J. J. Morales Hernández

Noche y Neblina

 

 

EL DAÑO PROVOCADO EN LA VÍCTIMA DIRECTA

Y COLATERAL POR LA DESAPARICIÓN FORZADA

 

Es el agudizamiento de la brecha que separa a los pocos que tienen todo, de los muchos que carecen de lo más indispensable lo que históricamente ha sido el problema —o sea la lucha de clases—. La fuerza del Estado representada por el ejército y las policías que están al servicio de las élites empresariales, listos para defender el orden establecido y reprimir con todos los medios a su alcance a los grupos sociales y políticos que cuestionen y pongan en riesgo sus intereses políticos y económicos que tiene en su poder.Efectivamente la oligarquía enquistada está en peligro por la voluntad soberana del pueblo. Lafayet decía que el pueblo tiene “el derecho de resistencia a la opresión”, también en nuestra Carta Magna lo consagra el artículo 39 constitucional, en que el pueblo tiene el inalienable derecho de cambiar su forma de gobierno —y no dice como— y no como lo plantean los filósofos y doctrinistas al servicio de la oligarquía tomando a Dios como el que dirige la historia “poliada” y el que se encarga de los destinos de la patria, religión, y la política, —Dios es el autor de la historia— pero el hombre pensante y racional lo quiere hacer descender a la tierra, pero se topa con la irracionalidad, lo vesánico, lo siniestro y el desbocado instinto homicida de quienes ven sus mezquinos intereses de clase y sus privilegios amenazados, reaccionan tratando de exterminar toda propuesta revolucionaria de vida y cultura.Aquí el planteamiento del problema principal es el de los compañeros desaparecidos que en los años setentas intentamos transformar el sistema social por injusto, y siendo conscientes de la pequeña o gran dosis del sacrificio que había que aportar, así lo hicimos, pero nunca pensamos que la respuesta fuera tan vesánica ya que la guerra también tiene leyes, pero se nos olvidó que las leyes son de ellos y nos la aplicaron como lo hacen los animales (por la fuerza), porque el hombre civilizado lo hace con el derecho, y el resultado es muy doloroso: 797 desaparecidos, acreditados 436 y en 208 hay pruebas fundadas, no se han confirmado 152. De Jalisco son 32 desaparecidos se acreditaron 23 y en nueve hay presunción. Esta información fue publicada en el periódico The New York Times —creo que tienen más información que nosotros mismos— , todo esto nos sucedió de septiembre del año de 1970 a finales de 1983.Esos aciagos años que nos dejaron improntas indelebles y esa catarsis que nos lacera al ver a las madres esperando a su ser querido y que no llega, madres y esposas que hasta la fecha siguen esperando a que llegue su ser querido; esta incertidumbre les ha causado ese perenne dolor, además de enfermedades psíquicas y no hay nada que se los mitigue.

 

La desaparición forzada de personas en América Latina. Orígenes y desarrollo

Algunos autores encuentran antecedentes de las desapariciones en las prácticas nazis durante la Segunda Guerra Mundial, cuando unas siete mil personas fueron trasladadas secretamente a Alemania bajo el decreto Nach un Nebel (Noche y Niebla), emitido por el Supremo Comando del Ejército alemán en 1941.

Legalizadas en el decreto “Noche y Niebla”. Siguiendo órdenes de Hitler, los nazis recurrieron a la desaparición de los opositores a fin de evitar que fuesen convertidos en mártires por sus pueblos si eran sometidos a juicios y condenas de muerte.El decreto establecía que cualquier persona podía ser detenida por simples sospechas para ser “desvanecida”, que no podía obtenerse información sobre el paradero y situación de las víctimas, con lo que pretendían lograr una “intimidación efectiva” de la población y los familiares debido al terror paralizanteque se desataría.

Cuando los militares latinoamericanos empezaron a utilizar la práctica de la desaparición forzada de personas como un método represivo, creyeron que habían descubierto el crimen perfecto: dentro de su inhumana lógica, no hay víctimas, por ende, no hay victimarios ni delito.

 

La práctica de la desaparición forzada surgió en América Latina en la década de los sesentas.[49]

Desde el primer momento, las desapariciones forzadas mostraron los signos de lo que a través de los años llegó a constituir el método principal de control político y social en ese país: impunidad y absoluta transgresión de las leyes más elementales de convivencia humana.

El odio largamente masticado hizo explosión, y mientras el gobierno enviaba policías y soldados a cortar testículos, abrir los vientres de las mujeres embarazadas —bajo la consigna de no dejar ni la semilla—. Nosotros pusimos los muertos y ellos pusieron las balas.Se desataron las campañas militares de “cerco y aniquilamiento” contra los movimientos guerrilleros, los cuerpos de seguridad no tenían responsabilidad penal por homicidios, y los partes policiales o militares se consideraban prueba plena en los juicios.A lo largo de dos décadas, el método se extendió a El Salvador, Chile, Uruguay, Argentina, Brasil, Colombia, Perú, Honduras, Bolivia, Haití y México. Amnistía Internacional, fedefam y otros organismos de derechos humanos sostienen que, en poco más de veinte años (1966-1986), noventa mil personas fueron víctimas de esta aberrante práctica en diferentes países de América Latina.

Producto de una política continental de dominación, las desapariciones no son un rasgo exclusivo de las dictaduras militares. Países como México[50], Colombia y Perú, con gobiernos civiles electos, son o han sido escenarios de la misma. Asimismo, sus objetivos se reflejaron una vez más haciendo víctimas en los países tanto a aquellos que desarrollaron una labor política, social o cultural en favor de la construcción de un gobierno revolucionario.

Entre 1963 y 1980, “México fue perdiendo poco a poco su fisonomía jurídica a fin de someterse a los caprichos de la oligarquía en el poder en alianza con las fuerzas armadas y grupos fácticos.”En un proceso de creciente anulación de la sociedad civil a través de la utilización de prácticas terroristas, la desaparición forzada ha cobrado alrededor de más de dos mil víctimas en México.Estas personas desaparecidas, junto con asesinatos políticos forman parte del presente en una nación convulsionada por el terrorismo de Estado, que continúa negándose a sí mismo al no reconocer la existencia de esos crímenes abominables y no poner en práctica los mecanismos sociales de justicia.

Esta práctica que se generalizó a todo lo largo y ancho del continente americano con la llamada “operación cóndor” dirigida por la CIA como brazo operador del imperialismo yanqui, dejando a su paso a nombre de la “democracia” miles y miles de muertos y desaparecidos.En ningún país de América Latina se respetaron ninguno de los Derechos Humanos. Pongo de manifiesto los siguientes ejemplos para demostrar lo aquí planteado y de cómo la CIA al preparar a los ejércitos latinoamericanos en la Escuela de las Américas en Panamá aplicaron el mismo sistema de tortura, asesinato y desaparición forzada, ejemplos:

 

Guatemala:

En los inicios de la década del sesenta, en el Siglo XX, Guatemala se encontraba sumida en una crisis política. Las movilizaciones populares contra la corrupción gubernamental, por los derechos y libertades democráticas y en procura de mejores condiciones de vida se sucedían una tras otra.

Las demandas más inmediatas de los diferentes sectores de la población se convertían fácilmente en abiertas confrontaciones políticas debido a la notoria falta de voluntad para satisfacerlas por parte de los sectores en el poder.

Estos factores, aunados a la ausencia de canales democráticos para la libre participación popular, abonaron el terreno para el surgimiento del primer movimiento guerrillero que contó con la simpatía y apoyo de gruesos sectores de la población.

En el contexto de la crisis se produjo un golpe de estado en marzo de 1963, encabezado por un militar derechista: el coronel Enrique Peralta Azurdia.

Peralta Azurdia suspendió la Constitución de 1956 y gobernó los siguientes tres años por decreto. El estado de sitio estuvo vigente durante la mitad de esos tres años.

La seguridad del Estado fue concentrada por el Ejército, el que recurrió al más descarnado terror con los objetivos de combatir eficazmente a la guerrilla y aislarla.

Como parte de la campaña contrainsurgente fueron emitidas leyes antidemocráticas y atentatorias contra los derechos humanos, como la llamada Ley de Defensa de las Instituciones Democráticas, el decreto 9.[51]

En el marco de esta ley fue organizada la Policía Judicial, bajo la concepción de una policía política; además, se “legalizaron” las detenciones por simples sospechas seguidas de la incomunicación de las víctimas, las que eran sometidas a crueles interrogatorios y salvajes torturas en los centros de detención.Las detenciones fueron haciéndose cada vez más prolongadas y paulatinamente se convirtieron en desapariciones.

En marzo de 1966, fueron capturados y desaparecidos 28 dirigentes políticos y populares e intelectuales opositores. Sus cuerpos jamás aparecieron. Posteriormente se logró establecer que habían sido capturados por órdenes del entonces ministro de la defensa, el coronel Rafael Arriaga Bosque. Torturados hasta la muerte, sus cadáveres fueron arrojados al mar desde aviones de la Fuerza Aérea.[52]

Entre 1963 y 1968 fueron 45 mil personas desaparecidas —junto con unos 150 mil asesinatos políticos— que demuestran la existencia de esos crímenes abominables y no poner en práctica las instituciones jurídicas. 

 

Desaparecidos en el Brasil

En Brasil los orígenes de las desapariciones también coinciden con la militarización del Estado a partir del golpe de 1964.

En junio de ese año fue creado el Servicio de Inteligencia Nacional (SIN) cuyas funciones eran las de recoger y clasificar la información sobre los opositores.

El SIN operaba a través de las secciones de inteligencia de los diferentes cuerpos de seguridad y de las Divisiones Regionales de Operaciones de Inteligencia y Coordinaciones de la Defensa Interna. El personal asignado era heterogéneo: oficiales del ejército y de las policías y elementos de grupos paramilitares. Además de la voluntad política para desaparecer, las torturas a los presos engrosaron la lista de desaparecidos. A menudo, los prisioneros eran muertos debido al brutal tratamiento de que eran víctimas y sus cuerpos eran sepultados bajo nombres falsos y actas de defunción también falsas, elaboradas con la complicidad del Instituto de Medicina Legal.

 

La desaparición forzada en Argentina

Otro momento importante con relación al “refinamiento” del método, se dio en Argentina entre 1976 y 1983.Dentro de una tendencia represiva del ejército que se remonta a unos cuarenta años atrás, en 1973 habían surgido los escuadrones de la muerte.

Grupos como la Alianza Anticomunista Argentina y el comando Libertadores de América, por ejemplo, iniciaron el tránsito hacia la ilegalidad al secuestrar y asesinar supuestos opositores izquierdistas entre 1973 y 1974, de una manera completamente impune.

En 1975, el ejército argentino recurrió por primera vez a la desaparición de personas en Tucumán, al reprimir un alzamiento guerrillero. Las víctimas fueron no sólo los alzados en armas, sino también elementos de la población civil.

A partir del golpe de Estado que derrocó a María Isabel Perón en marzo de 1976, el poder político fue centralizado en su totalidad por los militares. Sus intenciones fueron anunciadas por el golpista general Videla, quien en 1975 había dicho “...morirán tantos argentinos como sea necesario a fin de preservar el orden".[53]En un proceso cruento, cuyas víctimas eran escogidas bajo el criterio amplísimo de desempeñarse como opositores al gobierno militar, las detenciones legales fueron sustituidas por los secuestros y las desapariciones.

Bajo una concepción que condujo a la deslegitimación total de los opositores, el método fue practicado clandestinamente, logrando imponer el silencio y la impunidad. La sociedad argentina sufrió el desgarramiento de sus instituciones y valores humanos de convivencia en un corto periodo.

