepamos bien quiénes son esos señores que mantienen tan nefasta posición.

Falso pacifismo

Por una parte, hay los que creo se pueden clasificar en la categoría de los cobardes, sin perjuicio de que ellos se den otros calificativos, tales como pacifistas integrales o algo así. Éstos son los que afirman desvergonzadamente que prefieren vivir esclavos antes que combatir en defensa de su libertad, su honor y hasta su dignidad humana. La variante francesa de este tipo de despreciables sujetos, es la de aquellos a quiénes no les da vergüenza propagar en el país de la Gran Revolución y de la Comuna, este lema infame: “Antes vivir alemanes que morir franceses.”

La clase obrera y el marxismo en general, es necesario advertirlo, no tienen nada de común con ese falso pacifismo. El marxismo ha afirmado siempre que hay guerras justas y guerras injustas; que existen situaciones en que el pueblo debe tomar las armas para luchar en defensa de sus libertades y de su propia existencia. Sobretodo y por encima de todo, cuando se trata de la guerra sagrada, legítima y progresiva en defensa de la independencia nacional. Por eso hoy, nosotros, los obreros socialistas y comunistas españoles, estamos en primera línea en el combate y declaramos nuestro desprecio por esas cobardías de fuera, que no serían posibles entre las masas españolas; estas masas que han hecho suya la famosa frase de nuestra gran “Pasionaria”: ¡Más vale morir en pie, que vivir de rodillas!

Las castas reaccionarias contra el interés nacional

Pero no sólo hay esta categoría de los cobardes. Hay también los que se pueden llamar justamente aliados directos del fascismo, los que ceden día tras día posiciones al fascismo, los que tienen a la cabeza a los señores Daladier y Chamberlain, y con ellos al presidente del gobierno belga, señor Spaak, que, según parece, aspira a un lugar destacado en este grupo; hombres todos ellos que no pueden ser juzgados de una manera personal, sino atendiendo a lo que verdaderamente son, es decir, representantes de los grupos más reaccionarios de la burguesía de los países democráticos.

Respecto a estos señores no se puede hablar de cobardía. Siguen un plan perfectamente determinado, que, según las situaciones concretas, puede tomar una u otra forma, pero cuya idea fundamental es siempre la misma. Temen que el fascismo alemán, e italiano sufra una derrota porque sienten singulares simpatías por este régimen que trata de impedir a las masas trabajadoras actuar, luchar por el mejoramiento de sus condiciones de vida; un régimen que prohíbe la organización sindical, que suprime las constituciones democráticas, las consultas electorales y todas las demás manifestaciones de la voluntad del pueblo.

Es fácil comprobar que se trata de la solidaridad de las castas reaccionarias que prevalece sobre la solidaridad de tipo racional y hace tomar a algunos grupos de la burguesía una posición contraria al interés nacional. O dicho de otro modo más claro: estos señores, por mandato de los grupos a que representan, sacrifican los intereses de todo el pueblo, de toda la nación, por miedo al progreso político y social, y abandonan posiciones que han sido conquistadas con el sacrificio y el trabajo del pueblo entero y que la misma burguesía ha defendido hasta ayer.

Claro que lo que en definitiva consiguen es contrario a lo que se proponían obtener, porque cuando un grupo dirigente adopta esa posición derrotista, antinacional, cerradamente egoísta, no puede continuar largo tiempo en el poder. Un ejemplo, y ejemplo magnífico, lo tenemos en la misma Francia, donde al aliarse los señores a la monarquía feudal inglesa con objeto de defender sus privilegios, surgió del pueblo una Juana de Arco, que, apoyada por el pueblo entero, liberó a su país de los invasores extranjeros. Y así va a suceder ahora, en la medida en que los pueblos comprendan la magnitud de la traición de que son víctimas y se unan para terminarla definitivamente.

Y en este sentido nuestro ejemplo comienza a abrirles los ojos, porque demuestra que cuando un pueblo quiere ser libre y sabe tomar en sus manos la defensa de su libertad, este pueblo no puede ser vencido. Y también esto: que cuando un pueblo amenazado no cede a la capitulación, gana algo más que el juicio enaltecedor de la historia. Mantiene a la vez unas posiciones siempre mejores que las de otro pueblo que, traicionado, capitule ante el enemigo.

En un día de capitulaciones, Checoslovaquia ha perdido más que nosotros en dos años y medio de guerra.

Yo recuerdo que los aliados más o menos encubiertos del fascismo han tratado de servirse del ejemplo de España para demostrar que es mejor dejar paso a los invasores, porque así se pueden evitar los horrores de la invasión, ahorrar vidas, salvar las riquezas del país, etcétera. ¡Falso, absolutamente falso! Lo que demuestra nuestro propio ejemplo es lo contrario. No niego que hemos sufrido mucho, pero es fácil demostrar que en un solo día de capitulación el desgraciado pueblo checoslovaco ha perdido más de lo que hemos perdido nosotros en dos años y medio de guerra. Vamos a dar algunas cifras importantes.

Solamente por la ocupación nazi, la nación checoslovaca ha sido despojada de 31.200 kilómetros cuadrados con tres millones y medio de habitantes y se ha visto obligada a ceder ciudades y regiones de población con neta mayoría checoslovaca. Ha perdido el 60 por ciento de sus distritos hulleros; el 40 por ciento de las empresas metalúrgicas; el 63 por ciento de la industria textil; el 40 por ciento de la del vidrio; el 71 por ciento de la de cueros y pieles, y el 75 por ciento de la industria química.

