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Daniel Guérin

 

Rosa Luxemburg y la espontaneidad revolucionaria

 

 

PRIMERA PARTE:

LOS HECHOS

 


Primera vez publicado: En 19 , en idioma frances.
Versión al castellano: Primera vez publicado en castellano en  .
Fuente de la presente edicion: Daniel Guerin, Rosa Luxemburg y a espontaneidad revolucionaria.  Ediciones Anarres, Coleccion Utopia Libertaria, Buenos Aires - Argentina, s/f.  ISBN: 987-20875-1-2. Disponible en forma digital en: http://www.quijotelibros.com.ar/anarres.htm
Esta edición: marxists.org, 
Derechos: © Anarres.  "La reproducción de este libro, a través de medios ópticos, electrónicos, químicos, fotográficos o de fotocopias son permitidos y alentados por los editores."


 

CAPÍTULO II

ROSA Y LA HUELGA DE MASAS

 

Hasta ahora hemos enfocado el problema de la espontaneidad revolucionaria en sus aspectos más generales y abstractos. Falta analizar más de cerca el medio de acción que, para Rosa, constituía el vehículo más auténtico y eficiente de la espontaneidad: lo que ella llamaba la huelga de masas.

 

ORÍGENES DE LA HUELGA “POLÍTICA”

Por opuestos que hayan sido a los libertarios, por atascados que hayan estado en el cenagal del parlamentarismo, los teorizadores de la socialdemocracia alemana percibieron tempranamente la importancia de la huelga llamada política. Habían tenido ante sus ojos, además del recuerdo del cartismo británico, las memorables experiencias de las dos huelgas generales belgas victoriosas, de mayo de 1891 y abril de 1893, realizadas en procura del sufragio universal. Poco después de la segunda de ellas, Eduard Bernstein publicó un artículo en el Neue Zeit sobre “la huelga como medio de lucha política”. En ese artículo consideraba la huelga del tipo belga como un arma útil para la lucha política, pero, de todos modos, no debía ser utilizada sino en casos excepcionales. Cuando el descontento popular es suficientemente profundo, la huelga política puede llegar a tener los mismos efectos que en otros tiempos tuvieron las barricadas. Pero requería un proletariado educado y “buenas” organizaciones obreras, que fueran lo bastante fuertes como para ejercer influencia sobre los no organizados. “Una huelga así, conducida en forma prudente y enérgica puede, en un momento decisivo, hacer inclinar la balanza a favor de las clases laboriosas”. Convenía preconizarla sobre todo en los países donde todavía subsistían restricciones al sufragio universal. A pesar de todas esas timoratas reservas, Bernstein no dejaba de admitir el principio de la “lucha extraparlamentaria”, mediante la huelga llamada “política ”[1].

Kautsky, en el Congreso Socialista Internacional de 1893, presentó un informe en el mismo sentido.

Más tarde, Alexandre Helphand, conocido por Parvus, israelita ruso incorporado a la socialdemocracia alemana, marxista original y audaz, publicó también en el Neue Zeit un estudio más revolucionario que el de Bernstein, con el título de Golpe de estado y huelga política de masas. Su lectura hace pensar en un anticipo del “Mayo 68” francés. “La huelga política de masas –dice– se diferencia de las otras huelgas por el hecho de que su finalidad no es la conquista de mej ores condiciones de trabajo, sus objetivos son producir cambios políticos concretos. No ataca, pues, a los capitalistas individuales, sino a los gobiernos. ¿Cómo puede afectar a un gobierno una huelga de ese tipo? Le afecta por el hecho de que se produce el desquiciamiento del orden económico de la sociedad [...]. Las clases medias son arrastradas a una comunidad de sufrimientos. La irritación crece. El gobierno está tanto más desconcertado cuanto la huelga se extiende a multitudes crecientes y prolonga su duración. ¿Cuánto tiempo podría aguantar un gobierno bajo la presión de un paro masivo y en medio de una fermentación generalizada?

