INDICE

John Reed

Diez días que estremecieron al mundo

CAPÍTULO VI
EL COMITÉ DE SALVACION

 

Viernes, 9 de noviembre . . .

Novocherkask, 8 de noviembre.

Ante el levantamiento bolchevique y las tentativas hechas en Petrogrado y otras ciudades para deponer al Gobierno provisional y adueñarse del poder, el Gobierno cosaco, estimando que tales actos son criminales y totalmente inadmisibles, dará, en estrecho, acuerdo con todas las tropas cosacas, su apoyo íntegro al actual Gobierno provisional, que es un gobierno de coalición. Teniendo en cuenta la situación excepcional y la interrupcióp momentánea de las comunicaciones con el poder central, el Gobierno cosaco, mientras espera el retorno al poder del Gobierno provisional y el restablecimiento del orden en Rusia, ha asumido a partir del 7 de noviembre todo el poder en la región del Don.

Firmado: Atamán Kaledin.
Presidente del gobierno de las tropas cosacas.

 

Phikaz del presidente del Consejo Kerenski, fechado en Gatchina:

Nos, presidente del Consejo del Gobierno provisional y jefe supremo de todas las fuerzas armadas de la república rusa, informamos que hemos tomado el mando de las tropas del frente que han permanecido fieles a la patria.

Ordenamos a todas las tropas del distrito militar de Petrogrado que por ignorancia o extravío se hayan unido a la banda de traidores al país y la revolución, que se reintegren, sin tardanza, a su deber.

Esta orden será leída a cada compañía o escuadrón.

Firmado: El presidente del Consejo del Gobierno provisional, jefe supremo de los ejércitos,

A. Kerenski.

 

Telegrama de Kerenski al comandante en jefe del frente Norte:

La ciudad de Gatchina ha sido tomada por los regimientos fieles, sin efusión de sangre.

Los destacamentos de soldados de Cronstadt y los regimientos Seménox e Ismaílov, así como los marinos, depusierqn sus armas sin resistencia y se han unido a las tropas gubernamentales.

Ordeno a todas las unidades designadas que avancen todo lo rápidamente que les sea posible.

El Comité Militar Revolucionario ha dado a sus tropas la orden de batirse en retirada.

Kerenski.

 

Gatchina, situada a 30 kilómetros aproximadamente al sudoeste, había caído durante la noche. En efecto, los destacamentos de los dos regimientos indicados, pero no de los marinos, habían sido cercados por los cosacos, mientras vagaban sin jefes por las cercanías, y fueron obligados a entregar las armas. Pero no era exacto que se hubiesen unido a las tropas gubernamentales, ya que un gran número de ellos, confusos y avergonzados, se habían dirigido inmediatamente al Smolny para explicar su conducta; no pensaban que los cosacos se encontraran tan próximos . . . Habían tratado de ponerse al habla con los cosacos ...

La mayor cónfusión reinaba, evidentemente, en el frente revolucionario. Las guarniciones de todas las pequeñas ciudades situadas al Sur se habían escindido irremediablemente en dos fracciones y hasta en tres; el alto mando se pronunciaba en favor de Kerenski a falta de una autoridad más fuerte; la mayoría de los hombres estaba a favor de los Soviets y el resto vacilaba lamentablemente.

El Comité Militar Revolucionario nombró apresuradamente para la defensa del Petrogrado a un capitán de carrera, Muraviov,[1] hombre ambicioso, el mismo Muraviov que había organizado los Batallones de la Muerte y que había exhortado al gobierno "a ser menos blando con los bolcheviques y a barrerlos de una vez para siempre". Era un hombre de temperamento militar, que admiraba la potencia y la audacia, quizá sinceramente.

Cuando salí a la calle a la mañana siguiente encontré pegadas cerca de mi puerta dos nuevas órdenes del Comité Militar Revolucionario, disponiendo que se abrieran como de costumbre tiendas y almacenes y que se pusieran a disposicón del Comité todos los locales vacíos . . .

Hacía treinta y seis horas que los bolcheviques estaban incomunicados con las provincias y el resto del mundo. Los ferroviarios y telegrafistas se negaban a transmitir sus despachos, los carteros se negaban a distribuir su correo. Sólo la estación T.S.H. del Estado, en Tsárskoye Selo, lanzaba cada media hora comuni cados y manifiestos a los cuatro vientos. Los comisarios del Smolny rivalizaban en velocidad con los comisarios de la Duma municipal, para llegar por tren a las diferentes provincias. Dos aeroplanos cargados de material de propaganda emprendieron el vuelo hacia el frente ...

Sin embargo, ia marejada de la insurrección se esparcía a través de Rusia con una velocidad que superaba todos los medios humanos de transporte. El Soviet de Helsingfors votó su adhesión a la revolución; los bolcheviques de Kiev se apoderaron del arsenal y de la agencia telegráfica, pero fueron expulsados por los delegados al Congreso de los Cosacos que precisamente estaba celebrando sus sesiones en esa población; en Kazan, un comité militar revolucionario detuvo al estado mayor de la guarnición local y al comisario del Gobierno provisional; del lejano Krasnoyarsk, en Siberia, se supo que los Soviets se habían adueñado de los órganos municipales; en Moscú, donde la situación se agravó además por una gran huelga de los curtidores y una amenaza de cierre general por parte de los patronos, los Soviets habían votado abrumadoramente en favor de apoyar la acción de los bolcheviques en Petrogrado, y ya estaba funcionando un comité militar revolucionario.

La situación era la misma en todas partes. Los simples soldados y los obreros de las fábricas estaban en gran mayoría a favor de los Soviets; los oficiales, los junkers y la clase media estaban generalmente del lado del gobierno, así como los kadetes y los partidos socialistas moderados. En todas las poblaciones surgían comités para la salvación del país y la revolución, que se armaban para la guerra civil.

La inmensa Rusia se encontraba en estado de disolución. El proceso había comenzado desde 1905. La revolución de febrero no había hecho más. que precipitarla: había trazado, en efecto, una especie de bosquejo del nuevo orden, pero no había hecho más que apuntalar la hueca estructura del antiguo régimen. Esta estructura la habían descoyuntado los bolcheviques en una noche, como se disipa el humo'con un soplido. La vieja Rusia ya no existía, la sociedad humana había vuelto al primitivo estado de fusión, y sobre el agitado mar de llamas donde se libraba, bronca e implacable, la lucha de clases, se formaba en un enfriamiento lento la frágil corteza de los nuevos planetas . ..

