Leon Trotsky

LA PATRIA SOCIALISTA EN PELIGRO

 


Pronunciado: 29 de Julio de 1918
Fuente de esta edicion: En la compilación Escritos Militares, como se armo la revolución, cotejado por el Ceip.org
Fuente digital de la version al español: Ceip.org
Traduccion: Ceip.org con cuyo permiso aparece aquí y las notas al pie no se han modificado.
Html: Rodrigo Cisterna, 2015


 

Informe a la sesión extraordinaria conjunta del Comité Central Ejecutivo, con el Soviet de diputados obreros, campesinos y guardias rojos de Moscú, con los sindicatos y comités de fábrica de Moscú, 29 de julio de 1918.

Camaradas, no entra en los hábitos del poder soviético, ni en los del partido dirigente de los soviets, ocultar o embellecer la situación verdadera de la revolución. La vieja consigna de uno de los socialistas más combativos del pasado, Ferdinand Lassalle -decir las cosas como son, declarar y contar a las masas lo que sucede realmente-, es la regla fundamental de toda política auténticamente revolucionaria, y por consiguiente de la nuestra.

En estricta observación de esta regla se les ha informado aquí que lo que sucede actualmente en el Volga, bajo la forma de sublevación de los checoslovacos, representa un peligro para la Rusia soviética[*] , y por tanto para la revolución internacional. A primera vista parece incomprensible que cierto cuerpo de tropas checoslovacas, varado aquí, en Rusia, a través de los vericuetos de la guerra mundial, resulte ser en este momento un factor fundamental de la Revolución Rusa. Y sin embargo, así es.

Para exponer completamente los acontecimientos voy a recordar brevemente las causas de la aparición de este cuerpo en el Volga y en el Ural. Es indispensable recordarlo, también, porque en este asunto la mentira y la calumnia, por un lado, la ignorancia, por otro, tejen rumores que nuestros enemigos explotan.

El cuerpo checoslovaco se compone en su mayoría de ex prisioneros de guerra tomados del ejército austríaco. Y como dato muy simbólico para caracterizar el patriotismo y la dignidad nacional de nuestra burguesía, subrayo que ahora, cuando los ex prisioneros, liberados por nosotros, viven a costa de los obreros y campesinos rusos, esa burguesía se regocija malignamente y les da dinero a fin de encontrar apoyo en los magníficos oficiales checos. Tal es la dignidad nacional y el respeto a sí misma de esa despreciable burguesía.

Los prisioneros de guerra checoslovacos, internados en Siberia bajo el zarismo, fueron liberados, y ya entonces deseaban partir inmediatamente para Francia, donde les prometían montañas de oro y donde, en realidad, su misión era morir por los intereses de la Bolsa francesa. El gobierno zarista, por razones que nos son indiferentes, se negó a eso. En la época de Kerensky, los checos también se agitaron, demandando de nuevo partir para Francia, pero sin resultado. Durante la ofensiva de primavera de los alemanes en Ucrania el cuerpo checoslovaco se encontraba allí (su formación había tenido lugar en el Sur), armado de pies a cabeza. Organizados para luchar contra el imperialismo alemán, los checoslovacos estaban dispuestos, no obstante, a recular sin combate, por la única razón de que en Ucrania, al luchar contra los alemanes, se luchaba por el poder soviético. Si este cuerpo, bajo determinadas condiciones y para guardar las formas, contribuyó a organizar la lucha contra el imperialismo alemán, en todo caso se reveló incapaz de luchar por los obreros y campesinos de Ucrania y Bielorrusia.

Habiéndose retirado de Ucrania sin combatir, todo el cuerpo pasó al territorio de la República soviética. Aquí, los representantes del cuerpo se dirigieron al Consejo de Comisarios del Pueblo y al Comisariado del Pueblo de Asuntos Militares, con el ruego de permitir su traslado a Francia. Nosotros respondimos que si esa demanda procedía de los mismos soldados y no de la misión militar francesa ni del cuerpo de mando, no íbamos a retenerlos, bajo la condición de que entregaran las armas, sacadas de los arsenales zaristas y por tanto pertenecientes a nosotros. El cuerpo checoslovaco envió un delegado para concluir el acuerdo y les fue dada la autorización.