Eso depende de la intensidad de la exasperación, de la actitud del ejército, etcétera. [...]. Si a la larga es difícil prolongar una huelga de masas, más difícil aimn es para el gobierno poner fin a un movimiento generalizado de protesta política”. El gobierno ya no podría llevar a la capital tantas tropas como en los tiempos de las barricadas. El movimiento se desarrollaría en provincias con una fuerza desconocida hasta entonces. “Cuanto más se prolongue la huelga de masas y la descomposición alcance a la totalidad del país, tanto más la moral del ejército se torna insegura, etcétera.”[2]

En Francia entra en la liza el socialdemócrata Jaurès. Ad- mite en dos artículos que una huelga general política podría ser fecunda. Pero rodea esta toma de posición de toda clase de salvedades, exageradamente pesimistas, a las cuales, sin embargo, las secuelas de mayo-junio de 1968 les otorgan alguna actualidad: “Los partidarios de la huelga general están obligados a triunfar en el primer intento. Si una huelga general [...] fracasa, habrá dejado en pie al sistema capitalista, pero lo habrá armado de un implacable furor. El miedo de los dirigentes y aun de gran parte de la masa dará rienda suelta a largos años de reacción. Durante mucho tiempo el proletariado quedará desarmado, aplastado, encadenado [...]. La sociedad burguesa y la propiedad individual [...] hallarán los medios de defenderse, de reagrupar poco a poco, en medio mismo del desorden y las dificultades de la vida económica trastornada, las fuerzas de la conservación y la reacción”. Surgirán, por la práctica de deportes y el entrenamiento militar, milicias contrarrevolucionarias. “Tenderos exasperados serían capaces hasta de una acción física muy vigorosa”. Sin embargo, admite, la huelga general, aunque no triunfara, “sería una formidable advertencia para las clases privilegiadas, una sorda amenaza que atestigua el desorden orgánico que sólo una gran transformación puede curar”[3].

 

LA HUELGA DE MASAS OFICIALIZADA

Al año siguiente, en Neue Zeit, Rosa Luxemburg aborda por primera vez el problema de la huelga general. Se manifiesta a su favor, a condición, sin embargo, de que sea solamente circunstancial y bautizada “huelga política de masas”, para diferenciar la de la huelga general llamada anarquista. Rosa hace suyas algunas críticas de la socialdemocracia contra esta última concepción, pero agrega: “Hasta aquí y no más lejos alcanzan los argumentos tan frecuentemente expuestos por la socialdemocracia contra la huelga general”. Rechaza categóricamente “la brillante estocada del viejo Liebknecht” contra toda forma de huelga general, sobre todo “la afirmación de que la realización de una huelga general tiene por condición previa cierto nivel de organización y de educación del proletariado que convertiría en superflua a la misma, y la toma del poder político por la clase obrera, en cambio, indiscutible e inevitable”.

Rosa comprende que esa pretendida condición previa organizativa y de educación de las masas obreras, en realidad, disimula una opción reformista y parlamentaria: la exclusión de la violencia como medio de lucha y el miedo a la represión. Sin embargo, todo el Estado capitalista está basado en la violencia. La legalidad burguesa y el parlamentarismo no son más que una pantalla que disimula la violencia política de la burguesía. “Mientras las clases gobernantes se apoyan en la violencia [...] ¿Sólo el proletariado debería renunciar a su uso en la lucha contra esas clases de antemano y de una vez para siempre? Eso sería abandonar el campo a la dominación ilimitada de la violencia reaccionaria”[4].

Rosa tenía que librar una dura batalla. La huelga política de masas espantaba al partido socialista al mismo tiempo que a la confederación sindical. Al primero porque estaba prendido exclusivamente a las virtudes del “cretinismo parlamentario” y veía en la acción directa una amenaza contra el legalismo que tanto amaba; la segunda porque no quería por nada del mundo afrontar riesgos, poner en peligro la prosperidad y la estabilidad de la organización sindical, vaciar sus arcas tan bien repletas, conceder a los inorganizados, esos indignos, atribuciones que pudieran atentar contra el sacrosanto monopolio de los organizados. Además, la legislación imperial castigaba severamente las huelgas (penas de prisión y aun de trabajos forzados para los huelguistas) y el poderoso ejército alemán estaba siempre listo para intervenir en los conflictos laborales[5].

