"Lo fundamental era estar al lado del pueblo, impulsarlo a la lucha. No había que olvidar que nosotros, los comunistas, éramos los organizadores, sólamente el armazón. He aquí lo que no se podía olvidar un sólo instante. Y entonces ninguna fuerza enemiga sería capaz de quebrantarnos" Alexéi Fiódorov

Capítulo tercero: EL COMITE REGIONAL ACTUA parte 1 de 16

El compadre de Vasia Zubkó, Semión Goloborodko, hombre de unos cuarenta y cinco años, tenía aire de intelectual. Había sido director de un sovjós, pero últimamente era un simple koljosiano; aunque su género de vida era más amplio y culto que el de un campesino medio. No sé por qué razón se había quedado en la retaguardia alemana. Vasia Zubkó tampoco lo sabía.

Yo sospeché que el ex director del sovjós había sido también expulsado del Partido. Más tarde mis sospechas se vieron confirmadas.

— Aunque sea mi compadre, usted no se fíe —me previno Zubkó. Me encasqueté la gorra hasta las cejas y mientras Vasia y el amo de la casa se saludaban efusivamente, me senté en el banco con el aire de un hombre extenuado.

Poco después la dueña de la casa nos invitó a sentarnos a la mesa. Comimos una sopa de habichuelas. Vasia inventó una historia bastante ingeniosa: hay que confesar que era un maestro en eso. Mientras tanto yo observaba al matrimonio y me di cuenta de que nos ocultaban algo: estaban nerviosos y se miraban con frecuencia.

Aproveché un momento para susurrar a Vasia.

— Me voy al patio a fumar y tú plantéale las cosas francamente: si adviertes alguna emboscada, más vale recurrir a las armas en seguida.

Un minuto más tarde Vasia me llamó y Goloborodko nos condujo con aire misterioso hacia una pequeña puerta. Golpeó de un modo especial y la puerta se abrió. Vi a un hombre alto, de barba negra, capote y fusil suspendido de una correa, y a otro de barba pelirroja, con una pistola en la mano.

Eché una rápida ojeada a la habitación. Era una despensa amplia, repleta de trastos. Sobre un cajón ardía un quinqué, y en un rincón parpadeaba una lucecita verde...

De pronto, el hombre de la pistola en la mano se precipitó hacia mí, gritando:

— ¡Fiódorov, Alexéi Fiódorovich!

Me abrazó y me besó fuertemente tres veces.

— Espere, ¿quién es? Déjeme que le vea.

A la mortecina luz del quinqué estuve mirando largo rato al hombre de la barba roja y por fin reconocí con trabajo a un viejo conocido, a Pável Lógvinovich Plevako. Había trabajado en el distrito de Oster, como delegado del Comité de aprovisionamiento.

El moreno era un funcionario del Comité Regional de Chernovtsi: Pável Vasílievich Dneprovski. No lo conocía personalmente, pero tenía referencias de él: uno de mis amigos me había hablado de Dneprovski en cierta ocasión en términos muy elogiosos.

— ¡Magnífico! —fue lo primero que dijo Dneprovski.

Nos abrazamos también y, entonces, añadió con su tranquila voz de bajo:

— ¡Eso está muy bien! —Y sin cambiar de tono, prosiguió refunfuñando—. Bueno es que uno vea al secretario del Comité Regional, pero ¿sabe el secretario del Comité Regional lo que ocurre en sus distritos? Estamos en el momento más oportuno para desplegar las fuerzas, aprovechando que los alemanes con la Gestapo, los gauleiter y las burgomaestres no han llegado aún. ¡Es el momento más propicio!

Yo le hacía poco caso. Me atraía la parpadeante lucecita verde y un seco chirrido que provenía de un rincón de la despensa. Era indudable que salía de un aparato de radio. Me precipité hacia allí y empecé febrilmente a manipular en él.

— A ver, camaradas, ¿dónde está Moscú? ¡Buscad Moscú!

Me pegué al aparato, atento a sus ruidos y descargas. Buenas ganas me dieron de sacudir la radio para hacerla hablar, pero me limité a zarandear sin ninguna consideración a Dneprovski y a Plevako, metiéndoles prisa.

Por fin oí las palabras anheladas.

— ¡Habla Moscú!

Yo esperaba loco de impaciencia, pero el locutor se puso a enumerar con indignante lentitud las estaciones, los campos de onda y cuando yo sudaba ya de impaciencia, anunció:

— Escuchen un concierto de música ligera.

— ¡Quitad eso! ¡Buscad en otra onda! Daos cuenta, camaradas, que llevo tres semanas sin saber nada, como un sordomudo ciego. ¡Ni un parte, ni un artículo, nada de lo que pasa en el mundo!

