Jean van Heijenoort

 

La Cuestión Nacional en Europa

 

 


Escrito: En 1942..
Publicado por primera vez: Como "The National Question in Europe", en Fourth International, vol. III, num. 9 (sept. 1942), págs. 264-268. Firmado con el seudónimo "Marc Loris".
Traducción al castellano: Emiliano Monge, noviembre 2015, para marxists.org.
HTML para marxists.org: Juan Fajardo, enero 2016.
Nota del traductor: El siguiente texto del dirigente (y ex-secretario personal de Trotsky) Jean Van Heijenoort se encuadra dentro de las dos discusiones más importantes y estratégicas en relación a la Segunda Guerra Mundial y la IV Internacional. El primer debate versa sobre el problema nacional y la guerra: ¿Se habían convertido los países ocupados por los nazis en países que sufrían una opresión nacional, en países semicoloniales? ¿También aquellos países imperialistas con colonias como Francia? Para todo un sector de la IV Internacional, la ocupación no modificaba el carácter imperialista de Francia, y la resistencia al ocupante no podía hacerse de manera conjunta con la burguesía. Otro sector, encabezado por Jean Van Heijenoort (alias Marc Loris), reafirmaba el problema nacional y la consigna de liberación nacional.
La segunda discusión partía de la primera: ¿Se utilizaron correctamente las consignas democráticas por parte de los trotskistas? Para Van Heijenoort, había que retomar consignas democráticas para avanzar con la conciencia de las masas y procesar con su experiencia, a través de los medios revolucionarios, las aspiraciones de éstas. Quería supeditar las consignas propagandistas (Estados Unidos Socialistas de Europa) a las primeras, para evitar caer en un propagandismo abstracto. Van Heijenoort no descartaba la posibilidad de que existiera una fase de parlamentarismo burgués entre la caída de los regímenes fascistas, como una situación transitoria. Como tampoco la necesidad de utilizar la consigna de Asamblea Constituyente.
Este es el primero de dos textos inéditos en castellano, “El Problema Nacional en Europa”, y “Las Tareas Revolucionarias Bajo la Bota Nazi” que Van Heijenoort publicó en dos números de la revista Fourth International a fines de 1942.


 

 

Con la guerra civil americana, las guerras italianas de unificación, la guerra de Prusia contra Austria y Francia, el tercer cuarto del siglo XIX marca el fin de una época de formación de los grandes estados burgueses. Esto no significa que la cuestión nacional haya cesado de preocupar a la humanidad. Lejos de eso. El desarrollo desigual del capitalismo aparece en este escenario como en otros.

Una Mirada Hacia el Pasado

El problema nacional fue agudamente planteado para una cantidad de pueblos del sudeste y centro europeos. Dejando de lado la lucha irlandesa, el problema de Alsacia con Alemania, la cuestión Catalana y Vasca con España, existen las nacionalidades oprimidas de dos grandes imperios semi-feudales, Austria-Hungría y Rusia, como también aquellos que surgieron luego de la desintegración del imperio Otomano. El problema nacional en Europa aparece entonces esencialmente como un vestigio de una gran tarea histórica de emancipación que ha sido creada por la transición del feudalismo al capitalismo pero que no ha podido ser completamente resuelta por el último.

El desarrollo del imperialismo rápidamente llevó la cuestión nacional a otro grupo de países, países coloniales (o semi-coloniales como China y Persia). Mientras los liberales de todo tipo se tranquilizaban pensando que el problema nacional de Europa era solamente un resabio histórico que podía ponerse al día más o menos rápidamente, la formación de los imperios coloniales demostró que la cuestión nacional surgió inevitablemente de la fase más moderna del capitalismo, el imperialismo financiero. Sin embargo, los desarrollos coloniales también pueden ser interpretados como un rezago histórico, representando una elevación histórica hacia el estado nacional, evocado por el desarrollo de las fuerzas productivas en las colonias bajo el impacto del capitalismo.