En Petrogrado estaban en huelga dieciséis ministerios, figurando a la cabeza los de Trabajo y Abastecimientos, los dos únicos creados por el gobierno de coalición socialista del mes de agosto.

Si alguna vez hubo hombres que estuvieron aislados, éstos eran en realidad "el puñado de bolcheviques" en esta mañana gris y fría en que todas las tormentas se amontonaban sobre sus cabezas.[2] Acosado contra la pared, el Comité Militar Revolucionario luchaba tenazmente por su existencia. "¡Audacia, audacia y siempre audacia!" ' A las cinco de la mañana, las guardias rojas irrumpieron en la imprenta municipal, confiscaron millares de ejemplares del manifiesto de la Duma y suprimieron el órgano municipal oficial, el Viestnik Gorodskovo Samoupravlenya ("Boletín de la Municipalidad"). Arrancaron de las prensas todas las publicaciones burguesas, incluso el Galos Soldata, diario del antiguo Tsik, que de todos modos logró reaparecer bajo el nombre de Soldatski Galos, con un tiro de 100,000 ejemplares, donde daba rienda suelta a su rabia y odio:

Los hombres que emprendieron su traición al amparo de las sombras, que han suprimido los periódicos, no mantendrán mucho tiempo al país en la ignorancia. ¡El país sabrá la vesdad! ¡Él os juzgará, señores bolcheviques! ¡Ya veremos! . . .

Cuando bajábamos por la avenida Nevski, poco después del mediodía, vimos una multitud congregada ante el edificio de la Duma, ocupando toda la calle. Algunas guardias rojas y marinos, con bayoneta calada, se encontraban rodeados cada uno de ellos por un centenar de hombres y mujeres - empleados, estudiantes, funcionarios - que les amenazaban con el puño y les gritaban injurias. En las gradas del edificio, exploradores y oficiales distribuían el Soldatski Galos. Al pie de la escalinata, un obrero con brazalete rojo, empuñando un revólver, reclamaba, tembloroso de cólera, en medio de la multitud hostil, que se le entregaran los periódicos. Nada sernejante a esto, me imagino yo, se vio jamás en el curso de la historia. Por un lado, un puñado de obreros y soldados, con las armas en la mano, representantes de una insurrección victoriosa, pero con aire de perfectos desarrapados; del otro, una multitud enfurecida,,, formada por las mismas gentes que se apretujan a mediodía por las aceras de la Quinta Avenida, riendo despectivamente, injuriando, vociferando: ¡Traidores! ¡Provocadores! ¡Opritchniki![3]

Las puertas estaban guardadas por estudiantes y oficiales que llevaban un brazalete blanco con la inscripción, en letras rojas: "Milicia del Comité de Salvación Pública"; una media docena de exploradores iba y venía. En el interior, todo el mundo estabaen conmoción. Al ir subiendo nosotros, el capitán Gomberg, que descendía por la escalinata, nos dijo:

-Van a disolver la Duma. El comisario bolchevique se encuentra en este momento con el alcalde.

En efecto, cuando llegamos arriba vimos salir corriendo a Riazov. Había ido a pedir a la Duma que reconociera al Consejo de Comisarios del Pueblo, y recibió del alcalde una negativa categórica.

En las oficinas se escuchaba el zumbido de la multitud que corría, gritaba y gesticulaba; personajes oficiales, periodistas, corresponsales extranjeros, oficiales franceses e ingleses ... El ingeniero jefe de la ciudad, señalando a estos últimos con un gesto triunfal, decía:

-Las embajadas reconocen a la Duma como el único poder. La existencia de esos asesinos y bandidos de bolcheviques sólo es cuestión de horas. Toda Rusia se une a nosotros.

En el salón Alejandro, el Comité de Salvación celebraba una reunión monstrua. Presidía Filippovski, y Skobelev, que, una vez más, ocupaba la tribuna, comunicó en medio de aplausos las nuevas adhesiones: el Comité Ejecutivo de los Soviets campesinos, el antiguo Tsik, el Comité Central del ejército, el Tsentroflot, los grupos mencheviques y socialrevolucionarios, así como el grupo del frente del Congreso de los Soviets, los comités centrales de los partidos mencheviques, socialrevolucionarios y socialista popular, el grupo ledinstvo, la Unión Campesina, las cooperativas, los zemstvos, las municipalidades, el Sindicato de Correos y Telégrafos, el Vikjel, el Consejo de la República rusa, la Unión de las Uniones, la Asociación de Comerciantes e Industriales. . .

"El poder de los Soviets no es un poder democrático, sino una dictadura, y no 'la dictadura del proletariado, sino una dictadura contra el proletariado. Todos los que han experimentado o son capaces de sentir el entusiasmo revolucionario deben unirse a nosotros para la defensa de la revolución . . .

"El problema del momento no consiste solamente en anular a los demagogos irresponsables, sino en combatir la contrarrevolución. Si es cierto que en provincias algunos generales tratan de aprovecharse de los acontecimientos para marchar sobre Petrogrado, ello es una prueba más de que debemos establecer una base sólida de gobierno democrático. De otro modo, los desórdenes de la derecha reemplazarán a los desórdenes de la izquierda . . .

"La guarnición de Petrogrado no puede permanecer indiferente cuando los ciudadanos que compran en Galos Soldata o los muchachos que venden la Rabotchaya Gazeta son detenidos en la calle...

"Ha pasado la hora de las resoluciones parlamentarias ... Que quienes no tengan ya fe en la revolución se retiren . . . Para fundar un poder unido, precisamos primero restaurar el prestigio de la revolución ... '

"¡Juremos que la revolución será salvada o que pereceremos!"

Toda la sala se puso en pie, con las miradas ardientes, y estalló en aplausos. Ni un solo representante del proletariado se encontraba presente . . .

A continuación, habló Weinstein:

-Debemos permanecer serenos y no hacer nada hasta que la opinión pública se agrupe sólidamente alrededor del Comité de Salvación; ¡entonces podremos pasar de la defensiva a la acción!

