K. Marx

CARTA A PAVEL VASILYEVICH ANNENKOV



Primera edición: La colección de la correspondencia de Marx y Engels se publicó por vez primera en alemán en 1934 a cargo del Instituto Marx-Engels-Lenin de Leningrado. La segunda edición, ampliada, se realizó en inglés en 1936.
Fuente  de la versión castellana de la presente carta: C. Marx & F. Engels, Correspondencia, Ediciones Política, La Habana, s.f.
Esta edición: Marxists Internet Archive, 2010.


 

Bruselas, 28 de diciembre de 1846[1]

HACE tiempo que habría usted recibido mi respuesta a su carta del 19 de noviembre si no fuera porque mi librero me envió el libro de Monsieur Proudhon, Filosofía de la miseria, recién la semana pasada. Lo he terminado en dos días a fin de poder darle en seguida mi opinión. Como lo he leído muy apuradamente, no puedo entrar en detalles, y sólo puedo decirle la impresión general que me ha producido. Si lo desea, puedo entrar en detalles en una segunda carta.

Debo confesarle que encuentro malo, muy malo al libro en conjunto. Usted mismo se ríe en su carta de la “marca de filosofía alemana” de que hace ostentación M. Proudhon en esta obra oscura e informe, pero supone que el tema económico no ha sido infectado por el veneno filosófico. También yo estoy muy lejos de imputar las fallas de la discusión económica a la filosofía de M. Proudhon. No es que M. Proudhon nos dé una falsa crítica de la economía política por poseer una absurda teoría filosófica, sino que nos da una teoría filosófica absurda porque no puede comprender la situación social de hoy día en su engrenement (concatenación), para emplear una palabra que, como muchas otras cosas, M. Proudhon ha tomado de Fourier.

¿Por qué habla M. Proudhon acerca de Dios, de la razón universal, de la razón impersonal de la humanidad que nunca yerra, que permanece constante a través de todas las épocas, y de la cual sólo es preciso tener exacta conciencia a fin de conocer la verdad? ¿Por qué confecciona un débil hegelianismo para producir la impresión de ser un arrojado pensador?

Él mismo nos da la clave de este enigma. M. Proudhon ve en la historia cierta serie de desarrollos sociales; encuentra el progreso realizado en la historia; finalmente, descubre que los hombres, como individuos, no sabían lo que estaban haciendo y estaban equivocados acerca de su propio movimiento; es decir, su desarrollo social parece, a primera vista, ser distinto, separado e independiente de su desarrollo individual. El autor no puede explicar estos hechos y de improviso surge la hipótesis de la razón universal que se revela a sí misma. Nada más fácil que inventar causas místicas, es decir, frases que carecen de sentido común.

Pero cuando M. Proudhon admite no entender nada acerca del desarrollo histórico de la humanidad —y lo admite al emplear palabras altisonantes tales como Razón Universal, Dios, etcétera— ¿acaso no está admitiendo implícita y necesariamente que es incapaz de comprender el desarrollo económico?

¿Qué es la sociedad, cualquiera sea su forma? El producto de la actividad recíproca de los hombres. ¿Los hombres son libres de elegir por sí mismos esta o aquella forma de la sociedad? De ninguna manera. Supóngase un estado particular de desarrollo de las fuerzas productivas del hombre y se tendrá una forma particular de comercio y consumo. Supóngase etapas particulares del desarrollo de la producción, del comercio y del consumo, y se tendrá un orden social correspondiente, una correspondiente organización de la familia y de las jerarquías y clases: en una palabra, una correspondiente sociedad civil. Presupóngase una sociedad civil dada y se tendrán condiciones políticas particulares que son sólo la expresión oficial de la sociedad civil. Nunca comprenderá esto M. Proudhon porque cree que hace algo grande partiendo del Estado para comprender la sociedad: es decir, yendo del resumen oficial de 4a sociedad a la sociedad oficial.

Es superfluo agregar que los hombres no son libres de elegir sus fuerzas productivas —que son la base de toda su historia— puesto que cada fuerza productiva es una fuerza adquirida, producto de la actividad anterior.

