INDICE

John Reed

Diez días que estremecieron al mundo

CAPÍTULO VIII
LA CONTRARREVOLUCIÓN

 

 

Al día siguiente, domingo 11 de noviembre, los cosacos entraron en Tsárskoye Selo. Kerenski montaba un caballo blanco. Fueron echadas a vuelo las campanas. Desde la cima de una pequeña colina situada fuera de la población se divisaban las agujas doradas, las cúpulas multicolores y la inmensidad gris de la capital tendida en la llanura monótona, y, al fondo, el golfo de Finlandia, de color de acero.

No hubo batalla. Pero Kerenski cometió una torpeza fatal. A ias siete de la maárana envió al 2° regimiento de fusileros de Tsárskoye Selo la orden de deponer las armas. Los soldados respondieron que accedían a permanecer neutrales, pero que no se rendirían. Kerenski les concedió diez minutos para que se sometieran. Esta manera de proceder irritó a los soldados: desde hacía ocho meses habían adquirido el hábito de la autonomía, ejercida a través de los comités, y este ultimátum recordaba demasiado el antiguo régimen.. . Algunos minutos más tarde la artillería cosaca abrió el fuego contra los cuarteles, matando a ocho hombres.. . A partir de aquel momento ya no hubo soldados «neutrales» en Tsárskoye Selo. ..

Petrogrado despertó de su sueño con el tiroteo y el sordo resonar del paso de las tropas. Bajo el cielo alto y sombrío, un viento helado traía olor a nieve. Al amanecer, el hotel Militar y la agencia, telegráfica había« sido tomados por importantes fuerzas de jtinkers, y reconquistados después de un sangriento combate. La centra] telefónica fue sitiada por los marinos que, atrincherados en medio de la Morskaia ¿etrás de barricadas de toneles, cajas y láminas, o al amparo de la esquina de la Gorojovaya y de la plaza de San Isaac, disparaban contra cuanto se movía. De vez en cuando, aparecía un automóvil con la bandera de la Cruz Roja; los marinos lo dejaban pasar.

Albert Rhys Williams,[1] nuestro colega, que se encontraba en la central telefónica, salió de allí en un automóvil de la Cruz Roja cargado de heridos. Después de circular por la ciudad, el coche se dirigió a la escuela militar Miguel, cuartel general de la contrarrevolución. Un oficial francés, que estaba en el patio, parecía dirigir las operaciones. . . Así enr como se aprovisionaba de municiones y víveres a la central telefónica. Gran número de estas supuestas ambulancias servían únicamente de medio de enlace y aprovisionamiento para los junkers.

Tenían en su poder cinco o seis autos, procedentes de la antigua división británica de carros blindados. Louise Bryant,[2] que atravesaba la plaza de San Isaac, vio llegar uno de los vehículos, procedente del Almirantazgo y que se dirigía a la Central. Al llegar a la esquina de la calle Gogol, el coche se detuvo, justo a la altura de ella. Algunos marinos, emboscados detrás de unas pilas de madera, empezaron a disparar. La ametralladora de la torreta giró y lanzó una andanada de balas al azar sobre el montón de leña y la gente. Siete personas, de ellas dos niños, resultaron muertas bajo el pasaje abovedado donde se encontraba miss Bryant. Entonces, los marinos, lanzando uif gran grito, salieron de un salto de su atrincheramiento y se precipitaron hacia adelante bajo las balas; cuando rodearon al monstruo hundieron sus bayonetas en varias ocasiones a través de las aspilleras, con terribles alaridos. . . El conductor, diciéndose herido, fue dejado en libertad; inmediatamente corrió a la Duma a llevar esta nueva prueba de las atrocidades bolcheviques... Entre los muertos se encontró a un oficial británico.

Más tarde, los periódicos hablaron de un oficial francés, capturado en un automóvil blindado y enviado a la fortaleza de Pedro y Pablo. La embajada de Francia se apresuró a publicar un mentís, pero uno de los consejeros municipales me refirió que fue él mismo quien hizo que se pusiera en libertad al detenido.

Cualquiera que fuese la actitud oficial de las embajadas aliadas, es indudable que oficiales franceses y británicos participaron individualmente en las operaciones, asistiendo incluso a las sesiones del Comité de Salvación y dando consejos.

Durante todo el día hubo escaramuzas en los diversos distritos entre los junkers y las guardias rojas, y encuentros entre automóviles blindados. Por todas partes, cerca o lejos, se escuchaban las descargas y los disparos aislados o el tabletear de las ametralladoras. Los cierres metálicos de las tiendas estaban bajados, pero tras ellos continuaban los negocios. Las salas de cinematógrafo, sin iluminación en el exterior, se hallaban atestadas de público. Los tranvías funcionaban. El teléfono daba servicio y, cuando se llamaba a la Central, se escuchaba claramente el tiroteo. .. El Smolny estaba -|cortado de la red telefónica, pero la Duma y el Comité de Salvación permanecieron en confunicación constante con todas las escuelas de junkers y con Kerenski en Tsárskoye Selo. A las siete de la mañana, la escuela Vladimir recibió la visita de una patrulla de soldados, marinos y guardias rojas, quienes dieron a los junkers un plazo de veinte minutos para que entregaran las armas. El ultimátum fue rechazado. Una hora más tarde, los junkers trataron de hacer una salida, pero fueron rechazados por un violento tiroteo que venía de la esquina de la Grebetskaya y la Gran Perspectiva. Las tropas soviéticas rodearon el edificio y abrieron fuego, mientras autiomóviles blindados iban y venían, barriéndolo sin cesar con sus ametralladoras. Los junkers pidieron socorros por teléfono. Los cosacos contestaron que no se atrevían a salir porque una fuerza numerosa de marinos, con dos cañones, vigilaba su cuartel. La escuela del emperador Pablo estaba cerrada. La mayor parte de los junkers de la escuela Miguel combatía ya en las calles. . .

A las once y media llegaron tres piezas de campaña. Los junkers respondieron a un nuevo ultimátum matando a dos parlamentarios soviéticos que avanzaban con bandera blanca. Entonces comenzó un verdadero bombardeo. En los muros de la escuela se abrieron grandes brechas. Los junkers se defendieron desesperadamente; las oleadas ululantes de guardias rojas lanzadas al asalto fueron diezmadas por la metralla. .. Kerenski telefoneó desde Tsárskoye Selo para prohibir cualquier intento de parlamentar con el Comité Militar Revolucionario.

Exasperadas por el fracaso y por el número de sus muertos, las tropas soviéticas desencadenaron un verdadero huracán de llamas y acero contra el edificio. Sus propios oficiales fueron impotentes para detener el terrible bombardeo. Un comisario del Smolny, llamado Kirilov, tfató de que cesara. Lo amenazaron con lincharlo. La sangre de las guardias rojas hervía.

A las dos y media, los junkers izaron la bandera blanca; aceptaban rendirse si se les garantizaba que se respetarían sus vidas, a lo que los sitiadores accedieron. Miles de soldados y guardias rojas se precipitaron por las ventanas, las puertas y las brechas abiertas en los muros. Antes de que fuese posible intervenir, cinco junkers fueron atravesado» a bayonetazos. Los otros, doscientos aproximadamente, fueron conducidos bajo escolta a la fortaleza de Pedro y Pablo, en pequeños grupos, para no llamar la atención. Por el camino, la multitud atacó a un grupo y mató a otros ocho prisioneros. . . Más de cien guardias rojas y soldados habían caído. . .

Dos horas más tarde, la Duma recibió un mensaje telefónico anunciando que los vencedores marchaban sobre el Ingenierny Zamok, la escuela de ingenieros. Una docena de diputados partió inmediatamente a su encuentro, cargados de paquetes con la última proclama del Comité de Salvación. Varios de ellos no regresaron nunca. . . Todas las otras escuelas se habían rendido sin resistencia y sus ocupantes fueron conducidos sanos y salvos a la fortaleza de Pedro y Pablo y a Cronstadt.

La central telefónica resistió hasta la tarde. Pero los marinos acabaron por apoderarse del lugar, bajo la protección de un auto blindado bolchevique. Las telefonistas, espantadas, corrían en todas direcciones, lanzando chillidos estridentes. Los junkers, para que no se les identificara, se arrancaron las insignias y uno de ellos le ofreció a Williams darle todo lo que quisiera a cambio de que le prestara su abrigo para disfrazarse. «¡Nos asesinarán, nos asesinarán!», gritaban, pues muchos de entre ellos habían prometido, por su honor en el Palacio de Invierno, que no volverían a tomar las armas contra el pueblo. Williams ofreció su mediación a condición que se dejara en libertad a Antonov. Inmediatamente se accedió a ello. Antonov y Williams arengaron a los marinos victoriosos, exasperados por sus pérdidas, y, una vez más, los junkers pudieron retirarse en libertad. . . De todos modos, algunos de ellos, descubiertos cuando, presas de pánico, trataban de huir por las ventanas o de ocultarse en el ático, fueron arrojados a la calle.

