Pronunciado: 22 de abril de
1918
Fuente digital de esta edicion: en el Mia.org
Traduccion: Matteo David, mayo 2018.
HTML: Marxists Internet Archive.
Discurso pronunciado 22 abril
1918
en la sesión del
Comité Central Ejecutivo
1
Camaradas: el carácter crítico de la
época en que vivimos se refleja de manera especialmente aguda y
dolorosa en la vida interna del ejército, que representa una
organización colosal, poderosa por la cantidad de hombres y medios
materiales con que cuenta, pero al mismo tiempo vulnerable hasta el
más alto grado, en razón de los sacudimientos históricos
que constituyen la naturaleza misma de la revolución.
Después de la revolución de octubre, el antiguo ministerio de
Guerra fue rebautizado formalmente con el nombre de Comisariato del Pueblo
para la Guerra. Pero ese comisariato se apoyaba, y no podía dejar de
hacerlo, en el organismo militar heredado de la época anterior. El
ejército, que había pasado tres años en las trincheras,
había recibido una serie de golpes violentos de adentro y afuera ya
antes de la revolución, en los combates bajo el zarismo, luego durante
la caducidad interna del régimen en el primer periodo de la
revolución, y por último cuando la ofensiva del 18 de junio.
Todo eso debía llevarlo, irremediablemente, a un estado de completa
disgregación. El Comisariato del Pueblo para la Guerra se apoyó
en esta enorme organización, en sus elementos humanos y en su aparato
material; y al mismo tiempo, en previsión de su inevitable
hundimiento, comenzó a crear un ejército nuevo, que
debía reflejar en general la estructura del régimen
soviético al que respondía. Dentro del marco del Comisariato
del Pueblo para la Guerra, en uno de sus rinconcitos, se creó el
Colegio Panruso para la Organización del Ejército Rojo Obrero y
Campesino. Hoy en día ese Colegio se ha convertido de hecho en el
Comisariato del Pueblo Para la Guerra, pues el antiguo ejército que
todavía existía en octubre, noviembre y diciembre de 1917, al
menos materialmente como cuerpo, bien que en espíritu hubiera dejado
de existir desde hacía mucho, abandonó finalmente la escena
como resultado de un proceso doloroso. Así, la tarea del Comisariato
consiste ahora en englobar y organizar el enorme aparato militar del pasado,
desorganizado y descompuesto, pero poderoso aún por la cantidad de
valores que encierra, y en adaptarlo al ejército que deseamos
formar.
Actualmente hemos fusionado en la cumbre de la organización los
servicios del Colegio Panruso para la Organización del Ejército
Obrero y Campesino con los correspondientes del Comisariato de la Guerra,
reflejos de un antiguo ejército hoy desaparecido. Pero ese trabajo
sólo se realiza en la cumbre. En las bases, y siempre en el dominio
del aparato militar-administrativo, estamos obligados a comprobar que se ha
originado una trasformación no menos radical. Después de haber
remplazado por la organización soviética la antigua
organización del poder, incluida la dirección militar, nos
hemos encontrado en un principio sin órganos locales de
dirección militar.
Eran los soviets locales los que con ayuda de sus propios aparatos se
encargaban bien o mal de ese trabajo. Hasta que frente a exigencias
crecientes comenzaron a desprenderse de los soviets locales, aunque no en
todas partes, ni mucho menos, secciones militares.
Por intermedio del Consejo de Comisarios del Pueblo hemos resuelto el
problema de la dirección militar local en los cantones, distritos,
provincias y regiones. Hemos establecido en todas partes un tipo uniforme de
institución militar-administrativa, a la que denominemos Comisariato
para la Guerra y que está constituida de la misma manera que los
colegios dirigentes de todas las ramas de la esfera militar. Son colegios de
tres miembros, uno de los cuales es un especialistas militar cuyos
conocimientos están de acuerdo con los alcances de su actividad; con
él trabajan dos comisarios en asuntos militares.
Los especialistas militares tienen la última palabra en asuntos
puramente militares, operativos, y especialmente en los relacionados con el
combate en sí. No cabe duda de que este tipo de organización no
es el ideal, pero también él ha nacido del carácter
crítico de la época.
La nueva clase que se ha instalado en el poder es una clase que ha tenido que
arreglar penosas cuentas con el pasado. Personificado en un ejército
que ya no existe, ese pasado le ha legado cierto capital material:
cañones, fusiles, municiones de toda clase, y cierto capital
intelectual: la suma de conocimientos acumulados, experiencia de combate,
prácticas de gestión, etc., todo lo cual se hallaba a
disposición de los especialistas en asuntos militares: antiguos
generales, coroneles del viejo ejército, y del que carecía la
nueva clase revolucionaria. En la época en que esta clase
revolucionaria luchaba por el poder, cada vez que encontraba una resistencia
en su camino automáticamente la destruía; y en la medida en
que, en un sentido general, la clase trabajadora tiene derecho al poder
político, lo hacía con razón. Sólo aquellos que
niegan al proletariado su derecho al poder político pueden negarle el
derecho a destruir la organización de la clase enemiga.
La clase que se dice llamada por la historia a tomar en sus manos la
dirección de toda la vida política, social y económica,
y por tanto militar, del país; la clase que estima que, después
de haberlo hecho y de haber superado todos los obstáculos y
dificultades e incluso su propia falta de preparación técnica,
debe resarcir en forma centuplicada a su sociedad, a su pueblo, a su
nación, por todo aquello de lo que lo ha privado temporalmente al
luchar contra sus implacables enemigos de clase, esa clase tiene derecho al
poder, y derecho a destruir todo lo que se opone en su camino. Esto para
nosotros, socialistas revolucionarios, es una verdad indiscutible.
Para el proletariado, vencer la resistencia de la burguesía no es
más que la primera parte de su tarea fundamental: adueñarse del
poder político.
La tarea del proletariado, consistente en la destrucción inmediata de
los nidos y focos de la contrarrevolución y de los aparatos que por su
naturaleza, o por virtud de la inercia histórica, se oponían a
la revolución proletaria, solo estará justificada si la clase
obrera, en unión con el campesinado pobre, es capaz, después de
la toma del poder, de utilizar los valores materiales de la época
precedente, así como todo lo que en un sentido moral representa
algún valor, alguna partícula del capital nacional
acumulado.
La clase obrera y las masas trabajadoras del campesinado no han dado nuevos
coroneles ni nuevos dirigentes técnicos; tampoco podían
encontrarlos en seguida en sus propios medios. Todos los teóricos del
marxismo ya lo habían previsto. El proletariado está obligado a
tomar a su servicio a aquellos que han servido a las otras clases. Esto vale
también, y por entero, en cuanto a los especialistas militares.
Para no volver sobre este asunto agregaré ahora mismo que, desde el
punto de vista del gasto de energía humana, sin duda habría
sido mucho más sano, racional y económico disponer de toda una
serie de personal de mando que respondiera a la naturaleza de las clases que
han tomado el poder en sus manos y que no están dispuestas a cederlo,
pase lo que pase. Sí, esto habría sido, con mucho, lo mejor.
Pero no ha sido así. Los más lúcidos miembros del
personal de mando del antiguo régimen, los más perspicaces, o
los que poseen tan sólo cierta experiencia histórica,
comprenden perfectamente, al igual que nosotros, que la estructura del
personal de mando no puede construirse de modo inmediato sobre la base de la
dirección única, que estamos obligados a desdoblar la autoridad
del mando militar, confiriendo las funciones militares, estratégicas y
tácticas a quien las ha estudiado, que mejor las conoce y que debe,
por lo tanto, asumir toda la responsabilidad; y la del trabajo de
formación político-ideológico al que por su
psicología, su conciencia y su origen está ligado a la nueva
clase en el poder. De allí la dualidad del personal de mando, que se
compone de especialistas militares y de comisarios políticos, habiendo
recibido estos últimos, como todos saben, rigurosas instrucciones de
no inmiscuirse en las órdenes de tipo operativo, ni diferirlas ni
anularlas[1].
Por medio de su firma, el comisario solamente asegura a los soldados y
trabajadores que la orden en cuestión ha sido dictada por una
necesidad militar y que no se trata de una medida contrarrevolucionaria. Eso
es todo lo que el comisario dice al firmar tal o cual orden operativo. La
responsabilidad de que, la orden esté bien o mal fundada recae
enteramente en el dirigente militar.
