Leon Trotsky

SOBRE LOS FRENTES

 


Deliverado: 24 de febrero de 1919.
Pronunciado: Informe hecho en Moscú, en la sala de las columnas de la Casa de los sindicatos, el 24 de febrero de 1919.-
Fuente de esta version en castellano: se publico este texto dentro de la Compilación Escritos militares de León Trotsky, ¿Cómo se armo la revolucion?, cotejado por el ceip.org, en 2006.
Traduccion: Ceip.org. con cuyo permiso aparece aqui.
Transcripcion/html: Rodrigo Cisterna, 2014.


 

Informe hecho en Moscú, en la sala de las columnas de la Casa de los sindicatos, el 24 de febrero de 1919[1]

Ante todo mis disculpas sinceras por una tardanza cuyo culpable aún no ha sido encontrado. Algunos dicen que soy yo, pero me permitiré no estar de acuerdo porque pienso que el culpable es otro. Más tarde procuraremos precisar esta cuestión, con toda conciencia... La puntualidad es una gran cosa, sobre todo en el dominio militar, y es indudable que nuestra mayor desgracia, nuestro vicio principal -podríamos decir- consiste en la informalidad, en no estar habituados a cumplir las órdenes a tiempo y exactamente, en tener una actitud desdeñosa con el tiempo. Y el tiempo es la condición fundamental del éxito. En las acciones militares, ganar un día, una hora, cinco minutos, puede ser decisivo para el desenlace de la lucha. Nuestra educación social, y en particular la militar, debe consistir actualmente en acostumbrarnos al cumplimiento puntual de aquello que nos corresponde a cada uno. Expreso una vez más mi pesar por el tiempo que les he robado, tan precioso para sus estudios, y paso a los problemas fundamentales.

Camaradas, ayer hemos celebrado el primer aniversario de la creación de nuestro Ejército Rojo obrero y campesino, y ayer mismo, durante los cursos en la antigua escuela militar Alekseiev, tuvimos la ocasión de decir que, en conjunto, podemos legítimamente contemplar con satisfacción los doce meses transcurridos de nuestro trabajo común por la organización del Ejército Rojo.

Diversos pueblos, en diferentes épocas, han atravesado situaciones difíciles, pero no creo, camaradas, que el historiador pueda encontrar ejemplo de un gran pueblo que se haya visto en situación tan terrible -lo mismo en el aspecto interior que internacional- como el pueblo ruso en la fase final de la matanza imperialista.

El hundimiento de nuestro antiguo ejército era inevitable. La gente del viejo sistema pueden pensar que los "agitadores" destruyeron el ejército, pero en realidad los agitadores se limitaron a ser los portavoces de lo que, en la práctica, se producía sin su intervención. Puesto que tenía lugar la revolución, puesto que los campesinos se habían sublevado contra los terratenientes y los funcionarios, y los obreros contra los capitalistas y banqueros, era lógico que el mismo obrero o campesino, en uniforme de soldado, se sublevara contra los hijos de esos mismos nobles y burgueses, que se encontraban ante él como oficiales. Los tres procesos estaban estrechamente ligados. Desde el momento que se había producido la revuelta de la masa de soldados contra el cuerpo de oficiales, creado por la monarquía y devoto a ella -en unos casos por miedo y en otros por convicción-; una vez que esa revuelta había tenido lugar, el ejército tenía que desmoronarse indefectiblemente. Que ello no era fruto de la casualidad lo vemos ahora, en el ejemplo de otros países, como Alemania y Austria-Hungría, donde el desmoronamiento del viejo ejército se produce, mejor dicho, se ha producido de la misma manera que tuvo lugar entre nosotros. En Alemania y Austria-Hungría no queda ni rastro del viejo ejército, y se trataba de ejércitos incomparablemente más poderosos que el del zarismo[2]. Vean: Prusia, el país más militarizado, el mejor armado y disciplinado, hoy ni siquiera puede disponer de unos cuantos regimientos para defender su frontera oriental contra las legiones polacas.

Quiere decirse que el proceso de descomposición del viejo ejército, creado por las antiguas clases dominantes, es el mismo en todos los países. Lo cual nos permite llegar a dos conclusiones y grabarlas firmemente en nuestra memoria. La primera, que nuestro viejo ejército, como el austro-húngaro, como el alemán, no se derrumbó por motivos casuales sino en virtud de profundas causas internas, y este derrumbamiento era ineluctable: rota la gran cadena que mantenía unidos los explotados a los explotadores con los lazos de la esclavitud, rota esa gran cadena, el viejo ejército se deshizo. No es posible volver atrás. Tal es la primera conclusión. La segunda, que tiene la misma importancia capital, consiste en que después del derrumbamiento del viejo ejército ruso, después del derrumbamiento del austrohúngaro y del alemán, se producirá -también ineluctablemente- el derrumbamiento de los ejércitos de Italia, Francia, Inglaterra, el de todos los ejércitos del imperialismo, es decir, de los ejércitos creados por las monarquías o las repúblicas burguesas en diferentes países, mediante la expoliación y sometimiento de sus pueblos, con el fin de conquistar y saquear otros pueblos. Esta conclusión no es una frase, que lanzamos de nuevo, casualmente, en un mitin; no es una simple consigna de agitación, sino una conclusión histórico científica, que hemos formulado desde el comienzo de la guerra y se confirma ahora con la experiencia de Rusia, la experiencia de Alemania y de Austria-Hungría, y el día de mañana será inevitablemente confirmada en las experiencias de Francia, Inglaterra y otros países burgueses. Nuestra convicción a este respecto da alas a nuestro espíritu en la actual lucha contra el imperialismo de la Entente. La historia no lo permitirá; el imperialismo no nos batirá.

El viejo ejército se disgregó entre nosotros cuando la vida del país había sido quebrantada hasta en sus más profundas bases económicas. Como es sabido, nuestro país agrario estaba lejos de haber agotado sus recursos, pero la red ferroviaria, todo el aparato de transporte y las conexiones industriales y comerciales, habían llegado a un estado ruinoso y el país, por consiguiente, se encontraba desmembrado. Nosotros tenemos regiones inmensamente ricas en productos alimenticios, mientras otras no logran salir de los sufrimientos y la angustia del hambre. Y la desorganización del abastecimiento no es, claro está, la condición más favorable para la creación de un ejército. Pero esto no es todo. Después de la disgregación del viejo ejército quedó en el país un odio implacable a la casta militar.

El viejo ejército, que soportó enormes sacrificios, no cosechó más que derrotas, humillaciones, retiradas, millones de muertos y millones de inválidos, miles de millones de gastos. No es sorprendente que esta guerra dejara en la conciencia del pueblo una terrible repulsión contra el militarismo y la soldadesca. Y fue en estas condiciones, camaradas, cuando comenzamos la creación de un ejército. Si nos hubiera tocado edificar sobre un terreno virgen, la cosa habría sido, desde el comienzo, más fácil y segura. Pero no: nos correspondió construir el ejército sobre un terreno recubierto por la sangre y el fango de la pasada guerra, sobre el terreno de la necesidad y del agotamiento; cuando el odio a la guerra y a todo lo militar estaba vivo en millones y millones de obreros y campesinos. He ahí por qué hubo muchos, no sólo entre los enemigos sino entre los amigos, que nos decían: el intento de crear un ejército en los próximos años no dará ningún resultado. Nosotros respondimos: "La duda no es admisible; ni Alemania, ni Francia, ni Inglaterra van a esperar decenios, y por consiguiente quien afirme que el pueblo ruso no se dará un ejército en los próximos meses, afirma al mismo tiempo que la historia ha puesto una cruz sobre el pueblo ruso, cuyo cadáver será despedazado por los buitres del imperialismo europeo occidental".

Como es natural, el poder soviético y el partido que tiene el poder, el Partido Comunista, no podían ver así el problema y admitir que los esfuerzos serían vanos. No, nosotros no dudamos de que el ejército sería creadoen cuanto respondiese a una idea nueva, a una nueva base moral. Esta es la esencia del problema, camaradas.

Claro está, el ejército es una organización material, estructurada hasta cierto punto por sus propias leyes internas, y equipada con las armas creadas por la técnica según el estado general de la industria y, en particular, de la ciencia técnico-militar. Pero no ver en el ejército más que hombres que se entrenan, maniobran y combaten; es decir, ver sólo sus cuerpos, sus fusiles, ametralladoras y cañones, es tanto como no ver el ejército, porque todo eso es únicamente la forma exterior de otra fuerza, interior. El ejército es fuerte si está cohesionado por ideas interiorizadas. Desde los primeros días de la instauración del nuevo régimen obrero y campesino, el poder soviético declaró que pese a las terribles calamidades que atravesaba el país, pese al agotamiento y a la repulsa general contra la guerra y el militarismo, los obreros y campesinos rusos crearían un ejército en breve plazo si comprenden y sienten que tal ejército es necesario para la defensa de las principales conquistas del pueblo trabajador, si esta idea penetra en su conciencia, si cada obrero y campesino concientes da cuenta de que el ejército que le llaman a crear es su propio ejército.

Con esta óptica juzgamos también, en aquel momento, la paz de Brest-Litovsk[3]. La firmamos sabiendo que no había otra salida porque no teníamos fuerzas. Pero al mismo tiempo decíamos cada obrero y campesino se convencerá, a la luz de esta experiencia que el poder soviético se ve obligado a hacer concesiones extremas para proporcionar por lo menos un respiro al pueblo agotado. Y si después de haber propuesto a todos los pueblos la paz, de modo franco y abierto, después de haber llegado a las concesiones más onerosas, somos atacados, entonces cada uno comprenderá claramente que necesitamos un ejército.

Durante los primeros meses la conciencia de esa necesidad no se abría camino más que gradualmente en las masas trabajadoras. Muchos de ustedes han pasado por nuestros regimientos de ese primer período y recordarán lo que representaban a comienzos del año pasado. Los regimientos eran entonces una especie de lugares de paso. Verdad es que bajo la consigna del voluntariado llegaban al ejército algunos de los obreros más concientes y valerosos. Pero también llegaban otros que no sabían dónde meterse: antiguos soldados que no sabían dónde emplear sus fuerzas, aventureros en busca de ganancias fáciles... No eran unidades combatientes y fue frecuente que tal o cual regimiento, al entrar en acción, se deshiciera desde el primer momento. Desde todos lados se nos señalaba este estado de espíritu, reacio a batirse, de las masas. Incluso algunos viejos especialistas militares, algunos viejos generales, llegaron a la conclusión de que el pueblo ruso no es, por naturaleza, un pueblo combatiente, y la experiencia de la última guerra lo habría probado de nuevo. Se señalaban, por otro lado, los obstáculos prácticos: falta de personal de mando y, finalmente, falta del equipo necesario, en particular artillero. Y era verdad que estábamos cortados por todos lados y rodeados de dificultades. Pero cuando los obreros y campesinos se encontraron frente a frente con el peligro del aplastamiento y desmembramiento de la Rusia soviética, surgió en ellos la voluntad de crear un ejército y se reveló esa combatividad que se decía extraña al pueblo ruso.

