Volver al Indice |
La Ojrana sucedió, en 1881, a la famosa 3ª Sección del Ministerio del Interior. Pero no se desarrolló verdaderamente sino a partir de 1900, fecha en la que fue encabezada por una nueva promoción de gendarmes. Los viejos oficiales de gendarmería, principalmente de grados superiores, consideraron contrario al honor militar dedicarse a determinados quehaceres policiales. La nueva promoción pasó por alto aquellos escrúpulos y comenzó a organizar científicamente la policía secreta, la provocación, la delación y la traición en los partidos revolucionarios. De ella surgirán hombres eruditos y talentosos, como aquel coronel Spiridovich, quien nos dejara una voluminosa Historia del partido socialista-revolucionario y una Historia del partido socialdemócrata.
El reclutamiento, la instrucción y el adiestramiento profesional se realizaban con cuidados muy especiales. En la Dirección General, cada uno tenía su ficha, documento completísimo en el que incluso se hallan detalles graciosos. Carácter, grado de escolaridad, inteligencia, años de servicio, todo está allí anotado con un propósito de utilidad práctica. Un oficial, por ejemplo, es calificado como "limitado" -bueno para los empleos subalternos, siempre que se le trate con rigor-, y otro señalado como "inclinado a cortejar a las damas".
Entre las muchas preguntas del cuestionario, destaco éstas: "¿Conoce los estatutos y programas de los partidos? ¿De cuáles?" Y hallo que nuestro amigo cortejador de damas "conoce bien las ideas socialistas-revolucionarias y anarquistas -regularmente las del partido socialdemócrata- y superficialmente las del Partido Socialista Polaco". Hay aquí toda una erudición sabiamente escalonada. Pero continuemos el examen de la misma ficha. Nuestro policía "¿ha seguido el curso de historia del movimiento revolucionario? " "¿En cuántos y en cuáles partidos hay agentes secretos?" ¿Intelectuales? ¿Obreros? Fácilmente se comprende que, para formar a sus sabuesos, la Ojrana organizaba cursos en los que se estudiaba cada partido, sus orígenes, su programa, sus métodos y hasta la biografía de los militantes conocidos.
Anotemos aquí que esta gendarmería rusa, adiestrada para los fines más delicados de la policía política, no tenía nada en común con las gendarmerías de los países de Europa occidental. Su equivalente lo tiene en las policías secretas de todos los Estados capitalistas.
De manera que el principio es: dejar desarrollarse el movimiento para luego liquidarlo mejor.
Los agentes secretos recibirán un trato fijo, proporcional a los servicios prestados.
Facilitar a sus colaboradores el ganar la confianza de los militantes.
Sigue un capitulo dedicado al reclutamiento.
¡ Extraña duplicidad del alma humana! Traduzco literalmente tres desconcertantes líneas:
Entonces, ¿los había? Pero continuemos.
Se vislumbra, leyendo estas líneas, al policía paternal que se apiada de la suerte de su víctima:
Y he aquí un pasaje que Maquiavelo no habría desaprobado:
Los colaboradores eran caracterizados en informes bastante concisos.
En septiembre de 1907 hizo arrestar al diputado de la Duma, Sergio Saltykov.
A fines de abril de 1908 hizo arrestar a 4 militantes: Ríkov, Noguin, Gregorio y Kamenev.
El 9 de marzo de 1908 hizo arrestar una asamblea completa del partido.
En el otoño de 1908 hizo arrestar al miembro del Comité Central, Inocente Dubrobsky.
El 1º de marzo de 1905 hizo arrestar a todo el comité de Petersburgo.
El 16 de agosto de 1912, le escribe al director de la policía:
En vísperas de los grandes acontecimientos que se sienten venir, sufro por no poderos ser útil.
Cito textualmente la conclusión de un informe:
Poseemos millares de expedientes parecidos.
Porque la bajeza y la miseria de ciertas almas humanas son insondables.
Con todas las fuerzas de mi alma protesto contra esta iniquidad.
Sólo la cobardía del gobierno podría explicar que no se levantaran dos horcas en vez de una.
Detengámonos todavía brevemente en un caso de provocación de los que la historia del movimiento revolucionario conociera tantos: la provocación de un jefe de partido. He aquí la enigmática figura de Malinovsky.(1)
Una mañana de 1918 el terrible año que siguió a la Revolución de Octubre: guerra civil, requisiciones rurales, sabotajes técnicos, complots, sublevación de los checos, intervenciones extranjeras, paz asquerosa (según la definición de Lenin) de Brest-Litovsk, dos tentativas de asesinato contra Vladímir Ilich. Una mañana de aquel año, un hombre se presentó tranquilamente al comandante del Smolny (Soviet de Petrogrado) y le dijo:
-Soy el provocador Malinovsky. Le ruego arrestarme.
El humor tiene lugar en toda tragedia. Impávido, el comandante del Smolny hizo poner en la puerta a aquel inoportuno.
-¡A mí nadie me manda, ni es mi trabajo arrestarlo!
-Entonces hágame conducir al comité del partido.
Y en el comité se reconocerá con asombro al hombre más execrable, al más despreciable del partido. Se le arresta.
Su carrera, en dos palabras, es ésta:
Anverso: un adolescente difícil, tres condenas por robo. Muy dotado, muy activo, militante de diversas organizaciones, tan apreciado que en 1910 se le ofrece ingresar al Comité Central del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, y durante la conferencia bolchevique de Praga (1912) ingresa al CC efectivamente. A fines del mismo año es diputado bolchevique en la IV Duma del Imperio. En 1913 es presidente del grupo parlamentario bolchevique.
Reverso: chivato de la Ojrana (Ernesto, luego el Sastre) desde 1907. A partir de 1910, honorarios de 100 rublos mensuales (principesco). El ex jefe de la policía Beletsky, dice: "Malinovsky era el orgullo de la Seguridad, que lo preparaba para ser ano de los jefes del partido." Hizo arrestar a grupos de bolcheviques en Moscú, Tula, etc. Entrega a la policía a Miliutin, Noguin, Maria Smidóvich, Stalin, Sverdlov. Denuncia a la Ojrana los archivos secretos del partido. Es elegido en la Duma con la ayuda tan discreta como eficaz de la policía...
Desenmascarado, recibe del Ministerio del Interior una fuerte recompensa y desaparece. Sobreviene la guerra. Hecho prisionero en combate, recomienza su militancia en el campo de concentración. Retorna finalmente a Rusia, para declarar al tribunal revolucionario: "¡ Hacedme fusilar! " Revela haber sufrido enormemente con su existencia dual; no haber comprendido verdaderamente la revolución sino tardíamente; haberse dejado ganar por la ambición y el espíritu de aventura. Krylenko refuta despiadadamente que esta argumentación fuese sincera: "¡El aventurero juega su última carta!"