Ahora las Madres de la Plaza de Mayo, madres de los desaparecidos, están dando la batalla buscando a sus hijos tratando de encontrarlos y se han encontrado con casos muy patéticos cuando lo que han encontrado en lugar de sus hijos han sido en muy raras ocasiones a los nietos que nacieron en las cárceles clandestinas o campos de concentración, hijos que les fueron arrebatados a sus madres al nacer o al abrirles el vientre para extraérselos.

 

El golpe militar en Chile y sus consecuencias

En Chile se empezaron a dar las desapariciones después del golpe que derrocó al gobierno de la Unidad Popular en septiembre de 1973. Fue a partir de entonces que por primera vez la opinión pública internacional se sensibilizó sobre este problema, a través de las denuncias y luchas de los familiares de los detenidos desaparecidos.

Amnistía Internacional da cuenta de denuncias recibidas en la década pasada entre 1973 y 1977.

Las detenciones-desapariciones estuvieron a cargo, fundamentalmente, de la dina —Dirección de Inteligencia Nacional— establecida en 1974. Antes de su creación, las desapariciones eran responsabilidad de distintos cuerpos de seguridad y se procedía indiscriminadamente.Al crearse la dina el método se aplicó cada vez más selectivamente y, al final, fue dirigido sobre todo contra militantes del Partido Comunista Chileno. También se incorporó el factor de la clandestinidad en las operaciones a través de la utilización de agentes de civil armados en automóviles sin placas que conducían a las víctimas a cárceles secretas. Chile tuvo un número similar a Argentina en desaparecidos, cerca de 10 mil y otros tantos de asesinados.

Un ejemplo de la barbarie que desarrolló la junta militar chilena encabezada por el general Augusto Pinochet y dirigida por la CIA presentó los últimos días de vida del trovador Víctor Jara que es asesinado por su canto libertario y su solidaridad con su pueblo:

 

Testimonio sobre el asesinato de Víctor Jara

 

¡A ese hijo de puta me lo traen para acá!

Por Boris Navia Pérez, abogado, casado, tres hijos. Preside el Club de Amigos de Radio Nuevo Mundo y ejerce su profesión, asesora a la Confederación Campesina Ranquil, a exonerados políticos y otros gremios:

“¡A ese hijo de puta me lo traen para acá!”. Gritó el oficial apuntando con su dedo a Víctor Jara, quien junto a unos 600 profesores y estudiantes de la UTE ingresábamos prisioneros con las manos en la nuca y a punta de bayonetas y culatazos al Estadio Chile, la tarde del miércoles 12 de septiembre de 1973. Era el día siguiente del golpe fascista. El día antes, el 11, Víctor debía cantar en el acto que se realizaría en la UTE, donde nuestro rector Enrique Kirberg recibiría al presidente Allende, quien anunciaría el llamado a plebiscito al pueblo de Chile. Sin embargo, la voz de Allende fue apagada en La Moneda en llamas y la guitarra de Víctor quedaría allí, destrozada por la bota militar en el bombardeo de la UTE como testimonio más de la barbarie fascista.“¡A ese hijo de puta me lo traen para acá!”. Repitió iracundo el oficial. Casco hasta los ojos, rostro pintado, metralleta al hombro, granada al pecho, pistola y corvo al cinto, balanceando su cuerpo tensado y prepotente sobre sus botas negras. “¡A ese huevón! ¡A ese!”. El soldado lo empuja sacándolo de la fila. “¡No me lo traten como señorita, carajo!”. Ante la orden, el soldado levanta su fusil y le da un feroz culatazo en la espalda de Víctor. Víctor cae de bruces, casi a los pies del oficial. “¡Che, tu madre! Vos sos el Víctor Jara huevón. El cantor marxista ¡El cantor de pura mierda!”. Y, entonces, su bota se descarga furibunda una, dos, tres, 10 veces en el cuerpo, en el rostro de Víctor, quien trata de protegerse la cara con sus manos (ese rostro que cada vez que lo levanta esboza esa sonrisa, que nunca lo abandonó hasta su muerte). Esa misma sonrisa grande con que cantó desde siempre al amor y a la revolución.“Yo te enseñaré hijo de puta a cantar canciones chilenas, ¡no comunistas!”. El golpe de una bota sobre un cuerpo indefenso no se olvida jamás. El oficial sigue implacable su castigo, enceguecido de odio, lo increpa y patea. La bota maldita se incrusta en la carne del cantor. Nosotros, apuntados por los fusiles contemplamos con horror la tortura de nuestro querido trovador y pese a la orden de avanzar nos quedamos transidos frente al horror. Víctor yace en el suelo. Y no se queja. Ni pide clemencia. Sólo mira con su rostro campesino al torturador fascista.Éste se desespera. Y de improviso desenfunda su pistola y pensamos con pavor que la descerrajará sobre Víctor. Pero, ahora le golpea con el cañón del arma, una y otra vez. Grita e increpa. Es histeria fascista. Y, entonces, la sangre de Víctor comienza a empaparle su pelo, a cubrirle su frente, sus ojos. Y la expresión de su rostro ensangrentado se nos quedaría grabada para siempre en nuestras retinas.

El oficial se cansa y de pronto detiene sus golpes. Mira a su alrededor y advierte los cientos de ojos testigos que en una larga hilera lo observan con espanto y con ira. Entonces, se descompone y vocifera: “¿Qué pasa huevones? ¡Que avancen estas mierdas! Y a este cabrón, se dirige a un soldado, “me lo pones en ese pasillo y al menor movimiento, lo matas! ¿Entendiste? ¡Carajo! El Estadio Chile se iba llenando rápidamente con prisioneros políticos. Primero, dos mil, luego seríamos más de cinco mil. Trabajadores heridos, ensangrentados, descalzos, con su ropa hecha jirones, bestialmente golpeados y humillados. El golpe fascista tuvo allí, como en todas partes, una bestialidad jamás vista. Las voces de los oficiales azuzando a los soldados a golpear, a patear, a humillar esta “escoria humana”, a la “cloaca marxista”, como lo espeta.Hasta hoy día la gente nos pregunta si los miles de prisioneros del estadio presenciaron estas torturas de Víctor y la respuesta es que sólo unos pocos, sus compañeros de la UTE y los más cercanos, ya que el destino y la vida de cada uno estaba en juego y, además, el Estadio Chile era un multiescenario del horror, de la bestialidad más despiadada.

Allí arriba un oficial le cortaba la oreja con su corvo a un estudiante peruano, acusándolo por su piel morena de ser cubano. Allá, un niño de unos 12 años, de repente se levanta de su asiento y llamando a su padre corre enloquecido entre los prisioneros y un soldado le descarga su ametralladora. De pronto un soldado tropieza en las graderías con el pie de un obrero viejo y El príncipe, que así se hacía llamar uno de los oficiales a cargo, desde lo alto de los reflectores que nos enceguecían, le ordena que le golpee y el soldado toma el fusil por su cañón y quiebra su culata en la cabeza del trabajador, que se desangra hasta morir. Un grito de espanto nos sobrecoge. Desde lo alto de la gradería, un trabajador enloquecido se lanza al vacío al grito de ¡Viva Allende! y su cuerpo estalla en sangre en la cancha del estadio. Enceguecidos por los reflectores y bajo los cañones de las ametralladoras, llamadas “las sierras de Hitler”, siguen llegando nuevos prisioneros.Víctor, herido, ensangrentado, permanece bajo custodia en uno de los pasillos del Estadio Chile. Sentado en el suelo de cemento, con prohibición de moverse. Desde ese lugar, contempla el horror del fascismo. Allí, en ese mismo estadio que lo aclamó en una noche del año 69 cuando gana el Primer Festival de la Nueva Canción Chilena, con su Plegaria de un labrador: Levántate y mírate las manos. Para crecer, estréchala a tu hermano. Juntos iremos unidos en la sangre. Hoy es el tiempo que puede ser mañana. Juntos iremos unidos en la sangre. Ahora y en la hora de nuestra muerte, amen.

Allí es obligado a permanecer la noche del miércoles 12 y parte del jueves 13, sin ingerir alimento alguno, ni siquiera agua. Víctor tiene varias costillas rotas, uno de sus ojos casi reventado, su cabeza y rostro ensangrentados y hematomas en todo su cuerpo. Y estando allí, es exhibido como trofeo por el oficial superior y por El príncipe ante las delegaciones de oficiales de las otras ramas castrenses y cada uno de ellos hace escarnio del cantor. La tarde del jueves se produce un revuelo en el estadio. Llegan buses de la población La Legua. Se habla de enfrentamiento. Y bajan de los buses muchos presos, heridos y también muchos muertos. A raíz de este revuelo, se olvidan un poco de Víctor. Los soldados fueron requeridos a la entrada del estadio.

Entonces, aprovechamos para arrastrar a Víctor hasta las graderías. Le damos agua. Le limpiamos el rostro. Eludiendo la vigilancia de los reflectores y las “punto 50”, nos damos a la tarea de cambiar un poco el aspecto de Víctor. Queremos disfrazar su estampa conocida. Que pase a ser uno más entre los miles. Un viejo carpintero de la UTE le regala su chaquetón azul para cubrir su camisa campesina. Con un cortauñas le cortamos un poco su pelo ensortijado. Y cuando nos ordenan confeccionar listas de los presos para el traslado al Estadio Nacional, también disfrazamos su nombre y le inscribimos con su nombre completo: Víctor Lidio Jara Martínez. Pensábamos, con angustia, que si llegábamos con Víctor al Nacional, y escapábamos de la bestialidad fascista del “Chile”, podríamos, tal vez, salvar su vida.Un estudiante nuestro ubica a un soldado conocido, le pide algo de alimento para Víctor. El soldado se excusa, dice que no tiene, pero más tarde aparece con un huevo crudo, lo único que pudo conseguir y Víctor toma el huevo y lo perfora con un fósforo en los dos extremos y comienza a chuparlo y nos dice, recuperando un tanto su risa y su alegría, “en mi tierra de Lonquén así aprendí a comer los huevos”. Y duerme con nosotros la noche del jueves, entre el calor de sus compañeros de infortunio y, entonces, le preguntamos qué haría él, un cantor popular, un artista comprometido, un militante revolucionario, ahora en dictadura y su rostro se ensombrece previendo, quizás, la muerte. Hace recuerdos de su compañera, Joan, de Amanda y Manuela, sus hijas y del presidente Allende, muerto en La Moneda, de su amado pueblo, de su partido, de nuestro rector y de sus compañeros artistas. Su humanidad se desborda aquella fríanoche de septiembre.

El viernes 14 estamos listos para partir al Nacional. Los fascistas parecen haberse olvidado de Víctor. Nos hacen formar para subir a unos buses, manos en alto y saltando. Y las bayonetas clavándonos. En el último minuto, una balacera nos vuelve a las gradería.

Fatídico 15-IX-73.

Y llegamos al fatídico sábado 15 de septiembre de 1973. Cerca del mediodía tenemos noticias que saldrán en libertad algunos compañeros de la UTE. Frenéticos empezamos a escribirles a nuestras esposas, a nuestras madres, diciéndoles solamente que estábamos vivos. Víctor sentado entre nosotros me pide lápiz y papel. Yo le alcanzo esta libreta, cuyas tapas aún conservo. Y Víctor comienza a escribir, pensamos en una carta a Joan su compañera. Y escribe, escribe, con el apremio del presentimiento. De improviso, dos soldados lo toman y lo arrastran violentamente hasta un sector alto del estadio, donde se ubica un palco, gradería norte. El oficial llamado El príncipe tenía visitas, oficiales de la Marina. Y desde lejos vemos como uno de ellos comienza a insultar a Víctor, le grita histérico y le da golpes de puño. La tranquilidad que emana de los ojos de Víctor descompone a sus cancerberos. Los soldados reciben orden de golpearlo y comienzan con furia a descargar las culatas de sus fusiles en el cuerpo de Víctor. Dos veces alcanza a levantarse Víctor, herido, ensangrentado. Luego no vuelve a levantarse. Es la última vez que vemos con vida a nuestro querido trovador. Sus ojos se posan por última vez, sobre sus hermanos, su pueblo mancillado.