Repito: los dirigentes militares más perspicaces reconocen esta
institución como la más apropiada. Comprenden que en la
época en que vivimos no es posible construir de otra manera la
organización militar, con otros métodos. En su terreno los
jefes militares, en la medida en que cumplan conscientemente con sus
obligaciones, gozan de toda la libertad necesaria. Y nosotros sólo
trabajamos -he podido comprobarlo- con especialistas militares que, con
independencia de sus opiniones y convicciones políticas, comprenden
claramente, que si hoy en día quieren tomar parte en la
creación de las fuerzas armadas sólo podrán hacerlo por
medio del aparato soviético, ya que el ejército que se
construye, en la medida en que tiene que corresponder a las clases que
están en el poder, no será un nuevo elemento de
desorganización y descomposición, sino el órgano de
combate de las nuevas clases dirigentes.
Cualesquiera que sean sus opiniones políticas generales, los
especialistas militares serios saben que un ejército tiene que estar
de acuerdo con el régimen de la época histórica de que
se trata. Entre el régimen de la época y el carácter del
ejército no puedes haber contradicción. Es cierto que entre
nosotros nadie pretenderá que el Ejército Rojo de los
trabajadores y campesinos que se está formando sea, desde el punto de
vista de los principios en que se asienta, la última palabra como
ejército soviético. Para la formación de este
ejército hemos tomado como base el principio del voluntariado. Pero
este no es el principio que corresponde a una democracia obrera. Es
sólo un compromiso provisional, resultado de todas las condiciones
trágicas de la situación material y moral del último
período.
Para construir un ejército que se asiente en el principio de la
obligación de todo ciudadano de defender un país que practica
una política honesta, que no desea la violencia y solamente, pretende
defenderse y afirmarse como estado de las masas laboriosas; para crear ese
ejército, que corresponde al régimen soviético, se
necesitan muchas condiciones fundamentales que todavía están
por crearen todos los demás terrenos de la vida social,
económica y política. Es indispensable reanimar las fuerzas
productivas del país, reparar y ampliar los trasportes, organizar el
suministro, levantar la industria e imponer al país una severa
disciplina de trabajo, la disciplina de las masas trabajadoras. He ahí
la tarea de educación y autoeducación que se plantea
abiertamente a las clases actualmente en el poder.
¡Ellas la cumplirán, camaradas! Estamos profundamente convencido
de ello, y la enorme mayoría de vosotros también lo
está. Al final, ellas realizarán esa tarea. Y únicamente
en la medida en que lo hagan podrán las actuales clases dirigentes
crear un ejército que responda plenamente a su naturaleza, tan
poderosa como lo sea nuestra nueva economía comunista.
Por el momento lo único que con los voluntarios obreros y campesinos
estamos creando es un órgano auxiliar, que hasta la creación
del verdadero ejército de la república socialista debe llenar
las elementales funciones de defensa interior y exterior. Es un órgano
débil, lo sabéis tanto como yo, y nuestros enemigos
también lo saben. Un órgano débil no con relación
a nuestros enemigos de clase internos, lastimosos, sin ideología,
incapaces e impotentes, que no son un peligro y que siempre han sido
derrotados por nuestros improvisados destacamentos de trabajadores y
marineros sin jefes militares. No, si este ejército es demasiado
débil, lo es sólo con respecto a los enemigos exteriores, que
ponen al servicio de sus crímenes y de sus exterminaciones masivas sus
enormes maquinarias centralizadas. Contra ellos necesitamos otro
ejército, no un ejército improvisado, un ejército creado
para, un momento transitorio, sino un ejército construido, en la
medida en que lo permita la situación actual del país, sobre
los principios del arte militar, es decir, por medio de especialistas. Los
destacamentos compuestos de trabajadores heroicos, bajo las órdenes de
estrategos improvisados, que han realizado actos intrépidos en la
lucha contra los partidarios de Kornilov, Kaledin, Dutov y otras bandas, esos
mismos destacamentos, digo, se han convencido por la experiencia de que su
principio de organización no tiene defensa alguna frente a la
más pequeña fuerza militar organizada que se apoye sobre los
principios del arte militar. Esto es lo que hoy comprende cualquier obrero
lúcido, y en esa comprensión de los trabajadores, de los
campesinos revolucionarios y de los soldados del Ejército Rojo
conscientes encontramos la ayuda psicológica necesaria para iniciar la
creación del ejército, en el que alistaremos también
todo lo que sea útil de los efectivos del antiguo personal de mando,
pues hay allí también elementos que para esta tarea marchan de
acuerdo con nosotros. Y como todos comprenderán, ellos de
ningún modo son los peores elementos; son los que creen que es
imposible esperar traidoramente la caída del régimen actual,
con lo que, a no dudarlo, cuenta cierta parte de las clases poseyentes y gran
parte de la intelligentsia. Sí, ellos piensan que no deben esperar,
pérfidamente, ese momento agazapados en la sombra y dedicados al
sabotaje. Son elementos que declaran que no están de acuerdo, ni de
lejos, con la política llevada a cabo en estos momentos, pero que como
soldados consideran indispensable coadyuvar con sus fuerzas en la
formación de un ejército, que no puede dejar de responder al
espíritu del régimen soviético.
Para pasar del régimen del voluntariado al régimen obligatorio,
de la milicia; en otros términos, al régimen del servicio
militar obligatorio, aun reducido al mínimo indispensable, se necesita
un aparato militar administrativo, un aparato que controle los efectivos que
deben ser sometidos a la conscripción. Todavía no lo tenemos.
El viejo aparato fue destruido al mismo tiempo que todos los de la
burocracia; el nuevo se crea solamente ahora con los comisariatos militares
de cantones, distritos, provincias y regiones. Esos comisariatos,
constituidos por los correspondientes soviets locales, comprenden, como se ha
dicho, un colegio de tres miembros: un jefe militar y dos comisarios. Ellos
deben hacer un censo de toda la población en edad militar, convocarla,
instruirla y movilizarla. Por último dichos comisariatos
enviarán directamente las fuerzas a su destino local; en consecuencia,
se excluirá de allí a las tropas activas, las que
dependerán directamente del poder militar central.
El decreto relativo a la administración militar que se aplica en la
actualidad ha sido ratificado por el Consejo de Comisarios del Pueblo.
Constituye la premisa indispensable para todo trabajo de organización
metódica en la formación del ejército.
La tarea siguiente consiste no solo en crear un personal de mando a partir de
los antiguos cuadros, sino también en formar desde ahora cuadros
nuevos a partir de los elementos surgidos de las clases hoy en el poder:
obreros, marineros, soldados, y que han recibido un mínimo de
formación general y demostrado temperamento combativo y aptitudes para
el combate en los frentes contra los alemanes, así como en la guerra
civil. Es indispensable que se les dé la posibilidad de seguir la
preparación militar necesaria.
En las escuelas militares de la república son aún pocos: unos
2.000 jefes que se inician en la ciencia militar. Pero procuramos aumentar su
número.
Para pasar al sistema de milicias, al sistema de servicio militar
obligatorio, debemos desde ahora, antes de que todo el aparato del
país nos permita crear un ejército poderoso, establecer la
instrucción militar obligatoria en los lugares en que se concentran
las masas trabajadoras. Y ahora llamamos la atención de todos vosotros
acerca de un decreto de considerable importancia principista: "Sobre la
instrucción militar obligatoria de trabajadores, y de campesinos que
no explotan trabajo ajeno".
Ante todo una palabra acerca del encabezamiento, o "título", por decir
así, de ese decreto, que podría plantear algunas objeciones de
principio.
No hablamos de una instrucción militar obligatoria a corto plazo de
todos los ciudadanos. Nos basamos en la diferenciación de clases y la
indicamos en el encabezamiento mismo del decreto. ¿Por qué?
Porque el ejército que formamos, debe corresponder, como ya se ha
dicho, a la naturaleza del régimen soviético, porque vivimos en
las condiciones de dictadura de la clase obrera y de los campesinos pobres.