Por consiguiente, las fuerzas productivas son el resultado de la energía humana práctica; pero esta energía está a su vez condicionada por las circunstancias en que se hallan los hombres, por las fuerzas productivas ya conquistadas, por la forma social preexistente, que ellos no crean, que es el producto de la generación anterior. Debido a este simple hecho de que cada nueva generación se encuentra en posesión de las fuerzas productivas conquistadas por la generación anterior, que le sirven de materia prima para una nueva producción, surge una conexión en la historia humana, toma forma una historia de la humanidad cuanto más se han extendido las fuerzas productivas del hombre y en consecuencia sus relaciones sociales. Por lo tanto, se sigue necesariamente que la historia de los hombres nunca es otra cosa que la historia de su desarrollo individual, sean o no conscientes de ello. Sus relaciones materiales son la base de todas sus relaciones. Estas relaciones materiales son sólo las formas necesarias en que se realiza su actividad material individual.

M. Proudhon mezcla ideas y cosas. Los hombres nunca abandonan lo que han conquistado, pero esto no significa que nunca renuncien a la forma social en la que han adquirido ciertas fuerzas productivas. Por el contrario, a fin de no ser despojados del resultado alcanzado y de no perder los frutos de la civilización, están obligados, a partir del momento en que la forma de su commerce deja de corresponder a las fuerzas productivas adquiridas, a cambiar todas sus formas sociales tradicionales. Empleo aquí la palabra commerce en su más amplio sentido, análogo al Verkehr alemán. Por ejemplo: la institución y los privilegios de las guildas y corporaciones, el régimen regulador del medioevo, eran las relaciones sociales correspondientes únicamente a las fuerzas productivas adquiridas y a la condición social preexistente y de la cual habían surgido esas instituciones. Bajo la protección de este régimen de corporaciones y regulaciones se acumuló el capital, se desarrolló el comercio de ultramar, se fundaron colonias. Pero los frutos de estos se habrían perdido si los hombres hubieran intentado retener las formas bajo cuyo amparo habían madurado. En consecuencia vinieron dos cataclismos: las revoluciones de 1640 y 1688.[2] Todas las viejas formas económicas, las relaciones sociales correspondientes y las condiciones políticas que eran la expresión oficial de la vieja sociedad civil, fueron destruidas en Inglaterra. Así pues, las formas económicas en que los hombres producen, consumen, intercambian, son transitorias e históricas. Al conquistarse nuevas fuerzas productivas, los hombres cambian su método de producción, y con el método de producción todas las relaciones económicas, las que son meramente condiciones necesarias de este método particular de producción.

Esto es lo que M. Proudhon no ha comprendido, y mucho menos demostrado. Incapaz de seguir el movimiento real de la historia, M. Proudhon produce una fantasía que presuntuosamente pretende sea dialéctica. No cree necesario hablar de los siglos diecisiete, dieciocho o diecinueve, porque su historia transcurre en el nebuloso reino de la imaginación y se eleva muy por encima del espacio y del tiempo. En una palabra, no es la historia sino vieillerie (antigualla), no es historia profana —la historia del hombre— sino historia sagrada —la historia de las ideas—. Desde su punto de vista el hombre es solamente el instrumento de que se sirve la Idea o la Razón Eterna a fin de desenvolverse. Se sobreentiende que las evoluciones de que habla M. Proudhon son evoluciones tales como las que se cumplen en la entraña mística de la Idea absoluta. Desgárrese el velo de este lenguaje místico y se verá que M. Proudhon nos ofrece el orden en que las categorías económicas se disponen dentro de su propia mente. No ha de requerir gran esfuerzo de mi parte probarle a usted que este orden es el de una mente muy desordenada.

