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León Trotsky


Respuesta al camarada Gorter

Discurso al C.E. de la Internacional Comunista



Escrito: 24/11/1920
Primera Edición: No consta
Fuente: Archivo francés del MIA
Digitalización - Traducción: Germinal
Esta Edición: Marxists Internet Archive, 2001




Camaradas:

No pudiendo improvisar un discurso-programa, según la expresión del camarada Zinoviev, me limitaré a formular aquí algunas observaciones críticas sobre el discurso-programa que ha pronunciado el camarada Gorter a modo de observaciones a la Internacional Comunista. Es preciso que empiece por algunas consideraciones preliminares. El camarada Gorter no se ha limitado a exponer su tendencia; también nos ha amonestado e ilustrado, a nosotros, los retrasados de Europa oriental, en nombre de la Europa occidental. Lamento no haber visto el mandato del camarada Gorter, por lo que no sé si ha sido mandatado precisamente por la Europa occidental para hacernos estas amonestaciones. Pero por lo que puedo juzgar, el discurso del camarada Gorter no contiene más que la repetición de las críticas y fórmulas que en repetidas ocasiones ha objetado al programa y a los principios tácticos de la Tercera Internacional, programa y principios que hemos enunciado -nosotros, los socialistas del Oriente- de pleno acuerdo con nuestros cada vez más numerosos amigos y camaradas de Europa occidental. Por otra parte, nos es imposible olvidar que el camarada Gorter no habla más que en nombre de un pequeño grupo con una mínima influencia en el movimiento obrero de Europa occidental. Lo que es preciso dejar claro desde el principio para evitar cualquier malentendido.

Si quisiera comportarme como Gorter y encuadrar las opiniones políticas revolucionarias según las costumbres nacionales, diría que el camarada Gorter razona más como holandés que como europeo occidental. No habla en nombre de Francia, ni de Alemania, países en los que el proletariado posee una gran experiencia; habla en nombre de una fracción de un pequeño partido holandés que tiene, ciertamente, sus méritos, pero que hasta el presente no ha podido encabezar como fuerza revolucionaria grandes movimientos de masas. Se trata más bien de un partido volcado hacia la propaganda, más que de un partido de combate. Encuadra a militantes que tenemos en alta estima, y que no caen en el reproche dirigido desde esta tribuna por el camarada Gorter al camarada Zinoviev, con motivo de la intervención de este último en el Congreso de Halle: el reproche de querer ganarse a las masas a cualquier precio. Un partido que ha logrado hacer, en varios decenios, dos mil prosélitos, no puede ser acusado de buscar popularidad, o al menos de tener éxito en esa búsqueda. Y se puede comprobar, según el camarada Gorter, que entre los dos mil comunistas holandeses que ha formado y entre los que se ha formado, la unidad de criterios no ha sido absoluta en lo tocante a algunos acontecimientos capitales: algunos miembros de este partido acusaron a otros, durante la guerra, de apoyar a la Entente. Holanda es un hermoso país, pero aún no ha entrado en la via de las grandes luchas revolucionarias donde se forja el pensamiento de la Internacional Comunista.

Gorter nos acusa de ser demasiado rusos. A nadie le es dado transformar totalmente su naturaleza. Creemos sin embargo que el camarada Gorter aborda la cuestión de una forma un tanto geográfica y, políticamente, se acerca un poco demasiado a los oportunistas y socialistas "amarillos" cuando nos dice: "Si los chinos quisieran imponeros a vosotros, rusos, su método y forma de actuar, probablemente les responderíais que hablan demasiado chino y que sus proposiciones no pueden convertirse en obligaciones para los rusos". El camarada Gorter cae aquí en la estrechez nacional más limitada. Nuestro punto de vista es que la economía mundial constituye un sistema orgánico definido sobre cuyas bases se desarrolla la revolución proletaria mundial. Y la Internacional Comunista se orienta en el complejo de la economía mundial analizándola mediante el método científico del marxismo y teniendo en cuenta toda la experiencia de las luchas anteriores. Lo que, lejos de excluirlas, supone particularidades de desarrollo propias de cada país y procesos propios. Sin embargo, para apreciar en su justa medida todas esta particularidades es preciso examinarlas en conexión con la situación internacional. Y el camarada Gorter no hace esto, por eso se equivoca totalmente.