La industria de la porcelana y cerámica ha pasado casi enteramente a poder de Alemania, lo mismo que la mitad de sus 119 azucareras. Las enormes riquezas forestales de Checoslovaquia han pasado también casi por completo a poder de Hitler. Además, ha perdido también una serie de importantes nudos ferroviarios y de carreteras, y han quedado completamente desorganizadas las comunicaciones del interior y las del extranjero. Las principales vías ferroviarias pasan a poder de Alemania y, en virtud de las concesiones a Hungría, los transportes fluviales por el Danubio quedan casi paralizados. Ha perdido también importantes puertos, y la navegación sobre el río Elba queda también bajo la dependencia total de Alemania.

En cuanto al sistema bancario, bastarán estos datos: de sus 34 sucursales; el Unionsbank dejó 20 en el territorio ocupado; el Escoftny Bank perdió 27 de las 38 sucursales; el Anglo-Bank, 22 de sus 64, etc.

La región cedida a Hungría constituye el granero de Eslovaquia. En las regiones ocupadas, han sido clausuradas las escuelas checas y los maestros han sido detenidos o se han visto obligados a huir. Miles de personas han entrado en las cárceles o han ido a los campos de concentración. Centenares de antifascistas alemanes o checos han sido asesinados, se han suicidado con ese estilo de suicidio que han implantado los esbirros de Hitler.

En las regiones ocupadas, las secciones de asalto hitlerianas han destruido las casas y los comercios cuyos propietarios eran de nacionalidad checa y la policía retiene como rehenes a los familiares de los que lograron huir.

Por otra parte, el coste de la vida se ha elevado extraordinariamente en el territorio ocupado por Alemania. Un kilo de patatas valía antes media corona; hoy cuesta cuatro coronas. Un kilo de manteca valía 20 coronas; ahora hay que pagar 45 coronas. Un kilo de carne costaba 14 coronas; ahora cuesta 30.

Para agravar más la situación, los salarios de aquellos obreros a quienes se ha permitido continuar trabajando, han sido disminuidos. El paro ha aumentado también. Claro está que el fascismo tiene fórmulas para todo. Por ejemplo, la cifra de los parados en Eger resultaba exorbitante. No había medio de dar ocupación a tantos hombres. Pues bien, la policía fascista los ha enviado a un campo de concentración sin acusarlos de ningún delito, sólo por el tremendo crimen de no encontrar trabajo.

A esto hay que añadir todas las fortificaciones entregadas a Hitler y las armas que las guarnecían. Y todavía algo más, lo que tiene mayor valor: el régimen de libertad y democracia, que el fascismo se ha apresurado a anular para imponer sus brutales procedimientos.

Y todo ello sin que los horrores materiales de la guerra hayan sido evitados ni muchísimo menos, puesto que sobre Checoslovaquia pende el peligro de que los ejércitos de Hitler, o los de Polonia, o los de Hungría, se lancen a la ocupación total de la república.

El nuestro es el camino más digno y más justo

Y en cambio, ¿qué hemos perdido nosotros? ¿En qué situación está nuestra patria?

Es cierto que nos han invadido una parte del territorio, pero a pesar de esto y de todos los sufrimientos de la guerra, sabemos que la pérdida es sólo temporal, porque un día volverán a la soberanía nacional esos territorios, y porque mientras hay lucha, hay posibilidad de recuperar lo perdido, cosa que no sucede cuando se capitula.

Los dos años de guerra, que tanta sangre nos han arrebatado, nos han dado también algo muy importante. Nos han dado una unidad popular que ha hecho posible la resistencia a todos los ataques de los invasores.

Hemos liberado el campo del yugo de la explotación feudal, y entregado la tierra a los campesinos para que la trabajen, con la protección y la ayuda del Estado.

Teníamos una industria de guerra muy pobre y ésta nos ha sido arrebatada por los invasores, en gran parte, con la ocupación del Norte. Pero hemos sabido crearla en otros lugares de España, y hoy nuestros soldados tienen fusiles, ametralladoras, cañones, tanques y aviones salidos de nuestras nuevas fábricas.

No teníamos ejército. Hoy, lo tenemos ya, y tan fuerte, tan heroico y tan combativo, que nos asegura la victoria sobre los invasores, y una aviación mil veces gloriosa. Y una marina que tiene en su haber la hazaña del “Baleares” y la gesta del “José Luis Díez”.

Y tenemos una posición y un prestigio ante el mundo que antes no teníamos, habiendo conquistado con nuestra resistencia la simpatía de los demás pueblos de Europa y de todo el universo.

He aquí por qué podemos mirar con plena confianza el porvenir, seguros de que triunfaremos y de que después de la victoria, nuestro país, que ya está hoy en el centro de la atención del mundo, será respetado y querido internacionalmente y hallará en sí mismo y en la ayuda de los demás pueblos los elementos necesarios para resolver sus problemas.

He aquí porqué, cuando mirando a Checoslovaquia y viendo lo que ese pueblo está sufriendo y recordando lo que han hecho con él sus dirigentes, nos sentimos más seguros de que nuestro camino es el camino digno y justo. Si el pueblo checo no hubiera sido traicionado y le hubieran dejado seguir este mismo camino, ello no habría significado la guerra sino, por el contrario, una crisis profunda del fascismo internacional y posiblemente un cambio de toda la situación europea. No ha sido así, y lo que se ha salvado en Múnich no ha sido la paz; en Múnich se ha salvado el fascismo.

 

III

Por fortuna, cada día va siendo más claro para las masas populares el significado del nefasto acuerdo de Múnich. Se va comprendiendo que este acuerdo, del que salió el plan de despedazamiento de Checoslovaquia, fue una victoria facilitada al fascismo internacional por los jefes de los gobiernos reaccionarios de Inglaterra y Francia.

Si bien en un principio se pudo hacer creer a algunos sectores populares de los países democráticos que la paz había sido salvada, se ha producido desde entonces un proceso, cuya rapidez me interesa señalar, en el curso del cual los pueblos han ido comprendiendo que Múnich es un acto de abierta complicidad con los invasores de países libres. Algunos hechos recientes de indudable trascendencia, demuestran que esta comprensión está penetrando en las masas, tanto en el viejo como en el nuevo continente.