Sacudiendo los grandes imperios multinacionales, aplastando las pequeñas naciones por las grandes, la primera guerra imperialista mundial revivió el problema nacional en Europa, dándole una nueva agudeza en países donde todavía no se había asentado (Austria-Hungría, Rusia), o reviviéndolo en los países donde la historia ya había dispuesto de ello (Bélgica ocupada). Contra aquellos que, bajo muchos pretextos, denegaron o minimizaron la importancia de la cuestión nacional en nuestra época (Luxemburgo, Radek, Bujarin, Piatakov), Lenin escribió muchas veces durante la última guerra: “el imperialismo es la época de la opresión de las naciones sobre una nueva base histórica… el imperialismo renueva la vieja demanda de autodeterminación”.

La idea central de Lenin era, contrariamente a las expectativas de los liberales, que el desarrollo capitalista exacerbaba la opresión nacional. En la filas revolucionarias había muchos que intentaron ignorar los problemas de la liberación nacional, al menos en Europa, bajo el pretexto que el imperialismo convertía la liberación nacional en una Utopía y en una ilusión. Para Bujarin, quien negaba la posibilidad de movimientos nacionales europeos, Lenin replicaba que, en cuanto a la cuestión nacional, Bujarin “no ha probado y no podrá probar la diferencia entre las colonias y las naciones oprimidas en Europa”. Por cierto, Lenin, mejor que cualquier otro, sabía cómo mostrar la oposición entre la Europa imperialista y el mundo colonial oprimido. Pero negaba el carácter absoluto de esa oposición. Él mostró que la época imperialista no sólo revivió los problemas nacionales irresueltos en Europa, sino que también fue capaz de dar nacimiento a nuevos. Por ejemplo, en una polémica con los seguidores de Rosa Luxemburgo, Lenin mencionó hipotéticamente, en 1916, la posibilidad de que una Bélgica ocupada se levantase por su emancipación de Alemania. En el mismo momento, Trotsky escribió: “La independencia de los belgas, serbios, polacos, armenios y otros… pertenece al programa de la lucha internacional del proletariado contra el imperialismo”. No dudó en ubicar a una nación imperialista aplastada de Europa occidental en el mismo plano que los pueblos coloniales de Oriente.

Para Lenin, la intensificación del problema nacional en Europa no era el resultado fortuito de algún accidente militar tal como la superioridad de los ejércitos alemanes. Tiene una causa mucho más profunda. Brota de la misma naturaleza del imperialismo. Kautsky intentó explicar el imperialismo por la necesidad de los países industriales de combinarse con los países agrarios –una teoría que oscurecía el carácter reaccionario y violento del imperialismo representándolo como una suerte de división internacional del trabajo. Lenin, refutando a Kautsky, escribió en su libro sobre el Imperialismo:

“la característica cualidad del imperialismo es precisamente que busca anexar no sólo a las regiones agrícolas, sino también a las regiones altamente industrializadas (el apetito alemán por Bélgica, el apetito francés por Lorena)…

Estas líneas son extremadamente verdaderas, tal vez más hoy en día que cuando fueron escritas: 1. Explican las características del imperialismo alemán hambriento de colonias: “el hecho que el mundo ya está dividido obliga a aquellos a contemplar una nueva división para conquistar cualquier tipo de territorio”. 2. Muestran también que en el presente todas las conquistas tienen un carácter estratégico-militar y económico al mismo tiempo que es imposible establecer una distinción clara entre ambos. 3. Por ello, Lenin no dudó en ubicar la ocupación de un pequeño país imperialista oprimido (Bélgica) y la conquista de una colonia (Bagdad) en el mismo plano mostrando que ambos tienen la misma causa profunda, que es “la característica expresión del imperialismo”. Estos tres puntos son todos igualmente importantes para entender la época en que vivimos.

