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Daniel Guérin

 

Rosa Luxemburg y la espontaneidad revolucionaria

 

PRIMERA PARTE:

LOS HECHOS

 


Primera vez publicado: En 19 , en idioma frances.
Versión al castellano: Primera vez publicado en castellano en  .
Fuente de la presente edicion: Daniel Guerin, Rosa Luxemburg y a espontaneidad revolucionaria.  Ediciones Anarres, Coleccion Utopia Libertaria, Buenos Aires - Argentina, s/f.  ISBN: 987-20875-1-2. Disponible en forma digital en: http://www.quijotelibros.com.ar/anarres.htm
Esta edición: marxists.org, 
Derechos: © Anarres.  "La reproducción de este libro, a través de medios ópticos, electrónicos, químicos, fotográficos o de fotocopias son permitidos y alentados por los editores."


 

 

CONCLUSIONES

 

ROSA ENVUELTA EN CONTRADICCIONES

Esos extraños virajes, esas sorprendentes fluctuaciones traicionaban la confusión en la que se hallaba Rosa, prisionera de su partido, con respecto a la huelga general, a la que alternativamente se plegaba o rechazaba por anarquista. Hemos visto que, de hecho, su concepción de la huelga de masas, tal como la había extraído de la revolución rusa se aproximaba mucho a la de huelga general, término éste que por momentos no dejaba de emplear juntamente con el de “huelga de masas”.

Durante mucho tiempo, a lo largo de casi toda su vida, la obra teórica de Rosa Luxemburg fue vacilante e inconsecuente, porque le costó mucho liberarse de la presión del medio socialdemócrata alemán, donde había decidido militar y en el que trató de mantenerse a cualquier precio. Así fue casi hasta el fin, a pesar de los desacuerdos que la alejaban y de las decepciones y las afrentas allí recibidas.

En la biografía de su amiga, Enriette Roland-Holst ha subrayado que su concepción de una actividad política libre y espontánea de las masas tenía algo de “sindicalista”, aunque ella nunca quiso admitirlo. Aun cuando resolvió separarse del partido al que había pertenecido durante tanto tiempo, agrega la biógrafa, permaneció psíquicamente ligada a él. Nunca pudo librarse totalmente de cierto concepto de la organización y la centralización impuestas desde arriba que le había sido inculcado. Desde este punto de vista, Kurt Eisner y Gustav Landauer, estima Roland-Holst, tuvieron miras más amplias. Ellos trataron, a través de la comuna de Munich en 1919, de realizar un socialismo que no siguiera ciegamente al modelo ruso, buscando una vía impregnada de la noción de actividad autónoma de los individuos y los grupos[1].

Digamos, para terminar, que sobre la obra de Rosa Luxemburg pesan numerosos mal entendidos y contradicciones. No por ello deja de poseer el inmenso mérito de haber rebatido las concepciones organizativas autoritarias de Lenin y tratado de arrancar a la socialdemocracia alemana de su legalismo reformista. Insistió como ningún marxista lo había hecho antes que ella en la prioridad determinante de la autoactividad de las masas. En cuanto a este último punto, Trotsky le rindió un brillante homenaje2. No cabe duda, por otra parte, que su inspiración influyó sobre el vencedor de Octubre, en sus obras consagradas al movimiento de masas en las revoluciones rusas de 1905 y 1917.

Pero esa genial percepción tuvo sus límites: la incapacidad de Rosa para construir una justa síntesis entre la espontaneidad y la conciencia, o más exactamente, determinar qué clase de elite obrera estaría en condiciones de acceder a la conciencia y hacer que el proletariado se beneficiara con ello. En dos artículos, en vísperas de su muerte, sólo pudo esbozar una breve e insuficiente indicación.

Lo que hubiera necesitado el movimiento espartaquista, lo que le había faltado, era una dirección emanada de las masas y elegida por las masas. Hubiera sido necesario que los obreros revolucionarios erigieran organismos dirigentes en condiciones de guiar y utilizar la energía combativa de las masas.

¿Qué “dirección”? En todo caso, no la del partido comunista, originado en Espartaco, puesto que, según Rosa, hubiera sido entonces una “ausencia de dirección”[3].

