Antonio Labriola

 

FILOSOFIA Y SOCIALISMO

(1899)

 

 

APÉNDICE II [1]

 

 

Londres, septiembre 21 de 1890.

Su carta[2] del 5 del corriente me ha seguido hasta Folkestone; pero como allí no tenía el libro de que se trata, me ha sido imposible contestar a usted. De regreso a Londres, el 12, me he hallado con tan gran cantidad de trabajo urgente, que no he podido escribirle algunas líneas hasta hoy. Conociendo la causa de mi retardo, espero que me excusará.

En primer lugar podrá ver en el Origen de la familia, etc., pág. 19, que la familia punalúa se ha formado tan lentamente que, aun en nuestro siglo, se han visto casamientos entre hermanos y hermanas (de la misma madre) en la familia real de Hawai. En toda la antigüedad han existido casamientos entre hermanos y hermanas, por ejemplo entre los Ptolomeos. Pero aquí es necesario distinguir, en segundo lugar, entre los hermanos y las hermanas de parte maternal y los de parte paternal; adelfós, adelfé, deriva de delfús, matriz, y, por consecuencia, no designan originariamente más que los hermanos y hermanas de parte maternal. A pesar de la desaparición del matriarcado su influencia perdura durante tanto tiempo que los hijos de una misma madre, aun de padres diferentes, son más próximos los unos de los otros que los hijos de un mismo padre pero de madres diferentes. La forma punalúa de la familia no impide el casamiento más que entre los primeros y de ninguna manera entre los segundos, quienes, de acuerdo a la concepción correspondiente (rigiendo el matriarcado) no son parientes. Los ejemplos de casamientos entre hermanos y hermanas que han existido en la .antigüedad griega, según sé, se reducen a individuos que son, o bien hijos de madres diferentes, o bien de padres desconocidos, por lo que su casamiento no se impedía; estos casamientos no son contrarios, pues, a la costumbre punalúa. Tampoco ha notado usted que entre la época punalúa y la monogamia griega tiene lugar el pasaje del matriarcado al patriarcado, lo que cambia considerablemente las cosas.

Según Wachsmuth no hay, entre los griegos de los tiempos heroicos, "rastro de escrúpulos a causa de la muy próxima parentela de los espesos, salvo en las relaciones de los padres y de las madres con los niños" (Hellen. Alterthümer, III pág. 156). "En Creta no era chocante casarse con la hermana carnal" (leiblich) (ibid, pág. 170). Este último dato ha sido sacado de Strabon, libro X, pero no puedo hallar inmediatamente el pasaje por cuanto el libro no está dividido en capítulos. Por hermana carnal entiendo hasta la prueba contraria, es decir, la hermana de parte paternal.

*    *    *

Modificaría así su primera proposición: de acuerdo a la concepción materialista de la historia, la producción y la reproducción de la vida material son, en última instancia, el momento determinante de la historia. Marx y yo no hemos nunca pretendido más. Cuando se desnaturaliza esta proposición así: el momento económico es el solo determinante, se transforma esta proposición en una frase sin sentido, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diferentes momentos de la superestructura — formas políticas de la lucha de clases y sus resultados — constituciones impuestas por la clase victoriosa después de ganada la batalla, etc. — formas jurídicas — y también los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de quienes participan en ellas, teorías políticas, jurídicas, filosóficas, concepciones religiosas y su desenvolvimiento ulterior en sistemas de dogmas, tienen también su influencia sobre la marcha de las luchas históricas y determinan en muchos casos sobre todo en la forma. Todos estos momentos obran los unos sobre los otros, pero en el fondo el movimiento económico termina necesariamente conduciéndolo a través de la infinidad de azares (es decir, de cosas y de acontecimientos cuyo encadenamiento íntimo es tan remoto o tan idemostrable que podemos tenerlo por no existente, y despreciarlos) . Si no fuera así, la aplicación de la teoría a un período histórico cualquiera sería más fácil que la solución de una simple ecuación de primer grado.