El Problema Nacional en Europa Hoy

Para destruir el carácter absoluto de las aserciones de los sectarios, Lenin, en su polémica sobre la cuestión nacional, muchas veces tuvo que indicar las posibilidades del desarrollo histórico. Estas posibilidades se han convertido hoy en realidades. Si durante la última guerra el problema nacional en Europa tuvo un carácter fragmentario, hoy integra a todo el continente. La segunda guerra imperialista es la continuación de la primera, pero en una escala más grande. Exceptuando la participación de Norteamérica y Japón en el bando de los aliados, la guerra de 1914-18 siguió siendo esencialmente una guerra europea. La presente guerra es mundial en el completo sentido de la palabra. Como para el Káiser la ocupación de Bélgica era meramente una preparación para la verdadera lucha contra Francia, de la misma manera para Hitler la ocupación del continente europeo era solo el preludio de la lucha contra el imperio británico, contra la URSS y especialmente contra Norteamérica. Ahora toda Europa es una Bélgica invadida. Las victorias sensacionales de Alemania hicieron desaparecer todos los frentes occidentales y del sudeste europeos. Sin contar algunos de los aliados de Alemania cuya situación no es muy diferente de la de un territorio conquistado, cerca de 250 millones de no-alemanes se encuentran bajo la bota nazi. ¡Una enorme diferencia cuantitativa con respecto a la última guerra! Pero también hay una diferencia cualitativa. En la última guerra la Bélgica ocupada fue vaciada de la parte más activa de su población, que fue a Francia. Pocos salvo hombre de edad, mujeres y niños quedaron en el país. Hoy toda la población de una docena de países deben vivir, trabajar y sufrir bajo los sátrapas hitlerianos.

La Europa de 1939 no es la Europa de 1914. Ha sido considerablemente empobrecida. En el impasse de la sociedad burguesa, todos los antagonismos sociales y nacionales han sido exacerbados a un nivel sin precedentes. Por otro lado, la guerra está siendo conducida en una escala mundial. La ausencia de una salida histórica bajo una base capitalista, la agudeza de la lucha a todo o nada, la naturaleza reaccionaria de la política del Nazismo –todo ha dirigido al imperialismo alemán a subyugar a los países invadidos a una brutal explotación y una opresión barbárica nunca antes vista en la historia de la Europa moderna. Y esto ha llevado a los pueblos al camino de la resistencia y la rebelión.

No se trata de una cuestión de deducción teórica de la posibilidad del problema nacional en Europa, que ha resuelto la mayor parte de este problema hace mucho tiempo. Uno sólo debe abrir los ojos para darse cuenta de la existencia de movimientos nacionales, incluso en una escala nunca vista en Europa. El Fascismo, “imperialismo en su forma químicamente pura”, concentra y combina todas las formas de opresión nacional que han sido observadas hasta el presente en las colonias: trabajo forzado, enormes transferencias de trabajadores y campesinos, desalojos en masa, privilegios para los miembros de las naciones dominantes (cortes especiales, más abundantes raciones de comida, etc.), pueblos enteros arrasados, etc. De cara a esta realidad, sólo un pedante incurable puede negar la posibilidad de la existencia de un movimiento nacional en Europa bajo el pretexto de que estamos hoy viviendo en la época del imperialismo. Actualmente, tal razonamiento revela una total falta de comprensión del imperialismo, de s violenta, reaccionaria y auto-destructivo carácter. Bajo la máscara del radicalismo, este argumento acarrea la inercia de pensamiento arrastrado del liberalismo. Un razonamiento similar, entre diferente tipos de liberales, negó hace algunos años la posibilidad del fascismo en Alemania: un país muy industrializado, ¡sólo imagínenlo! La reacción fascista es sólo posible en países periféricos, muy poco desarrollados, semi-agrarios… Este tipo de mentalidad a acarrea una completa falta de comprensión de nuestra época. En realidad, no estamos más en el período de ascenso, ni siquiera en el apogeo del sistema capitalista, sino en su descenso. Toda la sociedad burguesa se está descomponiendo, pudriendo, y esa desintegración trae nuevas cosas, “incluso en Europa”. El Fascismo llegó. Ahora es la opresión nacional de 250 millones en países donde la historia pudo, para la mayoría de ellos, resolver este problema hace mucho.

