Anton Pannekoek

Los consejos obreros


Primera publicación: En la revista International Council Correspondence (Vol. II No. 5,  abril 1936).[1]
Edición digital: (En ingles) Endpage.com / (En castellano) Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques, 2005
Versión al castellano: Traducido del inglés por el Ricardo Fuego para el Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques, 2005.
Esta edición: Marxists Internet Archive, mayo de 2006.


 

 

En sus luchas revolucionarias, la clase obrera necesita organización. Cuando las grandes masas tienen que actuar como una unidad, se necesita un mecanismo para el acuerdo y la discusión, para la elaboración y difusión de las decisiones, y para la declaración de acciones y objetivos.

Esto no quiere decir, por supuesto, que todas las grandes acciones y huelgas generales son llevadas a cabo con una disciplina marcial, siguiendo las decisiones de una junta central. Es cierto que tales casos ocurrirán, pero más a menudo, a través de su más decidido espíritu de pelea, su solidaridad y su pasión, las masas, sin un plan general, estallarán en huelga para ayudar a sus compañeros, o para protestar contra alguna atrocidad capitalista. Entonces tales huelgas se extenderán por todo el país como un fuego en la pradera.

En la primera revolución rusa, la marea de huelgas subía y bajaba. A menudo las más exitosas eran aquellas que no habían sido decididas con anticipación, mientras que las huelgas proclamadas por los comités centrales a menudo fallaban.

Los huelguistas, una vez que están luchando, desean el contacto mutuo y el entendimiento para unirse en una fuerza organizada. Aquí se presenta una dificultad. Sin una organización fuerte, sin unir sus fuerzas y enlazar su voluntad en un cuerpo sólido, sin unificar su actividad en un accionar común, no pueden derrotar la fuerte organización del poder capitalista. Pero cuando miles y millones de obreros están unidos en un cuerpo, éste solamente puede ser dirigido por funcionarios que actúen como representantes de los miembros. Y hemos visto que entonces estos funcionarios se convierten en los amos de la organización, con intereses distintos a los intereses revolucionarios de los obreros.

¿Cómo puede la clase obrera, en las luchas revolucionarias, unir su fuerza en una gran organización sin caer en la trampa de la burocracia? La respuesta se obtiene haciendo otra pregunta: si todo lo que los obreros hacen es pagar sus cuotas y obedecer todo cuanto sus líderes les ordenen, ¿están realmente luchando por su libertad?

Luchar por la libertad no es permitir que tus líderes piensen y decidan por tí, y seguirlos obedientemente, o regañarlos de vez en cuando. Luchar por la libertad significa participar al máximo según la capacidad de cada uno, pensando y decidiendo por uno mismo, asumiendo todas las responsabilidades como un individuo auto-suficiente entre compañeros iguales. Es verdad que pensar por uno mismo, saber qué es verdadero y correcto, con una cabeza afectada por la fatiga, es la más dura y difícil de las tareas; es mucho más difícil que pagar y obedecer. Pero es el único camino a la libertad. Ser liberado por otros, cuyo liderazgo es la parte esencial de la liberación, no es otra cosa que erigir nuevos amos en lugar de los viejos.

La libertad, el objetivo de los obreros, quiere decir que serán capaces, hombre por hombre, de administrar el mundo, de utilizar y lidiar con los tesoros de la Tierra, para hacerla un hogar feliz para todos. ¿Cómo pueden asegurar esto si no pueden conquistar y defender esto por ellos mismos?

La revolución proletaria no sólo es la derrota del poder capitalista. Es el ascenso del conjunto de los obreros de la dependencia y de la ignorancia hacia la independencia y la conciencia clara de cómo llevar adelante sus vidas.

La verdadera organización, la que los obreros necesitan para la revolución, requiere que todos tomen parte de ella, en cuerpo alma y cerebro; que todos tomen parte tanto en el liderazgo como en la acción, y tengan que pensar, decidir y actuar al máximo de sus capacidades. Tal organización es un cuerpo de personas auto-determinadas. No hay lugar para líderes profesionales. Indudablemente existe la obediencia; todo el mundo tiene que seguir las decisiones en las que él mismo ha tomado parte en elaborar. Pero todo el poder siempre reside en los obreros mismos.