En otros tiempos la combatividad del pueblo ruso, es decir, del campesino ruso fundamentalmente, era pasiva, paciente, capaz de soportar todo. Lo cazaban en la idea, lo encerraban en el regimiento, lo amaestraban; el regimiento era enviado en tal dirección, y el soldado iba con el regimiento, disparaba, blandía el sable, golpeaba, moría... Ninguno sabía en nombre de qué y para qué se batía. Cuando el soldado comenzó a reflexionar y a criticar se rebeló y el viejo ejército se deshizo. Para recrearlo se precisaban nuevos fundamentos ideológicos: era necesario que cada soldado fuera consciente de por qué se batía. He ahí la razón de que el terrible peligro de ser aplastados fuera la premisa externa de la recreación de nuestro ejército. Nos dirigimos a los mejores obreros, los más avanzados, de Petrogrado y Moscú, llamándolos al frente en el momento de nuestros mayores desastres, el verano de 1918, y con ese ejemplo gráfico hicimos comprender a las masas obreras y campesinas que era cuestión de vida o muerte para nuestro país. Después de esto, aproximadamente en agosto, se inició un viraje salvador, viraje que no se inició en la retaguardia -donde todavía estamos muy retrasados respecto al frente-, sino en el frente mismo. Las unidades que se han mostrado más disciplinadas y combativas no son aquellas formadas, con más o menos tranquilidad, en los cuarteles, sino las constituidas en el frente, directamente bajo el fuego, después de vacilaciones y retiradas, a veces presas de pánico; bajo la dirección política de los proletarios más concientes y abnegados, esas unidades adquirieron rápidamente el temple interior necesario.

La importancia decisiva de la idea moral en la creación de un ejército ha sido reconocida no sólo por todos los auténticos capitanes sino por los autores militares. Hasta en los manuales escolares pueden leer que un ejército no puede ser fuerte más que si está cimentado por alguna gran idea. Pero esta noción se convirtió en tópico de todos los antiguos manuales militares y muchos de los profesores que la repiten con placer, diciendo que el ejército es fuerte por su moral, a menudo no comprenden plenamente la significación de ese factor moral en nuestro ejército. De ahí que cuando hemos comenzado a construir nuestro ejército recurriendo a la movilización, pasando del voluntariado al servicio obligatorio -y excluyendo del ejército, al mismo tiempo, a la burguesía y los kulaks- algunos especialistas militares nos decían que semejante ejército es irrealizable por ser un ejército de clase, y lo que necesitamos es un ejército "nacional".

Nosotros respondíamos que para crear un ejército nacional hace falta una idea nacional. Pero ¿dónde encontrar ahora una idea nacional capaz de unir a nuestros regimientos rojos con los regimientos de Kolchak y de Krasnov? Krasnov vendió Rusia, primero a los aliados, después a los alemanes, más tarde a los franceses e ingleses, de nuevo. Kolchak la vende a los norteamericanos, Cherbachiev a los rumanos y otros, y así sucesivamente. Yo pregunto dónde encontrar ese ideal común, capaz de inspirar al mismo tiempo a Krasnov y a nuestros obreros y campesinos soldados. Tal ideal no existe. Estos dos campos están divididos por una hostilidad de clase irreconciliable. Cada uno de estos dos ejércitos, el rojo y el blanco, tiene su ideal: uno, el ideal de la liberación, el otro, el ideal inmoral de la esclavitud. Unificarlos en un solo ejército nacional es impensable. Es una idea utópica, falaz, quimérica.

Vivimos en una época en que un ejército sólido y potente no puede ser más que un ejército de clase, es decir, un ejército de obreros y de campesinos que no exploten trabajo ajeno. El alto ideal moral que está en la base misma de este ejército consiste, justamente, en la liberación total de los trabajadores por sus propias fuerzas armadas. Todo intento de crear un ejército sobre otros fundamentos es orgánicamente inconsistente. El atamán Skoropadsky, que por fortuna pertenece ya al pasado, oponía a nuestro ejército de clase su propio ejército, el ejército de los cerealistas ucranianos acomodados, poseedores de no menos de 25 deciatinas[4] de tierra cada uno. Movilizaba a los kulaks, a la burguesía. En cambio la Asamblea constituyente, de famosa memoria, intentó construir un ejército -en el Ural, Ufa, Siberia- que no reposara sobre principios de clase; un ejército nacional.

Por consiguiente ahora vemos -como en una experiencia química hecha en laboratorio- tres ejércitos: el nuestro, el Rojo, vencedor del ejército kulak de Skoropadsky en Ucrania que reveló su extrema debilidad, y el ejército de la Asamblea constituyente, "no clasista", "nacional", que se disgregó: allí no queda más que el ejército contrarrevolucionario de Kolchak; los partidarios de la Asamblea constituyente, los social revolucionarios de derecha, se vieron obligados a abandonar a su compañero de armas y correr a nosotros, al territorio de la Rusia soviética, buscando protección[5]. Si podemos dársela, defenderlos de Kolchak, ello se debe únicamente a que no creamos un ejército "nacional", juntando el agua y el fuego, sino nuestro Ejército Rojo, obrero y campesino, que ha asegurado la libertad y la independencia a la Rusia soviética.

Para la construcción de nuestro ejército nos hemos mantenido firmemente en el principio clasista: un ejército puramente de trabajadores, penetrado por la idea del trabajo, de la lucha en nombre de los intereses del trabajo, entrañablemente vinculado con las masas trabajadoras de todo el país. Son hechos simples, ideas simples, pero, al mismo tiempo, ideas fundamentales, inconmovibles, sin las cuales nuestro ejército no habría sido creado jamás. Porque en las condiciones en que lo hemos creado, camaradas, en este país agotado por la carnicería imperialista, hacía falta la idea más clara, más indiscutible, sagrada, capaz de llegar a lo más íntimo de cada obrero. Sólo así era posible la creación del ejército.

Como saben, la tremenda amenaza se precipitó ante nosotros, en toda su dimensión, el pasado verano de 1918. Al Oeste los alemanes no se habían apoderado tan sólo de los territorios de Polonia, Lituania y Letonia, sino también de Bielorrusia; parte importante de la Gran Rusia se encontraba bajo el yugo del militarismo alemán. Pskov estaba en sus manos. Ucrania se había convertido en una colonia austro alemana. En ese verano de 1918 se produjo al Este la sublevación de los checoslovacos. Fue organizada por los franceses e ingleses, pero al mismo tiempo los alemanes hacían saber, a través de sus representantes, que si los sublevados se acercaban a Moscú por el este, los alemanes se acercarían a Moscú por el oeste, por Orcha y Pskov. Nos encontramos, literalmente, entre el martillo alemán y el yunque anglo-francés del imperialismo. Al Norte, durante el verano, los anglo franceses se apoderaron de Múrmansk y Arcángel, amenazando con marchar sobre Vologda. En Yaroslavl estalló la sublevación de guardias blancos, organizada por Savinkov cumpliendo órdenes del cónsul francés Nulance, con el objetivo de permitir a las tropas de los aliados unirse con los checoslovacos y guardias blancos en el Volga, a través de Vyatka, Nijni, Kazán y Perm.

Ese era su plan. Al Sur, en el Don, crecía la insurrección dirigida por Krasnov. Krasnov era entonces un aliado directo de los alemanes, de lo cual se envanecía abiertamente, recibiendo de ellos dinero y ayuda militar. Pero los ingleses y franceses comprendieron que si llegaban a Astrajin, siguiendo el Volga, y si su flanco izquierdo se despliega sobre el Cáucaso septentrional y el Don, enlazando con Krasnov, este último pasaría de buena gana al campo anglofrancés puesto que le era indiferente a quién venderse. Lo que necesitaba era ayuda para mantener el poder de los terratenientes en el Don y restaurarlo en todo el país. Desde el primer momento, por consiguiente, nuestro frente amenazaba con transformarse en un anillo que debía irse cerrando, cada vez más apretadamente, en torno a Moscú, corazón de Rusia.

Al Oeste, los alemanes; al Norte y al Este, los anglofranceses y guardias blancos; al Sur, Krasnov, igualmente dispuesto a servir a unos y otros; en Ucrania, Skoropadsky, criatura del imperialismo alemán. Nuestra salvación, en aquel momento, fue que Inglaterra, Francia y Alemania proseguían aún las hostilidades entre sí, pese a que ya entonces los guardias blancos servían de enlace entre ellas. El gran peligro consistía en que se realizara a costa nuestra, a costa de la Rusia extenuada y crucificada, y antes de que se sublevara el proletariado europeo, el entendimiento entre el imperialismo alemán y el imperialismo anglofrancés. En ese período nuestro país estaba casi reducido a los límites del antiguo principado moscovita, y seguía contrayéndose. La amenaza más directa venía del este, donde el cuerpo checoslovaco había creado una base en torno a la cual se agrupaba la contrarrevolución. Nuestros primeros esfuerzos fueron dirigidos hacia el Este, hacia el Volga.

¿En qué consistieron esos esfuerzos? Como ya he recordado, camaradas, nos dirigimos a los mejores obreros de Petrogrado y Moscú, tomamos a los que se ofrecían voluntarios, de entre los cursos de instructores, los mejores y más valerosos, y creamos pequeños destacamentos de comunistas. Partimos de que el ejército no es otra cosa que la vanguardia armada de la misma clase obrera y por eso nos dirigimos a ella, diciéndole la verdad sobre la situación y pidiéndole iniciativa y energía. En Simbirsk y en Kazán, pese a contar con cierta superioridad de fuerzas, nosotros retrocedimos -con frecuencia en medio del pánico- porque el enemigo tenía superioridad en cuanto a preparación para el combate, entrenamiento, instrucción; superioridad por el odio rabioso que animaba a esos propietarios desposeídos de su propiedad contra el ejército obrero y campesino. El campo enemigo, finalmente, contaba con una gran ventaja: nosotros estábamos a la defensiva y ellos atacaban, teniendo la posibilidad de escoger nuestros puntos más débiles. Escogían en el territorio soviético el lugar que ellos mismos habían localizado y el momento que habían previsto. Teóricamente, nosotros teníamos una superioridad (que sólo después se hizo real, efectiva): actuábamos a partir de un centro, siguiendo líneas operacionales internas, radiales.[6] Dada su dispersión, nuestros enemigos actuaban, y siguen actuando, en puntos separados, sin formar un frente compacto, como grupos de asalto. Poco a poco, por la fuerza misma de las cosas, nosotros tuvimos que construir un frente continuo, que actualmente se extiende sobre 8.000 verstas. No sé si los historiadores militares tienen conocimiento de algún otro frente extendido sobre un espacio tan inabarcable.