Hacemos nosotros mismos nuestra historia, pero, en primer lugar, en circunstancias y en condiciones muy determinadas. Entre éstas, las condiciones económicas son, finalmente, las condiciones decisivas. Pero las condiciones políticas, etc., y aún la tradición, que siempre está presente en la cabeza de los hombres, juegan un papel, aunque no decisivo. El Estado prusiano ha nacido y se ha desarrollado también él por consecuencia de causas históricas, en última instancia económicas.

Pero no se podría pretender, sin pedantería, que entre los numerosos pequeños Estados de la Alemania del Norte sea el Brandeburgo el que estaba destinado, sólo por necesidad económica, y no también por otras causas (ante todo por sus relaciones, gracias a la posesión de Prusia, con Polonia, lo que la arrastra a la política internacional, que es también decisiva para la formación del poder de la casa de Austria), a hacerse la gran potencia en la cual se efectúa la diferenciación económica, lingüística y religiosa del Norte y del Sur, después de la Reforma. Difícilmente se llegaría, sin ridiculizarse, a explicar por causas económicas la existencia de cada uno de los pequeños Estados alemanes antiguos o contemporáneos, o el origen de la permuta de las consonantes del alto alemán, que hace de la división geográfica formada por los montes Sudetes hasta el Taunus, una verdadera separación a través de Alemania.

En segundo lugar, la histoira se hace de tal suerte que el resultado final nace siempre del conflicto de muchas voluntades individuales, siendo cada una lo que es por consecuencia de una infinidad de condiciones particulares; hay, pues, innumerables fuerzas que se entrecruzan, hay un grupo infinito de paralelógramos de fuerzas, de donde sale una resultante — el acontecimiento histórico — que también puede ser considerado como el producto de una fuerza actuante, en tanto que el todo es inconscientemente y sin voluntad. Porque lo que cada uno quiere es dificultado por los demás y lo que acontece es algo que nadie ha querido. jEs así que la historia se sucede hasta aquí como un proceso natural y se ha hallado sometida esencialmente a las mismas leyes de movimiento! Pero del hecho de que las voluntades individuales — cada una de las cuales desea lo que su temperamento y las circunstancias económicas la incita (sean personales o sociales) — no realicen lo que desean, sino que se fusionan en una media total, en una resultante común, no debemos deducir que pueden ser consideradas como nulas. Al contrario, cada una contribuye a la resultante, y es en este sentido que deben ser comprendidas.

Le ruego, por otra parte, estudiar esta teoría en las fuentes originales y no en las exposiciones de segunda mano, lo que será para usted mucho más fácil. Marx no ha escrito casi nada en donde esta teoría no juegue una función. El 18 Brumario de Luis Bonaparte es un ejemplo acabado de su aplicación. Hay también en El Capital muchas indicaciones. Igualmente me permito indicarle mis obras Anti-Dühring y L. Feaerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, que son las exposiciones del materialismo histórico más completas que conozco.

Sí algunos trabajos posteriores insisten a veces más de lo que conviene sobre el aspecto económico, la falta debe atribuirse en parte a Marx y a mí. Nosotros teníamos que afirmar el principio fundamental ante los adversarios que lo negaban y no disponíamos siempre del tiempo, del lugar y de la ocasión de reconocer a los otros momentos, que participan en la acción recíproca, el derecho que les pertenece. Pero desde que se trata de explicar un período histórico, es decir, de hacer una aplicación práctica, las cosas cambian y no era posible ningún error. Desgraciadamente, sucede muy a menudo que se cree haber comprendido a fondo una teoría nueva y poderla manejar sin más, desde que se conocen los principios fundamentales aunque no siempre con exactitud. No puedo evitar este reproche a algunos marxistas recientes; se hacen entonces cosas muy raras.