Una revolución no puede detenerse en descifrar enigmas psicológicos. No puede correr el riesgo de ser estafada una vez más por un jugador turbulento y apasionado. El tribunal revolucionario emitió el veredicto reclamado a la vez por el acusador y el acusado. La misma noche, pocas horas más tarde, Malinovsky, cuando atravesaba un solitario patio del Kremlin, recibió subrepticiamente una bala en la nuca.
Todos los movimientos de masas que abarcan millares y millares de hombres arrastran escorias semejantes. No debe asombrarnos. La acción de semejantes parásitos no tiene sino un ínfimo poder sobre el vigor y la salud moral del proletariado. Creemos que, cuanto más el movimiento revolucionario sea proletario, es decir, netamente, enérgicamente comunista, menos le serán peligrosos los agentes provocadores. Existirán probablemente mientras haya lucha social. Pero son individualidades a las que el hábito del trabajo y del pensamiento colectivo, de la disciplina estricta, de la acción calculada por las masas e inspira- da por una teoría científica de la situación social, ofrece escasas posibilidades de hazañas. Nada más contrario al aventurerismo pequeño o grande, en efecto, que la acción amplia, seria, profunda y metódica de un gran partido marxista revolucionario, incluso ilegal. La ilegalidad comunista no es la de los carbonari, la preparación comunista de la insurrección no es la de los blanquistas. Los carbonari y los blanquistas eran puñados de conspiradores, dirigidos por algunos idealistas inteligentes y enérgicos. Un partido comunista, incluso numéricamente débil, representa siempre, por su ideología, a la clase obrera. Encarna la conciencia de clase de centenares de miles o de millones de hombres. Su papel es inmenso, ya que es el de cerebro de un sistema nervioso, pero inseparable de las aspiraciones, de las necesidades, de la actividad del proletariado entero, de manera que los designios individuales, cuando no se ajustan a las necesidades del partido o lo que es igual, al proletariado(2) pierden mucha de su importancia.
En este sentido, el partido comunista es, entre todas las organizaciones revolucionarias que la historia ha producido hasta hoy, la menos vulnerable a los golpes de la provocación.
A la cabeza del partido socialista-revolucionario y de su organización de choque, se hallaba, hacia 1909, el ingeniero Evno Azev, quien, a partir de 1890, firmaba con su nombre sus informes a la policía. Azev fue uno de los organizadores de la ejecución del gran duque Sergio, de la del ministro Plehve y de muchos otros. Era él quien dirigía, antes de enviarlos a la muerte, a héroes tales como Kaliáev y Egor Sazónov.(3)
En el Comité Central bolchevique, encabezando su fracción en la Duma, se hallaba, como vimos, el agente secreto Malinovsky.
La provocación, al alcanzar semejante amplitud, se convertía también en un peligro para el régimen que servía y sobre todo para los hombres de ese régimen. Se sabe, por ejemplo, que uno de los más altos funcionarios del Ministerio del Interior, el policía Rachkovsky, conoció y aprobó los proyectos de ejecución de Plehve y del gran duque Sergio. Stolypin,(4) perfectamente enterado de los casos, se hacia acompañar en sus salidas por el jefe de la policía Guerásimov, pues su presencia le parecía una garantía contra los atentados cometidos por instigación de los provocadores. Stolypin fue, sin embargo, muerto por el anarquista Bagrof, que había pertenecido a la policía.
La provocación, a pesar de todo, prosperaba todavía en el momento de estallar la revolución. Los agentes provocadores recibieron su última mensualidad en los días finales de febrero de 1917, una semana antes del derrumbe de la autocracia.
Revolucionarios abnegados se vieron tentados a servirse de la provocación. Petrov, socialista-revolucionario, quien dejara memorias dé un intenso dramatismo, entró a la Ojrana para combatirla mejor. Hecho prisionero y habiendo experimentado un primer rechazo por parte del director dé la policía, se finge loco para lograr ser enviado a un asilo de donde la evasión fuera posible, lográndolo, y regresa, ya libre, a ofrecer sus servicios. Pero - convencido pronto dé que había llegado demasiado lejos y de que traicionaba a su pesar, Petrov se suicida luego de haber ejecutado al coronel Kárpov (1909).
El maximalista(5) Salomón Ryss (Mortimer), organizador de un grupo terrorista extremadamente audaz (1906-07), llega a burlarse un tiempo de la Seguridad, dé la que se habla convertido en colaborador secreto. El caso de Salomón Ryss constituye una excepción digna de mencionarse, casi increíble, que no se explicaría más que por los muy particulares hábitos de la Ojrana después de la revolución de 1905. Por regla general, es imposible burlar a la policía; es imposible para un revolucionario penetrar en sus secretos. El agente secreto de más confianza no tiene relación sino con uno o dos policías, a los que nada les puede sacar, pero a los que, sin embargo, les son útiles hasta las menores palabras e incluso las mentiras que se les diga, las que son aclaradas en el mismo día.(6)
El desarrollo de la provocación, por otra parte, indujo a veces a la Ojrana a urdir complicadas intrigas en las que a menudo no pudo decir la última palabra. Fue así como, en 1907, resultó necesario para sus designios hacer evadirse al mismo Ryss. Para lograrlo, el director dé la policía no vacila en llegar incluso al crimen. Cumpliendo instrucciones, dos gendarmes organizaron la fuga del revolucionario. La encuesta judicial, torpe- - mente conducida, reveló su participación. Llevados a consejo de guerra y degradados oficialmente por sus superiores, se les condenó a trabajos - forzados.
Ratmir informaba a la Ojrana sobre sus colegas de la prensa francesa. En Le Fígaro y otros lugares llevaba la política de la Ojrana. Recibía 500 francos al mes. Sus actividades son notorias. Se las halla completas, impresas, parece que desde 1918, en París, en un voluminoso informe del señor Agafonov, miembro de la comisión investigadora de los emigrados parisienses en torno a la provocación rusa en Francia. Los miembros de esta comisión - algunos de ellos deben vivir aún en París , no han olvidado, por cierto, a Ratmir-Recouly. Por otra parte, René Marchand publicó en 1924, en L'Humanité, las pruebas tomadas de archivos de la Ojrana de Petrogrado, de la actividad policial del señor Recouly. Este señor se limitó a lanzar un desmentido que nadie creyó, ni fue repelido por sus colegas.(7) Y se explica. Su caso, dada la corrupción de la prensa por los gobiernos extranjeros, es corrientísimo.