Por parte de nuestros enemigos, la guerra tuvo y tiene un carácter guerrillero, en el sentido de que pequeños destacamentos, seleccionando determinado objetivo, golpean allí para causarnos daño. La finalidad de la guerrilla es debilitar al que es más fuerte. Por sí sola la guerrilla no puede lograr la victoria total, la victoria sobre un ejército organizado. Y en realidad no se propone ese objetivo: frena, golpea, retiene, vuela líneas ferroviarias, lleva al caos. En esto consiste la superioridad de la guerrilla como arma del más débil contra el más fuerte. Su objetivo es dañarnos y debilitarnos.

Nos sería incomparablemente más fácil defendernos si tuviéramos una milicia en todo el país, o sea, un ejército puramente territorial, local, formado de obreros y campesinos armados e instruidos sobre el terreno, de manera que el regimiento correspondiese a la comarca o fábrica, contando el distrito con una o dos divisiones. Entonces podríamos combatir en todas partes con fuerzas locales. La milicia no significa un ejército más débil, menos perfecto, como piensan algunos militares profesionales. Un ejército miliciano se forma sobre la base del servicio militar obligatorio, fuera del cuartel, en los lugares mismos de trabajo, de manera que los alumnos y los instructores mantienen su vinculación con las fábricas y campos. Son obreros soldados y campesinos soldados. Si hubiéramos tenido una milicia organizada, los golpes de nuestros enemigos, sus incursiones guerrilleras por no importa qué sitio, habrían encontrado inmediata respuesta, organizada y sistemática, en el lugar mismo del hecho. Ese es el ejército ideal hacia el cual tendemos y al cual llegaremos. Pero no nos ha sido posible organizarlo inmediatamente y tuvimos que arrancar a los obreros de su medio para enviarlos al frente.

Nos vimos obligados, como ya he indicado, a dirigir nuestro ejército principalmente hacia el Este: teníamos necesidad de lograr éxito allí, costase lo que costase. Ya saben que lo hemos conseguido, pero ¿cómo? Mediante la liquidación en nuestro seno, en el dominio militar, de los métodos artesanales y del espíritu de campanario. Aunque el enemigo actuaba sirviéndose de incursiones guerrilleras, contaba con destacamentos formados, en gran proporción, por oficiales excelentemente organizados y dirigidos hábilmente por comandantes inteligentes. El método guerrillero del enemigo, empleado de manera justa, "científica", representaba para nosotros un serio peligro. Para preservarnos de ese peligro y sacar ventaja de nuestro emplazamiento central necesitábamos acabar drásticamente en el ejército revolucionario con los hábitos artesanales, de improvisación guerrillera. En relación con esta cuestión se enfrentaron entre nosotros dos tendencias, parcialmente en el frente pero sobre todo en la retaguardia. Algunos de nuestros camaradas decían al principio: "En las condiciones actuales no podemos crear un ejército centralizado, con un aparato central de dirección y de mando; no disponemos ni de tiempo ni de medios técnicos. Debemos limitarnos, por esa razón, a crear destacamentos pequeños, muy bien organizados, de tipo regimiento, pero mejor provistos de toda clase de unidades técnicas especiales". Tal fue la idea inicial de muchos de nuestros camaradas: unidades separadas de dos, tres, cuatro mil soldados, formadas de diferentes armas. Es el método de combate del más débil: si no puede medirse con el enemigo, barrerlo de la superficie de la tierra, no le queda más que hostigarlo, quebrantarlo. Los alemanes eran más fuertes que nosotros, durante su ofensiva, y la única solución fue lanzar contra ellos nuestros destacamentos para frenar su ofensiva e impulsar acciones guerrilleras en su retaguardia. Pero no podíamos, en manera alguna, limitarnos a eso. Teníamos que aplastar al enemigo, que nos cortaba de las regiones más fértiles y ricas de Rusia, tomando las correspondientes medidas sistemáticas. La diversidad de nuestros enemigos dio lugar a que nos encontráramos rodeados de toda una serie de frentes: al Este, los checoslovacos; al Norte, el desembarco de los aliados; al Oeste, la ofensiva alemana; al Sur, Krasnov; en Ucrania, Skoropadsky. Esta situación nos indicaba la necesidad de concentrar grandes fuerzas en el centro del país para lanzarlas, radialmente, allí donde fuera indispensable. Pero para tener la posibilidad de disponer convenientemente de nuestra fuerza militar en cada momento, había que acabar radicalmente con el sistema artesanal de destacamentos independientes. Cierto es que enseguida comenzaron a autodenominarse regimientos y divisiones, pero no había más que el nombre: las divisiones seguían siendo destacamentos guerrilleros, que no reconocían el mando centralizado superior y actuaban por iniciativa de sus propios atamanes o jefes. En este aspecto tuvimos que afrontar no pocas luchas y dificultades, porque en los medios artesanales guerrilleros existía enorme desconfianza hacia todos los que en el centro vigilan y pretenden dirigir: ¿no nos jugarán una mala pasada, no nos traicionarán? Esto, por un lado. Por otro, resultaba que estos destacamentos habían tenido grandes méritos en el pasado por su lucha contra la burguesía rusa, contra la contrarrevolución, en la que mostraron gran heroísmo, se dieron jefes que revelaron talento y cualidades combativas, por lo menos algunos de ellos. De ahí sus dudas, su confianza desmedida en sí mismos y su desconfianza exagerada en el mando superior. Fue necesaria la cruel experiencia de las derrotas sufridas por nuestros guerrilleros en la lucha contra los alemanes y en otros frentes; fue necesaria la lucha ideológica y la represión desde arriba, para conseguir que algunos comandantes comprendiesen que el ejército es un organismo centralizado, donde el cumplimiento de las órdenes superiores es premisa necesaria de la unidad en la acción. Este género de trabajo previo fue necesario para poder pasar de la defensiva a la ofensiva, para poder actuar concertadamente en la lucha por Kazán, Simbirsk y Samara. Sólo después de esto vinieron los éxitos: limpiamos el Volga y comenzamos a avanzar hacia el Ural.

Debo, de paso, evocar muy elogiosamente la actuación de nuestros aviadores rojos en el frente. Verdad es que hubo casos de traición, de pasaje al campo enemigo, pero fueron casos aislados y se produjeron principalmente al comienzo de la guerra. La mayoría aplastante de los aviadores se comporta con honradez y abnegación. Yo pude observarlo de cerca en la lucha por Kazán, en las más duras semanas de agosto, cuando nuestros regimientos eran aún demasiado débiles y poco combativos. Las unidades de aviación que allí se encontraban hicieron literalmente todo lo posible para reemplazar, en cierto modo, a la infantería, la caballería y la artillería. Cualquiera que fuese el estado del tiempo, nuestros aviadores despegaban, giraban sobre Kazán y sobre la flotilla enemiga, descargaban sus bombas pesadas y establecían el enlace con las fuerzas que actuaban al noreste de Kazán, de las que estábamos cortados. En las circunstancias más difíciles los aviadores rojos se revelaron héroes, lo mismo que en los meses posteriores. Nuestra aviación roja había sido totalmente destruida, pero ha sabido reunir sus miembros dispersos, agruparlos, y ahora tenemos combatientes rojos del aire odiados por nuestros enemigos.

En el frente sur se repiten los fenómenos del frente del este. Allí actuaban contra Krasnov numerosos destacamentos procedentes de Ucrania, en cuyas filas había combatientes abnegados y experimentados. Pero no había ni disciplina ni coordinación a nivel de todo el ejército y de todo el frente. Cada uno actuaba según le parecía. Viendo como muy sospechoso a todo comandante enviado por el alto mando para establecer una coordinación operacional, preferían actuar a tientas: si les atacaban, retrocedían, tanteaban el punto fuerte del enemigo; cuando daban con un punto débil atacaban. En este tipo de lucha habían adquirido cierta maña. Los camaradas Sivers y Kikvidse, caídos después, fueron magníficos combatientes de ese género; crearon sus propios métodos de lucha, bastante eficaces, en la lucha contra los cosacos, aprendiendo a seguirles, despistarlos, rechazarlos, acosarlos y destruirlos. Pero todo esto en los límites de escaramuzas locales, que conducían a un éxito o un fracaso local. La lucha se prolongaba, así, meses y meses, exigía enormes sacrificios, pero no aportaba cambios reales en la situación.

Después de la llegada al Sur de los mejores obreros de Moscú, Petrogrado y otros lugares, la masa de soldados rojos comprendió, bajo su dirección, que se trataba de una lucha a muerte, y entonces cerró filas, se apiñó. Pero esto era insuficiente, había que reeducar a los cuadros de mando que tenían tres orígenes. Estaban, por un lado, los que habían sido movilizados, procedentes del antiguo cuerpo de oficiales; por otro lado, los nuevos comandantes, de los destacamentos ya indicados, con una formación guerrillera; y, finalmente, los oficiales rojos que nos habían llegado, los cuales se mostraban, en su gran mayoría, excelentes soldados, jefes prometedores en el futuro, pero con insuficiente experiencia en el presente. De ahí que sólo pudieran desempeñar los puestos de mando subalternos: Jefe de Sección y -en casos excepcionales- Jefe de Compañía. Hubo muchos casos en que los camaradas oficiales rojos, una vez pasado cierto tiempo en funciones de mando, solicitaban que se les dejase durante unas semanas batirse como soldados rasos. Se trataba de cuadros honestos pero sin experiencia del combate. Los antiguos suboficiales, que habían seguido cursos de instrucción, tenían sobre ellos gran superioridad porque poseían experiencia del combate. Los oficiales rojos, en su conjunto, constituyen un material excelente, que en el espacio de tres meses han podido dar ya muchos comandantes jóvenes de buena calidad.

Entre los antiguos oficiales, que fueron movilizados en gran número, hay muchos que se han revelado comandantes expertos y hombres dispuestos a trabajar honestamente. Por razones fáciles de comprender no doy cifras, pero diré que miles y miles de nuestros actuales jefes y comandantes -inferiores, medios y altos- tienen ese origen, y junto con los combatientes rojos luchan en los nuevos frentes con valor y abnegación. Esto concierne, sobre todo, a los ejércitos mejor organizados y cohesionados. Allí nadie pregunta: "¿Eras oficial en el antiguo ejército, eres oficial rojo, has salido de los soldados, o de los guerrilleros?" Allí la integración combatiente es total.