El delegado del Vikjel anunció que su organización tomaba la iniciativa de la formación del nuevo gobierno y que sus representantes estaban discutiendo a la sazón esa cuestión con el Smolny. Siguió una acalorada discusión. ¿Participarían los bolcheviques en el nuevo gobierno? Mártov abogó en favor de su admisión: es innegable que constituyen un partido político importante. Las opiniones se hallaban divididas; el ala derecha de los mencheviques y los socialrevolucionarios, los socialistas populares, las cooperativas y los elementos burgueses presentaban una oposición encarnizada.

-Los bolcheviques han traicionado a Rusia -expuso un orador-. Han desencadenado la guerra civil y abierto el frente a los akmanes. Deben,ser aplastados sin piedad . . .

Skobelev se manifestó en favor de la exclusión de los bolcheviques y los kadetes a la vez.

Entablamos conversación con un joven socialrevolucionario que había abandonado la Conferencia democrática al mismo tiempo que los bolcheviques,* la noche en que Tseretelli y los "conciliadores" impusieron la coalición a la democracia rusa.

-¿Tú aquí? -le pregunté sorprendido. Sus ojos centellearon.

- ¡Sí! -exclamó-. Dejé el Congreso con mi partido el miércoles por la noche. No he arriesgado mi vida durante más de veinte años para someterme ahora a la tiranía de estos brutos. Sus métodos son intolerables. Pero no han contado con los campesinos . .. Cuando éstos comiencen a actuar, su existencia sólo será cuestión dí minutos.

-¿Pero actuarán los campesinos? ¿No les satisface el decreto sobre la tierra? ¿Qué más piden?

-¡Ah, el decreto sobre la tierra! -exclamó furioso-. Pues mira, ¿sabes lo que es este decreto? Es nuestro decreto, ¡es íntegramente el programa socialrevolucionario! Mi partido fue quien trazó esta política después de un minuciosísimo examen de los deseos de los projjios campesinos. Es una desfachatez . . .

-Pero si es,,vuestra propia política, no comprendo tus reparos. Si responde a los deseos de los campesinos, ¿por qué se van a oponer a ella?

-¡Tú no comprendes! ¿No ves que los campesinos se van a dar cuenta inmediatamente del engaño, van a comprender que estos usurpadores han robado el programa socialrevolucionario?

Cambié de tema preguntándole si era cierto que Kakdin avanzaba hacia el Norte.

Asintió con la cabeza, frotándose las manos con una especie de amarga satisfacción.

-Sí. Ya ves aftora lo que han hecho estos bolcheviques. Han levantado contra nosotros la contrarrevolución. La revolución está perdida. La revolución está perdida.

-Pero ¿vosotros no la vais a defender?

-Naturalmente, la defenderemos hasta la última gota de sangre. Pero no cooperaremos con los bolcheviques . ..

-Pero si Kadelin viene a Petrogrado, y si los bolcheviques organizan la defensa de la ciudad, ¿no os uniréis a ellos?

-Desde luego que no. Nosotros también defenderemos la ciudad, pero no ayudaremos a los bolcheviques. Kadelin es enemigo de la revolución, pero también son enemigos de la revolución los bolcheviques.

-¿A quién prefieres tú, a Kaledin o a los bolcheviques?

-¡Esa pregunta no se discute! -repuso con impaciencia-. Yo te digo que la revolución está perdida y que la culpa es de los bolcheviques. "¿Pero a qué hablar de eso? Kerenski está por llegar . . . Pasado mañana pasaremos a la ofensiva ... El Smolny ya nos ha enviado delegados para invitarnos a formar un nuevo gobierno. Ahora, y son nuestros. . . , están reducidos a la impotencia . . . No cooperaremos.

Afuera sonó un tiro. Corrimos a las ventanas. Un guardia rojo, a quien las invectivas habían acabado por exasperar, había disparado, hiriendo a una muchacha en el brazo. Vimos cómo la trasladaron a un coche, rodeada por la multitud irritada cuyos clamores ascendían hasta nosotros. De pronto, apareció un automóvil blindado en la esquena de la Mijailovskaya, haciendo girar sus cañones. Inmediatamente la gente comenzó a correr, como lo sabe hacer la de Petrogrado, echándose boca abajo en medio de las calles y los arroyos, aplastándose detrás de los postes telegráficos. El vehículo avanzó lentamente hasta llegar a las gradas de la Duma; un hombre sacóla tabeza por la torreta y pidió que se le entregaran los números del Soldatski Golas. Los boy-scouts se echaron a reír y corrieron a refugiarse en el edificio. Al cabo de algunos momentos el auto blindado, indeciso, realizó algunas evoluciones y luego tomó el camino de la Nevski, en tanto que hombres y mujeres comenzaron a incorporarse y a sacudir el polvo de sus ropas . . . En el interior había una frenética correría de gentes que buscaban por todas partes dónde ocultar sus paquetes de Soldatski Galos.

Un periodista entró precipitadamente en la habitación agitando un periódico.

- ¡Aquí está una proclama procedente de Krasnov! - exclamó. Todo el mundo se apretujó a su alrededor.

- ¡Hay que imprimirla en seguida, en seguida, y distribuirla por los cuarteles!

Por orden del jefe supremo de los ejércitos, he sido designado comandante de las tropas concentradas en Petrogrado.

¡Ciudadanos, soldados, valerosos cosacos del Don, de Ku-Lán, de Transbaikal, del Usuri, del Amur, del Yenisei, me dirijo a vosotros, que habéis permanecido fieles a vuestro juramento de soldados, que habéis jurado no violar jamás vuestro juramento de cosacos! ¡Vosotros salvaréis a Rusia de la vergüenza imborrable a la cual la expone un oscuro puñado de ignorantes, comprados por el oro del kaiser Guillermo.

El Gobierno provisional, a quien jurasteis fidelidad en las gloriosas jornadas de febrero, no ha sido derrocado, sino expulsado por la violencia, y se prepara a regresar con la ayuda de los ejércitos del frente.

Fiel a su deber, el Consejo de la Unión de los ejércitos cosacos ha reunido bajo su mando a todos los cosacos y, valido del espíritu que les anima, sostenido por la voluntad de todo el pueblo ruso, ha jurado servir a su país como lo hicieron nuestros antepasados en 1612 durante la terrible época de dis-turbids, cuando los cosacos del Don liberaron a Moscú, amenazado por los suecos, los polacos y los lituanos, y desgarrado por disensiones interiores . . .