En América se observa en estos últimos tiempos un gran progreso en la obra de solidaridad con España y en la ayuda activa a nuestro pueblo. Desde los grandes envíos de Argentina y otros países sudamericanos hasta el elocuente mensaje que acaban de traernos de los Estados Unidos los bravos marineros del “Erika Reed”, mil hechos diversos subrayan la potencia de este movimiento, que en algunos casos incluso llega a modificar en un sentido liberal la situación política de algunos de los países americanos.

La imposibilidad de alargar esta conferencia excesivamente, me impide citar multitud de ejemplos de actualidad. Pero de todas maneras, creo necesario subrayar la profunda significación antifascista de la reciente victoria electoral del partido del presidente Roosevelt en los Estados Unidos y de la que ha elevado a presidente de la República de Chile al señor Aguirre, un demócrata amigo de nuestra patria.

En Inglaterra, como en Francia, pero sobre todo en esta última, existen situaciones de gran inestabilidad política, lo que no es sino una clara y natural consecuencia de la contradicción, cada día más profunda, entre la voluntad del pueblo y la posición de los gobiernos.

En Francia, la situación es más crítica, porque la traición de Múnich afecta, más que a ninguna otra, a esta gran nación, que se ve hoy gravemente amenazada en tres fronteras por los planes de conquista de los imperialismos alemán e italiano. Y porque otra de las claras consecuencias de Múnich es el ataque a las conquistas populares en el terreno económico y social.

Cada paso adelante del fascismo internacional entraña siempre el desarrollo del fascismo indígena. Ante este hecho evidente, las masas, tanto en Francia como en Inglaterra, unen el nombre de España a su justa reacción, comprendiendo que nuestro país es hoy el centro de los ataques del enemigo común y, al propio tiempo, la vanguardia de la lucha contra este peligro.

La presión de las masas

En otra nación europea hubo quien trató de deducir de Múnich nada menos que el reconocimiento vergonzante, pero efectivo, del traidor Franco; es decir, la legalización de la invasión de España por parte de un gobierno democrático. Me refiero concretamente a Bélgica. Y es muy importante comprobar cuál ha sido la reacción de las masas, que se alzaron inmediatamente contra este criminal propósito, y lo impidieron por el momento.

Está bien reciente otra consecuencia de esta amplia movilización de las masas contra lo que ya se llama “política muniquesa”. Para nadie es un secreto que la entrevista del pasado día 23 de los ministros ingleses y franceses tenía como finalidad esencial el reconocimiento de la beligerancia a Franco; esto es: la autorización oficial a Mussolini e Hitler para bloquear con sus barcos la España republicana y continuar más abiertamente la invasión de nuestro país. Pero la entrevista ha tenido lugar en medio de un general ambiente de protesta, cuando el pueblo francés subrayó con fuerza su oposición a toda nueva concesión a sus enemigos; cuando en toda Europa se produce un movimiento general de repulsa hacia el funesto camino de Múnich y hacia los salvajes procedimientos del fascismo alemán que ha desencadenado una nueva ola de terror contra los judíos. Los propósitos de un nuevo Múnich a costa de España han caído por el suelo.

Pero este éxito es solamente parcial, porque todavía continúan en el poder los responsables de Múnich.

Me parece justo y necesario afirmar que ahora se debe pasar a éxitos más positivos.

Mussolini ha declarado que no puede retirar sus tropas antes de fin de año. ¿Cuál es el significado que podemos dar a esta afirmación? Sencillamente, que Mussolini piensa que antes de esta fecha tendrá ya el triunfo decisivo que persigue desde hace mucho tiempo y que, gracias a la firme política de resistencia, no consiguió en marzo del presente año. Con esta finalidad, prepara y acumula fuerzas, y la vergonzosa farsa de la retirada de los 10.000 inválidos ha coincidido con la preparación de este nuevo ataque.

La experiencia de toda nuestra lucha ha demostrado que el fascismo no renuncia fácilmente a sus objetivos, aunque para ello tenga que sacrificar a sus hombres, invertir todos sus recursos, arruinar la hacienda de su país y correr los riesgos más graves.

Teniendo esto presente, afirmamos que nuestra situación continúa siendo grave y que estamos obligados a tomar todas las medidas para que nada pueda sorprendernos.

Pero esta situación, difícil y peligrosa, podemos afrontarla y salir de ella victoriosos, de la misma manera que hemos afrontado otras situaciones no menos graves.

Tenemos una gran experiencia bien cercana: la del glorioso ejército del Ebro, al que no es posible nombrar una sola vez sin agregar un encendido elogio a su abnegación y heroísmo y a sus altas virtudes militares. La ofensiva y la resistencia del Ebro, operación que ha durado cuatro meses, ha sido -ya lo ha explicado nuestro ministro de Defensa Nacional- una magnífica victoria de la República, que ha quebrantado terriblemente los efectivos del enemigo y ha truncado temporalmente sus planes militares.

Además de esto, es para nosotros una valiosa experiencia, ya que prueba que la moral de los hombres, la unidad técnica y política del ejército, la disciplina ejemplar de los comisarios y el cumplimiento exacto de las órdenes que señala un mando capacitado y eficaz, son las garantías supremas de la resistencia, y es necesario que estas condiciones se den en todos los frentes, para que el enemigo no pueda conseguir ninguna otra victoria.

 

IV

Y esto me lleva a hablar necesariamente de aquello que es vital para nuestro triunfo y que es, al mismo tiempo, la otra gran enseñanza que España brinda a todos los pueblos: la unidad.