Así sucede cuando afirma que el proletariado holandés está solo en la lucha mientras que el proletariado ruso tiene el apoyo de las masas campesinas, esta afirmación es demasiado unilateral y, por consiguiente, inexacta. El proletariado inglés no está menos aislado, aunque el imperio inglés se exiende por los dos hemisferios. La industria y la situación del capital ingleses dependen totalmente de las colonias. Por lo tanto, la lucha del proletariado inglés depende de la de las masas populares de las colonias. El combate del proletariado inglés contra el capital de la metrópoli debe orientarse conforme a los intereses y la situación del campesino hindú. Los proletarios ingleses no podrán lograr una victoria definitiva mientras los pueblos de la India no se subleven y no ofrezcan a su lucha un objetivo y un programa. Por otra parte, la victoria es imposible en las Indias sin el concurso y la dirección del proletariado inglés. En esto consiste la colaboración revolucionaria del proletariado y el campesinado del Imperio británico.

Nosotros nos encontramos, tanto desde el punto de vista social como desde el punto de vista geográfico, a mitad de camino entre los países que poseen colonias y los colonizados, pues las mayores fábricas de Petrogrado y Moscú estaban financiadas por el capital europeo y americano que recibían su plusvalía. El hecho de que el capitalista industrial ruso no era en realidad más que el tercer intermediario del capital internacional confería inmediatamente un alcance revolucionario internacional a la lucha del proletariado ruso. Los obreros rusos se enfrentaban, por un lado, al capital financiero coaligado ruso, francés, belga, etc., y, de otro, a las masas campesinas atrasadas que se mantenían en una especie de semi servidumbre. De alguna manera teníamos entre nosotros, simultáneamente, a Londres y a las Indias. Aunque estabamos muy atrasados, de esta forma nos aproximábamos a los problemas europeos y mundiales, considerados en una perspectiva histórica.

Pero no fue solamente a nivel nacional como nos formamos nuestra concepción de la acción revolucionaria. Desde el principio asimilamos las enseñanzas de Marx, enriquecidas por la experiencia de medio siglo de luchas proletarias, y con la ayuda del método marxista analizamos unas condiciones de lucha que nos venían dadas. Aunque sólo sea para excusarnos apenas de esa inercia rusa que se nos reprocha, me permitiré recordar aquí que muchos de nosotros han intervenido durante muchos años en los movimientos obreros de Europa occidental. La mayoría de dirigentes del Partido Comunista ruso han vivido y militado en Alemania, en Austria, en Francia, en Inglaterra, en América, junto a los mejores militantes de esos países. Y no ha sido alguna teoría puramente rusa la que nos ha permitido comprender los acontecimientos en Rusia. Ha sido la teoría marxista y el hecho de que generaciones enteras de revolucionarios rusos han pasado por las escuelas revolucionarias de Europa occidental. Y me permitiré añadir a esto que los autores de "El Manifiesto Comunista" pertenecían también al pueblo industrialmente más atrasado de su época, pero provistos del método que habían elaborado se basaron en la doble experiencia de la Revolución francesa y el desarrollo del capitalismo inglés para analizar la situación en Alemania.

Repito, cuando el camarada Gorter dice que, al contrario de lo que se ha visto en Rusia, el proletariado de Occidente estará completamente solo, pone de manifiesto una diferencia indiscutible entre la situación del campesinado ruso y el de Europa occidental. Pero además pasa por alto un hecho aún más importante: el carácter internacional de la revolución misma y de las relaciones sociales. Aborda la cuestión desde el punto de vista insular inglés, olvidando el Asia y África, olvidando la conexión entre la revolución proletaria en Occidente y las revoluciones agrarias nacionales de Oriente. He aquí el talón de Aquiles del camarada Gorter.

En la cuestión sindical la actitud del camarada Gorter es absolutamente desconcertante. Por momentos parece que para él se reduzca a una modificación de las formas de organización. Pero realmente el problema es más profundo. Todo el discurso del camarada Gorter destila el miedo a las masas. El camarada Gorter es un pesimista que no cree en la revolución proletaria. No en vano ha hablado con tal desprecio del camino de la III Internacional hacia las masas. Él habla poéticamente de la revolución social, pero no confía en sus bases materiales, en la clase obrera. Su punto de vista es esencialmente individualista y aristocrático y la aristocracia revolucionaria es necesariamente pesimista. Gorter sostiene que nosotros, los orientales, no tenemos idea del grado de aburguesamiento de la clase obrera y que a medida que las masas nos van apoyando, más peligramos nosotros.