Con respecto a lo que le decía ayer (escribo este último párrafo el 22 de septiembre), debo añadir este pasaje, que confirma ampliamente lo que ya decía: "Se sabe que los matrimonios entre hermanos y hermanas, de madres diferentes, no fueron considerados como incestuosos en la época histórica" (Schoemann, Griech. Alterthümer, I, pág. 52, Berlín, año 1855).

Espero que el desorden de esta carta no molestará a usted, etc.

F. ENGELS.

 

*    *    *

 

Londres, octubre 27 de 1890.

Querido S. . .

La primera hora que tengo libre la ocupo en contestar la suya[3] .

Creo que haría muy bien en aceptar el cargo que se le ha ofrecido en Zurich. Con respecto al punto de vista económico, podrá allí aprender siempre algo, a pesar de que Zurich no es más que un mercado financiero de tercer orden, y que, por lo tanto, las influencias que allí se ejercen son débiles, por repercutir en segundo o tercer lugar, o bien falseadas intencionalmente. Si llega a ponerse prácticamente al corriente de ese engranaje, se verá forzado a seguir las informaciones de las bolsas de Londres, Nueva York, París, Berlín y Viena y el mercado mundial se le presentará así en su reflejo, como mercado de dinero y de efectos. Sucede con los reflejos económicos, políticos, etc., lo mismo que se produce en el ojo del hombre: atraviesan una lente y se presentan invertidos en la cabeza. Sólo que en la economía falta el sistema nervioso que ponga la imagen al derecho. El que pertenece a un mercado financiero no ve el movimiento de la industria y del mercado mundial más que en el reflejo trastrocante del mercado de dinero y de efectos; para él el efecto es la causa. Es lo que he visto en Mánchester, hacia 1840. Con respecto al punto de vista del movimiento industrial y de su mínima y máxima periódica, los precios corrientes de la bolsa de Londres eran completamente inutilizables, ya que se quería explicarlo todo por las crisis del mercado monetario, siendo que estas mismas no eran más que síntomas. Se trata de demostrar la mal fundada explicación del nacimiento de las crisis industriales por la superproducción temporal; el problema presentaba un aspecto tendencioso c inducía a una falsa interpretación. Este punto de vista — al menos para vosotros y de una vez por todas — no existe más, aunque es verdad que el mercado monetario pueda tener también sus crisis especiales, en las que las perturbaciones industriales directas no juegan más que un papel secundario o ninguno; hay en esto muchos puntos que aclarar y estudiar, principalmente para la historia de estos últimos veinte años.

A la división del trabajo según un modo social, corresponde la independencia recíproca de los trabajadores parcelarios. La producción es, en líltima instancia, decisiva. Pero desde el momento en que el comercio, frente a la producción propiamente dicha, llega a ser independiente, sigue un movimiento determinado en su conjunto, en suma, por la producción, pero obedece, sin embargo, en sus detalles y en los límites generales de esta independencia, a leyes especiales, que están en la naturaleza misma de este nuevo factor. Este movimiento tiene sus fases propias e influye por su parte en el proceso de la producción. El descubrimiento de América se debe a la sed de dinero que lanzara antes ya a los portuguesas al África (ver Soetbeer, Productions des metaux precieux) , porque la industria europea, que tan poderosamente se desenvuelve en los siglos XIV y XV, y el comercio que ello representa, exigían una mayor cantidad de medios de cambio, que Alemania — el gran país productor de dinero de 1450 a 1550 — no podía proveer más. La conquista de las Indias por portugueses, holandeses e ingleses (1500-1800), tuvieron por finalidad la exportación de productos indios; nadie pensaba en importar nada de esas regiones. Y, sin embargo, qué enorme repercusión ejercieron sobre la industria estos descubrimientos y estas conquistas, determinadas únicamente por intereses comerciales. Fueron las necesidades de la exportación de estos países que crearon y desarrollaron la gran industria.