El cambio en el estado de espíritu de los mejores elementos de la antigua oficialidad se ha producido gradualmente. Durante bastante tiempo estos oficiales se quejaban y dudaban del poder soviético, se encontraban bajo la influencia de la prensa burguesa que acusaba al poder soviético de vender Rusia a los alemanes. Oían las mismas calumnias sobre el poder soviético dichas por Miliukov y Tsereteli, por todas estas "autoridades" pequeño burguesas, y de ahí que dudasen, no sabiendo dónde ir, con quién estar... Cuando el enemigo nos rodeó por todas partes, cuando parecían contados los días del poder soviético, los antiguos oficiales se pasaron en gran número al campo adverso, traicionando a veces a nuestras unidades. Como es natural, castigábamos implacablemente a los que podíamos atrapar. No pocos murieron. Pero cuando camaradas demasiado impacientes decían: "Renuncien a reclutar antiguos oficiales para el Ejército Rojo", nosotros respondíamos: "No, esa es una idea falsa, nosotros necesitamos cuadros instruidos, el ejército no puede permitirse partir del abecedario cuando estamos rodeados por el enemigo por todas partes". Es imposible que entre las decenas de miles de hombres de la antigua oficialidad no encontremos algunos miles de soldados honestos, que se sientan vinculados a las masas obreras y campesinas de Rusia y sean incapaces de vender su país a los imperialistas alemanes, franceses o ingleses. La traición de unos, aunque fueron muy numerosos, no tenía por qué obligarnos a cambiar nuestra política en ese aspecto. Y ahora puede decirse, con toda convicción, que la política de atraer a los elementos más honestos y sanos de la antigua oficialidad, de darles participación en la organización de nuestro ejército y en su dirección operacional, se ha justificado plenamente.

En fin, buenos comandantes, firmes y disciplinados, han salido también de las filas de los autodidactas y guerrilleros. Tenemos un ejército cuyo Comandante en Jefe es un antiguo suboficial, mientras que el Jefe del Estado Mayor es un antiguo general del alto mando. En otro de los ejércitos el Comandante en Jefe es un antiguo general y su ayudante es un autodidacta. Contamos con toda clase de combinaciones, no nos hemos sujetado a estereotipo alguno, nos hemos esforzado constantemente en promover hombres honestos, enérgicos y capaces. Los comisarios proporcionan una ayuda considerable a los comandantes inexpertos, o a los que vacilan en el aspecto político. Lo mismo sucede en las divisiones. A la cabeza de una de ellas se encuentra un antiguo soldado, ni siquiera era suboficial, y a su lado ejerce funciones de mando un antiguo coronel del Estado Mayor general. Entre ambos hay excelentes relaciones y mutua confianza, porque verter la sangre en común es el vínculo más duradero que puede existir.

Esto no se logró de repente. Durante los dos o tres meses de más intensa actividad en el frente sur, pusimos allí orden frente a las tropas de Krasnov, enemigo especialmente tenaz y potente. Nosotros éramos suficientemente fuertes en cuanto al número pero nos faltaba centralización. Las tropas de Krasnov, muy bien dirigidas, realizaban incursiones aisladas contra nosotros, golpes enérgicos que nos quebrantaban sensiblemente, hasta el punto de hacernos temer la pérdida de Voronej después de que habían ocupado ya Novojopersk, Borisogliebsk, e incluso tiroteado Tsaritsin, que albergaba importantes depósitos de pertrechos bélicos. Sin embargo su ejército no contaba -en los momentos más favorables para ellos- con más de 100.000 hombres, incluyendo las reservas. Pero gozaban de una gran ventaja: la iniciativa y la sorpresa, dos condiciones fundamentales del éxito militar. No mantenían frente. Habiéndonos asestado un golpe por la parte de Voronej, y habiendo provocado el desconcierto en nuestras filas, dejaron allí una protección extremadamente reducida y trasladaron el grueso de las fuerzas sobre Balachov y Tsaritsin. Nuestras fuerzas quedaron pasivas, en general, porque en realidad no teníamos una unidad organizada que pudiera llamarse legítimamente ejército de Voronej o ejército de Tsaritsin. Menos aún teníamos un frente unificado. En crearlo consistió nuestro principal trabajo. Hacía falta llevar a cabo una labor enérgica de organización y agitación para contrarrestar a los provocadores clandestinos y los maleantes que intentaban infiltrarse en el ejército a fin de socavar su espíritu desde el interior, descomponerlo y reducirlo a la impotencia; para contrarrestar, por otra parte, los hábitos de guerrillerismo, la tendencia a proceder cada uno según su voluntad, sin subordinarse a las necesidades operacionales del conjunto del ejército o del frente en cuestión. En las dos direcciones tuvimos pleno éxito. En el proceso mismo del trabajo se destacaron los mandos honestos y valerosos, mientras que los canallas, convictos de traición, eran fusilados. Los mejores elementos entre los guerrilleros se convencieron de que el guerrillerismo no llevaba lejos, y aquellos que se negaban a comprender el imperativo de la unificación operacional fueron apartados con severidad. Como resultado de todo este trabajo se produjo un cambio en el estado de espíritu de todo el frente. Por doquier, en Voronej como en Balachov o en Tsaritsin, empezaron a sentirse los efectos de la unidad de mando contra el enemigo común, de la unidad de concepción operacional, de la unidad de ejecución. "Al fin, el frente se deja sentir", decían con alegría los comandantes, pequeños y grandes, cuando los tres ejércitos del frente sur, cohesionados interiormente, comenzaron a actuar de manera concertada.

Después de esto, nosotros pasamos de la defensiva a la ofensiva, tanto en el frente sur como en el frente este, cada vez con más éxito. Febrero fue decisivo. Ahora podemos decir que el ejército de Krasnov casi ha dejado de existir. Aplastado su núcleo principal, retrocede preso de pánico. Como saben, el mismo Krasnov ha dimitido, abandonando Novocherkask por Novorosisk, temiendo -con razón- la venganza de sus antiguos súbditos. No sólo el ferrocarril de Novojopersk a Tsaritsin está enteramente en nuestras manos, y Tsaritsin mismo ha quedado unido de nuevo, por ferrocarril, a toda la Rusia soviética, sino que también el ferrocarril de Tsaritsin a Lija -línea de gran importancia que se encontraba en manos de las bandas de Krasnov- ha sido ocupado por los nuestros casi completamente, que en esta operación han hecho gran número de prisioneros y tomado un gran botín militar. Nuestra tarea ahora consiste en acabar enérgicamente con lo que queda del ejército de Krasnov. La cosa es más complicada en la cuenca del Donetz, donde actúan restos más importantes de las fuerzas de Krasnov y, sobre todo, unidades del ejército voluntario de Denikin, trasladado aquí desde el norte del Cáucaso. Se esfuerzan por conservar la cuenca del Donetz, y junto con ella Rostov y Novocherkask, sin perder aún la esperanza de que les llegue ayuda de los aliados. Pero es indudable que una vez liquidado el poder burgués en Ucrania, y después de la destrucción del frente de Krasnov, el precioso oasis del Donetz no podrá mantenerse y los obreros y campesinos de la región se harán dueños de él. [7]

Para completar lo que acabo de decirles sobre el frente sur, debo referirme brevemente al frente caucásico caspiano. Aquí hemos sufrido grandes reveses en los últimos meses, que pueden parecer completamente imprevistos dado que poco antes dominábamos un gran territorio y los centros esenciales en el norte del Cáucaso. Pero el hecho de que fracasásemos es, en lo esencial, plenamente lógico, es el resultado de la crisis y descomposición del guerrillerismo. En el norte del Cáucaso contábamos con un ejército muy considerable, constituido principalmente por refugiados de Ucrania, del Don, del Ter y de otras zonas. Entre ellos había muchos revolucionarios honestos y fieles, pero también no pocos aventureros y, aún más, gente llegada al azar, sacada de quicio por la contrarrevolución, y atraída ante todo por el rancho del soldado. Los hábitos de Guerrillerismo, la falta de costumbre de una organización formal y regular, así como de relaciones formales y regulares, enraizaron allí más fuertemente en virtud de su lejanía del centro.

Ya en el otoño del año pasado di la orden formal, a una delegación de las tropas del Cáucaso septentrional, de reducir los efectivos a un tercio de los existentes, reorganizándolos de modo adecuado, y el resto disolverlo o enviarlo al Norte: "Cuando sean tres veces menos numerosos, serán tres veces más fuertes", le aseguré a la delegación. Pero por desgracia todo quedó en exhortaciones, a causa del extremo alejamiento del frente y de la carencia total de enlace adecuado con ellos. La inercia del guerrillerismo se impuso. Las unidades conservaron sus enormes efectivos y sin librar combates serios obtuvieron grandes éxitos. Desde Astraján se les envió instructores, buenos especialistas militares, pero los devolvieron a Astraján diciendo que no tenían necesidad de ellos. No hay enemigo más peligroso para el Ejército Rojo que la autosatisfacción del guerrillerismo ignorante que se niega a estudiar y a progresar. El resultado está ahí: ese ejército pletórico, más bien horda que ejército, se enfrentó con las tropas bien organizadas de Denikin y en unas cuantas semanas quedó deshecho. Una vez más hemos pagado muy caro por las ilusiones guerrilleras. Pero esta lección no será inútil. Actualmente se realiza en el Cáucaso septentrional una labor intensa, cuyos resultados creo que no se harán esperar. Lo que hemos perdido allí nos será retribuido con creces.

