Antonio Labriola

 

FILOSOFIA Y SOCIALISMO

(1899)

 

VII

 

Roma, junio 16 de 1897.

Estas cosas sólo a mí me suceden. Aunque creo no haber llegado aún al fin de estas cartas, he debido hablar de las mismas cosas que precisamente converso con usted en otro lugar, bajo otro aspecto y con menos gusto.

En uno de los últimos números de la Critica Sociale apareció una especie de mensaje que el señor Antonio De Bella, sociólogo calabrés, dirige contra los socialistas exclusivistas, quienes por toda cuestión y apropósíto de cada problema se atienen, según él, a la letra de Marx. El señor De Bella olvida indicarnos si el Marx al que recurren aquellos a los que maltrata es el verdadero Marx, o un Marx, por así decir, desfigurado o completamente inventado, un Marx rubio o qué sé yo. La verdad es que me ha hecho el honor de incluirme entre el montón de obstinados, a quienes endilga advertencias y consejos para que se perfeccionen, induciéndolos a que hagan profundos estudios de sociología e historia natural. Es verdad que no cita más que mi nombre sin precisar a cuál de mis trabajos o conferencias se refiere. Después de todo esto vierte un poco del catecismo ordinario de la sociología matizada de darwinismo, con la inevitable letanía de nombres de autores.

He creído que debía responder; en parte, para decir de manera sumaria que el socialismo científico no está en tan mal estado que tenga necesidad de ciertos consejos; por otra, para mostrar que los complementos sugeridos por el señor De Bella son, o bien los supuestos del Marxismo o bien su contrario y, sobre todo, porque hallándome desde hace tiempo con voluntad de conversar de socialismo y filosofía, me ha parecido necesario precisar en notas ad hominem algunas de las consideraciones críticas que desarrollo en forma más o menos atrevida, en este tete a tete con usted.

Le envío mi respuesta tal cual apareció en la Critica Sociale de ayer. También ella es una carta y, bien que no sea dirigida a usted, puede ponerla en la colección como si fuera de la serie. Completa y resume mis cartas precedentes. Encentrará algunas ligeras repeticiones, excusables sin duda. Esta carta extra que dirijo al director de la Critica es un poco ruda. Verdad es que no la he escrito con la intención de ser agradable al señor De Bella. Está cargada de cierto mal humor. Quizá este mal humor de crítica llena de amargura haya nacido del hecho de encontrarse mi espíritu absorbido por el estudio del grave problema de las relaciones del materialismo social con toda la intuición científica contemporánea, por lo que me ha parecido que los consejos del señor De Bella — quien no podía, por otra parte, tener conocimiento de lo que a usted escribo — eran, en lo que a mí concierne, completamente inoportunos, ya que no tenía ningún deseo de pedírselos.

 

 

Roma, junio 5 de 1897.

Mi querido Turati:

No estoy muy seguro que el señor De Bella, aunque me cita, se refiera a mí. Estoy por creer que dirige su monólogo contra un manequí de su creación, al que, commoditatis causa, ha puesto mi nombre. Sea lo que fuere, desde el momento que mezcla mi nombre a sus meditaciones, no puedo evitar agregar una nota a la suya.

Como es sabido, recién hace diez años que he llegado de manera manifiesta y pública al socialismo[1]. Diez años no constituyen un período de tiempo muy largo en mi vida, ya que debo añadir otros cuatro para formar medio siglo, pero es un lapso muy corto en mi vida intelectual. En una palabra, antes de llegar al socialismo tuve el tiempo y la ocasión, y aún la obligación, de arreglar mis cuentas con el darwinismo, con el positivismo, con el neokantismo y con todo lo que la ciencia ha producido en derredor mío, lo que me ha permitido afirmar mis ideas, pues ocupo una cátedra de filosofía en la Universidad desde 1871 y he estudiado anteriormente lo que es necesario saber para filosofar. Encaminándome hacia el socialismo no he pedido a Marx el a b c del saber. No he pedido al Marxismo más que lo que contiene en realidad: le he exigido la precisa crítica de la economía que es; las líneas generales del materialismo histórico que lleva en sí y la política del proletariado que enuncia o deja entrever. Tampoco pedía al Marxismo el conocimiento de la filosofía que supone o que continúa en cierto sentido, superando, por la inversión dialéctica, el Hegelianismo, que precisamente reflorecía en Italia en mi juventud, y en el que fuera, por así decir, educado. Y, cosa curiosa, mi primer trabajo filosófico, de marzo de 1862, es una: Defensa de la dialéctica de Hégel contra la vuelta a Kant iniciada por Ed. Zeller! Para comprender el socialismo científico no tenía, pues, necesidad de ir por primera vez hacia la concepción dialéctica, evolutiva o genética, cualquiera sea el nombre que se le dé, ya que he vivido en ese orden de ideas desde que pienso con cierta madurez de espíritu. Agrego más: mientras el marxismo no me parecía de ninguna manera difícil en sus líneas generales y formales, en tanto que método de concepción, me fué dificultoso dominarlo en cuanto a su contenido económico. Y mientras que lo estudiaba como podía, no me era dado ni permitido confundir la línea de desarrollo que es propia al materialismo histórico, esto es, el sentido que tiene en el caso concreto de evolución, con lo que yo llamaría una enfermedad cerebral que desde hace años embaraza el cerebro de muchos italianos que hablan ahora de una Madone Evolution, que adoran.