Lo mismo sucede para el mercado monetario. Cuando se aparta del comercio de mercancías, el tráfico de dinero tiene — en las condiciones fijadas por la producción y por el comercio de mercancías, y en la esfera de estos límites — un desenvolvimiento propio, especial, leyes determinadas por su propia naturaleza y fases independientes. Si sucede, además, que el tráfico de dinero aumenta en esta evolución y llega a ser comercio de efectos, que los efectos no son solamente papeles de Estado, sino que se le suman las acciones industriales y comerciales, y, en fin, que el tráfico de dinero ejerce un poder directo sobre una parte de la producción que la domina, entonces la reacción del tráfico de dinero sobre la producción es más fuerte y compleja. Los financieros son los propietarios de los ferrocarriles, de las minas de carbón y de hierro, etcétera. Estos medios de producción adquieren desde entonces un doble carácter. Su explotación debe arreglarse, ya sobre los intereses de la producción inmediata, ya sobre las necesidades de los accionistas, en tanto que financistas. El ejem.plo más evidente es el que presentan los ferrocarriles de América del Norte, cuya explotación depende enteramente de las rápidas operaciones de bolsa de un tal Jay Gould, de un Vanderbild, etcétera, quienes son por completo indiferentes a las tales vías como medios de circulación. Y aquí mismo, en Inglaterra, hemos visto persistir durante decenas de años las luchas entre las diferentes compañías de ferrocarriles con motivo de la delimitación de su red, luchas en las que se han malgastado enormes sumas de dinero, pues no estaban destinadas al interés de la producción y de la circulación, sino a una rivalidad que no tenía otro fin que permitir operaciones de bolsa a los financistas que poseían acciones.

En estas pocas indicaciones sobre la forma en que concibo la relación de la producción y del comercio de mercancías, y de éstas con el tráfico de dinero, he satisfecho al fondo de su cuestión sobre el materialismo histórico. El problema se comprende fácilmente desde el punto de vista de la división del trabajo. La sociedad engendra ciertas funciones comunes, sin las que no puede pasarse. Aquellos que son elegidos para ejercerlas forman una nueva rama de la división del trabajo, en el interior de la sociedad. Ellos adquieren así intereses distintos, aún con relación a sus poderdantes, se separan de ellos, y he ahí el Estado. Entonces pasa lo que ha sucedido con el comercio de mercancías y más tarde con el tráfico de dinero. Esta nueva potencia distinta sigue, en fin, el movimiento de la producción, pero influye también sobre las condiciones y la marcha de la producción en virtud de la autonomía relativa que posee, es decir, que una vez constituida tiende siempre resueltamente hacia un desenvolvimiento mayor. Existe, pues, la acción recíproca de dos fuerzas desiguales: acción del movimiento económico y acción de la nueva potencia, de la potencia política, aspirando a la mayor autonomía posible, y que» una vez establecida, adquiere, a su vez, un movimiento propio. El movimiento económico lo arrastra al fin, pero debe sufrir la repercusión del movimiento político creado por él, movimiento dotado de una autonomía relativa, que se manifiesta, por una parte, en la potencia del Estado, y por otra, en la oposición, nacida con esta última. Así como el movimiento del mercado industrial se refleja en su conjunto, con las reservas formuladas más arriba, sobre el mercado financiero, pero invirtiéndose, naturalmente, lo mismo la lucha de clases ya existentes se refleja en la lucha entre el gobierno y la oposición, pero también invirtiéndose. La reflexión no es más directa, sino indirecta; no se presenta ya como una lucha de clases, sino como una lucha por los principios políticos, y la reflexión está tan completamente invertida que ha sido necesario miles de años para que nosotros podamos descubrirla.

La reacción de la potencia del Estado sobre el desenvolvimiento económico puede tomar tres formas: puede obrar en el mismo sentido y el movimiento se hace entonces más rápido; puede obrar en sentido contrario, entonces se destruye a la larga en las grandes naciones; o bien , puede suprimir o favorecer ciertas tendencias de la evolución económica. Este último caso se reduce fácilmente a uno de los otros dos. Pero es evidente que en el segundo y en el tercer caso la potencia política puede oponerse radicalmente al desenvolvimiento económico y producir entonces enormes pérdidas de fuerza y materia.