Tal es el rasgo esencial de nuestro régimen. No vivimos bajo un
régimen de democracia formal, en el cual durante un período de
conflictos revolucionarios de clases el sufragio universal puede servir,
cuando más, para consultar a la población, pero en el que
después de esa consulta el papel principal lo
desempeñará la relación de fuerza entre las clases, las
materiales. Si en la primera época de la revolución hubiera
aparecido, bajo la forma de Asamblea Constituyente, la democracia
teórica, habría tenido en el mejor de los casos el papel de
consulta preliminar. Pero la última palabra la habría
pronunciado el choque efectivo de las fuerzas de clases. Sólo los
tristes doctrinarios de la pequeña burguesía no pueden
entenderlo. Para quienes comprenden la dinámica interior de la
revolución, con su lucha de clases exacerbada, resulta perfectamente
claro que cualesquiera que sean sus imperfecciones teóricas,
cualesquiera que sean los caminos desviados por los que deberá pasar,
el régimen revolucionario tiene que terminar fatalmente en la
dictadura abierta de una u otra clase: o de la burguesía, o del
proletariado. Entre nosotros ha terminado en la dictadura de la clase obrera
y de los campesinos pobres. El ejército apto para el combate que debe
crear la capacidad defensiva del país tiene que responder por toda su
estructura, sus elementos y su ideología, a la naturaleza de esas
clases. Ese ejército no puede dejar de ser un ejército de
clase.
No hablo únicamente desde un punto de vista político que, como
se comprende, tiene importancia para el régimen soviético. Una
vez que la clase obrera ha tomado el poder en sus manos, es evidente que debe
crear su ejército, su órgano armado, que la protegerá de
los peligros. Pero también desde un punto de vista puramente militar
no hay más que una posibilidad: CONSTRUIR EL EJERCITO SOBRE PRINCIPIOS
DE CLASE.
En tanto que este régimen no sea reemplazado por el régimen
comunista, en el que la clase privilegiada perderá su existencia
privilegiada y en el que será obligación de cada ciudadano, en
este terreno, defender la república comunista contra todo peligro
exterior, el ejército no podrá tener más que un
carácter de clase.
Se dice que al proceder así imponemos a la clase obrera todo el peso,
todo el fardo de la defensa militar, descargando de él a la
burguesía. No hay duda de que formalmente es así, pero
esperamos que el poder soviético adoptará todas las medidas
necesarias para hacer recaer sobre la burguesía una parte del peso de
la defensa del país, parte que no le dará la posibilidad de
armarse contra la clase obrera. En último término la
cuestión se resume así: en esta época de
transición histórica, el proletariado hace del poder del estado
y de su aparato militar el monopolio de su propia clase. Nosotros afirmamos y
proclamamos ese hecho.
Mientras el proletariado no haya desacostumbrado a las clases poseyentes de
sus esperanzas y tentativas, de sus aspiraciones y sus complots para volver a
tomar el poder del estado; mientras la burguesía no se disuelva en el
régimen comunista del país, la clase trabajadora en el poder
debe hacer -y lo hará- del armamento el monopolio de su propia clase,
el medio de su defensa contra los enemigos interiores, que en el momento en
que el país está en peligro tienden la mano a los enemigos
exteriores. Por eso establecemos la instrucción militar obligatoria
para los obreros y los campesinos que no explotan el trabajo ajeno.
El decreto sobre instrucción militar obligatoria que os presentamos -y
esperamos con impaciencia su ratificación, pues ello nos dará
la posibilidad de emprender inmediatamente la parte más importante de
nuestro trabajo para la creación del ejército- tiene una
importancia de principio considerable.
Ante todo coloca sobre nuevas bases el principio de la OBLIGACIÓN y
con eso mismo nos ayuda a superar el principio del VOLUNTARIADO, aceptado por
nosotros por un breve período de transición y que liquidaremos
tanto más rápido cuanto mejor realicemos todas las otras tareas
de nuestra vida nacional. Si lo aprobáis, ese decreto
establecerá la obligación, para todos los ciudadanos de las
clases que retienen el poder, de pagar al estado y al régimen
soviético el precio más elevado: el impuesto de su sangre y el
sacrificio de su vida. Es esto lo que debéis ratificar y volver a
imponer así el servicio militar obligatorio para todos cuantos
están entre los 18 y los 40 años.
Aquel que estudia el arte de la guerra, que se declara en buenas condiciones
para dar al estado ocho semanas por año, a razón de doce horas
por semana, es decir, noventa y seis horas durante el primer año y
cierto número de otras en las convocatorias sucesivas, debe partir,
cuando sea llamado por el poder soviético bajo bandera, a rechazar a
los enemigos exteriores. Tal es la idea fundamental del decreto en
cuestión que os invitamos a ratificar. No creamos todavía el
sistema armonioso de la milicia; estamos lejos de ello. Sólo tomamos a
los trabajadores y campesinos en los lugares naturales de su trabajo:
fábricas, talleres, explotaciones agrícolas, aldeas; los
hacemos reunir por los comisarios soviéticos y los sometemos en esos
lugares naturales al aprendizaje militar según los principios
elementales del programa general establecido para todo el país por el
Comisariato del Pueblo para la Guerra. Tal es la idea fundamental de ese
decreto. Si lo aprobáis, significará que desde mañana
daremos la orden en todo el país a los soviets locales, por medio de
sus comisarios militares y los comités de fábricas, de
emprender esa tarea. Significará que vosotros, en vuestra
condición de Comité Ejecutivo Central, nos apoyaréis en
ese trabajo colosal con toda vuestra fuerza ideológica, con toda
vuestra autoridad y todos vuestros nexos organizativos. Sólo
así podremos volcar rápidamente en el Ejército Rojo, en
su carácter de formación provisional, a las generaciones
auténticamente aptas para el combate, de la clase obrera y del
campesinado mientras no hayan ellas reorganizado toda la estructura del
país.
Paralelamente propongo que ratifiquéis el decreto relacionado con el
sistema de nombramientos en el ejército obrero y campesino. En
realidad ese decreto ya está en práctica por vía de
nuestras disposiciones administrativas; y hemos procedido así, claro
está, porque nos era imposible desenvolvernos sin ninguna línea
de conducta a ese respecto.
Ahora depende de vosotros, y esperamos que lo hagáis, ratificarlo con
vuestra autoridad, con vuestro poder legislativo, a fin de, poder ponerlo en
práctica aun con más vigor. El problema consiste en crear para
el Ejército Rojo de obreros y campesinos un personal de mando, elegido
y reclutado por las organizaciones soviéticas como tales. Traducido a
nuestra terminología corriente, eso significa que hemos limitado
enormemente y muchas veces reducido a nada el principio de la
elección.
Se podría pensar que ese punto será una fuente de
oposición, pero al ponerlo en práctica encontramos pocas
dificultades. Esto se explica muy simplemente. Mientras el poder estaba en
manos de la clase hostil a las clases en las que se reclutaba la masa de
soldados y el personal de mando era nombrado por la burguesía,
resultaba perfectamente natural que la masa obrera y campesina, que luchaba
por su liberación política, exigiese elegir sus jefes, sus
capitanes. Era el método mediante el cual satisfacía su
instinto de conservación política. Nadie creía ni
podía creer que los improvisados jefes que dirigían
ejércitos o cuerpos de ejércitos, que se han distinguido en el
frente después de la revolución de octubre, podían
realmente llenar la función de comandantes en jefe en tiempos de
guerra; pero la revolución le planteó a la clase obrera la
tarea de tomar el poder, y los trabajadores, incluso en el ejército,
no podían depositar su confianza en un aparato de mando que
había sido creado por la clase enemiga, ni podían elegir en su
propio medio a aquellos que en principio les inspiraban confianza.
Se trataba allí, no de un método para el nombramiento de jefes,
sino de un método para la lucha de clases. Hay que entenderlo
bien.
Cuando tenemos que encarar la formación de un efectivo que en todo
sentido pertenece a una sola y misma clase, los problemas de elección
y de nombramiento tienen una importancia técnica secundaria. Los
soviets son elegidos por los obreros y campesinos, y esto presupone dentro de
la relación de clase que son los soviets los que nombran en los
puestos de gran responsabilidad a los comisarios, jueces, comandantes, jefes,
etc. Del mismo modo, la dirección de un sindicato nombra en su seno
una serie de funcionarios en cargos de alta responsabilidad. Una vez elegida
la dirección, se le confía, a título de
atribución técnica, la elección del personal
apropiado.
Queremos decir que el Ejército Rojo que existe actualmente no es un
organismo que se baste a sí mismo, que exista por sí y
promulgue leyes por su propia cuenta. Es sólo un órgano de la
clase obrera, su brazo armado. Marchará de acuerdo con la clase obrera
y el campesinado unido a esta última. En consecuencia, los
órganos a los que, la clase obrera y los campesinos pobres han
confiado la formación del Ejército Rojo deben estar investidos
del poder de elegir el personal de mando en los lugares y en el centro. El
decreto referente a los nombramientos en el ejército obrero y
campesino tiene por objeto garantizar esta posibilidad.