M. Proudhon inicia su libro con una disertación sobre el valor, que es su tema favorito. Hoy no la examinaré.

La serie de las evoluciones económicas de la razón eterna comienza con la división del trabajo. Para M. Proudhon, la división del trabajo es una cosa perfectamente simple. Pero ¿acaso el régimen de castas no fue también una división particular del trabajo? ¿No fue el régimen de las guildas otra división del trabajo? Y la división del trabajo bajo el sistema de la manufactura —que en Inglaterra empieza a mediados del siglo diecisiete y llega a su término en la última parte del dieciocho— ¿no es totalmente diferente de la división del trabajo existente en la moderna industria en gran escala?

M. Proudhon está tan lejos de la verdad que descuida lo que atiende, incluso, el economista vulgar. Cuando habla acerca de la división del trabajo no cree necesario mencionar el mercado mundial. Está bien. Y, sin embargo, la división del trabajo ¿no debe haber sido fundamentalmente diferente en los siglos catorce y quince —cuando todavía no había colonias, cuando América aún no existía para Europa, y el Asia oriental sólo existía para ella por mediación de Constantinopla—, de lo que fue en el siglo diecisiete, en que las colonias ya estaban desarrolladas?

Y esto no es todo. Toda la organización interna de las naciones, con todas sus relaciones internacionales, ¿no es acaso más que la expresión de una división particular del trabajo? Y estas ¿no deben cambiar cuando cambia la división del trabajo?

M. Proudhon ha comprendido tan poco el problema de la división del trabajo, que jamás menciona siquiera la separación de la ciudad y el campo, que en Alemania, por ejemplo, tuvo lugar entre los siglos noveno y duodécimo. Para M. Proudhon, puesto que no conoce su origen ni su desarrollo, esta separación constituye una ley eterna. A lo largo de todo su libro habla como si esta creación de un modo particular de producción perdurase hasta el fin de los tiempos. Todo lo que dice M. Proudhon acerca de la división del trabajo es tan solo un resumen, y un resumen muy superficial e incompleto, de lo que antes de él han dicho Adam Smith y miles de otros.

La segunda evolución es la maquinaria. La conexión entre la división del trabajo y la maquinaria es enteramente mística para M. Proudhon. Cada clase de división de trabajo tuvo sus instrumentos específicos de producción. Entre mediados del siglo diecisiete y mediados del dieciocho, por ejemplo, no todo se hacía a mano. Existían implementos, y muy complicados, tales como telares, barcos, palancas, etcétera.

No hay, pues, nada más absurdo que derivar la maquinaria de la división del trabajo en general.

También puede anotar, de pasada, que desde que M. Proudhon no ha comprendido el desarrollo de la maquinaria, aun menos ha comprendido su origen histórico. Puede decirse que hasta el año 1825 —el período de la primera crisis general— las demandas generales del consumo aumentaron más rápidamente que la producción, y el desarrollo de la maquinaria fue una consecuencia necesaria de las necesidades del mercado. Desde 1825, la invención y aplicación de la maquinaria ha sido simplemente el resultado de la guerra entre obreros y patrones. Y esto sólo vale para Inglaterra. En cuanto a las naciones europeas, fueron obligadas a adoptar la maquinaria debido a la competencia inglesa, tanto en sus mercados internos como en el mercado mundial. Finalmente, la introducción de maquinarias en Norteamérica se debió a la competencia con otros países y a la escasez de mano de obra, esto es, a la desproporción entre la población de Norteamérica y sus necesidades industriales. Por estos hechos, usted puede ver la sagacidad que emplea Monsieur Proudhon cuando conjura el espectro de la competencia como tercera evolución, ¡la antítesis de la maquinaria!

Por último, en general, también es absurdo tratar la maquinaria como una categoría económica, en un mismo plano con la división del trabajo, la competencia, el crédito, etcétera.

La maquinaria es tan categoría económica como el buey que tira del arado. La aplicación de la maquinaria es en el presente una de las condiciones de nuestro actual sistema económico, pero la manera en que es empleada la maquinaria es algo totalmente distinto de la maquinaria misma. La pólvora sigue siendo la misma, ya sea que se use para herir a un hombre o para curar sus heridas.