Agregue a eso el caso de conquita y de destrucción brutal de fuentes económicas, que otrora podría aniquilar, en ciertas condiciones, todo un desenvolvimiento económico local o nacional. Este caso tiene hoy casi siempre efectos completamente opuestos, al menos en los grandes pueblos: a veces el pueblo vencido gana a la larga, por beneficios económicos, políticos y morales, más que el vencedor. Igual cosa para el derecho: cuando la nueva división del trabajo hace necesaria la aparición de juristas de profesión, se abre un nuevo dominio independiente que, bien que dependa en general de la producción y del comercio, posee, sin embargo, una potencía especial de reacción frente a estos últimos. En un Estado moderno este derecho no debe solamente traducir el estado económico general, ser su expresión, sino ser una expresión coherente, sin contradicciones intrínsecas: para llegar a este fin, la exactitud de la reflexión de las condiciones económicas desaparecen cada vez más. Tanto más que raramente sucede que un código sea la expresión fiel, pura, sincera, de la supremacía de una clase: esto sería contrario ya a la "idea del derecho". La noción del derecho, puro, consecuente, de la burguesía de 1792-1796 es falseada ya en más de un aspecto en el código de Napoleón, y desde que lo ha sido debe sufrir todos los días atenuaciones debidas a la potencia creciente del proletariado. Eso no impide que el código de Napoleón se tome como base de todas las nuevas codificaciones de todas las partes del mundo. La marcha de la "evolución del derecho" consiste en gran parte, ante todo, €n el esfuerzo para suprimir las contradicciones resultantes de la traducción inmediata de las relaciones económicas en principios jurídicos, para establecer un sistema jurídico armónico y, después, en la influencia y en la violencia del desenvolvimiento económico siempre creciente que constantemente rompe el sistema y lo complica con nuevas contradicciones (no hablo más que del derecho civil).

El reflejo de las relaciones económicas en principios jurídicos es necesariamente invertida. Esto se produce inconscientemente; el jurista se imagina manejar proposiciones a priort, cuando no son más que reflejos económicos — por lo que todo es invertido. Me parece evidente que esta interversión, que constituye, en tanto que no es reconocida, lo que llamamos la concepción ideológica, obra, por su parte, sobre la base económica y puede modificarla en ciertos límites. El fundamento del derecho de sucesión, suponiendo igual grado de evolución de la familia, es económico. No obstante, sería difícil demostrar, por ejemplo, que en Inglaterra la libertad absoluta de testar y en Francia su fuerte limitación, no son más que causas económicas las que influyen en todos sus detalles. Las dos obran de manera muy importante sobre la economía, ya que influyen sobre la repartición de los bienes.

En lo que respecta a las esferas ideológicas, aún más etéreas, religión, filosofía, etc., tienen éstas un contenido prehistórico, heredado y adoptado por el período histórico — un conténido absurdo, diríamos nosotros ahora. Las diferentes representaciones erróneas de la naturaleza, de la constitución misma del hombre, de espíritus y de fuerzas misteriosas, no tienen más que un fundamento económico negativo: el débil desenvolvimiento económico del período prehistórico tiene por complemento, y en parte por condición y aún por causa, las falsas representaciones de la naturaleza. Y aun cuando la misma necesidad económica hubiera sido el resorte principal del conocimiento siempre creciente de la naturaleza, no sería menos pedante buscar causas económicas en todo este absurdo prehistórico.