¿Qué es lo que me pide, entonces, el señor De Bella? ¿Qué como un joven seminarista que acaba de salir de los claustros, vuelva a la escuela? ¿O que me haga rebautizar por Darwin, reconfirmar por Spencer, que luego haga una confesión general frente a los compañeros, y que me prepare para recibir de él la extremaunción? Para vivir en paz dejaré pasar todo lo demás, pero protesto enérgicamente contra el llamado a la conciencia de los compañeros. Reconozco a los compañeros, en cierta medida y en condiciones dadas, el derecho a ser rígidos y aún tiránicos con todo lo que concierne a la conducta política del partido. Pero en cuanto a reconocerles autoridad para pronunciarse como arbitros en materia de ciencia. . . y únicamente porque son compañeros. . ., ¡vahíos, pues!, la ciencia no estará jamás puesta a votación ¡ni aún en la sociedad futura!

Quizá quiera una cosa más modesta: que afirme y que jure que el marxismo no es la ciencia universal, y que los objetos que contempla no es el Universo entero, lo que le concedo inmediatamente, y me siento obligado a hacerlo. No me basta más que recordar el programa de los cursos de la Universidad, que son muy numerosos. Y concedo todavía otra cosa más. "Esta doctrina no está aún más que en sus comienzos y tiene necesidad de un gran desarrollo". (Del Materialismo Histórico, pág. 9) [2].

En efecto, lo que atormenta al señor De Bella, y a muchos otros, es precisamente la búsqueda de una filosofía universal, en la que el socialismo pueda ser alojado como la parte en la visión del conjunto. ¡Como quiera! El papel tiene sus bondades, dicen los editores alemanes a los autores noveles. Pero no puedo evitar de hacer dos indicaciones. La primera es que ningún sofos de aquí abajo llegará jamás a darnos la idea de la filosofía universal en dos columnas de la Critica Sociale. La segunda es enteramente personal. Hace veinte años que siento horror por la filosofía sistemática, y como esta disposición de espíritu me ha hecho más accesible el marxismo, que es uno de los modos por los cuales el espíritu científico se ha libertado de la filosofía como cosa en sí, también es la causa de mi inveterada desconfianza para el Spencer philosophe, quien, en sus Primeros Principios, nos ha dado una vez más un esquema del cosmos. Aquí es necesario que me cite: "Yo no he venido a la Universidad, hace veinte años, como el representante de una filosofía ortodoxa, o como el autor de un sistema nuevo. Gracias a las dichosas contingencias de mi vida he hecho mi educación bajo la influencia directa de los dos grandes sistemas a que había llegado la filosofía, que podemos ahora llamar clásica, esto es, los sistemas de Herbart y de Hégel, para los cuales la antítesis entre el realismo y el idealismo, el pluralismo y el monismo, la psicología científica y la fenomenología del espíritu, la precición de los métodos y la anticipación de todo método en la dialéctica omnisciente, fueron los elementos principales. Ya la filosofía de Hégel había concluido en el materialismo histórico de Carlos Max, y la de Herbart en la psicología empírica, que, también ella, en las condiciones dadas y en ciertos límites, puede ser experimental, histórica y social. Era el momento en que por la aplicación intensiva y extensiva del principio de la energía, de la teoría atómica y del darwinismo, y por el descubrimiento de las formas y condiciones precisas de la psicología general, la concepción de la naturaleza visiblemente se había revolucionado. Y, al mismo tiempo, el análisis comparado de las instituciones, coincidentemente con la lingüística y la mitología comparadas, el conocimiento de la prehistoria y, en fin, de la historia económica, transformaban la mayor parte de las posiciones de hecho y las hipótesis formales sobre las cuales y por las cuales se había hasta entonces filosofado sobre el derecho, sobre la moral y sobre la sociedad. Las elaboraciones del pensamiento, las elaboraciones que están implícitas en las ciencias nuevas y renovadas, no indicaban, como tampoco indican ahora, el desarrollo de una nueva sistemática filosófica que contenga y domine todo el campo de la experiencia. Desprecio las filosofías de uso e invención privadas, como las de Nietzsche y von Hartmann, y nada diré de esos supuestos retornos a los filósofos anteriores[3] que se limitan a poner una filología en el lugar de la filosofía, como ha sucedido a los neokantianos. Indico solamente este extraordinario equívoco verbal por consecuencia del cual muchos confunden, especialmiente en Italia, esta filosofía especial que es el Positivismo con lo positivo, es decir, con lo que es positivamente adquirido en la experiencia social y natural, extensa y siempre renovada. Aquéllos no saben distinguir, por ejemplo, en Spencer, lo que ha tomado de la fisiología general, y que constituye su mérito incontrastable, y lo que no es en él más que impotencia para explicar un solo hecho histórico concreto mediante su sociología puramente esquemática. Aquéllos no saben distinguir en este mismo Spencer lo que corresponde al sabio y lo que corresponde al filósofo que, haciendo juegos de esgrima con las categorías de lo homogéneo y de lo heterogéneo, de lo indistinto y de lo diferenciado, de lo conocido y de lo incognoscible, es él también una supervivencia, es decir, ya un kantista inconsciente, ya una caricatura de Hégel". "La organización de la Universidad debería también ella reflejar el estado actual de la filosofía, que consiste desde ahora en la inmanencia del pensamiento en lo que es realmente conocido, es decir, que se opone a toda anticipación del pensamiento sobre lo conocido, a toda anticipación teológica o metafísica". (L'Universitá e la liberta della scienza, Roma, 1897, págs. 14-17)[4].