Habían logrado organizar en toda Europa un maravilloso gabinete negro privado. En Petrogrado poseemos legajos de copias de cartas cambiadas entre París y Niza, Roma y Ginebra, Berlín y Londres, etc. Toda la correspondencia de Savinkov y de Chernov en el momento en que ambos vivían en Francia, fue conservada en los archivos de la policía de Petrogado. Correspondencia entre Haase y Dan(8) también fue interceptada, como muchas otras. ¿Cómo? El conserje o el cartero, o simplemente un empleado de correos, sin duda retribuidos generosamente, retenían durante algunas horas el tiempo preciso para copiarlas las cartas dirigidas a las personas vigiladas. Las copias se hacían a menudo por personas que no conocían la lengua empleada por tos autores de las cartas; torpezas, por demás insignificantes, lo delatan. Traían también copiado- el sello de expedición y la dirección. Eran enviadas a Petrogrado con la mayor rapidez.
Naturalmente, la policía rusa en el extranjero colaboraba con las policías locales.(9) Mientras que los agentes provocadores, desconocidos de todos, hacían su papel de revolucionarios, alrededor suyo operaban los detectives de Krassílnikov, ignorados oficialmente pero en realidad alentados y ayudados. Detalles típicos muestran de qué naturaleza era la ayuda que les prestaban las autoridades francesas. El agente Francesco Leone, que había estado en relaciones con Búrtzev(10) había consentido en entregarle por dinero algunos secretos del señor Bittard-Monin. Su colega, Fontana, del que había hecho robar la fotografía, lo hiere de un bastonazo en un café cerca de la Gare de Lyon (París, 28 de junio de 1913). Detenido el agresor y habiéndosele hallado dos carnets de agente de la Seguridad francesa y un revólver, fue enviado a la comisaría bajo la cuádruple acusación de "usurpación de funciones, portación de armas prohibidas, golpes y heridas y amenazas de muerte". Veinticuatro horas después era dejado en libertad por intervención de Krassllnikov, luego de haberse desmentido oficialmente su calidad de agente de la Seguridad rusa. En cuanto al indiscreto Leone, la Embajada rusa obtuvo su expulsión de Francia. Una carta de Krassílnikov relata al director de la Seguridad todos estos incidentes y lo pone al corriente de las gestiones emprendidas para hacer expulsar a Búrtzev de Italia.
En otra carta, el mismo Krassílnikov informa a la Ojrana que una interpelación socialista sobre las maniobras de la policía rusa, en las que aparecía implicado, "no es ya de temer por parte de las autoridades francesas. Los parlamentarios socialistas tienen otras ocupaciones en estos momentos".(11)
Pero ¿y si los revolucionarios utilizaban claves en sus cartas?
Las más diversas claves, según parece, pueden ser 'descifradas. Si se emplean combinaciones geométricas o aritméticas, el cálculo de posibilidades puede ofrecer algunos indicios. Basta un punto de partida la menor clave para descifrar un mensaje. Para cartearse, algunos camaradas se servían -se me dice- de ciertos libros en los cuales habían convenido marcar ciertas páginas. Buen psicólogo, Zybin hallaba los libros y las páginas. "Las claves basadas en textos de escritores conocidos, en modelos aportados por manuales de las organizaciones revolucionarias, en la disposición vertical de nombres o divisas", no valen nada, escribe el ex policía M. E. Bakai.(12) Las claves de las organizaciones centrales son las más frecuentemente denunciadas por los provocadores o descifradas a la larga, luego de un trabajo minucioso. Bakai considera como las mejores claves de uso corriente aquellas que pueden proceder de textos impresos poco conocidos. Zybin se había hecho de una colección de gavetas y ficheros donde se podía hallar instantáneamente el nombre de todas las ciudades de Rusia donde, por ejemplo, hay cierta calle San Alejandro; el nombre de todas las ciudades donde había estas o aquellas fábricas o escuelas; los apodos y seudónimos de todas las personas sospechosas que vivían en el imperio, etc. Poseía listas alfabéticas de estudiantes, de marinos, de oficiales, etc. Hallábase en una carta, muy inocente en apariencia, estas simples palabras: "El Morenito fue esta noche a la calle Mayor", y más adelante una frase relativa a un "estudiante de medicina". Bastaba echar mano a algunas gavetas para saber si el Morenito ya había sido fichado, y en que ciudad que poseyera una facultad de medicina había una calle Mayor. Tres o cuatro indicios semejantes eran ya una posibilidad digna de considerarse.
En toda la correspondencia vigilada o incautada, las menores alusiones a determinada persona eran trasladadas a fichas, en las que ciertos números remitían al texto de las cartas. Archivos enteros estaban llenos de cartas semejantes. Tres cartas totalmente corrientes, provenientes de tres militantes dispersos en una región y que hicieran alusión incidental a un cuarto, podían delatarlo perfectamente.
Subrayémoslo: el control de la correspondencia por los gabinetes negros cuya existencia es rigurosa y tradicionalmente negada por la policía, pero sin los cuales no existiría policía, es de gran importancia. El correo de las personas conocidas o sospechosas es vigilado por principio; después, una sustracción, practicada al azar, intercepta las cartas que llevan en la cubierta "entregar a", aquellas cuyos caracteres parecen representar algo convenido, aquellas con alguna palabra que, de alguna manera, llama la atención. La apertura de cartas al azar proporciona una documentación tan útil como el control de la correspondencia de los militantes bien conocidos. Estos, en efecto, tratan de escribir con prudencia (bien que la única prudencia real, la única efectiva, es no tratar por carta asuntos relativos a la acción ni siquiera indirectamente), mientras que el común de los miembros del partido -los desconocidos- se olvida de las precauciones más elementales.
La Ojrana hacía tres copias de las cartas interesantes: una para la dirección de la censura, otra para la dirección de la Seguridad General y otra más para la dirección de la policía local. La carta llegaba a su destinatario. En ciertos casos -por ejemplo en aquellos en que se había hecho revelar químicamente una tinta simpática-- la policía guardaba el original y le hacia llegar al destinatario una copia perfectamente imitada, obra de cierto especialista que era todo un virtuoso.
Para abrir cartas se seguían procedimientos que variaban según la ingeniosidad de los funcionarios: despegar las cubiertas con vapor, despegar sellos lacrados -que en seguida eran repuestos
con una hoja de afeitar calentada, etc. Lo más corriente es que las esquinas del sobre no estén bien pegadas. Se introduce entonces por la abertura un aparato hecho de una varilla metálica, alrededor del cual se enrolla suavemente la carta, que así resulta fácil de sacar y de retornar al sobre sin abrirlo.
Las cartas interceptadas jamás eran consignadas a la justicia, a fin de no arrojar la menor luz, ni siquiera indirecta, sobre el trabajo del gabinete negro. Se las utilizaba en la confección de informes policiales.