El frente considera a estos criminales con horror y desprecio. Sus saqueos, sus violencias, sus asesinatos, su manera totalmente germánica de tratar a sus víctimas, abatidas, pero no vencidas, han apartado de ellos a todo el pueblo.

¡Ciudadanos soldados, valerosos cosacos de Petrogrado, en viadm sin tardar a vuestros delegados, a fin de que yo sepa quién es traidor a su país y quién no lo es, con objeto de que no corra el riesgo de hacer que se derrame sangre inocente!

Casi en el mismo instante corrió de grupo en grupo el rumor de que el edificio estaba cercado por las guardias rojas. Entró un oficial, con un brazalete rojo, y se encaminó al aposento del alcalde. Minutos más tarde partió .y el viejo Schreider salió de su gabinete, con el rostro tan pronto pálido como encendido.

-¡A reunirse la Duma en sesión extraordinaria! -exclamó-. ¡Inmediatamente!

Cesaron todos los trabajos en la sala de sesiones.

-¡Todos los miembros de la Duma a sesión extraordinaria!

-¿Qué ocurre?

-No lo sé ... que vamos a ser detenidos ... se va a disolver la Durna ... Se va a detener a los diputados en la puerta . . .

Así corrían como reguero de pólvora los comentarios excitados.

En la sala Nicolás apenas había sitio para estar de pie. El alcalde anunció que todas las salidas estaban guardadas militarmente, que estaba prohibido entrar o salir, y que un comisario había amenazado con proceder a la detención y dispersión de la Duma municipal. Esta declamación fue seguida de una oleada de discursos apasionados de diputados y hasta de oyentes de las tribunas. Ningún poder tenía el derecho de disolver el gobierno municipal elegido libremente; la persona del alcalde y de todos los miembros eran inviolables; jamás se reconocería a los tiranos, los provocadores, los agentes de Alemania. En cuanto a las amenazas de disolución, ¡que vengan! ¡Tendrán que pasar sobre nuestros cadáveres para apoderarse de esta cámara, donde, como los senadores romanos, esperaremos con dignidad la llegada de los godos! . . .

Se votó resolución tras resolución: una pidiendo que se informase de los acontecimientos, por telégrafo, a las Dumas y zemstvos de toda Rusia; otra sobre la imposibilidad de que el alcalde y el presidente de la Duma entraran en cualesquier clase de relaciones con los representantes del Comité Militar Revolucionario o con el llamado Consejo de los Comisarios del Pueblo; otra, reclamando un nuevo llamamiento a la población de Petrogrado para exhortarla a defender la municipalidad elegida por ella; una cuarta proponía mantenerse^en sesión permanente. . .

Mientras tanto, un diputado había telefoneado al Smolny; anunció que el Comité Militar Revolucionario no había dado orden de cercar la Duma y que se iban a retirar las tropas.

Al tiempo que nosotros descendíamos, Riazánov irrumpió precipitadamente por la puerta grande, muy agitado.

-¿Vais a disolver la Duma? -le pregunté.

-¡Nada de ese! -contestó-. Es un equívoco. Esta mañana le dije al alcalde que la Duma no sería inquietada. . .

Mientras iba cayendo la noche, una larga fila doble de ciclistas llegaba por la Nevski, con el fusil en bandolera. Hicieron alto y la multitud los acosó en seguida a preguntas.

-¿Quiénes sois vosotros? ¿De dónde venís? -preguntó un hombre grueso con un cigarro puro en los labios.

-Del duodécimo ejército. Llegamos del frente para ayudar a los Soviets contra la condenada burguesía. Se alzaron gritos furiosos:

-¡Estos son los gendarmes bolcheviques! ¡Los cosacos bolcheviques !

Un oficial pequeño, con chaqueta de cuero, descendió las gradas corriendo.

-La guarnición ha vuelto la espalda -me cuchicheó al oído-. Este es el comienzo del fin para los bolcheviques. ¿Quiere presenciar el cambio de la marea? Venga conmigo.

Tomó el camino de la Mijailovskaya a paso gimnástico, y nosotros detrás de él.

-¿Qué regimiento es?

-Los broneviks. ..

Era grave. Los broneviks, tropas de los automóviles blindados, eran, en efecto, la clave de la situación; quien los tuviera controlados era dueño de la ciudad.

-Los comisarios del Comité de Salvación y de la Duma han ido a su encuentro. En este momento deliberan. ..

-¿Deliberan acerca de qué? ¿Para decidir de qué lado van a combatir?

-¡Oh, no! Esa no es la manera de hacerlo. Ellos no combatirán jamás contra los bolcheviques. Votarán por la neutralidad, y entonces los junkers y los cosacos. ..

La puerta de la gran escuela de equitación Miguel estaba abierta de par en par. Dos centinelas quisieron detenernos, pero franqueamos precipitadamente la entrada, sordos a sus requerimientos. El interior sólo estaba débilmente iluminado por una lámpara de arijo colgada bajo el techo de la inmensa sala, cuyas altas columnas 4 hileras de ventanas se dif uminaban en la penumbra. A lo largo de los muros las monstruosas siluetas de los automóviles blindados se agazapaban en la sombra. Uno de ellos se encontraba totalmente aislado en el medio, bajo la luz, y a su alrededor estaban reunidos unos dos mil soldados vestidos con uniformes oscuros que parecían perdidos en la inmensidad de este edificio imperial. Una docena de hombres -oficiales, presidentes y oradores de los comités de soldados- se hallaban encaramados en la parte superior del vehículo, y un soldado hablaba desde la torreta central. Era Janjunov, quien había sido presidente del Congreso de los broneviks de toda Rusia el verano anterior.

Flexible y elegante en su chaqueta de cuero con charreteras de teniente, abogaba con elo'cuencia por la neutralidad.

-Es horrible -dijo- que los rusos maten a sus hermanos rusos. No tiene por qué haber guerra civil entre soldados que han luchado hombro con hombro contra el zar, que han vencido al enemigo extranjero en combates que la historia no olvidará. ¿Qué tenemos que ver nosotros, los soldados, en estas querellas de partidos políticos? No quiero decir que el Gobierno provisional sea un gobierno democrático; nosotros no queremos coalición con la burguesía, no; pero es necesario un gobierno de la democracia unificada; ¡de lo contrario, Rxisia está perdida!

Estas palabras parecieron razonables; el gran salón resonó con los aplausos y las ^probaciones.