Viene en seguida la cuestión que en este momento y en todas partes
tratamos prácticamente de resolver con éxito relativo: crear en
el Ejército Rojo sólidos cuadros permanentes. Lo que en las
primeras semanas y primeros meses distinguía al Ejército Rojo
era la fluidez, característica del conjunto de nuestra vida
económica y política y, de manera más general, reflejo
del profundo trastrocamiento social; cuando nada todavía es estable,
cuando todo desborda, cuando las enormes masas populares se desplazan de un
lugar a otro, cuando la industria está desorganizada, los trasportes
no funcionan bien, el abastecimiento se halla cortado, quien sufre todo esto
es la población y en primer lugar la clase que ha tomado el poder del
estado en sus manos. Y no tan sólo en el terreno militar, sino en todo
lo demás, en todos los terrenos, la tarea esencial actual, la tarea de
la nueva época posterior a octubre, es lograr mediante un trabajo
serio en el centro y en los propios lugares un régimen determinado,
estable, concreto; ligar los hombres al trabajo, conseguir un trabajo
estable, pues la guerra, si ha despertado la conciencia revolucionaria, ha
privado al mismo tiempo al país de los últimos restos de
método y de estabilidad económica, política, civil.
Así, tomando como base las nuevas tareas de la revolución, hay
que ponerse al trabajo con encarnizamiento, regularidad y método. Como
se comprende, todo esto debe reflejarse ante todo en el ejército, pues
los fenómenos que todavía se ven allí no pueden
conciliarse con la existencia de ejército alguno. Recordemos esos
fenómenos. ¿Qué hemos observado en las primeras semanas?
La extraordinaria fluidez del ejército. Esto significaba que muchos
entraban y salían, cruzándolo como se cruza un pasaje; se
aseguraban provisiones por algunos días, o se hacían de un
capote, sin que por esto se sintieran ligados; algunos recibían un
adelanto de la paga, tras lo cual pasaban a otras unidades o simplemente
sallan de las filas del ejército. Es cierto, esos elementos
representaban una minoría, pero desmoralizaban a las unidades,
desorganizaban al ejército en su- estructura. El decreto sometido a
vuestra atención debe poner término a ese caos, a esa falta de
sentido de responsabilidad; ata a cada voluntario por seis meses a la unidad
en la que ha entrado. El voluntario se obliga a no dejar su unidad antes de
ese término; si quebranta esa obligación, incurre en
responsabilidad penal[2].
Por último os pedirnos aceptar y ratificar la fórmula del
solemne juramento que todo soldado del Ejército Rojo presta en signo
de fidelidad al régimen que lo acepta en su ejército. La
fórmula de ese Juramento Rojo expresa el sentido mismo de la
creación de nuestro ejército.
De acuerdo con nuestra idea, cada soldado del ejército revolucionario
debe prestar ese solemne juramento ante la clase obrera, ante la parte
revolucionaria del campesinado de Rusia y ante el mundo entero, el primero de
mayo. Aunque a primera vista parezca paradójico, no hay ninguna
contradicción en que el primero de mayo, que para nosotros siempre ha
sido la fecha recordatorio de nuestra lucha y de nuestra protesta contra el
militarismo, el de este año sea en la Rusia soviética y
revolucionaria el día en que la clase obrera debe manifestar su
voluntad de armarse, de defenderse, de crear en el país una fuerza
militar sólida que responda al carácter del régimen
soviético y sea capaz de defender y proteger al régimen. Pero
también esa es la razón por la que en Rusia la
recordación del primero de mayo tendrá lugar en un ambiente muy
diferente del de otros países de Europa, donde, aún
continúa la guerra imperialista y las clases imperialistas
están en el poder. Y precisamente en razón de esta
última circunstancia el primero de mayo debe ser en esos
países, ahora más que nunca, el día de una protesta
violenta contra la maquinaria del imperialismo Capitalista; por el contrario,
entre nosotros debe ser el de la manifestación en favor del
ejército proletario, y proponemos que ese día nuestros soldados
rojos presten un solemne juramento, un juramento socialista, si
queréis así, el de servir a la causa en nombre de la cual han
sido incorporados a las filas del Ejército Rojo de obreros y
campesinos.
Para nosotros es indispensable que todos los decretos presentados sean
ratificados por el Comité Central Ejecutivo. Vosotros podréis
modificarlos, pero no rechazarlos por completo, pues esto significaría
que reprobáis la esencia misma de la causa que defendéis. El
Comité Central Ejecutivo no puede rechazar la tarea que le encomienda
la revolución.
Esta tarea consiste en decir con autoridad al obrero y al campesino
trabajador que ahora la Revolución de Octubre se ha fijado como
misión esencial reconstruir sobre la base soviética un
ejército fuerte y poderoso, que se convertirá en la palanca de
la revolución obrera y campesina y en un decisivo factor de la
revolución internacional.
No entraré en el terreno de la política internacional. Para
cada uno de nosotros es claro y evidente que nuestra revolución no
está amenazada por la burguesía rusa ni por sus ayudantes
voluntarios o involuntarios del interior del país, sino por los
militaristas extranjeros. De todos los rincones de la Europa capitalista y de
Asia nos amenazan enemigos.
Y si queremos resistir hasta que ellos reciban en su propia casa el golpe
decisivo, debemos crear el máximo de condiciones que nos sea
favorable. En materia militar, sobre todo, podemos lograrlo creando una
disciplina interna revolucionaria, aunque no sea más que en el
embrión de ejército que existe en la actualidad.
Pero de una manera más general debemos crear un ejército obrero
y campesino formando reserva en las fábricas y talleres, dando
instrucción militar a los obreros, a fin de que, si en los
próximos meses nos amenaza algún peligro, el esqueleto del
ejército obrero y campesino actual pueda cubrirse con la carne de esas
reservas preparadas para el combate. Al mismo tiempo, y en la medida de
nuestras fuerzas, vamos a formar nuevos cuadros y con los cursos de los
instructores y la ayuda de elementos del antiguo personal de mando que han
trabajado y continuarán trabajando honestamente mejoraremos la
capacidad de defensa del país.
Camaradas: al aprobar nuestro trabajo militar, que dá sus
primeros pasos, nos daréis también la posibilidad de aplicar en
el lugar, reforzar y garantizar todas las medidas que os hemos propuesto. Si
lo hacéis, espero entonces que elevaremos la capacidad defensiva del
país tanto como todo su poderío económico y
político.
Modificaréis lo que consideréis necesario modificar,
rechazaréis lo que os parezca erróneo, pero tendréis que
reconocer que la Rusia soviética necesita un ejército que sea
órgano de la defensa soviética, es decir, de la Rusia obrera.
Ese ejército no puede ser diletante ni improvisado. Por eso tiene que
reclutar todos los especialistas de valor.
Pero, naturalmente, llegados aquí se comienza a pensar que algunos
individuos aislados pueden utilizar ese ejército con fines hostiles a
la clase obrera, valiéndose de él como de una herramienta para
complots contrarrevolucionarios. Tales peligros surgen en nuestro propio
medio; se los encuentra de cuando en cuando, y por eso es preciso minar sus
fundamentos.
Los que alimentan esos temores afirman que los representantes del antiguo
personal de mando intentan, y con éxito, crear focos
contrarrevolucionarios en el nuevo ejército. Camaradas, si las cosas
hubieran llegado hasta allí, eso significaría que todo nuestro
trabajo está condenado a un fracaso inevitable. Querría decir
que al nombrar un ingeniero en el cargo de administrador, o a un
técnico en una fábrica, al dejarle un gran campo de
creación o conferirle responsabilidades, los trabajadores corren el
riesgo de restablecer el régimen capitalista, de volver a la
servidumbre, a la opresión. ¡Pero no es así!
Todos los teóricos del socialismo previeron, predijeron y escribieron
que cuando la clase obrera llegara al poder estaría obligada a hacer
trabajar a todos los elementos útiles y calificados que hubiesen
estado antes al servicio de las clases dominantes y poseedoras También
los teóricos del socialismo han escrito a menudo que la clase obrera
pagaría a esos mismos especialistas para retenerlos junto a ella dos o
tres veces más que lo que recibían bajo el régimen
burgués. Y cuando se piensa en los beneficios que resultarán de
la racionalización en el campo de la revolución socialista, aun
eso resultaría "barato". Hay que decir lo mismo respecto del
ejército en su condición de órgano de defensa del
país. Los gastos de la clase obrera y los desembolsos consentidos por
el campesinado en un ejército bien construido se rescatarán
centuplicados.
