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F. ENGELS

CARTA A N. F. DANIELSON



Primera edición: La colección de la correspondencia de Marx y Engels se publicó por vez primera en alemán en 1934 a cargo del Instituto Marx-Engels-Lenin de Leningrado. La segunda edición, ampliada, se realizó en inglés en 1936.
Fuente  de la versión castellana de la presente carta: C. Marx & F. Engels, Correspondencia, Ediciones Política, La Habana, s.f.
Esta edición: Marxists Internet Archive, 2010.


 

 

Londres, 22 de setiembre de 1892[1]

RESULTA entonces que estamos de acuerdo en este punto: en que Rusia no puede existir en 1892 como país puramente agrícola, que su población agrícola debe complementarse con la producción industrial.

Pero yo sostengo que la producción industrial significa hoy día gran industria, vapor, electricidad, hiladoras automotrices, telares mecánicos y finalmente máquinas que fabrican maquinaria. A partir del día que Rusia importó los ferrocarriles, la introducción de esos medios modernos de producción fue inevitable. Ustedes tienen que poder reparar sus propias locomotoras, vagones, vías, y esto sólo puede hacerse en forma barata si son capaces de construir en el país esas cosas que desean reparar. A partir del momento en que la guerra se transformó en una rama de la gran industria (barcos acorazados, artillería de cañones rayados, de tipo rápido y de repetición, balas recubiertas de acero, pólvora sin humo, etc.), la gran industria, sin la cual todas estas cosas no se pueden hacer, tornóse una necesidad política. No pueden tenerse todas estas cosas sin una manufactura metalúrgica altamente desarrollada. Y esta manufactura no puede existir sin un correspondiente desarrollo de todas las demás ramas de la manufactura, en especial la textil.

Concuerdo con usted en fijar en alrededor de 1861 el comienzo de la nueva era industrial de su país. Lo que caracterizó a la guerra norteamericana fue la desesperada lucha de una nación con formas de producción primitiva contra naciones de producción moderna. Los rusos lo comprendieron perfectamente, de ahí su transición a las formas modernas, transición irrevocable debido al decreto de emancipación, de 1861.[2]

Una vez admitida esta necesidad del tránsito de los primitivos métodos de producción que prevalecían en 1854 a los modernos que están empezando ahora a prevalecer, es secundaria la cuestión de si el proceso de invernadero de favorecer la revolución industrial por medio de impuestos protectores o prohibitivos, fue ventajosa o aun necesaria, o si no lo fue. Esta atmósfera de invernadero de la industria hace que el proceso sea agudo, pues de otra manera podría haber conservado una forma más crónica. Apelotona en veinte años un desarrollo de que otro modo habría insumido sesenta o más. Pero ello no afecta la naturaleza del proceso mismo, el que, como usted dice, data de 1861.

Lo cierto es que si Rusia realmente necesitase y estuviese determinada a tener una gran industria propia, no podría tenerla si no fuese con cierto grado de proteccionismo, cosa que usted admite. Luego, desde este punto de vista, también el problema del proteccionismo es sólo de grado, y no de principio; el principio era inevitable.

También esto es seguro: si Rusia, después de la Guerra de Crimea, necesitó una gran industria propia, sólo pudo tenerla en una forma, en la forma capitalista. Y junto con esta forma, fue obligada a admitir todas las consecuencias que acompañan a la gran industria capitalista en todos los demás países.

Ahora bien, yo no veo que los resultados de la revolución industrial que se está efectuando en Rusia ante nuestros ojos sean en modo alguno diferentes de los que son o han sido en Inglaterra, Alemania o Norteamérica. En Norteamérica, las condiciones de la agricultura y de la propiedad territorial son diferentes, lo que comporta alguna diferencia.

Usted se queja del lento aumento del personal empleado en la industria textil comparado con el aumento cuantitativo de la producción. Lo mismo ocurre en todas partes. Si no fuese así, ¿de dónde nuestra redundante “reserva industrial”? (El capital, cap. XXIII, sec. 3ra y 4ta.)

Usted demuestra la sustitución gradual del trabajo masculino por el de mujeres y niños; El capital, cap. XIII (sec. 3ra).