El gabinete de cifrado no se ocupaba más que de las claves de los revolucionarios. También coleccionaba fotografías de claves diplomáticas de las grandes potencias.
3) lo que se puede obtener de la lectura atenta de periódicos y publicaciones revolucionarias;
4) los de su correspondencia, o de la correspondencia de terceros con él, completan el asunto.
El grado de precisión de las informaciones logradas por los agentes secretos era, naturalmente, variable. La impresión general que dan los expedientes es, sin embargo, de una exactitud muy grande, sobre todo los que se refieren a organizaciones sólidamente establecidas. Los expedientes policiales contienen información verbal muy detallada de cada reunión secreta, resúmenes de cada discurso importante, ejemplares de cada publicación clandestina, incluso multicopiados.(13)
Tenemos ya a la Seguridad en posesión de información abundante. El trabajo de observación y análisis está hecho. Según el método científico, debe seguir entonces un trabajo de clasificación y de síntesis.
Sus resultados se expresarán en gráficas. Vamos a desplegar una.
Títulos: Relaciones de Borís Savinkov. Este cuadro, de 40 cm de alto por 70 cm de largo, resume, de manera que se pueda abarcar de una ojeada, todos los datos obtenidos sobre las relaciones del terrorista.
Al centro, un rectángulo, en forma de tarjeta de visita, con su nombre escrito a mano. De este rectángulo irradian líneas que lo ligan a pequeños círculos de color. Por lo regular, éstos son a su vez centros de donde parten otras líneas que los ligan a otros círculos. Así sucesivamente. Las relaciones, incluso indirectas, de un hombre, pueden de este modo ser captadas sobre la marcha, cualquiera que sea el nombre de los intermediarios, conscientes o no, que los relacionan con una persona dada. En el cuadro de relaciones de Savinkov, los círculos rojos que representan sus relaciones de "lucha", se dividen en tres grupos de nueve, ocho y seis personas, todos consignados con sus nombres y apellidos. Los círculos verdes representan a personas con las cuales tuvo o tiene relaciones directas, políticas o de otro tipo: aparecen 37; los círculos amarillos representan parientes (son 9); los círculos cafés indican a personas relacionadas con sus amigos y conocidos... Todo esto en Petrogrado. Otros signos representan sus relaciones en Kiev. Leamos, por ejemplo: B. S. conocía a Varvara Eduárdovna Varsovskaya, quien conocía a su vez 12 personas en Petrogrado (nombres, apellidos, etc.) y 5 en Kiev. Bien puede ser que B. S. no supiera nada de estas 12 y de estas 5 personas. ¡ Pero la policía conocía mejor que él mismo a qué ovillos llevaban sus hilos!
¿Se trata de una organización? Tomemos una serie de cuadros de estudio, evidentemente reseñas, de una organización socialista-revolucionaria del gobierno de Vilna. Los círculos rojos forman, aquí y allá, especies de constelaciones: entre ellos, las líneas se entrecruzan extrañamente. Descifremos: Vilna. Un circulo rojo: Ivanov, alias El hielo, calle, número, profesión. Una flecha lo refiere a Pável (iguales datos). Y algunas flechas nos indican que el 23 de febrero (de 16 a 17 hs.), el 27 (a las 21 hs.) y el 28 (a las 16 hs.) Ivanov visitó a Pável. Otra flecha lo refiere a Marfa, que lo visitó el 27 al mediodía. Así sucesivamente, estas líneas se confunden como los pasos en la calle. Este cuadro permite seguir, hora por hora, la actividad de una organización.
Gastos de la ejecución de los hermanos Modal y Djavat Mustafá Oglí, condenados por el tribunal militar del Cáucaso | ||
Rublos | ||
Transporte de los condenados de la fortaleza de Metek a la prisión, a los carreteros | 4 | |
Otros gastos | 4 | |
Por haber cavado y tapado dos fosas (seis sepultureros firman cada uno un recibo dedos rublos) | 12 | |
Por haber armado el patíbulo | 4 | |
Por vigilar el trabajo | 8 | |
Gastos de viaje de un sacerdote (y regreso) | 2 | |
Al médico, por el certificado de defunción | 2 | |
Al verdugo | 50 | |
Gastos de viaje del verdugo | 2 | |
Si después del derrumbe del 26 de marzo de 1917, todavía fuera necesario demostrar, con hechos tomados de la historia de la Revolución Rusa, la vanidad de los esfuerzos del director del Departamento de la Policía, podemos citar multitud de argumentos como el que nos ofrece el expolicía M. E. Bakai. En 1906, tras la represión de la primera revolución, cuando el jefe de la policía Trusévich reorganizó la Ojrana. las organizaciones revolucionarias de Varsovia, principalmente las del Partido Socialista Polaco, (14) "suprimieron durante el año, 20 militares, 7 gendarmes, 56 policías, e hirieron 92; en resumen, pusieron fuera de combate a 179 agentes de la autoridad, Destruyeron además 149 expendios de alcohol de la administración. En la preparación de estas acciones participaron centenares de hombres que en la mayoría de los casos continuaron ignorados por la policía". M. E. Bakai observa que, en los períodos de auge de la revolución, los agentes provocadores frecuentemente hacían mutis; pero reaparecían cuando ascendía la reacción. Igual que los cuervos en los campos de batalla.
En 1917, la autocracia se derrumbó sin que las legiones de soplones, de provocadores, de gendarmes, de verdugos, de guardias municipales, de cosacos, de jueces, de generales, de popes, pudieran desviar el curso inflexible de la historia. Los informes de la Ojrana redactados por el general Globachev constatan la proximidad de la revolución y prodigan al zar advertencias inútiles. Lo mismo que los más sabios médicos llamados para asistir a un moribundo no pueden sino constatar, minuto a minuto, los progresos de la enfermedad, los omniscientes policías del imperio veían impotentes cómo el mundo zarista se precipitaba al abismo...
Porque la revolución era consecuencia de causas económicas, psicológicas, morales, situadas más allá de ellos y fuera de su alcance. Estaban condenados a resistirle inútilmente y a sucumbir. Porque es la eterna ilusión de los gobernantes creer que pueden anular los efectos sin considerar las causas, legislar contra la anarquía o contra el sindicalismo (como en los Estados Unidos), contra el socialismo (como Bismarck lo hizo en Alemania), contra el comunismo, como se hace hoy un poco por doquier. Vieja experiencia histórica. El imperio romano también persiguió inútilmente a los cristianos. El catolicismo inundó Europa de hogueras, sin lograr derrotar la herejía, la vida.