A pesar de todo, Rosa gozó por un tiempo, en su defensa de la huelga política, del nada despreciable apoyo del teórico de la socialdemocracia, adversario del revisionismo, Karl Kautsky. Al menos en principio, éste admitía por entonces que el arma del sufragio universal no bastaría para derrotar al enemigo de clase y que, llegado el momento, sería necesario agregar la acción directa, la huelga generalizada. En el congreso de Dresde de 1903, no había dudado en apoyar con su voto la moción anarquizante del doctor Friedeberg a favor de la huelga general que, a pesar de ese apoyo, fue rechazada por una aplastante mayoría. En el congreso de Bremen, en 1904, Kautsky se hizo nuevamente el abogado de la huelga general, junto con Karl Liebknecht y Clara Zetkin, pero tampoco en esa ocasión pudo ganar la causa[6].

El congreso socialista internacional de Amsterdam, en 1904, dedicó un debate bastante largo a la cuestión de la huelga política. Habiéndose rechazado una vez más una moción del doctor Friedeberg, se adoptó una resolución de compromiso propuesta por el partido socialista de Holanda, con el apoyo de una enorme mayoría. Ésta acordaba a los reformistas que “las condiciones necesarias para el éxito de una huelga de gran envergadura son una fuerte organización y una disciplina voluntaria del proletariado”, y a los antirrevisionistas que era “posible” que una huelga que abarcara amplios sectores de la vida económica “resultara ser el mejor medio para realizar cambios sociales de gran importancia”, pero la huelga política de masas quedaba prudentemente remitida a un porvenir más o menos lejano, “si ésta resultara un día útil y necesaria”[7].

Mientras la socialdemocracia alemana se enredaba en esas discusiones académicas, en Rusia la lucha de clases ponía bruscamente al orden del día la huelga general. León Trotsky, residente entonces en Munich, apoyándose en la experiencia de lo que habían sido “los impetuosos movimientos huelguísticos de 1903”, llegaba, por su parte, “a la conclusión de que el zarismo sería volteado por la huelga general a partir de la cual se multiplicarían las acciones abiertamente revolucionarias”. Esta opinión era también la de Parvus, a quien Trotsky acababa de conocer. Parvus ya había desarrollado esa tesis en un artículo de agosto de 1904 y escribió el prefacio para el folleto de su nuevo amigo hacia fines del mismo año. Sostenía en ese escrito que el arma decisiva de la inminente revolución sería la huelga general[8].

Mientras, en el congreso de los sindicatos alemanes, en Colonia, mayo de 1905, la huelga política de masas era amalgamada con la huelga general anarquista y ambas tratadas indistintamente como “la cuerda que se pasa en torno del cuello de la clase obrera” para estrangularla. Rosa Luxemburg, tomando el contrapunto de tales tristes razonamientos, exaltaba “este método de lucha, que halló en Rusia una aplicación inesperada y grandiosa, sería una lección y un ejemplo para todo el mundo del trabajo”[9].

En el congreso de la socialdemocracia, en Jena, setiembre de 1905, Rosa se hizo la ardiente defensora de la huelga política de masas: “Cuando se escuchan los discursos pronunciados aquí en los debates [...], uno debe agarrarse la cabeza y preguntarse: ¿Vivimos verdaderamente en el año de la gloriosa revolución rusa? [...]. Ustedes leen a diario las noticias de la revolución [...], pero parece que no tienen ojos para ver ni oídos para escuchar [...]. Tenemos ante nosotros la revolución rusa, y seríamos unos asnos si nada aprendiéramos de ella”.