En el frente norte, camaradas, después de la pérdida de las regiones de Murmansk y de Arcángel[8], hemos permanecido más o menos pasivos. Es verdad que en las últimas semanas logramos allí un éxito apreciable con la toma de Chenkursk. Esta operación, aunque de poca importancia, es una página gloriosa en la historia de nuestra lucha. En condiciones extremadamente difíciles, cuando el enemigo -según sus propias palabras- consideraba imposible instalar ni siquiera una cocina de campaña, nuestros soldados, cubiertos de capas blancas, y arrastrando cañones de seis pulgadas, lograron en la noche helada penetrar profundamente en la retaguardia del enemigo, obligándole a huir de Chenkursk. Se apoderaron de gran número de prisioneros, de muchos pertrechos, y rechazaron al enemigo hasta 80 ó 90 verstas al Norte. De todas maneras se trata de un éxito parcial; por lo demás en el frente norte permanecemos pasivos, a la defensiva. [9]

Con un frente de 8.000 verstas, para desplegar una estrategia activa debíamos tener en todas partes un ejército numeroso. Como no lo tenemos, algunas partes de ese frente están, por el momento, pasivas, concentrándose la actividad en otros sectores, más importantes actualmente. En esto consiste la ventaja de nuestra situación central respecto a los frentes: tenemos la posibilidad de trasladar y concentrar fuerzas en todo momento. Pero esta posibilidad no se materializó y no se puso en práctica hasta que se creó el Consejo Militar Revolucionario de la República con un Comandante en jefe para todos los frentes; hasta que se estableció la unidad de mando para todos los frentes y para todos los ejércitos de cada frente. Sólo después de establecerse la dirección operacional única y el cumplimiento riguroso de las órdenes, de arriba hacia abajo, todos percibieron en la práctica, y cada soldado se dio cuenta de ello allí donde estaba, que el ejército centralizado tenía una enorme superioridad sobre el guerrillerismo y los métodos artesanales. Así se materializó la posibilidad de considerar y decidir, en cada momento, dónde era necesario operar más intensamente. Después de nuestros éxitos en el Volga concentramos los esfuerzos, como ya dije, sobre el frente del Don. Esta es la razón de nuestra pasividad en el Norte, sin contar con que en estos dos últimos meses se han abierto dos nuevos frentes, los cuales habíamos previsto pero sin poder prever cuando entrarían en actividad: el frente ucraniano y el frente oeste.

En Ucrania el problema militar ha sido puesto de nuevo sobre el tapete por un gran acontecimiento político: la revolución en Alemania, que provocó la insurrección en Ucrania. Aquí se manifestó con particular expresividad la vinculación directa e inmediata de nuestras operaciones militares con su base natural: la revolución obrera y campesina. Nosotros hacemos la guerra. Pero esta guerra no es como otras, en las que el territorio pasa de una mano a otra pero el régimen sigue siendo el mismo; nuestra guerra es la revolución obrera que se organiza, se defiende o ataca, protege o amplía sus conquistas. Si alguien está predispuesto a olvidarlo, los acontecimientos de Ucrania se lo recuerdan bien fuerte. Allí nuestro frente se reanimó de golpe y presionó hacia el Sur, bien es verdad que casi sin fuerzas regulares en el primer momento. Nuestra tarea urgente era derrocar a la burguesía local, aún no organizada; no dejarla organizarse después de que su apoyo, el ejército alemán, se había descompuesto, había sido ganado por la propaganda revolucionaria y se había ido a su casa, a Alemania. En el cumplimiento de esa tarea nuestros destacamentos guerrilleros han desempeñado en Ucrania un papel enorme, plenamente positivo. Claro está que también allí, desde el primer momento, aparecieron tropas soviéticas regulares, y los destacamentos guerrilleros actuaron, cada vez más, como satélites en torno a su planeta. Han comenzado a reagruparse en torno a las unidades regulares, que habían acudido respondiendo al llamamiento de los obreros y campesinos ucranianos, y ahora se le ha planteado ya al mando ucraniano la tarea de integrar a esos destacamentos guerrilleros en divisiones regulares. Este trabajo se lleva a cabo con éxito en Ucrania porque los trabajadores de allí tienen la ventaja de contar con nuestra experiencia de un año, y han aprendido mucho de nuestros errores y de nuestras conquistas. En todo caso, el frente ucraniano nos ha distraído fuerzas relativamente importantes, claro está que fundamentalmente ucranianas.[10]

El frente oeste surgió en condiciones similares. Las operaciones militares eran allí, comparativamente a otros frentes, poco numerosas y no muy sangrientas. En ello tenía un gran papel nuestro entendimiento con los soldados alemanes que se oponían revolucionariamente a sus mandos, así como la fraternización directa con los soldados alemanes comunistas. Pero todo esto se combinaba con escaramuzas allí donde los guardias blancos alemanes o elementos de la burguesía local nos oponían la fuerza armada. Mediante estas acciones políticas y militares combinadas logramos limpiar un extenso territorio al Oeste. Pero estábamos lejos de haber resuelto el problema. Repuesta de su primera sorpresa, la burguesía de la franja occidental se rehízo y con ayuda de la Europa occidental, de Inglaterra, Francia y, en parte, Alemania, logró reunir algunas fuerzas, amenazándonos Yamburg, por un lado, por otro Pskov, e intentando amenazar Riga. En Estonia no son sólo los guardias blancos estonianos los que combaten al ejército soviético estoniano; luchan también contra él la burguesía finlandesa e incluso pequeños destacamentos de suecos, junto con guardias blancos alemanes y rusos. En una palabra, allí tenemos una verdadera internacional, la internacional de guardias blancos vinculados a los países bálticos, sostenida por la flota inglesa[11].

Si dejáramos que este frente se reforzase, de ahí podría venir, claro está, un serio peligro, y hace algunas semanas podía parecer que el peligro era ya realidad. Últimamente he estado en esa parte del frente y ante mí se presentó el mismo cuadro que en diversas ocasiones he observado en otros frentes. No podíamos sacar unidades aguerridas de otros frentes, debilitándolos, para enviarlas a Estonia. De ahí que fueran allí unidades muy jóvenes, formadas apresuradamente con campesinos recién movilizados, los cuales no sólo carecían de experiencia combatiente sino de educación política. Por eso al comienzo se disgregaban al primer choque serio con el enemigo. Como siempre sucede en condiciones parecidas, allí hubo también traiciones y deserciones. Por ejemplo, en esa división que se batía en dirección de Narva, donde el comandante de un regimiento, arrastrando a parte de éste, se entregó al enemigo; la otra parte, presa de pánico naturalmente, se batió en retirada. En una palabra, hace mes y medio o dos meses allí existía la misma situación que en otros frentes hace medio año.

Camaradas, yo les hablo con plena sinceridad de todo esto porque ustedes deben conocer bien todos los aspectos de la construcción y la existencia del ejército, incluidos sus aspectos negativos. Los fracasos no deben llevarnos en modo alguno al desánimo. Un ejército revolucionario, en una época revolucionaria, es por esencia un ejército nervioso, que vive a saltos; las crisis y los pánicos son más frecuentes que en condiciones normales... Pero si se logra cimentar este ejército joven y nervioso, si se le da un ideal y el temple necesario, si se le da la oportunidad de alcanzar la primera victoria, su nerviosidad se transforma en potente fuerza ofensiva, y entonces querrá ir adelante, será invencible. He ahí por qué las vacilaciones, e incluso las retiradas desordenadas de estas unidades jóvenes no nos inducen al pesimismo. En los sectores de Narva y de Pskov del frente estoniano bastó que los comandantes y comisarios trabajaran enérgicamente durante dos o tres semanas para que el frente se rehiciera, y para que los mismos soldados que antes -debido a una total inadaptación, a la carencia de la más elemental experiencia- se dispersaban presos de pánico, ahora se reagrupen por sí mismos, y no sólo reintegren la unidad sino que la hagan renacer. En una ocasión he visitado la misma unidad con diez días de intervalo y no la reconocía. Tal es la fuerza enorme de las ideas revolucionarias y de los métodos revolucionarios de organización.

En ningún otro país, en ningún otro ejército, puede el comandante de un regimiento decirle a cada soldado: "Tú debes morir, si hace falta, porque te bates por los intereses de tu familia, de tus hijos, por el futuro de tus nietos; ésta es la guerra de los oprimidos, de los trabajadores, por su liberación". Estas palabras sencillas, que van directamente a la conciencia, al corazón de cada soldado, hacen auténticos milagros.

En cada regimiento y en cada compañía existen los elementos más diversos; los más concientes, los más abnegados, constituyen, naturalmente, una minoría; en el polo opuesto se encuentra una minoría ínfima de elementos que son diametralmente lo contrario: gentes sórdidas, corrompidas, vividoras y, en parte, kulaks contrarrevolucionarios. Entre estas dos minorías, situadas en los extremos, se encuentran los que por su manera de pensar y de sentir son simplemente ciudadanos soviéticos, buenos, trabajadores, honrados, pero insuficientemente concientes, vacilantes, necesitados de formación, tanto militar como política. Y cuando el comandante o el comisario de cualquier regimiento me dice: "Yo no respondo de este regimiento, todos son unos cerdos, cuando hay que atacar exclaman: no nos han dado esto, no nos han dado lo otro... Es un regimiento malo", yo le respondo, con plena convicción: "Si el regimiento es malo quiere decir que el comandante es malo y el comisario es malo, porque los hombres son los mismos que en otros regimientos, y en su masa son honrados obreros y campesinos". Si sienten que el mando no es enérgico, si les surgen dudas sobre la justeza de la conducción del regimiento por el comandante, si no reconocen la autoridad moral del comisario, se produce naturalmente la descomposición. Los sinvergüenzas adquieren preeminencia, los mejores elementos se desmoralizan, poniéndose al margen, y los elementos medios, no sabiendo a qué carta quedarse, se dejan ganar por el pánico en la hora del peligro. Allí donde el plantel de mandos es bueno, sobre todo en los niveles subalternos; donde este plantel es honesto y firme, donde el comandante y el comisario del regimiento son buenos, ese regimiento está a la altura requerida. Denme el peor de los regimientos, denme tres mil desertores, tomados donde quieran, y llamen a eso regimiento. Yo les doy un buen comandante, honesto, un buen comisario, combativo; les proporciono jefes de batallón, de compañía y de sección, adecuados, y en cuatro semanas esos tres mil desertores, en las condiciones de un país revolucionario, nos darán un excelente regimiento. Y no se trata de una esperanza, de un programa o de una idea; esto ha sido comprobado en la práctica, y durante las últimas semanas lo hemos comprobado de nuevo en la experiencia de los frentes de Narva y de Pskov, donde ahora hay fuerzas sólidamente cimentadas.