¿Es posible hacer realidad tal forma de organización? ¿Cuál debe ser su estructura? No es necesario construirla o concebirla. La historia ya la ha producido. Vino a la vida a través de la práctica de la lucha de clases. Su prototipo, su primer rastro, se encuentra en los comités de huelga. En una gran huelga, todos los obreros no pueden participar en una sola reunión. Eligen a delegados para que actúen como un comité. Tal comité es solamente el órgano ejecutivo de los huelguistas; está continuamente en contacto con ellos y tiene que llevar a cabo las decisiones de los huelguistas. Cada delegado puede ser reemplazado por otros en todo momento; tal comité nunca se convierte en un poder independiente. De esta manera se asegura la unidad de acción como un cuerpo, y sin embargo los obreros tienen todas las decisiones en sus propias manos. Generalmente en las huelgas, la conducción más alta es arrebatada de las manos de estos comités por los sindicatos y sus líderes.

En la revolución rusa cuando las huelgas estallaban irregularmente en las fábricas, los huelguistas escogían a delegados que, por el conjunto de la ciudad o de una industria o ferrocarril a través del Estado o provincia, se reunían para dar unidad a la lucha. Al mismo tiempo tenían que discutir sobre temas políticos y asumir funciones políticas porque las huelgas iban dirigidas contra el Zarismo. Estos organismos fueron llamados soviets; consejos. En estos soviets se discutían todos los detalles de la situación, todos los intereses de los obreros y los acontecimientos políticos. Los delegados iban y venían continuamente de la asamblea a sus fábricas. En las fábricas y los talleres los obreros, en reuniones generales, discutían sobre los mismos temas, tomaban sus decisiones y a menudo enviaban a nuevos delegados. Se nombraron a socialistas capaces como secretarios, para que dieran consejo sobre la base de sus conocimientos más amplios. A menudo estos soviets tuvieron que actuar como poderes políticos, como un tipo de gobierno primitivo cuando el poder zarista estaba paralizado, cuando los funcionarios y oficiales no sabían qué hacer y les dejaban el campo libre. De esta manera, estos soviets se convirtieron en el centro permanente de la revolución; fueron constituidos por delegados de todas las fábricas, tanto las que estaban en huelga como las que estaban trabajando. No podían pensar en convertirse en un poder independiente. Los miembros eran reemplazados con frecuencia y a veces el soviet entero era arrestado y tenía que ser reemplazado por nuevos delegados. Por encima de todo sabían que toda su fuerza tenía sus raíces en la voluntad de los obreros de ir o no a huelga; a menudo sus decisiones no eran acatadas cuando no estaban de acuerdo con los sentimientos instintivos de los obreros de fuerza o debilidad, pasión o prudencia. De esta manera el sistema soviético probó ser la forma apropiada para la organización de una clase obrera revolucionaria. En 1917 fue asumida inmediatamente en Rusia, y por todos lados se originaron soviets de obreros y soldados que fueron el motor de la revolución.

La prueba complementaria se obtuvo en Alemania. En 1918, después del quiebre del poder militar, se fundaron consejos de obreros y soldados en imitación a los de Rusia. Pero los obreros alemanes, educados en la disciplina partidaria y sindical, llenos de ideas socialdemócratas de república y reforma como próximos objetivos políticos, escogieron a sus representantes partidarios y sindicales como delegados en estos consejos. Cuando actuaron y lucharon por sí mismos, lo hicieron en la manera correcta, pero por falta de confianza en sí mismos escogieron a líderes llenos de ideas capitalistas, y estos siempre estropearon los asuntos. Es natural que entonces un "congreso de consejos" resolviera abdicar en favor de un nuevo parlamento, que debía ser elegido lo antes posible.

Aquí se hizo evidente que el sistema de consejos es la forma apropiada de organización solamente para una clase obrera revolucionaria. Si los obreros no piensan seguir con la revolución, no tienen uso para los soviets. Si los obreros no están aún lo suficientemente avanzados para ver el camino de la revolución, si están satisfechos con los jefes que hacen todo el trabajo de conferenciar, mediar y negociar por reformas dentro del capitalismo, entonces los parlamentos y los congresos partidarios y sindicales - llamados parlamentos obreros porque funcionan bajo el mismo principio - son todo lo que necesitan. Si, en cambio, luchan con toda su energía por la revolución, si toman parte en cada evento con intenso entusiasmo y pasión, si piensan y deciden por sí mismos todos los detalles de la lucha porque son ellos quienes tienen que llevar a cabo la lucha, entonces los consejos obreros son la organización que necesitan.