Ese es el "leit motiv" de su discurso. No cree en el espíritu revolucionario de la clase obrera y no aprecia el espesor del proletariado bajo la delgada capa de burócratas que lo recubre.

¿Qué opina pues Gorter? ¿Qué es lo que quiere? Propaganda. En realidad todo su método se reduce a esto. "La revolución", dice, "no depende de las necesidades y de las condiciones económicas, sino de la conciencia de las masas; y esta se forma mediente la propaganda". La propaganda entendida de forma completamente idealista, en el sentido de los divulgadores racionalistas del siglo dieciocho. ¿Si la revolución no depende de las condiciones de existencia de las masas, o al menos más de la propaganda que de esas condiciones, por qué no la habéis hecho en Holanda? En realidad lo que queréis es sustituir un método eficaz para el desarrollo de la Internacional por la propaganda y la selección de trabajadores aislados. Quréis una Internacional pura. No sé de qué Internacional de "puros" se puede tratar, pero vuestra propia experiencia holandesa os tendría que haber enseñado que con esta forma de actúar se producen graves desacuerdos en la organización mejor seleccionada.

El idealismo del camarada Gorter le hace caer en una contradicción tras otra. Empieza por la propaganda, que para él comprende toda la educación de las masas, y afirma acto seguido que las revoluciones se llevan a cabo con hechos, no con palabras. Una afirmación necesaria para la actividad antiparlamentaria. Es poco edificante que el camarada Gorter tenga que pronunciar un discurso de hora y media para probarnos que las revoluciones se hacen con hechos y no con palabras. Sin embargo le oímos afirmar anteriormente que las masas pueden ser preparadas por la propaganda, es decir por los discursos. El hecho de que Gorter quiera formar un grupo escogido de agitadores, propagandistas, escritores que, sin rebajarse a acciones tan vulgares como la participación en las elecciones o en el movimiento sindical, educarían a las las masas mediante discursos y artículos impecables, hasta el momento en que estas masa pudieran llevar a cabo la revolución comunista, lo repito, muestra que sus ideas están profundamente penetradas de un espíritu individualista.

La afirmación anti-revolucionaria de Gorter según la cual la clase obrera de Europa está completamente aburguesada es radicalmente falsa. Si fuera así, esta constatación equivaldría a condenar a muerte todas nuestras esperanzas. Combatir el poder de un capital que ha logrado aburguesar al proletariado, y combatirlo mediante la propaganda de unos elegidos, sería desesperadamente utópico. Por el contrario, la realidad es que sólo algunas capas superiores del proletariado, bastante numerosas, eso sí, se han aburguesado.

Consideremos los sindicatos. Antes de la guerra reagrupaban a dos o tres millones de trabajadores en Alemania e Inglaterra. En Francia a unos 300.000 hombres. Ahora, en estos tres países, encuadran a diez o doce millones. ¿Cómo podríamos intentar influir sobre las masas desde el exterior de estas potentes organizaciones en las que la guerra ha hecho entrar a millones de obreros? Gorter nos hace ver que fuera de los sindicatos quedaban más obreros que dentro de ellos. Es verdad. ¿Pero cómo piensa influir sobre esas masas atrasadas que incluso tras la tremenda conmoción de la guerra no se han unido a las organizaciones económicas del proletariado? ¿Acaso piensa que sólo se han sindicado los proletarios aburguesados y que los puros se han quedado fuera de las organizaciones sindicales? Esto sería una ingenuidad, pues aparte de algunos cientos de miles de obreros privilegiados y corrompidos, los elementos más conscientes y los mejores militantes han entrado por millones en los sindicatos, y fuera de estos no encontraremos el camino que conduce hacia las masas más atrasadas y oprimidas del proletariado. La formación de núcleos comunistas en los sindicatos significa la penetración de nuestro partido entre los elementos más activos, más conscientes y por lo tanto más accesibles, desde nuestro punto de vista, de la clase obrera. El que no comprende esto, el que no aprecia la gran masa de proletarios sindicados tras la delgada capa de privilegiados y burócratas, el que pretende actúar al margen de los sindicatos, se expone a clamar en el desierto.

El parlamentarismo

Gorter considera al sindicato y al parlamentarismo como categorías situadas fuera de la historia. Y como los socialdemócratas no han logrado hacer la revolución sirviéndose de los sindicatos y del parlamentarismo, Gorter propone dar la espalda a ambos sin darse cuenta que eso significaría apartarse de la clase obrera.