Usted se queja de que las mercancías hechas a máquinas desalojan a los productos de la industria doméstica, destruyendo así una producción suplementaria sin la cual el campesino no puede vivir. Pero en esto tenemos una consecuencia absolutamente necesaria de la gran industria capitalista: la creación del mercado interno (El capital, cap. XXIV, sec. 5ta) y lo que ha ocurrido en Alemania en el transcurso de mi vida y ante mí vista. Incluso lo que usted dice, de que la aparición de mercancías de algodón no sólo destruye la hilatura y la tejeduría doméstica del campesino, sino también sus cultivos de lino, se ha estado viendo en Alemania desde 1820 hasta ahora. Y en cuanto a este aspecto a la cuestión —la destrucción de la industria doméstica y de las ramas de la agricultura que la sirven—, el verdadero problema de ustedes me parece ser este: que los rusos tuvieron que decidir si su propia gran industria había de destruir a su manufactura doméstica, o si este proceso había de llevarlo a cabo la importación de mercancías inglesas. Con proteccionismo, la realizaban los rusos, sin proteccionismo, los ingleses. Esto me parece completamente evidente.

El cálculo que usted hace, de que la suma de los productos textiles de la gran industria y de la industria doméstica no aumenta sino que permanece constante y aun disminuye, no sólo es muy correcto, sino que sería erróneo si llegase a otro resultado. Y ese total sólo puede aumentar lentamente y, según me parece, aún debiera decrecer en las actuales condiciones de Rusia.

Pues uno de los corolarios necesarios de la gran industria es que destruye a su propio mercado interno por el mismo proceso por el cual lo crea. Lo crea destruyendo la base de la industria doméstica del campesinado. Pero sin industria doméstica, el campesinado no puede vivir. Son arruinados en cuanto campesinos; su poder adquisitivo se reduce al mínimo; y mientras no se establezcan en sus nuevas condiciones de vida como proletarios, constituirán muy pobre mercado para las fábricas recientemente surgidas.

Siendo la producción capitalista una fase económica transitoria, está llena de contradicciones internas que se desarrollan y se tornan evidentes en proporción a su desarrollo. Esta tendencia a destruir su propio mercado al mismo tiempo que lo crea, es una de ellas. Otra es la situación insoluble a que conduce, y que en países sin mercado exterior, como Rusia, se desarrolla antes que en países más o menos capaces de competir en el mercado mundial. Esta situación sin salida aparente encuentra su salida, en el caso de estos últimos países, en las conmociones comerciales, en la apertura violenta de nuevos mercados. Pero aun así se topa con el callejón sin salida. Fíjese en Inglaterra. El último nuevo mercado que al abrirse al comercio inglés podía atraer una resurrección pasajera de la prosperidad, es China. Por ello el capital inglés insiste en construir ferrocarriles chinos. Pero el ferrocarril chino significa la destrucción de toda la base de la pequeña agricultura china y de la industria doméstica, y como ni siquiera estará el contrapeso de una gran industria china, centenares de millones de seres humanos serán colocados en la imposibilidad de vivir. La consecuencia será una emigración en masa tal como el mundo nunca ha visto, una inundación de América, Asia y Europa por el odiodado chino, una competencia de mano de obra con el obrero americano, australiano y europeo en base al nivel de vida chino, que es el más bajo de todos; y si para entonces el sistema de producción no ha cambiado en Europa, tendrá que cambiar en ese momento.

La producción capitalista se prepara su propia ruina, y usted puede estar seguro de que también hará lo mismo en Rusia. Puede producir, y si dura bastante lo hará con certidumbre, una revolución agraria radical; me refiero a una revolución de la condición de la propiedad de la tierra, que arruinará tanto al pomeschik [terrateniente] como al muzhik [campesino], remplazándolos por una nueva clase de grandes propietarios fundiarios sacados de los kulaki de las aldeas o de los especuladores burgueses de las ciudades. Sea como fuere estoy seguro de que los conservadores que han introducido el capitalismo en Rusia, se asombrarán terriblemente un día por las consecuencias de sus propios actos.

 

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[1] Carta escrita en inglés.

[2] Se refiere a la emancipación de los siervos decretada por el zar Alejandro II en base a un manifiesto emitido por él el 3 de marzo de 1861 (19 de febrero de 1861, en el calendario juliano). (N. del MIA)