Esto implica que los consejos obreros no pueden ser formados por grupos revolucionarios. Tales grupos solamente pueden propagar la idea explicando a sus compañeros de trabajo la necesidad de la organización en consejos, cuando la clase obrera como un poder auto-determinado lucha por la libertad. Los consejos son la forma de organización solamente para las masas en lucha, para la clase obrera en su conjunto, no para los grupos revolucionarios.

Se originan y crecen junto con la primer acción de carácter revolucionario. Su importancia y sus funciones aumentan con el desarrollo de la revolución. Al principio podrían aparecer como simples comités de huelga, en oposición a los dirigentes sindicales cuando los huelgas van más allá de las intenciones de los dirigentes, y se rebelan contra los sindicatos y sus dirigentes.

En una huelga general las funciones de estos comités se expanden. Ahora los delegados de todas las fábricas y plantas tienen que discutir y decidir sobre todas las condiciones de la lucha; tratarán de regular todo el poder de pelea de los obreros en acciones delineadas concientemente; deben ver cómo reaccionarán ante las medidas del gobierno, las acciones de los soldados o las pandillas capitalistas. Por medio de esta misma acción de huelga, las verdaderas decisiones son hechas por los obreros mismos. En los consejos, las opiniones, la voluntad, la preparación, el titubeo, o el entusiasmo, la energía y los obstáculos de todas estas masas se concentran y combinan en una línea común de acción. Son los símbolos, los exponentes del poder de los obreros; pero al mismo tiempo son solamente los portavoces que pueden ser reemplazados en cualquier momento. En un momento son proscritos del mundo capitalista, y al próximo, tienen que tratar como partidos iguales con los altos funcionarios gubernamentales.

Cuando la revolución se desarrolla con tal fuerza que el poder estatal es gravemente afectado, entonces los consejos obreros tienen que asumir funciones políticas. En una revolución política, ésta es su primera y principal función. Son los cuerpos centrales del poder de los obreros; tienen que tomar todas las medidas para debilitar y derrotar al adversario. De la misma manera que una potencia en guerra, tienen que montar guardia sobre todo el país, controlando los esfuerzos de la clase capitalista para acumular y restituir sus fuerzas y dominar a los obreros. Tienen que cuidar de varios asuntos públicos que solían ser los del Estado: la salud pública, la seguridad pública, y el curso ininterrumpido de la vida social. Tienen que ocuparse de la producción misma; la tarea más importante y difícil que incumbe a la clase obrera en la revolución.

Jamás en la historia una revolución social empezó como un simple acto de gobernantes políticos quienes, después de haber adquirido el poder político, llevaron a cabo los cambios sociales necesarios a través de nuevas leyes. Antes y durante la lucha, la clase en alza construyó sus nuevos órganos sociales como brotes de raíces dentro de la cáscara muerta del anterior organismo. En la Revolución Francesa, la nueva clase capitalista, los ciudadanos, los hombres de negocios, los artesanos, construyeron en cada ciudad y villa sus juntas comunales, sus nuevos tribunales de justicia, ilegales en ese momento, simplemente usurpando las funciones de los impotentes funcionarios de la monarquía. Mientras sus delegados en París discutían y escribían la nueva constitución, la verdadera constitución fue hecha a través del país por los ciudadanos mediante sus reuniones políticas, construyendo sus órganos políticos que después serían legalizados por ley.

Del mismo modo durante la revolución proletaria, la nueva clase en alza crea sus nuevas formas de organización que paso a paso en el proceso de la revolución reemplazan a la antigua organización estatal. Los consejos obreros, como la nueva forma de la organización política, toman el lugar del parlamentarismo, la forma política del régimen capitalista.

 

2.

La democracia parlamentaria es considerada por los teóricos capitalistas y socialdemócratas como la democracia perfecta, conforme a la igualdad y la justicia. En realidad, es solamente un disfraz para la dominación capitalista, y contraria a la igualdad y la justicia. Es el sistema de consejos el que es la verdadera democracia de los obreros.

La democracia parlamentaria es una democracia tramposa. A las personas se les permite votar una vez cada cuatro o cinco años y escoger a sus delegados; ay de ellos si no escogen al hombre correcto. Los votantes solamente pueden ejercer su poder en las elecciones; de allí en adelante son impotentes. Los delegados electos son ahora los gobernantes de las personas; hacen las leyes y constituyen los gobiernos, y las personas tienen que obedecer. Generalmente, por el mecanismo electoral, solamente los grandes partidos capitalistas con sus fuertes aparatos, con sus periódicos, y su publicidad llamativa, tienen una oportunidad de ganar. Los representantes reales de grupos descontentos rara vez tienen una oportunidad de ganar algunos pocos asientos.