El problema que surgió hoy por el imperialismo alemán puede surgir mañana por el imperialismo Norteamericano. En caso de una derrota alemana, una demora en la revolución proletaria, la dominación Norteamericana sobre Europa, de profundizarse, va a adoptar nuevas formas. En vez del viejo método de prepotencia financiera, va a buscar supremacía política apoyada por medios militares. El “segundo frente” puede venir como preludio a la ocupación del continente por las tropas Norteamericanas. El chantaje a través del suministro de comida y crédito se completará por el establecimiento del poder policial yanqui. Si la revolución proletaria no se conquista brevemente, el problema nacional se instalará en una Europa que estará arruinada por muchos años.

Por lo tanto, el movimiento nacional en Europa. No es meramente un producto de un accidente militar episódico, sino que emana de la decadencia imperialista. Y asume una significación histórica relevante. Si Hitler fue capaz de unificar Europa, la revolución proletaria aparecería como mucho más remota. La abolición de las fronteras habría abierto una vía, bajo las bases del capitalismo, a un nuevo desarrollo de las fuerzas productivas del continente europeo. Pero Hitler no pudo cumplir con la tarea para Europa que Bismarck una vez completó para Alemania. Es precisamente este movimiento de resistencia que muestra claramente el impasse histórico en el cuál el Nazismo, la más avanzada forma política de imperialismo, se encuentra. Por ende, en un cierto sentido, el movimiento de resistencia de los pueblos oprimidos representa los intereses históricos del desarrollo de la humanidad. Es el presagio y la garantía de una nueva marcha hacia adelante.

Confirmar la existencia de un movimiento nacional europeo no significa identificar en cada aspecto el presente problema nacional con las cuestiones nacionales del pasado en Europa o incluso en las colonias. La ocupación alemana de Europa ha levantado el problema nacional sui generis, es el movimiento de resistencia de los pueblos en esas naciones imperialistas aplastado por un imperialismo mucho más poderoso en la época de la agonía del capitalismo.

Debemos escribir aquí, para tratar de comprender lo que está sucediendo en Europa, que la administración Nazi en los países conquistados difiere mucho de la tradicional ocupación militar (por ejemplo, los Prusianos en Francia en 1871). Algunos territorios han sido incorporados formalmente a Alemania; otros (el Gobierno General de Polonia, el Protectorado de Bohemia-Moravia) tienen estatus colonial, sin promesa de futura liberación. Pero incluso en los países que se encuentran formalmente bajo la administración militar (Bélgica, la Francia Ocupada), los Nazis han tomado un gran número de medidas económicas, políticas y sociales que sobrepasan por mucho los requerimientos de una simple ocupación militar (por ejemplo las medidas contra los judíos).

La Consigna de Liberación Nacional

Toda lucha nacional es también, en diferentes niveles, una lucha social. Esto es particularmente verdadero en el actual movimiento de resistencia en Europa. Bajo el peso de la opresión, los odios, la rabia y la desesperación acumulada en los países conquistados han desbordado bajo las formas más diversas de revuelta, y los representantes de los más variados círculos sociales fueron barridos en el movimiento. Pero si uno considera el todo, aparece claramente que el foco de la resistencia se encuentra en las masas laboriosas, los trabajadores y, en el sur y la Europa central, los campesinos. Los Nazis han, en general, encontrado un lenguaje común con los grandes industriales y la burguesía financiera, que se aterroriza por el miedo al comunismo y está buscando una manera de salvar lo que pueda de sus ganancias y privilegios. El caso más típico en Francia. Con la clase media y la pequeñoburguesía de los pueblos, los Nazis tienen mucho menos éxito; han encontrado, sin embargo, colaboradores políticos, aventureros fascistas y, sobre todo, funcionarios del antiguo régimen que se han quedado al lado de los representantes del “orden”. Alrededor de los Nazis también han gravitado un cierto número de intermediarios, beneficiarios, especuladores del mercado negro y nouveaux riches. Pero mientras más penetra en las masas populares, más uno siente el odio profundo por el invasor, más universal es la oposición al nazismo.