Los soldados fueron desarmados, pero debido a insuficiente atención de nuestra parte no entregaron todas las armas; en la paja y los colchones quedó una cantidad importante de fusiles y ametralladoras. El desplazamiento de los convoyes se realizó por el Transiberiano hacia Vladivostok, sin dificultades hasta el 4 de julio, fecha en la cual tuvo lugar en nuestro puerto del océano Pacífico el desembarco japonés de cuatro compañías, para empezar. Nosotros no sabíamos a qué ritmo se realizaría la concentración de las tropas japonesas, que en principio pueden ocupar territorio hasta el Ural y más allá aún. Y para precisar el sentido interno de los acontecimientos, conviene decir que entre todos los Aliados el que más exigía la intervención japonesa era la Francia burguesa, la cual deseaba lanzar contra los alemanes un ejército de medio millón de hombres. Y esta misma Francia burguesa, que gracias a los miles de millones de su Bolsa podía mantener el cuerpo checoslovaco, es la que lo ha encaminado hacia el Este. De esta manera se crea una situación precisa: de acuerdo con Francia, e interesados en el pillaje del Extremo Oriente ruso, los japoneses desembarcan y establecen el enlace entre el cuerpo checoslovaco y sus fuerzas.

El poder soviético estaba dispuesto a oponer la más enérgica e implacable resistencia a la ofensiva de las hordas japonesas (la principal defensa en este aspecto es nuestro espacio) que avanzan de Vladivostok a Cheliabinsk.

El cuerpo checoslovaco, extendido a lo largo del Transiberiano hasta Vladivostok, podía entre tanto -a una señal de la Bolsa francesa y del Estado Mayor japonés- cortar esa vía ferroviaria e impedirnos detener a los japoneses, los cuales, sirviéndose de trenes rápidos, se trasladarían rápidamente hasta el Ural, y a través del Ural. En estas condiciones nos vimos obligados a detener el avance de los convoyes checoslovacos hacia el Este, hasta esclarecer el problema del desembarco japonés en Vladivostok. Una vez hecho esto convoqué, en nombre del Consejo de Comisarios del Pueblo, a los representantes de las misiones francesa e inglesa, por un lado, y por otro a los representantes del Consejo nacional checoslovaco, los profesores Makx y Chermak, que no se quedaban atrás en este complot contra la libertad del pueblo ruso. Les dije que ya no podíamos permitirnos encaminar a los checoslovacos hacia el Extremo Oriente a través de nuestro propio país, pero nos parecía posible encaminarlos a Murmansk o Arcángel (entonces, claro está, no se había producido el desembarco anglofrancés). Ahora bien, para ello necesitábamos que los representantes oficiales de Inglaterra y Francia aseguraran que deseaban realmente acoger a los checoslovacos y estaban dispuestos a proporcionar los indispensables medios de transporte. Nosotros no podíamos, por sí solos, hacer llegar el cuerpo a su destino, y dada la pobreza de nuestros recursos de abastecimiento en el Norte no podíamos mantenerlo en el litoral indefinidamente. En una palabra, necesitábamos tener la garantía firme de que los transportes aliados llegarían a tiempo. A esto me respondieron el general Svieri, que se encuentra aquí, y el plenipotenciario inglés Lockart, el cual, si no me equivoco, está de viaje, que no podían dar esa garantía porque siendo la cuestión del transporte marítimo muy difícil y complejo no podía asumir la responsabilidad en ese terreno. Yo llamé su atención sobre el hecho de que, a través de sus agentes y del Consejo nacional checo, invitan a los checoslovacos a marchar a Francia, prometiéndoles allí montañas de oro y acusándonos de no dejarles partir, pero cuando les planteamos la cuestión práctica del transporte nos responden evasivamente. Svieri y Lockart me respondieron: vamos a consultar con nuestros gobiernos y le daremos una respuesta. Han pasado las semanas y los meses sin que esa respuesta llegue. Y ahora todo está claro para nosotros: gracias a los papeles tomados al Consejo Nacional checoslovaco, gracias a las declaraciones e indicaciones de numerosos guardias blancos detenidos, es claro como la luz del día que se trataba de un plan cuidadosamente calculado. Su trasfondo consistía en que a los imperialistas de Francia les convenía, naturalmente, tener un cuerpo checoslovaco suplementario, pero les convenía diez veces más tener un cuerpo checoslovaco en territorio ruso dirigido contra los obreros y campesinos rusos, creando así el núcleo en torno al cual podrían agruparse los guardias blancos, los monárquicos, y todos los elementos burgueses diseminados a través del país. Este plan, concebido con mucha anticipación, fue puesto en práctica a la señal dada desde Cheliabinsk, donde tenía lugar la conferencia de los representantes de todas las unidades del cuerpo checoslovaco. Nuestros telegrafistas me hicieron llegar un telegrama enviado a este Congreso por la misión militar francesa en Vologda. Pese a una formulación evasiva, en dicho telegrama aparecía claramente la preparación de una sublevación contra el poder soviético. Se decía: todo está preparado, retiremos nuestros convoyes del Este al Oeste y concentremos nuestras fuerzas. Esto tiene lugar -si la memoria no me falla- hacia el 25 o el 22 de mayo, es decir, antes de que los checoslovacos se sublevaran abiertamente en Chelíabinsk y después en otros lugares. Por tanto, las acciones de los checoslovacos fueron realizadas en dos marcos y según las disposiciones de un plan contrarrevolucionario concreto anglo francés. En este momento recibimos del extranjero el aviso de que los ingleses preparaban su primer desembarco en el litoral de Múrmansk. Puede decirse, evidentemente, que hay culpa nuestra, culpa del poder soviético, por haber asistido pasivamente a la preparación de ese complot; pasivamente, porque no disponíamos de un ejército suficientemente fuerte y disciplinado, capaz de estar presto a cualquier hora y día, cumpliendo órdenes recibidas, a concentrarse en determinada zona y atacar. Para organizar y armar a los obreros y campesinos, ponerlos en condiciones de pasar a la ofensiva, era indispensable -dada su falta de preparación militar, su escaso fogueo, esa fatiga de la cual ha hablado aquí tan justamente el camarada Lenin- que estuvieran profundamente convencidos, consientes de que no tenían otro camino, de que la rebelión de los checoslovacos y todo su contexto representan un peligro mortal para la Rusia soviética en el sentido más directo y propio del término.