El régimen soviético es demasiado fuerte frente a sus enemigos
interiores para que temamos lo que se califica de peligro "de los generales".
Camaradas, si un especialista se sintiera realmente tentado de valerse del
ejército contra los trabajadores y campesinos en interés de los
complots contrarrevolucionarios, está de más decir que a esa
clase de conspiradores les refrescaríamos la memoria,
recordándoles de manera concreta los días de octubre y los
otros. ¡Y ellos lo saben perfectamente!
Por otra parte, camaradas, aun entre los especialistas militares, y hasta
donde los he llegado a conocer personalmente, he encontrado mucho más
elementos de valor que los que habíamos imaginado. Para un gran
número de ellos la experiencia de la guerra y la revolución no
ha sido en vano. Muchos han comprendido que un nuevo espíritu sopla
sobre Rusia; han comprendido la nueva psicología de la clase obrera
despertada, que es preciso conducirse de manera diferente con ella, hablarle
de otro modo, crear el ejército por vías distintas. Esa clase
de, especialistas militares existe.
Existe, y esperamos que de las generaciones jóvenes de los cuerpos de
oficiales del antiguo ejército podamos extraer muchos cuadros y que
nuestro trabajo para formar el ejército estará fecundado por
sus conocimientos y sus experiencias.
Solo debemos afirmar con energía y autoridad que, amenazada de muerte,
Rusia necesita hoy de un ejército fuerte. Es necesario que el trabajo
que realizamos se beneficie con vuestro apoyo. Lo necesitamos, nos lo
daréis, camaradas del Comité Central Ejecutivo.
2
¡Camaradas! El primer contradictor ha dicho que creamos el
ejército, no para defender el país, sino para hacer lo que
él ha llamado "experiencias". Ya he dicho en mi informe que, si los
peligros que nos amenazan se limitaran a una revolución interna
contrarrevolucionaria, no tendríamos en general necesidad de un
ejército. Los obreros de las fábricas de Petrogrado y de
Moscú podrían en cualquier momento formar destacamentos de
combate, suficientes para aplastar de manera radical cualquier tentativa de
levantamiento armado con el objeto de devolver el poder a la
burguesía. Nuestros enemigos interiores son demasiado insignificantes
y lamentables para que sea necesario, en la lucha contra ellos, crear un
aparato militar sobre bases científicas y poner en movimiento toda la
fuerza armada de la población.
Sí esa fuerza armada no es hoy necesaria, es porque el régimen
soviético y el país soviético están,
precisamente, amenazados por un inmenso peligro exterior y porque nuestros
enemigos interiores sólo son fuertes por la fuerza de cohesión
de clase, que los une a los enemigos de clase del exterior. Y en ese sentido
-vivimos hoy justamente un momento en el que la lucha por el régimen
que estamos creando depende directa e inmediatamente de llegar a la plena
capacidad defensiva del país. Sólo protegeremos al
régimen soviético con una resistencia directa y enérgica
frente al capital extranjero que marcha contra nuestro país,
únicamente porque es el país donde gobiernan los obreros y los
campesinos. En ese simple hecho está el nudo que la historia ha
anudado.
Justamente porque entre nosotros reina la clase obrera somos ahora objeto del
odio y de los designios hostiles de la burguesía imperialista mundial.
He ahí por qué todo obrero consciente y todo campesino
revolucionario deben sostener al ejército si quieren de veras lo que
en Rusia se hace en estos momentos, todavía mal y torpemente, lo
sé tan bien como cualquiera de nuestros detractores; pero a pesar de
eso lo que construimos no es infinitamente caro, pues promete una nueva
época en la historia y representa para nosotros la conquista
más preciosa en la historia de la evolución humana.
Cuando se nos dice que hacemos experiencia ignoro qué se entiende por
la palabra "experiencia". Toda la historia pasada no ha sido otra cosa que la
historia de experiencias con las masas trabajadoras; hubo en el pasado la
época de las experiencias de la nobleza sobre los cuerpos y las almas
de las masas campesinas; también conozco otra, en que la
burguesía hacía sufrir a los trabajadores experiencias sobre
sus cuerpos y sus almas. Desde hace algunos años observamos en el
mundo entero ese género de experiencia en la forma de una espantosa
carnicería imperialista.
Sin embargo, hay personas que pretenden ser socialistas y que ante las
fulminantes experiencias de cuatro años de guerra mundial dicen que la
heroica tentativa de las masas trabajadoras de Rusia por liberarse y
reconstruir la vida sobre bases nuevas es una "experiencia" que no merece
apoyo, que creamos un ejército, no para defender las conquistas
revolucionarias de los trabajadores, sino con propósitos particulares
de algunos grupos o partidos.
Pero yo diría que, si hubo alguna época que hizo necesaria la
creación de un ejército con objetivos loables porque son
legítimos, esa es nuestra época. Y si hay un régimen
que, obligado a defenderse, tenga derecho a exigir esa defensa a las masas
trabajadoras, no puede ser otro que el régimen de dominio de esas
mismas masas trabajadoras. A pesar de los errores de estas últimas, a
pesar de la rudeza de su régimen, demasiado áspero para la piel
de ciertos señores intelectuales, a pesar de todo eso, el
régimen soviético tiene derecho a florecer. Y se va a afirmar,
pero para ello tiene necesidad de un ejército. Y vamos a crearlo.
Se nos señala después que en el ejército proyectado hay
una ambigüedad, que aparece como el vicio principal del ejército
y del régimen que lo crea. Es cierto, hay una ambigüedad que
resulta del hecho de encontrarnos en una época de transición
entre el dominio de la burguesía y el régimen socialista;
ambigüedad que proviene del hecho de que la clase obrera se ha apoderado
del poder político, pero con ello no solo no ha cumplido toda su
misión, sino que, por el contrario, apenas acaba de comenzar sus
tareas fundamentales: el reacomodamiento de toda la economía, de todos
los aspectos de la vida, sobre nuevos principios; ambigüedad, en f in,
que tiene como causa el hecho de, que la clase obrera solo en Rusia
esté en el poder y tenga que rechazar con todas sus fuerzas la
ofensiva del capital de otros países, de aquellos en donde la clase
trabajadora aún no se ha levantado para la lucha decisiva ni se ha
apoderado del poder del estado.
Es una ambigüedad o contradicción ligada a la naturaleza misma de
nuestra revolución. No es el régimen lo que está en
discusión; tampoco su forma política o el principio de
reorganización de su ejército. Es el choque de dos formaciones:
la burguesía-capitalista y la socialista-proletaria. Podemos superar
esta contradicción mediante un largo combate. Tratamos tan sólo
de crear un ejército para ese combate y nos esforzamos por que el
ejército responda a las exigencias y a las obligaciones del
régimen que estamos llamados a defender.
Se nos dice, además, que al dedicar sólo noventa y seis horas
por año a las tareas militares no buscamos seriamente iniciar a los
obreros y campesinos en esas cuestiones. Ante todo debo recordar que entre
las masas obreras y campesinas se encuentran dispersos una enorme cantidad de
elementos que ya han hecho su aprendizaje de combate y que necesitamos
reunirlos en los centros naturales que son las fábricas, las
explotaciones agrícolas y todos los lugares de trabajo en general.
Debo decir que personalmente no me considero competente para estimar con
exactitud cuántas horas y semanas por año se necesitan ahora
para permitir a nuestro futuro ejército popular asimilar los
principios del arte militar.
Es posible que ese lapso sea, efectivamente, demasiado corto. Si lo es, lo
aumentaremos, una vez que la experiencia pruebe claramente que noventa y seis
horas no son suficientes para los obreros y campesinos. Pero suponer que el
tiempo propuesto lleva la intención de nuestra parte de no
proporcionar a los trabajadores y campesinos un aprendizaje completo, no es
más, a mi entender, que una maniobra chicanera y
demagógica.
El sector de derecha ha protestado a menudo contra la disposición de
cumplimiento sin apelación de las órdenes. ¿Y si esas
órdenes son, se dice, contrarrevolucionarlas?
Si lo que se quiere es introducir aquí, en la constitución de
nuestro ejército, el derecho de no obedecer órdenes
contrarrevolucionarias, me gustaría hacer notar que el texto
íntegro del solemne juramento que he hecho conocer está ya
dirigido contra la contrarrevolución, y que todo el ejército se
forma para hacer pedazos a la contrarrevolución rusa y la mundial. He
ahí el pivote moral del ejército... [Una voz: "¿La
obediencia absoluta al comandante?"]