Un soldado, con el rostro pálido y contraído, trepó a la improvisada tribuna.

-¡Camaradasí -exclamó-. Vengo del frente rumano para deciros a todos: ¡debe haber paz! ¡Debe haber paz inmediatamente! ¡Seguiremos a quienquiera que nos dé la paz, sean los bol-cheviqties o este nuevo gobierno! ¡La paz! No podemos combatif más tiempo ya. No queremos combatir ni contra los alemanes, ni contra los rusos.

Tras estas palabras saltó de la tribuna; un murmullo confuso y punzante se elevó de esta masa ya encrespada para hincharse de cólera cuando el. orador siguiente, un menchevique entreguista, trató de sostener, que la guerra no podía terminar más que por la victoria de los Aliados.

-¡Hablas como Kerenski! -le lanzó una voz ruda.

Luego, un delegado de la Duma abogó por la neutralidad. Le escucharon con nna sensación de malestar, sin identificarlo como a uno de ellos. Jamás he visto yo hombres que se aplicaran con una intensidad semejante a comprender, a decidir. No se movían, dirigían sobre el "orador una mirada de fijeza casi aterradora, las cejas fruncidas por el esfuerzo de pensar, su frente perlada de sudor, gigantes con los ojos inocentes y claros de niños y rostros de guerreros de epopeya...

Después vino un bolchevique, un hombre de su propia unidad, quien habló con violencia y odio. No tuvo más aprobación que el anterior. No era eso lo que ellos querían. Por el momento, estaban desprendidos del curso normal de las preocupaciones triviales, sus espíritus estaban Henos de Rusia, del socialismo, del mundo, como si dependiera de ellos el que la íevolución viviera o muriese.

Se sucedieron los oradores, hablando tan pronto en medio de un silencio tenso como rodeados de clamores de aprobación o de cólera. ¿Actuaremos o mantendremos una actitud neutral? Volvió Janjunov, persuasivo^ benévolo. ¿Pero no era él oficial y partidario de "na defensa pasiva a ultranza, a pesar de todos sus discursos sobre la paz? Un obrero de la isla Vassili fue saludado con estas palabras:

-¿Eres tú, trabajador, quien nos va a dar la paz?

Cerca de nosotros una especie de claque, compuesta en su mayoría por oficiales, animaba a los abogados de la neutralidad. Constantemente estaban gritando: "¡Janjunov! ¡Janjunov!" y silbaban en forma injuriosa cuando quería hablar un bolchevique.

De pronto, los delegados de los comités y los oficiales entablaron, arriba del automóvil, una discusión animada acompañada de gestos vivos.  Un soldado, a quien uno de los oficiales intentaba retener, se soltar con fuerza y levantó la mano.

-¡Camaradas -exclamó-, el camarada Krylenko está aquí y quiere hablarnos!

Esto produjo un desencadenamiento de aplausos, silbidos y gritos:

-¡Que hable! ¡Que siga! ¡Que lo echen!

A todo esto, el comisario del pueblo en el Ministerio de la Guerra trepó sobre el automóvil, ayudado por muchas manos que tiraban de él y lo empujaban de atrás a delante. Permaneció inmóvil un momento; después avanzando hacia el radiador y con las manos sobre las caderas, lanzó una mirada sonriente a su alrededor: rechoncho, de piernas cortas, descubierto, no lucía insignia alguna en su uniforme.

La claque, al lado nuestro, vociferaba sin cesar:

-¡Janjunov! ¡Es a Janjunov a quien queremos! ¡Que lo echen! ¡Callaos! ¡Abajó el traidor!

Entonces, la* multitud se convirtió en una masa tumultuosa y comenzó a moverse, deslizándose lentamente en nuestra dirección cual un alud. Hombres corpulentos de gestos ceñudos se abrieron camino hasta nosotros.

-¿Quién es el que está interrumpiendo nuestra reunión? -gritaron-. ¿Quién es el que silba aquí?

La claque, dispersada sin suavidad, huyó y ya no volvió a rehacerse.

"Camaradas soldados -comenzó a decir Krylenko, con voz ronca por la fatiga-: No me encuentro en condiciones de hablar; lo siento, pero hace cuatro noches que no he dormido. No tengo necesidad de deciros que soy un soldado. No tengo necesidad dedeciros-que quiero \a paz. Lo que tengo que deciros es que el partido bolchevique, que ha hecho triunfar la revolución de los obreros y soldados con vuestra ayuda y la de todos los valientes camaradas que han derrocado para siempre el poder de la burguesía sanguinaria, Tía prometido ofrecer la paz a todos los pueblos y que lo ha hecho ya, hoy mismo. (Tumulto de aplausos.) Se os pide que permanezcáis neutrales cuando los junkers y los Batallones de la Muerte, que jamás son neutrales, nos fusilan en las calles y traen otra vez a Petrogrado a Kerenski, o quizá a algún otro de su banda. Kaledin está en marcha, procedente del Don. Kerenski llega del frente. Kornilov concentra sus íekinsty para renovar la tentativa de agosto. Todos esos mencheviques y socialrevolucionarios que os piden que evitéis la guerra civil, ¿cómo se han mantenido ellos en el poder sino por la guerra civil, que dura sin tregua desde el mes de julio, y en la cual ellos han estado constantemente del lado de la burguesía, como lo están todavía ahora?

"¿Cómo puedo persuadiros yo, si ya habéis tomado una decisión? La cuestión es sencilla. De un lado están Kerenski, Kaledin, Kornilov, los mencheviques, los socialrevolucionarios, los kadetes, la Duma, los oficiales. .. Nos dicen que sus intenciones son buenas. Del otro lado están los obreros, los soldados y los marinos, los campesinos pobres. El gobierno está en vuestras manos. Vosotros sois los dueños. La gran Rusia os pertenece. ¿La vais a entregar vosotros?"

