F. ENGELS

CARTA A AUGUSTE BEBEL



Primera edición: La colección de la correspondencia de Marx y Engels se publicó por vez primera en alemán en 1934 a cargo del Instituto Marx-Engels-Lenin de Leningrado. La segunda edición, ampliada, se realizó en inglés en 1936.
Fuente  de la versión castellana de la presente carta: C. Marx & F. Engels, Correspondencia, Ediciones Política, La Habana, s.f.
Esta edición: Marxists Internet Archive, 2010.


 

 

Londres, 28 de octubre de 1885

LA depresión crónica en todas las ramas decisivas de la industria continúa aquí, en Francia y en Norteamérica. Especialmente en las del hierro y el algodón. Es una situación imprecedente, si bien es por entero resultado inevitable del sistema capitalista: ¡una sobreproducción tan colosal que ni siquiera puede provocar la crisis! La sobreproducción de capital disponible que busca inversión es tan grande, que la tasa de descuento oscila aquí entre 1 y el 1 ½ anual, y para el dinero invertido en créditos a corto plazo, que puede retirarse o pagarse de día en día apenas se consigue el ½ por ciento anual. Pero al elegir esta inversión más bien que en nuevas empresas industriales, el capitalista en dinero admite cuán podrido le parece todo el asunto. Y este temor a nuevas inversiones y viejas empresas, que ya se había manifestado en la crisis de 1867, es la principal razón de que las cosas no hayan llegado a una crisis aguda.

Pero habrá de terminar por venir de todas maneras, y entonces es de esperar que termine con las viejas trade unions de aquí. Estas uniones han conservado pacíficamente el carácter artesanal que se les pegó desde el comienzo, y que día a día se está volviendo más insoportable. ¿Usted supondré, sin duda, que los mecánicos, carpinteros, albañiles, etc., admitirán sin más a cualquier obrero en su rama industrial? De ninguna manera. Quien desee la admisión debe adscribirse como aprendiz por un período de años (generalmente siete) a algún obrero perteneciente a la unión. La finalidad de ello era mantener limitado el número de obreros, pero no tenía otro efecto que el de hacer ganar al instructor del aprendiz sin hacer absolutamente nada en retribución. Esto estaba muy bien hasta 1848. Pero, desde entonces, el colosal crecimiento de la industria ha producido una clase de obreros en número igual o mayor que el de los obreros “calificados” de las trade unions, y quienes pueden ejecutar todo el trabajo, o más, que el de los obreros “calificados”, pero que nunca pueden ingresar en las uniones. Esta gente ha sido sistemáticamente penada por las normas artesanales de las trade unions. Pero ¿supondrá usted que las uniones han soñado jamás en terminar con esta estupidez? En lo más mínimo. No recuerdo haber leído jamás una sola proposición de esta clase al Congreso de las Trade Unions. Estos locos quieren reformar la sociedad a su gusto, y no reformarse ellos mismos adecuándose al desarrollo social. Se apegan a su superstición tradicional, que no hace sino perjudicarlos, en lugar de desembarazarse de la basura duplicando así la cantidad de sus miembros y sus fuerzas y volviendo a ser realmente lo que al presente están dejando de ser: asociaciones de todos los obreros de un oficio contra los capitalistas. Creo que esto le explicará a usted muchas cosas en la conducta de estos obreros privilegiados.

Lo más necesario de todo es aquí que los dirigentes obreros oficiales entren en masa al Parlamento. Entonces las cosas irán pronto muy bien; demostrarán rápidamente lo que son.

Las elecciones de noviembre contribuirán mucho en este sentido. Seguramente diez o doce de ellos entrarán, si sus amigos los liberales no les juegan sucio a último momento.[1] Las primeras elecciones llevadas a cabo bajo un nuevo régimen electoral son siempre una especie de lotería, y sólo revelan la parte menor de la revolución que provocan. Pero el sufragio universal —y con la ausencia de una clase campesina y el impulso industrial que tuvo Inglaterra, el nuevo sistema electoral les da a los obreros en Inglaterra tanto poder como el que les daría en Alemania— es, en la actualidad, la mejor palanca del movimiento obrero, y en este caso demostrará serlo. Esta es la razón por la cual es tan importante romper la Federación Socialdemócrata tan rápidamente como es posible, no siendo sus líderes otra cosa que arribistas, aventureros y literatos. Hyndman, el jefe de ella, está haciendo en este sentido todo lo que puede; no puede esperar que el reloj marque las doce, como dice la canción popular, y en su caza de éxitos se desacredita cada vez más día a día. Es una mala caricatura de Lassalle.

 

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[1] Salieron electos precisamente once candidatos “obreros”, proclamados por el Partido Liberal. (N. del T.)