Realmente, la socialdemocracia, con la que hemos roto proclamando la Tercera Internacional, ha marcado una época en el desarrollo de la clase obrera, la época de la reforma y no de la revolución. La historia futura comparará el desarrollo de la burguesía y el del proletariado y concluirá que también la clase obrera ha pasado por un período de reforma.

¿Cuál fue el rasgo esencial de ésta? Cuando despertó a la acción histórica autónoma, la burguesía no se planteó para nada la tarea de conquistar el poder. Más bien intentó asegurarse, en el seno de la misma sociedad feudal, unas condiciones de existencia más confortables, más adecuadas a sus necesidades. Y modificó, en este sentido, el marco del Estado feudal, lo transformó e hizo de él una monarquía burocrática. Transfiguró la religión individualizándola, es decir adaptándola al espíritu burgués. Estos objetivos no hacían más que expresar la debilidad histórica de la burguesía. Pero una vez se hubo asegurado estas posiciones, la burguesía inició su conquista del poder. La socialdemocracia se ha mostrado incapaz de transformar el marxismo en acción revolucionaria. El papel de la socialdemocracia se ha reducido a la utilización de la sociedad burguesa y del Estado en interés de las masas obreras. Aunque su objetivo real era la conquista del poder, esta idea no tuvo ninguna influencia práctica. La actividad parlamentaria no tenía como objetivo formar un partido revolucionario a partir del parlamentarismo sino adaptar a la clase obrera a la democracia burguesa. Esta adaptación de un proletariado aún insuficientemente consciente de su fuerza a las condiciones sociales, al estatismo, a la ideología de la sociedad burguesa, fue evidentemente un proceso histórico, pero nada más que un proceso "histórico", es decir limitado por ciertas condiciones de la época. La época de reforma proletara creó su propio mecanismo de burocracia obrera, con su propia manera de pensar, su rutina, su mezquindad, su maleabilidad, su miopía. Gorter confunde los mecanismos burocráticos con las masas proletarias sobre las que se han formado: ahí tienen su origen las ilusiones del camarada Gorter. Su concepción no es materialista, no es histórica. No comprende las relaciones recíprocas entre una clase y un mecanismo histórico temporal, entre una época pasada y el presente. Él declara: "Los sindicatos han fracasado, la socialdemocracia ha quebrado, el comunismo ha quebrado y la clase obrera se ha aburguesado. Es preciso comenzar desde el principio, mediante un grupo de elegidos que, al margen de todas las antiguas formas de organización, traigan al proletariado la verdad pura, lo limpien de prejuicios burgueses y lo preparen para la revolución proletaria". Como ya he dicho antes, este idealismo no es más que el reverso de un profundo escepticismo.

Gorter observa todas las peculiaridades del pensamiento antimaterialista, antidialéctico y antihistórico respecto a la época en que vimimos y, particularmente, respecto a la revolución alemana. Dos años dura ya la revolución en Alemania. Allí se suceden los reagrupamientos, los estados de ánimo, los métodos. Una sucesión que tiene lugar en un cierto orden que habríamos podido y debido prever basándonos en nuestra experiencia y el análisis de los hechos. El camarada Gorter, sin embargo, no tiene la menor posibilidad de ofrecernos nada que se parezca a una prueba de que el punto de vista que defiende se desarrolla sistemáticamente en Alemania y que acrecienta su influencia enriqueciéndose con la experiencia revolucionaria.

El camarada Gorter habla con el mayor desprecio de la escisión que se ha producido entre los independientes alemanes. A sus ojos se trata de un episodio insignificante de la existencia de los oportunistas y charlatanes pequeñoburgueses. Una afimación que no hace más que probar cuan superficial es la opinión de Gorter. Pues la Internacional Comunista, desde su período de gestación, antes de su fundación formal, previó -en la persona de sus teóricos- la ineluctable formación del partido de los independientes, su ulterior transformación y la escisión. Predijimos esta última al principio de la revolución. La alentamos. La preparamos con los comunistas alemanes. Y llegamos a ella. La formación de un Partido comunista unificado en Alemania no es un episodio insignificante, es un hecho histórico de la mayor importancia. Este hecho histórico prueba una vez más la justeza de nuestras previsiones históricas y de nuestra táctica. El camarada Gorter, con sus discursos de propaganda formal, con sus discursos racionalistas, debería reflexionar seriamente antes de anatematizar una tendencia que crece con la revolución y que, previendo ella misma su futuro inmediato, se asigna unos objetivos claros y sabe esperarlos.