La historia de la ciencia es la historia de la destrucción de este absurdo o bien de su reemplazo por un nuevo absurdo, pero al menos poco a poco menos absurdo. Los que se entregan a este trabajo pertenecen aún a nuevas esferas de la división del trabajo, pero se conducen como si manejaran un dominio independiente. Y en la medida en que forman un grupo independiente en el interior de la división del trabajo social, sus producciones, incluidos sus errores, tienen una influencia de reacción sobre todo el desenvolvimiento social, aún sobre el desenvolvimiento económico. Pero a pesar de todo, ellos mismos están bajo la influencia dominante de la evolución económica. Se puede esto demostrar muy fácilmente, por ejemplo, con el período burgués. Hobbes fué el primer materialista moderno (en el sentido del siglo XVIII) ; pero era partidario del absolutismo en la época en que la monarquía absoluta estaba en su mayor esplendor en toda Europa. Locke era, en religión como en política, el hijo del compromiso de 1688. Los deístas ingleses y sus sucesores más consecuentes, los materialistas franceses, fueron los verdaderos filósofos de la burguesía — los franceses lo fueron de la revolución burguesa — . La pequeña burguesía alemana pasa por la filosofía alemana de Kant a Hégel, ya positivamente, ya negativamente. Pero la filosofía de cada época tiene, como esfera especial de la división del trabajo, un cierto conjunto de ideas que hereda de sus predecesores y que toma como punto de partida. Es lo que hace que países económicamente atrasados jueguen, no obstante, el primer papel en la filosofía: la Francia del siglo XVIII con relación a Inglaterra, sobre cuya filosofía los franceses se fundaban; y más tarde, Alemania con relación a estos dos países. Pero en Francia como en Alemanía la filosofía fué también, como florecimiento literario de la época, el resultado de un mejoramiento económico. La definitiva supremacía del desenvolvimiento económico es también evidente en este terreno, pero en las condiciones determinadas por el terreno mismo: por ejemplo, en filosofía, por las influencias económicas ( que casi siempre obran primero sobre la forma política, etc.) sobre el material filosófico existente, facilitado por los predecesores. La Economía no crea nada inmediatamente por sí misma, sino que determina el modo de variación y el desenvolvimiento ulterior de la materia intelectual dada, y esto lo más a menudo de manera indirecta; son los reflejos políticos, jurídicos y morales los que ejercen la acción directa más importante sobre la filosofía.

Sobre religión ya he dicho lo que más interesaba en el último capítulo sobre Feuerbach.

Si a pesar de esto, Barth piensa que nosotros negamos toda reacción de los reflejos políticos, etc., del movimiento económico sobre el movimiento mismo, combate simplemente contra molinos de viento. Que estudie el 18 Brumario de Marx, en donde no se trata principalmente sino del papel particular que las luchas y los acontecimientos políticos juegan naturalmente en los límites que les traza su dependencia general de las condiciones económicas, o en el El Capital, el capítulo, por ejemplo, sobre la jornada de trabajo, en donde la legislación, que no obstante ser un acto político, tiene una acción muy profunda, o en el capítulo sobre la historia de la burguesía (cap. XXIV) .

Y si no, ¿por qué combatimos nosotros por la dictadura política del proletariado, si es que la potencia política carece de fuerzas desde el punto de vista económico? ¡La fuerza (es decir, la fuerza pública) es también una potencia económica!

Pero no tengo tiempo para criticar este libro. El tercer volumen debe aparecer antes y, por otra parte, pienso que Bernstein, por ejemplo, podría hacerlo muy bien.

Lo que falta a todos estos señores es la dialéctica. Ellos no ven más que aquí causa, allí efecto; lo que es una abstracción vacía. En el mundo real semejantes oposiciones polares, metafísicas, no existen más que en las crisis; fuera de esto el desenvolvimiento se sucede en la forma de acción recíproca — de fuerzas en verdad muy desiguales — , en donde el movimiento económico es el más potente, el más original, el más decisivo. No hay allí ningún absoluto, todo es relativo; pero ellos no lo ven; para ellos Hégel no ha existido.

F. ENGELS..

 

 

 

Londres, enero 25 de 1894. 