Lógicamente, si el régimen soviético entero y su
ejército se convierten en víctima de los generales
contrarrevolucionarios, eso significará que la historia nos ha
abandonado y que por lo tanto todo este régimen está condenado
a perecer.
Sin embargo, las perspectivas son diferentes y no es así como se
plantean en realidad las cuestiones en litigio. Se puede su poner que en el
momento actual los generales contrarrevolucionarios mandan como dueños
entre nosotros y que debemos incitar a las masas a criticarlos. En todo caso,
cada soldado del Ejército Rojo tiene un sentido crítico tan
desarrollado como el de todos los críticos y consejeros que, como se
sabe, nos han impedido inculcar a los soldados, obreros y campesinos una
saludable desconfianza para con todos sus enemigos de clase.
Pero en virtud de una reacción psicológica natural a la
desconfianza de antes de octubre para con el poder y sus mandamientos hace
que entre nosotros todo el mundo trate de hacer pasar cada orden, cada
ordenanza, por el aparato de su propia crítica, de su desconfianza y
de su juicio, lo que retrasa la ejecución de la orden, arruina el
trabajo y resulta contrario a los intereses de los trabajadores mismos.
Así, por ejemplo, la reacción contra el centralismo zarista
condujo a cada provincia, a cada distrito, a crear su propio consejo de
comisarios del pueblo, su república de Kaluga, de Tula, etc.
En el fondo, es el comienzo de una reacción creadora y viva contra el
antiguo absolutismo, pero debe realizarse dentro de límites
severamente definidos. Hay que crear un aparato de estado centralizado. Se
comprende que todos los soldados, obreros y campesinos deben, con nosotros,
asegurarse un aparato que controle a todo el personal de mando a
través del Comité Central Ejecutivo, a través de los
comisarios. Tenemos ese aparato de verificación, de control. Si por el
momento es malo, ya se lo perfeccionará en el futuro.
Pero al mismo tiempo es preciso insistir en que una orden es una orden, que
un soldado del Ejército Rojo es un soldado, que el ejército de
obreros y campesinos es un ejército, un ejército que recibe
órdenes militares que deben ser cumplidas sin discusión. Si
están refrendadas por el comisario, es éste quien carga con la
responsabilidad, y los soldados rojos están obligados a ejecutar esas
órdenes. Es evidente que, si no se aplica este reglamento,
ningún ejército puede existir. ¿Qué es lo que
mantiene unido a un ejército? La confianza en un régimen
determinado, en un poder que él crea y controla en determinadas
circunstancias.
Si mantenemos esta confianza general, y pensamos mantenerla, el
régimen soviético, el régimen de la clase
revolucionaria, tiene el derecho de exigir de sus órganos, de sus
unidades militares, sumisión y obediencia a las órdenes que
provienen del poder central y son controladas por el Comité Central
Ejecutivo.
Y a aquellos de nuestros especialistas militares que de buena fe se preguntan
si llegaremos a hacer reinar la disciplina, les contestamos que si ella era
posible bajo el dominio del zarismo, de la burocracia y de la
burguesía, si entonces era posible crear una sumisión dirigida
contra la masa obrera y campesina, si era posible en general crear un poder
de estado contra la clase obrera, nosotros tenemos entonces diez o cien veces
más la posibilidad psicológica e histórica de mantener
una disciplina de hierro en un ejército que se ha creado en todas sus
piezas para defender a las masas trabajadoras.
Se quiere, observad, defendernos y protegernos de designios
contrarrevolucionarios. Veamos ante todo quiénes nos quieren
preservar. Son los colaboradores de Dujonin, son los colaboradores de
Kerenski.
El ciudadano Dan nos contaba aquí cómo "nacen los Napoleones",
cómo sucede que haya comisarios que no saben ser lo bastante
vigilantes. Pero se da el caso de que el kornilovismo nació bajo el
régimen de Kerenski y no bajo el régimen soviético.
[Martov: "Habrá un nuevo kornilovismo."] Todavía no hay otro, y
entretanto hablemos del antiguo, de aquel que hubo y que ha dejado para
siempre una marca ardiente en la frente de alguno. [Aplausos.]
Para ilustración de Dan, recuerdo, camaradas, que nuestros camaradas
de entonces del soviet de Petrogrado, supieron distinguir las órdenes
de combate y de operaciones de las intenciones contrarrevolucionarias.
Cuando Dujonin, a pedido de Kerenski, quiso hacer salir, contra su voluntad,
a la guarnición de Petrogrado para debilitar la capital
revolucionaria, adujo como pretexto la necesidad estratégica. Nuestros
comisarios soviéticos de Petrogrado dijeron: "Sin duda es una nueva
experiencia." Y fue llevada a cabo por el gobierno de coalición de
entonces, del que formaban parte los mencheviques, bajo la égida moral
de Kerenski. Los documentos, firmados por Kerenski y Dujonin, que hemos
hallado confirmaron plenamente la sospecha.
Recuerdo que en esa época Dan y sus partidarios subieron a la tribuna
del soviet de Petrogrado y declararon: "No queréis cumplir la orden de
operaciones de las autoridades militares y del gobierno respecto de la
guarnición de Petrogrado. No os atrevéis siquiera a someterla a
discusión." Esa orden era, ahora bien, por su naturaleza, un proyecto
contrarrevolucionario para estrangular a Petrogrado. Nosotros lo
habíamos adivinado, pero vosotros [volviéndose hacia los
mencheviques] estabais ciegos. Por eso derribamos vuestro antiguo poder y
tomamos el poder en nuestras manos. Históricamente teníamos
razón.
No oigo, por desgracia, la réplica del ciudadano Martov, y no recuerdo
exactamente si entonces él estaba con nosotros o con Dan y Kerenski...
[Una voz: "Es infame, Trotsky, que os hayáis olvidado del papel que
desempeñaba Martov."]
La posición del ciudadano Martov tiene siempre en sí algo
delicado, algo casi inasible para el grosero análisis de clase, algo
que obligaba al ciudadano Martov a ser en esa época el hombre frente
al culpable ciudadano Dan. El ciudadano Dan estaba en esa época con
Kerenski. Por lo tanto, el ciudadano Martov era "la oposición personal
de Dan. Pero ahora que la clase obrera con todas sus faltas, su "ignorancia",
su "incultura", se encuentra en el poder, usted está con Dan en un
solo y mismo sector, el de la oposición a la clase obrera.
Pero la historia, que generalmente toma los hechos en su escala
histórica, en sus dimensiones de clase, dirá que la clase
obrera, en una hora de condiciones muy difíciles, se hallaba en el
poder cometiendo errores y corrigiéndolos, pero que vosotros estabais
fuera de ella, separados de ella, contra ella, y las reelecciones al soviet
de Moscú lo han nuevamente demostrado. [Una voz: "¡Con cifras
adulteradas!"] Yo sé que cuando algún otro estaba en el poder,
cuando estaban Kerenski y Dan... [Dan: "Yo no estuve en el poder."]
Perdón... Cuando estaba en el poder el adversario bien conocido de
Dan, Tsereteli [risas], hubo efectivamente algunas tentativas para falsificar
las elecciones a los soviets y ellas culminaron con la acusación a
todo el partido según el artículo 108.[3][Aplausos.]
Recuerdo, sin embargo, que después de esa falsificación tuvimos
a pesar de todo mayoría en todos los soviets.
Cuando el II Congreso de los Soviets se reunió, los Dan lo hicieron
fracasar; falsificaron en el Comité Central Ejecutivo y en la
Conferencia Democrática la voluntad de los trabajadores, y
desnaturalizaron en todas partes la voluntad de la democracia revolucionaria
con la participación directa de mis contradictores de hoy. Y en contra
de toda esa falsificación nos encontramos en mayoría en el
poder; por consiguiente, nuestro partido es viable y sano. La
falsificación, real o ficticia, no puede dañar a un partido
así; pero el que se refiere a la falsificación para explicar su
fracaso, ese es un partido muerto.
Para volver a los problemas relacionados con el ejército, hay que
señalar, y esto se explica por sí solo, que no cerramos los
ojos ante ninguno de los peligros que nos enfrentan, que nosotros no hemos
provocado, sino que hemos heredado de toda la evolución anterior. Al
mismo tiempo, sólo nuestros métodos sirven para luchar contra
esos peligros.
