Andrés Nin

Socialismo y nacionalismo

Calma, calma... Con los nacionalistas, no; con el nacionalismo, si


Escrito: Febrero de 1914.
Primera vez publicado: En La Justicia Social (Reus), 29 febrero de 1914.
Digitalización: Martin Fahlgren, 2011.
Esta edición: Marxists Internet Archive, noviembre de 2011.


 

Soy un ferviente admirador de Fabra Ribas. Aprecio en lo mucho que vale su talento, su acometividad, su actividad inagotable, su espíritu inquieto y batallador, su inmensa y sincera fe en nuestros ideales. Sigo con profundo interés todos los detalles de su meritísima labor periodística y aquilato y compruebo en mi apostolado por Cataluña los óptimos resultados que produce. Comparto con él casi todas sus opiniones sobre la doctrina, la organización y la táctica del partido. Su obra merece todos mis entusiasmos y todas mis simpatías. Lamento que, en una cuestión tan trascendental como la planteada en mi primer artículo sobre ”Socialismo y nacionalismo”, disienta, el fraternal amigo, de mi criterio.

Y, ¡válgame Dios! ¡con qué furia y con qué denuedo arremete contra mi artículo!

Fabra es un espíritu rígido, dogmático, rectilíneo. Si yo tuviese la afición o la manía de las filiaciones, generalmente arbitrarias, quizá no dudaría un momento en pegarle la etiqueta de ”guesdista”. Tiene la acometividad de Guesde, como asimismo sus concepciones enjutas, duras como el acero. Piensa como el viejo luchador socialista, pero no siente como Jaurès ni se compenetra con su flexibilidad de espíritu y su exuberancia sentimental e ideológica.

Así se comprende que ante mis afirmaciones nacionalistas se revuelva airado, alarmado por el fantástico temor de que se produzcan escisiones en el partido.

Los comentarios que ha sugerido a Fabra Ribas mi artículo son a todas luces apasionados, inspirados por una inconcebible obcecación.

Calma, amigo Fabra, calma... Razonemos, discutamos, oponga a los míos otros argumentos, pero no nos apasionemos ciegamente.

Como ya anuncié en mi primer artículo, me propongo tratar el problema nacionalista con mucha extensión, con la extensión que, a mi juicio, merece. Me propuse estudiarlo metódicamente, con calma y serenidad.

De intento, dejé de publicar el segundo artículo en el número de la semana pasada, convencido de que alguien terciaría en el debate. Fabra lo ha hecho. Aunque sólo sea por cortesía, no puedo dejar de contestarle, alterando el orden por mi preestablecido, pero rogándole que, hasta que dé por terminado mi estudio, se abstenga de intervenir en la discusión.

Entonces podremos debatir largamente, con toda la amplitud que requiere el interesantísimo problema que ha motivado mi artículo.

Ante todo, amigo cordialísimo, es preciso calmar los nervios... calma, mucha calma...

* * *

Con un singular aplauso, Fabra afirma que el problema nacionalista no existe para los socialistas.

A renglón seguido, sostiene ”que el nacionalismo — del cual yo hablaba en sentido general, sin particularizar — tal como lo entienden los nacionalistas catalanes, comparado con el socialismo, puede constituir un bonito tema de conversación para matar el tiempo en una tertulia aburrida o para distraer los ocios durante las vacaciones veraniegas.”

El problema nacionalista constituye una realidad viva y palpitante, a cuya influencia no podemos sustraernos ni como socialistas ni como hombres.

Séame permitido de nuevo citar textos de nuestro común amigo Rovira y Virgili, primera autoridad en esta materia. Dice el notable escritor en el prólogo de su magnífica obra Historia dels moviments nacionalistes:

”Llena la vieja Europa (el problema nacionalista) de rumores de lucha y la angustia con peligros crecientes y con difíciles conflictos.

Entra de lleno en el campo de la cultura, de la civilización, de la biología de las naciones...