Cansados, cubiertos de sangre, pero victoriosos, los marinos y los obreros irrumpieron en la sala de aparatos. A la vista de todas aquellas lindas muchachas apiñadas, se detuvieron confusos, torpes, con los pies clavados aPsuelo. Ni una sola telefonista fue molestada, ofendida o maltratada. Poseídas por el miedo, se acurrucaban primero en los rincones; después, al ver que no les sucedía nada, dieron rienda suelta a sus sentimientos. «¡Uff! ¡Gentes sucias! ¡Animales idiotas! . . .» Los marinos y las guardias rojas estaban perplejos. «¡Brutos! ¡Cerdos!», les lanzaron con voz chillona las muchachas, ya envalentonadas, al tiempo que se ponían furiosas sus chaquetas y sus sombreros. ¡Cuánto más romántico era entregar cartuchos o curar heridas a los jóvenes y brillantes jutikcrs, muchos de ¡os cuales eran de familia noble, y que combatían por entregar el trono a su bienamado>zar! Estos individuos, ¿qué eraa? Obreros vulgares, campesinos, plebe inculta. . .

El comisario del Comité Militar Revolucionario, el pequeño Vishniak, quiso persuadir a las muchachas de que se quedaran en sus puestos. Empleó todos los recursos de la persuasión.

—Hasta ahora —lés dijo— se os trataba mal. El servicio de teléfonos depende de la Duma municipal. Por sesenta rublos al mes tenéis que trabajar diez o más horas. . . De ahora en adelante, todo va a cambiar. El gobierno se propone poner los teléfonos bajo el control del ministerio de Correos y Telégrafos. Vuestros salarios serán elevados inmediatamente a ciento cincuenta rublos y se reducirá el número de horas de trabajo. Como miembros del pueblo trabajador tenéis derecho a ser felices. . .

¡El pueblo trabajador! ¡Bonita cosa! ¿Quería dar a entender que había algo de común entre estos. . . salvajes y nosotras? ¿Quedarse? ¡Ni por mil rublos! ... Y, altivas y llenas de desprecio, las muchachas telefonistas abandonaron el lugar.

Los empleados, los hombres de las líneas y los peones, se quedaron. Pero era preciso ocuparse de las centralillas: el teléfono era una cuestión vital. Sólo había sido posible retener a una media docena de telefonistas profesionales. Hubo necesidad de llamar voluntarios: se presentó un centenar, soldados, marinos, obreros. Las seis muchachas corrían a izquierda y derecha, daban indicaciones, ayudaban, rezongaban... A duras penas se logró reanudar el trabajo; los hilos comenzaron a zumbar. Lo más urgente era enlazar al Smolny con los cuarteles y las fábricas; luego, había que cortar la comunicación telefónica con la Duma y las escuelas de junkers. En las últimas horas de la tarde, habiéndose corrido por la ciudad la noticia de lo que se había hecho, centenares de burgueses exteriorizaban sin recato su mal humor: «¡Imbéciles! ¡Canallas! ¡Cuánto tiempo pensáis que vais a durar? ¡Esperad a que lleguen los cosacos!»

Caía el crepúsculo. Un viento áspero barría la perspectiva Nevski casi desierta; ante la catedral de Kazan se había congregado una multitud para feanudar la interminable discusión: obreros, soldados, y sobre todo comerciantes y empleados.

—Pero Lenin no conseguirá que Alemania haga la paz —comentó alguien.

Un soldado joven replicó, con violencia:

—¿Y de quién es la culpa? ¡De vuestro condenado Kerenski, ese cochino burgués! ¡Que se vaya al diablo Kerenski! ¡No lo queremos! ¡Es Lenim el que nos hace falta!

Delante de la Duma, un oficial que llevaba un brazalete blanco arrancaba los anuncios pegados a la pared jurando en voz alta.

Uno de los anuncios decía:

Los consejeros municipales bolcheviques a la población de Petrogrado

En esta hora peligrosa en que la Duma municipal debiera dedicar todos sus esfuerzos a calmar a la población, a asegurarle el pan y lo indispensable, los socialrevolucionarios de derecha y los kadetes, olvidándose de su deber, han convertido la Duma en una asamblea contrarrevolucionaria y tratan de amotinar a una parte de la población contra otra, a fin de fácil tar la victoria de Kornilov-Kerenski. En lugar de desempeñar sus deberes más elementales, los socialrevolucionarios de derecha y los kadetes han hecho de la Duma una palestra de lucha política contra los Soviets de los Diputados obreros y soldados, contra el Gobierno revolucionario de la paz, el pan y la libertad.

Ciudadanos de Petrogrado: nosotros, los consejeros municipales bolcheviques, elegidos por vosotros, queremos que sepáis que los socialrevolucionarios de derecha y los kadetes se han entregado a la acción contrarrevolucionaria, han dejado de cumplir con su deber y empujan a la población al hambre y la guerra civil. Nosotros, elegidos por ciento ochenta y tres mil votos, consideramos nuestro deber llamar la atención de nuestros electores acerca de lo que pasa en la Duma y declaramos que declinamos toda responsabilidad en cuanto a las inevitables y lamentables consecuencias de su conducta.

A lo lejos resonaban todavía algunos disparos aislados, pero la ciudad volvía a estar tranquila, serena e impasible, como agotada por los espasmos violentos que la habían estremecido.

La sesión de la Duma en la sala Nicolás tocaba a su fin. Incluso esta turbulenta Duma parecía un poco aturdida. Los comisarios acudían constantemente con noticias: la toma de la central telefónica, los combates en las calles, la toma de la escuela Vladimir.. .

—La Duma —declaró Trupp— sostiene a la democracia en su lucha contra la tirapía y la violencia; pero, cualquiera que sea el vencedor, jamás aceptaría la justicia sumaria y la tortura.

A lo que Konovski, un kadete, anciano de gran estatura y expresión cruel, respondió:

—Cuando las tropas del gobierno legal entren en Petrogrado, fusilarán a los insurgentes, y eso no será justicia sumaria.

Toda la sala, incluso su propio partido, protestó.

Reinaban la duda y la depresión. La contrarrevolución perdía pie. El Comité Central del partido socialrevolucionario había emitido un voto de desconfianza contra sus propios representantes, comenzaba a imponerse el ala izquierda; Avxentiev había presentado su dimisión. Un mensajero anunció que la delegación enviada a la estación para recibir a Kerenski había sido detenida. En las calles se oía el sordo retumbar del cañoneo lejano hacia el Oeste y el sudoeste. Kerenski no acababa de llegar.

Solamente aparecieron tres periódicos, Pravda, Dielo Naroda y Novaia Jizn. Los tres dedicaban mucho espacio al nuevo gobierno de coalición. El órgano socialrevolucionario pedía un gabinete sin kadetes ni bolcheviques. Gorki manifestábase optimista: el Smolny había hecho concesiones: era el anuncio de un gobierno puramente socialista que incluiría a todos los elementos, salvo a la burguesía. En cuanto a Pravda se mostraba acerbo:

Mueve a risa hablar de una coalición entre partidos politicos integrados en gran parte por pequeñas camarillas de periodistas que no tienen detrás desí más que simpatías burguesas y un pasado sospechoso, y que se resisten a seguir en adelante a los obreros y a los campesinos. Nuestra coalición es la que hemos formado nosotros mismos, la coalición del partido revolucionario del proletariado con el ejército revolucionario y los campesinos pobres.

Un anuncio pretencioso del Vikjel amenazaba con la huelga si no se llegaba a una fórmula de transacción:

Los verdaderos vencedores de estas luchas, los salvadores de lo que quede de nuestra patria, no serán ni los bolcheviques ni el Comité de Salvación, ni las tropas de Kerenski; seremos nosotros, el Sindicato de Ferroviarios…

Las guardias rojas no se encuentran en situación de asegurar un servicio tan complejo como el de los ferrocarriles; en cuanto al Gobierno provisional, se ha revelado totalmente incapaz de ejercer el poder. . .