En el sistema soviético, cada delegado puede ser revocado en cualquier momento. No sólo los obreros permanecen continuamente en contacto con el delegado, discutiendo y decidiendo por sí mismos, sino que el delegado es apenas un mensajero temporal a las asambleas del consejo. Los políticos capitalistas denuncian este rol "impersonal" del delegado, por el hecho de que puede tener que hablar en contra de su opinión personal. Olvidan que justo porque no hay delegados fijos, solamente serán enviados aquellos cuyas opiniones se ajusten a las de los obreros.

El principio de la representación parlamentaria es que el delegado en el parlamento actuará y votará de acuerdo con su propia convicción y conciencia. Si sobre alguna cuestión decide consultar la opinión de sus votantes, es solamente debido a su propia prudencia. No son las personas, sino él mismo de acorde a su propia responsabilidad el que tiene que decidir. El principio del sistema soviético es justamente al revés; los delegados solamente expresan las opiniones de los obreros.

En las elecciones para el parlamento, los ciudadanos son agrupados de acuerdo a distritos y condados de votación; en otras palabras de acuerdo con su lugar de residencia. Personas de distintos oficios o clases, que no tienen nada en común, viviendo cerca de sí por casualidad, son combinadas en un grupo artificial que tiene que ser representado por un delegado.

En los consejos, los obreros son representados en sus agrupaciones naturales, de acuerdo con fábricas, talleres y plantas. Los obreros de una fábrica o una gran planta forman una unidad de la producción; pertenecen juntos por su trabajo colectivo. En las épocas revolucionarias, están en contacto inmediato para intercambiar las opiniones; viven bajo las mismas condiciones y tienen los mismos intereses. Deben actuar juntos; la fábrica es la unidad que, como unidad, tiene que ir a huelga o trabajar, y sus obreros deben determinar colectivamente qué tienen que hacer. De manera que la organización y la delegación de obreros en fábricas y talleres es la forma necesaria.

Es al mismo tiempo el principio de la representación del orden comunista creciendo en la revolución. La producción es la base de la sociedad o, más bien dicho, es el contenido, la esencia de la sociedad; por lo tanto el orden de la producción es al mismo tiempo el orden de la sociedad. Las fábricas son las unidades de trabajo, las células que forman el organismo de la sociedad. La tarea principal de los órganos políticos, que representan nada más que los órganos que manejan la totalidad de la sociedad, concierne al trabajo productivo de la sociedad. Por lo tanto se da por entendido que los obreros, en sus consejos, hablan de estos temas y eligen a sus delegados, que se encuentran juntos en sus unidades de producción.

Sin embargo, no debemos creer que el parlamentarismo, como la forma política del capitalismo, no fue fundado sobre la producción. La organización política siempre se adapta al carácter de la producción como base de la sociedad. La representación de acuerdo con el lugar de residencia pertenece al sistema de la pequeña producción capitalista, donde se supone que cada hombre es el propietario de su propia pequeña empresa. En ese caso existe una conexión mutua entre todos estos hombres de negocios en un lugar, entendiéndose entre sí, viviendo como vecinos, conociéndose entre sí y por lo tanto enviando a un delegado común al parlamento. Ésta era la base del parlamentarismo. Hemos visto más tarde que este sistema de delegación parlamentaria probó ser el sistema correcto para representar los crecientes y cambiantes intereses de clase dentro del capitalismo.

A su vez ahora está claro por qué los delegados en el parlamento tuvieron que tomar el poder político en sus manos. Su tarea política era solamente una pequeña parte de la tarea de la sociedad. La parte más importante, el trabajo productivo, era la tarea personal de todos los productores separados, los ciudadanos como hombres de negocios; requería casi toda su energía y ocupación. Cuando cada individuo se hacía cargo de su propia pequeña porción, entonces la sociedad como su totalidad iba bien. Las reglas generales por ley, condiciones necesarias, indudablemente, pero de una extensión menor, pudieron ser dejadas al cuidado de un grupo o rama especial, los políticos. Con la producción comunista ocurre lo contrario. Aquí lo más importante de todo, el trabajo productivo colectivo, es la tarea de la sociedad como un todo; les concierne a todos los obreros colectivamente. Su trabajo personal no requiere de toda su energía y cuidado; su mente se concentra en la tarea colectiva de la sociedad. La regulación general de este trabajo colectivo no puede ser dejada a un grupo especial de personas; es el interés vital de todos los obreros.