Algunas semanas más tarde agregaba en un artículo: “No hace tanto tiempo que se consideraba ese medio (la huelga de masas) como algo completamente extraño a las luchas proletarias y socialistas, como algo vacío de todo contenido y acerca de lo cual era inútil discutir. Ahora sentimos que la huelga general no es un concepto inerte, sino un fragmento vivo de la batalla. ¿Qué es lo que produjo tan brusco viraje? La revolución rusa [...]. Ahora se ve claramente bajo qué formas se lleva a cabo la violenta lucha por la abolición del absolutismo. La puesta en práctica de la huelga de masas en la revolución rusa dio resultados tales que produjeron un viraje en nuestra apreciación del tema”.

La ardiente convicción de Rosa logró conmover el inmovilismo del viejo líder centrista del partido, August Bebel, y éste no se opuso a la adopción de una resolución en la que, a través de toda clase de restricciones, no dejaba de declararse que, en circunstancias dadas, un amplio recurso a la huelga de masas podía ser un medio eficaz de lucha. A pesar de lo que ella llamaba “simplezas” de Bebel, no dejó de considerar la aprobación de ese texto como una relativa victoria. Durante los años siguientes Rosa debería referirse a él constantemente para reprochar a la socialdemocracia su infidelidad a la resolución de Jena, su repulsión por la acción directa[10].

Cuando en el congreso siguiente, Mannheim, 1906, el líder de los sindicatos, Legien, cargó a fondo durante una hora entera contra la revolución del año anterior y sus supuestos defectos, Rosa le contestó, ubicándose hábilmente en su propio terreno, el de la defensa del movimiento sindical: “Evidentemente, usted no tiene la menor idea del hecho de que el poderoso movimiento sindical ruso es un hijo de la revolución [...] nacido en la lucha”[11].

 

CONTAGIO DEL EJEMPLO RUSO

Mientras, Rosa había vuelto a su país natal, en plena ebullición revolucionaria, donde participó en la insurrección de Varsovia. De este viaje resultó su brillante folleto Huelga de masas, partido y sindicatos, cuyo principal objetivo era fustigar el movimiento alemán, su estrechez de miras, su burocratismo, su confesada necesidad de reposo, su temor a los riesgos y, por vía de consecuencia, la repugnancia que le inspiraba la huelga de masas. Rosa le enrostra de frente, hacía revivir ante sus ojos la quemante lección de los hechos que acababa de ser la revolución rusa de 1905. Pero su demostración llegaba todavía más lejos. Hacía saltar en pedazos la tradicional actitud de la socialdemocracia internacional en relación con la huelga de masas, encerrada desde Engels en un demasiado simplista dilema: o el proletariado es todavía débil desde el punto de vista organizativo y de recursos –entonces no puede arriesgarse a una huelga general–, o ya está lo bastante poderosamente organizado –entonces no necesita del rodeo de la huelga general para lograr sus fines–[12].

Rosa sostenía en cambio que: “La revolución rusa sometió ese argumento a una revisión fundamental; por primera vez en la historia de la lucha de clases realizó grandiosamente la idea de la huelga de masas [...], inaugurando así una nueva época en la evolución del movimiento obrero [...]. La huelga de masas, anteriormente combatida como contraria a la acción política del proletariado, aparece hoy en día como el arma más potente de la lucha política”. Rosa, con un optimismo un tanto excesivo, que contrasta con juicios más ponderados de fines de 1905, respecto del texto arrancado en Jena sostiene que: “en la resolución de Jena la socialdemocracia asumió oficialmente la profunda transformación realizada por la revolución rusa” y “manifestó su capacidad de evolución revolucionaria, de adaptación a las nuevas exigencias de la fase por venir de las luchas de clases”.