Es toda la arquitectura y todo el funcionamiento de los estados lo que está en crisis. Es toda una orientación espiritual lo que camina hacia la bancarrota...”

Para Fabra, una cosa tan viva y sustancial, un movimiento que produce las más violentas y profundas convulsiones en los pueblos modernos, no tiene ninguna importancia.

El partido socialista tiene un programa mínimo, en el cual están consignados el sufragio universal, la justicia gratuita, la supresión del presupuesto del clero, las cantinas escolares, la creación de casas de barios y lavaderos públicos gratuitos, etc.

¿Se atreverá Fabra a afirmar que la implantación de todas esas reformas significarían una transformación tan radical y profunda de la sociedad actual como la que resultaría del triunfo de los ideales nacionalistas?

No lo entienden de esta manera los socialistas de los otros países. Y siendo así, no comprendo como Fabra y otros camaradas se empellan en establecer una excepción cuando de España se trata.

Es copiosísima la documentación que poseo respecto a este particular. Veamos a vuela pluma algunos casos.

* * *

En Finlandia, el año 1905, el partido socialista, en colaboración con los demás partidos, organizó la huelga general para pedir su autonomía. El paro duró una semana y, sin derramar ni una gota de sangre, los finlandeses conquistaron la libertad deseada. El socialismo realizó, en aquellas favorables circunstancias, progresos formidables. Los 8.300 afiliados con que contaba la socialdemocracia en el año 1903, ascendieron en 1905 a 45.300 y a 80.000 en 1910.

Al ser de nuevo disuelta la Dieta por el despótico gobierno moscovita, el Bureau Socialista Internacional publicó un manifiesto en favor de Finlandia y en la Duma fueron los socialistas rusos los que con más vigor protestaron del rudo golpe que acababa de asestarse a las libertades del pueblo finlandés.

El socialismo austríaco está constituido por seis partidos: el alemán, el checo, el polaco, el rutemio, el esloveno y el italiano.

Inspirándose en la fórmula ”Autonomía nacional y unión internacional”, en el congreso celebrado en Brünn el año 1897 el Partido Socialista austríaco adoptó la organización federativa. En las elecciones de 1911, los socialistas checos (nacionalistas a outrance) sacaron triunfantes 25 diputados y los socialistas centralistas sólo consiguieron hacer triunfar a uno solo de sus candidatos.

De Labriola, el eminente escritor socialista, son las siguientes palabras, que nosotros no nos atreveríamos a suscribir:

”El caso de Austria es el más fuerte argumento en favor de la tesis según la cual los sentimientos nacionales abrazan y sobrepasan los sentimientos sociales.”

En Polonia, nuestros camaradas defienden los principios del socialismo internacional, pero son partidarios de la libertad de su nación.

Cuando en 1901, los alumnos de uno y otro sexo de las escuelas de Wreschen fueron castigados por negarse a aprender el catecismo y a entonar los cánticos en alemán, los socialistas de Polonia protestaron ruidosamente y en el congreso celebrado en Munich el año siguiente se separaron de los socialistas alemanes.

El caso más típico y representativo es el de Flandes, donde el problema se reduce casi exclusivamente a una cuestión de idioma. Es más: el nacionalismo ”flamigand” tiene un carácter marcadamente católico, opuesto al espíritu liberal y democrático de Valonia.

Así y todo, los socialistas flamencos son plenamente nacionalistas.

En un mitin celebrado en Amberes en 1911, nuestro eminente camarada Huysmans, que pertenece al comité internacional del partido, abrazó al católico Van Canvelaert, prometiendo solemnemente combatir todo gobierno que no atendiese las aspiraciones flamencas.

Durante le mismo año se celebró en Bruselas un ciclo de conferencias sobre el problema de Flandes.

Tomaron parte en las mismas oradores flamencos y valones. Huysmans formuló estas categóricas afirmaciones:

”Nosotros no pedimos. exigimos. La victoria será de los flamencos. Nosotros somos los más y contamos con la fuerza. Tenemos lo que vosotros, los valones no tenéis: un ideal.