Pero en mi alma palpitaba una alegría inmensa. ¡Moscú hablaba!

— ¿No podríais —supliqué con voz insegura— buscar Leningrado?

Dneprovski sonrió.

— Le comprendo, amigo. También yo estuve muy inquieto hasta que supe algo. Pero esté tranquilo. Leningrado es nuestro y aquí tiene el parte de hoy...

Pero yo quería oírlo por mí mismo. Hasta en el cine, si alguien se adelanta y cuenta lo que ocurre, se le suplica que se calle. Tenía ahora un aparato dé radio y no quería contentarme con lo que me dijeran los demás...

El concierto continuaba y tuve que resignarme: la música, a pesar de todo, procedía de Moscú, y si Moscú radiaba marchas y canciones, eso significaba que estábamos seguros de nosotros mismos.

Dneprovski continué gruñendo monótonamente bajo el acompañamiento de la alegre música de Moscú.

— Somos muy lentos, no actúan más que unos cuantos y hay cientos que no hacen más que suspirar. Por aquí todo son bosques: se podría organizar todo un ejército guerrillero y no dejar a los alemanes ni un solo puente.

— Pero si usted no sabe aún nada. Venga conmigo al distrito de Koriukovka —dije yo—. Allí está Popudrenko con el destacamento regional y estoy seguro...

Goloborodko, que había entrado en la despensa, me interrumpió.

— Camarada Fiódorov, se dice que Popudrenko ha abandonado el destacamento y ha huido...

— ¿Que Popudrenko ha huido? ¡ Está usted loco! ¿De dónde proceden estas "noticias"? Respondo de Popudrenko como de mí mismo. Zubkó, que había permanecido silencioso hasta entonces, dijo en voz baja.

— Yo también lo he oído, Alexéi Fiódorovich. La gente dice que el destacamento regional se ha deshecho. Dicen que Popudrenko...

— ¡No lo creo! ¡No creo a nadie! También decían que yo era stárosta...

— Alexéi Fiódorovich, espere —me interrumpió Plevako—, habla el Buró Soviético de Información.

Todos recordaréis que la situación era difícil. Nuestro ejército libraba duras batallas defensivas en los accesos lejanos de Moscú y en algunos lugares próximos a la capital. He aquí el parte de guerra que oímos aquel día.

"COMUNICADO NOCTURNO DEL 13 DE OCTUBRE

Durante el día 13 de octubre, nuestras tropas han luchado contra el enemigo en todo el frente, con especial intensidad en las direcciones de Viazma y Briansk. Después de encarnizados combates de varios días, en el curso de los cuales el enemigo ha sufrido enormes bajas en hombres y armamento, nuestras tropas han abandonado la ciudad de Viazma.

Durante el 11 de octubre fueron destruidos 122 aviones alemanes, de ellos 16 en combates aéreos y 106 en los aeródromos del enemigo. Nuestras bajas, 27 aviones.

Durante el 13 de octubre han sido derribados en los accesos de Moscú 7 aviones alemanes.

En el transcurso de todo el día, en varios sectores de la dirección Oeste del frente, el enemigo, valiéndose de su superioridad en unidades autotransportadas y de aviación, sin tomar en cuenta las enormes bajas sufridas por él; ha intentado desplegar una ofensiva contra nuestras tropas. Los ataques alemanes contra nuestras posiciones chocaron con la tenaz resistencia de las unidades del Ejército Rojo.

Nuestra aviación ha asestado durante el día violentos golpes contra el enemigo. La aviación, con sus incesantes ataques, ha contribuido activamente a las operaciones de nuestras unidades de tierra bombardeando con éxito las reservas del enemigo que se dirigían hacia el frente y sus columnas motorizadas de municionamiento.

Los fascistas pagan con montañas de cadáveres y gran cantidad de armamento cada pulgada de tierra soviética. El 13 de octubre, sólo en uno de los sectores del frente, los alemanes han perdido más de 6.000 soldados y oficiales entre muertos y heridos, 64 tanques, 190 camiones con infantería y munición, 23 cañones y varias decenas de ametralladoras.

En la dirección del Frente Sur-Oeste, los alemanes continúan lanzando al combate nuevas fuerzas, utilizando a las tropas italianas, rumanas y húngaras en las direcciones donde son inevitables grandes bajas. Nuestras unidades contraatacan y contienen la ofensiva del enemigo, causándole sensibles bajas. En uno de los sectores de esta dirección, la unidad aérea del capitán Mélijov exterminó en tres días 2.500 soldados y oficiales, 6 tanques, 7 blindados, 9 cañones, 122 nidos de ametralladora, 120 camiones con tropa y 20 carros con munición. En los combates aéreos desarrollados en este sector fueron derribados 7 aviones alemanes y destruidos en tierra 21.