Hay otra diferencia entre el parlamentarismo y el sistema soviético. En la democracia parlamentaria, se le da un voto a cada hombre adulto y a veces a la mujer en base a la fuerza de su derecho supremo e innato de pertenecer a humanidad, como es tan hermosamente expresado en los discursos de campaña. En los soviets, por otro lado, solamente son representados los obreros. ¿Puede decirse entonces que el sistema de consejos es realmente democrático si excluye a las otras clases de la sociedad?

El sistema de consejos encarna la dictadura del proletariado. Marx y Engels, hace más de medio siglo, explicaron que la revolución social iba a resultar en la dictadura de la clase obrera como la próxima forma política y que esto era esencial para provocar los cambios necesarios en la sociedad. Los socialistas, pensando solamente en términos de representación parlamentaria, trataron de justificar o criticar la violación de la democracia y la injusticia de excluir arbitrariamente a personas de las elecciones por su pertenencia a ciertas clases. Ahora vemos cómo el desarrollo de la lucha de clases proletaria produce naturalmente los órganos de esta dictadura, los soviets.

Ciertamente no es ninguna violación de la justicia que los consejos, como los centros de lucha de una clase obrera revolucionaria, no incluyan a representantes de la clase opuesta. Y de allí en adelante el tema no es diferente. En una naciente sociedad comunista no hay lugar para capitalistas; tienen que desaparecer y van a desaparecer. Quien quiera que tome parte en el trabajo colectivo es un miembro de la colectividad y toma parte en las decisiones. Sin embargo, las personas que están fuera del proceso de la producción colectiva, son, por la estructura del sistema de consejos, automáticamente excluidas de influir en ella. Los que queden de los antiguos explotadores y ladrones no tienen voto en la regulación de una producción en la que no participan.

Hay otras clases en la sociedad que no pertenecen directamente a las dos principales clases opuestas: pequeños agricultores, artesanos independientes, intelectuales. En la lucha revolucionaria pueden vacilar de un lado a otro, pero en general no son muy importantes, porque tienen menos poder de combate. En su mayor parte sus formas de organización y objetivos son diferentes. Para hacerse amigos de ellos o neutralizarlos, si esto es posible sin impedir los objetivos correctos o luchar contra ellos resueltamente si es necesario, decidir sobre el modo de tratar con ellos con equidad y firmeza, será asunto, a menudo una materia de difíciles tácticas, de la clase obrera en lucha. En el sistema de producción, en la medida en que su trabajo sea útil y necesario, encontrarán su lugar y ejercerán su influencia según el principio de que quien hace el trabajo tiene un voto principal en su regulación.

Hace más de medio siglo, Engels dijo que a través de la revolución proletaria el Estado desaparecería; en vez del gobierno sobre las personas vendría la organización de las cosas. Esto fue dicho en un tiempo en que no podría haber una idea clara sobre cómo la clase obrera llegaría al poder. Ahora vemos confirmada la verdad de esta afirmación. En el proceso de la revolución, el antiguo poder estatal será destruido, y los organismos que tomen su lugar, los consejos obreros, mientras sea necesario, indudablemente tendrán todavía importantes funciones políticas para reprimir a los remanentes del poder capitalista. Sin embargo, su función política de gobernar se convertirá gradualmente en nada más que la función económica de dirigir el proceso colectivo de la producción de bienes para las necesidades de la sociedad.

J. H.

 

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[1]  Este artículo fue publicado por primera vez en inglés en la revista estadounidense International Council Correspondence (Vol. II no. 5, Abril de 1936). (Pannekoek escribió un libro con este título unos años después que puedes encontrar en ese vínculo). El texto fue publicado con las iniciales J.H. (John Harper), un seudónimo que Pannekoek usaba a menudo y la traducción al inglés podría haber estado a cargo del mismo Pannekoek. Hay un par de errores obvios en el texto publicado que no hemos intentado corregir. El artículo está en dos partes - sería interesante saber si originalmente eran dos textos breves que fueron unidos luego. (Nota por Endpage.com)