Como mejor se ha de comprender el inmenso valor de esta experiencia viva de la unidad de nuestro pueblo, es recordando las enormes dificultades que la España republicana ha tenido que ir venciendo. No es preciso que las enumere porque están en vuestro ánimo. Todas se han ido superando, y por ello se ha podido resistir; se han obtenido resonantes victorias y nunca ha hecho presa en el pueblo español la desmoralización. ¿Dónde está el secreto de estos éxitos? En la unidad.

Lo sabe el pueblo español y lo saben también sus enemigos. Por eso los golpes que ellos intentan dirigir, en el interior de nuestro país, para romper la resistencia, los dirigen contra la unidad.

En diversas direcciones, de distintas maneras, pero siempre contra la unidad, en la que quisieran abrir brecha enfrentando un partido antifascista con otro, una central sindical con otra, un hombre político con otro, una región con las demás, o Cataluña con el resto de España.

Es un trabajo perfectamente organizado. En el sur de Francia hay agencias dirigidas desde Burgos y Salamanca, o sea, desde Roma y Berlín, cuya actividad consiste en hacer llegar a nuestro país los bulos y rumores más inverosímiles; por ejemplo: que los comunistas preparan un golpe de Estado, o que los anarquistas se echarán a la calle de un momento a otro. En definitiva, sembrar discordias y romper la unidad. Esto es lo que se persigue. Donde ésta se debilite o donde aquéllas prosperen, búsquese la mano del enemigo.

Lo mismo ocurre, naturalmente, en el campo internacional. Todos los ataques del fascismo contra cada país van siempre precedidos por un criminal trabajo de división del pueblo.

Realizar la unidad, mantenerla y consolidarla

Por lo tanto, para crear las condiciones de la resistencia al fascismo y de la victoria sobre él, lo más importante es realizar la unidad, mantenerla y consolidarla.

Sería un error creer que después de lo de Múnich el problema de la unidad esté planteado de diferente manera a como lo estaba. Y nosotros lo entendíamos antes.

No, Múnich no ha demostrado, como pretenden algunos, que sea imposible crear, en defensa de la paz, una amplia unidad de lucha que abarque desde la clase obrera hasta la pequeña y media burguesía democrática, y también a los pueblos y a los Estados cuya existencia amenaza el fascismo. Sostienen esa tesis únicamente los que siempre andan a la busca de argumentos falsos para oponerse a los deseos unitarios de las masas.

Lo que Múnich ha demostrado es que la idea de la unidad y la comprensión de su necesidad histórica no ha alcanzado todavía a todos los que tienen intereses comunes que defender. En caso contrario, Múnich no hubiera sido posible.

Ha demostrado también que la unidad, que es el Frente Popular, es hoy más necesaria que nunca, porque ha hecho comprender a todos lo que significa un avance, una victoria del fascismo. Así que hoy la mejor respuesta que podemos dar a quien se oponga a la unidad, sea quien fuere, es ésta: mirad a Checoslovaquia; ved lo que le ocurre a un pueblo que no se ha unido en la resistencia frente al fascismo; contemplad este país para convenceros de que la unidad no es una “consigna comunista”, ni una aspiración utópica, sino un interés urgente e inmediato de todos.

Recientemente el secretario de la Internacional Comunista, camarada Jorge Dimitrov, decía:

“Sería difícil encontrar en la historia política de la postguerra un momento análogo al actual, en que los intereses de la clase obrera, de los campesinos, y de la pequeña burguesía, de los intelectuales; en que los intereses de los pequeños pueblos, de los países dependientes y coloniales; en que los intereses de la cultura y de la ciencia, de la paz y de la democracia hayan concordado hasta este punto y convergido en una corriente única contra el peor enemigo de la humanidad: contra el fascismo. He ahí una base perfectamente real para crear y consolidar el frente único de la clase obrera y de los pueblos de todos los países contra la barbarie fascista y los promotores de la guerra imperialista.”

Nada más cierto. El ataque está dirigido contra todos, y así debe comprenderse.

Lo está, en primer lugar, contra la clase obrera; esto es, contra todos los partidos y organizaciones de la clase obrera, no solamente contra los que tienen un programa más avanzado.

Lo está también contra los campesinos, cuyo nivel de vida desciende verticalmente, tan pronto como el fascismo domina al país.

Va dirigido asimismo contra la pequeña burguesía. Cualquiera que sea la ideología o el encuadramiento político de los pequeños burgueses, su brutal desplazamiento del terreno industrial, su esclavización burocrática y militar y las máximas dificultades de su vida, se producen tan pronto como el fascismo triunfa.

Lo mismo podríamos decir de los intelectuales, de los artistas, etc.; pero para dar un cuadro completo hay que añadir que el fascismo amenaza también a aquella parte de la burguesía que sigue valorando el interés nacional; que comprende -en Francia, por ejemplo- que el día que los fascistas alemanes e italianos se apoderasen de España, Francia dejaría de ser automáticamente, una gran potencia.

Unión nacional frente a los invasores de España

En nuestro país, hace más de dos años, el trabajo de zapa y de disgregación realizado por los fascistas antes del levantamiento dio como resultado que olvidaran éste interés nacional muchos hombres y grupos que hubieran debido comprenderlo, en lugar de prestarse a ser los instrumentos de los que codiciaban las riquezas de nuestro país.

Pero hoy ya están perfectamente claros los fines que persigue el fascismo en la guerra de España. ¿Qué interés puede tener, por ejemplo, en la victoria de Franco un industrial que sienta el orgullo de su patria y que sabe que si triunfasen los invasores extranjeros quedaría su fábrica en manos de éstos, antes o después? ¿Qué interés puede tener un pequeño o mediano propietario agrícola que ahora mismo ve cómo los alemanes y los italianos se llevan el ganado y los principales productos, y comprende que el triunfo de Franco haría permanente esta situación? ¿Qué interés pueden tener los hombres de ideología católica en una victoria extranjera que abriría en España un sangriento período de persecuciones religiosas contra los católicos y contra la libertad de conciencia, como sucede ahora en Alemania?