El problema planteado por Rosa no ha tenido todavía solución, ni el debate por ella abierto su punto final. Sólo, quizá, los anarquistas, en la tradición de Bakunin, y sus herederos españoles de la Federación Anarquista Ibérica (F.A.I.) se aproximaron más o menos al secreto de las relaciones entre masas y vanguardias: “fraternidades” bakuninistas en el seno de la organización obrera de masas que fue la primera internacional, federación que fecunda desde su interior a la central obrera española, Confederación Nacional del Trabajo (C.N.T.).

La reflexión de numerosos trabaj adores desde el “Mayo 68” francés conduce a centrar el problema sobre dos puntos: 1) la elite revolucionaria no debe estar compuesta principalmente por intelectuales exteriores a la clase, sino por obreros esclarecidos, lo que, por otra parte, es conteste con la dialéctica luxemburguiana del reemplazo progresivo de los “jefes” por la masa; 2) esta minoría no gana nada si se la bautiza “partido”, pues el término ha adquirido connotaciones autoritarias, sectarias y electoralistas que provocan la creciente desconfianza de los trabaj adores.

La lúcida comprensión por Rosa de lo que, a través de la revolución rusa de 1905, ella prefirió llamar “huelga de masas” antes que huelga general, es una valiosa contribución al arsenal ideológico del comunismo libertario. Es al tiempo que un fanal apto para guiar al propio artífice de esta forma de lucha, cada vez más frecuente y eficaz: la clase obrera.

Pero las diatribas, muy a menudo exageradas e injustas, de la gran militante contra el sindicalismo revolucionario y el anarquismo, arrojan una sombra sobre sus intuiciones y restringen sus alcances. Tenemos mucho para extraer de sus escritos actualmente, pero a condición de no aceptarlos ni rechazarlos en bloque, de no denigrarlos, ni levantarlos hasta las nubes.

La parte más innovadora, y también la más actual del balance luxemburguiano es, seguramente, las ideas expuestas por Rosa en el congreso de la liga Espartaco, en el ocaso de su corta vida: primacía de los consejos obreros, todo el poder a los proletarios, condena del sindicalismo burocrático, importancia de los inorganizados. Pero ya hemos expuesto más arriba el equívoco que planeaba sobre ese congreso, la transformación de Espartaco en partido comunista y, por vía de consecuencia, la subordinación a una revolución rusa que ya había comenzado a arrojar por la borda, a sabiendas de Rosa, el programa de la democracia obrera soviética.

A partir del abundante y rico material dej ado por Rosa, queda por realizar un trabajo de depuración, de reflexión profundizada. En la medida que las más recientes luchas sociales en Francia, particularmente la de mayo del 68, todavía no han logrado disipar totalmente las confusiones que rodean al fenómeno de la espontaneidad revolucionaria de las masas, no cabe duda que Rosa provee un punto de partida para ese necesario análisis. Queda para la minoría consciente del proletariado el llevar a cabo esa empresa, sobre el papel primero, sobre el terreno luego, hasta sus últimas consecuencias.

Cada vez más parece que, en la Francia de 1971, la clase obrera, y más en especial su ala avanzada juvenil, está buscando por sí misma sus propios medios de lucha, y que posee la madurez necesaria para descubrirlos y para renovarlos. Los “grupúsculos” que habían pretendido recuperar y acaparar, en su momento, la revolución de mayo de 1968, ya han cumplido su ciclo. La simple mención de la palabra “izquierdismo” sobreentiende una tendencia a aislarse de la clase obrera. Los “izquierdistas” sobrevivirán sólo si se insertan en la clase obrera, identificándose y confundiéndose con ella.

Pueda este pequeño escrito servir de modesta introducción a esa tarea. Decepcionará a quienes necesitan, para la paz de su alma, conclusiones dogmáticas que excluyan la menor incertidumbre y que quisieran que se les sirva en una bandeja de plata los frutos de una pesca milagrosa.

 

NOTAS

[1] Roland-Holst, cit., pp. 70-73, 174, 189-190.

[2] Cf. Trostky, más adelante Documento Nº 10.

[3] El orden reina en Berlín, cit., 14-1-19, y el artículo del 11-1-19 en Badia, cit., pp. 242-244.