En el fondo, esta filosofía, en la que se encuentra el señor De Bella, no sería más que una reedición de la trinidad Darwin-Spencer-Marx. zarandeada con tanta elocuencia, pero con tan poco éxito[5] , hace tres años, por el señor Enrique Ferri. Y bien, mi querido Turati, quiero ser con toda cortesía el abogado del diablo, por lo que reconozco que en las aspiraciones vagas hacia la filosofía del socialismo, aun en gran número de las tonterías que se gritan por todas partes, hayalgo de justo que responde a una necesidad real. Muchos de aquellos que en Italia ingresan al socialismo, y que no son simples agitadores, conferencistas o candidatos, sienten que es imposible hacer de él una convicción científica si no es relacionándola de alguna manera o por algún camino al resto de la concepción genética de las cosas, que es más o menos la base de todas las otras ciencias. De ahí nace la manía de muchos de poner en el socialismo toda la ciencia que más o menos disponen. De ahí las numerosas enormidades y tonterías, en el fondo siempre explicables. Pero de ahí tamibién un gran peligro: porque estos intelectuales olvidan que el socialismo tiene su fundamento real únicamente en la condición actual de la sociedad capitalista, en donde el proletariado y el resto del pueblo pueden querer y hacer — para la obra de estos intelectuales, Marx en un mito — ; y mientras ellos discuten ampliamente sobre toda la escala de la evolución, finalmente se pondrá a votación en un próximo congreso de compañeros esta proposición: ¿el primer fundamento del socialismo está en las vibraciones del éter? [6].

Es así que yo me explico la ingenuidad del señor De Bella: "¡Si Marx viviera aún!". Habiendo nacido el 3 de mayo de 1818 (murió el 14 de marzo de 1883), evidentemente podría vivir aún; y si estuviera vivo — diría yo mismo — , hubiera acabado el tercer volumen de El Capital, que ha quedado tan desordenado y obscuro. No, dice el señor De Bella, él se hubiera hecho materialista. ¡Pero, gran Dios, si lo era desde 1845, lo que horrorizaba a los ideólogos radicales que lo rodeaban! Y no solamente se. hubiera hecho materialista, sino positivista. jEl Positivismo! En la cronología vulgar, esta palabra designa la filosofía de Comte y sus discípulos. Luego, aquél había muerto, idealmente, antes que Marx muriera físicamente. ¡Qué hermoso espectáculo: el materialismo, el positivismo y la dialéctica en muy santa trinidad! Y en seguida: el papado científico de Comte reconciliado con la progresividad indefinida del materialismo histórico, que resuelve el problema del conocimiento oponiéndose a todas las otras filosofías y que declara: que no hay ninguna limitación fija, ni a priori ni a posteriori, al conocimiento, ya que en el proceso indefinido del trabajo, que es experiencia, y de la experiencia que es el trabajo, los hombres conocen todo lo que tienen necesidad y todo lo que les es útil conocer[7]. ¡El Comte que proclamaba que el ciclo de la física y de la astronomía estaba cerrado para siempre, en el momento mismo en que se descubre el equivalente mecánico del calor y algunos años antes del sorprendente descubrimiento del análisis espectral; el Comte que, en 1845, declaraba absurda la investigación del origen de las especies! 