Hay todavía un frente posible, al que no me he referido: el frente karelio o finlandés. Allí no desarrollamos operaciones. Finlandia no está directamente en guerra con nosotros, aunque indirectamente nos combate enviando sus regimientos al territorio de Estonia, donde atacan Yamburg en compañía de los guardias blancos estonianos y rusos. Pero en el istmo de Karelia no hay frente en sentido estricto. Sin embargo, en el curso de las últimas semanas se está realizando en Finlandia una campaña, verdaderamente rabiosa, preconizando el ataque a Petrogrado. Estiman que ahora somos más vulnerables allí, puesto que hemos perdido el Báltico y los accesos de Petrogrado están, por consiguiente, peor defendidos. El año pasado, cuando estuvo en el poder, la clase obrera finlandesa era el mejor escudo de Petrogrado. Pero ahora manda allí temporalmente la burguesía, y su jefe, Mannerheim[12], antiguo general ruso, propugna en los últimos meses y semanas la ofensiva sobre Petrogrado. La prensa sueca y finlandesa ha afirmado que es posible tomar Petrogrado por un golpe seco y rápido, mediante una simple incursión. Bastaría para ello lanzar una o dos divisiones. Y no es todo: el general Mannerheim ha decidido realizar maniobras de sus tropas en la proximidad de nuestras fronteras, en Teriek. La prensa burguesa finlandesa ha escrito abiertamente sobre esto. Como es natural, la cosa no ha suscitado mucha emoción en Petrogrado, porque resulta ridículo y absurdo suponer que la burguesía finlandesa -que difícilmente pudo sofocar la revolución de la clase obrera finlandesa, y eso con ayuda de las bayonetas de los Hohenzollern[13]-, la burguesía de un país cuya población no rebasa los dos millones y medio de habitantes, pueda medirse con la Rusia soviética revolucionaria. Sin embargo los obreros de Petrogrado se indignaron profundamente de ver que los guardias blancos finlandeses, en cuyas espadas está fresca aún la sangre de los obreros finlandeses, osan amenazar a la clase obrera de Petrogrado, nuestra capital roja revolucionaria.

En respuesta a las maniobras de Mannerheim nosotros hemos decidido que las nuestras tendrán lugar también en las proximidades de la frontera finlandesa. Hemos lanzado un llamamiento a la defensa de Petrogrado, al cual han respondido, con más entusiasmo que nadie, los alumnos de las escuelas militares de Petrogrado. Accediendo a su petición unánime, los cursos fueron suspendidos y todos los alumnos incorporados provisionalmente a un destacamento de maniobra de alta calidad. Hemos pasado revista a este destacamento en la antigua plaza del Palacio -hoy plaza Uritski participando un oficial del ejército francés, el capitán Sadoul, que ha roto con su gobierno y con la misión militar francesa para defender el poder soviético y actualmente trabaja en nuestra inspección militar. El capitán Sadoul estaba a mi lado, presenciando el desfile. Viendo a nuestros futuros jóvenes oficiales rojos, su aire marcial, el entusiasmo que reflejaban sus rostros, el garbo inspirado de su formación, exclamó con admiración que era uno de los espectáculos más sublimes que había presenciado en su vida, y añadió: "¡Cómo siento que no esté aquí la misión militar francesa con el general Nissel a la cabeza! ¡Si vieran a sus futuros oficiales rojos, reunidos en este destacamento, dirían a su gobierno: cuidado con atacar a Rusia, Rusia no está indefensa, cuenta con sus soldados y oficiales rojos!" Yo he prometido a estos alumnos, a estos jóvenes camaradas de Petrogrado, que si la ciudad llega a estar realmente amenazada por los frentes de Olonetz, de Karelia y de Yamburg, sobre ellos recaerá la misión de ser los primeros en la defensa de Petrogrado rojo. Su respuesta fue la de verdaderos soldados de la revolución, aceptando con entusiasmo esa misión y, en particular, realizando excelentemente las maniobras en las que tomaban parte.

¿Qué ha resultado? Resultó que la amenazadora empresa de Mannerheim terminó con un fiasco total. Avanzó algunas columnas en dirección de nuestra frontera pero los regimientos finlandeses de guardias blancos emplazados en la zona de Teriek organizaron -¡oh, horror!- un mitin, en el que declararon: "Tú no nos llevas a maniobras sino a la guerra con el Ejército Rojo; estamos de acuerdo en defendernos, pero no queremos atacar Petrogrado". Y Mannerheim se vio obligado a retirar las columnas. En sus maniobras no participaron más que dos compañías, ni una más. Así que este intento se hundió lamentablemente. Tres días después apareció en los periódicos una entrevista de Mannerheim diciendo que, por consideraciones internacionales y otras, el ataque contra Petrogrado quedaba aplazado para la primavera. En este frente, por tanto, podemos esperar más o menos tranquilamente hasta la primavera. En cuanto al terrible voivoda[14] Mannerheim, podría aplicársele lo que nuestro gran satírico Saltikov-Chedrin dijo expresivamente en algún sitio: "Proclamó que se tragaría al mundo entero y acabó comiéndose un pardillo". Lo mismo el general Mannerheim: proclamó que tomaría Petrogrado en un abrir y cerrar de ojos y luego envió dos compañías a hacer maniobras en Teriek.

Claro está que si la situación de la burguesía finlandesa, o la presión sobre ella del capital anglofrancés, la obligará a emprender la ofensiva contra Petrogrado, tendríamos un nuevo frente. Es evidente que en ese caso no nos limitaríamos a la defensiva, sino que seríamos nosotros los que asestaríamos un golpe seco y rápido a Helsingfors. La clase obrera finlandesa espera ayuda de las tropas rojas de Petrogrado. Después de la orden de ataque de Mannerheim, los alumnos finlandeses de las escuelas militares de Petrogrado -que tienen su escuela propia- pidieron que se les enviara al frente, contra el verdugo. Y además de esos alumnos militares tenemos tropas excelentes constituidas integralmente de obreros finlandeses. Aún más instructivo es lo siguiente: según las estimaciones de la propia prensa burguesa finlandesa, entre los 17.000 hombres movilizados a la fuerza por Mannerheim (al mismo tiempo que la guardia burguesa) hay un 90% de Rojos. Cierto es que nuestros camaradas finlandeses consideran exagerado ese 90% y afirman que habrá un 70% de Rojos. Nos damos por satisfechos. No es extraño que Mannerheim no haya entregado armas a los movilizados. La marcha de las tropas rojas sobre Helsingfors sería apoyada con entusiasmo por toda la clase obrera finlandesa. En Petrogrado hemos proclamado que no pretendemos crear un nuevo frente, pero si es creado por iniciativa de nuestros enemigos tomaremos las medidas adecuadas para que Petrogrado quede protegido para siempre por el lado de Finlandia, y para ello no hay más que una solución: la instauración en Finlandia del poder de los obreros y de los campesinos pobres.

Resumiendo la situación en nuestros frentes se puede decir que es plenamente satisfactoria. El Ejército Rojo ha realizado un trabajo colosal. En agosto de 1918 nuestra situación militar era muy crítica: fue el momento de la caída de Kazán. Después, en el transcurso de siete meses, el Ejército Rojo limpió de enemigos un gran territorio, cerca de 130 distritos y 28 provincias, con una superficie global de 850.000 verstas cuadradas, y una población de casi 40 millones. Por su extensión, equivale a Italia, Bélgica y Grecia juntas, y por su población a Francia. Según estimación del gran Estado Mayor panruso, en cuyos datos me apoyo, el número de ciudades reconquistadas se eleva a 166, y la cantidad total de poblados no urbanos a más de 164.000. Entre las ciudades más importantes mencionaré: en el frente occidental, Pskov, Riga, Vilno, Minsk, Gomel, Chernigov y otras; en el frente sur, Kiev, Poltava, Jarkov, Ekaterinoslav, Aleksandrovsk, Kupiansk, Bajmut, Lugansk, etc.; en el frente oriental, Kazán, Simbirsk, Sisran, Samara, Ufa, Oremburg, Uralsk, y otras. En el aspecto económico tiene gran importancia la región de Lugansk-Bajmut-Slaviansk-Nikitovka, con yacimientos de sal, carbón, mercurio y yeso, y la región de Ufa-Oremburg, así como las provincias de Viatska, Kazán, Samara y Oremburg, con yacimientos de cobre, y de asfalto en la zona de Samara. En la parte de la provincia de Ekaterinoslav ocupada por los nuestros hay importantísimas fábricas metalúrgicas. Por último, la línea del frente llega ya a Krivoi Rog, ricoen yacimientos de hierro. En el frente oriental han sido ocupadas varias fábricas de gran significación militar, como las de Yeve y Botkine en la región de Samara, y en el frente sur la fábrica de municiones de Lugansk. La toma de Oremburg, finalmente, abre el camino del Turkestán, de donde podemos obtener el algodón necesario a nuestra industria textil. Todo el Este y el Sur incluyen regiones ricas en trigo. Tal es el territorio que ha recorrido y conquistado el Ejército Rojo de los obreros para la Rusia obrera. [15]

¡Camaradas! No hay que concluir de todo lo expuesto que nuestra tarea ha terminado. ¡Ni mucho menos! El poder soviético tensa ahora sus esfuerzos para obtener la paz lo antes posible, aunque sea al precio de duras condiciones, porque para un pueblo desangrado y hambriento no hay nada más duro que esta guerra impuesta y terrible. Hace un año fuimos a Brest-Litovsk a fin de arrancar una tregua para nuestro pueblo, para nuestro país. La tregua fue demasiado breve porque pronto aparecieron enemigos por otro lado. No hace mucho que el Comisario del Pueblo para Asuntos Extranjeros ha reiterado oficialmente la declaración del gobierno soviético dirigida a los gobiernos que se encuentran en guerra con nosotros. El sentido de la declaración es el siguiente: "Ustedes combaten contra los obreros y campesinos rusos. ¿En nombre de qué? ¿Quieren los intereses de sus capitales? ¿Concesiones, territorios? ¿Qué quieren ustedes? Díganlo y nosotros vamos a ver, diligentemente, qué es lo que podemos ceder -y nos vemos obligados a ceder- para asegurar al pueblo ruso la posibilidad de trabajar pacíficamente".

Todos nosotros sabemos, evidentemente, que lo que ahora cedamos volverá a nosotros, porque las concesiones de la Rusia soviética a los imperialistas son provisionales. Por la paz de Brest-Litovsk cedimos temporalmente al imperialismo alemán y austrohúngaro una gran franja occidental y toda Ucrania. La burguesía -que allí donde podía iba del brazo del imperialismo alemán- nos acusó entonces de traición y felonía. Nosotros respondimos: "No tenemos ejército y nos vemos obligados a retroceder. Pero lo que damos ahora lo recuperaremos". Si los regimientos alemanes entraron en nuestros territorios como opresores y esclavizadores, bajo el estandarte amarillo del imperialismo, regresaron como regimientos revolucionarios bajo la roja bandera del comunismo. Lo mismo sucederá, finalmente, con nuestras concesiones a los imperialistas de Francia, Inglaterra y Norteamérica. Nosotros les decimos a Wilson, Lloyd George, Clemenceau[16]: "todo lo que nos arrebaten nos será devuelto dentro de uno o dos meses, de seis meses, o de un año, en cuanto instauren el poder soviético en su país, por los obreros ingleses, franceses y norteamericanos".