Es interesante notar, en esta conexión, la reciente declaración de André Philip, antiguo Diputado francés que escapó de Lyon algunas semanas atrás y que, a su arribo a Londres, fue nombrado por De Gaulle como miembro del Comité Nacional de los Franceses Luchadores. El testimonio de Philip es importante porque es un Gaullista, y por ende nuestro adversario político, y también porque recientemente ha abandonado Francia donde ha entrado en contacto cercano con el movimiento de la resistencia, y finalmente porque es, en general, un observador honesto. En su arribo a Londres declaró:

“La gran masa de la resistencia está constituida por obreros. Los campesinos sin hostiles a Vichy pero están todavía muy dispersos. Los traidores y colaboradores han sido reclutados sólo entre los grandes empresarios y las clases poseedoras. La clase media y los representantes de la pequeña y mediana industria son en general favorables a nosotros: hacen lo que pueden, por momentos con tremendas dificultades”

La última frase suena a excusa para la falta de actividad de parte de círculos de la clase media. ¿Estamos presenciando una lucha de la burguesía en el medio de la indiferencia de las masas? no, es exactamente lo contrario. Incluso la oposición de los trabajadores a la burguesía nativa, que no duda en colaborar cuando saca beneficios de eso, es parte de la lucha nacional. El sentimiento nacional, por mucho tiempo monopolizado por la clase dominante para asegurar su dominación y extender la rapiña, se ha convertido ahora en un fermento revolucionario que está impulsando a las masas contra el orden existente.

El carácter social del movimiento es también particularmente claro en Polonia. Allí, en los pueblos al menos, la resistencia a la opresión alemana es liderada por los grupos socialistas de obreros que aborrecen el régimen de la pre-guerra y condenan el gobierno en el exilio de Londres. Esta característica del movimiento no previene, sin embargo, desembarazarse de la consigna de independencia del país. ¡Y con razón! En todos los países invadidos todos los problemas económicos y políticos gravitan sobre un eje central: la presencia de un opresor extranjero. Todas las tareas democráticas, tan importantes en el momento actual, toman un carácter abstracto e irreal si no están coronadas con la demanda de liberación nacional. Las luchas económicas igualmente levantan el problema de la independencia del país: incluso en la no-ocupada Francia (zona libre) la población sabe que la escasez de alimentos se debe a la opresión alemana.

La tarea elemental de los marxistas es escribir en su programa la demanda de la liberación nacional que, hace mucho ya perdió todo contenido para la mayoría de los países Europeos, ha recobrado nueva realidad debido a las catástrofes de la agonía del capitalismo. Para nosotros no se trata de un “truco” para sacar una “ventaja” de las actuales aspiraciones de las masas, sino de reconocer honesta y sinceramente el elemento principal de los derechos democráticos. Los maristas proponen luchar por su realización de la misma manera que resuelve todas las tareas, por medios revolucionarios, y no aliándose con alguno de los bandos imperialistas. Tener una actitud negativa frente a la independencia de un país es abandonar a las masas obreras y al pueblo trabajador en general, a los peligros de la reacción nacionalista demagógica.

Europa no se encuentra frente al surgimiento de una nueva ola de revoluciones burguesas, sino de revoluciones proletarias. Pero esa es la dialéctica de la historia que revela la bancarrota del sistema capitalista a muchos pueblos bajo la forma de opresión nacional. Frente al actual movimiento de resistencia, tres actitudes son posibles. La primera es ver en él una suerte de Vendée reaccionaria, amenazando la tarea Nazi de “unificación” de Europa. Solo los lacayos de Hitler toman esa posición para darle al fascismo un carácter progresivo. La segunda actitud es indiferencia –la actual situación es “temporaria” y aparte, muy compleja; esperemos mejores tiempos. No hace falta decir que este razonamiento no tiene nada en común con el Bolchevismo. El tercero es reconocer el carácter explosivo del movimiento popular nacional en la actual Europa. Independientemente de la actual conciencia del movimiento, objetivamente, abre el camino a la revolución proletaria. “La dialéctica de la historia es tal”, escribía Lenin en 1916, “que las pequeñas naciones, sin poder como factores independientes en la lucha contra el imperialismo, son parte de uno de los fermentos, uno de los bacilos, que ayudan al único poder real que se enfrenta al imperialismo a presentarse en escena, es decir, al proletariado socialista”.