Aquella noche nos trasladan al Estadio Nacional y al salir al foyer del Estadio Chile vemos un espectáculo dantesco. Treinta o cuarenta cuerpos sin vida están botados allí y entre ellos, junto a Litre Quiroga, director de Prisiones del Gobierno Popular, también asesinado, el cuerpo inerte y el pecho perforado a balazos de nuestro querido Víctor Jara. 42 balas. La brutalidad fascista había concluido su criminal faena. Era la noche del sábado 15 de septiembre. Al día siguiente su cadáver ensangrentado, junto a otros, sería arrojado cerca del Cementerio Metropolitano. Esa noche, entre golpes y culatazos ingresamos prisioneros al Estadio Nacional. Y nuestras lágrimas de hombres quedaron en reguero, recordando tu canto y tu voz, amado Víctor, Víctor del pueblo:

 

Yo no canto por cantar

Ni por tener buena voz

Canto porque la guitarra

tiene sentido y razón

Que no es guitarra de ricos

ni cosa que se parezca

Mi canto es de los andamios

para alcanzar las estrellas.

 

Esa misma noche, ya en el Nacional, lleno de prisioneros, al buscar una hoja para escribir, me encontré en mi libreta, no con una carta, sino con los últimos versos de Víctor, que escribió unas horas antes de morir y que el mismo tituló Estadio Chile, conteniendo todo el horror y el espanto de aquellas horas. Inmediatamente acordamos guardar este poema. Un zapatero abrió la suela de mi zapato y allí escondimos las dos hojas del poema. Antes, yo hice dos copias de él, y junto al ex senador Ernesto Araneda, también preso, se las entregamos a un estudiante y a un médico que saldrían en libertad.

Sin embargo, el joven es revisado por los militares en la puerta de salida y le descubren los versos de Víctor. Lo regresan y bajo tortura obtienen el origen del poema. Llegan a mí y me llevan al Velódromo, transformado en recinto de torturas e interrogatorios.

Me entregan a la FACh y tan pronto me arrojan de un culatazo a la pieza de tortura, el oficial me ordena sacarme el zapato donde oculto los versos. “¡Ese zapato, cabrón!”. Grita furibundo. Su brutalidad se me viene encima. Golpea el zapato hasta hacer salir las hojas escritas. Mi suerte estaba echada. Y comienzan las torturas, patadas, culatazos y la corriente horadando las entrañas, torturas destinadas a saber si existían más copias del poema. Y ¿por qué a los fascistas les interesaba el poema? Porque a cinco días del golpe fascista en Chile, el mundo entero, estremecido, alzaba su voz levantando las figuras y los nombres señeros de Salvador Allende y Víctor Jara y, en consecuencia, sus versos de denuncia, escritos antes del asesinato, había que sepultarlos.Pero quedaba otra copia con los versos de Víctor, que esa noche debía salir del estadio.

Entonces, se trataba de aguantar el dolor de la tortura. De la sangre. Yo sabía que cada minuto que soportara las flagelaciones en mi cuerpo, era el tiempo necesario para que el poema de Víctor atravesara las barreras del fascismo. Y, con orgullo debo decir que los torturadores no lograron lo que querían. Y una de las copias atravesó las alambradas y voló a la libertad y aquí están algunos versos de Víctor, de su último poema, Estadio Chile:

 

Somos cinco mil

en esta pequeña parte de la ciudad

Somos cinco mil

¿Cuántos seremos en total en las

ciudades y en todo el país?

¡Cuanta humanidad, hambre, frío,

pánico, dolor, presión moral, terror y

locura!

Somos diez mil manos menos que no

producen

¿Cuántos somos en toda la Patria?

La sangre del compañero Presidente

golpea más fuerte que bombas y

metrallas.

Así golpeará nuestro puño nuevamente.

 

Estos versos recorrieron todo el planeta. Y las canciones de Víctor, de amor y rebeldía, de denuncia y compromiso, siguen conquistando a los jóvenes de todos los rincones de la Tierra.

El oficial fascista que ordenó acribillarlo debió quedar contento con su crimen, pensando que había silenciado la voz del cantor, sin saber que hay poetas y cantores como Víctor Jara que no mueren, que mueren para vivir, y que su voz y su canto seguirán vivos para siempre en el corazón de los pueblos.

 

Desapariciones en El Salvador

En 1967, en El Salvador, fue organizada la facción Organización Democrática Nacional “orden” por iniciativa de un miembro del ejército. Esto ocurrió en 1967, mismo año en que aparecieron los grupos paramilitares en Guatemala.En 1970 pasó bajo el control directo del ejército. Después del golpe militar de 1979 la junta de gobierno la disolvió formalmente; a esas alturas, tenía oficina propia en la sede del ejecutivo, veintidós oficiales del ejército asignados para su administración, 22 mil colones mensuales para su funcionamiento y unos 150 mil civiles armados.

Sin embargo, orden continuó actuando pese a su formal disolución. Continuó cumpliendo con labores de información y aniquilación de supuestos enemigos subversivos en estrecha colaboración con las fuerzas armadas. El método de desapariciones forzadas, tan sólo en la primera mitad de los ochenta, cobró más de siete mil víctimas.

 

Principales rasgos del método. Los perpetradores del delito y otros aspectos generales

Amnistía Internacional al analizar la conducta de los agentes de las desapariciones, ubica dos tendencias principales en relación con los procedimientos empleados. Tras un manto de legalidad dado por medio de sucesivas elecciones,[54] el ejército recurre a la incorporación de grupos paramilitares que “operaron con impunidad y fuera de la ley, pero absolutamente integrados a la red de seguridad oficial”[55]La práctica, adoptada como política estatal, es totalmente centralizada por las fuerzas armadas y sus grupos paramilitares. A medida que fueron refinando el método de la desaparición forzada, este adquirió ciertas características que es posible establecer en nivel general:

a) Las desapariciones forzadas forman parte del trabajo de la inteligencia militar;

b) Su práctica es centralizada y dirigida desde el más alto nivel de decisión (poder ejecutivo y militar) en orden descendente a través de los aparatos de inteligencia;

c) Es clandestina. Desarrolla un aparato que incluye grupos operativos, locales de reclusión, vehículos, armamento, disfraces; médicos y psiquiatras que contribuyen en la fase del interrogatorio; etc.; y,

d) Desarrolla a la par una campaña de manipulación psicológica en búsqueda de la aceptación social del método y el resguardo de su impunidad.

 

La información, un problema clave

A partir de la implementación de la doctrina de seguridad nacional los ejércitos desarrollaron en su interior un régimen paralelo clandestino cuya tarea fundamental es la información.

Este es un problema clave; por un lado, la información es el instrumento que posibilita la perpetración de los secuestros seguidos por desapariciones; por el otro lado, obtener más información extrayéndola de los opositores secuestrados constituye uno de los móviles fundamentales de la detención-desaparición.

En términos operativos, el planeamiento del secuestro se basa en la obtención de toda la información posible acerca de la víctima en distintos niveles:

• Información personal (características físicas —fotografías, descripciones—, residencia, familia, lugar de trabajo, trayectos, horarios, medios de locomoción, carácter, posibles reacciones ante los agresores, etc.);

• Información política (vínculos organizativos y políticos, nivel de participación, consistencia política, ideología, desavenencias o acuerdos, trayectoria, etc.);

• Coyunturas nacional e internacional, la posibilidad de respuesta en relación a características y momento concreto del movimiento popular, la organización política, los familiares, etc.Para la obtención de esa información son utilizadas todo tipo de formas: observación sobre lugares de vivienda y trabajo, seguimientos a pie o en vehículo, toma de fotografías, rastreo de archivos públicos y privados, interrogatorios disimulados a vecinos, amigos o familiares, etc.

Los datos obtenidos son procesados, evaluados, archivados en memorias manuales o automáticas y luego utilizados en las distintas fases de la operación propiamente dicha.

Con una labor eficiente en cuanto al acopio de la información previa, para los ejércitos fue posible lograr una mayor efectividad en distintos niveles:

• Elección de la víctima más adecuada para propinar un golpe certero a las fuerzas opositoras;• Conocimiento de sus actividades para planear una operación "limpia" en el sentido de no tener que usar las armas con las consecuencias previsibles (heridos, muertos, escándalo); y,

• Conocimiento minucioso de la personalidad y características de la víctima para planear el interrogatorio y elegir las torturas adecuadas con la finalidad de obtener más información e, incluso, lograr su colaboración espontánea quebrando su voluntad y su compromiso.[56] 

 

La clandestinidad del gobierno como garantía de impunidad

Respecto de la clandestinidad del método, resulta ya un lugar común el mencionar que los secuestros son realizados por hombres armados no identificados, que se conducen en automóviles sin placas y que llevan a las víctimas a lugares secretos.[57]

Los interrogatorios, acompañados de torturas físicas y psicológicas, son llevados a cabo por profesionales en la materia asesorados por psicólogos, psiquiatras y médicos, todos ellos protegidos bajo pseudónimos y máscaras. En esta fase, la función de la tortura no es la de eliminar físicamente a la víctima, sino la de viabilizar la obtención de información.

Finalmente, el resguardo de la impunidad de los “desaparecedores” contempla no sólo la negación absoluta del delito, sino también la creación de explicaciones que abarcan las expresiones más burdas (“los desaparecidos están en Cuba o en Nicaragua”, “fueron secuestrados por la guerrilla”, “se fueron “mojados” a los Estados Unidos”, “son un invento de los subversivos”, “entre ellos se eliminaron”) y hasta la configuración de una campaña propagandística cuyas finalidades son la deslegitimación de la oposición a través de la inducción de una serie de conductas a través de diversos argumentos (“terroristas”, “vulgares delincuentes”).[58] 

 

La desaparición forzada

Helio Gallardo afirma que “El fenómeno de las desapariciones forzadas se da dentro del marco de la guerra contrainsurgente”[59]A esto, agrega Franz Hinkelammert que “Irrumpen (las dictaduras de seguridad nacional) en la sociedad civil, para deshacer estos lazos, introduciendo en toda América Latina la tortura y la desaparición como un medio sistemático y legítimo de la dominación. Esta se basa en la aterrorización de la población entera.”[60]Asimismo, la doctrina de la seguridad nacional, la guerra de baja intensidad y las desapariciones forzadas se dan al interior de la geopolítica norteamericana en el hemisferio occidental.[61]

Dentro de esta política, la que es asumida como propia por sectores nativos, en particular por las fuerzas armadas, se encuentran otros antecedentes: el totalitarismo, el nazismo y las experiencias contrainsurgentes.