M. Proudhon se supera a sí mismo cuando hace que la competencia, el monopolio, los impuestos o la policía, el balance comercial, el crédito y la propiedad, se desarrollen en su cabeza en el orden mencionado. Casi todas las instituciones de crédito ya estaban desarrolladas en Inglaterra hacia los comienzos del siglo XVIII, antes del descubrimiento de la maquinaria. El crédito fue sólo un nuevo método para aumentar los impuestos y satisfacer las nuevas demandas creadas por la ascensión de la burguesía al poder.

Finalmente, la última categoría del sistema de M. Proudhon está constituida por la propiedad. En cambio, en el mundo real, la división del trabajo y todas las demás categorías de M. Proudhon, son relaciones sociales que constituyen lo que al presente se conoce como propiedad: fuera de estas relaciones, la propiedad burguesa no es más que una ilusión metafísica o jurídica. La propiedad de una época diferente, la propiedad feudal se desarrolla en una serie de relaciones sociales enteramente diferentes. Al establecer la propiedad como una relación independiente, M. Proudhon comete algo más que un error de método: muestra claramente que no ha aprehendido el vínculo que mantiene unidas a todas las formas de la producción burguesa, que no ha comprendido el carácter histórico y transitorio de las formas de producción en una época determinada. M. Proudhon, que no considera a nuestras instituciones como producto histórico, que no comprende su origen ni su desarrollo, sólo puede someterlas a una crítica dogmática.

También está obligado M. Proudhon a refugiarse en una ficción a fin de explicar el desarrollo. Imagina que la división del trabajo, el crédito, la maquinaria, etc., fueron todos inventados para servir a su idea fija, la idea de igualdad. Su explicación es de una ingenuidad sublime. Estas cosas fueron inventadas en interés de la igualdad. Esto constituye todo su argumento. En otras palabras, hace una suposición gratuita y luego, como el desarrollo real contradice a cada paso su ficción, concluye que hay una contradicción. Le oculta a usted el hecho de que la contradicción únicamente existe entre sus ideas fijas y el movimiento real.

Es así como M. Proudhon, debido principalmente a que carece de conocimientos históricos, no ha percibido que a medida que los hombres desarrollan sus fuerzas productivas, esto es, en cuanto viven, desarrollan ciertas relaciones entre sí, y que la naturaleza de estas relaciones necesariamente debe variar con el cambio y el crecimiento de las fuerzas productivas. No ha percibido que las categorías económicas son sólo las expresiones abstractas de estas relaciones reales y únicamente conservan su validez mientras existen dichas relaciones. Cae, pues, en el error de los economistas burgueses que consideran a estas categorías económicas como eternas y no como leyes históricas que sólo son leyes para un desarrollo histórico particular, desarrollo determinado por la fuerza productiva. Por consiguiente, en lugar de considerar las categorías político-económicas como expresiones abstractas de las relaciones sociales reales, transitorias, históricas, Monsieur Proudhon sólo ve las relaciones reales, gracias a una transposición mística, como corporizaciones de esas abstracciones. Estas abstracciones son fórmulas que han estado dormitando en el corazón de Dios Padre desde el comienzo del mundo.

Pero aquí nuestro buen M. Proudhon cae en graves cataclismos intelectuales. Si todas esas categorías económicas son emanaciones del corazón de Dios, son la oculta y eterna vida del hombre, ¿cómo es que, en primer lugar, existe algo tal como el desarrollo, y en segundo lugar que M. Proudhon no es conservador? El explica estas contradicciones mediante todo un sistema de antagonismos.

A fin de echar luz sobre este sistema de antagonismos tomemos un ejemplo.

El monopolio es una cosa buena, porque es una categoría económica y por lo tanto una emanación de Dios. La competencia es una cosa buena, porque también es una categoría económica. Pero lo que no es bueno es la realidad de la competencia. Y lo que es aún peor, el hecho de que la competencia y el monopolio se devoren entre sí. ¿Qué ha de hacerse? Como estas dos ideas eternas de Dios se contradicen entre sí, le parece evidente que también hay una síntesis de ambas dentro del corazón de Dios, en que lo malo del monopolio se compensa con la competencia y viceversa. Como resultado de la lucha entre ambas ideas, sólo se manifestará el lado bueno. Debemos extraer de Dios esta idea secreta y aplicarla, y entonces todo estará bien; la fórmula sintética que yace escondida en la oscuridad de la razón impersonal del hombre debe ser revelada. M. Proudhon no titubea un segundo en presentarse como revelador.