Pero el materialismo histórico, declara el señor De Bella, ¡debe ser completado por la prehistoria! Aquí el problema se hace más interesante. La Ancient Society de Morgan, publicada en América, obra de la que sólo unos pocos ejemplares ha llegado a Europa bajo la firma de MacmíUan, de Londres (1877), ha sido como secuestrada por la despiadada conspiración del silencio, organizada por los etnógrafos ingleres, celosos e inquietos. Los resultados de las investigaciones de Morgan, sin embargo, han circulado por el mundo precisamente gracias al libro de Engels, que se titula: Del origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado (1a  edic, 1884, 4ta. edic, 1891), que es al mismo tiempo un resumen, lina explicación y un complemento del libro, y que trata de ligar a Morgan con Marx. ¿Cuál es la opinión de Engels sobre Morgan? — "ha descubierto de nuevo, dice Engels, el materialismo histórico, ignorando completamente lo que Marx había dicho" — ; ¿y cuál ha sido la causa del libro? — el deseo de utilizar las notas y las glosas dejadas por Marx! — . Pero, señor De Bella, la cronología vulgar es algo muy importante. . . , aún para los socialistas.

Volvamos, ya que es necesario, al inevitable Spencer. ¿Quién, fuera de Italia, se ha permitido ligarlo al socialismo? ¿Es Spencer un filósofo del otro mundo? Se pueden leer sus obras en las lenguas de todos los países, aun en la del modernizado Japón. Y no peca de obscuro; y aún para mí, que deseo la plena concisión del pensamiento, es demasiado prolijo y demasiado lleno de detalles sin importancia. La primer obra que se le conoce lleva la fecha de 1843. Se estaba entonces, es de hacer notar la circunstancia, en el momento culminante de la agitación cartista. Esta obra tiene por título: Del rol propio del Estado. Todo el mundo sabe que a Spencer le agradaba mucho colaborar en el Economist, en el Westminter y en el Edinburg Review y, recalquemos aún las fechas, precisamente en los años significativos de 1848 a 1859. ¿Quién, pues, ha tenido en Inglaterra esperanzas sobre el sentido y el valor de sus ideas políticas y sociales? La Statique sociale aparece en 1851, la Psychologie (1a edición) en 1855, el Traite sur l'Education en 1861, la primera edición de los Primeros principios en 1862, la Clasification des sciences, en 1864, la Biologie, de 1864 a 1867, sin hablar de sus Ensayos más importantes y sobre todo de aquellos sobre la Hypothese du developpement (1852), la Genese de la Science (1854) y el Progres et sa Loi (1857). Termino aquí esta letanía de nombres y de fechas para atenerme sólo a las publicaciones que preceden al primer volumen de El Capital (25 de julio de 1867). No había necesidad del genio de Marx para descubrir en esas obras lo que podía descubrir yo, simple studiosus philosophiae, hace ya treinta años: que la doctrina de la evolución que allí se enuncia es esquemática y no empírica, que esta evolución es fenoménica y no real, y que lleva detrás de sí el espectro de la cosa en sí de Kant, venerado primero en todas partes con el nombre de Dios o de Divinidad (Statique, edición de 1851), y más tarde encubierto con el nombre reverenciado de lo Incognoscible.