Pero volvamos al parlamentarismo. Gorter nos dice: "Ustedes, orientales, a quienes la democracia y la cultura burguesas no han seducido, no pueden darse cuenta de lo que significa el parlamentarismo para el movimiento obrero". Después, para aclararnos un poquito, el camarada Gorter nos descubre la influencia disolvente del reformismo parlamentario. Pero, si la inteligencia de los orientales no puede orientarse entre estos problemas, realmente no merecería la pena discutir con nosotros. Temo que el camarada Gorter, en lugar de traernos el último grito del pensamiento revolucionario de Europa occidental, no hace más que expresar un aspecto, y el más conservador y limitado. En su tiempo, y aún hoy en día, "El Manifiesto Comunista" fue considerado un producto de la cultura alemana y de un pensamiento político atrasado por numerosos socialistas franceses e ingleses. Pero el argumento del meridiano no es muy convincente. Aunque estemos ahora en el meridiano de Moscú, nos consideramos representantes de la experiencia de la clase obrera, conocemos -y no solamente por los libros- la lucha contra el reformismo en el movimiento obrero internacional, hemos observado de cerca, y con sentido crítico, el parlamentarismo socialdemócrata en muchos países, y nos imaginamos con total claridad su lugar en el desarrollo de la clase obrera.

Si creemos a Gorter, en el ánimo de los obreros hay demasiado servilismo respecto al parlamentarismo. Es verdad. Pero también es preciso añadir que en el de ciertos ideólogos este servilismo viene completado por una especie de temor místico al parlamentarismo. Goter piensa que dando un rodeo kilométrico para no pasar frente al Parlamento disminuirá o desaparecerá el servilismo de los obreros ante el parlamentarismo.

Esta táctica se basa en supersticiones idealistas y no en la realidad. El punto de vista comunista considera el parlamentarismo en relación a cada situación política, sin fetichismo, sin asignarle un valor positivo o negativo. El Parlamento es un instrumento de engaño político para adormecer a las masas y propagar las ilusiones y los tópicos de la democracia política, etc. Esto es indiscutible. ¿Pero sólo el Parlamento es un instrumento de engaño? ¿Acaso los periódicos, especialmente los socialdemócratas, no difunden el veneno pequeñoburgués? ¿No deberíamos por ello renunciar a la prensa como medio de agitación comunista entre las masas? ¿O debemos pensar que la actitud del grupo de Gorter hacia el parlamentalismo desacreditará a este último? Si así fuera, ello querría decir que la idea de la revolución comunista, representada por el camarada Gorter, ocupa un lugar privilegiado en la cabeza de las masas. Pero entonces el proletariado podría deponer sin apenas esfuerzo al Parlamento y tomar el poder. Y este no es el caso. El mismo Gorter, lejos de negar el servilismo de las masas ante el Parlamento lo exagera inmoderadamente. ¿Y qué conclusión extrae? Que es preciso mantener la pureza de su grupo, es decir de su secta. Al fin y al cabo, los argumentos de Gorter pueden servir contra todas las formas de lucha de clases del proletariado, pues todas han sido profundamente contaminadas por el oportunismo, el reformismo y el nacionalismo. Rechazando la participación en los sindicatos y en el Parlamento, Gorter ignora la diferencia entre la Tercera Internacional y la Segunda, entre el comunismo y la socialdemocracia y, lo que es más grave, no aprecia la diferencia entre dos épocas históricas y dos coyunturas mundiales.

Por otra parte, Gorter reconoce que los discursos parlamentarios de Liebknecht tuvieron una gran influencia antes de la revolución. Pero, dice, cuando empieza la revolución el parlamentarismo pierde toda razón de ser. Por desgracia Gorter se olvida de decirnos de qué revolución se trata. Liebknecht hablaba en el Reichtag en vísperas de la revolución burguesa; ahora, el gobierno burgués y el país entero se encuentran, en Alemania, frente a la revolución proletaria. En Francia se llevó a cabo la revolución burguesa tiempo ha; la revolución proletaria no ha tenido lugar, y nada nos garantiza que ésta tendrá lugar en una semana o en un año. Inglaterra y la mayor parte de los países civilizados del mundo aún no han entrado en la vía de la revolución proletaria. Nos encontramos en su época de preparación. ¿Si los discursos parlametarios de Liebknecht pudieron tener, antes de la revolución, una significación revolucionaria, por qué Gorter rehúsa admitir el parlamentarismo en el período preparatorio actual? ¿O es que no aprecia el intevalo entre la revolución burguesa y la revolución proletaria alemana, intervalo que dura ya dos años y puede aún prolongarse? Observamos en Gorter una evidente falta de reflexión que le lleva a caer en algunas contradicciones. Parece considerar que habiendo entrado Alemania, "de una forma general", en el período revolucionario, es preciso repudiar el parlamentarismo "de una forma general". ¿Pero cómo hacerlo en el caso de Francia? Sólo los prejuicios idealistas pueden dictarnos el rechazo a utilizar una tribuna parlamentaria de la que podemos y debemos sacar partido, precisamenta para socavar la ilusión parlamentaria y la confianza en la democracia burguesa en los medios obreros.