Pero observemos un instante la vida real. En la vida económica de los tiempos presentes no se encontrarán únicamente la competencia y el monopolio, sino también su síntesis, que no es una fórmula sino un movimiento. El monopolio produce la competencia, la competencia. produce el monopolio. Pero esta ecuación, lejos de resolver las dificultades de la situación actual, como lo imaginan los economistas burgueses, produce una situación aún más difícil y confusa. Por lo tanto, si se altera la base sobre la cual reposan las relaciones económicas del presente, si se destruye el método de producción actual, no sólo se destruirán la competencia, el monopolio y su antagonismo, sino también su unidad, su síntesis, el movimiento que es el equilibrio real de la competencia y el monopolio.

Ahora le daré a usted un ejemplo de la dialéctica de Monsieur Proudhon.

La libertad y la esclavitud constituyen un antagonismo. No necesito hablar de los lados buenos y malos de la libertad ni de los lados malos de la esclavitud. Lo único que debe explicarse es el lado bueno de la esclavitud. No estamos tratando con la esclavitud indirecta, la esclavitud del proletariado, sino con la directa, la esclavitud de las razas negras en Surinam (Guayana), en Brasil, en los estados sureños de Norteamérica.

La esclavitud directa es hoy día eje de nuestro industrialismo, tanto como la maquinaria, el crédito, etc. Sin esclavitud no hay algodón; sin algodón no hay industria moderna. La esclavitud ha dado valor a las colonias; las colonias han creado el comercio mundial; el comercio mundial es la condición necesaria de la industria maquinizada en gran escala. Antes de que comenzara la trata de negros, las colonias sólo proveían al Viejo Mundo de muy pocos productos y no producían cambio apreciable en la faz de la tierra. La esclavitud es, pues, una categoría económica de la mayor importancia. Sin esclavitud, Norteamérica, el país más progresista, se transformaría en un país patriarcal. Basta con borrar a Norteamérica del mapa de las naciones, para tener anarquía, decadencia total del comercio y de la civilización moderna. Y hacer desaparecer la esclavitud es borrar a Norteamérica del mapa de las naciones. Por ello, debido a que es una categoría económica, hallamos esclavitud en todas las naciones desde que empezó el mundo. Las naciones modernas han sabido simplemente cómo disfrazar la esclavitud de sus propios países al tiempo que la importaban abiertamente en el Nuevo Mundo. Después de estas observaciones, ¿cuál será la actitud de M. Proudhon hacia la esclavitud? Buscará la síntesis entre la libertad y la esclavitud, la proporción dorada o el equilibrio entre la esclavitud y la libertad.

Monsieur Proudhon ha comprendido muy bien el hecho de que los hombres producen vestidos, ropa blanca, sedas, y es un gran mérito el suyo el haber comprendido este poquito. Lo que no ha entendido es que estos hombres, de acuerdo a sus fuerzas, también producen las relaciones sociales en cuyo seno confeccionan los vestidos y la ropa blanca. Y menos aún ha comprendido que los hombres, que conforman sus relaciones sociales de acuerdo a su método material de producción, también conforman ideas y categorías, es decir, la expresión abstracta, ideal, de esas mismas relaciones sociales. Así, las categorías no son más eternas que las relaciones que ellas expresan. Son productos históricos y transitorios. Para M. Proudhon, por el contrario, las abstracciones y las categorías son la causa primordial. Según él, son ellas y no los hombres quienes hacen la historia. La abstracción, la categoría como tal —esto es, separada de los hombres y de sus actividades materiales— es desde luego inmortal, inmóvil, incambiable, es sólo una forma del ser de la razón pura; lo que es únicamente otra manera de decir que la abstracción como tal es abstracta. ¡Admirable tautología!