Se veía que se mantenía de pie por un esfuerzo de voluntad y la profunda sinceridad del sentimiento que inspiraba sus palabras estallaban en su voz fatigada. Al final se tambaleó, cayendo casi; un centenar de brazos se alargó para ayudarle a bajar y los grandes espacios sombríos del local devolvieron los ecos de una ovación inmensa.,

Janjunov trató de hacer uso de la palabra, pero como por todas partes se gritaba: "¡A votar, a votar!" cedió y leyó una resolución proponiendo que se retirara al representante de los broneviks en el Comité Militar Revolucionario y se declarara la neutralidad de éstos en la guerraS civil. Los que estuvieran en favor de la moción debían pasar a la derecha; los que estuvieran en contra, a la izquierda. Hubo un momento de vacilación, de espera muda; luego se inició un movimiento hacia la izquierda, que se fue haciendo más rápido gradualmente; cientos de soldados vigorosos, tropezando los unos con los otros, avanzaron en masa compacta sobre el piso sucio, en la penumbra. . . Cerca de nosotros, un centenar de hombres, dispefsos, abandonados por la oleada, se obstinaron en favor de la resolución: cuando el techo se estremeció por los hurras de la victoria, dieron media vuelta y se apresuraron a salir de la escuela de equitación, y al mismo tiempo de la revolución.

Hay que imaginarse una lucha semejante que se desarrolló en todos Ips cuarteles de la ciudad, en todos los distritos, en todo el frente, en toda Rusia. Hay que imaginarse en los regimientos a los Krylenkos aporreados de cansancio, corriendo de un lugar a otro, discutiendo, amenazando, suplicando. Hay que imaginarse, finalmente, las mismas escenas en todos los locales de los sindicatos, en las fábricas, en los pueblos, en todos los navios dispersos de la flota; hay que imaginarse a cientos de miles de rusos por todo el país, las miradas fijas en los oradores, obreros, y campesinos, marinos, trabajando intensamente por comprender y decidir, pensando con todas sus fuerzas -y tomando, finalmente, de manera tan unánime, su decisión. Así fue la revolución rusa...

En el Smolny, el nuevo Consejo de Comisarios del Pueblo no permanecía ocioso. El primer decreto ya estaba en las prensas: esa misma tarde fueron distribuidos millares de ejemplares en las calles de la ciudad y cada tren transportaba paquetes hacia el Sur y el Este.

En nombre del Gobierno de la República rusa, elegido por el Consejo de Diputados obreros y soldados de toda Rusia, con participación de los diputados campesinos, el Consejo de Comisarios del Pueblo decreta:

1º Las elecciones de la Asamblea Constituyente sé llevarán a cabo en la fecha señalada, es decir, el 12 de noviembre.

2º Todas las comisiones electorales, los órganos municipales locales,-los Soviets de Diputados obreros, soldados y campesinos y las organizaciones de soldados del frente harán todos los esfuerzos para asegurar la libertad y regularidad del voto en la fecha señalada.

En nombre del Gobierno de la República rusa,

El presidente del Consejo de los Comisarios del Pueblo,

Vladimir Ulianov-Lenin

La Duma municipal se mantenía constantemente en plena actividad. Cuando llegamos, estaba hablando un miembro del Consejo de la República. El Consejo, dijo, no se consideraba disuelto; solamente estimaba que no podía continuar sus trabajos hasta que no contara con un nuevo lugar de reunión. Mientras tanto, su comité director había decidido entrar en masa en el Comité de Salvación. .. Y añadiré, de paso, que es la última vez que la historia menciona al Consejo de la República rusa. ..

Luego se llevó a cabo el desfile ordinario de delegados de ministerios, del Vikjel, del Sindicato de Correos y Telégrafos, reiterando por centésima vez su determinación de no trabajar para los usurpadores bolcheviques. Un junkcr que había estado en el Palacio de Invierno pintó con colores brillantes su heroísmo y el de sus camaradas, así como la conducta vergonzosa de las guardias rojas, presentando un cuadro vigoroso al cual todo el mundo dio su asentimiento devoto. Alguien dio lectura a un artículo del periódico socialrevolucionario Volia Naroda, que establecía que los daños causados al Palacio de Invierno se elevaban a 500 millones de rublos, y describía con gran lujo de detalles las escenas de saqueo y robos con fractura que se habían desarrollado.

De cuando en cuando, el teléfono traía noticias. Los cuatro ministros socialistas habían sido puestos en libertad. Krylenko se había dirigido " la fortaleza de Pedro y Pablo para anunciar al almirante VerdSrevski que el ministerio de Marina estaba vacante y rogarle en nombre de Rusia, que asumiera el cargo bajo el control de los comisarias del pueblo. El viejo marino había consentido. . . Kerenski avanzaba, las guarniciones de los bolcheviques retrocedían ante él. El Smolny había promulgado otro decreto ampliando los poderes de la Duma municipal relativos a los aprovisionamientos en víveres.

Esta última "insolencia" provocó un desencadenamiento de furor. Este Lenin, este usurpador, este tirano, cuyos comisarios se habían incautado del garaje municipal, se permitían entrar en los almacenes municipales e inmiscuirse en las operaciones del Comité de Abastecimientos y en el reparto de víveres, ¡este Lenin pretendía definir los límites del poder de una municipalidad libre, independiente y autónoma! Un diputado, con el puño alzado, propuso cortar los víveres a la ciudad si los bolcheviques se permitían intervenir en el funcionamiento del Comité de Abastecimientos...

Otro, representante del Comité especial de Abastecimientos, señaló que la situación alimenticia era muy grave y pidió el envío de delegados para acelerar la llegada de los trenes de víveres.

Dedonenko Aunció dramáticamente que la guarnición vacilaba: el regimiento Semenov había resuelto ya ponerse a las órdenes del partido socialrevolucionario; las tripulaciones de los torpederos del Neva estaban indecisas. Inmediatamente se nombraron siete delegados para continuar la propaganda entre las tropas. . .

Luego subió a la tribuna el viejo alcalde:

-¡Camaradas y ciudadanos! Acabo de saber que los prisioneros de la fortaleza de Pedro y Pablo se encuentran en peligro. Catorce junkers de la escuela Pablo han sido desnudados y torturados por los guardianes bolcheviques. Uno de ellos se ha vuelto loco. ¡Están amenazando con linchar a los ministros!

Se produjo un torbellino de indignación y horror, cuya violencia aumentó cuando una mujer vestida de gris, baja y rechoncha, pidió la palabra y alzó su voz dura y metálica. Era Vera Slutskaya, veterana revolucionaria y miembro bolchevique de la Duma.

-¡Eso es una mentira y una provocación! -dijo, impasible bajo el diluvio de injurias-. El Gobierno obrero y campesino que ha abolido la pena de muerte no puede permitir tales actos. Pedimos que se abra una investigación inmediata, y si hay algo de verdad en los hechos de que se informa, el gobierno tomará enérgicas medidas.