En verdad, la policía rusa se vio desbordada. La simpatía instintiva o consciente de la inmensa mayoría de la población estuvo con los enemigos del antiguo régimen. El martirio cotidiano de éstos suscitaba la adhesión de algunos y la admiración del gran número. Sobre este viejo pueblo cristiano ejercía una influencia irresistible la vida de apóstoles de los propagandistas que,
renuncian- do al bienestar y a la seguridad, afrontaban, para llevarle un nuevo evangelio a los miserables, la prisión, el exilio siberiano y la muerte misma. Volvían a ser "la sal de la tierra": eran los mejores, los únicos portadores de una inmensa esperanza y por eso se les perseguía.
Tenían de su lado sólo la fuerza moral, la de las ideas y los sentimientos. La autocracia ya no era un principio vivo, Nadie creía ya en su necesidad, Carecía de ideólogos. La religión misma, por boca de sus pensadores más sinceros, condenaba a aquel régimen que no reposaba sino en el empleo sistemático de la violencia. Los más grandes cristianos de la Rusia moderna, dujobortzi y tolstoianos, eran anarquistas. Pero una sociedad que ya no reposa en ideas vivas, aquella en la cual los principios fundamentales están muertos, sobrevive, cuando mucho, por la fuerza de la inercia.
Pero en la sociedad rusa de los últimos años del antiguo régimen, las ideas nuevas -subversivas- habían logrado una fuerza sin contrapeso. lodo el que en la clase obrera, en la pequeña burguesía, en el ejército y en la marina, en las profesiones liberales pensaba y obraba, era revolucionario, es decir "socialista" de alguna manera. No existía una mediana burguesía satisfecha, como en los países de la Europa occidental. El antiguo régimen no era defendido más que por el clero, la nobleza cortesana, los financieros, algunos políticos, en resumen, por una aristocracia ínfima. Las ideas revolucionarias hallaban terreno favorable en cualquier lugar. Durante mucho tiempo, la nobleza y la burguesía entregaron a la revolución sus mejores hijos. Cuando un militante se escondía, hallaba numerosas ayudas espontáneas, desinteresadas, devotas. Cuando un revolucionario era arrestado hallaba cada vez más frecuentemente que los soldados encargados de conducirlo simpatizaban con él y entre los carceleros casi hubo "camaradas". Tan era cierto que en la mayoría de las prisiones resultaba fácil comunicarse clandestinamente con el exterior. Esta simpatía también facilitaba las evasiones. Guerchuni, condenado a muerte y transferido de una prisión a otra, encontró gendarmes que eran "amigos". Búrtzev, en su lucha contra la provocación, halló antaño preciosa colaboración en un alto funcionario del Ministerio del Interior, el señor Lopujin, casualmente un hombre honesto, y en un viejo policía, Bakai. Yo conocí a un revolucionario que había sido vigilante en una prisión. Los casos de "vigilantes" convertidos por los detenidos no eran raros... En cuanto al estado de espíritu de los elementos más atrasados de la población -desde el punto de vista revolucionario- estos hechos son sintomáticos.
Y éstas no son más que causas aparentes, superficiales, superpuestas a otras más profundas. El poder de las ideas, la fuerza moral, la organización y la mentalidad revolucionaria no eran más que los resultados de una situación económica cuyo desarrollo se encaminaba hacia la revolución. La autocracia rusa encarnaba el poder de una aristocracia de grandes terratenientes y de una oligarquía financiera, sometida a influencias extranjeras a las que, por lo demás, les estorbaban las instituciones poco propicias al desarrollo de la burguesía, Poco numerosa, desprovista de influencia política, descontenta, la clase media urbana daba sus hijos juventud estudiantil, intelectuales- a la revolución, a una revolución liberal, se comprende, pues no quería ver subir al mujik y al obrero. La gran burguesía industrial, comerciante, financiera, deseaba una monarquía constitucional "a la inglesa", en la que, naturalmente, ejercería el poder. Abrumada por los impuestos, presa en los tiempos de paz, en la época de la prosperidad europea, de hambres periódicas, desmoralizada por el monopolio del vodka, explotada brutalmente por popes, policías, burócratas y grandes propietarios, la masa rural acogía con fervor, después de más de medio siglo, los llamamientos de los revolucionarios: "¡Campesino, apodérate de la tierra!" Y como esta masa proporcionaba al ejército la inmensa mayoría de sus efectivos, la carne de cañón de Lyaoyang y Mukden, así como los verdugos de todas las sublevaciones, el ejército, trabajado por las organizaciones militares de los partidos clandestinos, ese ejército mantenido en la obediencia por los consejos de guerra y por "el gobierno del puñetazo en el hocico", bullía de amargura. Una clase obrera todavía joven, multiplicada tan rápidamente como se desarrollaba la industria capitalista, privada del elemental derecho de hablar sus idiomas propios, de conciencia, de organización de prensa (derechos que eran desconocidos por el antiguo régimen ruso), ignorante de los engaños del régimen parlamentario, viviendo en cuchitriles, recibiendo salarios bajos, sometida al policía arbitrario, en resumen, colocada frente a las nuevas realidades de la lucha de clases, tomaba más clara conciencia de sus intereses cada día que pasaba. Treinta nacionalidades alógenas, o vencidas por el imperio, privadas del elemental derecho de hablar sus lenguas, colocadas en la imposibilidad de tener una cultura nacional, rusificadas a golpes de látigo, no eran mantenidas bajo el yugo más que por constantes medidas represivas. En Polonia, en Finlandia, en Ucrania, en los países bálticos, en el Cáucaso, se gestaban revoluciones nacionales, prestas a aliarse con la revolución agraria, la insurrección obrera, la revolución burguesa... La cuestión judía surgía por todas partes.
En la cúspide del poder, una dinastía degenerada rodeada de imbéciles. El peluquero Felipe cuidaba mediante hipnotismo la salud vacilante del presunto heredero. Rasputín quitaba y ponía ministros desde sus habitaciones privadas. Los generales robaban al ejército, los grandes dignatarios saqueaban el Estado. Entre este poder y la nación, una burocracia, innumerable, que vivía sobre todo del cohecho.
En el seno de las masas, las organizaciones revolucionarias, amplias y disciplinadas, activas constantemente, poseedoras tanto de una vasta experiencia como del prestigio y del apoyo de una magnífica tradición... Tales eran las fuerzas profundas que trabajaban por la revolución. ¡Y contra ellas, en la vana esperanza de impedir la avalancha, la Ojrana tensaba sus delgados alambrados!
En esta deplorable situación, la policía obraba sabiamente. Bueno. Lograba, digamos, "liquidar" a la organización socialdemócrata de Riga. Setenta capturas decapitaban al movimiento en la zona. Imaginémonos por un momento una liquidación total. Nadie ha escapado. ¿Y luego?