Negamos nuestros servicios a todo partido, cualquiera que sea, cuyo poder no se ejerza por medio de un gobierno que cuente con la confianza de toda la democracia. ..

El Smolny trepidaba de vida, de inagotable energía humana.

En la sede de los sindicatos, Losovski me presentó a un delegado de los ferroviarios de la línea Nicolás, quien nos dijo que sus hombres, en asambleas inmensas, condenaban la acción de los jefes.

—¡Todo el poder a los Soviets! —exclamó descargando un golpe sobre la mesa—. Los entreguistas del Comité Central le hacen el juego a Kornilov. Han querido enviar una misión al Estado Mayor General del ejército, pero nosotros la hemos detenido en Minsk.. .

Nuestra sección ha «clamado una conferencia de toda Rusia, pero ellos se niegan a convocarla... ,

Era la misma situación que en los Soviets y los comités del ejército. Una tras otra, en toda Rusia, las organizaciones democráticas se resquebrajaban y se transformaban. Las cooperativas se hallaban desgarradas por luchas intestinas. Las sesiones del Comité Ejecutivo de los Diputados campesinos tuvieron que interrumpirse sin que se obtuvieran resultados, en medio de disputas borrascosas. Incluso entre los cosacos cundía la agitación. ..

En el último piso del Smolny, el Comité Militar Revolucionario trabajaba a todo vapor, sin un instante de reposo. Las gentes llegaban allí frescas y llenas de energía; luego, día y noche, noche y día, la terrible máquina absorbía las energías, y salían derrengadas, fatigadas, ciegas, con la voz ronca, sucias, para desplomarse sobre el suelo y dormir... El Comité de Salvación había sillo puesto fuera de la ley. Altas pilas de nuevas proclamas [3] cubrían el piso.

Los conspiradores, que no cuentan con partidarios en la guarnición, ni en la clase obrera, especulaban solamente con un ataque descargado por sorpresa. Su plan fue descubierto a tiempo poifel aspirante Blagonravov, comisario de la fortaleza de Pedro y Pablo, gracias a la vigilancia revolucionaria de un guardia rojo cuyo nombre será indagado. El alma del complot era el Comité de Salvación. El coronel Polkovnikov había recibido el mando de las tropas y las órdenes estaban firmadas por Gotz, antiguo miembro del Tsík, puesto en libertad bajo palabra de honor.

El Comité Militar Revolucionario pone estos hechos en conocimiento de la población de Petrogrado y ordena la detención de las personas envueltas en el complot y su enjuiciamiento ante el Consejo de Guerra revolucionario .. .

De Moscú llegó la noticia de que los junkers y los cosacos habían cercado el Kremlin e invitado a las tropas soviéticas a capitular. Estas habían aceptado, pero en el momento de abandonar el Kremlin habían sido asaltadas y aniquiladas a tiros. Fuerzas bolcheviques menos importantes fueron expulsadas de las centrales telefónicas y telegráficas; los junkers eran dueños ahora del centro de la ciudad... Pero, alrededor de ellos, las tropas soviéticas se reorganizaban. Se combatía en las calles; todas las tentativas de llegar a una fórmula conciliatoria habían fracasado. . . Los Soviets contaban con diez mil soldados de la guarnición y algunas guardias rojas; el gobierno disponía de seis mil junkers, dos mil quinientos cosacos y dos mil guardias blancas.

El Soviet de Petrogrado estaba en sesión, y en la habitación vecina se hallaba reunido el nuevo Tsík, que examinaba los decretos y las órdenes[4] que le llegaban ininterrumpidamente del piso superior, enviadas por el Consejo de Comisarios del Pueblo. Entre estos decretos había uno sobre la ratificación y la promulgación de las leyes, otro sobre la jornada de ocho horas y el «Proyecto de un sistema de educación popular», de Lunacharski. Solamente algunos centenares de delegados asistieron a estas dos asambleas, la mayor parte de ellos armados. El Smolny se hallaba casi desierto; apenas se veían en sus salas más que los guardias ocupados en instalar en los vanos de las ventanas las ametralladoras que dominaban los flancos del edificio.

En el Tsík. estaba hablando un delegado del Vikjel:

—Nos negamos a transportar a las tropas de ningún partido, cualquiera que él sea- . . Hemos enviado una delegación a Kerenski para decirle que si continúa su marcha sobre Petrogrado le cortaremos las líneas de comunicación.

Terminó con'el habitual llamamiento en favor de una conferencia de todos los partidos socialistas para constituir el nuevo gobierno.

Keménev respondió con prudencia. Los bolcheviques tendrían mucho gusto en asistir a tal conferencia. Pero el meollo del problema —dijo— no estaba en la composición de un gobierno de ese género, sino en la aceptación por él del programa del Congreso de los Soviets... El Tsík había deliberado acerca de la declaración de los socialrevolucionarios de izquierda y los socialdemócratas internacionalistas y aceptado una proposición de representación proporcional en la conferencia, incluso con los delegados de los comités del ejército y los Soviets campesinos.

En el gran salón, Trotzki pasaba revista a los acontecimientos de la jornada.

—Propusimos a los junkers de Vladimir que se rindieran —dijo—. Quisimos evitar el derramamiento de sangre. Pero ahora que la sangre ha corrido, no hay más que un camino: la lucha sin cuartel. Sería pueril pensar que podemos vencer de otro modo. Ha llegado el momento decisivo. Todo el mundo debe cooperar con el Comité Militar Revolucionario, informar dónde se hallan los almacenes de alambre de púas, de gasolina, de armas... Hemos tomado el poder; ahora, tenemos que conservarlo.

El menchevique Joffé quiso leer una declaración de su partido, pero Trotzki se negó a abrir «un debate sobre principios».

'—Nuestros debates se zanjan ahora en las calles —declaró—. El paso decisivo está dado. Todos nosotros, y yo en particular, aceptamos la responsabilidad de lo que suceda...

Los soldados llegados del frente y de Gatchina expresaron sus sentimientos. Uno de ellos, del batallón de choque de la 481ª división de artillería, dijo:

—Cuando en las trincheras se enteren de esto, no habrá más que una sola voz: «¡Aquí está nuestro gobierno!»

Un junker de Peterhov manifestó que él y dos de sus camaradas se habían negado a marchar contra los Soviets; cuando sus camaradas regresaron de la defensa del Palacio de Invierno le habían nombrado su comisario y enviado al Smolny a ofrecer sus servicios a la «verdadera» revolución. . .

Luego se levantó Trotzki otra vez, fogoso, infatigable, dando órdenes, contestando las preguntas.

—La pequeña burguesía, con tal de aplastar a los obreros, los soldados y los campesinos, ¡se aliaría con el demonio! —dijo. En el curso de los dos últimos días se habían observado numerosos casos de embriaguez—. ¡No bebáis, camaradas! Nadie debe permanecer en la calle después de las ocho de la noche, excepto las patrullas. Se harán registros en los lugares sospechosos y el alcohol que se encuentre será destruido.[5] No habrá piedad para los traficantes de alcohol. . .[6]

En este momento, el Comité Militar Revolucionario mandó llamar a la delegación de la sección de Vyborg, y luego a la de los obreros de Putilov. Acudieron inmediatamente.

—Por cada revolucionario muerto —añadió aún Trotzki—, nosotros mataremos ¡cinco contrarrevolucionarios!

Regresamos a la ciudad. La Duma se veía brillantemente iluminada; una multitud enorme estaba entrando. En el salón de abajo resonaban los gemidos y los gritos de dolor; el gentío se empujaba ante el gran tablero de los comunicados, en el cual estaba puesta la lista de los junkers muertos durante la jornada —o a los que al menos se les suponía muertos, ya que la mayor parte de ellos reapareció en perfecta salud—. Arriba, en la sala Alejandro, el Comité seguía en sesión. Destacaba la presencia de oficiales con charreteras rojas y oro, rostros conocidos de intelectuales mencheviques y socialre-volucionarios, de diplomáticos y banqueros de mirada dura y magnífica apariencia rolliza, de funcionarios del antiguo régimen, de mujeres bien vestidas.

Las muchachas telefonistas vinieron a declarar. Las pobres muchachas subieron una tras otra a la tribuna, vestidas con rebuscamiento que trataba de imitar la elegancia, con caras cansadas y zapatos agujereados. Una tras otra, ruborizándose de placer ante los aplausos del gran mundo de Petrogrado, de los oficiales, las gentes ricas, los grandes nombres de la política, describieron los sufrimientos que el proletariado les había hecho padecer y proclamaron su fidelidad a todo lo que era el antiguo régimen, el orden establecido, la potencia. . .