Para que tal estado de ánimo naciese en el país era necesario que los acontecimientos se sucedieran de cierto modo, y que desde el primer momento nosotros hiciésemos todo lo posible para advertir sobre el peligro. Y debemos decir que al principio incluso los soviets más próximos a los hechos, a lo largo del Transiberiano hasta Cheliabinsk, no tuvieron la reacción que era legítimo esperar; los soviets locales no se daban cuenta, en todas sus dimensiones, del diabólico proyecto. Entre ellos había también soviets poco valerosos, que se esforzaban por endosar los checoslovacos a los soviets vecinos, tal vez más fuertes. Todo esto se explica porque no había clara conciencia de que no se trataba de malentendidos en Sisrán, Penza, Cheliabinsk, sino que se trataba -en el sentido más directo y propio del término- de una cuestión de vida o muerte para la clase obrera de Rusia. Y ha hecho falta que los checoslovacos se apoderen de varias ciudades, que presten su apoyo a los guardias blancos y monárquicos, que estos últimos procedan a la movilización obligatoria de la población adulta, por un lado, y a requisiciones y confiscaciones en favor de terratenientes y capitalistas, por otro, para que en Omsk, Cheliabinsk, y a todo lo largo de la franja próxima al frente, los elementos soviéticos comprendan claramente y comience a entenderlo el pueblo, que en esta circunstancia, la historia lanzaba un desafío a Rusia: o bien vencemos a los checoslovacos y a todo lo que gira en torno a ellos, o bien nos aniquilan.

Y esa incomprensión de la importancia del momento por los sectores concientes de la población se reflejó, finalmente, en la conciencia de nuestras unidades de soldados rojos. Nosotros tenemos suficientes fuerzas militares para hacer frente a los checoslovacos, y no hay que decir que actualmente llevamos al frente fuerzas considerables, las cuales -unidas a las que ya se encuentran allí- superarán a las de los checoslovacos en dos o tres veces, por lo menos.

Pero esto no basta, camaradas. A causa del alcance diabólico del complot y del comportamiento de la oficialidad checoslovaca -su cuerpo de mando es extremadamente chovinista- los checoslovacos se han creado una situación tal que han de luchar hasta el fin o perecer. Entre ellos hay elementos que saben que el poder soviético no castigará a los obreros engañados, cegados, y menos aún a los campesinos, sino a los culpables y participantes activos de este complot: profesores, oficiales, suboficiales y soldados más corrompidos. Estos elementos se dan cuenta ahora de que no tienen salida y han de luchar hasta el fin. Lo cual les infunde la energía de la desesperación, la energía de la impotencia. Y por otra parte están rodeados de un aluvión de elementos de la burguesía rusa, de los Kulaks rusos, creándose así en torno a ellos un medio estimulante, aunque no sea muy amplio. En cuanto a nuestras unidades rojas, se consideran en su propia casa y, aunque los checoslovacos se apoderen de una u otra ciudad, no pierden la esperanza de resolver el problema mediante la propaganda y la agitación. Así se explica el ritmo extremadamente lento de las operaciones por uno y otro lado, el cual tiene para nosotros un aspecto desventajoso porque estamos cortados de Siberia, nuestra reserva principal de abastecimiento, y a causa de ello la clase obrera de todo el país sufre cruelmente de hambre.