Para comenzar, estas setenta capturas no dejaban de ser advertidas. Cada uno de los militantes estaba en relación con por lo menos una docena de personas. Setecientas personas, cuando menos, se hallaban repentinamente encaradas con este hecho brutal: la captura de gentes honestas y valientes, cuyo crimen consistía en querer el bien común... El proceso, las condenas, los dramas privados que conllevan, provocaban una explosión de simpatía e interés hacia los revolucionarios. Si alguno de ellos lograba hacer oír una voz enérgica desde el banquillo de los acusados, podía decirse con certeza que la organización, al conjuro de esta voz, renacería de sus cenizas. Era cuestión de tiempo.
Luego, ¿qué hacer con los setenta militantes presos? No se podía más que encerrarlos durante un tiempo largo o deportarlos a las regiones desiertas de Siberia. Bueno. En la prisión -o en Siberia- hallan camaradas, maestros y alumnos. Los ocios obligatorios los dedican al estudio, a la formación teórica de sus ideas. Sufriendo en común se endurecen, adquieren temple, se apasionan. Tarde o temprano, evadidos, amnistiados -gracias a las huelgas generales- o liberados provisionalmente, se reintegraran a la vida social como revolucionarios "veteranos" o "ilegales", ahora mucho más fuertes que nunca. No todos, claro. Algunos morirán en el camino; dolorosa selección que tiene su virtud. Y el recuerdo de los amigos desaparecidos hará intransigentes a los que sobrevivan...
En fin, una liquidación nunca es total. Las precauciones de los revolucionarios preservarán a algunos. Los mismos intereses de la provocación exigen que se dejen algunos presos en libertad. Y el azar incide en el mismo sentido. Los "escapa- dos", aunque metidos en situaciones difíciles, se hallan en capacidad de aprovechar las circunstancias favorables del medio...
La represión no se vale en definitiva más que del miedo. Pero ¿basta el miedo para anular las necesidades, el anhelo de justicia, la inteligencia, la razón, el idealismo, todas aquellas fuerzas revolucionarias que expresan la pujanza formidable y profunda de los factores económicos de una evolución? Valiéndose de la intimidación, los reaccionarios se olvidan que causaron más indignación, más odios, más sed de martirio que temor verdadero. No intimidan sino a los débiles: exasperan a los mejores y templan la resolución de los más fuertes.
¿Y los provocadores?
A primera vista, pueden causarle al movimiento revolucionario perjuicios terribles. Pero, ¿de verdad es así?
Gracias a su concurso, la policía puede, ciertamente, multiplicar las capturas y las "liquidaciones" de grupos. En determinadas circunstancias, puede contrarrestar los más profundos planes políticos. Puede acabar con militantes valiosos. Los provocadores han sido a menudo los proveedores directos del verdugo. Todo ello es terrible, ciertamente. Pero tampoco es menos cierto que la provocación nunca puede anular sino a individuos o a grupos y que es casi impotente contra el movimiento revolucionario en su conjunto.
Hemos visto cómo un agente provocador se encargaba de hacer entrar a Rusia (en 1912) propaganda bolchevique; cómo otro (Malinovsky) pronunciaba en la Duma discursos redactados por Lenin; cómo un tercero organizaba la ejecución de Plehve. En el primer caso, nuestro pillo puede entregar a la policía una cantidad considerable de literatura; sin embargo, no puede, a riesgo de quemarse inmediatamente, entregar toda la literatura, incluso no podrá sino entregar una cantidad muy restringida. Buena o malamente contribuye, pues, a su difusión. Si un folleto propagandístico es divulgado por un agente secreto o por un devoto militante, los resultados son siempre los mismos: lo esencial es que sea leído. Si la ejecución de Plehve fue preparada por Azev o por Savinkov, no debe importamos saberlo. Aun si fuese el resultado de la lucha entre las camarillas de la policía, tampoco. Lo importante es que Plehve desaparezca. Los intereses de la revolución en este caso son mucho más importantes que los maquiavelismos ínfimos e infames de la Ojrana Cuando el agente secreto Malinovsky hace oír en la Duma la voz de Lenin, el ministro del Interior hacia mal en regocijarse por el éxito de su agente pagado. La importancia que la palabra de Lenin tiene para el país no puede compararse con la que pueda tener la voz de un miserable. De manera que se puede, me parece, dar del agente provocador dos definiciones que se compensan, pero de las cuales la segunda es más significativa.
1) El agente provocador es un falso revolucionario;
2) El agente provocador es un policía que, sin querer, sirve a la revolución.
Aparenta que la sirve. Pero en semejante oficio no existen las apariencias. Propaganda, combate, terrorismo, todo es realidad. No se milita a medias o superficialmente.
Los miserables que en un momento de cobardía se precipitaron en este fango, lo pagaron. Recientemente, Máximo Gorki publicó en sus Consideraciones retrospectivas la curiosa carta de un agente provocador. El hombre escribía más o menos esto: "Yo estaba consciente de mi infamia, pero también sabia que ella no podía retardar ni un segundo el triunfo de la revolución."
Lo cierto es que la provocación hace más enconada la lucha. Incita al terrorismo, incluso a un terrorismo que los revolucionarios preferirían abstenerse de realizar. ¿Qué hacer, en efecto, con un traidor? La idea de perdonarlo no se le ocurriría a nadie. En el duelo entre la policía y los revolucionarios, la provocación agrega un elemento de intriga, de sufrimiento, de odio, de menosprecio. ¿Es más peligrosa para la revolución que para la policía? Yo creo lo contrario. Desde otros puntos de vista, la provocación y la policía tienen un interés inmediato en que siempre esté amenazado aquello que es la razón de ser del movimiento revolucionario. En caso de necesidad, antes que renunciar a una segunda fuente de beneficios, urden complots ellos mismos; es algo ya visto. En este caso, el interés de la policía está totalmente en contradicción con el del régimen que tiene por misión defender. Los manejos de provocadores de cierta envergadura pueden ser peligrosos incluso para el mismo Estado. Azev organizó un atentado contra el zar, atentado que se frustró únicamente por circunstancias totalmente fortuitas e imprevistas (el desfallecimiento de uno de los revolucionarios). En ese instante, el interés personal de Azev -el cual le era más caro, sin duda, que la seguridad del imperio- exigía una acción de mucho ruido; pesaba sobre él en el partido socialista-revolucionario una sospecha que ponía en peligro su vida. Por otra parte, existió la duda de si los atentados que él había hecho posibles no servían a los designios de algún Fouché. Es posible. Pero intrigas semejantes entre los detentadores del poder sólo revelan la gangrena de un régimen y contribuyen no poco a su caída.