La Duma se hallaba de nuevo en sesión en la sala Nicolás. El alcalde declaró, con optimismo, que los regimientos de Petrogrado estaban ya avergonzados de su actitud; la propaganda hacía progresos. . . Emisarios iban y venían, informando de los horribles actos perpetrados por los bolcheviques, y partían de allí para interceder en favor de los junkers o entregarse a activas investigaciones.

—Es la fuerza moral la que dará cuenta de los bolcheviques —dijo Trupp—, y no las bayonetas.

Mientras tanto, la situación en el frente revolucionario no era brillante. El enemigo había llevado trenes blindados armados con cañones. Las fuerzas soviéticas, compuestas en su mayoría por guardias rojas sin experiencia, carecían de oficiales y de planes definidos. Solamente se les había podido agregar cinco mil soldados regulares; el resto de la guarnición estaba ocupado en reprimir la revuelta de los junkers, en custodiar la ciudad, o bien no se decidía aún a tomar partido. Á las diez de la noche, Lenin tomó la palabra en un mitin de delegados de los regimientos de la ciudad, quienes, por una mayoría aplastante, se pronunciaron en favor de la lucha. Fue elegido un comité de cinco soldados, que se convirtió en el estado mayor, y al amanecer los regimientos abandonaron sus cuarteles con todo su atuendo bélico. .. Al regresar a mi casa los vi desfilar con el paso regular de los veteranos, las bayonetas perfectamente alineadas, por las calles desiertas de la capital conquistada.

Al mismo tiempo, en el cuartel general del Vikjel, en la Sadovaya, la conferencia de todos los partidos socialistas trabajaba por formar un nuevo gobierno. Abramovitch declaró, en nombre de los mencheviques centristas, que no debía haber ni vencedores ni vencidos, que era preciso olvidar el pasado. Todos los grupos de izquierda asintieron. Dan, en nombre de la derecha menchevique, propuso a los bolcheviques una tregua en las condiciones seguientes: desarme de la guardia roja, poner a la guarnición de Petrogrado bajo las órdenes de la Duma, prohibición a las tropas de Kerenski de disparar un solo tiro o de proceder a una sola detención, formación de un ministerio que incluyera a todos los partidos socialistas con exclusión de los bolcheviques. Riazánov y Kaménev contestaron en nombre del Smolny que la idea de un gobierno de coalición de todos los partidos era Aceptable, pero protestaron contra las proposiciones de Dan. Los socialrevoluciona'rios estaban divididos, pero el Comité Ejecutivo de los Soviets campesinos y los socialistas populares se opusieron totalmente a la admisión de los bolcheviques. . . Después de una discusión encarnizada se encargó a una comisión que redactara un plan viable.

La comisión estuvo discutiendo durante toda la noche, al día siguiente e incluso la noche siguiente. Ya el 9 de noviembre se había realizado por Martov y Gorki un esfuerzo semejante de conciliación; pero en razón de la proximidad de Kerenski, el ala derecha menchevique, los socialrevolucionarios y los socialistas populares se retiraron. Esta vez, el aplastamiento de la revuelta de los junkers les espantó.. .

El lunes 12 fue un día de espera. Rusia entera tenía la mirada fija en la llanura gris que se extiende a las puertas de Petrogrado, donde todas las fuerzas disponibles del antiguo régimen se enfrentaban a la potencia aún sin organizar del nuevo, el desconocido. En Moscú se había concertado una tregua; los dos adversarios parlamentaban, esperffndo el resultado de la partida empeñada en la capital. Los delegados al Congreso de los Soviets se abalanzaban a los trenes rápidos que habían de trasladarlos hasta los confines de Asia, dirigiéndose a sus provincias, llevando la antorcha de la Revolución. La noticia del milagro se propagaba mediante ondas cada vez más amplias sobre toda la superficie del país; las ciudades, las aldeas y los pueblecillos lejanos empezaron a agitarse y a sublevarse; por doquier los Soviets y comités revolucionarios se alzaban contra las Dumas, zemstvos y comisariados gubernamentales, las guardias rojas contra las blancas; se combatía en las calles, se discutía con pasión... El resultado dependía de Petrogrado.

El Smolny estaba casi vacío, pero la Duma se hallaba atestada de gente y de ruido. El viejo alcalde, siempre con el mismo aire digno, protestó -contra el manifiesto de los consejeros municipales bolcheviques.

«La Duma no es un centro de la contrarrevolución —dijo con calor—. La Duma no toma parte en estas luchas entre partidos. En el momento en que el país carece de podel legal, la sede única del orden es el gobierno municipal autónomo. La población pacífica lo acata; las embajadas extranjeras no reconocen más documentos que los firmados por el alcalde de la ciudad. La mentalidad europea no admite otra situación, ya que el gobierno municipal autónomo es el único órgano capaz de proteger a los ciudadanos. La ciudad tiene el deber de mostrarse hospitalaria con todas las organizaciones que deseen gozar de su hospitalidad. En consecuencia, la Duma no puede prohibir la distribución de ningún periódico en el interior del edificio de la misma. El campo de nuestra actividad se amplía y nosotros tenemos necesidad de entera libertad de acción; nuestros derechos deben ser respetados por los dos bandos...

«¡Nosotros som»s rigurosamente neutrales! Guando la central telefónica fue ocupada por los junkers, el coronel Polkovnikov ordenó cortar las comunicaciones con el Smolny, pero, ante mis protestas, el teléfono siguió funcionando...»

En los bancos de los bolcheviques surgieron risas irónicas y de la derecha partieron imprecaciones.

—Y, sin embargo, —prosiguió Schreider, el alcalde—, nos consideran contrarrevolucionarios y nos denuncian como tales a la población. Nos privan de nuestros medios de transporte y nos quitan nuestros automóviles. Si la ciudad es presa del hambre, no será por culpa nuestra. Nuestras protestas son vanas...

Kobozev, miembro bolchevique del Consejo municipal, puso en duda la requisa de automóviles por el Comité Militar Revolucionario; pero aun admitiendo el hecho, no se trataba posiblemente más que de nefas aislados y para contingencias urgentes.

—El alcalde —continuó— nos dice que no debemos convertir las sesiones de la Duma en mítines políticos. Pero los mencheviques y los socialrevolucionarios no hacen aquí más que agitación de partido, y en la puerta distribuyen sus hojas ilegales, la Iskra («La Chispa»), el Soldatski Golas («La Voz del Soldado») y la Rabotchaya Gazeta («Gaceta Obrera»), que incitan al levantamiento. ¿Qué pasaría si nosotros, los bolcheviques, nos pusiéramos igualmente a distribuir aquí nuestros periódicos? Pero no lo haremos, porque tenemos respeto a la Duma... No hemos atacado al gobierno municipal autónomo, ni lo atacaremos. Sólo que usted ha dirigido un llamamiento a la población, y nosotros tenemos derecho a hacer otro tanto...

Le siguió en el uso de la palabra el kadete Chingariov, declarando que no era posible mantener ninguna discusión con gentes que debían comparecer como acusados, y ser juzgados por traición. . . Y propuso que todos, los miembros bolcheviques fuesen expulsados de la Duma. Pero esla proposición fue rechazada, pues no se podía presentar ningún cargo personal contra los consejeros bolcheviques, que ocupaban funciones en la administración municipal.

Entonces, dos mencheviques internacionalistas declararon que el manifiesto de los consejeros bolcheviques era una provocación directa a la matanza.

—Si se califica de contrarrevolucionario todo acto dirigido contra los bolcheviques»—dijo Pinkievitch—, entonces yo no veo diferencia entre revolución y anarquía... Los bolcheviques cuentan con el desencadenamiento de las pasiones en las masas; nosotros no contamos más que con nuestra fuerza moral. Protestaremos contra toda violencia, venga de donde viniere, ya que nuestra tarea es encontrar una solución pacífica.

—El anuncio pegado en las calles bajo el título «A la picota», que incita al pueblo a exterminar a los mencheviques y los social-revolucionarios —declaró Nazariev—, es un crimen que vosotros, los bolcheviques, no conseguiréis borrar jamás. Los horrores de ayer no son más que preludio de los que preparáis con semejante proclama. . . Yo siempre he tratado de reconciliaros con los demás partidos, ¡pero en este momento no siento por vosotros más que desprecio!

Los consejeros bolcheviques se levantaron ante el insulto, respondiendo con violencia el asalto de voces roncas y rencorosas y a los gestos de amenaza...