Así pues, consideradas como categorías, las relaciones económicas son, para M. Proudhon, fórmulas eternas sin origen o progreso.

Digámoslo de otro modo: M. Proudhon no afirma directamente que la existencia burguesa es para él una verdad eterna; lo afirma indirectamente al endiosar las categorías que expresan las relaciones burguesas en forma de pensamiento. Toma los productos de la sociedad burguesa por existencias eternas e independientes, animadas de vida propia, desde el momento en que se presentan en su entendimiento en forma de categorías, en forma de pensamiento. De este modo, no sobrepasa el horizonte burgués. Como opera con ideas burguesas, cuya verdad eterna presupone, busca una síntesis, un equilibrio para estas ideas, sin ver que el método por el cual llegan al equilibrio en el presente es el único posible.

En verdad, hace lo que todo buen burgués. Estos le dirán a usted que en principio, es decir como ideas abstractas, la competencia, el monopolio, etc., son las únicas bases de la vida, pero que en la práctica dejan mucho que desear. Todos ellos quieren competencia sin sus trágicos efectos. Todos ellos quieren lo imposible, que es las condiciones de la existencia burguesa sin las consecuencias necesarias de dichas condiciones. Ninguno de ellos comprende que la forma burguesa de producción es histórica y transitoria, del mismo modo que lo fue la forma feudal. Este error proviene del hecho de que el hombre-burgués es para ellos la única base posible de toda sociedad; no pueden imaginar una sociedad en que los hombres hayan cesado de ser burgueses.

M. Proudhon es, por ello, necesariamente un doctrinaire. El movimiento histórico que está poniendo al mundo patas arriba en nuestros días, se reduce para él al problema de descubrir el equilibrio correcto, la síntesis, de dos ideas burguesas. Y así el inteligente señor es capaz de descubrir, con su astucia, el oculto pensamiento de Dios, la unidad de dos pensamientos aislados (que son aislados únicamente porque M. Proudhon los ha aislado de la vida práctica, de la producción de hoy día, esto es, de la unión de las realidades que ellas expresan).

En lugar del gran movimiento histórico que surge del conflicto entre las fuerzas productivas ya adquiridas por los hombres y sus relaciones sociales, que han dejado de corresponder a esas fuerzas productivas; en lugar de las terribles guerras que se están preparando entre las diferentes clases dentro de cada nación y entre diferentes naciones; en lugar de la acción práctica y violenta de las masas, única por la cual pueden resolverse estos conflictos; en lugar de este vasto, prolongado y complicado movimiento, Monsieur Proudhon nos da el movimiento de evacuación de su propia cabeza. De modo que son los hombres letrados, los que conocen cómo arrancarle a Dios sus pensamientos ocultos, quienes hacen la historia. En cuanto a la gente común, sólo le resta aplicar sus revelaciones. Ahora comprenderá usted por qué M. Proudhon es enemigo declarado de todo movimiento político. La solución de los problemas del presente no reside para él en la acción pública, sino en las contorsiones dialécticas de su propia mente. Desde que para él las categorías son la fuerza motriz, no es necesario cambiar la vida práctica a fin de cambiar las categorías. Por el contrario, cámbiense las categorías y el resultado será la transformación del orden social actual.

En su deseo de reconciliar las contradicciones, Monsieur Proudhon ni siquiera se pregunta si la base misma de esas contradicciones no ha de ser derribada. Es exactamente igual que el doctrinario político que supone que el rey, la cámara de diputados y la de los pares son partes integrantes de la vida social, categorías eternas. Todo lo que busca es una nueva fórmula por la cual establecer un equilibrio entre esas fuerzas (equilibrio que depende precisamente del movimiento real en que una fuerza es alternativamente conquistadora y esclava de la otra). Así, en el siglo XVIII, muchas inteligencias mediocres estaban muy ocupadas buscando la verdadera fórmula que pudiese poner en equilibrio los órdenes sociales —el rey, la nobleza, el parlamento, etc.— cuando una mañana al despertarse se encontraron con que ya no existían rey, nobleza ni parlamento. El verdadero equilibrio en este antagonismo, fue el derrocamiento de todas las condiciones sociales que servían de base a esas existencias feudales y a esos antagonismos.