La provocación es mucho más peligrosa por la desconfianza que siembra entre los revolucionarios. Tan pronto algunos traidores han sido desenmascarados, la confianza desaparece del seno de las organizaciones. Es terrible, porque la confianza en el partido es la base de toda fuerza revolucionaria. Se murmuran acusaciones, luego se dicen en voz alta, generalmente no se pueden aclarar. De ahí resultan males en cierto sentido peores que los que podría ocasionar la misma provocación. Hay que recordar ciertos casos lamentables: Barbés acuso al heroico Blanqui y Blanqui, a pesar de sus cuarenta años de reclusión, a pesar de toda su vida ejemplar, de su vida indomable, jamás pudo quitarse de encima la infame calumnia. Bakunin también fue acusado. Y qué diremos de víctimas menos conocidas -y no por ello menos dañadas por la calumnia-: Girier-Lorion, anarquista, es acusado de provocación por el diputado "socialista" Delory; para sacudirse esta intolerable sospecha, dispara sobre los agentes y muere en el presidio. Parecido resultó el fin de otro valiente, anarquista también, en Bélgica: Hartenstein-Sokolov (Proceso de Gante, en 1909), a quien toda la prensa socialista enlodó innoblemente y que murió en la prisión... Es tradicional: ¡los enemigos de la acción, los cobardes, los cómodos, los oportunistas, gustosos toman su artillería de las cloacas! La sospecha y la calumnia les sirven para desacreditar revolucionarios. Y así seguirá siendo.
Este mal la sospecha y la desconfianza entre nosotros sólo puede ser limitado y aislado por un gran esfuerzo de voluntad. Se debe impedir -y ésta es condición previa de toda lucha victoriosa contra la verdadera provocación, que al acusar calumniosamente a un militante "hace el juego"- que nadie sea acusado a la ligera, e impedir además que una acusación formulada contra un revolucionario sea simplemente aceptada sin discusión. Cada vez que un hombre sea siquiera rozado por una sospecha, un jurado formado por camaradas deberá determinar si se trata de una acusación fundada o de una calumnia. Son simples reglas que se deberán observar con inflexible rigor si se quiere preservar la salud moral de las organizaciones revolucionarias.
Y, por lo demás, aunque fuera peligroso para los individuos, no se deberán sobreestimar las fuerzas del agente provocador: en gran medida, depende también de cada militante defenderse eficazmente.
Los revolucionarios rusos, en su larga lucha contra la policía del antiguo régimen, habían alcanzado un conocimiento práctico y seguro de los procedimientos y métodos de la policía. Si ella era fuerte, ellos lo eran más. Cualquiera que sea la perfección de las gráficas elaboradas por los especialistas de la Ojrana sobre la actividad de una organización dada, se puede estar seguro de antemano de encontrar en ellas lagunas. Difícilmente -decíamos era completa una "liquidación" de grupo, porque a fuerza de precauciones, siempre escapará alguno. En la tan laboriosa gráfica de las relaciones de B. Savinkov, faltan, por cierto, algunos nombres; y acaso los más importantes. Los militantes rusos consideraban, en efecto, que la acción clandestina (ilegal) está sujeta a leyes inflexibles. A cada instante se preguntaban:
"¿Estará esto de acuerdo con las reglas de la conspiración?" (15)
El código de la conspiración tuvo en Rusia, entre los grandes enemigos de la autocracia y del capital, teóricos y prácticos destacados. Estudiarlo a fondo seria de gran utilidad. Debe contener las reglas más sencillas, precisamente aquellas que, a causa de su sencillez, se olvidan a menudo.
Gracias a esta ciencia de la conspiración, los revolucionarios pudieron vivir ilegalmente en las capitales rusas durante meses y años. Eran capaces de convertirse, según lo exigiera el caso, en comerciantes viajeros, en cocheros, en "extranjeros adinerados", en sirvientes, etc. En todos estos casos era indispensable que dominaran sus papeles. Para volar el Palacio de Invierno, el obrero Stepán Jalturin estudió durante semanas la vida de los obreros que trabajaban regularmente en el palacio.(16) Kaliáev, para vigilar a Plehve en Petrogrado, se hizo cochero. Lenin y Zinóviev, acorralados por la policía de Kerensky, lograron refugiarse en Petrogrado y sólo salían maquillados. Lenin fue obrero fabril.
La acción ilegal, a la larga, crea hábitos y una mentalidad que se puede considerar como la mejor garantía contra los métodos policíacos. ¿Qué policías talentosos, qué pícaros hábiles se podrán comparar con los revolucionarios seguros de si mismos, circunspectos, reflexivos y valientes que obedecen una consigna común?
Cualquiera que sea la perfección de los métodos empleados para vigilar a los revolucionarios, ¿no se encontrará siempre en los movimientos y en las acciones de éstos una incógnita irreductible? ¿No aparecerá siempre, en las ecuaciones más cuidadosamente elaboradas por el enemigo, una enorme y temible X? ¿Qué traidor, soplón o sabueso sagaz descifrará la inteligencia revolucionaria? ¿quién medirá el poder de la voluntad revolucionaria?
Cuando se tiene a favor las leyes de la historia, los intereses del futuro, los requerimientos económicos y morales que conducen a la revolución cuando se sabe con certeza lo que se quiere, las armas propias y las del enemigo; cuando se ha elegido la acción ilegal; cuando hay confianza en uno mismo y sólo se trabaja con aquellos en los cuales se tiene confianza; cuando se sabe que la obra revolucionaria exige sacrificios y que toda devota semilla fructificará centuplicada, entonces se es invencible.
La prueba es que los miles de expedientes de la Ojrana, los millones de fichas del servicio de información, las maravillosas gráficas de sus técnicos, las obras de sus científicos, todo este mirífico arsenal está ahora en manos de los comunistas rusos. Los policías, un día de disturbios, huyeron entre el griterío de la muchedumbre; a los que se logró agarrar por el pescuezo se les zambulló, definitivamente en los canales de Petrogrado; en su mayoría los funcionarios de la Ojrana fueron fusilados.(17) Todos los provocadores que se pudo identificar corrieron la misma suerte. Y un día, un poco para ilustrar a los camaradas extranjeros, reunimos en una especie de museo cierto número de piezas particularmente curiosas, tomadas de los archivos secretos de la Seguridad del imperio... Nuestra exposición se realizó en una de las salas más bellas del Palacio de Invierno; los visitantes podían hojear, junto a una ventana situada entre dos columnas de malaquita, el libro de registro de la fortaleza de Pedro y Pablo, la tenebrosa Bastilla del zar, sobre cuyos viejos torreones se veía, del otro lado del Neva, ondear la bandera roja.
Aquellos que lo vieron saben que la revolución es invencible aun antes de vencer.