Por consiguiente, “el principal motor de las desapariciones forzadas es la geopolítica norteamericana en el área."[62] 

 

La doctrina de seguridad nacional, (dsn) una doctrina guerrerista

La dsn es una doctrina de guerra que parte de la concepción de que existe un enfrentamiento entre el este y el oeste; que la democracia es débil para defender la “seguridad nacional” —la que coloca por encima de los derechos del hombre—; que ésta (la seguridad nacional) es amenazada no sólo por un enemigo externo sino también por uno interno, separado por una imprecisa y arbitraria frontera ideológica.[63]Además, “...en cuanto ideología dominante para un proyecto de Estado y sociedad, reposa en dos vertientes:• La imagen de la existencia de una crisis, por una parte, y la afirmación del rol militar como factor de restauración del equilibrio, para que esa restauración abra el paso al nuevo proyecto ajustado a los intereses económicos de la transnacionalización y la concentración del poder y la riqueza. La restauración neoconservadora expresó un objetivo básico: fundar un Nuevo Orden Político, mientras una esmerada operación de cirugía represiva basada en los métodos de la contrainsurgencia, elimina a los “enemigos del sistema”.[64]

 

Ejércitos latinoamericanos, ejércitos de ocupación

La doctrina de Seguridad Nacional derivó en un proceso de militarización en América Latina, surgido en un marco de crisis de la hegemonía norteamericana al concretarse una alternativa revolucionaria en Cuba.

Como se menciona arriba, las condiciones políticas internas en algunos de los países también llegaron a niveles de crisis, predominando el descontento popular, las movilizaciones constantes y la radicalización de sectores de la población que

optaron por la lucha armada.

En ese contexto los ejércitos (modernizados, profesionales, capacitados por las escuelas militares norteamericanas) fueron utilizados como la única opción posible para mantener el orden social, concebido éste como el mantenimiento del sistema político y económico.

Dentro de esta lógica el ejército se sitúa por encima de la sociedad, como la encarnación de los intereses nacionales, que tiene como contraparte a un responsable de todos los males sociales, a un enemigo subversivo. Esta concepción es común a todos los sectores que comparten la hegemonía del Estado.[65]

 

La frontera ideológica

Según la Doctrina de Seguridad Nacional, no existe un frente de guerra en el sentido tradicional. El enemigo (la subversión, el comunismo internacional) se encuentra en cualquier lado, incluso —o sobre todo— en el seno de la población.El conflicto se expresa no sólo en el terreno militar, sino en cuestiones ideológicas, políticas o culturales, las que presupuesta tan peligrosas como las acciones militares y ante las que responde utilizando métodos violentos (“si piensas diferente, te elimino”).De esa manera, los ejércitos latinoamericanos rompieron con la concepción tradicional de defensa del territorio y la soberanía, para convertirse en virtuales ejércitos de ocupación en sus propios países, representando y defendiendo intereses ajenos y hasta contrarios a los del pueblo, ya que ellos pertenecen al mismo como clase social, en un supuesto combate contra el comunismo internacional.

Subordinando la política a la razón de Estado, los individuos son calificados de acuerdo con una clasificación maniquea de “amigo” o “enemigo”. Toda la actividad del Estado en función de su seguridad se dirige contra aquellos calificados como enemigos, a los que declara la guerra total sin considerar ningún límite para su actuación.La difusión del terror a través de hechos represivos ha sido acompañada de sucesivas campañas de control ideológico por medio de las cuales se pretende infundir en la población la creencia sobre la existencia real de un enemigo (logrando la acultura), de tal manera que ésta lo asuma como suyo también.

Expresiones tales como “los delincuentes subversivos”, narcoterroristas”, “come niños” y otros temas, formaron parte de los mecanismos de control ideológico utilizados.El temor a un cambio revolucionario en las capas medias, la radicalización de las derechas y la búsqueda de una salida a la crisis, contribuyen a generar el “consenso”, ya que éstas ven en los excesos represivos algo necesario, y legitiman su accionar. 

 

La doctrina de seguridad nacional y el terrorismo de Estado

La doctrina de seguridad nacional ha sido aplicada de acuerdo con las condiciones específicas de cada país.

En muchos países latinoamericanos se constituyeron Estados fuertes, verticales, militares, despreciativos de las normas democráticas, anticivilistas, que eliminaron la independencia de poderes sometiendo a los organismos legislativo y judicial al ejecutivo, controlado éste último por una cúpula militar que actúa en base a medidas de excepción.[66]

Para restaurar el orden, los ejércitos han recurrido al estado de excepción, por medio del cual reemplazan el orden jurídico existente por todas las formas de la arbitrariedad.

Todo esto se tradujo para las sociedades latinoamericanas en una situación de sojuzgamiento en la que prevaleció la utilización de métodos terroristas como la tortura, los asesinatos políticos, las desapariciones forzadas y otras formas de conculcación de los derechos civiles y políticos; métodos ejercidos por las fuerzas armadas y grupos paramilitares que actuaron bajo su absoluto control y dirección. Los gobiernos represores para imponerse y subsistir han tenido que organizar un fuerte aparato represivo para acallar toda voz de disenso e instaurar un verdadero terror en las poblaciones, quebrando toda posibilidad de lucha o solidaridad.”[67]Además, “la represión está sólidamente estructurada e internacionalizada, es masiva, se instrumentan métodos represivos en forma selectiva que, suelen ser usados ampliamente para incrementar el terror, se ejerce coartando las libertades de expresión, movilización y organización, abarca desde los presos políticos, el exilio, la censura, hasta brutales torturas, vejaciones, asesinatos, secuestros y la instauración de un nuevo tipo de represión: la detención desaparición de personas, llega a extremos de genocidio, haciendo desaparecer poblaciones en su totalidad o de etnocidio cuando aplicaron la política de destrucción total o de migraciones masivas de poblaciones (casos de Guatemala y Perú y aquí en México en Oaxaca y Guerrero), en un evidente intento de romper los lazos culturales tradicionales, ha implementado un verdadero terrorismo de Estado para extirpar las luchas populares, está tan enraizado (el aparato represivo) que aún países que inician un proceso democrático se encuentran con enormes dificultades para desmantelarlo. La persistencia del aparato represivo debilita el poder político”.[68]El carácter internacional de la represión se manifiesta en hechos como la coordinación de las fuerzas armadas de país a país a través de organismos como el Consejo de Ejércitos Centroamericanos —condeca—, por ejemplo, por medio de los cuales intercambian información, realizan operativos conjuntos, (por ejemplo: el comandante guerrillero guatemalteco J. Sosa al cruzar la frontera con México para evitar ser asesinado por el ejército de su país, fue ultimado por las fuerzas armadas mexicanas) etc. Esto explica también como se han dado las desapariciones en cualquier país latinoamericano, sin importar la nacionalidad de la víctima. 

 

La desaparición forzada y la guerra de baja intensidad

La guerra de baja intensidad es una versión modernizada, más pragmática y más objetiva, de la guerra contrainsurgente. En la segunda mitad de la década del setenta, fundamentalmente después del triunfo revolucionario en Nicaragua, las fuerzas hegemónicas norteamericanas principiaron a aplicar esta nueva concepción de guerra en búsqueda de resultados efectivos contra los movimientos insurgentes en algunos de los países centroamericanos y contra el Estado revolucionario nicaragüense.

La Guerra de Baja Intensidad es producto de la experiencia norteamericana en Vietnam, país en el que los Estados Unidos aplicaron una estrategia basada en aspectos políticomilitares que resultaron inadecuados para hacer frente a una guerra de liberación nacional librada en todos los planos.

Esta concepción se alimentó de todas las doctrinas militares previas, que ofrecían soluciones fragmentadas y cortoplacistas a los conflictos que se presentaban en los diferentes países bajo la dominación norteamericana. Además, se basa en el estudio de los movimientos insurgentes para utilizar contra ellos sus mismas tácticas.

A partir de ella y en las áreas de interés geopolítico para los Estados Unidos, todo es organizado en función de la seguridad norteamericana a través del montaje de proyectos contrarrevolucionarios a escala regional.

Su gran objetivo, dicho de una manera muy simple, es el de neutralizar el apoyo de la población civil a cualquier fuerza revolucionaria, gobernante o insurgente, a través de acciones de deslegitimación, hasta anular su eficacia.

Si bien en su esencia prevalecen los elementos políticos sobre los militares y para los Estados Unidos la participación de sus tropas puede tener un perfil mucho más bajo, en su aplicación práctica para nuestros pueblos sus efectos no resultan ser de baja intensidad.

Esto se entiende en la medida en que la aplicación de esta nueva doctrina de guerra de ninguna manera significó dejar de lado el terrorismo de Estado al interior de cada país.

Además, de lo que se trató fue de implementar respuestas coherentes en nivel regional ante la aparición del fenómeno revolucionario nicaragüense. Contrastar el “totalitarismo” gobernante en ese país con las “democracias” en el resto de Centro América.En ese marco se inscribieron los procesos electorales en Nicaragua, El Salvador y Guatemala en la década de los ochenta, sin que eso implicase el abandono del poder real por parte de los respectivos ejércitos ni la no continuación de las prácticas represivas. Una fachada ajustada a ciertas prácticas democráticas, como las elecciones, les dio un mayor margen en la política interna para continuar con las guerras contrainsurgentes.

 

La guerra psicológica

Las operaciones psicológicas constituyen elementos fundamentales en la guerra de baja intensidad en sus distintas facetas.

La guerra psicológica utiliza todas las formas de propaganda y manipulación de la conciencia social y crea aparatos de desinformación en el nivel de los medios masivos.

Todo esto se aúna a la utilización de métodos terroristas, como las ejecuciones extrajudiciales y las desapariciones forzadas, dentro de una lógica de “guerra preventiva” que extirpa del cuerpo social a los posibles enemigos internos.La represión dentro de la guerra de baja intensidad toma un carácter más selectivo en la urgencia de ganar a la población civil, a diferencia de la represión masiva característica de la doctrina de seguridad nacional que no hace distinciones a la hora de elegir a las víctimas.

Las campañas de desinformación y de propaganda negra están destinadas a imponer la versión de los victimarios. De ella son rasgos fundamentales la inducción de culpa sobre la propia víctima y sus padres, la inducción al silencio y la inducción a considerar a los opositores como inadaptados sociales.

Parte de la guerra psicológica son las listas de amenazados de muerte (el libro: La lista negra del general Mario Acosta Chaparro), la aparición de cadáveres irreconocibles por las mutilaciones, los cementerios clandestinos y las desapariciones forzadas, de tal manera que estos hechos permanezcan en la conciencia social como una advertencia de lo que le sucede a aquellos que se atreven a involucrarse en actividades opositoras.

A través de la combinación de métodos brutales con las sutilezas de la desinformación, en la conciencia social se va perfilando al opositor como un ser ajeno, extraño, loco, “extranjero”, contra quien el ejército “salvador” puede recurrir a las más despiadadas formas de represión, que presuponen la negación de su condición humana.De esta forma se concreta uno de los objetivos de la guerra de baja intensidad, el de deslegitimar a la oposición hasta convertirla en ineficaz, engarzando en esta nueva concepción de la guerra la práctica de la desaparición forzada iniciada hace más de treinta años.

 

Los culpables, sin juicio ni castigo

Una resolución de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos considera que “La desaparición forzada de personas constituye un cruel e inhumano procedimiento con el propósito de evadir la ley, en detrimento de las normas que garantizan la protección contra la detención arbitraria y el derecho a la seguridad e integridad personal.”[69]La evasión de la ley, la impunidad de los “desaparecedores”, se ha manifestado, hasta hoy, en distintos planos:• Las desapariciones no son investigadas por los organismos del Estado;• Los delitos se ocultan y se niegan; y,• Se han aprobado una serie de leyes de amnistía, cuyo principal efecto ha sido el de institucionalizar los crímenes, como los de México, Guatemala, El Salvador y Honduras, Chile, Argentina, Uruguay, etc.• En tal sentido, toda su metodología estaba destinada a no dejar huellas, a garantizar la total impunidad de los criminales. Todo estaba dirigido principalmente a que no fuera descubierto el aparato de terror, de muerte, de sangre, de genocidio total. En lugar de asumir responsablemente esta situación que ellos llamaban guerra, ocultaron la verdad, mintieron sistemáticamente. Dijeron en un comienzo que los desaparecidos eran la creación de la propaganda "subversiva". Más tarde, que estaban en Nicaragua o en Cuba, que se los había hecho salir del País."[70]Esto supone la existencia de aparatos tales como cuerpos paramilitares o los llamados “grupos especiales” dentro de los organismos de seguridad legalmente constituidos, operaciones secretas y cárceles clandestinas actuando en un marco de total impunidad, lo cual necesariamente lleva a concluir que la práctica de las desapariciones forzadas es una política del Estado por medio de la cual se sanciona a personas en razónde sus creencias y opiniones.[71]

Es de esa forma como el Estado mismo se convierte en delincuente, al violar el ordenamiento jurídico internacional que lo obliga a ser garante de los derechos civiles y políticos del individuo.