Al salir del sillón, encontré al menchevique Gomberg, ingeniero jefe de la ciudad, y a tres o cuatro periodistas. Todos ellos estaban muy animados.

—¡Mírelo! —me dijeron—. Los cobardes nos tienen miedo. ¡No se atreven a detener a la Duma! Su Comité Militar Revolucionario no osa enviar aquí a un comisario. Hoy, en la esquina de la Sadovaya, vi a un guardia rojo tratar de impedir que un chiquillo vendiera el Soldatski Golas. El chiquillo se contentó con reírsele en sus narices y la gente quiso linchar al bandido. Sólo es cuestión de horas. Incluso en el caso de que Kerenski n<? llegara, no tienen con qué formar un gobierno. ¡Gentes absurdas! ¡Se dice que están peleando entre ellos en el Smolny!

Un amigo mío, socialrevolucionario, me llevó aparte.

—Yo sé dónde se esconde el Comité de Salvación —me confió—. ¿Quieres hablarles?

Estaba anocheciendo. La ciudad había recobrado su aspecto normal; los escaparates de los almacenes estaban abiertos, lucían los faroles y un púbh'co numeroso se paseaba discutiendo en las calles.

En el número 86 de la avenida Nevski nos internamos por un pasillo que nos condujo al patio de un inmenso edificio de apartamientos. En el señalado con el número 29, mi amigo llamó de una manera convenida. Se escuchó un ruido de pasos, luego el golpe de una puerta interior; después, se entreabrió la puertaide entrada y apareció el rostro de una mujer. Luego de habernos examinado durante un minuto nos hizo pasar. Era una señora de aspecto plácido y edad madiíra, la cual exclamó: «¡Kiril, podéis quedaros!» En ¡y el comedor humeaba el samovar encima de una mesa donde había preparados varios platos con rebanadas de pan y pescado ahumado. Un hombre vestido de uniforme salió de detrás de la cortina de la ventana, y otro, vestido con ropas de obrero, de una habitación pequeña. Tenían mucfio gusto en conocer a un periodista norteamericano. No sin cierto orgullo me declararon que si los bolcheviques les encontraban aquí serían fusilados sin ningún género de duda. No me quisieron dar sus nombres, pero me afirmaron que los dos eran socialrevolucionarios.

—¿Por qué —les pregunté— publican ustedes tales mentiras en sus periódicos?

Sin considerarse ofendido en manera alguna, el oficial me contestó:

—Sí, es cierto, ¿pero qué podemos hacer? —se alzó de hombros—. Usted admitirá^que necesitamos crear un cierto estado de ánimo en el pueblo. . .

El otro le interrumpió:

—Esto es para y simplemente, por parte de los bolcheviques, una aventura. Carecen de intelectuales. Los ministerios no les ayudarán. Y, por otra parte, Rusia no es una ciudad, es todo un país. . . Seguros de que no podrán sostenerse más que unos cuantos días, hemos decidido dar nuestro apoyo al más fuerte de sus adversarios, Kerenski, y colaborar en la restauración del orden.

—Está bien —repuse—, pero entonces ¿por qué se alian ustedes a los kadetes?

El seudoobrero sonrió con franqueza.

—A decir verdad, las masas en este momento están con los bolcheviques. Nosotros no contamos actualmente con partidarios. Nos sería imposible incluso reunir un puñado de soldados. No tenemos armas.. . Los bolcheviques tienen razón, en cierta medida. Ahora no hay en Rusta más que dos partidos fuertes: los bolcheviques y los reaccionarios, que se esconden detrás de los faldones de los kadetes. Éstos piensan que se están sirviendo de nosotros, cuando en realidad somos fíosotros los que nos servimos de ellos. Cuando hayamos derrocado a los bolcheviques, nos volveremos contra los kadetes.

—¿Serán admitidos los bolcheviques en el nuevo gobierno? Se rascó la cabeza.

—El problema es importante —dijo—. Evidentemente, si no se les admite es probable que vuelvan a las andadas. En todo caso, en la Asamblea Constituyente pudieran convertirse en los arbitros de la situación, a tondición, naturalmente, de que haya una Asamblea Constituyente

—Esta cuestión, por otra parte —intervino el oficial—, lleva aparejada la de la admisión de los kadetes en el nuevo gobierno, por idénticas razones. Usted sabe que los kadetes no quieren la Asamblea Constituyente, sobre todo si es posible aplastar a los bolcheviques ahora.

Meneó la cabeza.

—La política no es cosa fácil para nosotros, los rusos. Ustedes, los norteamericanos, son políticos natos; durante toda su vida han conocido la política. Nosotros apenas si hace un año que sabemos lo que es.

—¿Qué piensan ustedes de Kerenski? —pregunté.

—¡Oh!, Kerenski es el responsable de las culpas del Gobierno provisional —respondió el otro—. Es el propio Kerenski quien nos ha obligado a aceptar la coalición con la burguesía. Si hubiera dimitido, como amenazó con hacerlo, se hubiera producido una crisis ministerial dieciséis semanas antes de la Asamblea Constituyente, y eso es lo que quisimos evitar.

—Pero, de tódos los modos, ¿no es eso lo que sucedió a la postre?

—Sí, ¿pero cómo podíamos nosotros adivinarlo? Los Kerenski y los Avxentiev nos engañaron. Gotz es un poco más radical. Yo soy partidario de Tchernov, que es un verdadero revolucionario. El propio Lenin ha hecho saber hoy que no pondría objeción alguna a la entrada de Tchernov en el gobierno.

«También queríamos desembarazarnos del gobierno de Kerenski, pero pensamos que sería mejor esperar a la Constituyente ... Al principio, yo estaba con los bolcheviques, pero como quiera que el Comité Central de mi partido votó contra ellos por unanimidad, ¿qué podía yo hacer? Era una cuestión de política de partido...

«Dentro de una semana el gobierno bolchevique se hundirá; en consecuencia, si los socialrevolucionarios se pueden mantener al margen y aguardar, el poder se les vendrá a las manos sin ningún esfuerzo. Nada más con que esperemos una semana, el país estará desorganizado a tal grado que los imperialistas alemanes triunfarán. Esa es la razón p«r la que comenzamos nuestro movimiento contando nada más con la promesa de apoyo de dos regimientos, que por otro lado se volvieron también contra nosotros . . . Entonces ya no quedaban más que los junkers ...»

—¿Y los cosacos? El oficial suspiró.

—Ni se movieron. Primero, dijeron que se lanzarían si eran apoyados por la infantería. Añadieron que, por otra parte, como un grupo de ellos estaba con Kerenski hacían causa común con ellos . . .

Dijeron también que se les acusaba constantemente de ser los enemigos hereditarios de la democracia ... Y luego, finalmente, nos declararon: «Los bolcheviques nos han prometido que no se apoderarán de nuestras tierras. Así, pues, no tenemos nada que temer; en consecuencia, permaneceremos neutrales.»

Mientras charlábamos entraban y salían gentes continuamente, en su mayoría oficiales, que se habían arrancado las insignias. Alcanzábamos a verlos en el vestíbulo y les oíamos hablar en voz baja con gran animación. De vez en cuando, una cortina corrida a medias permitía que nuestras miradas alcanzaran hasta el cuarto de baño, donde, sentado sobre el lavado, un hombre corpulento, vestido con el uniforme de coronel, escribía apoyándose en las rodillas. Reconocí al coronel Polkovnikov, antiguo comandante de la plaza de Petro-grado, por la detención del cual el Comité Militar hubiese dado una fortuna . ..

—¿Nuestro programa? —dijo el oficial—. ¡Aquí está! Entrega de la tierra a l8s comités agrarios, plena representación de los obreros en la dirección de las industrias, un programa enérgico de paz, pero no un ultimáyim lanzado al mundo entero como el de los bolcheviques. Estos son incapaces de cumplir las promesas que hacen a las masas. Nosotros no les dejaremos hacer . . . Nos han robado nuestro programa, con el fin de ganarse el apoyo de los campesinos. Esto es indecoroso. Si hubieran esperado a la Asamblea Constituyente . .

—Lo que importa no es la Asamblea Constituyente —le interrumpió el otro—. Si los bolcheviques quieren instaurar aquí un Estado socialista, nosotros no podemos, en ningún caso, colaborar con ellos. Kerenski cometió un gran error. Dejó ver a los bolcheviques cuáles eran sus intenciones al anunciar al Consejo de la República que había ordenado su detención . .

—Pero ustedes, ¿qué es lo que se proponen hacer ahora? —inquirí.