Estimado señor, he aquí la respuesta a sus cuestiones[4]:  

1°) Por relaciones económicas, que nosotros consideramos como la base determinante de la historia de la sociedad, entendemos la manera por la cual los hombres de una sociedad dada producen sus medios de existencia y cambian entre sí los productos (en la medida en que haya división de trabajo). Es, pues, necesario entender por eso el conjunto de la técnica de la producción, y los medios de transporte. Esta técnica determina también, según nosotros, el modo de cambio, por lo tanto, la repartición de los productos y, después de la disolución de la sociedad fundada sobre la gens, determina igualmente la división en clases, por lo tanto, las relaciones de dominación y sujeción, el Estado, la política, el derecho, etc. Además, es necesario entender por relaciones económicas la base geográfica sobre la cual éstas acontecen, y las supervivencias de estadios anteriores del desonvolvimiento económico, que se han conservado naturalmente — por tradición o por vis inertioe — , como el medio que envuelve enteramente esta forma de sociedad.

Si la técnica, como usted dice, depende en gran parte del estado de la ciencia, ésta depende aún más del estado y de las necesidades de la técnica. ¿Tiene la sociedad necesidad de técnica? Esta necesidad hace más por el progreso de la ciencia que diez universidades. Toda la hidrostática (Torricelli, etc.), ha nacido de la necesidad, de la necesidad de regular las corrientes de agua de Italia en los siglos XVI y XVII. Nada racional sabíamos de la electricidad hasta que se ha descubierto su utilidad técnica. Desgraciadamente, sucede que en Alemania se tiene la costumbre de escribir la historia de las ciencias como si hubieran caído del cielo.

2°) Nosotros consideramos las condiciones económicas como condicionando en última instancia el acontecer histórico. La raza es también un factor económico. Hay aquí dos puntos que es necesario no descuidar:

a) El desenvolvimiento político, jurídico, filosófico, religioso, literario, artístico, etc., reposa sobre el desenvolvimiento económico. Todos ellos obran los unos sobre los otros y sobre la base económica. No es verdad que la situación económica sea la sola causa activa, y que todo el resto no sea más que un efecto pasivo, sino que hay una acción recíproca, sobre la base de la necesidad económica, que termina siempre por arrastrarla en última instancia. El Estado, por ejemplo, actúa por la protección aduanera, por el libre cambio, por las buenas y por las malas finanzas, y aún la ruina y agotamiento mortal de los pequeños burgueses alemanes que resurgían de la miserable situación económica de la misma Alemania de 1648 a 1830, lo que se traduce primero en pietismo y luego en un sentimentalismo y servilismo rastrero ante los príncipes y la nobleza, no fué sin consecuencias económicas. Esto fué uno de los más grandes obstáculos para el levantamiento, obstáculo que fué sacudido recién el día en que las guerras de la Revolución y las de Napoleón agudizaron la ya crónica miseria. No hay, pues, como a menudo se cree, una acción automática de la situación económica; los hombres hacen ellos mismos su historia, pero en un medio dado que los condiciona, sobre la base de las relaciones reales preexistentes, entre las cuales las relaciones económicas, tan influenciadas como estén por las relaciones políticas e ideológicas, son en última instancia las relaciones decisivas y constituyen el hilo conductor que es el único que permite comprenderla.

b) Los hombres hacen ellos mismos su historia, pero hasta ahora sin la voluntad colectiva de seguir un plan de conjunto, aun cuando se trate de una sociedad delimitada y completamente aislada. Sus esfuerzos se entrecruzan y, justamente a causa de esto, en toda sociedad domina la necesidad, de la cual el azar es el complemento y la manifestación. La necesidad, que nace a consecuencia de todos los azares, es de nuevo, finalmente, la necesidad económica. Aquí nos es necesario hablar de los llamados grandes hombres. Que tal gran hombre, y precisamente él, aparezca en tal momento, en tal país, evidentemente no es más que por azar. Eliminemos a este gran hombre; pero si las circunstancias exigen que sea reemplazado, este reemplazo se cumple bien que mal, pero se cumple al fin. Que el corso Napoleón haya sido precisamente el dictador militar que la República Francesa, agotada por sus guerras, tenía necesidad, fué un azar; pero que en el caso de faltar un Napoleón otro hubiera tomado su lugar, lo prueba el hecho de que siempre ha surgido el hombre que era necesario: César, Augusto, Cronwell, etc. Si es Marx el que ha descubierto la concepción materialista de la historia, Thierry, Mignet, Guizot y todos los historiadores ingleses hasta 1850, son la prueba de que existía la posibilidad de que ello se hiciera, y el descubrimiento de esta misma concepción por Morgan prueba que el tiempo estaba maduro para ello, que ella debía ser descubierta.