 

Efectos psicosociales de la desaparición forzada

La práctica de las desapariciones tiene efectos destructivos no sólo en la víctima directa, sino también en su familia y, aún más, en el conjunto de la sociedad, el que ha sido profundamente afectado.

Desde el punto de vista del daño psicológico causado, se puede analizar los efectos en dos planos: en el personal y en el cuerpo social. Para ello parten de la presencia de dos elementos importantes, como son “...la represión directa y la intimidación colectiva permanente y una intensa actividad propagandística destinada a producir profundas modificaciones en los sistemas y valores dominantes en la sociedad.”[72]En el caso de los maestros que fueron señalados de colaborar con la guerrilla, el Estado les retiró las plazas y las prestaciones a ellos y a sus familiares. Esto redunda, nuevamente en situación de pobreza extrema y penuria agravada que sigue pesando como castigo injusto en el dolor de la gente.

Hay casos en los que la tortura producida a un miembro de la familia, ha convertido en un infierno la relación familiar desde hace treinta años y, esa tortura es permanente hasta la fecha. Por ejemplo, el caso de David hijo de la maestra Hilda Flores Solís. Cuando David tenía dos años de edad, llegó la policía a detenerla sin llevar orden de aprehensión. Como forma de torturar a la maestra, le quitaron al niño de los brazos y lo aventaron lejos. Cayó en la estufa y sufrió daños que aun padece. (1328) Aunque el niño se rescató y sobrevivió a esta saña de sevicia, los efectos físicos y mentales perduran y no ha dejado de necesitar tratamiento médico especializado para combatir la esquizofrenia que padece, como parte de las secuelas del trauma.

La mamá fue privada de su plaza de maestra y vive, actualmente, en la extrema miseria. Las migajas de ayuda que recibe de sus vecinos los destina a la medicina de su hijo quien, además le recrimina su situación porque fue víctima de la tortura que se le inflingía a ella. Entrar a su casa en ruinas, saber del infierno que esta familia ha vivido por décadas y entender que la tortura la provocó la policía con motivo de infligir dolor a una persona que se distinguió por su entrega por la justicia; y que esta pobreza extrema la sigue padeciendo por el mecanismo que el Estado estableció de ensañarse en contra de quienes desafiaron su autoritarismo. Entender esto, es indignarse por la tortura permanente —que se define por el ataque a la dignidad de la persona—, que no ha sido aliviada por el Estado. 

 

Efectos en la víctima directa

La desaparición, definida desde este punto de vista como tortura psicológica, tiene como objetivo el aniquilamiento psicológico del sujeto para conseguir la colaboración con su enemigo.

Esto es intentado a través de la tortura, por medio de la cual el detenido es sometido a estados de intensa angustia en los que se busca destruir la resistencia de la víctima, obtener la información que ésta podría proporcionarles y, posiblemente, hasta colocarla en actitud colaboracionista.

En el colmo del sadismo, la víctima también es obligada a observar los sufrimientos inflingidos a otros detenidos y, en algunos casos, a miembros de su propia familia.

Los captores agreden la identidad de la víctima en cuanto ésta es “el conjunto de representaciones y la valoración que un sujeto posee de sí, que le produce un sentimiento de mismidad y que le permite mantener la cohesión interna a lo largo del tiempo.”[73]Tal agresión produce efectos despersonalizantes y sentimientos de total impotencia frente a los captores, de aniquilamiento y de destrucción física y psicológica.

Para acentuar aún más el efecto despersonalizante y la impotencia, los captores recurren a ciertos procedimientos tales como el despojar a las víctimas de su propia ropa y pertenencias personales, el aislamiento y la incomunicación, la sustitución del nombre por un número o un apelativo despectivo, la no información de los motivos de la detención, la desinformación y la mentira sobre la situación de su familia, el ocultamiento del lugar donde se encuentra y de lo que va a sucederle, y otras prácticas crueles e inhumanas.

En consecuencia, “el desaparecido” es una persona sometida a una deprivación sensorial y motriz generalizada (manos atadas, ojos vendados, prohibición de hablar, limitación de todos los movimientos), en condiciones de alimentación e higiene subhumanas, sin contacto con el mundo exterior, que no sabe dónde está aunque a veces pueda adivinarlo, y que sabe que afuera no saben dónde está él, con absoluta incertidumbre sobre su futuro. “Nadie sabe que estás acá”, “estás desaparecido”, “no existes, no estás ni con los vivos ni con los muertos.”[74]La persona desaparecida se esfuma para el mundo y el mundo, también es esfumado para ella.

 

Acciones contra-guerrilla y despersonalización de los detenidos que pasan a ser “paquetes” A partir de noviembre de 1973 el Estado de Guerrero se convierte en un escenario de guerra. El general J.M. Enríquez informa al secretario de la Defensa que ubicó dos campamentos de Lucio Cabañas y que a partir de esta circunstancia podrá “adiestrar a las tropas en acciones de contraguerrilla reales”.Se introduce el término “paquete” para referirse a los detenidos en operaciones contraguerrilla.En la contraofensiva por recuperar el control territorial en la Sierra de Coyuca con la llamada operación Luciérnaga, el ejército da otro paso más en su política de genocidio. Establece la norma de desconocer la dignidad humana del detenido y “cosificarlo”.Una característica que se percibe en la política de genocidio es el “carácter difuso” que el victimario le da a la víctima. Esta pierde su individualidad. No se le persigue por un delito punible que sea juzgado públicamente por autoridad competente, e independiente de la autoridad —que actúa como victimario—, sino que es ya por su pertenencia a cierto grupo —que debe de ser aniquilado—, lo que marca el destino de la víctima. Y esta pertenencia ni siquiera es necesario que se pruebe. No es una pertenencia objetiva, de adscripción a ese grupo “maldito” lo que define la suerte de la víctima, sino que es una apreciación subjetiva, que el victimario le asigna, lo que constituye “la prueba” del vínculo que —en otro salto irracional— supuestamente existe y se asocia con la comisión de delitos del grupo que se persigue.Pero, ¿qué problema ético puede haber, si no se presenta una relación del victimario con la víctima?, Si ya sólo se trata de adminicular un golpe a una “cosa”, a un “paquete”, que lo mismo da que esté en un lado que en otro y si, además, el suplicio de “ese algo” puede causar “divertimento.”A partir del 22 de noviembre de 1973 se introduce el término “paquete” para referirse a los detenidos ilegalmente por el Ejército en el contexto de la contraguerrilla que efectuaba. El ejército debe utilizar al personal militar que ha recibido adiestramiento en contraguerrilla en el extranjero, (en la Escuela de las Américas), por la CIA.El Ejército elabora un documento que servirá de base para las acciones militares subsecuentes y que intitula “Análisis y evaluación de la situación actual, político militar en relación con el secuestro del senador Rubén Figueroa, por la gavilla guerrillera de Lucio Cabañas.” Fechado el 2 de julio de 1974.En este documento, se afirma que no hay que llamarse a engaño. Que si el Ejército le llama a esta gente maleantes y gavilleros es tan sólo para no deteriorar la imagen de México en el extranjero ya que, de lo que se trata, es una guerrilla.

• Analiza la estructura guerrillera de cómo opera Lucio Cabañas con apoyo del pueblo.

• Propone que el ejército debe reorganizarse en unidades flexibles que le permitan adaptarse a las circunstancias de una auténtica guerrilla.

• Considera que el Ejército debe utilizar al personal militar que ha recibido adiestramiento en contraguerrilla en el extranjero.

• Reconoce que en la población rural hay odio y temor en contra de las tropas militares.

• Propone que se controle la población civil del área crítica.

• Propone que se controle el abastecimiento de víveres.

• Sugiere la elaboración de un “Manual de Instrucciones” para el ejército en materia de contraguerrilla. 

 

Los vuelos de la muerte

Los crímenes del Ejército consistían en tirar los prisioneros de los helicópteros al mar; cuando pescadores de San Jerónimo informan al Ejército que el mar ha estado aventando pedazos de ropa, de pantalones, de vestidos de mujer y de huesos de gente, el militar a cargo, amenaza a la población si divulga esta información. Que los mismos militares les decían a los detenidos que iban a ser buena carnada para los tiburones.

Luis de la Barreda informa que “en fechas recientes, tanto en el Puerto de Acapulco como en poblaciones cercanas al mismo, en diferentes lugares han venido apareciendo cuerpos sin vida de personas no identificadas”.Los cadáveres presentan impactos de arma de fuego, señales de haber sido torturados y desfiguraciones en el rostro y otras partes del cuerpo, producidas por quemaduras. De ello ha tomado conocimiento el agente del Ministerio Público del fuero común y al no ser identificada la víctima, ni reclamado el cuerpo, se ha ordenado la inhumación en la fosa común del panteón correspondiente, en el de Las Cruces cuando es perímetro de Acapulco.

Esta situación ha causado inquietud entre la población y los habitantes de los lugares donde ha sido encontrado un cadáver, conjeturan sobre la personalidad del occiso. En forma por demás discreta se ha logrado saber que los cuerpos encontrados pertenecen a personas conectadas con Lucio Cabañas Barrientos y su gente, que han sido aprehendidos cuando bajan de la sierra para abastecerse de víveres y otros objetos necesarios para ellos, o bien que sirve de correo entre los remontados y quienes se encuentran en la zona urbana.

Que las detenciones se ejecutan por órdenes expresas del comandante de la 27ª Zona Militar, con sede en Acapulco, general. de división D.E.M. (Diplomado de Estado Mayor) Salvador Rangel Medina, que después de obtener, por diferentes medios, toda la información posible sobre Lucio Cabañas y su gente, les da a tomar gasolina y se les prende fuego; posteriormente se les abandona en lugares solitarios, en donde aparecen con las desfiguraciones provocadas por las llamas y presentando impactos de arma de fuego. Entre el campesinado existe contrariedad por la presencia del teniente coronel de Infantería D.E.M. Francisco Quiroz Hermosillo, comandante del 20 Batallón de la Policía Militar, a quien ya conocen y culpan de las ejecuciones.

Los “vuelos de la muerte” se siguieron haciendo con cierta periodicidad, hasta el final del periodo de Echeverría. La mayor parte de estos vuelos se realizaría en 1976. Del total de 30 vuelos denunciados.La foto del recuerdo, el último viaje, así les decían irónicamente los militares en las cárceles y cuarteles clandestinos. —fueron ejecutados extrajudicialmente—. Cada noche eran ejecutadas aproximadamente doce personas y sus cuerpos eran tirados al mar. Estos vuelos que salían de la Base Aérea de Pie de la Cuesta, Acapulco por la noche comenzaron a realizarse a partir de los días 6 de septiembre de 1975, hasta completar un total estimativo de 30 vuelos desde esa fecha hasta 1979.Elementos al mando de Francisco Quiroz Hermosillo, vestidos de civil, ingresan a la Base Aérea Militar de Pie de la Cuesta, de Acapulco, en vehículos particulares, llevan a hombres y mujeres identificados como “guerrilleros”, con los ojos vendados; los dejan en una cabaña a la que no tiene acceso el personal militar regular. El capitán Francisco Javier Barquín Alonso registra en un “libro de pastas negras” a cada personaque ingresa.