Por eso asistimos hoy en nuestro país a un doble proceso. De un lado, la base en que se apoya Franco se reduce más cada día y sólo van quedando en ella los que son verdaderos enemigos del pueblo y nunca han querido a su patria; los que ponen por encima de todo sus privilegios de casta y temen la justicia del pueblo por los crímenes que contra él han cometido.

Y de otro lado se crea y fortalece una verdadera Unión Nacional.

La Unión Nacional no es una formación política o parlamentaria cualquiera: es el agrupamiento de todo el pueblo cuando están en peligro los bienes comunes, como son la independencia del país, la integridad territorial, la existencia misma de España como Estado. Por eso, cuando hablamos de unión nacional, nuestra mirada no se dirige sólo a los que en nuestro territorio deben estar unidos para cerrar el paso al invasor, sino especialmente a los del otro lado de las trincheras.

El fortalecimiento y la ampliación de la Unión Nacional coinciden con el renacimiento de una conciencia nacional en todos los españoles que no se han vendido al extranjero y esta conciencia coincide a su vez con la comprensión de los intereses de todos y cada uno de nosotros.

La clase obrera en el proceso de la Unión Nacional

En la Unión Nacional entran diferentes grupos sociales, diferentes partidos. Cada grupo social, cada partido que la integra hace los sacrificios necesarios para que pueda existir un bloque de fuerzas capaz de hacer retroceder al invasor, que es el enemigo de todos. Expresión de esta coincidencia de fines es el programa expresado en los trece puntos de la República, programa que debe realizarse, que debe aplicarse, ya que su aplicación -nosotros los comunistas, estamos completamente de acuerdo con quienes la piden- sólo puede servir para hacer más firme la unidad.

En este proceso de unión nacional la clase obrera no tiene, ni puede tener, un puesto secundario. Por el contrario, debe tener, y tiene, un lugar muy destacado, conforme ha mostrado hasta la evidencia nuestra propia guerra, en el curso de la cual la clase obrera ha asumido el papel fundamental en la creación del Ejército, en la producción, en el mantenimiento del orden, incluso cuando ha sido menester poner un freno a extremismos intempestivos.

Y yo pregunto: ¿es que este papel de la clase obrera debe inducir a recelos injustificados a otros grupos sociales? Evidentemente, no.

Este papel de la clase obrera es el que le corresponde por ser ella la que mejor comprende lo que es el fascismo, cuáles son los objetivos que persigue y cómo hay que unirse y luchar para hacerle retroceder y derrotarle. En los momentos difíciles, cuando el fascismo se esfuerza en despertar el interés egoísta de casta en la burguesía y cunde el derrotismo y la pequeña burguesía vacila, es el proletariado el que en seguida comprende cuál es el camino que debe seguirse.

“Por ser la clase obrera la espina dorsal de su pueblo -ha afirmado acertadamente el gran luchador antifascista, camarada Dimitrov-, por disponer de la inmensa ventaja que le otorga su papel decisivo en la producción del país, su fuerza numérica, su concentración y su organización, la clase obrera es él más seguro baluarte de la libertad y de la independencia del país. En la sociedad moderna, ella es la única clase que está armada con la ciencia más avanzada del marxismo-leninismo, de la gran doctrina de Marx, Engels, Lenin y Stalin que ilumina el camino de la lucha contra las fuerzas de la reacción, del fascismo y de la guerra.

Todo esto impone a la clase obrera una gran responsabilidad ante la historia. Para que pueda cumplir su papel de iniciadora, organizadora y dirigente del frente común de todas las fuerzas antifascistas del mundo, es preciso que tenga conciencia de su propia fuerza y que sepa utilizar esta inmensa fuerza para la unión de todas las masas laboriosas. Debe comprender profundamente la necesidad de situarse de un modo resuelto a la cabeza del movimiento popular contra el fascismo.”

Nada debe impedir la perfecta armonía entre la clase obrera y las demás fuerzas

La Unión Soviética, el gran País del Socialismo, el único país donde la clase obrera ha conquistado el poder, confirma, con hechos, estas afirmaciones de Dimitrov.

La posición firme y clara que desde el primer momento ha mantenido hacia la República española y hacia sus enemigos, la ayuda que tan generosamente nos ha prestado siempre, su posición firme ante las audacias del fascismo y su esfuerzo gigantesco para conservar la paz, en medio de tantas cobardías y claudicaciones, es la demostración más irrebatible de esta significación, de esta firmeza y de este papel de la clase obrera.

Pero este papel de guía de la clase obrera no significa, ni mucho menos, entiéndase bien, desprecio o desconsideración hacia las otras clases que participan en la empresa común y que tienen sus tareas y su responsabilidad.

Nada debe impedir que la perfecta armonía entre la clase obrera y las demás fuerzas, principalmente la pequeña burguesía, se mantenga en todo momento.

Es el enemigo, interesado en romper la unidad del pueblo, el que propala la falsedad de que mañana, pasado el peligro, comenzará una lucha de todos contra todos, de cada fuerza contra las demás.

Yo estoy seguro que la experiencia que se derivará de la actuación unida de hoy, lejos de caer en el vacío, creará una comprensión recíproca imperecedera, porque, vencido el fascismo, tendremos que seguir unidos para reconstruir nuestra patria, para hacer de España, sólo y exclusivamente, lo que quiera el pueblo español.

 

V

España es, sin duda, el país donde la unidad del pueblo es más firme. No obstante, creemos que esta unidad no es todavía la que necesitamos, si bien sería suficiente en otro país cualquiera. Si en Francia, por ejemplo, hubiese la unidad que existe entre nosotros, ni hubiese sido posible la vergüenza de Múnich ni la reacción se sentiría tan dispuesta a pretender destruir las conquistas de la clase obrera y de la democracia.