Y, algunos pueden objetar, ¿la guerra imperialista? ¿Podemos apoyar la demanda de la liberación nacional en Europa mientras la actual guerra está en marcha? ¿No significa adherir a alguno de los campos imperialistas? Si, después de la conclusión de la paz, el estado de opresión continúa por algún tiempo en los países Europeos entonces, sin dudas, tendremos que poner nuestra bandea en la lucha por la liberación nacional de esos pueblos. ¿Pero podemos hacerlo sin participar ipso facto dela guerra imperialista?

La situación ciertamente sería mucho más simple si hubiera opresión nacional en Europa sin guerra imperialista. Pero, desafortunadamente, en nuestra época estamos muy lejos de que sea así de simple, y la guerra imperialista revive la opresión nacional. El razonamiento que nos haría esperar al final de la guerra sufre de un fatalismo formal. Esto se demuestra si tomamos el ejemplo de Checoslovaquia. Los territorios no-Alemanes de Bohemia y Moravia se convirtieron en un “protectorado” Alemán, antes que la actual guerra se desatara. Tendríamos que haber apoyado la por la liberación nacional de los checos, luego abandonar esta demanda en el omento de la declaración de la guerra y tomarla de nuevo en la conclusión de la paz. Pero eso no esto. Una paz imperialista sería difícilmente distinguible de la guerra. Estamos en una época de convulsión en la que la línea entre la guerra y la paz se convierte en más borrosa. La actual guerra puede y será sin dudas sucedida por otras operaciones militares: aliados intra-europeos, coloniales, entre otros, contra los nuevos poderes proletarios, etc. ¿Exactamente cuándo los formalistas nos “autorizarán” a levantar la consigna de liberación nacional?

Todo este formalismo viene de la falta de comprensión de la naturaleza de los actuales movimientos nacionales y de nuestro apoyo. A pesar de la gran importancia que tienen en este momento, la independencia nacional sigue siendo una demanda democrática. Como tal, peleamos por su realización, pero con nuestros propios métodos, y tenemos que integrarla a nuestro programa de la revolución socialista. Si mañana Hitler ataca Suecia o Suiza, tendremos que negar todo apoyo a los gobiernos burgueses suecos o suizos, de la misma manera que no apoyamos a los gobiernos noruegos, yugoslavos o griegos, de un apoyo tal nada puede ser ganado para el socialismo o incluso para la democracia. Pero si, en caso de la derrota militar, cuando el estado burgués es destruido, un popular movimiento nacional de resistencia a la opresión alemana surge, lo apoyaríamos, porque ese movimiento, objetivamente, allana el camino de la revolución. Nuestro apoyo no depende de la pregunta formal del momento –durante o luego de la guerra imperialista– sino de la naturaleza política y social de ese movimiento. En tanto es un movimiento real de revuelta de las masas contra la opresión, es nuestra tarea fundamental apoyarlo y, por supuesto, este apoyo no puede significar la participación política en la guerra imperialista.

El “segundo frente” puede aducirse contra nuestra consigna. Es muy probable que en un día u otro las Naciones Unidas aterrizarán en Europa. En este caso, mientras un país esté dividido por un frente militar, la consigna de la liberación nacional pierde todo contenido revolucionario. Pero confundir la realidad de hoy con la posibilidad del mañana es un error serio en la táctica revolucionaria.

Pero, después de todo, ¿no se puede usar el llamado a la liberación nacional como un instrumento en las manos del imperialismo anglo-americano y de sus satélites para encadenar a los pueblos en la guerra imperialista? ¡Claro que sí! ¿Pero existe una sola consigna democrática que no haya sido alguna vez utilizada por la burguesía para camuflar sus objetivos y engañar a las masas? ¡Ni una sola! La tarea de los marxistas no es abandonar las tareas democráticas porque la burguesía trata de ocultar su cara detrás de ellas, sino defenderlas por medios revolucionarios integrarlas en la reconstrucción socialista de la sociedad, mientras estas demandas correspondan a las aspiraciones y a los intereses revolucionarios de la gran masa del pueblo.