En los alrededores de la ciudad de Dniepropetrovsk se lleva a cabo una continua guerra de guerrillas contra los invasores fascistas. Operan en esta región importantes destacamentos guerrilleros móviles. El destacamento al mando del camarada M. persigue incansablemente y aniquila pequeñas unidades del enemigo. He aquí el breve resumen de tres días de actividad de los combatientes del destacamento. Vigilantes exploradores informaron al mando de que por el distrito de la aldea L. tenía que pasar un grupo de soldados alemanes, constituido por dos compañías. El jefe de los exploradores condujo a los guerrilleros al encuentro de los fascistas por el camino más corto. Los guerrilleros se camuflaron y se dispusieron a la batalla. Dejaron que los fascistas se acercaran a una distancia de 15-20 metros y los atacaron con granadas. Muy pocos alemanes consiguieron salvar la vida. Al día siguiente, los exploradores cortaron en treinta lugares la línea telegráfica que los alemanes habían restablecido en la víspera. De regreso a su campamento, los guerrilleros detuvieron y liquidaron a un enlace, a un motorista y a un funcionario alemán.

Un pequeño grupo de guerrilleros, al mando del camarada Ch., penetró en Dniepropetrovsk. Al amparo de la noche, se acercaron a la residencia estudiantil del Instituto Metalúrgico, donde se había instalado una unidad militar, y arrojaron por la ventana un manojo de granadas. Entre los soldados fascistas se cuentan numerosos muertos y heridos."

Mientras escuchábamos el parte, penetró en la despensa otro hombre, deteniéndose al lado de la puerta. Tardé en percibir su presencia: se oía mal y yo estaba pendiente de la emisión. Dneprovski se levanté y cuchicheó con el recién llegado; por lo visto lo conocía ya.

Terminaron de transmitir las últimas noticias.

El nuevo compañero dio un paso hacia mí y me estrechó la mano. Era un hombre huesudo, algo encorvado, de blancos cabellos. Empezó a hablarme con gran confianza y cierta premura, cada vez mas animado. No sé si es que me habría reconocido o estaba enterado por alguien de que yo estaba allí, el caso es que sin andarse con rodeos me llamaba Fiódorov a secas y me tuteaba.

- Es magnífico que hayas llegado, porque nuestros comunistas están desorientados. Para algunos la conspiración consiste en esconderse mejor. Ahora recobro la confianza en que las cosas marcharán. La gente tendrá más fe en sus fuerzas al ver que el secretario del Comité Regional está a su lado, dirigiéndoles sin temor...

Se presentó brevemente:

— Chuzhbá.

Después prosiguió:

— He encontrado a Priadkó y Strashenko. Mañana llegarán aquí... Venid conmigo, es decir, a mi casa. —Noté que no invitaba a Goloborodko. Por lo Visto tampoco tenía mucha confianza en él.

Ya en la calle, y de camino hacia su casa, Chuzhbá repitió entusiasmado varias veces.

— ¡Ah, amigos míos! Las cosas marcharán, marcharán sin duda. Si la dirección regional está en su puesto, yo os aseguro que todo saldrá a pedir de boca.

Tantas alabanzas me confundían. Pero en su exaltación había algo retador: parecía que me desafiaba y sus ojos brillaban maliciosos, como diciendo: "Vamos a ver cómo trabajas".

Hizo levantar de la cama a su mujer, la obligó a encender la estufa y a prepararnos algo para comer. Después, silencioso, escuchó toda la noche lo que hablábamos Dneprovski, Plevako y yo.

Antes de abandonar la casa de Goloborodko habíamos decidido que al día siguiente, a las once de la mañana, Priadkó y Strashenko fueran a casa de Chuzhbá para informarnos.

Aquella noche estábamos todos impresionados por el parte de guerra del Buró Soviético de Información. Yo les decía que envidiaba a los guerrilleros de Dniepropetrovsk.

— Ellos tienen mayores dificultades que nosotros. Al lado de las ciudades no hay grandes bosques. ¡Cuánta audacia en ese asalto al cuartel! Nosotros debemos desplegar inmediatamente nuestras fuerzas. Debemos organizar en cada distrito por lo menos un regimiento de guerrilleros. Los rumores de la huida de Popudrenko pueden ser propagados por elementos hostiles o por personas que necesitan justificar su inactividad —decía yo, pero mi corazón no estaba tranquilo.

Los dueños de la casa me instalaron en un henal lleno de fragante heno seco, me dieron una manta y me regalaron una muda; me lavé y me cambié de ropa... A pesar de tanta dicha no hacía más que dar vueltas sin poder dormirse.


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