Y lo mismo acontece con todos los otros azares o pretendidos azares de la historia. Cuando más se aleja el dominio que nosotros consideramos del dominio económico, y se acerca al dominio ideológico puramente abstracto, más motivos hallamos para afirmar que hay azares en su proceso, pues la curva presenta más zig-zag. Pero si usted traza el eje medio de la curva, hallará que es más largo el período considerado y más vasto el dominio estudiado, tanto más este eje tienda a hacerse casi paralelo al eje del desenvolvimiento económico.

En Alemania, el obstáculo más grande para la exacta inteligencia de las cosas proviene de la negligencia injustificable por la que se ha abandonado la histeria económica. No solamente es difícil desembarazarse de las nociones históricas que nos han sido inculcadas en la escuela, sino que lo es más aún el reunir los materiales necesarios. ¡Quién es el que ha leído, por ejemplo, al viejo G. von Gulich, el que en una árida acumulación de hechos ha reunido tantos materiales que permiten explicar innumerables acontecimientos políticos!

Creo, por otra parte, que el precioso ejemplo dado por Marx en el 18 Brumario será para usted una respuesta suficiente, ya que es un ejemplo práctico. Creo, además, haber tratado los puntos más imDortantes en el Anti-Dühring, libro I, cap. IX y XI; libro II, cap. II y IV, y libro III, cap. I, y en la introducción, y también en la última parte de mi folleto sobre Feuerbach.

Le ruego, en fin, no tomar, en lo que precede, las palabras al pie de la letra, sino considerar en su conjunto mi contestación; siento no tener tiempo para cuidarla como debería hacerlo por tratarse de un escrito destinado a la publicidad.

Siempre suyo, etc.

F. ENGELS.

 

 

________________

[1] La traducción de las tres cartas que reproducimos en este apéndice han aparecido en el número de marzo de 1897 del Devenir Social. (Esta nota aparece en la edición francesa).

[2] Esta carta ha aparecido en el Der sozialistisches Akademiker el 1° de octubre de 1895. Responde a las dos cuestiones siguientes: 1°) ¿Cómo es que después de la desaparición de la familia consanguínea ha tenido lugar entre los griegos matrimonios entre hermanos y hermanas sin que fueran considerados incestuosos, según lo atestigua esta frase de Cornelius Nepos?: "Neque enim Cimoni fuit turpe, Atheniensium summo viro, sororem germanam habere in matrimonio, quippe quum cives eius eodem uterentur istitutio";  2°) ¿Cómo hay que comprender el principio fundamental de la concepción materialista de Marx y Engels? ¿El modo de producción y de reproducción de la vida es el solo momento determinante, o no es más que la base de todas las otras relaciones realmente actuantes? — (Nota del traductor francés).

[3] Esta carta fué publicada por Leipziger Volkszeitung, el 26 de octubre de 1895. 

[4] Esta carta ha aparecido en Der sozialístiiche Akademiker, el 15 de octubre de 1895. Responde a estas cnestiones: 1°) ¿En qué medida laa relaciones económicas son la causa (causa suficiente, ocasión, condición permanente, etc.), del desenvolvimiento?, y 2°) ¿Coál es el papel que juegan en la concepción histórica de Marx y Engels la raza y lai individualidadei históricas!' — (Nota del traductor francés).

 

 

<< Previo Indice