Se nos pregunta, por cierto: "Pero en esa evolución anterior,
¿todo era históricamente inevitable? El derrumbe del antiguo
ejército, el desamparo del frente, ¿eran indispensables?"
También yo pregunto: ¿Era indispensable? Lo que se puede
reconocer que era inevitable era lo que con certeza se podía
predecir.
Pero si volvéis a nuestros discursos en el Congreso de junio de los
soviets de diputados obreros, soldados y campesinos; si echáis una
ojeada a las actas del congreso y leéis las trascripciones de nuestra
intervención, observaréis que decíamos a los
señores mencheviques y socialistas revolucionarios (éstos
entonces todavía estaban unidos): "Si deseáis perder nuestro
ejército, entonces lanzad la ofensiva. Si deseáis darle un
golpe mortal, minar su fe en la revolución, lanzad la ofensiva." Esta
declaración la hicimos el 4 de junio, pero el 18 de junio el gobierno
de Kerenski y Dan lanzaba el ejército a la ofensiva.
¡He ahí lo que asestó al ejército el golpe fatal!
Entonces, el bíais conducido a la desorganización definitiva.
Yo decía: entrecomo resultado el desbande pánico del
ejército mortalmente enfermo. [Martov: "Pero vosotros lo
habíais corrompido, lo habíais conducido a la
desorganización definitiva. Yo decía: entregad el
ejército a los bolcheviques; ellos lo depravarán."] El
ciudadano Martov predecía, escuchad, que después que sus
partidarios políticos hubieron asestado al ejército un golpe
mortal, además los bolcheviques lo depravaron. ¿Por qué
en ese momento la historia fue tan poco magnánima como para no hallar
para el ciudadano Martov un lugar entre los ciudadanos Dan y Kerenski, que
habían dado un golpe mortal al ejército, y los bolcheviques que
envenenaban a ese ejército herido de muerte, a fin de que lo
salvara?
Por supuesto, no tengo duda alguna de que cuando llegue el régimen
socialista un futuro aficionado a los aforismos escribirá lo que
decía el ciudadano Martov.
Pero mientras tanto no hablemos de aforismos, sino de la revolución,
de la que se hace ahora, de la clase obrera que se bate ahora, que quiere
conservar el poder del estado después de haber hecho de él el
instrumento de su liberación, y decimos a este respecto: si nos hemos
equivocado junto con ella, con ella también hemos aprendido a
rectificarnos, y con ella venceremos. He ahí también en
qué nos diferenciamos del grupo del ciudadano Martov.
Al emprender la instrucción del ejército no nos limitamos, en
absoluto, a las noventa y seis horas, según trata de insinuar el
ciudadano Martov al describir como una ficción el servicio
obligatorio. Sabemos que por suerte la clase obrera está imbuida de
tina enorme reserva de crítica. Tal vez le falten muchas cosas, pero
no esa. Todavía tiene poco de organización, práctica,
capacidad para un trabajo sistemático, o disciplina; pero está
impregnada hasta los huesos de desconfianza, e impelida a la
verificación.
Esa inclinación es una gran conquista; debe ser completada con la
disciplina, el método y otras cualidades necesarias para dirigir y
combatir. Si el obrero no tiene suficiente con noventa y seis horas, se
podrá fijar el doble, el triple. Si los generales no le agradan, los
hará a un lado. Pero en este momento cumplimos con la tarea de crear
el ejército, en total acuerdo con la clase obrera, dirigiéndola
contra vosotros, y en ello vemos la fuente de nuestro orgullo.
Por otra parte nos decís que no permitimos la instrucción
militar a la burguesía. Tenéis dos argumentos: "Se lo
impedís a la burguesía y creéis que con eso
preservaréis al ejército de la contrarrevolución".
¿Pero qué es la burguesía? El cinco por ciento de los
efectivos. ¿Es posible creer que con un medio tan infantil se pueda
preservar de la contrarrevolución al ejército?
Al mismo tiempo decís que condenamos al fracaso todo el arte militar
al prohibirlo a la burguesía. Si la burguesía es tan
insignificante, ¿para qué chicanear entonces con el cinco por
ciento a fin de saber si es necesario integrarla o no? En un momento en que
todos los cálculos son tan inexactos, un error del cinco por ciento es
insignificante. Y el centro de gravedad no se encuentra en el cinco por
ciento de la burguesía.
La burguesía tiene muchos agentes: la pequeña burguesía
poco consciente, ignorante; los pequeños explotadores, los elementos
turbios de la pequeña burguesía. Dada la actual
situación de cosas, no podríamos incorporarlos, porque su
incorporación al ejército soviético sólo es
posible ahora con el añadido de una gran represión. Todos esos
elementos petrificados, atrasados, odian al proletariado y a la
revolución. Se encuentran no sólo en el frente del Don, sino
también en Orenburgo, y para atraerlos a nuestro lado es indispensable
lograr las primeras conquistas más importantes en el terreno de la
organización. En realidad, debemos demostrar a esos elementos
ignorantes, aterrorizados y engañados, que el régimen
soviético, el poder obrero, puede construir la economía
agrícola sobre nuevas bases, implantar fábricas en beneficio
del pueblo y crear un ejército con el mismo fin.
Entonces verán con sus propios ojos que el nuevo régimen
trabaja en beneficio de ellos, y ya no habrá el peligro de que, al
incorporarlos al ejército, incorporemos al mismo tiempo la guerra
civil.
Sin duda, estas concepciones no tienen valor ante los ojos de quienes no
creen en la victoria de la clase obrera. Pero entonces, ¿en qué
creen? ¿Qué esperan los señores mencheviques? Cuando la
historia se desencadene, no se detendrá en la redacción de
Adelante[4]; rodará
hasta más abajo. Sabéis perfectamente que después de
nosotros no ofreceréis ningún apoyo a la revolución.
Nosotros somos el único baluarte de, la revolución obrera. Con
todas nuestras actuales lagunas, debemos cumplir y cumpliremos con nuestra
obra: corregir las faltas, afirmar el poder soviético, reunir a las
masas a nuestro alrededor. Pero la historia no nos permite hacer
experiencias. En la lucha actual, nada nos permite actuar como en el juego de
ajedrez: hemos perdido una partida. ¿Pero qué importa?
Ganaremos otra. Si fracasamos, por descontado que vosotros no
arreglaréis las cosas. El carro de la contrarrevolución
pasará también sobre vuestros cráneos.
Pero ahora, en las circunstancias actuales, con las dificultades y los
peligros que existen, es preciso que consolidemos y perfeccionemos nuestro
carro, que le hagamos subir las pendientes e impidamos que se desbarranque.
Para esto, como ya he dicho, necesitamos un ejército. Se dice que
sólo ahora lo hemos comprendido. ¡No es verdad! Pero una cosa es
comprenderlo en un artículo y otra preparar la posibilidad de
construir un ejército.
En un país arruinado, donde el viejo ejército enfermo hace agua
por todos lados y se dispersa, desorganizando los trasportes y destruyendo
todo a su paso, en un país así no podemos construir un nuevo
ejército sin liquidar definitivamente el antiguo.
Sólo ahora comenzamos a censar de nuevo a la población.
El Ejército Rojo no es más que el esqueleto del futuro
ejército. Es indudable que el Ejército Rojo no puede servir
más que de marco, que deben llenar los elementos obreros iniciados
provenientes de los talleres y las fábricas.
Aquí responderé a las observaciones del primer contradictor,
que se resumen diciendo que nos excluimos del ejército a causa de
concepciones partidarias, a los mencheviques y socialrevolucionarios de
derecha. Es verdad que se ha dicho entre nosotros que los obreros y los
campesinos que no explotan trabajo ajeno harán, todos, sin
excepción, su aprendizaje militar. Si en esa observación es
preciso entender que entre los trabajadores a quienes enseñamos el
arte militar no hay mencheviques y que entre los campesinos que no explotan
trabajo ajeno no hay socialrevolucionarios de derecha, la contestación
podría haber sido de peso. Pero en este punto no cometemos errores.
Hacemos las cosas sobre principios de clase sólidos y sanos y
mostramos con eso que no tememos al obrero, aunque sea menchevique, no
más que al campesino que no explota el trabajo de otro, aun si
él mismo se dice socialrevolucionario.