Inmediatamente se nombró una comisión integrada por representantes de todqs los partidos y que se dirigió a la fortaleza de Pedro y Pablo para investigar. Nosotros salimos con ella, mientras la Duma nombraba otra comisión encargada de ir al encuentro de Kerenski con el fin de tratar de que no hubiera efusión de sangre a su entrada en la capital. . .

Era más de medianoche cuando pasamos delante de los centinelas de la fortaleza. A la débil luz de las escasas lámparas eléctricas, avanzamos a lo largo de la iglesia, donde reposan los zares, bajo la esbelta espira dorada con su carillón que continuó tocando durante meses, todos los días al mediodía, el Boje tsaria Jrani ("Dios proteja a nuestro zar").. . El lugar estaba desierto, la mayor parte de las ventanas ni siquiera estaba iluminada. De cuando en cuando, nos topábamos con una masa que andaba a tientas en la sombra y que respondía a nuestras preguntas con el acostumbrado Ia nie snayu ("No sé").

A nuestra izquierda, se alzaba la silueta sombría del bastión Trubetskoi, esa tumba viviente donde tantos mártires de la libertad dejaron la vida o la razón en la época del zar, y donde, a su vez, el Gobierno provisional había encarcelado a los ministros del zar y los bolcheviques? a los del Gobierno provisional.

Un amable marino nos condujo a la oficina del comandante, en una casita cerca de la Casa de la Moneda. Una media docena de guardias rojas, marinos y soldados estaban sentados en una habitación caliente, llena de humo, en la que un samovar humeaba alegremente. Nos acogieron con cordialidad y nos ofrecieron té. El comandante había salido. Acompañaba, nos dijeron, a una comisión de sabotajnis (saboteadores) de la Duma municipal que insistía en que se estaba matando a todos los junkers. Esto pareciódivertirles muchísimo. En un extremo de la habitación se hallaba sentado un hombrecillo calvo que tenía todo el aspecto de ser un viejo verde; vestido con levita y una pelliza lujosa, mordisqueaba su bigote y lanzaba a-^su- alrededor miradas de rata acosada. Acababa de ser detenido. Alguien dijo, mirando con displicencia hacia donde estaba el hombre, que se trataba de un ministro o cosa parecida. El hombrecillo no pareció oir; estaba evidentemente aterrado, no obstante que los ocupantes de la habitación no mostraban animosidad alguna hacia él.

Me encaminé hacia él y le dirigí la palabra en francés.

-Conde Tolstoi -respondió, haciendo su presentación, mientras se inclinaba con rigidez-. No comprendo por qué he sido detenido. . . Cruzaba el puente Trotzki para ir a mi casa, cuando dos de estos. .. de estos. . . individuos me detuvieron. Yo fui comisario del Gobierno provisional adjunto al Estado Mayor, pero de ninguna manera miembro del gobierno. . .

-Vamos a dejarlo marchar -propuso un marino-. Es inofensivo.

-¡No! -respondió el soldado que lo había conducido-. Debemos preguntarle al comandante.

-¡El comandante! -rió burlón el marino-. ¿Es que hemos hecho la revolución para continuar obedeciendo a los oficiales?

... Un praportchik (aspirante) del regimiento de Pablo nos refirió cómo había comenzado la insurrección.

El regimiento se encontraba de servicio en el Estado Mayor General la noche del 6. Algunos de mis camaradas y yo estábamos de guardia'. Iván Pavlovitch y otro -no recuerdo su nombre- se hallaban escondidos detrás de las cortinas de la ventana, en la habitación donde estaba reunido en sesión el Estado Mayor. Escucharon toda clase de cosas, entre otras la orden de hacer venir durante la noche a Petrogrado a los junkers de Gatchina, y la de advertir a los cosacos que estuvieran preparados para el día siguiente por la mañana. Los puntos principales de la ciudad debían ocuparse antes del amanecer; se decidió igualmente abrir los puentes. Pero cuando se comenzó a tratar de cercar el Smolny, Iván Pavlovitch no pudo aguantar más tiempo. Precisamente en aquel momento había muchas idas y venidas de las cuales se aprovechó para deslizarse fuera de su escondite y bajar a la sala de guardia, mientras su camarada continuaba escuchando.

"Yo comencé a sospechar que se preparaba algo. A cada momento llegaban auíomóviles llenos de oficiales; todos los ministros se encontraban allí. Iván Pavlovitch me contó lo que había es cuchado. Eran las dos y media de la mañana. El secretario del comité del regimiento estaba presente; le referimos la cosa y solicitamos su consejo."-Hay que detener a todos los que entren o salgan -respondió-. Es lo que hicimos. Al cabo de una hora habíamos agarrado a varios oficiales y dos ministros a los que enviamos derechos al Smolny. Pero el Comité Militar Revolucionario no estaba preparado; allí no supieron qué hacer y poco después recibimos la orden de dejar circular libremente y no detener a nadie. Entonces nos fuimos corriendo al Smolny y necesitamos una hora larga para hacerles comprender que era la guerra. Eran las cinco cuando regresamos al Estado Mayor y casi todo el mundo se había marchado. De todos modos, detuvimos a algunos. . . y la guarnición, finalmente, estaba alerta. . ."

Un guardia rejo de la isla Vassili nos describió con gran abundancia de detálleselo que había ocurrido en su distrito d gran día de la insurreción.

-No teníamos ametralladoras allí -dijo riendo-, y no podíamos recibirlas del Smolny. El camarada Zalkind, miembro de la Duma de la barriada, recordó de repente que en la sala de sesiones de la alcaldía se encontraba una ametralladora tomada a los alemanes. Acompañados por otro camarada nos fuimos allí. Los mencheviques y los socialrevolucionarios estaban precisamente reunidos en sesión. Abrimos la puerta y nos dirigimos hacia ellos; eran doce o quince los que estaban sentados alrededor de la mesa, y nosotros éramos tres. Al vernos, dejaron de hablar y nos contemplaban con asombro. Cruzamos la habitación, desmontamos la ametralladora; el camarada Zalkind agarró una parte y yo la otra. Nos la echamos a las espaldas y salimos. Nadie nos dijo una palabra.-¿Sabes tú c.ómo se tomó el Palacio de Invierno? -preguntó un tercero, un marino-. Hacia las once nos percatamos que no había junkers por el lado del Neva. Entonces forzarnos las puertas y comenzamos a introducirnos por diferentes escaleras, uno por uno o en grupos pequeños. Cuando llegamos arriba fuimos detenidos por los junkers, que nos desarmaron. Pero como continuaron llegando compañeros nuestros, pronto estuvimos en mayoría. Entonces nos tocó a nosotros el turno de quitarles las armas a los ¡unkers. . .