Pero la huelga de masas no es algo sobre lo que se diserta, sino que se hace. ¡Basta de “gimnasia cerebral abstracta sobre su posibilidad o imposibilidad! ¡Basta de “esquemas prefabricados”! El esquema teórico que con respecto a ello se ha hecho en Alemania “no se corresponde con ninguna realidad”. Rosa emprende la descripción de los mil aspectos concretos que la huelga de masas tomó espontáneamente en la revolución rusa. “No existe ningún país donde se haya pensado tan poco en propagar, ni aun discutir la huelga de masas como en Rusia”. Sin embargo surgió, sin planes previos, como un torrente irresistible. “La huelga de masas, tal como nos la muestra la revolución rusa es un fenómeno [...] móvil. Su campo de aplicación, su fuerza de acción, los factores de su desencadenamiento, se transforman constantemente. Repentinamente le abre a la revolución vastas perspectivas nuevas, en el momento que ésta parece sumergida en un marasmo. La huelga de masas puede negarse a funcionar en el momento que se cree poder contar con ella con la mayor seguridad”.

¡Que no se vaya a distinguir, como hacen algunos pedantes teorizadores, entre “lucha económica” y “lucha política”! Tales disecciones no permiten ver el fenómeno viviente, sino sólo un “cadáver”. Lejos de diferenciarse o de excluirse, ambos factores “constituyen en un período de huelga de masas dos aspectos complementarios de la lucha de clases del proletariado”.

Rosa insiste, al dirigirse a la socialdemocracia alemana, en el papel de los inorganizados en una gran batalla de clases, papel generalmente subestimado: “El plan que tendiera a emprender una huelga de masas (... ) con la sola ayuda de los obreros organizados sería totalmente ilusorio”. Sería condenarse a la nada. “Cuando la situación en Alemania haya alcanzado el grado de madurez necesario [...], los sectores actualmente más atrasados y desorganizados se integrarán naturalmente en la lucha como el elemento más fogoso y radical”. Y concluye: “De esta manera, la huelga de masas no aparece como un producto específicamente ruso del absolutismo, sino como una forma universal de la lucha de clases proletaria”[13].

 

RESISTENCIAS DE LA SOCIALDEMOCRACIA

Durante los años siguientes, la socialdemocracia, lejos de confirmar las previsiones y de escuchar las exhortaciones de Rosa, le volvió la espalda con mayor desdén aimn a la huelga “política” de masas. Una vez disipado el contagio que más o menos había ejercido sobre el proletariado alemán la revolución rusa de 1905, el arma de la huelga de masas fue remitida al depósito de accesorios del que había salido en ocasión del congreso de Jena con toda clase de reservas, de “si” y de “pero”. Kautsky mismo dio media vuelta. Ya no sería un aliado de su antigua compañera de luchas, sino un adversario. En una carta a un amigo, Rosa evoca amargamente el folleto que ella había redactado en 1906 en el que, dice, había tratado “las mismas cuestiones que agita ahora Kautsky”, y agregaba: “Parece que ni siquiera nuestros mejores han digerido en lo más mínimo las lecciones de la revolución rusa”.

Siempre preparado para sacar partido de la autoridad de sus papas, Kautsky invoca ahora el famoso testamento legalista de Engels contra la consigna de la huelga de masas[14].

El motivo de la discordia fue, en 1910, la impugnación por la socialdemocracia del escandaloso régimen electoral imperante en Prusia. Benedikt Kautsky, uno de los hijos de Karl, ha resumido, en un “esbozo biográfico” de Rosa Luxemburg, “el absurdo de un sistema electoral que no otorga al partido más poderoso del imperio sino siete asientos en el Landtag de Prusia. Una democratización de ese sistema no sólo hubiera destronado a los verdugos, sino también dificultado su alianza con el gran capital. Por eso el gobierno prusiano se negó a cualquier concesión. La socialdemocracia estaba entonces en la alternativa de entrar en conflicto abierto con el poder, o renunciar por un tiempo a sus reivindicaciones. La dirección del partido, con pena, optó por la segunda solución. Rosa consideró su deber pronunciarse por la primera. En efecto, ella creía haber hallado el medio de acción que permitiría la victoria: la huelga de masas”.

Y el buen hijo consideró su deber tomar la defensa de su papá: “Era un grueso error el comparar un zarismo débil y combatido por todas las clases sociales con el gobierno alemán, bien organizado, armado hasta los dientes y sostenido por los estratos preponderantes de la aristocracia, la burguesía y el campesinado. Su conflicto con Kautsky respecto de eso no se refería a una cuestión de audacia o de cobardía política, sino que resultaba de un error en la apreciación de las relaciones de fuerzas por parte de Rosa Luxemburg”[15].