He ahí por qué -evaluando la relación de fuerzas, nuestro estado de espíritu y el del enemigo, el estado general del abastecimiento en el país, la necesidad de limpiar de enemigos Siberia y de reintegrarla lo más rápidamente posible al regazo soviético; la inadmisibilidad y el peligro de la lentitud con que se llevan las operaciones[**] . Nosotros debemos modificar enérgicamente a nuestro favor la situación creada. ¿Cómo lograrlo?

Nuestras unidades del Ejército Rojo están privadas del indispensable temple espiritual y militar porque no han pasado aún por la experiencia del combate. Aunque en su seno hay muchos soldados que estuvieron en el campo de batalla, las unidades como tales necesitan la influencia severa de la organización, de la disciplina y del sentido moral. Si las unidades carecen de los antiguos hábitos del combate, la conciencia clara y precisa de la férrea necesidad de batirse puede reemplazarlos. La ausencia de disciplina militar, mecánica, queda sustituida en este caso por la disciplina de la conciencia revolucionaria. En esta sala nos encontramos unas dos mil personas o más, que en su inmensa mayoría, sino en su totalidad compartimos el mismo punto de vista revolucionario. Nosotros no constituimos un regimiento, pero si nos convirtiéramos en regimiento, nos armásemos y nos dirigiéramos al frente, creo que no figuraríamos entre los peores regimientos del mundo. ¿Por qué? ¿Porque somos soldados calificados? No, porque estamos unidos por determinadas ideas, animados por la firme convicción de que en el frente la cuestión está planteada por la historia tajantemente: allí hay que vencer o morir. Parecida conciencia hemos de infundir en las unidades del Ejército Rojo. No cualquiera, claro está, puede ser elevado en un abrir y cerrar de ojos al nivel político del Comité Central del Soviet de Moscú y de los comités de fábrica de Moscú, pero en el seno de cada regimiento y compañía podemos y debemos crear un núcleo sólido de elementos soviéticos, de revolucionarios-comunistas. Este núcleo, aunque sea poco numeroso, será el corazón del regimiento y de la compañía. Ante todo podrá tener, y llevarla a las masas, una apreciación correcta de la situación; en las situaciones peligrosas no permitirá recular a la unidad, sostendrá al comisario o al comandante, y dirá a la tropa: ?¡Detente! Se trata de la vida o la muerte de la clase obrera...?.

Los camaradas susceptibles de formar en cada unidad ese núcleo compacto de cinco a diez hombres sólo pueden salir de los obreros más consientes. Y nosotros los tenemos en Moscú y en Petrogrado, Moscú dio ya cerca de doscientos a trescientos agitadores, comisarios, organizadores, parte importante de los cuales entrará en las unidades del Ejército Rojo. Pero estoy convencido de que Moscú dará dos veces más. Ustedes, los órganos del poder soviético y ustedes, los comités de fábrica, miren alrededor y encontrarán en todas partes, en los radios [***] y en los sindicatos, en los comités de fábricas y empresas, camaradas que cumplen funciones de primera importancia pero que son aún más necesarios en el frente, porque si no aplastamos a los checoslovacos todo ese trabajo de los comités de fábrica, de los sindicatos, se irá al agua. Hay que destruir a los checoslovacos y guardias blancos, aplastar a esos canallas en la zona del Volga, para que todo nuestro trabajo adquiera sentido y significación histórica. Ustedes deben proporcionar unos cuantos centenares de agitadores, de obreros moscovitas, luchadores de primer orden, que llegarán a la unidad y dirán: ?nosotros nos quedamos en la unidad hasta el fin de la guerra; entramos en ella y haremos agitación, tanto entre las masas como con cada uno en particular, porque están en juego el país entero y la revolución; en caso de ofensiva, de victoria o de retirada, permaneceremos en la unidad y le insuflaremos el espíritu revolucionario?. ¡Ustedes deben darnos, y nos darán, camaradas, tales hombres! Yo hablé ayer, a este propósito, con el presidente del Soviet de diputados obreros y campesinos de Petrogrado, el camarada Zinoviev, y me dijo que el Soviet de Petrogrado ha decidido ya enviar al frente checoslovaco la cuarta parte de sus miembros, cerca de doscientos cuadros, en calidad de agitadores, instructores, organizadores, comandantes y combatientes. Tal es la condición fundamental del viraje que debemos realizar. Lo que al antiguo ejército le daban largos meses de adiestramiento, de enderezamiento disciplinario, que soldaban mecánicamente la unidad, nosotros debemos dárselo, como ya he dicho, en el sentido moral y por vía ideológica, insertando en nuestro ejército a los mejores elementos de la clase obrera, y esto nos asegurará plenamente la victoria pese a la insuficiencia de personal de mando. Nosotros tenemos comandantes irreprochables, entregados a la causa, en los escalones inferiores de la jerarquía militar, pero sólo en los escalones inferiores. En cuanto a los mandos superiores, tenemos demasiado pocos oficiales entregados al poder soviético, que cumplan honestamente con sus obligaciones; más aún, ustedes saben que algunos de ellos se pasaron directamente al campo de nuestros enemigos. En los últimos tiempos hubo un cierto número de casos: Majín ha huido del frente de Ufa; también ha huido Bogoslovski, profesor de la Academia de Estado Mayor, que acababa de ser designado para el frente de Ekaterimburgo. Ha desaparecido, lo que seguramente quiere decir que se ha pasado a los checoslovacos. En el Norte se ha vendido a los ingleses el antiguo oficial de marina Veselago, y un oficial perteneciente al Comisariado del Mar Blanco se pasó también al bando de los imperialistas anglo franceses, que lo han nombrado jefe de las fuerzas militares. El cuerpo de oficiales no se da cuenta visiblemente del estado crítico de la situación, y ello se debe no sólo a su pasado sino a su presente. Todos ustedes recuerdan de qué manera tan crucial los soldados y marineros del antiguo ejército ajustaron cuentas a los oficiales en los momentos críticos de la revolución.