Los dos hombres se miraron.

—Dentro de algunos días lo verá usted. Si contamos con tropas suficientes del frente a nuestro favor, no transigiremos con los bolcheviques. De lo contrario, puede que nos veamos obligados . . .

Cuando estuvimos de nuevo en la calle saltamos al estribo de un tranvía atestado de gente, cuya plataforma, cediendo bajo el peso, rozaba contra el suelo y que, con una lentitud mortal, nos condujo hasta el Smolny.

Meshkovski, un hombrecillo atildado, de aspecto frágil, cruzaba el vestíbulo con aire preocupado. Las huelgas de los ministerios, nos dijo, comenzaban a surtir su efecto. El Consejo de Comisarios del Pueblo había prometido publicar los tratados secretos, pero Neratov, el funcionario que los tenía, había desaparecido con los documentos. Se suponía que los había ocultado en la Embajada británica. La huelga de los bancos era particularmente grave.

—Sin dinero —admitió Menjinski—, somos impotentes. Hay que pagar los sueldos a los ferroviarios y a los empleados de Correos y Telégrafos. Los bancos están cerrados, incluso el del Estado, clave de la situación. Todos los empleados bancarios de Rusia han sido sobornados . . .

—¡Pero Lenin acaba de ordenar que se vuele con dinamita la puerta del sótano del Banco del Estado, y un decreto, que acaba de aparecer, ordena a los bancos privados que abran sus ventanillas mañana por la mañana; de lo contrario, las abriremos nosotros mismos!

El Soviet de Petrogrado desarrollaba una actividad febril; en el salón, lleno a reventar, casi todo el mundo aparecía armado. Trotzki estaba hablando:

«Los cosacos están abandonando Tsárskoye Selo. (La sala, trepidante, aplaudió.)  Pero la batalla no hace más que comenzar. En Pulkovo se está combatiendo enconadamente. Hay que enviar todas las fuerzas disponibles . . .

»Las noticias que se reciben de Moscú son malas. El Kremlin está en manos de los junkers y los obreros tienen pocas armas. El resultado depende de Petrogrado.

»Los decretos sobre la paz y la tierra provocan un gran entusiasmo en el frente. Kerenski inunda las trincheras con telegramas anunciando que Petrogrado está en llamas y ensangrentado, que los bolcheviques asesinan a mujeres y niños. Pero nadie lo cree. . . .

«Los cruceros Oleg, Aurora y República han anclado en el Neva, y sus cañones apuntan a los accesos a la ciudad.»

—¿Por qué no estás tú en el frente con las guardias rojas? —le espetó una voz ruda.

—Ahora mismo me voy —replicó Trotzki, y abandonó la tribuna. Con el rostro un poco más pálido que de costumbre, pasó a lo largo de la salón rodeado de amigos solícitos, y se dirigió rápidamente hacia el automóvil que le aguardaba.

Kaménev tomó la palabra en seguida para dar cuenta de los trabajos de la conferencia de conciliación de los partidos. Las concesiones propuestas por los mencheviques, dijo, habían sido rechazadas con desdén. Incluso las secciones del Sindicato de Ferroviarios habían votado en contra . . .

—Ahora que hemos conquistado el poder y que nuestra acción se está extendiendo a toda Rusia, todo lo que ellos nos piden no son más que tres pequeñas condiciones: 1º , entregar el poder; 2º , persuadir a los soldados que continúen la guerra; 3º , hacer que los campesinos no hablen más de la tierra ...

Lenin aparecíó un instante para responder a las acusaciones de los socialrevolucionarios:

—Nos acusan de que les hemos robado su programa agrario. . . Si es así, les presentamos nuestros cumplimientos. Este programa nos sirve muy bien ...

La sesión prosiguió dentro del mismo ambiente. Unos tras otros vinieron los dirigentes a dar explicaciones, a exhortar, a refutar. Soldados y obreros desfilaron por ia tribuna, exponiendo cada uno con sinceridad sus ideas y sus sentimientos. . .

El auditorio cambiaba y se renovaba sin cesar. De vez en cuando se llamaba desde la tribuna a los miembros de tal o cual destacamento que djíbía reintegrarse al frente. Otros, que habían sido relevados, o evacuados como heridos, o que habían venido a buscar armas al Smolny, los reemplazaban. Eran cerca de las tres de la mañana cuando, después de haber salido de la sala, nos encontramos a Holtzmann, del Comité Militar Revolucionario, que llegaba corriendo, con el rostro transfigurado.

—¡Todo marcha bien! —exclamó, agarrándome las manos—. ¡Un telegrama del frente! ¡Kerenski ha sido aplastado! ¡Mira!

Nos tendió una hoja de papel, garabateada apresuradamente a lápiz, y, viendo que no la podíamos descifrar, la leyó en voz alta:

Pulkovo, Estado Mayor, 2 horas 10 minutos de la mañana.

La noche del 12 al 13 de noviembre pasará a la historia. La tentativa de Kerenski de lanzar las tropas contrarrevolucionarias contra la capital de la revolución ha sido definitivamente rechazada. Kerenski retrocede, nosotros avanzamos. Soldados, marinos y obreros han demostrado que son capaces y que tienen la voluntad de consolidar con las armas en la mano la autoridad de la democracia. La burguesía ha tratado de aislar al ejército revolucionario. Kerenski ha intentado destrozarlo, valiéndose de los cosacos. Los dos planes han fracasado ignominiosamente.

La gran idea del poder de la democracia obrera y campesina ha aglutinado las filas del ejército y templado su voluntad. De ahora en adelante, todo el país se convencerá de que el poder soviético no es un fenómeno efímero: el poder de los obreros, soldados y campesinos es un hecho indestructible. La derrota de Kerenski es la derrota de los terratenientes, de la burguesía y los kornilovistas. La derrota de Kerenski es la confirmación del derecho del pueblo a una vida de paz y de libertad, a la tierra, al pan y al poder. El destacamento de Pulkovo, con su heroísmo, ha vigorizado la causa de la revolución obrera y campesina. Ya no es posible volver al pasado. Nos esperan luchas, obstáculos y sacrificios. Pero el camino está abierto y la victoria es segura.

La Rusia revolucionaria y el poder soviético pueden sentirse orgullosos de su destacamento de Pulkovo, mandado por •el coronel Walden. ¡Gloria eterna a los caídos! ¡Gloria a los combatientes de la revolución, a los soldados y oficiales que fueron fieles al pueblo!

¡Viva la Rusia revolucionaria, popular y socialista!

En nombre del Consejo, el comisario del pueblo,

L. Trotzki.

Al cruzar la plaza Snamenskaya, vimos una aglomeración desacostumbrada delante de la estación Nicolás. Una multitud de varios miles de marinos, -erizada de fusiles, se congregaba en masa delante del edificio.

De pie sobre las escaleras, un miembro del Vikjel parlamentaba con ellos:

—Camaradas, no podemos transportaros a Moscú. Nosotros somos neutrales, no transportamos las tropas de ningún partido. No podemos conduciros a Moscú, donde hace ya estragos una terrible guerra civil.

Un rugido inmenso le respondió; los marinos comenzaron a avanzar. De pronto, una puerta se abrió de par en par; aparecieron dos o tres guardafrenos, un maquinista y algunos otros ferroviarios.

—¡Por aquí, camaradas! —exclamó uno de ellos—. ¡Nosotros os llevaremos a Moscú! ¡A Vladivostok si queréis! ¡Viva la revolución!

 

Notas

1. Trátase de un amigo de John reed, político progresista y publicista norteamericano destacado; autor de varias obras sobre la lucha de los trabajadores de la URSS por el socialismo.[Nota de la Editorial]

2. Escritora norteamerican, esposa y compañera de John reed (1890-1936).[Nota de la Editorial]

3. Llamamientos del Comité Militar Revolucionario

"El Congreso de los Soviets de toda Rusia decreta:

"Queda abolida la pena de muerte en el ejército, restablecida por Kerenski.

"Se restablece enteramente la libertad de propaganda en el frente. Todos los soldados, y oficiales revolucionarios detenidos por supuestos delitos 'políticas' serán puestos inmediatamente en libertad."

 

A toda la población

"El ex primer ministro Kerenski, derrocado por el pueblo, se niega a someterse al Congreso de los Soviets y trata de luchar contra el gobierno legal elegido por el Congreso de toda Rusia, que es el Consejo de Comisarios del Pueblo. El frente ha negado su ayuda a Kerenski. Moscú se ha adherido al nuevo gobierno. En numerosas poblaciones (Minsk, Moguiley, Jarkov), el poder está en manos de los Soviets. Ningún destacamento de infantería accede a marchar contra el gobierno de los obreros y campesinos, que, ejecutando la firme voluntad del ejército y el pueblo, ha iniciado las negociaciones de paz y ha entregado la tierra a los campesinos.