Rosa replicó los argumentos de Kautsky con la famosa resolución de Jena que, aseguraba ella, “había tomado oficialmente del arsenal de la revolución rusa la huelga de masas como medio de lucha política y la había incorporado a la táctica de la socialdemocracia [...]. Era, por tanto, el espíritu de la revolución rusa el que dominaba las sesiones de nuestro partido en Jena. Cuando ahora Kautsky atribuye el papel desempeñado por la huelga de masas en la revolución rusa a la situación atrasada de Rusia, construyendo así un contraste entre la Rusia revolucionaria y una Europa occidental parlamentaria, cuando nos pone en guardia insistentemente contra los ejemplos y los métodos de la revolución, cuando llega, mediante alusiones, a inscribir la derrota del proletariado ruso en el pasivo de la grandiosa huelga de masas a cuya salida, pretende, el proletariado ruso sólo podía terminar agotado”, entonces la adopción de la huelga de masas por la socialdemocracia alemana, cinco años antes, según el modelo ruso “aparece evidentemente como una inconcebible confusión [...]. La actual teoría del camarada Kautsky es de hecho una revisión de pies a cabeza [...] de las resoluciones de Jena”.

Al proseguir su demostración, Rosa sostenía: “Precisamente, el aislamiento político del proletariado en Alemania, invocado por Kautsky, el hecho de que el conjunto de la burguesía, incluida la pequeña burguesía, se yergue como un muro detrás del gobierno, es de donde se deduce la conclusión de que toda gran lucha política contra el gobierno se convierte en una lucha contra la burguesía, contra la explotación capitalista [...], que en adelante toda acción revolucionaria en Alemania no tomará la forma parlamentaria del liberalismo ni la antigua forma de lucha revolucionaria pequeñoburguesa (... ), sino la forma proletaria clásica, la huelga de masas”.

La ruda polemista se tornaba cada vez más áspera: “Si al menos hubieran sido sólo los jefes sindicales quienes tomaron abiertamente partido, en la más reciente campaña por el derecho electoral, en contra de la consigna de la huelga de masas, eso hubiera aclarado la situación y contribuido a fortalecer la crítica en el seno de las masas. Pero que ellos (esos bonzos) ni hayan tenido necesidad de intervenir, que haya sido fundamentalmente por medio del partido y a través de su aparato como ellos pudieron arrojar en la balanza toda la autoridad de la socialdemocracia para frenar la acción de las masas, eso es lo que paró en seco la campaña por el sufragio universal. En esta operación el camarada Kautsky no hizo más que componer la música teórica”[16].

Los círculos dirigentes del partido y sobre todo de los sindicatos llegaron hasta impedir que la cuestión de la huelga de masas fuera objeto de discusiones públicas en el curso de la campaña legalista por el sufragio universal en Prusia. Temían, en efecto, que bastara hablar de la huelga de masas en los mitines o en la prensa para que una huelga de esa naturaleza “estallara en la misma noche”. Evocar el asunto ya era para ellos “jugar con fuego”[17].

En vísperas de la guerra mundial, cuya proximidad presentía, Rosa Luxemburg, renovó sus llamados, esta vez patéticos, a favor de la huelga de masas. Además de la necesidad de proseguir constantemente la lucha por el sufragio universal en Prusia y por la defensa de los intereses obreros, la nueva época del imperialismo y del militarismo, los temibles progresos de las fuerzas bélicas, el peligro de guerra permanente, “nos colocan, escribía, frente a nuevas tareas que no podemos afrontar sólo con el parlamentarismo, con el viejo aparato y la vieja rutina. Nuestro partido debe aprender a poner en obra y a dirigir, llegado el momento, acciones de masas”. ¿No admitía el mismo Kautsky que en cierta manera se estaba viviendo “sobre un volcán”? “Y en esa situación, exclama Rosa, Kautsky no se asigna otra misión que la de tratar de putschistas a los que tratan de conferir a la socialdemocracia mayor peso y efectividad, que quieren arrancarla de la rutina”. En el congreso de Jena de 1913, donde Rosa había abogado nuevamente por la huelga de masas, esta vez contra Scheidemann, el odioso personaje le enrostró su “irresponsabilidad” y su “falta de escrúpulos”, mientras Ebert, que presidía, llamaba groseramente al orden a la fogosa oradora[18]. Ya se había convertido en el blanco de los dos traidores que, luego de detentar el poder, aprovechando en su beneficio la revolución alemana de 1918, la dejarían, o la harían asesinar.