Desde que el poder se encuentra en manos de los obreros y campesinos, se han abierto las puertas a los conocedores, a los especialistas de la cuestión militar, para que puedan servir a la clase obrera como ayer sirvieron a la burguesía y al zar, pero una parte importante de la oficialidad piensa, evidentemente, que la situación cambiará a su favor, y organiza conspiraciones aventureras, pasa directamente al campo de nuestros enemigos.

La oficialidad contrarrevolucionaria, que constituía una parte importante de la antigua oficialidad, creó las condiciones que alimentaron la hostilidad implacable y justificada de las masas obreras hacia los elementos que conspiraban, y la desconfianza hacia el cuerpo de oficiales en general. Creo que se aproxima la hora, o tal vez ha llegado ya, en que será necesario refrenar con brida de hierro a esos oficiales que se encabritan. Vamos a hacer el registro de esos antiguos oficiales que no desean trabajar de buen grado en la creación del ejército obrero y campesino, y para empezar los encerraremos en campos de concentración. Camaradas, cuando el imperialismo británico decidió someter por las armas a los boers, estableció campos de ese género para los boers, los granjeros, sus mujeres y sus hijos. Ahora que nuestros oficiales fraternizan con el imperialismo inglés, recordaremos a los imperialistas aliados los campos de concentración ingleses. Al mismo tiempo debemos apelar a los camaradas en los soviets, en las organizaciones del partido y en los sindicatos, movilizar de ellos entre todos, en el más breve plazo, a los que hayan ejercido funciones de mando en el pasado. Todos aquellos que sepan mandar, aunque sólo sea pequeñas unidades, deben ponerse inmediatamente a disposición del Comisariado de Asuntos Militares para ser enviados al frente checoslovaco. Ustedes, organizadores soviéticos y sindicales, deben reclutar a todos los boevikis[****] que haya entre ustedes, todos los que han sido suboficiales, alféreces, y sin excepción alguna enviarlos al frente checoslovaco. Su puesto ahora no está aquí, en el trabajo civil. Necesitamos nuestros propios comandantes en las pequeñas unidades, porque la práctica prueba que si en las pequeñas unidades hay un verdadero mando soviético no tenemos por qué temer a ningún alto mando. Debo decir, de paso, que si percibimos una conducta sospechosa en cualquier oficial al que haya sido confiada una función de mando, el culpable debe ser fusilado, sin discusión, la cosa está clara. Pero el problema no reside en saber cómo van las cosas en la retaguardia, lejana o próxima. Nosotros no tenemos una sola persona en el alto mando que no esté flanqueada de comisarios a derecha e izquierda, y si el especialista no nos es conocido como persona fiel al poder soviético, los comisarios tienen la obligación de velar y no quitarle el ojo ni un segundo. Pero no tenemos, y debemos tener, comisarios en el frente mismo, para confiarles la responsabilidad y la vigilancia, a fin de que cerca de cada especialista haya comisarios a derecha e izquierda, con el revólver en la mano, y si ven al especialista flaquear o traicionar fusilarlo a tiempo.

La Revolución Francesa también comenzó partiendo de poco, también tuvo que reclutar oficiales del antiguo arsenal, pero les ponía una condición: la victoria o la muerte. La misma cuestión planteamos a los hombres que enviamos al frente checoslovaco. Y para que esto no quede en palabras es necesario enviar a cada unidad, a cada Estado Mayor y organización, hombres soviéticos para los que esta guerra es su guerra, la guerra de la clase obrera, y no se detendrán ante ningún peligro.