Necesitamos una unidad aún mejor

Nosotros necesitamos una unidad mejor; una unidad sin recelos, sin trampas, que esté basada en la satisfacción de cada uno de los partidos y organizaciones obreras y populares por la fortaleza y el afianzamiento, en progresión constante, de los demás. Una situación de unidad, en la que debiera ser un orgullo para un partido u organización cualquiera el que sus centros, sus locales, fueran visitados y frecuentados por los demás. ¡Cómo sucede ya en las fábricas o en los frentes!

Cuando nuestros soldados reciben, en las trincheras, la visita de los obreros de las fábricas, o de representaciones del Frente Popular; cuando nuestros obreros reciben en sus fábricas a las delegaciones de soldados del frente, es un día de alegría. Se guardan las mejores cosas para los visitantes, se cambian experiencias, se comunican mutuamente sus formas de trabajo o de lucha, sus dificultades y sus éxitos. La camaradería y la fraternidad, la unidad de todo el pueblo, reciben un poderoso impulso.

Una unidad de este tipo, llevada por todas partes, necesitamos para poder vencer.

Aún tenemos que atravesar días muy duros, porque el enemigo volverá a la ofensiva con una violencia aumentada.

Preparados para rechazar nuevos ataques

Para este nuevo ataque debemos estar muy preparados. Y no volver la vista a los frentes solamente en los momentos de peligro, sino ahora mismo, recordando que tenemos un Ejército al que hay que atender, dotándolo de las reservas necesarias y sacando los hombres de donde no deben estar, para llevarlos a él; un Ejército cuya disciplina y unidad hay que asegurar mejor, rechazando a los que con cualquier pretexto quieran resquebrajarla o pretendan enfrentar una parte del ejército contra otra. El ejército, todas las fuerzas armadas, fieles todas por igual a la República, no deben escuchar y obedecer más que una sola voz de mando: la del gobierno.

Dos años y medio de guerra han producido en nuestra economía grandes quebrantos. El abastecimiento de víveres y de material presenta todavía graves dificultades. Necesitamos, para hacer frente a la situación, concentrarnos en nuestros propios y abundantes recursos a fin de explotarlos y utilizarlos al máximo.

También en este terreno, la insuficiente unidad y la existencia de algunos particularismos, nos perjudican mucho. Es inconcebible, por ejemplo, que, a estas alturas, pueda existir una fábrica que estando en condiciones de producir, al máximo rendimiento, armas para nuestros soldados, sólo dé a éstos la mitad de lo que debiera, porque en ella sólo trabajan obreros y técnicos de una determinada significación y se entorpece la entrada de otros hombres capaces, que sólo se diferencian en sus concepciones. Además, existe cierta competencia entre diferentes organismos del Estado, que deberían colaborar estrechamente.

El gobierno acaba de decidir la centralización de todo el abastecimiento, tanto civil, como militar. Es un gran paso, aunque habrá que corregir sobre la marcha algunos detalles que dificultan su mejor realización práctica. Igual habrá que hacer con todos los recursos vitales del país y, en primer lugar, acabar de poner el mayor orden en toda la producción de guerra. Y en este camino, el gobierno no puede encontrar más que la ayuda de todos, sin que pueda entorpecer lo más mínimo cualquier pequeño interés particular.

Necesitamos esta unidad para poder irradiarla con mayor fuerza sobre los españoles de la zona invadida. No olvidemos nunca que media España se encuentra bajo el dominio de Franco y de los invasores, y que no es posible pensar en una victoria de nuestra parte sin la colaboración, en una fuerte proporción, de los patriotas del otro lado que odian al invasor y que quieren una España independiente.

Allí, como es sabido, la represión y el terror son espantosos. Para enfrentarse con este yugo, necesitan estar bien unidos. Aún no lo están, y por ello las contradicciones en el campo faccioso no aparecen con toda la fuerza que corresponde al descontento general existente. Y serán más audaces y más positivos en su unidad, si al mirar hacia nosotros, de quienes necesitan recibir ejemplo y ayuda, no aprecian ninguna discordia y ven sólo el bloque de granito de nuestra unidad.

Los obreros no persiguen en esta lucha un fin exclusivo

Hasta hoy hemos resistido todos los ataques del invasor. Y los seguiremos resistiendo con más seguridad cada vez. Pero ya no nos conformamos con resistir. Todos queremos preparar las condiciones que nos permitan pasar de la resistencia activa actual a las acciones ofensivas que puedan derrotar y expulsar de nuestro país a los invasores. La tarea es nueva y exige un grandioso esfuerzo, porque de él debe surgir la victoria. Este esfuerzo formidable sólo lo podremos cumplir satisfactoriamente con una unidad infinitamente más grande que la que existe en el momento actual.

Hay que conseguir esta unidad, cueste lo que cueste. A esta preocupación deben responder los esfuerzos de todos. Y como la unidad no puede tomarse en un sentido general, sino que comprende varios aspectos concretos, yo quiero, antes de terminar, desarrollar algunos de ellos.

Nuestro frente común está integrado por diferentes grupos sociales. Desde luego, entre nosotros no hay ni grandes capitalistas, ni grandes terratenientes, ni grandes banqueros. Estos grupos reaccionarios, o están con el enemigo o fueron despojados y castigados por su traición.

Pero hay obreros, hay campesinos, hay pequeña burguesía, burguesía media. De la clase obrera y de su papel ya se ha hablado antes. Los obreros no persiguen en esta lucha un fin exclusivo. Al defender sus intereses, su libertad, defienden también los de todos y cada uno de estos grupos.