NOTAS

[1] Eduard Bernstein, “Die Strike als politisches Kampsfmittel”, Neue Zeit, 1893- 1894, pp. 689-695.

[2] Parvus (seudónimo de Alejandre. Israel Helphand), “Staatsstreich und politischer Massenstrike”, Neue Zeit, 1895-1896, II, pp. 362-392.

[3] Jean Jaurès, La Petite République, 29 de agosto al 19 de setiembre de 1901, en Hubert Lagardelle, La Grève générale et le socialisme. Enquéte internationale, 1905, pp. 102-112.

[4] G. S., pp. 31-32, 36-37, 41.

[5] Fue en vano que en el congreso socialista internacional de 1904 un socialista libertario, el Dr. R. Friedeberg, sugiriera que, justamente por esa razón, los sindicatos den a sus miembros una formación antimilitarista, como lo hacía la C.G.T. francesa. R. F., Parlamentarismus und Generalstriek, Berlín, agosto de 1904, pp. 29-30.

[6] Lagardelle, cit., pp. 217, 235-252, 282-283, 292, 302, 306.

[7] Friedeberg, cit.; Robert Brécy, La Grève générale en France, 1969, p. 72; Sixième Congres international tenis à Amsterdam du 14 au 20 aout 1904, compte rendu analitique, Bruselas, 1904; pp. 45-58.

[8] Trotsky, Antes del 9 de enero, folleto, 1905, con prefacio de Parvus, Sochineniya, col. II, libro I, Moscú, 1926-1927; Zeman y Scharlau, The merchant of revolution (vida de Parvus), Londres, 1965, pp. 66-68, 76-78, 87, 89.

[9] G. W., IV, p. 395. Ver en ésta, “Documento Nº 5”.

[10] Discurso en el congreso de Jena de la socialdemocracia, 1905, G. W., IV, pp. 396-397; Protokol... (del congreso de Jena), 1905; artículo del 7 de noviembre de 1905, G. W., IV, pp. 398-402; cartas de R. L. de setiembre-octubre de 1905, en J. P. Nettl, Rosa Luxemburg, 1966, I, p. 307.

[11] Gegen das Abwiegeln, discurso en el congreso de la socialdemocracia en Mannheim, 1906, G. W., IV, p. 480-481.

[12] Resumido por Rosa de una página de un folleto de Engels de 1873. Mucho más tarde, en la extrema vejez, Engels escribiría un prefacio a La lucha de clases en Francia, bautizado por los socialdemócratas alemanes como su “testamento”, donde decía idílicamente: “Nosotros prosperamos mucho mejor por los medios legales que por los medios ilegales y los trastornos [...]. Con esta legalidad nos formamos músculos fuertes y mejillas rubicundas y respiramos la juventud eterna”. G. M., p. 93; Friedrich Engels, Die Bakunisten an der Arbeit, 1873.

[13] G. M., passim.

[14] Carta a Konrad Haenisch, 8-11-1910 en Briefe..., cit., p. 27; G. W., p. 546.

[15] Esbozo biográfico de Benedikt Kautsky, en Briefe..., cit., pp. 218-220.

[16] G. W., IV, pp. 556-593.

[17] G. W., IV, pp. 609-611.

[18] Ibid., pp. 643, 650, 670-671, 661, 679-681.