Necesitamos el viraje en otro sentido más profundo. En estos ocho a nueve meses de poder soviético nos hemos acostumbrado a ajustarles las cuentas demasiado fácilmente a nuestros enemigos en la guerra civil. Hasta estos últimos meses lo hemos logrado siempre. Hemos batido en un santiamén a las bandas de Alekseiev [*****] y Kornilov con los destacamentos reducidos de marineros del Báltico o de los guardias rojos de Petrogrado y Moscú. Y resulta que tenemos camaradas, pertenecientes antes a esos destacamentos rojos, que ahora se consagran a las funciones soviéticas, están sentados en las oficinas soviéticas -ciertamente, sagradas- y leen informes sobre las acciones en el frente. Semejante espíritu de retaguardia aparece también en muchos comisarios, porque no todos, desgraciadamente, tienen temple revolucionario, ese temple invencible en el combate cuando hace falta saber sacrificar la vida propia y obligar a sacrificar las suyas a los otros, porque está en juego lo que hay de más importante para nosotros: el destino de la revolución. Para vergüenza nuestra ha habido casos en que ciertos comisarios no fueron los últimos en abandonar la ciudad. El comisario debe asemejarse al capitán de barco con honor, que abandona último el puente o se hunde con el barco. Pero hubo camaradas que a la primera señal de peligro corrieron para ponerse en lugar seguro.

Ser comisario militar, designado por el poder soviético, es ocupar una función a la cual corresponden los más altos derechos y obligaciones, y no son vanas palabras decir que el comisario militar debe estar ?a la altura?, porque el puesto de comisario es uno de los más altos en la República soviética. El comisario es el representante de la fuerza armada en el país, y ésta es una gran fuerza porque determina de qué lado se encuentra el poder. ¡El comisario que no sienta en sí la fuerza, el temple y la abnegación necesarios, que se vaya, pero el que tome el nombre de comisario debe dar su vida! Debo decir, camaradas, que en algunas ciudades provinciales las autoridades e instituciones soviéticas tampoco están siempre a la altura debida.

No son raros los casos en que el soviet es de los primeros en evacuar, en marchar a otra ciudad sin peligro a muchas verstas de distancia, y allí espera tranquilamente a que el Ejército Rojo le devuelva su residencia abandonada. Yo declaro -y es también la opinión general del poder soviético- que esa conducta es inadmisible. Si el Ejército Rojo pierde una ciudad, la culpa corresponde en grado considerable al soviet local y al comisario militar. La obligación de ambos es movilizar todas las fuerzas para reconquistar la ciudad. Sea como agitador, sea como combatiente de primera fila, el Soviet de una ciudad ocupada por los checoslovacos debe estar en el frente, en primera línea, y no en retaguardia vegetando tranquilamente. Yo subrayo ahora los lados negativos porque nosotros debemos, ante todo, decir lo que existe, y esos rasgos negativos existen. Y también, porque no nos hemos reunido para cantar alabanzas a los actos heroicos de algunos, de muchos, en el combate -actos que se dan en los frentes y se multiplican-; nos hemos reunido para buscar recursos y mejorar la situación en el frente checoslovaco mediante medidas prácticas, consecuentes y efectivas. Pero al mismo tiempo no puedo dejar de señalar que el camarada Raskolnikov nos informa del fin heroico de uno de nuestros barcos de guerra en el Volga.

Como ven, nuestros marinos del Báltico están en el Volga. Su número aumenta de día en día, armamos cada vez más barcos, y esperamos que pronto hagan su aparición en el Volga cañones más potentes que los de tres pulgadas. Nuestros marinos se comportan allí como corresponde a los títulos revolucionarios de la Flota roja del Báltico.

Ha habido también ejemplos de admirable valor entre las unidades del Ejército Rojo. Sin embargo, el estado de las unidades es caótico, muchas cosas no marchan bien, y los gestos heroicos no son el resultado de un esfuerzo general, dado que para lograr tal tensión organizada falta a veces la conciencia de que en el frente está en juego una cuestión de vida o muerte para la clase obrera, y por tanto para todo el país. Verdad es que en conjunto nuestra situación va mejorando en todos los sentidos. Ya he señalado que hemos creado en el Volga una flotilla militar, importante y sólida, que se ha dado a conocer muy pronto a los guardias blancos y a los checoslovacos. Hemos enviado ya unidades que junto con las ya existentes allí nos darán una gran superioridad en fuerzas militares. Tenemos que asegurarnos la superioridad en el aspecto moral, la cual nos corresponde legítimamente porque nosotros defendemos la causa de la clase obrera y ellos defienden la causa de la burguesía inglesa y francesa. Y esta superioridad moral sólo pueden asegurarla hombres, representantes de la clase obrera de nuestros mejores centros industriales que estén allí presentes.