"Hacemos la solemne advertencia de que, si los cosacos no detienen a Kerenski, quien los ha engañado y quiere lanzarlos sobre Petrogrado, las fuerzas revolucionarias se alzarán con todo su ímpetu para defender, las sagradas conquistas de la revolución, la paz y la tierra.

"¡Ciudadanos de Petrogrado! Kerenski ha huido de la capital, dejando el poder en manos de Kichkin, quien se disponía a entregar la ciudad a los alemanes; de Rutenberg, el de las Centurias Negras, saboteador del aprovisionamiento de la ciudad, y de Paltchinski, hombre odiado por toda la democracia. Kerenski ha huido, abandonándoos a los alemanes, al hambre, a las matanzas sangrientas. El pueblo en armas ha detenido a los ministros de Kerenski, y habéis podido comprobar cómo inmediatamente mejoraron el orden y el abastecimiento. Kerenski, a instancias de los propietarios aristócratas, de los capitalistas, de los especuladores, marcha contra vos-otrcs para entregar la tierra a los señores rurales y para llevar adelante la guerra.

"¡Ciudadanos de Petrogrado! Sabemos que la inmensa mayoría de vosotros estáis con el poder revolucionario del pueblo, contra los kornilovistas maridados por Kerenski. No os dejéis engañar por las afirmaciones embusteras de los impotentes conspiradores burgueses, que serán aplastados sin piedad.

"¡Obreros, soldados, campesinos! Hacemos un llamamiento a vuestra fidelidad y vuestra disciplina revolucionaria.

"Millones de campesinos y soldados están con nosotros.

"¡La victoria de la revolución del pueblo está asegurada!"

"Petrogrado, 10 de noviembre de 1917."

El Comité Militar Revolucionario del Soviet de Diputados obreros y soldados de Petrogrado.

 

4Decretos del Consejo de Comisarios del Pueblo

En este libro sólo recojo los decretos que, a mi juicio, son parte integrante de la conquista del poder por los bolcheviques. Los otros, los que se refieren a la organización del Estado soviético, no tienen cabida aquí. Le reproducirán y estudiarán en el segundo volumen, actualmente en preparación, titulado De Kornilov a Brest-Litovsk.

Sobre la entrega de viviendas a la disposición de los municipios

1º Las municipalidades autónomas tendrán derecho a requisar todas las viviendas desocupadas o deshabitadas.

2º Las municipalidades podrán, de acuerdo con las leyes y reglamentos promulgados por ellas, instalar en todos los alojamientos disponibles a los ciudadanos que carezcan de domicilio o que vivan en los locales-congestionados o malsanos.

3º Las municipalidades podrán organizar la inspección de los alojamientos, cuyo funcionamiento organizarán, reglamentando las facultades de los inspectores.

4º Las municipalidades podrán decretar la creación de comités de inmuebles, definir la organización y poderes de estos comités y conferirles autoridad jurídica.

5º Las municipalidades podrán crear tribunales de alojamiento y definir sus poderes y derechos.

6º El siguiente decreto se pondrá en vigor por vía telegráfica.

El comisario del pueblo para el Interior,

A. I. RYKOV

Comunicación del gobierno sobre el Seguro Social

El proletariado de Rusia ha incluido entre sus reivindicaciones la consigna de un sistema completo de seguros sociales para los asalariados de la ciudad y el campo. El gobierno del zar, los grandes terratenientes, los capitalistas, y tras ellos el gobierno de coalición y componenda, han defraudado las aspiraciones de los trabajadores en lo tocante al seguro social.

El gobierno de los obreros y campesinos, confiando en el apoyo de los Soviets de Diputados obreros, soldados y campesinos, anuncia a la clase trabajadora rusa y a los pobres de las ciudades y del campo que prccedwá a preparar sin demora una legislación del seguro social, basada en los siguientes principios, propuestos por las organizaciones del trabajo:

1º Seguro para todos los asalariados sin excepción, así como para los pobres de la ciudad y el campo.

2º El seguro se hará extensivo a todas las categorías de incapacidad para el trabajo: enfermedad, dolencias crónicas, ancianidad, parto, viudedad, orfandad y paro forzoso.

3º Todos los gastos del seguro correrán a cargo del patrono.

4ºIndemnizaciones iguales por lo menos al salario completo para toda incapacidad de trabajo o desempleo.

5º Control absoluto de los trabajadores sobre las instituciones del seguro.

En nombre del Gobierno de la República rusa

El comisario del pueblo para el Trabajo,

ALEJANDRO CHLIAPNIKOV

La educación popular

¡Ciudadanos de Rusia!

Mediante la insurrección del 7 de noviembre, las masas trabajadoras han conquistado auténticamente el poder por primera vez en la historia.

El Congreso de los Soviets de toda Rusia ha transmitido temporalmente este podtr a su Comité Ejecutivo y al Congreso de Comisarios del Pueblo.

Por voluntad del pueblo revolucionario he sido designado comisario del pueblo para la Instrucción Pública.

La dirección general de los asuntos relacionados con la instrucción pública, en la medida en que concierne al poder central, se confía, entre tanto se reúne la Asamblea Constituyente, a una Comisión de Estado para la Instrucción Pública cuyo presidente y órgano ejecutivo es el comisario del pueblo.

¿En qué principies fundamentales se inspirará esta Comisión de Estado? ¿Cómo se delimitará su órbita de competencia?

Orientación general de la actividad educativa.-En materia de educación, todo poder auténticamente democrático, en un país donde reinan el analfabetismo y la ignorancia, debe trazarse como primer objetivo la lucha contra estas dos plagas. Debe, dentro de los plazos más perentorios, acabar enteramente con el analfabetismo organizando una red de escuelas que responda a las exigencias de la pedagogía moderna e implantando la enseñanza general obligatoria y gratuita; debe, al mismo tiempo, crear toda una serie de escuelas normales y establecimientos que puedan, a la mayor brevedad, formar el poderoso ejército de maestros necesarios para instruir a toda la población de la inmensa Rusia...

Enseñanza y educación.-Es preciso señalar la diferencia entre enseñanza y educación.

Enseñanza es la transmisión de conocimientos ya definidos por el maestro al alumno. La educación es un proceso creador. Durante toda la vida la personalidad del hombre se "educa", se extiende, se enriquece, se afirma y se perfecciona.

Las masas populares trabajadoras -obreros, soldados, campesinos- arden en deseos de aprender a leer y escribir, de iniciarse en todas las ciencias. Pero aspiran igualmente a la educación, que no les puede ser dada ni por el Estado, ni por los intelectuales, por nacía ni cor nadie más que por ellos mismos. A este respecto, la escuela, el libro, el teatro, el museo, etc., sólo pueden ser una ayuda. Las masas copulares han de fijar por sí mismas su cuitara, consciente o inconscientemente. Ellas tienen sus ideas, fruto de su situación social, muy diferente de la que disfrutan las clases dominantes y loa'intelectuales que hasta ahora han sido los creadores de la cultura, tienen sus ideas, sus sentimientos, su manera de abordar todas las tareas del individuo y la sociedad. Cada uno a su manera, el obrero de la ciudad y el trabajador del campo edificarán su propia concepción luminosa del mundo, impregnada del pensamiento de la clase trabajadora. Será éste el fenómeno más grandioso y más bello que tendrá pr"r testigos y por actores las generaciones venideras: el de li edificación, por las colectividades de trabajadores, de su alma colectiva, rica y libre.

La enseñanza será, en esta obra, un elemento importante, pero no decisivo. En este punto son más importantes la crítica y la creación de las propias masas, ya que la ciencia y el arte sólo en algunas de sus partes encierran un valor general para la humanidad: en realidad, sufren profundos cambios con cada revolución de clase verdaderamente profunda.

Por todas partes en Rusia, en particular entre los obreros de las ciudades, pero también entre los campesinos, crece la marea del movimiento de educación cultural; las organizaciones de este género se multiplican hasta el infinito entre los obreros y los soldados; ponerse a la cabeza de ellas, prestarles el máximo apoyo, facilitarles su tarea es un deber primordial para el gobierno revolucionario y popular en et campo de la instrucción pública.