La clase obrera está interesada en reforzar la unidad con todas estas capas sociales, sin las cuales no se puede obtener la victoria. Está interesada en conocer todas sus reivindicaciones y en procurar atender sus deseos.

¿Qué quieren, qué necesitan los grupos de la pequeña burguesía? Quieren una mayor libertad e iniciativa en el campo económico. Pues esta libertad se les puede y se les debe dar, sin regateos, cuidando sólo de que no atenten al principio de centralización de la vida económica en manos del Estado, a fin de que éste pueda obtener una utilización racional de todos los recursos del país.

La existencia de una pequeña industria y de un pequeño comercio al lado de una gran industria nacionalizada, no atenta a este principio de centralización, y puede funcionar, no sólo bajo la mirada vigilante del Estado, sino yendo más allá: con la ayuda del mismo Estado.

¿Qué quieren, qué necesitan nuestros campesinos? En primer lugar, necesitan tener plenamente garantizada -y esto ya se va consiguiendo- su voluntad de trabajar la tierra como les parezca, individual o colectivamente. Pero también quieren que, una vez atendidas las necesidades generales del Estado para el abastecimiento del Ejército y de la población civil, se les permita disponer libremente de los productos sobrantes.

La iniciativa individual ayudará al Estado a vencer muchas dificultades

El Estado no debe tener tampoco ninguna preocupación en conceder esta libertad. Por el contrario, debe tener interés en organizarla. Primero, porque el Estado, con su actual estructura y con las grandes dificultades con que tropieza, no puede organizar, como sería necesario, todo el mercado. Y en cambio, la iniciativa individual le ayudará a vencer muchas de estas dificultades.

Y segundo, porque permitiendo, con estos sobrantes, el mercado libre entre la ciudad y el campo -naturalmente con límites que no favorezcan la especulación (el Estado dispone de medios suficientes para conseguirlo)-, no sólo contenta y da satisfacción a los campesinos, sino que, además, llega a adquirir entre ellos una autoridad indestructible.

La unidad más estrecha con la pequeña burguesía, que juega un papel importantísimo en nuestra guerra -no hay que olvidarse nunca de la otra zona-, no puede conseguirse sólo a base de exaltaciones de la unidad ni de peticiones de sacrificios que, naturalmente, han de alcanzarla como a todos los demás. Situada como clase social, entre la burguesía y el proletariado, vacila con frecuencia, y a veces se deja impresionar excesivamente, y se inclina de un lado o de otro, según cree ver en peligro sus intereses. En nuestro país ha demostrado su odio contra el fascismo y la invasión extranjera, luchando abnegadamente junto a la clase obrera, con las armas en la mano. Es aliada de la clase obrera y con ella marcha. Y seguirá marchando y evitaremos cualquier vacilación en ella, si nos preocupamos más seriamente de sus intereses diversos y nos esforzamos por satisfacerlos, manteniéndolos dentro de los límites convenientes.

Garantizar la libertad de conciencia y de cultos

Asimismo, una mejor unidad exige la aplicación más decidida de la justa política del gobierno en lo que concierne a la libertad de conciencia y a la práctica del culto.

Tenemos todos un deber común: defender la patria invadida. Aceptado este deber, el derecho de pensar política o confesionalmente y de practicar este pensamiento o creencia, como uno quiera, debe ser sagrado e igual para todos. El católico, el protestante, el anticlerical o el ateo que luchan en las trincheras o trabajan en la retaguardia con idéntica abnegación y heroísmo, deben poder desarrollar su vida política o confesional con igual libertad.

No hace mucho tiempo, se celebró en Barcelona el entierro religioso de un teniente del Ejército. Los católicos vascos practican el culto sin que nadie les moleste. Éstos no deben considerarse hechos aislados o extraordinarios. Entierros, prácticas religiosas, funcionamiento de templos, siempre autorizados y controlados por los organismos competentes del Estado, ateniéndose a las normas establecidas, a fin de que no puedan convertirse en instrumentos de conspiración o de lucha contra la República y contra las libertades del pueblo como lo eran antes de la sublevación, pueden y deben practicarse con normalidad.

La República, la patria española, que pide el esfuerzo de todos sus hijos para garantizar su independencia, no puede menoscabar las libertades de nadie en tanto éstas no se dirijan contra la seguridad del Estado. Nosotros, ateos convencidos, aseguramos a todos los españoles católicos honrados que quieren como nosotros una patria libre e independiente, que encontrarán en nuestra conducta, y pensamos que en la de todos los demás, la mayor lealtad hacia ellos y hacia sus creencias.

Hoy adquiere un interés mayor que nunca la unidad entre los pueblos de España. Y la adquiere porque algunos traidores, entrelazados con hilos invisibles con los que quieren aniquilar nuestra independencia, arrecian en su labor criminal de querer provocar una separación entre Cataluña y el resto de España.

Bajo la máscara de un autonomismo que no es sino un separatismo reaccionario disfrazado, se trabaja en la sombra por concertar una paz por separado. Eso, nunca. Sería el triunfo de Franco y de los invasores.

¿Será necesario repetir una vez más que Cataluña no se puede salvar separada del resto de España, y que la libertad y la independencia de Cataluña están íntimamente, totalmente vinculadas a la libertad y a la independencia de todos los pueblos de España?

A los que de buena fe vienen llenos de optimismo, cuando hacen una salida por el extranjero, pensando en la posibilidad de una alianza con M. Daladier para “salvar Cataluña”, yo me permito recomendarles que despierten de ese sueño, si es que en verdad están dormidos, y que examinen serenamente si M. Daladier, que no ha dudado en traicionar a su propio pueblo, puede tener con respecto a Cataluña o al resto de España algún interés honrado.

No. Esa clase de separatismo es la traición y la derrota. En Checoslovaquia la desunión y los antagonismos entre los pueblos que la integraban han conducido a la derrota y al resurgimiento de la reacción, dirigida por Hitler.