Apostaría que si, entre 1860 y 18 70, Marx hubiera hablado de las obras de Spencer, lo habría hecho de la siguiente manera: he aquí el último resto ideal del deísmo inglés del siglo XVIII; he aquí el último esfuerzo de la hipocresía inglesa para combatir la filosofía de Hobbes y Spínoza; he aquí la última proyección de lo trascendente sobre el dominio de la ciencia positiva; he aquí la última transacción entre el cretinismo egoísta de Bentham y el cretinismo altruista del Rabino de Nazaret; he aquí la últim.a tentativa de la inteligencia burguesa para salvar, con la libre investigación y la libre concurrencia en el más acá, un enigmático rastro de fe para el más allá; sólo el triunfo del proletariado puede asegurar al espíritu científico las amplias y perfectas condiciones de su propia existencia, porque no es más que en la transparencia de la acción que la inteligencia puede ser perfectamente transparente. He aquí lo que escribiría Marx, es decir, lo que hubiera podido escribir; pero debía ocuparse de la Internacional, lo que Spencer no tuvo tiempo de darse cuenta.

El 17 de marzo de 1883 Federico Engels, hablando en el cementerio de Highate en memoria de su amigo Marx, muerto tres días antes, comenzaba con estas palabras: "Así como Darwin descubre la ley del desenvolvimiento de la naturaleza orgánica, Marx descubre la ley del desenvolvimiento de la historia humana" [8]. ¿Hay por esto de qué sentirse humillado?

Y eso no basta. En el Anti-Dühring (1a edic, de 1878, la tercera es de 1894), el mismo Engels había ya adquirido todas las nociones fundamentales del Darwinismo necesarias para la orientación general del socialismo científico. Estaba preparado por diez años de nuevos estudios sobre las ciencias naturales, y decía con candor que estaba en esos problemas más al corriente que Marx, quien, por su parte, era fuerte en matemáticas. Y eso no basta. En la primera edición de El Capital se halla ya una nota característica y muy original sobre el nuevo mundo descubierto por Darwin. Se comprende que los dos modestos mortales, que jamás se colocaron por encima del Universo, han querido siempre referirse a ese prosaico Darwinismo del Origen de las especies (1859), que es una serie de teorías sacadas de un grupo de observaciones y de experiencias sobre un dominio circunscripto de la realidad, que comienza mucho más acá de los orígenes de la vida, y que precede en mucho la historia humana. En estas teorías ellos no podían tampoco descubrir un caso análogo de la concepción epigenética de la historia, que en parte habían definido y en parte apenas esbozado [9]. Sin embargo, jamás conocieron el Darwinismo que ha descubierto las leyes de la humanidad entera (De Bella), el Darwinismo, en una palabra, bueno para todo, que es una invención gratuita de los publicistas escasos de ciencia y de los decadentes de la filosofía. ¿No había dicho su amigo Heine: el Universo está lleno de agujeros, y el profesor hegeliano alemán cubre esos agujeres con su gorro de dormir?

Dejemos el Universo y sus agujeros, mi querido Turati, y tratemos cada cual de cumplir con nuestro deber. Recuerdo siempre aquel violento apostrofe que pronunciaba, hace 30 años, el hegeliano B. Spaventa: "Aquí en Italia se estudia la historia de la filosofía en la geografía de Aricsto y se cita al mismo tiempo a Platón y al abate Fornari, a Torcuato Tasso y a Totonno Tasso"[10].

Creedme siempre, etc.

 

 

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[1] "Desde 18 73 he escrito contra los principios directores del sistema liberal, y desde 18 79 es que estoy en la ruta de esta nueva fe intelectual, en la que me he detenido en estos últimos tres años, afirmándome en ella por mis estudios y observaciones", pág. 23 de mi conferencia Del Socialismo, Roma, 1889. Esta conferencia, que era, por así decir, una profesión de fe al estilo popular, fué ampliada en un pequeño opúsculo: Proletariato e Radicali, Roma, 1890.

[2] "No hago la confesión de encerrarme en un sistema como en uña especie de prisión". Es lo que escribía hace veinticuatro años (Della Libert'a Morale, Nápoles, 18 75, Prefacio), y es lo que puedo' repetir también ahora. Este libro contiene una extensa exposición de la doctrina del determínismo, que es completada por otro trabajo mío: Moralc e Religione, Ñapóles, 1873.

[3] En estos últimos tiempos algunos socialistas han tenido también el piadoso deseo -de volver a los otros filósofos. Uno de ellos vuelve a Spinoza, es decir, a una filosofía en la que se ha excluido el devenir histórico. Algún otro se contentaría con el materialismo del siglo XVIII ut sic, es decir, con la negación de todo transformismo. Algunos quieren volver a Kant: luego, pues, ¿volver a la insoluble antinomia entre la razón práctica y la razón teórica?, ¿a la rigidez de las categorías y de las facultades del alma, a las que parece que Herbart había minado la base?, ¿al imperativo categórico, en el cual parece que Schopenhauer había descubierto el precepto cristiano bajo una máscara metafísica?, ¿al derecho natural, del cual ni aún el Papa quiere oír hablar? ¿Por qué no dejan ustedes a los muertos enterrar a sus muertos?