__________________________
NOTAS
1. Los socialistas-revolucionarios de la buena época del partido tuvieron a Azev, cuya actividad fue quizás más amplia y singular aún que en los tiempos de Malinovsky. Consultar al respecto el libro de Jean Longet, Terroristes et policiers.
2. Por el contrario, las iniciativas individuales o colectivas acordes con las necesidades y las aspiraciones del partido -es decir, del proletariado- adquieren en ello su máxima eficacia.
3. I. Kaliáev ejecutó, por orden del partido socialista_revolucionario, al gran duque Sergio (Moscú, 1905), y fue ahorcado. Egor Sazónov ejecuto asimismo, el mismo año, en San Petersburgo, al presidente del consejo Plehve. Condenado a muerte, perdonado, enviado a, trabajos forzados, amnistiado, se suicidó en el penal de Akatuí, pocos meses antes de concluir su condena, para protestar por el maltrato que recibían sus compañeros detenidos. Estos dos hombres de gran belleza moral, dejaron en Rusia un profundo recuerdo.
4. Stolypin, jefe del gobierno del zar en el período de reacción implacable que siguió a la revolución de 1905, se dedicó a consolidar el régimen por medio de una represión sistemática y de reformas agrarias.
5. Poco numerosos, los maximalistas, disidentes del partido socialista-revolucionario, a los cuales reprochaban la corrupción de sus jefes y una ideología oportunista, fueron principalmente, aunque con teorías tan radicales como fantasiosas, terroristas intrépidos. Aún existe un puñado, enredado con los socialistas-revolucionarios de izquierda.
6. Salomón Ryss pagaría cara su audacia. Arrestado en el sur de Rusia, luego de algunas acciones arriesgadas, tuvo que defenderse, frente a los jueces, de la terrible sospecha de sus compañeros de lucha, rechazó "reemprender el servicio" en la Ojrana, y, condenado a muerte, murió como revolucionario.
7. El señor Raymond Recouly destila todavía en los periódicos burgueses su esclarecido patriotismo... El dinero no tiene olor.
8. Haase, líder de la socialdemocracia alemana, muerto en 1919 por un loco; Dan, menchevique ruso.
9. La colaboración estrecha es casi la regla entre las policías de los Estados capitalistas, de suerte que en cierto sentido se- podría hablar de policía internacional. En relación a los inicios de la colaboración entre la Ojrana zarista y la Seguridad de la III República francesa, se hallarán curiosas y detalladas páginas en un viejo libro de Ernest Daudet, Histoire diplomatique de l'alliance franco-russe, 1894. Ahí se verá cómo los señores Freyssinet, Ribot, Constant, entonces ministros, conciertan con el embajador de Rusia, Morenheim, la detención de un grupo de nihilistas, organizado, por lo demás, por el soplón Landesen (quien, más tarde, bajo el nombre de Harting, hizo carrera diplomática en Francia, recibiendo la Legión de Honor). Otro libro, no menos olvidado, L'alliance franco-russe, de Jules Hansen, confirma esta versión. Finalmente el antiguo jefe de la Seguridad, Goron, relata en sus memorias que el prefecto de París pidió al jefe de la policía rusa en París (Rachkovsky) la colaboración de sus agentes para el control de ciertos emigrados (citado por V. Búrtzev). Anotemos estas confesiones, a pesar de su vejez: están firmadas por hombres de los cuales no cabe la sospecha de querer calumniar al gobierno francés. Refirámonos a hechos mucho más recientes que, desgraciadamente, no tuvieron la resonancia que debieran ni aun en la prensa obrera. En febrero de 1922, Nicolau Fort, uno de los presuntos asesinos del ministro español Dato, y de su compañera Joaquina Concepción, fue entregado por la policía alemana a la policía española, por intermedio de la policía francesa. El traslado de los extraditados se realiza en el mayor de los secretos. El gobierno español pagó a la policía berlinesa una cuantiosa suma. En 1925, durante el gobierno Henriot, la gendarmería y la policía francesas rechazaban en diversas oportunidades, en la frontera de los Pirineos, a los obreros españoles acorralados por la policía de Primo de Rivera.
10. Publicista, liberal, Vladímir Búrtzev se consagró a la historia del movimiento revolucionario y a la lucha contra la provocación policial. Desenmascaró a los provocadores Azev, Harting-Landesen, y a muchos otros. Preconizó el terrorismo individual contra el antiguo régimen. Tras la caída del zarismo, evolucionó rápidamente, como la mayoría de los socialistas-revolucionarios, sus compañeros de lucha, hacia la contrarrevolución. Amigo y colaborador de G. Hervé, partidario de la intervención en Rusia, se convertirá en agente de propaganda de Denikin, Kolchak, Wrangel, en París.
11. Toda la correspondencia de este personaje y de sus jefes es altamente edificante. Vemos al director de la Seguridad de Petersburgo asegurarle al señor Krassílnikov que las autoridades rusas desmentirán en todas las circunstancias su papel la policía rusa; vemos a este extraño consejero diplomático título oficial--- maquinar, para burlar las encuestas de Búrtzev, una intriga prodigiosamente complicada. Un ex agente de la Seguridad rusa en el extranjero, Jollivet, entra en relación con Búrtzev, le hace revelaciones y se encarga de vigilar a una persona sospechosa de provocación, pero en realidad vigila al propio Búrtzev, del que informa a la Ojrana. ¡Soplonería y traición en tercer grado! Un laberinto.
12. Byloé, Le passé, París, 1908.
13. El expediente de vigilancia de las organizaciones socialdemócratas, solamente para el año 1912, constaba de 250 gruesos volúmenes.
14. Convertido más tarde en patriota, gubernamental y policíaco. El partido de Pilsudski.
15. Konspirativno?
16. El carpintero Stepán Jalturin, fundador en 1878 de la Unión Septentrional de Obreros Rusos, fue uno de los verdaderos precursores del movimiento obrero ruso. Adelantándose un cuarto de siglo a su tiempo, concibió la revolución como realizable a través de la huelga general. Colocado como carpintero entre el personal obrero del Palacio de Invierno, durmió mucho tiempo sobre un colchón que poco a poco fue llenando de dinamita... Alejandro II escapé a la explosión del 5 de febrero de 1880. Jalturin fue ahorcado dos años más tarde, después de haber ejecutado al procurador Srélnikov, de Kiev. Había sido obligado al terrorismo a causa de la provocación policial que asoló a su agrupación obrera. Es una de las más grandes y nobles figuras de la historia de la Revolución Rusa.
17. La república democrática de Kerensky creyó poder protegerlos, logrando algunos pasar al extranjero.
<< Lea la Introduccón | Lea el Capitulo 2 >> |