Somos lo que no sois vosotros: unos fanáticos.”

Y el diputado socialista valón, nuestro compañero Destrée, era el que, después, de una manero rotunda y categórica, negaba que existiese un alma belga y afirmaba que Bélgica no es una nación, sino un estado político, constituido por la artificiosa agrupación de dos pueblos, como el valón y el flamenco, completamente distintos.

En 1912, fueron los socialistas, en colaboración con los estudiantes, los que organizaron en Sarajevo (Bosnia) una manifestación en favor de Croacia y de Hungría, con motivo de la cual se produjeron sangrientos disturbios.

Huelga decir que los socialistas de la Alsacia-Lorena son francamente antianexionistas.

En las elecciones de 1902 obtuvieron la mayoría en el ayuntamiento de Mulhouse y su primer acto de gobierno consistió en la introducción de la enseñanza obligatoria del francés en las escuelas municipales.

En Ucrania hay dos principales partidos: el moderado y el radical. El primero se contenta con la autonomía dentro del imperio ruso y el segundo, que defiende principios esencialmente socialistas, cree en el derrumbamiento del estado ruso actual y en el resurgimiento de una Ucrania independiente...

¿Será necesario citar más casos? Llenaríamos columnas y más columnas con datos, con opiniones, con documentos corroboradores de nuestras afirmaciones.

Con lo dicho, basta por hoy.

* * *

Fabra confunde lastimosamente el nacionalismo con los nacionalistas, que son dos cosas completamente distintas.

Sin haber ni tan siquiera mentado en mi primer artículo el nacionalismo catalán, el distinguido escritor, con una energía y una viveza dignas de mejor causa, arremete contra los explotadores nacionalistas, contra las ”bastillas” de la cuenca del Ter y del alto Llobregat, contra el sistema de delación practicado por la Lliga y la Defensa Social...

A renglón seguido, las emprende contra la izquierda catalana, a la cual ataca duramente por su alianza con Lerroux...

Conformes, conformes en un todo con sus apreciaciones, amigo Fabra.

Como usted — y permítame reproducir lo que me dice en carta particular, haciéndome suyas todas sus palabras — ”odio y detesto cordialmente a esa clase media catalana que no supo hacer triunfar la Solidaridad Catalana, que se fue al Congreso para adoptar los mismos procedimientos que los sicofantes de las demás regiones y que en 1909 no tuvo.., riñones para afirmarse e imponerse, contribuyendo a dirigir y encauzar un movimiento que podía haber acabado con la guerra, con el centralismo y con la monarquía”.

Quizá por haber convivido con ella, por razón de mi procedencia política, sienta por ella un odio y un desprecio superiores a los de mi queridísimo amigo y compañero…

Fabra desvía la cuestión. Yo no hablé para nada ni del nacionalismo catalán ni de los nacionalistas de Cataluña.

Ya les tocará su turno en el metódico desarrollo de mi estudio.

Observo que el artículo me resulta excesivamente extenso y que aún queda mucho por decir. ”Todo se andará”... con paciencia y calma.

Como conclusión a lo expuesto en estas mal pergeñadas líneas, afirmo que el socialismo es en todas partes francamente nacionalista; que España constituye, en este sentido, una lamentable excepción y que el problema nacionalista vive y palpita como cosa sustancial y humana, a pesar nuestro.

Yo no relegaré nunca a segundo término el principio de la lucha de clases, como parece desprenderse de las palabras de Fabra. Cuando me convencí de que ”es la lucha suprema, una lucha al lado de la cual todas las otras parecen pequeñas escaramuzas” abandoné las filas de los partidos burgueses y me abracé a la gloriosa bandera roja de la Internacional.

¡Que conste!, pero que conste también que no comprendo que, en nombre del internacionalismo, se combatan las justas aspiraciones de los pueblos oprimidos, incurriendo por inconcebible paradoja, en pecado de patrioterismo.

...Que nos pongan todos los motes que quieran pero que no nos llamen españolistas...