En efecto, o una de dos: O usted acepta los otros filósofos integralmente, tal cual fueron cuando fueron, y entonces adiós el materialismo histórico; o bien va a ellos en busca de lo que le conviene y a pedirles parte de sus argumentos, y, entonces, en tanto que socialista, se embarca en un trabajo inútil, porque, en realidad, la historia del pensamiento es de tal manera hecha que nada se ha perdido de lo que fué, en el pasado: una condición y una preparación para el estado presente de nuestras concepciones.

Hay una tercera hipótesis: la de que usted caiga en el sincretismo o en el confusionismo. De esto tenemos un buen ejemplo en el señor L. Woltmann (System des moralischen Bewustscins, Duseldorf, 1889), ¡que encuentra el medio de conciliar la eternidad de las leyes morales con el darwinismo, y a Marx con el cristianismo! — (Nota de la edic. francesa).

[4] Ruego al lector que lea mi informe al Congreso universitario de Milán de 188 7 sobre la "Laurea" en filosofía, que fué reproducido en el apéndice del folleto L'Universitá, etc. Mi amigo Lombroso lo calificó en aquel entonces graciosamente: la decapitación de La metafísica. Debo prevenir al lector que este folleto es el único de mis escritos que está aún en venta: todos los otros están agotados y algunos no se pueden encontrar. Al decir estas cosas sobre mis trabajos no hago reclame a ningún librero o editor.

(El opúsculo citado en el texto, sin el apéndice, fué traducido y publicado en el Devenir Social, enero de 189 7). — (Nota de la ed. francesa).

[5] El poco éxito se halla documentado en los numerosos artículos que fueron escritos contra él, comenzando por el bastante mordaz de Kautsky en la Neue Zeit, XIII, vol. 1, págs. 709-716, para terminar con el de David en el Devenir Social, diciembre de 1896, págs. 1059-65, por no hablar de muchos otros. Ferri, en una nota en el apéndice de la edición francesa de su libro, Darwin, Spencer, Marx, París, 189 7, dice:

"El profesor Labriola, sin demostrarlo, ha repetido recientemente la afirmación de que el socialismo no es conciliable con el darwinismo (sobre el Manifiesto de Marx y Engels, en el Devenir Social, junio de 1895". Luego, (In Memoria del Manifestó, pág. 20), yo no critico sino a aquello» que "buscan en esta doctrina (en el materi-alismo histórico) una derivación del darwinismo, que solamente en determinado sentido, y no muy extenso, es un caso analógico". Me parece que negar la derivación y admitir la analogía no significa negar la conciliación posible. Ruego que se lea mi ensayo: Del Materialismo Histórico.

[6] La proposición filosófica en parte está indicada en las palabras con que Ferri termina la nota citada más arriba: "el transformismo biológico está fundado evidentemente en el transformismo universal, al mismo tiempo que es la base del transformismo económico y social".

Luego — digo yo — proclama usted al mismo tiempo que Spenccr es un genio y un cretino, ya que, aceptando el principio del evolucionismo jamás ha comprendido el socialismo.

[7] Nos es necesario detenernos en la dyade Sócrates-Marx, ya que Sócrates fué el primero que descubrió que el conocimiento es acción, y que el hombre no conoce más que lo que sabe hacer. He escrito un obra sobre la Dottrina di Socrate, fechada en 1871, Nápoles.

[8] Ver Züricker Sozialdemokrat del 2 2 de mayo de 1883, pág. 1. Hago notar al pasar que Darwin, muerto el año antes, nació en 1809. Engels había nacido, como Spencer. en 1820. Se trata, pues, de verdaderos contemporáneos de la misma edad, de personas que han vivido en el mismo medio.

[9] Yo he esbozado lo que es la concepción epigenética en un trabajo que te titula: I ProbUmi della Fillosofia della Storia, Roma. 1887. Este trabajo supone en parte uno de los míos más antigaos: Deirinsegnamento ddla Storia. 18 76.

[10] Fué éste un improvisador de pacotilla que, teniendo siempre invertido el sentido de tí mismo, fué un minúsculo precursor de Osear Wilde.

 

 

 

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