Ahora, además de todas las medidas enunciadas, procedemos a una nueva movilización de obreros para completar los cuadros del Ejército Rojo. Esta noche será presentado en el Consejo de Comisarios del Pueblo un decreto sobre la próxima movilización, en la semana que viene, de los obreros nacidos entre 1896 y 1897 en las provincias de Vladimir, Nijni-Novgorod, Moscú y Petrogrado. Como saben, camaradas, nosotros hemos movilizado ya a los obreros nacidos en la ciudad de Moscú y Petrogrado entre 1896 y 1897. Ya han dado ejemplo en las unidades que están creándose y serán nuestras mejores unidades. Ahora es necesario que Moscú dé un nuevo ejemplo, un nuevo modelo. Queremos movilizar a los obreros de Moscú nacidos en los años 1893, 1894 y 1895, y su obligación, la obligación de los soviets de radio, de los sindicatos, de los comités de fábrica y de todas las organizaciones obreras, es ayudarnos en las fábricas y factorías a realizar dicha movilización. Deben explicar a los obreros la obligación en que están de movilizarse. Ayuda similar necesitamos en Petrogrado, nuestra capital del Norte. Sin su concurso y estímulo -del que estamos seguros- no podríamos llevar a cabo esta movilización. Gracias a ustedes la primera transcurrió perfectamente, sin tropiezos, y ahora nos asegurarán esta segunda, un tanto más amplia. Extenderán su influencia a toda la provincia de Moscú y movilizarán dos quintas, con las cuales crearemos nuevas divisiones para cooperar con las que se encuentran en el frente checoslovaco.

Exigimos de ustedes que comprendan claramente la gravedad de la situación. Hemos perdido Simbirsk y Ekaterimburgo. Estos hechos testimonian la extrema seriedad de la situación, y que contra nosotros no combaten pequeños destacamentos dispersos sino un ejército instruido, completado con oficiales rusos, que si no brillan por grandes talentos disponen, en todo caso, de gran superioridad. El peligro es serio, y a un peligro serio debemos responder seriamente.

Nosotros debemos y podemos comprender esto. Debemos inculcarlo en la conciencia de cada obrero, en todas partes. Hay que recordarlo en toda ocasión, y ante todo a propósito del hambre, porque los checoslovacos y los guardias blancos cierran las puertas de Siberia a través de las cuales podemos recibir trigo. En los próximos días deben proporcionar decenas, centenares de obreros; deben sacar de los puestos civiles a los hombres que antes tuvieron funciones militares, aunque no sean, tal vez, suficientemente expertos, y remitirlos al departamento militar. Deben facilitar la movilización de las tres quintas en Moscú y de las dos quintas en la provincia de Moscú. He ahí las tareas prácticas que están ante nosotros. Yo no dudo que los obreros de Moscú darán ejemplo a todo el país y sabrán resolver no sólo las tareas propias sino las creadas en los soviets vacilantes e inciertos del Volga y del Ural, así como en las unidades débiles, que de esa manera se apoyarán en la voluntad del proletariado. Esta voluntad lleva a la victoria, es la mitad de la victoria. Yo he recordado la Revolución Francesa. Sí, camaradas, debemos revivir sus tradiciones en toda su amplitud. Recuerden cómo los jacobinos, durante la guerra, hablaban de victoria total, mientras que los girondinos les gritaban: ?Ustedes dicen lo que van a hacer después de la victoria. ¿Acaso han concluido un pacto con la victoria?? Uno de los jacobinos respondió: ?Nosotros hemos concluido un pacto con la muerte?. La clase obrera no puede ser derrotada.

¡Nosotros, hijos de la clase obrera, hemos concluido un pacto con la muerte y, por consiguiente, con la victoria!

RESOLUCIÓN ADOPTADA SOBRE EL INFORME

La sesión común del Consejo central ejecutivo de los soviets de toda Rusia, del Soviet de diputados de Moscú, de los sindicatos y comités de fábrica, habiendo escuchado los informes de los representantes del poder soviético central, resuelve:

1. Declarar la patria socialista en peligro.

2. Subordinar el trabajo de todas las organizaciones soviéticas, obreras y otras, a las tareas fundamentales del presente momento: rechazar el ataque de los checoslovacos y asegurar la recolección del trigo y la entrega del mismo a las localidades necesitadas.