En este momento entró el comandante, un joven suboficial de aspecto jovial, con el brazo en cabestrillo y sombrías ojeras producidas por la falta de sueño. Su mirada se posó primero sobre el detenido, que inmediatamente se puso a explicar su situación.

-¡Ah! Perfectamente -le interrumpió el otro-. Entonces usted formaba parte de ese comité que se negó a entregar el Estado Mayor el miércoles por la tarde. ¡Oh! Ya no le necesitamos a usted, ciudadano. Lo siento.

Abrió la puerta y, con un gesto, le indicó al conde Tolstoi que se podía marchar. Hubo algunos murmullos de protesta, sobre todo por parte de las guardias rojas, y el marino exclamó triunfalmente:-¿Qué tal? ¿No os lo había dicho yo?

Dos soldados se dirigieron inmediatamente al comandante. Habían sido delegados por la guarnición de la fortaleza para presentar una protesta. Los prisioneros, dijeron, recibían la misma alimentación que los guardianes, cuando apenas si había lo suficiente para no morirse de hambre. ¿Por qué se trataba tan bien a los contrarrevolucionarios?

-Nosotros somos revolucionarios, camaradas, no bandidos -repuso el comandíhte.

Después se volvió hacia nosotros. Le explicamos que corría el rumor de que se torturaba a los junkers y que la vida de los ministros corría peligro. ¿No nos sería posible ver a los prisioneros a fin de demostrar al mundo...?

-No -respondió nerviosamente el joven militar-. No voy a molestar una vez más a los prisioneros. Ahora mismo acabo de verme obligado a despertarlos. Seguramente que han creído que íbamos a verlos para matarlos. .. La mayor parte de los junkers ha sido puesta en libertad y el resto saldrá mañana.

Dio media vuelta bruscamente.

-¿Podríamos hablar a la comisión de la Duma? El comandante, que estaba sirviéndose un vaso de té, hizo una señal afirmativa.

-Todavía e,stán en el vestíbulo -dijo negligentemente.

En efecto, se encontraban al otro lado de la puerta, agrupados alrededor del alcalde y discutiendo con animación a la débil luz de una lámpara de petróleo.

-Señor alcalde -le dije-, nosotros somos corresponsales norteamericanos. ¿Quisiera usted hacer el favor de comunicarnos oficialmente el resultado de su investigación?

Volvió hacia nosotros su rostro digno y venerable.

-Las acusaciones no contienen la menor sombra de verdad -expuso hablando con lentitud-. Aparte de los incidentes que se produjeron al ser conducidos aquí, los ministros han sido tratados con todos \qs miramientos. En cuanto a los junkers, ni uno solo ha tenido que padecer la más leve molestia. ..

A lo largo de la Nevski, a través de las sombras de la ciudad desierta, una columna interminable de soldados avanzaba en silencio al encuentro de Kerenski. En las callejuelas oscuras, los automóviles circulaban con. los faros apagados. Una actividad furtiva reinaba en Fontanka No. 6, cuartel general del Soviet de los campesinos, así cromo en cierto local de un gran edificio de la Nevski y en la Escuela de Ingenieros. La Duma estaba iluminada. . .

En el Smolny, las oficinas del Comité Militar Revolucionario parecían lanzar chispas, como una dinamo que estuviera trabajando a demasiada potencia.. .

 

Notas

1. Murianov era teninte coronel. [Nota del traductor]

2. Los bolcheviques y los partidos.  

LLAMAMIENTOS Y PROCLAMAS

A todas las organizaciones civiles y militares del partido socialrevolucionario

"La insensata tentativa de los bolcheviques se halla a punto de fracasar totalmente. La guarnición está dividida y desmoralizada. Los ministerios no trabajan. Va a faltar el pan. Todos los grupos políticos, excepto un puñado de maximalistas, han abandonado el congreso. El partido bolchevique se halla aislado. Las represiones contra las imprentas del Comité Central, la detención de los camaradas Malov, Tsion y otros miembros del partido, los actos de saqueo y violencia que,racompañaron a la toma del Palacio de Invierno, aumentaron el malestar de una parte considerable de los marinos y soldados. ¡La central del Comité de la Flota llama a desobedecer a los bolcheviques!

"Proponemos: Primero, que se preste el concurso más completo a las organizaciones militares, a los comisarios y oficiales con vistas a la liquidación definitiva de un empeño insensato y a la agrupación en torno al Comité para la Salvación de la patria y la revolución, cuyo deber es crear un poder revolucionario y democrático acorde con el siguiente programa: entrega inmediata de la tierra a los comités agrarios, propuesta inmediata de una paz democrática general a todos los países beligerantes. Segundo, que se tomen medidas para proteger las sedes del partido. Tercero, estar preparados a fin de poder responder, en el momento oportuno, al llamamiento del Comité Central para oponer una resistencia activa a las tentativas de los elementos contrarrevolucionarios que quieran aprovecharse de la aventura bolchevique para acabar con las conquistas de la revolución. Cuarto, montar, la mayor vigilancia para oponerse al enemigo, que querrá aprovecharse del debilitamiento del frente."

El Comité Central y la comisión militar del Comité Central del partido socialrevolucionario.

9 de noviembre de 1917.

Entracto de la Pravda

"...¿Quién es Kerenski? Un usurpador, cuyo puesto está en la fortaleza de Pedro y Pablo, junto a Kornilov y a Kichkin. Un criminal, que defraudó la confianza de los soldados, los campesinos y los obreros.

"Kerenski es el asesino de los soldados.

"Kerenski es el verdugo de los campesinos.

"Kerenski es el estrangulador de los obreros. "¡Eso es este Kornilov II, que espera en vano asestar un golpe mortal a la libertad conquistada por los obreros, los soldados y los campesinos!"

3. Guardias de corps de Iván el Terrible en el siglo XVII, conocidos por su crueldad. [Nota del traductor]