A este respecto me han preguntado cómo están las cosas con las islas Prinkipo. Estas islas, como saben, están situadas en el mar de Mármara; los imperialistas anglofranceses y norteamericanos tenían la intención de invitarnos allí para celebrar conversaciones sobre el futuro de Rusia. Finalmente han decidido invitar no sólo al gobierno soviético sino a todos los sedicentes gobiernos, blancos o negros, que no han caído todavía porque están sostenidos por el imperialismo extranjero. Krasnov respondió que no acudiría a una conferencia con los bolcheviques. Dio esta respuesta, muy orgullosamente, hace unas cuantas semanas, pero ahora ha tenido que abandonar él mismo el Don, como proscrito, y buscar refugio en Novorosisk. Los de la Asamblea constituyente luchaban antes contra nosotros y ahora vienen a buscar refugio y defensa en nuestro territorio. A Kolchak le espera la misma suerte que a Krasnov. Nosotros hemos declarado que estamos de acuerdo en ir a Prinkipo, y allí, ante el mundo entero, diremos en qué nos sustentamos. Nosotros no hemos tenido jamás ayuda de gobiernos burgueses extranjeros, ni la hemos buscado. Es más: la rechazamos categóricamente. Todos nuestros enemigos -Krasnov, Skoropadsky, Dutov, Denikin, Petlyura- se mantienen exclusivamente con el apoyo de la burguesía extranjera. Nosotros nos mantuvimos y nos mantenemos con nuestras propias fuerzas, y estamos dispuestos a decirlo y probarlo en todas partes, no importa dónde: en Moscú o donde ellos quieran, en las islas Prinkipo. Pero por lo visto ellos mismos han cambiado de opinión o vacilan en invitarnos, tal vez porque las conversaciones de Brest-Litovsk, como bien saben, prestaron buen servicio a la revolución alemana. No estamos inquietos por la decisión que puedan tomar. Si deciden convocar la conferencia en las islas Prinkipo acudiremos allí y proseguiremos la labor iniciada en Brest-Litovsk. Si cambian de opinión y renuncian a la conferencia, esperaremos. Cada día que pasa disminuye el número de esos gobiernos blancos, porque el poder soviético los barre de la tierra rusa. En lo que se refiere a las islas Prinkipo, nos son poco simpáticas aunque sólo sea por su nombre: islas de los príncipes. Puede ocurrir que mientras esos señores reflexionan nosotros encontremos islas, nuestras islas soviéticas, a donde llevemos los imperialistas de todos los países. Pero no será ya para conversaciones.

Por el momento, sin embargo, aún no hay poder soviético en Francia, Inglaterra y Norteamérica, y nosotros proclamamos abiertamente nuestra disposición a hacer concesiones a los verdugos y bandidos que han puesto el cuchillo sobre la garganta de la Rusia soviética. Quiere decirse, camaradas, que nuestra guerra es -en el sentido más estricto del término- una guerra revolucionaria defensiva: nos atacan, nos defendemos. Ni siquiera contra la pequeña Finlandia, pese a sus grandes crímenes, tomaremos iniciativas ofensivas: tendremos paciencia, sabiendo que el tiempo trabaja a nuestro favor. La política del poder soviético es una política de paz. Pero política de paz no significa política de capitulación, política de entrega de las conquistas de la revolución a sus enemigos jurados. No, la política de paz presupone estar prestos a defender las conquistas de la revolución, si el enemigo las amenaza, hasta el último aliento. Hay que contrarrestar el espíritu difundido por la agitación indigna que realizan en el país, en nuestros regimientos, algunos grupos de los partidos menchevique y socialrevolucionario, de derecha o izquierda, los cuales propugnan en su prensa "interrumpir la guerra civil", dado el estado de pobreza y agotamiento del país. "No hace falta Ejército Rojo", dicen los socialrevolucionarios. Recordemos, una vez más, con quién estamos en guerra: con Krasnov en el Sur, con Kolchak en el Este, con los guardias blancos estonianos-finlandeses en el Oeste. Todos nos atacan y quisieran aplastarnos. Interrumpir la guerra civil, desarmarnos, significa quedar a merced de los verdugos. Tenemos perfecto derecho a decir a los señores mencheviques: "¿Están por la interrupción de la guerra civil? Hagan el favor, entonces, de dirigirse a Kolchak y a Krasnov y pedirles que cesen la guerra civil".

Nuestra guerra civil es autodefensa revolucionaria. Nos dirigimos a todos los enemigos proclamando nuestra disposición a comprar la paz aunque sea al precio de grandes concesiones y víctimas. Pero los enemigos han rechazado todo compromiso porque consideraban que el poder soviético era un peligro mortal para ellos y al mismo tiempo se creían suficientemente fuertes para ajustarle las cuentas. Por eso rechazaban todo compromiso. Sin embargo, últimamente comenzaron a oírse nuevas notas en su campo. Lloyd George declaró hace poco que es peligroso atacarnos porque millones de campesinos se agruparían en torno al poder soviético para defender su país por todos los medios. Según informa la prensa, el presidente norteamericano Wilson considera ahora que ha sido un error el ataque de los señores "aliados" contra Arcángel. La toma de Chenkursk por los nuestros provocó la desmoralización de los soldados ingleses y norteamericanos, los cuales abandonan sus posiciones y evacúan Arcángel. En Murmansk se manifiesta abiertamente el descontento. Sobre el frente de Odesa, según informaciones recibidas, los regimientos franceses exigen ser repatriados, y las tropas coloniales, que no soportaban el clima, han tenido que ser evacuadas. Wilson y Lloyd George comienzan a comprender que se han equivocado. Por otra parte, estos señores se pelean entre sí. Acaba de ser publicado el programa de paz japonés: no reclama que la Siberia oriental pase al Japón, y en cambio insiste en que ningún país reciba en Siberia ventajas o concesiones especiales. Por consiguiente estos señores se ven obligados a recortar sus bandidescas pretensiones sobre la Rusia soviética. ¿Por qué? Porque nosotros somos más fuertes que antes y ellos más débiles. En las circunstancias más difíciles nosotros hemos creado un fuerte ejército, mientras que sus ejércitos se disgregan por doquier. Y también se descompone su retaguardia.

Nuestra situación internacional, por consiguiente, ha mejorado en todos los aspectos. Pero esta conclusión no debe inducirnos a una tranquilidad infundada, a una inacción despreocupada. No, no tenemos derecho a dormirnos en los laureles. La matanza mundial está lejos de terminar, puede reactivarse de nuevo con terribles llamaradas: en Oriente, por parte del Japón; en el Norte, por parte de Inglaterra y Norteamérica; en el Sur y en el Oeste, por parte de Francia, Rumania, Polonia. De un lado o de otro pueden intentar aún asestarnos golpes mortales sobre Petrogrado o sobre Moscú.

La burguesía agoniza. Pero las convulsiones de un organismo agonizante pueden ser muy violentas. Hay moscas cuya picadura en la agonía es muy dolorosa. La burguesía es peligrosa todavía. Debe temerse su último golpe, siempre posible. Tenemos que ser fuertes. Necesitamos buenos regimientos. Necesitamos un buen personal de mando, joven, combativos. ¡Este personal son ustedes, camaradas! Ya no tenemos necesidad de separarlos prematuramente de los bancos escolares y enviarlos al frente antes de terminar el curso. Somos ya suficientemente fuertes como para que, bajo la protección de nuestro frente, puedan continuar tranquilamente su formación militar. Lo que sí se exige de ustedes es ser extremadamente concienzudos en su labor. Nuestro ejército es un ejército obrero y campesino, pero esto no significa que sea un ejército rústico, que deje de lado la ciencia y la técnica militar. Al contrario: nuestro ejército de proletarios y mujiks[17] debe estar equipado según la última palabra de la ciencia militar. Cada uno de ustedes, una vez pasado aquí un curso breve y adquiriendo después una experiencia combatiente en el frente, debe sumergirse de nuevo en la ciencia militar, bien en la academia militar o en las escuelas de jefes que vamos a abrir. El destino nos ha impuesto la tarea militar. Puesto que debemos ser los soldados de la revolución, debemos tomar como cuestión de honor ser soldados instruidos, cultos, multifacéticos. ¡Trabajaremos! ¡Estudiaremos!

Ahora, en los regimientos rojos, exigirán más de ustedes. Hay ya comandantes, y los soldados tienen experiencia. Por eso son mayores las exigencias al nuevo personal de mando. Deben estar a la altura de lo que reclamen de ustedes los soldados, cuya suerte les es encomendada en tanto que comandantes. Deben comportarse con honestidad y escrupulosidad en la función que se les encomiende.

Es muy posible que transcurra bastante tiempo aún hasta que podamos dejar descansar las armas. Europa ofrece un cuadro de áspera lucha entre clases y pueblos. Pasarán meses o años y toda Europa se liberará del viejo yugo y de la vieja explotación. Se instaurará sobre toda Europa la república federal obrera y campesina, y nosotros seremos parte de esa república. Entonces no habrá peligro para nuestras fronteras. Dondequiera que dirijamos nuestras miradas sólo veremos amigos y hermanos.

Pero aún no hemos llegado ahí. Los enemigos no rinden las armas. No contamos con amigos ni hermanos entre las clases dominantes de Europa y del mundo entero. Debemos todavía conservar el fusil en las manos, firmemente; y cada uno debe cumplir con sus obligaciones como un honesto y valeroso soldado de la revolución. En particular ustedes, futuros comandantes rojos, hacia los que la clase obrera -no sólo de nuestro país sino de todo el mundo- mira con fe y esperanza. La prensa burguesa mundial afirmó en los primeros tiempos que no podríamos crear un ejército porque no teníamos cuadros de mando; ahora esa misma prensa de Europa y Norteamérica reconoce que estamos creando un cuerpo de mando de primera clase, compuesto de obreros concientes, de campesinos honestos y de nuestros mejores soldados. ¡Esos son ustedes, camaradas! Confío en que harán frente con éxito a la tarea que les ha sido confiada. Que cada uno de ustedes no olvide jamás que en el fundamento de nuestro ejército hay una idea elevada, sagrada: servir lealmente, con las armas en la mano, los intereses de las masas trabajadoras explotadas. Recordarlo bien: lo que fue la esperanza de los pueblos oprimidos, el sueño íntimo de los trabajadores, reflejado en su fantasía religiosa y en sus cantos -la esperanza en la salvación y la liberación, a la que nunca renunciaron los oprimidos y explotados de todos los países- comienza ahora a realizarse. Nosotros comenzamos a aproximarnos a ese nuevo reino de la libertad. Y nuestros enemigos atentan contra esta realización de los ideales más sagrados, más queridos, del pueblo trabajador.