Dado que M. Proudhon sitúa de un lado las ideas eternas, las categorías de la razón pura, y de otro los seres humanos en su vida práctica —la que de acuerdo a él es la aplicación de esas categorías— desde el comienzo se encuentra en él un dualismo entre la vida y las ideas, el alma y el cuerpo, dualismo que reaparece en muchas formas. Usted puede advertir ahora que este antagonismo no es sino la incapacidad de M. Proudhon para comprender el origen y la historia profanos de las categorías que deifica.

Mi carta es ya demasiado larga para hablar del caso absurdo que M. Proudhon plantea contra el comunismo. Por ahora usted me concederá que un hombre que no ha comprendido el estado actual de la sociedad, mucho menos puede comprender el movimiento que tiende a derrocarlo, o la expresión literaria de este movimiento revolucionario.

El único punto en que estoy en completo acuerdo con Monsieur Proudhon, es su aversión por los sueños diurnos de tipo socialista sentimental. Antes que él ya me he atraído muchas enemistades por ridiculizar este socialismo sentimental, utópico y carneril. Pero ¿acaso no se engaña extrañamente a sí mismo M. Proudhon, cuando exalta su sentimentalidad pequeñoburguesa —me refiero a sus declamaciones sobre el hogar, el amor conyugal y todas esas banalidades— en oposición a la sentimentalidad socialista que en Fourier, por ejemplo, va mucho más hondo que las pretensiosas superficialidades de nuestro ilustre Proudhon? Él mismo tiene tan completa conciencia de la vaciedad de sus argumentos, de su total incapacidad para hablar de esas cosas, que se entrega temerariamente a explosiones de ira, a vociferaciones y virtuosa indignación, echa espuma por la boca, maldice, denuncia, clama deshonra y crimen, se golpea el pecho y se jacta ante Dios y ante el hombre de que él no está manchado con esas infamias socialistas. No critica seriamente las mentalidades socialistas, o lo que él considera tales. Como un santo varón, un Papa, excomulga a los pobres pecadores y canta las glorias de la pequeña burguesía y de las miserables ilusiones patriarcales y amorosas del hogar doméstico. Y esto no es casual. Monsieur Proudhon es, de pies a cabeza, el filósofo y economista de la pequeña burguesía. En una sociedad adelantada, el pequeño burgués es necesariamente, por su propia posición, socialista de un costado y economista del otro; es decir, está deslumbrado por la magnificencia de la gran burguesía y su simpatía por los sufrimientos del pueblo. Es a la vez burgués y hombre de pueblo. En su interior se jacta de ser imparcial y de haber bailado el justo equilibrio, que pretende sea cosa distinta de la mediocridad. El pequeño burgués de este tipo glorifica la contradicción porque la contradicción es la base de su existencia. Él mismo no es sino, la contradicción social en acción. Debe justificar en teoría lo que es en la práctica, y M. Proudhon tiene el mérito de ser el intérprete científico de la pequeña burguesía francesa; mérito genuino, ya que la pequeña burguesía formará parte integrante de todas las inminentes revoluciones sociales.

 

§ Desearía poder enviarle con esta carta mi libro sobre economía política, pero hasta ahora me ha sido imposible lograr que esta obra, y la crítica de. los filósofos y socialistas alemanes de que le hablé en Bruselas, sea impresa. Usted no podría creer las dificultades que en Alemania se oponen a una publicación de esta clase: de parte de la policía por un lado, y por otro, de los libreros, representantes interesados de todas las tendencias que ataco. En cuanto a nuestro partido, no se trata sólo de que es pobre, sino que también un gran sector del Partido Comunista Alemán está enojado conmigo por oponerme a sus utopías y declaraciones.

 

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[1] Esta carta fue escrita en francés.

[2] En Inglaterra.