Al momento en que se les tomará “la foto del recuerdo”. Por atrás, a la altura de la nuca, una pistola calibre. 380 está a punto de acabar con su vida.Por lo menos en 200 ocasiones fue Acosta Chaparro, por instrucciones de Quiroz, el que jalaba el gatillo de “la espada justiciera”. Los cadáveres eran depositados en bolsas de lona, rellenas de piedras y subidos a un avión Arava, matrícula 2005, del entonces escuadrón 301.Iluminado por antorchas colocadas en la pista, el Arava despegaba sin luces y se dirigía a “las costas oaxaqueñas” para tirar su “carga”: unos 12 cuerpos en cada vuelo. En ocasiones, la operación era filmada por militares...” Era el último viaje. La clave para preparar las ejecuciones en un determinado día era tan macabra como irónica: irían de “fiesta”, se desvelarían ese día “para matar en un “banquito” a los disidentes, coser los costales donde iban a meterlos y salir en avión a las 03:00 horas.”Lamentablemente, dijo Luis Garfias Magaña (general retirado), la autoridad en aquellos años no tuvo el valor de aplicar el artículo 29 constitucional para suspender las garantías individuales y que el ejército actuara legalmente, y ese vacío legal continúa hasta la fecha, cuando delega en las fuerzas armadas acciones que corresponden a la autoridad civil. Cabe aclarar que la suspensión de garantías individuales tampoco permite los crímenes que se le imputan a muchos de los integrantes del ejército y de los que la institución en su conjunto tiene grave responsabilidad. Conocía que había detenidos en el Campo Militar Número 1 (CM1) y que, sin su consentimiento, no podían deshacerse de ellos y ejecutarlos. El piloto teniente Margarito Monroy Candia informa que la detención forzada era utilizada para obligar a las mujeres de los detenidos a tener relaciones sexuales con los militares de la Base Aérea Militar. Jorge Violante Fonseca señala que dejaban caer del avión a gente que todavía estaba viva y se quejaba. Margarito Monroy Candia y el sargento Segundo Luis Flores Borbolla son señalados de ser quienes lavaban el avión Arava en la playa para que no oliera a sangre. “Ningún guerrillero va a quedar vivo” diría el teniente que aventó cinco cuerpos en un pozo.Consta en los expedientes cómo se fue dando una secuencia histórica siniestra. La ilegalidad en la actuación del Ejército que ahora reconocen y de la que se duelen, trajo consigo una perversión en la conducción de la guerra tanto en el ámbito militar como el civil.[75]

 

Efectos en la familia: angustia y desestructuración emocional

La desaparición de un ser querido también significa tortura psicológica para su familia. Esta crea, como efecto inmediato, una situación de angustia sostenida causante de profundas transformaciones en la vida y la psique de los afectados.

Provocados por el terror, la ambigüedad y el dolor —surgidos debido a la certeza del sufrimiento del desaparecido— se presentan saturados de sentimientos de hostilidad por la impotencia ante la comisión del crimen.Al no ser muerte, la desaparición crea una zona de ambigüedad psicotizante, desestructuradora de la identidad de cada uno de los miembros y del grupo familiar en sí, al no poderse resolver objetivamente las contradicciones de presencia- ausencia y existencia-no existencia.

El no saber el destino y estado del ser querido, provoca en los familiares fantasías angustiantes sobre las torturas que probablemente esté sufriendo, creadoras, a su vez, de temores sobre la propia integridad que son terreno adecuado para generar enfermedades y muerte; deseos de liberar al desaparecido de los tormentos; ilusiones de reencuentro expresadas en situaciones concretas en que parece verlo entre la gente.

Es tan grave el estado de desestructuración emocional y confusión provocada que toda la energía se concentra en dilucidarlo.

Los familiares de los desaparecidos son convertidos en seres incapaces de dar y recibir en términos de afectividad. Esta situación genera problemas de identidad y adaptación; de aprendizaje (no se reconoce la realidad, no se puede aprender); depresiones nerviosas; ansiedad y dispersión; temores nocturnos y aislamiento familiar y social.

 

Aislamiento y culpabilidad

Todo el dolor es vivido en medio del aislamiento social provocado por el acatamiento al imperativo de silencio. La realidad es elaborada socialmente a partir de lo que no se quiere ver ni, mucho menos, admitir: la verdad sobre los desaparecidos también es sustraída. Esto lleva a la disociación individual, familiar y social que surge y se establece sobre la base del no reconocimiento del problema.

El acatamiento del silencio también se da en el nivel familiar. Es de esa forma que a los niños se les “informa” que su padre, su tío o su hermano mayor están de viaje. Las fotos del ser querido son ocultadas donde no se quiere hablar más de él y de lo que sucedió; los familiares más cercanos son prácticamente abandonados por el resto, que teme sufrir el “contagio” y ser desaparecidos.Además, por ser la desaparición un fenómeno sin lógica posible, generalmente se desarrollan sentimientos de culpabilidad entre aquellos con mayor identificación afectiva hacia la víctima, que hacen aún más difícil soportar el ciclo nunca cerrado de dolor.

La culpa surge, por ejemplo, de suponer que de la actitud adoptada frente al secuestro hubiera dependido que no se llevaran a la víctima. También, dentro de la patología, se llega a hacer depender los hechos de posibles sentimientos de hostilidad hacia la víctima. Expresiones como “si no les hubiera abierto la puerta”, “si lo hubiera defendido”, y otras suelen identificar la presencia de la culpabilización.Estos sentimientos son estimulados por una muy sutil propaganda justificadora lanzada por los desaparecedores. Esta campaña busca, precisamente, inducir la culpa sobre la propia víctima y sus familiares, acto que les permite generar consenso hacia sus actos represivos y reforzar su impunidad.

 

La elaboración de la pérdida

Desde el punto de vista psicológico e individual, el principal problema que enfrentan los familiares de los desaparecidos se relaciona con la elaboración de la pérdida.

El proceso psíquico se desarrolla de una forma muy lenta y dificultosa en razón de que debe realizarse sin la presencia de los elementos habituales del duelo: acceso al conocimiento de las circunstancias de la muerte; desconocimiento del paradero del cadáver; y, en consecuencia, imposibilidad de desarrollar las prácticas rituales como la velación y el funeral a través de las que se elabora la respuesta social solidaria.

El proceso de duelo, como la reacción normal a la pérdida de un ser querido, es sustituido por la melancolía, que “... se caracteriza psíquicamente por un estado de ánimo profundamente doloroso, una cesación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de todas las funciones y la disminución del amor propio. Esta última se traduce en reproches y acusaciones, de que el paciente se hace objeto a sí mismo, y puede llegar incluso a una delirante espera de castigo.”[76]María Lucila Pelento y Julia Braun de Dunayevich, partiendo también de un marco conceptual psicoanalítico, con relación a la imposibilidad de desarrollar el duelo y partiendo de que “...desaparición y muerte producen en el psiquismo efectos diferentes” afirman que en su lugar se producen; a) la existencia en el espacio de la mente, primero de un objeto desaparecido y luego de un muerto sin sepultura; b) la pérdida del microgrupo social de referencia y de pertenencia y c) la pérdida del macrogrupo social.”[77]Dada esta situación, el trabajo psíquico se realizaría con base en el modelo de vacío, relleno y reestructuración. El vacío es inducido por la desaparición y reemplaza a la ausencia. No es posible la elaboración de la pérdida ni la recuperación simbólica de lo perdido. Esto desarrolla expectativas psíquicas de reencuentro con lo perdido, lo que a su vez produce cada vez más sentimientos de vacío y desamparo.

En el nivel social, el vacío se observa como la “disgregación del microgrupo de pertenencia, cuando éste sucumbe al pánico y al terror al contagio, produciéndose la pérdida de la “representación grupal” que constituye la representación mental de lo social, sostén de la identidad, que incluye el discurso social portador de las normas de interacción y los valores e ideales sociales que produce una cualidad de desorganización mental que desencadena en el sujeto una crisis de identidad.”[78]A nivel macro, la sociedad llegó a una “situación de irracionalidad. Se desatendieron las reglas habituales de convivencia, surgieron otras reglas enigmáticas no enunciadas que impidieron toda comprensión de los derechos y deberes de los ciudadanos. Se perdió el referente de la culpa. Gran parte de la sociedad estuvo sumida en una conspiración de silencio y apeló a la renegación se produjo un estado de alienación.”[79]Como tal estado de alienación el documento citado conceptúa que “...es la consecuencia de un sistema social y de poder en el que el estado amenaza de muerte a todo opositor, el sujeto debe evitar percibir lo que percibe y fantasear y pensar acerca de lo que sucede. Lo descrito tiene lugar en situaciones de terrorismo de estado, produciendo en el macrogrupo social, un vacío de percepción, fantasías, pensamiento y palabras: un vacío de conflicto y sufrimiento.”[80]Este vacío es ocupado por el relleno, constituido por una serie de fenómenos como la intensificación de lo fantasmático, predominio del pensamiento mágico, conductas ritualizadas, rituales obsesivos, fenómenos de repetición, pseudoalucinaciones y surgimiento de mitos. Pero lo más grave es que la pérdida de valores, la ausencia de la ley, la imposibilidad de elaborar la realidad, son sustituidas por la vinculación al autoritarismo, las fantasías y falsos ideales ligados al individualismo y a las cosas materiales.[81]

La reestructuración está ligada a la reaparición. Esta adquiere el sentido de la reparación de los daños individuales y sociales ocasionados y pasa por el reconocimiento social de la verdad.

 

Los efectos psicosociales. Las inducciones generadoras de consenso

Como se apuntó atrás, el refinamiento de la desaparición forzada como método represivo incluyó el desarrollo de mecanismos psicológicos para el efectivo control político de la sociedad.

Estos mecanismos, apoyados en sentimientos de pertenencia social de los individuos y su necesidad de desarrollar actitudes apropiadas con las demandas sociales, tienen como objetivos:

• Generar consenso con relación a las prácticas terroristas del Estado: obtener legitimidad;

• Deslegitimar a las víctimas de las desapariciones; y,

• Garantizar su impunidad.Esto fue logrado, en gran medida, por medio del control de los medios de comunicación a través de los cuales se indujeron creencias y conductas sociales sustituyendo aquellas prevalecientes en una sociedad que se desarrolla dentro de parámetros considerados como civilizados y normales.

El vacío social producido con las desapariciones, no fue llenado, como normalmente debió haber sido, por la condena total proveniente de la sociedad en contra de la ominosa práctica. Ésta, en ejercicio de sus facultades de hacer justicia, debió castigar a los responsables. La justicia fue sustituida con una serie de enunciados en los que la verdad social fue silenciada; además, se negó a los desaparecidos o se les dio por muertos; se consideró la labor de los opositores como inadaptación y enfermedad mental; y, se trastocó la asignación de culpa.

Combinando campañas de propaganda con el terror más descarnado, los desaparecedores lograron inscribir en la conciencia social que los desaparecidos eran los responsables de su propia desaparición debido a su labor opositora. Las víctimas fueron despojadas de su calidad humana y social, haciéndolos aparecer en condiciones de objetos —sin derechos, sin identidad— sobre los cuales es posible descargar la iraomnipotente del poder.