Ustedes constituyen el destacamento avanzado, llamado a preservar las conquistas revolucionarias del pueblo ruso. En las horas de prueba, cuando el poder obrero y campesino se dirija a ustedes, camaradas alumnos, a ustedes, comandantes rojos, diciéndoles: "la República socialista está en peligro!", ustedes responderán: "¡Presentes!". Y se batirán heroicamente, morirán combatiendo contra los enemigos del pueblo trabajador. ●

 


[1] El 23 de febrero de 1919, con motivo del primer aniversario de la organización del Ejército Rojo, en Moscú se celebraron grandes mítines y asambleas. El camarada Trotsky intervino ante los alumnos de los cursos de mando, en el edificio de la antigua academia militar Alekseiev. Al día siguiente, 24 de febrero, en la sala de las columnas de la Casa de los sindicatos, en la asamblea de los alumnos de todas las escuelas militares de Moscú fue leído el informe "Sobre los frentes". El informe se editó en folleto en las Ediciones Sovietski Mir, Moscú 1919

[2] La descomposición del ejército alemán comenzó por las tropas que ocupaban Ucrania, y nuestra periferia occidental. La revolución de noviembre en Alemania aceleró el proceso, que se desarrollaba bajo la influencia del movimiento revolucionario ruso. Los soldados alemanes se negaron frecuentemente a luchar contra los insurrectos ucranianos, elegían consejos de soldados-diputados y comités de regimientos. La revolucionarización de las tropas de ocupación ejerció gran influencia en la descomposición de todo el ejército alemán

[3] Sobre la paz de Brest-Litovsk véase el tomo I.

[4] Una deciatina equivale a 1,09 ha.

[5] La política de la Asamblea constituyente en Samara y en Ekaterinburg desembocó en el golpe de Estado del 18 de noviembre de 1918 que llevó a Kolchak al poder. El "Gobierno Provisional de toda Rusia" fue destituido, los miembros de la Asamblea constituyente fueron detenidos y expulsados, excepto un puñado que pudo quedarse en territorio ruso y Kolchak fue elegido por unanimidad "Jefe Supremo" de Rusia. A partir de este momento y paralelamente a la destrucción de las organizaciones obreras, detenciones y fusilamientos sin fin, comenzó la formación acelerada de un ejército con ayuda directa de los Aliados. Sin esperar la concentración completa de sus fuerzas, aprovechando un momento de dispersión de las fuerzas rojas sobre otros frentes, Kolchak lanzó a comienzos de marzo de 1919 una enérgica ofensiva hacia el Volga, cuyo objetivo final era la toma de Moscú. El impulso operacional de los Blancos se repartió en dos direcciones: de un lado, sobre el Viatka, para hacer conjunción con el grupo de los Aliados en Arcángel, y de otro lado hacia Samara para hacer conjunción con Denikin. Habiendo concentrado fuerzas muy importantes contra el flanco derecho del V Ejército al norte de Ufa, Kolchak pasó a la ofensiva y el 13 de marzo tomó dicha ciudad. A partir de ese momento comenzó la retirada de las tropas rojas en todo el frente del este. A mediados de abril bajo la presión del enemigo se encontraban a 80 verstas de Kazán, a 60 de Samara y a 40 de Oremburg

[6] La superioridad del lado que actúa según líneas operacionales interiores reside en la posibilidad de golpear por partes -aprovechando la ventaja de tiempo- a las unidades atacantes del enemigo. Con movilidad y energía en las acciones es posible siempre utilizar ventajosamente esa situación. En la guerra mundial Alemania dio un brillante ejemplo de actuación según líneas operacionales interiores con la utilización de su magnífica red ferroviaria. El rasgo principal de las condiciones operacionales en que se encontraba el Ejército Rojo durante la guerra civil fue el de estar completamente rodeado por el enemigo. Esta ventaja teórica se hizo efectiva desde el momento que organizamos el aparato central de dirección de las operaciones, desde el momento que pudimos utilizar todas las fuerzas y medios del país (ferrocarriles, regiones fortificadas, etc.); en una palabra, desde el momento en que nuestro ejército se convirtió en ejército regular y todo el país se transformó en campamento militar, tanto en el aspecto material como moral

[7] Esta vez no conseguimos mantener el oasis del Donetz. Habiendo concentrado un ejército de voluntarios del Kubán y del Cáucaso, Denikin lanzó una ofensiva impetuosa contra el flanco izquierdo del frente sur (X Ejército) en dirección de Tsaritsin. Debilitadas por el avance ininterrumpido que habían realizado, nuestras unidades contenían con dificultad al enemigo. La aparición de una importante masa de caballería en nuestra retaguardia obligó al X Ejército a retirarse hacia el Norte. El 19 de mayo, Denikin inició el ataque contra nuestro flanco derecho, en Yusovka. La brigada de Majno, que ocupaba ese sector, no aguantó el golpe y por la brecha abierta la caballería enemiga penetró en nuestro territorio. Pese a una fuerte resistencia los obreros del Donets tuvieron que soportar de nuevo, durante seis meses, el poder de los Blancos

[8] Múrmansk había sido ocupada por destacamentos de los Aliados durante la Primera Guerra Mundial, para proteger los envíos de artillerías y municiones. Después de la Revolución de Octubre esos destacamentos permanecieron en Múrmansk siendo reforzados después del desembarco de los alemanes en Finlandia, en abril de 1918. El Soviet de Múrmansk, cuyo dirigente militar era el antiguo general Zveguintsev, realizó un acuerdo con los Aliados, traicionando al poder soviético. Esta aventura llevó a que la región de Múrmansk se mantuviera ocupada, finalmente, por la Entente. La ocupación de Arcángel tuvo lugar en la noche del 2 al 3 de agosto de 1918. Con ayuda del contraespionaje inglés en Petrogrado y bajo la forma de iniciativas privadas, guardias blancos de diverso pelaje comenzaron a confluir en Arcángel, ya desde el mes de mayo. Las autoridades militares y navales entraron en relaciones con los Aliados y los oficiales blancos formaron un destacamento guerrillero de voluntarios. En la noche del 2 al 3 de agosto estalló una sublevación de guardias blancos acompañada de un desembarco Aliado. Con la intervención directa de los embajadores de Francia (Noulens), de Norteamérica (Francis) y de Italia (De la Torreta), se creó la Dirección suprema de la región norte, compuesta de Chaikovsky (socialista popular), Lijach, Máslov, Ivanov y Gukovski, todos Socialrevolucionarios

[9] El 1 de enero consiguieron unirse al desembarco inglés destacamentos norteamericanos, italianos y serbios formados de ex prisioneros. Además de apoderarse de nuestro territorio y riquezas del norte, los Aliados intentaban constantemente progresar hacia el Ural y el Volga, para unirse con Kolchak. El 1 de enero, en posesión ya de Chenkursk, el enemigo se encontraba a 70 verstas al norte de Vologda. En ese momento nuestro VI Ejército sólo tenía una misión, defenderse; pero no se limitó a defenderse: asestó también fuertes golpes al enemigo. Nuestro primer éxito fue la ocupación de Chenkursk. En condiciones muy penosas, con la nieve a las rodillas, de noche, con 37 grados bajo cero, los soldados rojos se lanzaron al asalto de la Montaña Alta y desalojaron al enemigo de sus posiciones fortificadas. En el curso de un mes (hasta mediados de febrero) nuestro ejército avanzó de 150 a 200 verstas. Pero aún no había llegado el momento de operaciones decisivas.

[10] A fines de diciembre de 1918 el gobierno soviético ucraniano tenía a su disposición las siguientes fuerzas regulares: la división de infantería mandada por Kropivianski y la segunda división de infantería mandada por Ausema. De esta última formaba parte un regimiento de cosacos rojos.

[11] Las unidades del VII Ejército, habiendo penetrado ofensivamente en Estonia y quedando separadas de sus bases, se encontraron con fuerzas frescas de guardias blancos en la región de Talín, viéndose obligadas a retroceder a mediados de febrero. El núcleo básico del enemigo estaba formado por unidades estonianas y del cuerpo del ejército del norte bajo el mando del Coronel Dzerojinski. Este cuerpo de ejército se había formado en la región de Pskov, durante la ocupación alemana. En conformidad con los acuerdos de Brest-Litovsk, los alemanes debían evacuar esta región y decidieron traspasar la "defensa del orden" a las organizaciones de guardias blancos que habían establecido sus oficinas de reclutamiento a lo largo de las costas del Báltico. Después de la revolución alemana y de la ofensiva del Ejército Rojo, ese cuerpo de ejército del norte, quebrantado, retrocedió hasta las fronteras de Estonia y comenzó a reorganizarse bajo la dirección de Laidoner. Estimulados por el éxito más arriba citado, los guardias blancos ocuparon Narva, Valk y amenazaron Pskov. En ese punto se terminaron las operaciones de invierno

[12] Mannerheim, Carl Gustav (1867-1946). Miembro del ejército ruso de origen finlandés, combatió en la guerra ruso-japonesa de 1905, con el grado de teniente. En 1917, tras la Revolución de Octubre, volvió a Finlandia y se hizo cargo del mando de las fuerzas que apoyaban la independencia del país. Tras la gran victoria obtenida en Tampere sobre el Ejército Rojo, declaró la independencia de su país en el año 1918 y obtuvo el reconocimiento oficial de los Aliados en diciembre de ese mismo año

[13] El gobierno de Svinjuvud, gobierno burgués de Finlandia fue derrocado por la insurrección obrera en la noche del 27 al 28 de enero de 1918. El poder pasó a manos del proletariado y el gobierno tuvo que huir al Norte, a la ciudad de Vasa. Comenzó una guerra civil encarnizada en el primer período los finlandeses rojos ocuparon todo el sur de Finlandia y organizaron su poder soviético. El 3 de abril desembarca en la retaguardia del frente rojo la "División Báltica" del Ejército alemán mandada por el general von der Golz, que marcha sobre el Helsingfors, ocupa la ciudad junto a las tropas finlandesas blancas del general Mannerheim y liquida la insurrección. El gobierno de Svinjuvud se instaura de nuevo sobre las bayonetas alemanas y todavía hoy sigue vengándose cruelmente de esa tentativa de toma de poder, derramando ríos de sangre proletaria.

[14] Se llamaban voivodas a los jefes del ejército o los gobernadores de una provincia en la Rusia de los siglos XVI-XVII

[15] Sobre la situación en el frente en ese momento, véase el Mapa Nº 1 (El fracaso de la primera campaña de la Entente, marzo-agosto de 1919)

[16] Clemenceau, George (1841-1929). Primer Ministro francés a fines de la Primera Guerra Mundial, fue el principal inspirador de la Paz de Versalles. Aplastó los motines en el ejército francés e instigó el bloqueo y la intervención contra la Unión Soviética

[17] Mujik. Campesino ruso. Generalmente, este término hace referencia al campesino pobre, mientras que kulak hace referencia al campesino rico.