Descentralización.-La Comisión de Estado para la Instrucción Pública no es en modo alguno un órgano central de dirección de los establecimientos de enseñanza y educación. Al contrario, toda la actividad escolar debe confiarse a los organismos de administración local. El trabajo propio de las organizaciones de obreros, soldados y campesinos, de las organizaciones creadas para la educación cultural, deberá gozar de plena y total autonomía tanto con relación al poder central como a las municipalidades.

La misión de la Comisión de Estado es de enlace y apoyo; deberá organizar, en escala nacional, las fuentes del apoyo material, ideológico y moral a las instituciones de enseñanza municipales y privadas, y especialmente a las instituciones de la clase trabajadora.

El Comité de Estado para la Instrucción Pública.-Numerosos y valiosos proyectos de leyes han sido elaborados desde los inicios de la revolución por el Comité de Estado para la Instrucción Pública, bastante democrático por su composición y en el que abundan los especialistas experimentados. La Comisión de Estado desea sinceramente colaborar de manera regular con este Comité.

Esta Comisión se dirigirá al Buró del Comité solicitando de él que convoque inmediatamente una sesión extraordinaria del Comité para poner en práctica el siguiente programa:

1. Revisión de las normas de representación en el Comité para llevar a él una democratización todavía más amplia.

2. Revisión de las facultades del Comité con vistas a su ampliación y a la transformación del Comité en una institución fundamental del Estado encargada de elaborar los proyectos de ley que permitan una reorganización total de la enseñanza y la educación públicas de Rusia,"Sobre bases democráticas.

3. Revisión, en común con la nueva Comisión de Estado, de los proyectos de ley ya redactados por el Comité, la que es necesaria, ya que en su elaboración el Comité se ha guiado por el espíritu burgués de los ministerios anteriores, que, por otra parte, entorpecieron la ejecución de estos proyectos, incluso bajo su forma limitada.

Después de esta revisión los proyectos de ley entrarán en vigor y serán aplicados sin ningún papeleo burocrático ajustándose al ord"n de la democracia.

El magisterio y la sociedad.-La Comisión de Estado saluda al cuerpo del magisterio en su noble y brillante trabajo de educación del pueblo ahora dueño del país.

Ningún órgano del poder deberá tomar medida alguna en el campo de la instrucción pública sin un previo y cuidadoso estudio de la opinión de los representantes del magisterio.

Por otra parte, tampoco deberá tomar decisiones por sí y ante sí, en manera alguna, ninguna corporación de especialistas. Esto es igualmente aplicable a las reformas de los establecimientos de enseñanza general.

La meta que perseguirá la Comisión tanto en su propia órbita como en el seno dat Comité de Estado y en todas sus actividades es la colaboración entre el cuerpo del magisterio y las fuerzas sociales.

La Comisión considera como su tarea principal el mejoramiento de la situación de los profesores, y en primer lugar de los que, siendo los más desheredados, son tal vez los trabajadores más importantes en el campo cultural: los maestros de las escuelas primarias. Sus justas reivindicaciones deben ser satisfechas a toda costa y sin demora. El proletariado de la enseñanza ha pedido, sin ser escuchado, que su salario se aumentara a 100 rublos por mes. Sería una vergüenza mantener dfcrante más tiempo en la miseria a los maestros de la abrumadora mayoría de los niños rusos.

La Asamblea Constituyente.- La Asamblea Constituyente comenzará sin duda sus trabajos próximamente. Solamente ella establecerá de manera permanente las modalidades de la vida social y política de nuestro país, incluyendo entre ellas el carácter general de, la organización de la instrucción pública.

Hoy, en que el poder ha pasado a los Soviets, el carácter verdaderamente popular de la Asamblea Constituyente está asegurado. No creemos que la orientación seguida por la Comisión de Estado con el apoyo del Comité de Estado pueda llegar a ser modificada de un modo esencial por la voluntad de la Asamblea Constituyente. Sin prejuzgar sus decisiones, el nuevo gobierno popular se considera asistido del derecho a aplicar, también en este campo, cierto número de medidas encaminadas a enriquecer y elevar lo más rápidamente posible la vida espiritual del país.

El Ministerio.-Los asuntos en curso deberán seguir siendo resueltos por el ministerio de Instrucción Pública. La Comisión de Estado elegida por el Comité Ejecutivo de los Soviets y el Comité de Estado tomarán a su cargo cuantas modificaciones se hagan necesarias de m"do inmediato en su composición y estructura. Las modalidades definitivas de la dirección del Estado en el campo de la instrucción pública será, naturalmente, la Asamblea Constituyente quien las establezca. Entre tanto, el ministerio deberá cumplir las funciones de organismo ejecutivo cerca de la Comisión de Estado para la Instrucción Pública y del Comité de Estado para la enseñanza.

La seguridad de la salvación del país está en la colaboración de todas sus fuerzas vivas auténticamente democráticas. ; Estamos seguros de que el esfuerzo unánime de los trabajadores y los intelectuales esclarecidos y honrados sacará al país de esta crisis dolorosa y lo conducirá, gracias a la democracia total, al reino del socialismo y de la fraternidad de los pueblos.

El comisario del pueblo para la Instrucción Pública,

A. V. LUNACHARSKI

Petrogrado, 11 de noviembre de 1917.

Régimen de ratificación y promulgación de las leyes

1º Entre tanto se reúne la Asamblea Constituyente, la promulgación de lasrleyes se ajustará al procedimiento fijado por el Gobierno provisional obrero y campesino, elegido por el Congreso de Diputados obreros, soldados y campesinos de toda Rusia.

2º Todo proyecto de ley será sometido al examen del gobierno por el ministerio respectivo, avalado por la firma del comisario del pueblo o presentado por la sección legislativa del gobierno, con la firma del jefe de esta sección.

3º Una vez ratificado por el gobierno, el texto de ley, en su forma definitiva, será firmado, en nombre de la República rusa, por el presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo o, por delegación suya, por el comisario que lo haya presentado. A continuación será publicado.

4° La fecha de la publicación en el Diario Oficial del Gobierno provisional obrero y campesino será la fecha de entrada en vigor.

5° La entrada en vigor podrá, sin embargo, transferirse en el texto publicado para una fecha que difiera de la de publicación. El texto podrá también ponerse en vigor por la vía telegráfica; en este caso, tendrá fuerza de ley en cada localidad desde el momento en que el telegrama se haga público.

6º Queda abolida la promulgación con fuerza de ley de decretos del Gobierno por parte del Senado. La sección legislativa adjunta al Consejo de Comisarios del Pueblo editará periódicamente volúmenes recopilando los decretos y disposiciones del gobierno con fuerza de ley.

7º El Comité Ejecutivo Central de los Soviets de Diputados obreros, soldados y campesinos podrá en todo momento anular, modificar o derogar cualquier decreto del gobierno.

En nombre de la República rusa,

El presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo,

VLADIMIR ULIANOV

 

5. Orden del Comité Militar Revolucionario

1º Queda prohibida hasta nueva orden la fabricación de alcohol y de toda clase de bebidas alcohólicas.

2º Se ordena a todos los poseedores de vinos y espirituosos, a los fabricantes dg alcohol y bebidas alcohólicas, antes del 27 del corriente a más tardar, den a conocer el lugar exacto de sus almacenes.

3º Los contraventores de esta orden serán puestos a disposición del Tribunal Militar Revolucionario.

Comité Militar Revolucionario

 

6.  Orden n° 2 del comité del regimiento de reserva finlandés de la Guardia a todos los comités de inmuebles y a los ciudadanos del barrio de Vassilli-Ostrow

La burguesía ha echado mano de un medio infame de lucha contra el proletariado: en varios distritos de la ciudad ha establecido enormes depósitos de bebidas espirituosas, hacia los cuales atrae a los soldados, esforzándose por romper mediante el alcohol la unión del ejército revolucionario.

Se ordena a todos los comités de inmuebles que declaren directa y secretamente al presidente del comité del regimiento finlandés de la Guardia, en el plazo de tres horas a contar desde la fijación de la presente orden, los depósitos de bebidas espirituosas que se encuentren en sus edificios.

Los contraventores de esta orden serán detenidos y entregados a la justicia más implacable; sus bienes serán confiscados y los depósitos de bebidas espirituosas serán

DESTRUIDOS CON DINAMITA EN UN PLAZO DE DOS HORAS,

ya que la experiencia ha demostrado la ineficacia de otras medidas menos radicales. No se harán nuevas advertencias previas antes de las voladuras.

El Comité del regimiento finlandés de la Guardia