Para dejar ver la falsedad del argumento, uno debe simplemente invertirlo: si la demanda de liberación nacional juega en las manos del imperialismo, entonces, inversamente, ignorando o subestimando el problema nacional en Europa es jugar en las manos de imperialismo alemán. Por toda Europa los Nazis y sus lacayos consuelan a los hambrientos y aterrorizados pueblos con la imagen de una Europa unificada. ¡Date prisa para integrarte en esta unidad con el fin de recibir todos sus beneficios! ¡Pongamos fin a estas acciones pueriles del nacionalismo reaccionario, hoy pasado de moda por las necesidades de la economía moderna! Esta propaganda no ha sido hecha sin efecto sobre un número bastante grande de pacifistas, socialistas y comunistas, que ahora saludan el nazismo como la realización de la unificación socialista de Europa.

¿Pero es la “liberación nacional” el retorno al status quo ante, esto es, al régimen burgués? Lenin, hace mucho que ridiculizó este argumento cuando contestó a los partisanos de Rosa Luxemburgo quien se oponía, según sus propias palabras, a la “rebelión nacional en la anexada Bélgica, Serbia, Galicia, Armenia”:

“…nuestros camaradas Polacos se oponen a tal rebelión bajo las bases de que también existe una burguesía en los países anexados, y esta burguesía también oprime otras naciones, o mejor, puede oprimirlas, desde que el único punto de discusión es el “derecho a oprimir”. Aparece, entonces, que el criterio de una determinada guerra, o de una determinada rebelión, no es su contenido social real (la lucha de la nación oprimida contra la opresora por la liberación), sino la posibilidad de la ahora burguesía opresora de ejercer su “derecho” a oprimir” (itálicas de Lenin).

Pero ¿la consigna de liberación nacional destruye el internacionalismo proletario? En particular, ¿no se obstaculiza la confraternización de los trabajadores en los territorios conquistados con los soldados y trabajadores alemanes, acciones sin las que es imposible pensar una revolución en Europa? El llamado a la libertad de los pueblos no tiene nada en común con la sed de revancha imperialista. ¿Cómo puede un soldado alemán liberarse de la atracción ideológica del Nazismo si no ha reconocido honesta y desinteresadamente el derecho de los pueblos a su libertad? La tarea más elemental, no sólo para un trabajador socialista alemán o soldado, sino para un demócrata honesto (si esta variedad todavía existe) es desear, impulsar y apoyar la revuelta de los pueblos oprimidos.

Liberación Nacional y Socialismo

La consigna de liberación nacional no implica de ninguna manera un programa de restauración de una Europa dividida. Significa simplemente que cada pueblo debe ser libre de determinar su propio destino y que el partido revolucionario debe apoyar la lucha por esta libertad elemental. La opresión de los pueblos de Europa por el imperialismo Alemán es una empresa bárbara y reaccionaria. La resistencia a la esclavitud de las naciones es en la actualidad un gran factor progresivo que, objetivamente, abre el camino a la revolución proletaria. El partido revolucionario debe apoyar y guiar los dolorosos esfuerzos del pueblo Europeo para liberarse a sí mismos de la dominación alemana. Tal es el contenido del lema de la liberación nacional. Es la expresión más simple de la lucha contra la opresión.

Pero, después de la caída del imperio Hitleriano, Europa debe unirse si quiere vivir. Si esta tarea fundamental no está lograda, habrá nuevas guerras y nuevas opresiones. La única esperanza de Europa es la unificación económica del continente, combinado con la libertad de desarrollo nacional para cada pueblo. Y sólo el proletariado es capaz de empresa tal tarea. El proletariado lograr esto mediante el establecimiento de los Estados Unidos Socialistas de Europa. Sin embargo, sólo pueblos libres pueden unirse. La primera condición de una federación de naciones Europeas es la independencia del yugo extranjero. Si el problema nacional europeo sólo puede resolverse en una federación socialista, a continuación, a la inversa, esta federación sólo puede lograrse entre naciones libres e iguales. Lejos de estar en oposición el uno al otro, las dos consignas, de Liberación Nacional y Estados Unidos Socialistas de Europa, están estrechamente relacionadas.