España no es Checoslovaquia

Pero España no es Checoslovaquia. Y en Cataluña no puede haber sudetes. España resiste y vencerá con la unidad de sus hombres y de sus pueblos. El asegurar la unidad entre Cataluña y el resto de España, el buscar los medios que consigan un mejoramiento de sus relaciones, es la gran tarea que compete a todas las organizaciones populares, y fundamentalmente al gobierno de la República y al de la Generalidad de Cataluña.

No puede haber ningún terreno en el cual no se pueda colaborar abiertamente para afianzar esta unidad. Si es necesario establecer el método de relaciones o crear el organismo conveniente para que estas relaciones se desarrollen con normalidad, no hay que vacilar en hacerlo. Y de esta manera se logrará localizar a quienes están interesados en dificultar o en impedir esta unidad, y entonces se puede proceder contra ellos sin contemplaciones. El problema es entenderse y trabajar de acuerdo, porque la unidad de Cataluña con el resto de España es una condición vital para la victoria.

Quiero referirme, finalmente, a la unidad entre los diferentes partidos políticos y organizaciones sindicales.

El mejoramiento de las relaciones entre los partidos exige, ante todo, lo he dicho antes y lo repito, acabar radicalmente con los recelos. No es posible una buena unidad sin proceder con nobleza, con lealtad.

Y no es posible esta lealtad mientras no se acabe con el sistema de la lucha por las “posiciones”.

¿Adónde conduce la lucha por las “posiciones”? Forzosamente, a debilitar a los aliados, a crear en ellos disgusto, irritación, a levantar murallas en el camino de la unidad. No hay por qué atacar a nadie. Se equivoca el que crea fortalecerse atacando a un aliado, arrebatándole posiciones; porque al atacar al aliado se debilita el frente común, y, por lo tanto, se debilita él mismo. Hay que defender las posiciones de los aliados como propias, porque con ello defendemos nuestras posiciones y nuestros intereses. Con recelo, preocupándose sólo de sí uno crece más deprisa que otro, no marchamos hacia la victoria.

Todos los sacrificios en beneficio de la República democrática

Y al hablar de recelos, voy a permitirme examinar un poco el que existe contra el Partido Comunista.

¿Por qué este recelo? La República democrática, la causa de la independencia de España, podrá encontrar en los otros partidos y organizaciones iguales defensores que nosotros; mejores, no.

Se podrá, quizás, igualarnos en el esfuerzo de perfeccionar nuestro Ejército popular. Superarnos en las aportaciones para su creación y desarrollo, tampoco. Desde el primer momento, nos hemos impuesto, voluntariamente, todos los sacrificios, en beneficio de la República democrática y de su causa.

Si nuestros hombres, con esta línea de conducta que desde el principio les hemos trazado, han ganado a pulso sus puestos, no creemos pueda ser motivo de recelo, porque nuestros camaradas son tan españoles como los demás, hijos del pueblo como los demás, y desde su puesto defienden y obedecen a su pueblo y a su gobierno.

¿Quién tiene algo que temer del desarrollo del Partido Comunista? No serán los obreros, ni los campesinos, ni la pequeña burguesía, ni los intelectuales, que son las clases de las que se nutre nuestro partido y cuyos intereses defiende. Sólo pueden temerlo Franco, Hitler, Mussolini y todos los reaccionarios de España y del mundo.

No se debe olvidar que toda la lucha contra las libertades y por la esclavización de los pueblos se libra por los reaccionarios y los fascistas de todos los países, bajo la bandera de la lucha contra el comunismo. La primera medida que Hitler impuso al comenzar a invadir Checoslovaquia fue la disolución del Partido Comunista checo. Lo que ahora quieren conseguir los fascistas alemanes e italianos y los reaccionarios de Francia e Inglaterra, a través del señor Daladier, es la disolución del Partido Comunista de Francia.

También quisieran que en España desapareciera el Partido Comunista, o, por lo menos, aislarle de las demás fuerzas antifascistas y del pueblo. Si esto llegase a ocurrir, ¡que no ocurrirá!, sería el primer paso hacia su victoria. Todas las preocupaciones de los enemigos del exterior son las posiciones del Partido Comunista de España.

Con la unidad del pueblo español triunfará, frente a los invasores, la bandera del Frente Popular

La reacción y el fascismo saben que en el Partido Comunista encuentran su peor enemigo. Nosotros nos sentimos satisfechos de esta distinción que nos hacen, la única que admitiremos, y queremos advertir, una vez más que, si todavía hay quien puede pensar que sin el Partido Comunista se puede ganar la guerra, debe salir de su error, porque está profundamente equivocado.

Sin los comunistas no se puede ganar la guerra en España. Y al hacer esta afirmación, no me refiero hoy concretamente a la colaboración ministerial, sino a la participación de los comunistas en todos los puestos de lucha y de trabajo.

Con los comunistas y todas las demás fuerzas del pueblo, sí. Con el Frente Popular hemos resistido y con él venceremos.

Nosotros no permitiremos que se desprecie o no se tenga en cuenta a cualquier fuerza, por pequeña que sea, que esté dispuesta a luchar contra la invasión extranjera. La unidad ha sido siempre y continúa siendo nuestra bandera de lucha.

Bajo la bandera del Frente Popular marchan unidas todas las fuerzas democráticas de nuestro país.

La existencia y la fuerza del Frente Popular permitirán que se realice, en la lucha contra el invasor, la unidad de todo el pueblo.

Bajo está bandera, triunfará la República española, abriendo a todos los pueblos caminos de paz y de bienestar.

Y es esta experiencia aleccionadora, de unidad, de resistencia y de lucha, la que España ofrece a todos los pueblos del mundo, y muy especialmente, a los pueblos hermanos de Hispanoamérica. (Gran ovación.)