Cuando en la época de la revolución de octubre nos batimos por
el poder, los obreros y los campesinos de aquellos partidos nos apoyaron. Nos
apoyaron después del levantamiento de octubre contra sus jefes, lo que
habla en honor de los trabajadores y en deshonor de los jefes.
Para coronarlo todo, se nos dice que los puestos de mando deben ser renovados
mediante elección. ¿Elegidos por las masas populares, o
elegidos por los soldados tan sólo?
El peligro indudable de la elección es que permite que tendencias, que
podríamos llamar sindicalistas, se infiltren en el ejército; es
decir, que el ejército se vigile a sí mismo como un todo
independiente que se da sus propias leyes. Nosotros afirmamos que el
ejército es el instrumento de los soviets que lo han crea do, que
confeccionan las listas y eligen los candidatos a los puestos de mando. Las
listas que se ponen en conocimiento de la opinión pública, no
lo olvidéis, han sido confeccionadas por las autoridades
soviéticas. Todos los nombramientos pasan por el filtro del
régimen soviético.
Los soviets dirigen el ejército y lo educan; le proveen, por lo tanto,
de un personal de mando definido. No puede ser de otro modo. Nada distinto
podéis proponer.
Si el principio de elección de arriba abajo de la escala es
irrealizable, como es evidente en lo que respecta a un ejército en
general como órgano especifico, ello lo es mucho más cuando se
trata de un ejército que apenas comienza a formarse.
¿Cómo podría designar, por medio de elección, de
sus propias filas un personal de mando, responsable ante el ejército,
seguro y apto para el combate, cuando las unidades apenas se están
formando? Es absolutamente inconcebible. ¿Y si ese ejército no
tuviera confianza en los soviets que lo están construyendo?
Estaríamos ante una contradicción interna. Semejante
ejército no es viable. Por lo tanto, camaradas, no hay aquí
alteración ninguna de lo que se llama principio democrático;
por el contrario, se asienta sobre una base soviética más
amplia.
El ciudadano Dan ha dicho, muy justamente, que la viabilidad del
ejército democrático no está garantizada por tales o
cuales medidas de agitación contra los generales, sino por el
carácter general del régimen. Es completamente justo. Pero
también por eso niega radicalmente al mismo régimen, niega al
régimen soviético de los obreros y campesinos pobres. [Dan
protesta.] ¡Oh!, yo sé que el ciudadano Dan reconoce al
régimen de los soviets, pero no al de los soviets que existen, los
soviets terrestres, sino al de los soviets celestiales, donde ubica al
arcángel. Esos son los soviets que reconoce el ciudadano Dan.
Pero yo hablo de los soviets terrestres, en los que los ciudadanos Dan y
Martov están en minoría y en los que nosotros constituimos la
mayoría aplastante. El régimen de esos soviets no se desmiente.
Existe y quiere existir.
En boca de nuestros adversarios, la crítica al Ejército Rojo en
vías de creación está ligada a la crítica al
régimen de los soviets en su conjunto. Y tiene razón. Pero eso
significa que, si el ejército que estamos construyendo marcha bien,
todo el régimen andará bien. E inversamente, si el
régimen es estable, también lo será el ejército.
Si perece, el ejército también perecerá.
Quien de buena fe observe lo que hoy pasa en el país nos
reconocerá que nuestros principales esfuerzos tienen que tender a
restablecer todo el aparato económico de la nación, de los
trasportes y del suministro, y a la creación del ejército para
asegurar la protección del régimen soviético contra el
peligro exterior.
Para que eso sea posible, para que tenga éxito, ¡un poco menos
de crítica mezquina, de estéril escepticismo, que solo produce
artículos difamatorios, y un poco más de fe en la clase que
está llamada por la historia a salvar al país! Esta clase, el
proletariado, sobrevivirá y superará no solo la lamentable
critica de la derecha, sino también todas las enormes dificultades que
la historia le ha cargado en las espaldas.
Y después de habernos arremangado pasaremos a crear el
ejército. Para ello es necesario que con un voto unánime
aprobéis la necesidad de ese ejército, para que se nos apoye en
la organización de los abastecimientos y los trasportes, y en la lucha
contra la piratería, las bribonadas el desorden y la incuria.
Dadnos ese voto de confianza y nos esforzaremos, con nuestro trabajo y por
las vías que nos señaléis y prescribáis, en
continuar mereciéndolo.
[1]La
primera orden que fijó las obligaciones de los comisarios y de los
miembros de los consejos militares se publicó el 6 de abril de 1918, y
decía: "A propósito de los comisarios militares, de los
miembros de los consejos militares. El comisario militar es el órgano
político directo del poder soviético junto al ejército.
Su cargo tiene un significado extraordinario. Los comisarios que se nombren
deben ser revolucionarios irreprochables, capaces de continuar siendo la
encarnación del deber revolucionario aun en las condiciones más
difíciles. La persona del comisario es intocable. Una ofensa hecha a
un comisario durante el cumplimiento de sus deberes, y con más
razón un acto de violencia contra él, es idéntica al
crimen más grave contra el poder soviético. El comisario
militar vigila para que el ejército no se separe del conjunto del
régimen soviético y para que las administraciones militares
aisladas no se conviertan en focos de insurrección o en armas
dirigidas contra los obreros y campesinos. El comisario participa en la
actividad de los dirigentes militares, recibe con ellos los informes y las
rendiciones de cuenta y ratifica las órdenes. Sólo las
órdenes de los consejos militares que, estén firmadas, a
más de los dirigentes militares, por un comisario al menos tienen
fuerza de ejecución. Todo el trabajo se realiza a la vista del
comisario, pero la dirección en el terreno específicamente
militar no pertenece al comisario, sino al especialista militar, que trabaja
en estrecha cooperación con él.
El comisario no responde por el acierto de las
órdenes puramente militares, operativas o de combate. La
responsabilidad por éstas recae íntegramente en el dirigente
militar. La firma del comisario al pie de una orden de operación
significa que ella ha sido dictada por consideraciones de índole
operativo y no por otras, de tipo diferente (contrarrevolucionarias). En el
caso de que una disposición puramente militar no cuente con su
aprobación, el comisario no podrá detenerla, sino tan
sólo informar al consejo militar superior. La única orden
operativo que puede ser detenida es la que a juicio del comisario ha sido
dictada por motivos contrarrevolucionarios. Si la orden está firmada
por él tiene valor legal y debe ser ejecutada a cualquier precio. El
comisario debe cuidar que la orden sea cumplida de manera cabalmente correcta
y para ello dispone de toda la autoridad y los medios del poder
soviético. El comisario político que tolere el incumplimiento
de órdenes debe ser inmediatamente destituido y denunciado al
tribunal. Los comisarios aseguran el vínculo entre las
administraciones del Ejército Rojo y las administraciones centrales y
locales del poder soviético, así como la colaboración de
estos últimos con el Ejército Rojo.
"El comisario vigila para que los trabajadores del
Ejército Rojo, desde los grados superiores hasta los inferiores,
cumplan su labor de una manera concienzuda y enérgica; cuida que los
gastos se realicen con economía y bajo el más severo control, y
que los bienes militares sean bien conservados. Los comisarios del Consejo
Superior de Guerra son designados por el Consejo de Comisarios del Pueblo.
Los de los distritos o regiones, por el Consejo Superior de Guerra, de
acuerdo con los dirigentes del soviet de la región o distrito
respectivo.
"Junto a los comisarios del Consejo Superior de Guerra se ha organizado una
oficina de comisarios militares, la que coordina la actividad de los
comisarios, responde a sus consultas, elabora las instrucciones que se les da
y, en caso de necesidad, convoca al congreso de comisarios".
Firmado por el Comisario de Guerra y presidente del
Consejo Superior de Guerra, Trotsky.
[2]El
decreto acerca de la duración del servicio fue el primero que
señaló el paso del voluntariado a la obligación de
servir en el Ejército Rojo durante un plazo fijo. La pena fijada para
quienes violaran su compromiso era de uno a dos años de prisión
y la pérdida de todos los derechos de ciudadano de la República
Soviética.
[3]El
artículo 108 del Código Penal de 1903 se refería a los
casos de traición y espionaje. Los condenados por él eran
privados de sus derechos electorales. El gobierno provisional lo
utilizó contra los bolcheviques, a los que acusó de espionaje
en favor do Alemania, privándolos así de sus derechos
electorales a los soviets.
[4]Adelante, órgano del Comité Central y del
comité de Moscú del Partido Socialdemócrata Obrero de
Rusia (menchevique). Lo dirigían Martov, Dan y Martinov.