3. Llevar a cabo una amplia campaña de agitación en las masas obreras de Moscú y de otros lugares para explicarles el momento crítico que atraviesa la República soviética, y la necesidad, tanto en el aspecto militar como en el del abastecimiento, de limpiar el Volga, el Ural y Siberia de todos los contrarrevolucionarios.

4. Reforzar la vigilancia en relación con la burguesía, que en todas partes está al lado de la contrarrevolución. El poder soviético debe asegurar su retaguardia sometiendo a vigilancia a la burguesía, ejerciendo contra ella, de manera efectiva, el terror de masas.

5. A estos fines la sesión común considera indispensable transferir una serie de cuadros de los soviets y de los sindicatos al dominio militar y del abastecimiento.

6. Toda asamblea de cualquier institución soviética, de cualquier órgano del movimiento sindical o de otras organizaciones obreras, debe incluir en su orden del día la aplicación en la práctica de las medidas más enérgicas para explicar a las masas proletarias la situación creada y llevar a cabo la movilización militar del proletariado.

7. Una campaña masiva por el trigo, una instrucción militar masiva, un armamento masivo de los obreros y la tensión de todas las fuerzas para la campaña militar contra la burguesía contrarrevolucionaria; todo bajo la consigna: ?Victoria o muerte?. Esta es nuestra divisa. ●


[*] Situación en el frente en este momento: después que los nuestros abandonaron Sisran el 10 de julio y Simbirsk el 22 de julio, los checoslovacos avanzaron rápidamente sobre Kazán. El primer ejército retrocedió hacia Kusnetsk del Insa, y Volga arriba hacia Buinsk. A su derecha, cubriendo Sarátov, actúa el IV Ejército. El II Ejército organizado con destacamentos milicianos de Ufa y su provincia pasa, a finales de julio, a la ofensiva, desde el Kama hacia Bugulma, teniendo como objetivo interceptar el ferrocarril Simbirsk-Ufa. A la izquierda del II Ejército, el III Ejército, después de abandonar Ekaterimburgo, retrocede sobre Perm.

[**] Después de la toma de Sisrán y Simbirsk, los checoslovacos comenzaron a progresar decididamente para ocupar Kazán. Además de la significación de esta ciudad como centro administrativo de la región, su pérdida disociaba la acción del I Ejército de la del II Ejército, implicaba la pérdida del último paso a través del Volga (antiguo puente Romanov) y, finalmente, representaba ofrecer la posibilidad al enemigo de extender sus operaciones hacia el norte para enlazar con el desembarco de los Aliados. De ahí que la atención del frente y de la dirección central se concentrara en la lucha que nuestras unidades sostuvieron del 1 al 7 de agosto cerca de Kazán. Pese a la gran energía del Comandante en Jefe, camarada Vatsetis, nombrado después de la aventura de Muraviev, la lucha por Kazán terminó desfavorablemente para las fuerzas rojas. Los checoslovacos ocuparon la ciudad el 6 de agosto. Las causas de la rápida caída de Kazán fueron la débil capacidad combativa de nuestros destacamentos guerrilleros, la insuficiente llegada de refuerzos y, a último momento, la traición de una parte del Estado Mayor, cuyos componentes no habían podido ser reemplazados después del asesinato de Muraviev. La situación del frente se agravó tan considerablemente que el 7 de agosto el camarada Trotsky se trasladó personalmente a Sviajsk. Comenzó una actividad febril para poner orden en los destacamentos y unidades. La liquidación de las supervivencias de guerrillerismo, la acción represiva del tribunal militar, el reforzamiento de la labor política, se reflejaron muy positivamente en el estado de las tropas. En la retaguardia se intensificó la movilización de comunistas, que dio al frente una serie de cuadros calificados. Todas las órdenes de este período, hasta la ocupación de Kazán por las tropas rojas (10 de septiembre), lo caracterizan como un período de rápido crecimiento cuantitativo y cualitativo de nuestros ejércitos del frente del este.

[***] División urbana del partido, que corresponde al barrio o distrito.

[****] Boevík. se llamaban así a los participantes en las luchas armadas de la revolución de 1905.

[*****] Alekseiev, Mijail Vasilievich (1857-1918). Oficial militar ruso antes y durante de la Primera Guerra Mundial y uno de los líderes de las fuerzas contrarrevolucionarias en 1917-1918. A partir de mayo de 1917 Alekseiev fue Comandante en Jefe y el consejero más íntimo del Gobierno Provisional. Después de la Revolución de Octubre, Alekseiev huyó a Novocherkask, donde en noviembre comenzó a formar la organización contrarrevolucionaria.