Las inducciones más importantes son:

• Inducción al silencio: los familiares de las víctimas no hacen públicas sus sospechas y sus acusaciones sobre la identidad de los secuestradores, los medios masivos de comunicación no le dan cabida al problema, las instituciones encargadas de ejecutar las leyes no actúan;

• Inducción de culpa: ésta se apoyó en el papel de la familia como transmisora inicial de ideología y valores y en la responsabilidad de los padres acerca del cuidado y atención de los hijos; preguntas como "¿cómo educó a su hijo?" o “¿sabe dónde está su hijo en este momento?" aparecieron en afiches en las calles y en mensajes de radio y televisión en países como México, Argentina, Chile y Guatemala;

• Inducción a considerar a la oposición política como inadaptación social: el que no se pliega a los mandatos del poder es hecho aparecer como alguien ajeno a la sociedad, como un ser ajeno, extraño y hasta loco. La disidencia es un sinónimo de enfermedad mental y de culpabilidad;

• Inducción de que la desaparición es una prueba fehaciente de culpabilidad: la aceptación de ésta crea una falsa sensación de seguridad personal, en el sentido de que si uno se mantiene al margen no le va a suceder nada: "el que nada debe, nada teme". Las víctimas son siempre "culpables" de oponerse a los enunciados del poder: "en algo andaba";

• Inducción a dar por muertos a los desaparecidos: en diversos países se aprobaron leyes de presunción de fallecimiento y se ha tratado de obligar a los familiares, presionados por circunstancias económicas, a que acepten legalmente la muerte de su familiar desaparecido; e,

• Inducción al olvido: Se ha pretendido hacer creer a la población que a través del olvido se logrará el restablecimiento de la normalidad y la paz, aparentando que el terror es un problema del pasado. 

 

El daño provocado

Para examinar este aspecto, se parte de la afirmación de que el daño producido por las desapariciones no se circunscribe a la víctima directa, sino también a su familia y a la sociedad entera en la que este método terrorista es aplicado.

El profundo daño psicosocial se genera a partir de que el poder es el ejecutor de las desapariciones, lo que provoca en todos los individuos sentimientos de indefensión, impotencia y miedo ante la posibilidad real de ser víctimas también.

A través de la reiteración del método, lo que significa el más absoluto irrespeto a las leyes de convivencia social y humana, se puede observar un proceso creciente de pérdida de la confianza en las instituciones y en las leyes y la eliminación de los valores humanos de convivencia.

La violencia y la impunidad características del mismo, generan más violencia en la sociedad que lo sufre, a tal grado que se dan, entre otros fenómenos:

• La inhibición en los niveles personal y social, de los mecanismos sociales y psicológicos de defensa de la vida, es decir, que una persona ante la falta de capacidad de detectar las causas que le producen esa desgracia social y no identificar al responsable de la misma, opta por su propio sacrificio (suicidándose);

• La repetición múltiple y en todos los niveles del modelo de omnipotencia e impunidad practicado por el poder, a través, por ejemplo, de la proliferación de las pandillas juveniles, los grupos de secuestradores, asesinos, crimen organizado y narcotráfico.Una sociedad en la que se vive el terror provocado por las desapariciones, sometida al silencio, sin mecanismos legales de reparación del daño inflingido, será una sociedad prisionera de sí misma en la que seguirán vigentes el ciclo del miedo y la deslegitimación de los portadores de la verdad sobre los hechos ocurridos.

 

La desaparición forzada como instrumento de dominación política

El recurso a la desaparición forzada, utilizado como método represivo en forma prolongada y reiterada, ha marcado con un signo trágico e indeleble el periodo histórico reciente en América Latina.

Después de haber analizado el fenómeno de la desaparición forzada desde el punto de vista de sus ejecutores, así como sus efectos en niveles psicosociales, es posible deducir algunas de sus hipotéticas consecuencias, inmediatas y a largo plazo. Entre ellas, las más importantes:

• La deshumanización de los individuos y los grupos sociales a través de la imposición de una cotidianeidad de muerte. La pérdida de la capacidad de horrorizarnos ante las atrocidades cometidas —que por lo demás es un recurso psicológico para proteger un aparente espacio de cordura personal— lleva a la aceptación individual y social de los hechos y, por consiguiente, al silenciamiento y a la no denuncia, a la no lucha porque estas cosas no sucedan. Todos estos factores, contenido y expresión de la conciencia social, permiten la persistencia de situaciones de impunidad en todos los países en los que se ha recurrido a la desaparición forzada;

• La generación de un "consenso" de aceptación de las reglas de juego impuestas por los militares, del que cada individuo participa, en forma consciente o no. Esas reglas decretan la muerte para quienes desafían la vigencia de la ley histórica;

• El aislamiento de los movimientos sociales opositores cualquiera que sea su matiz e ideología;

• La desmovilización de gruesos sectores de la población y la derechización de ciertos sectores de las capas medias y la pequeña burguesía, los cuales por las particularidades de sus intereses e ideología, son más proclives a sumarse al "consenso legitimador";

 El debilitamiento del sistema de derecho y sus expresiones orgánicas con el consiguiente anulamiento de la sociedad civil; y,

• La configuración de una dicotomía social en la que rigen, para cada uno de sus lados, leyes diferentes y hasta opuestas.Una mirada detenida a la realidad actual de América Latina, y sobre todo a los países en los que se vivió crudamente la desaparición forzada, hará surgir ante los ojos de quien observa una serie de manifestaciones violentas de los grupos sociales que encuentran —en parte— su explicación en las secuelas dejadas por las violaciones de los derechos humanos en el pasado reciente. 

 

Totalitarismo y democracia, dos caras de la misma moneda

¿Cómo engarzó todo esto en el ámbito político? Algunos autores consideran que las acciones terroristas y de control ideológico, destinadas a preservar la vigencia de lo que Franz Hinkelammert denomina la ley histórica, conformaron un sistema totalitario de dominación.

El totalitarismo se constituyó en un sistema continental situado por encima de los propios Estados nacionales en América Latina, cuya expresión orgánica ha sido la Conferencia de Ejércitos Americanos (con excepción, por obvias razones, de la participación de Cuba). En ella, con la presencia relevante del Ejército norteamericano, se analizaron las coyunturas nacionales y regionales con el objetivo de definir las políticas de enfrentamiento con el enemigo, vale decir, los lineamientos de la guerra contrainsurgente llevada a la práctica durante todos esos años.

Sobre esta base, fue erigida en la década pasada la lucha de los ejércitos latinoamericanos por la democracia. Tal democracia en la práctica devino un mero espacio formal en el que se practicaron elecciones cada cierto tiempo, se dio un reconocimiento, también formal, a la independencia de los poderes del Estado y un espacio político sumamente limitado en el que las reglas del juego fueron establecidas por los militares.

De esta manera, democracia en América Latina y doctrina de seguridad nacional llegaron a ser las dos caras del totalitarismo. No es sorprendente constatar que en países como el de México, Perú, Colombia o Guatemala —con gobernantes civiles, que accedieron al poder mediante elecciones libres— se continúe desapareciendo a los opositores.[82]En la democracia-totalitarismo latinoamericanos no importó, pues, si el gobernante era un civil o un militar o si tomó el poder a través de elecciones o un golpe de Estado. Por encima de los matices políticos, los ejércitos de estos países tuvieron sumamente clara su función de exterminio dirigida contra aquellos que se atrevieron a oponerse a la ley histórica.

En suma, la democracia-totalitarismo latinoamericana violó (y sigue violando) los derechos humanos; en defensa de la libertad, violó el derecho a la libertad individual; defendiendo la vigencia del mercado, asesinó a opositores indefensos. Con los noventa mil desaparecidos, también desapareció la verdadera democracia.

Franz Hinkelammert[83] señala que los militares latinoamericanos hicieron un esfuerzo intenso encaminado a evitar las paralelizaciones con el nazismo o el stalinismo, cuestión que les acarrearía la consiguiente estigmatización y condena.

Según este autor, el totalitarismo en América Latina fue establecido de acuerdo con las siguientes características:

• No hubo campos de concentración (como el de Polonia), pero que diferencia existe entre éste y el Campo Militar Número Uno de México, que fue de concentración y exterminio);

• No hubo un partido fascista, éste fue sustituido por la burocracia militar;

• No hubo un führer, pero si hubo Pinochets y Echeverrías;• Se mantuvo el control de los medios en manos privadas, pero sujeto a la ley imperante, de modo que cuando alguno de ellos, o un periodista en lo individual, se salieron de la línea, también sufrieron los efectos del terror (igual que en México). 

 

Totalitarismo y desapariciones

El totalitarismo estableció una relación de no derecho frente a la oposición con el objetivo de anular cualquier alternativa buscada por medio de sus luchas.

Esto fue expresado dramáticamente con la desaparición de los opositores. A través la perpetración de este método represivo, el brutal mensaje inscrito socialmente fue el de que aún la sola posibilidad de búsqueda de una alternativa es imposible.

Desaparecido el opositor, desaparece la alternativa. Es decir, se busca crear la ilusión de que ni el desaparecido ni la alternativa existieron jamás.

La desaparición buscó configurar en la conciencia social la imagen de un poder omnipotente, contra el que resulta imposible luchar. Al igual que las personas, el derecho también es destruido.

No hay nada más ordenado que un cementerio. Para operar con eficacia, la represión debe parecer y ser muy arbitraria, excepto la respiración. De esta manera se difunde el pánico de la tortura entre todos los ciudadanos, como un gas paralizante que invade cada casa y se mete en el alma de cada ciudadano.

Las víctimas desaparecen. Los invisibles ejércitos de la noche realizan la tarea —no hay cadáveres, no hay responsables—. Así la matanza siempre oficiosa nunca oficial, se realiza con mayor impunidad, y así se irradia con mayor potencia la angustia colectiva. Nadie rinde cuentas, nadie brinda explicaciones. Cada crimen es una dolorosa incertidumbre para los seres cercanos a la víctima y también una advertencia para todos los demás.El terrorismo de Estado se propone paralizar a la población por el miedo. No asistimos a la infancia salvaje del capitalismo, sino a su cruenta decrepitud.

Con el hábil manejo de los medios, combinado con sucesivas oleadas de acciones terroristas en las que se combinaron asesinatos, tortura y desapariciones han logrado en distintos periodos y en distintos países, paralizar el movimiento popular y el cuestionamiento del sistema por la vía de la lucha. Al adueñarse el terror de la población y de los familiares de los desaparecidos, se ha logrado silenciar incluso la perpetración de los crímenes.

El objetivo estratégico buscado fue el aislamiento del movimiento opositor, cualquiera que fuera su matiz, a través de las acciones políticas y militares deslegitimadoras.

 

Ruptura del contrato social y justificación de la lucha armada

El Estado-Gobierno está obligado a brindar y proteger a los gobernados mediante las garantías individuales consagradas en nuestra Constitución Política, y a la vez los ciudadanos se rigen por leyes secundarias teniendo como principal característica ser coercitivas para la buena convivencia en sociedad. Funcionando el engranaje entre gobernante y gobernado, o sea, al respetar ambos la ley, da como resultado el bien común. ¡Esto es Democracia! Pero, cuando el Estado no respeta los derechos de los demás y solamente aplica las leyes coercitivas, se produce el rompimiento del pacto social. El pueblo como respuesta no le puede aplicar la coercitividad al gobierno, pues no dispone de los medios coercitivos legales. Cuando es el gobierno quien las viola y no respeta el derecho de los ciudadanos.

 

a) J.J. Rousseau

Por eso el problema político fundamental de siempre es apuntado por Rousseau en párrafos clásicos. ¿Cómo conciliar la libertad con el orden político y social?