En la actualidad, cuando los nazis están tratando de justificar los crímenes hechos en nombre de la "unidad europea”, es especialmente importante no contraponer la federación contra la nación, sino presentarlo como lo que realmente va a ser, una forma de organización y de garantía de la libertad nacional. Los que se oponen a la consigna de la liberación nacional bajo la fórmula “puramente socialista” de Estados Unidos Socialistas de Europa no se dan cuenta de que esta fórmula es en sí misma un compromiso, un compromiso entre la centralización de las necesidades de una economía planificada y las tendencias centrífugas heredadas de siglos pasados, que no pueden ser borradas en unos meses o unos pocos años. Los Estados Unidos implican estados. La unificación económica y política completa del continente no se hará en un día, pero será el producto de toda una época histórica y dependerá en gran medida, por otra parte, en lo que sucede en el resto del mundo. ¿En qué tempo y de qué forma precisa se efectuarán este desarrollo? La experiencia lo dirá. La consigna de Estados Unidos Socialistas de Europa da la fórmula algebraica general. Además, notemos de paso, la desaparición de las fronteras entre los diferentes estados irá de la mano con la extinción de cada estado.

El más claro ejemplo de federación que llevó a una casi completa unidad nacional son los Estados Unidos de Norteamérica. Pero la creación de un poder federal fue un proceso largo y tuvo que pasar por una seria guerra civil para consolidarse de manera definitiva. Por supuesto, el socialismo tendrá otros métodos que el capitalismo. ¡Sin embargo, el ejemplo de los Estado Unidos nos muestra cuán artificial hubiera sido cualquier oposición entre las consignas de la liberación de las trece colonias y los Estados Unidos de América!

Cualesquiera sean las formas transicionales de organización, la realización de los Estados Unidos Socialistas de Europa implica la libertad de cada nación que entre a la federación. Pero la única garantía real de esta libertad es el derecho a decir sí o no. Cualquier “garantía” de desarrollo cultural autónomo, etc., es una ilusión si la nación no tiene el derecho de salir de la unión. Después de la destitución de la burguesía, nosotros no queremos imponer el socialismo por la violencia, sino por el convencimiento pacífico de los pueblos a la superioridad de la centralización. Como en el problema agrario, no somos defensores de la “colectivización forzosa”, pero queremos demostrar al campesinado, por medio de su propia experiencia, las ventajas de la gran industria colectiva sobre la pequeña propiedad, entonces, en la cuestión nacional estamos en contra de toda “unificación forzosa”, y el único derecho real, y no ficticio, es el derecho a la secesión.

¿Dónde se encuentra la garantía de que la evolución histórica conducirá a la completa unificación? No en la violencia, sino en el desarrollo de las fuerzas productivas. ¿Por qué fue capaz la burguesía en ascenso de disolver las provincias feudales en la unidad de las grandes naciones modernas? Debido a que su surgimiento correspondió a un aumento prodigioso de las fuerzas productivas. ¿Por qué no puede Hitler, que apeló siempre a la violencia, unificar las "provincias" europeas? Debido a que representa la decadencia del capitalismo.

Una federación socialista, europea o mundial, de ninguna manera excluye, sino que implica el derecho de cada nacionalidad a determinar su propio destino. Sin embargo, estamos aún lejos de la federación socialista. La realidad de hoy es la opresión en general de los pueblos de Europa por el imperialismo alemán. Si en el socialismo sería teóricamente falso contraponer la liberación nacional al principio de la federación, ¡cuán absurdo, pedante y vacío es tal oposición frente a la situación actual de Europa!

(En el próximo número un segundo artículo examinará la cuestión de nuestras relaciones con los diferentes grupos clandestinos, la naturaleza de la guerra en Serbia, la consigna de la Asamblea Constituyente, y los problemas de terrorismo y sabotaje)