Como acertadamente lo evocaba J.J. Rousseau:

Renunciar a la propia libertad es renunciar a la cualidad de hombre… renuncia tal es incompatible con la naturaleza del hombre. (Contrato social, libro primero, capitulo cuarto).Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja con toda la fuerza común a la persona y los bienes de cada asociado, y por la cual, uniéndose cada uno de todos no obedezca sin embargo, más que a sí mismo y permanezca tan libre como antes. (Contrato social, libro primero, capítulo sexto).

La libertad no puede subsistir sin la igualdad; ésta es condición de aquélla; juntas constituyen el mayor de todos. (Contrato social, libro segundo, capítulo undécimo).

Los hombres, por eso y para eso, se organizan políticamente, y si el Estado es instrumento imprescindible para el logro colectivo de los fines humanos, es necesario que éste sea establecido y manejado por los hombres, para impedir que la criatura se vuelva contra su autor.

Para el pensamiento rousseauniano aún encontramos el planteamiento democrático integral del problema político: Un Estado establecido por la comunidad, determinado en su acción por toda ella, y al servicio de los valores humanos.

Esta enseñanza permanentemente es lo que el pensamiento político contemporáneo ha cosechado de ese torrente de pasión y rebeldía que fue y sigue siendo Juan Jacobo Rousseau.[84]

En consecuencia, cuando un Gobierno no le tiene el más mínimo respeto a sus gobernados en sus derechos consagrados (no concesionados) conquistados con aportaciones incluso de sangre pasa a ser, de un Gobierno democrático a un Gobierno totalitarista, teniendo como respuesta natural, la violencia.

Esta forma de gobierno nunca ha querido ser respetuosa del derecho. Por eso históricamente las conquistas han sido alcanzadas por la vía violenta. Ya lo decía Miguel de Cervantes Saavedra en El Quijote: “Por la honra como por la libertad se debe aventurar la vida”[85] Nuestra historia ha sido una permanente lucha por la democracia, la libertad y la igualdad, y esa lucha continúa y continuará hasta ver realizados esos ideales.

Es por ello que nosotros nos consideramos herederos y continuadores del trabajo creador y de las tradiciones de combatividad, firmeza, heroismo y sacrificio forjadas por nuestros antecesores. Estos ideales y toda lucha actual son un compromiso y un camino:

Por los compañeros que prefirieron muchas veces el exterminio a la sumisión;

Por los que despertaron la conciencia nacional y el ansia de patria y libertad;

Por los patriotas que en 1810 iniciaron las guerras de independencia;

Por los obreros, campesinos, estudiantes e intelectuales que lucharon contra la corrupción política, la falta de derechos y libertades populares, el desempleo y la explotación impuesta por capitalistas y terratenientes;

Por los que, con el sacrificio de sus vidas defendieron sus ideales revolucionarios cumpliendo heroicas misiones;

Decididos a llevar adelante la revolución sustentada en la más estrecha unidad de todos los destacamentos armados en unión con el pueblo, y a establecer el poder revolucionario, para realizar las transformaciones democráticas y edificar la sociedad igualitaria, justa y equitativa.

Conscientes de que los regímenes sustentados en la explotación del hombre por el hombre determinan la humillación de los explotados y la degradación de la condición humana de los explotadores;

Cuando el hombre sea liberado de todas las formas de explotación: de la esclavitud, de la servidumbre, se alcanzará la entera dignidad del ser humano;

Queremos que la Ley primera de nuestra República sea el culto de los mexicanos a la dignidad plena del hombre.

Por todas estas condiciones objetivas nos propusimos levantar la bandera de nuestros antecesores y darle continuidad a la lucha, con el único objetivo de dar fin a la explotación del hombre por el hombre, de rescatarlo de la miseria económica, social y cultural, y construir la nueva sociedad, sustentada sobre un concepto fundamental: soberanía.

El concepto de soberanía popular está magistralmente desenvuelto en el artículo 39 de la Constitución Política de 1857, repitiéndose en el mismo artículo de la de 1917, que dicen: “La soberanía nacional reside esencial y originalmente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para su beneficio. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno”.[86]Haciendo un análisis de este artículo 39 queda claro donde dice que el pueblo tiene el derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno, pero a través del propio derecho; a través de los cauces que indica la constitución ya que el derecho no otorga la facultad de abolirlo; Nosotros al demostrar que agotamos las vías institucionales, la vía democrática y ante la cerrazón, la agresión y la intolerancia por un proyecto de vida mejor que te otorga la propia Constitución, nos dejaron la única vía que históricamente le han dejado a la lucha social:

La violencia, la vía armada; ya enumeré los ejemplos anteriores con Hidalgo, Morelos, Zapata, Ricardo Flores Magón, Arturo Gamiz, Genaro Vázquez, Lucio Cabañas, a cada uno se le reconoció su aportación histórica y a nosotros con el movimiento armado de los años setentas se nos adjudicaba el logro de la apertura política (aunque yo sigo reclamando la apertura económica y social), en otras palabras tal y como lo mencionan inclusive algunos tratadistas de derecho constitucional como Jorge Carpizo y Jorge Madrazo, quienes señalan “que el derecho a la revolución es un derecho de vida, de la realidad, meta jurídico. En este sentido se interpreta la última frase del artículo 39 constitucional”.[87]

 

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[49] (Amnistía Internacional. Desapariciones. Editorial Fundamentos, Barcelona, 1983, p. 8).

[50] Tanto en México como en Colombia y Perú se han registrado denuncias de desaparición forzada de personas en la primera parte de la década de los años noventa. Esta situación continúa siendo de extrema gravedad en México, sobre todo en la zona del conflicto interno, y en Colombia. (Ver U.S. Department of State. Country report on human rights practices for 1990 [y años subsiguientes], así como los informes anuales de Amnistía Internacional a partir de 1990.

[51] Ver texto en: Comité Pro-Justicia y Paz de Guatemala. Situación de los derechos humanos en Guatemala: 1984. Guatemala, diciembre de 1984.

[52] En Galeano Eduardo. Guatemala, País ocupado. México, D.F., Editorial Fundamentos, 1967.

[53] Amnistía Internacional, 1983, p. 101.

[54] Entre los golpes de estado de marzo de 1963 y marzo de 1982, en numerosas ocasiones en medio de reclamos de fraude, hubo elecciones en 1966, 1970, 1974, 1978 y 1982. A excepción de 1966, los gobernantes fueron miembros de la jerarquía militar.

[55] Amnistía Internacional, 1983.

[56] Ver: Miguel Bonasso. Recuerdo de la Muerte. Biblioteca Era, México, 1984.

[57] Así lo estableció la Corte Interamericana de Derechos Humanos en los casos contra Honduras, de acuerdo con testimonios y pruebas aportados en los procesos. (Ver: Corte I.D.H. Caso Velásquez Rodríguez, Sentencia de 29 de julio de 1988. Serie C No. 4; Caso Godínez Cruz, Sentencia de 20 de enero de 1989. Serie C No. 5; y, Caso Fiaren Garbi y Solís Corrales, Sentencia de 15 de marzo de 1989. Serie C No. 6).

[58] Ver: Kordon, Diana y otros: Efectos Psicológicos de la Represión Política. Editorial Sudamericana- Planeta, Buenos Aires, 1987.

[59] Conferencia de Helio Gallardo en ACAFADE en el mes de julio de 1988.

[60] Hinkelammert, Franz J. Democracia y totalitarismo. San José , DEI, 1990, p. 212.

[61] Hinkelammert, obra citada, p. 212.

[62] Conferencia de Helio Gallardo.

[63] Barry, Deborah; Vergara, Raúl; Castro, Rodolfo. La guerra total. La nueva ideología contrainsurgente norteamericana. San José, DEI, 1989, p. 204.

[64] Lazara, Simón A. Desaparición forzada de personas, doctrina de la seguridad nacional y la influencia de factores económico-sociales. En: La Desaparición, Crimen contra la Humanidad. Grupo de Iniciativa por una Convenció n Internacional sobre la Desaparición Forzada de Personas, Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, Buenos Aires, octubre 1987, p. 41.

[65] Lazara, 1987, p. 41.

[66] Ibidem

[67] IV Congreso de fedefam. Resoluciones.

[68] Ibidem.

[69] Asamblea General de la OEA. Resolución AG/RES. 666 (XIII-0/83). Aprobada en la sesión plenaria del 18 de noviembre de 1983.

[70] Marcó del Pont, Luis. El Estado terrorista para asegurar la impunidad de los crímenes. En: La Desaparición, Crimen contra la Humanidad, pp.63 y 64.

[71] Amnistía Internacional, obra citada, 1983.

[72] Kordon, Diana; Edelman, Lucila. Efectos psicológicos de la represión política. Buenos Aires, Editorial Sudamericana-Planeta, 1988.

[73] Kordon y Edelman, Op. Cit., p. 93.

[74] Íbid, p. 94.

[75] Las bitácoras de vuelo que se relacionan con los “vuelos de la muerte” son, en el periodo de Luis Echeverría, diecinueve vuelos de las siguientes fechas: 06/ 08/ 75; 07/ 08/ 75; 23/ 08/ 75; 05/ 09/ 75; 28/ 06/ 76; 01/ 07/ 76; 02/ 07/ 76; 10/ 07/ 76; 13/ 07/ 76; 07/ 08/ 76; 08/ 08/ 76; 09/ 08/ 76; 13/ 10/ 76, 15/ 10/ 76; 28/ 10/ 76; 30/ 10/ 76; 22/ 11 / 76; 23/ 11 / 76; 24/ 11 / 76. En el periodo de López Portillo, once vuelos de las siguientes fechas: 30/ 08/ 77; 31/ 08/ 77; 01/ 09/ 77; 05/ 09/ 77; 08/ 06/ 77; 26/ 09/ 78; 27/ 09/ 78; 11 / 11 / 78; 12/ 11 / 78; 06/ 01/ 79, 07/ 01/ 79. (Reportaje de Fuentes Víctor y Barajas Abel; Vuelos de madrugada; Reforma 29 de octubre 2002) Todos los “vuelos de la muerte” corresponden al periodo de gobierno de Rubén Figueroa F. cuando Acosta Chaparro estaba a cargo de las corporaciones policiacas y tenía una relación especial muy imbricada con el ejército.[76] Freud Sigmund. Duelo y melancolía. Citado por Elena Nicoletti en Algunas reflexiones sobre el trabajo clínico con familiares de desaparecidos. En: efectos psicológicos de la desaparición política, p. 61.

[77] Pelento, María L.; Dunayevich, Julia B. de. La desaparición: su repercusión en el individuo y en la sociedad. Sin datos, p. 2.

[78] Pelento y Dunayevich, p. 4.

[79] Idem.

[80] Idem.

[81] El proceso de vinculación al autoritarismo es estudiado por el científico Erich Fromm en Miedo a la libertad.

[82] La afirmación sobre la persistencia de este patrón represivo está respaldada en los informes anuales del Departamento de Estado de los Estados Unidos, de Amnistía Internacional y Americas Watch, ahora Human Rights Watch-Americas, para mencionar unos cuantos.

[83] Conferencia en ACAFADE, mes de julio de 1988.

[84] Publicado en la obra: Presencia de Rousseau, México: UNAM, publicaciones de la Coordinación de Humanidades, 1962, pp. 327-366

[85] Fragmento de la obra “El Quijote” de Miguel de Cervantes de Saavedra.[86] Bazdresch Luis. Garantías Constitucionales, curso introductorio. Págs. 25, 26, 27.

[87] Jorge Carpizo y Jorge Madrazo, Derecho Constitucional, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, México, D.F., 1991, Pág. 24.