Es muy probable que cualquier discurso pronunciado por Liebknecht en el Parlamento de la Alemania prerevolucionaria, hoy día encontraría un eco mucho mayor que en su tiempo. Admito, por otra parte, que en una época en que se siente la inminencia de la revolución los discursos parlamentarios más revolucionarios no pueden producir el mismo efecto que producían, o podían producir, hace algunos años, cuando el militarismo estaba en su apogeo. Nosotros no afirmamos que la importancia del parlamentarismo sea la misma en toda época y lugar. Al contrario, el parlamentarismo y su lugar en la lucha del proletariado deben ser examinados en situaciones concretas, en el tiempo y el espacio. Y precisamente por eso el rechazo absoluto del parlamentarismo es un prejuicio muy característico: equivale al ridículo temor de ese virtuoso personaje que no sale de casa por no encontrase con la tentación. Revolucionario y comunista, militante bajo el control y la dirección efectivos de un partido proletario centralizado, yo no puedo trabajar en los sindicatos, en el frente, en los periódicos, en las barricadas, en el Parlamento, más que siendo lo que debo ser, no un parlamentario, ni un gacetillero, ni un funcionario sindical, sino un revolucionario comunista que aprovecha todos los medios en interés de la revolución social.

La masa y los jefes

El último capítulo de Gorter se titula: "La Masa y los Jefes". El idealismo y el formalismo de mi contradictor se expresan tan claramente como en el resto de su discurso. "No busquéis el apoyo de grandes masas", nos recomienda el camarada Gorter, "más vale no tener más que un reducido número de buenos camaradas".

Tal cual, esta fórmula carace de sentido. Primeramente observamos que en Holanda y otros países el hecho de que un pequeño número de militantes sea conservado con sumo cuidado no preserva a los partidos de oscilaciones ideológicas, incluso en cierta medida las facilita, pues una organización tipo secta no puede tener la estabilidad deseada. En segundo lugar, y esto es esencial, no debemos olvidar que nuestro objetivo es la revolución, y la revolución no puede ser dirigida más que por una organización de masas. La lucha de Gorter contra el "culto a los jefes" tiene un carácter puramente idealista, casi verbal, y a menudo cae en contradicciones. "No hay necesidad de jefes", declara, El centro de gravedad debe ser trasladado a las masas". Pero antes nos ha aconsejado no buscar el apoyo de las masas. Las relaciones entre el partido y la clase obrera se definen, si le hacemos caso, como puramente pedagógicas entre una pequeña asociación de propagandistas y el proletariado contaminado por la burguesía. Mas precisamente en esas organizaciones en las que reina el miedo a las masas, que no tienen confianza en ellas, organizaciones en las que se desea reclutar adherentes con propaganda individual, en las que el trabajo no se hace sobre la base de la lucha de clases sino sobre una enseñanza idealista, es precisamente en esas organizaciones donde los jefes juegan un papel completamente exagerado. No necesito poner ejemplos. El camarada Gorter encontrará por sí mismo abundantes [Exlamaciones: ¡El Partido Comunista alemán!]. La historia del Partido Comunista alemán es muy reciente. Este partido sólo ha encabezado movimientos de masas en una escala demasiado limitada para que se le pueda poner como ejemplo en la definición de relaciones entre jefes y masas. Ahora, tras la escisión del Partido de los independientes, una escisión que se ha producido gracias al trabajo del Partido Comunista -a pesar de los evidentes errores que usted se apresura a señalar- y sólo ahora se ha abierto una nueva época en la vida del proletariado y del comunismo alemán. La educación de las masas y la selección de los jefes, el incremento de la espontaneidad de las masas y la instauración de un control sobre los jefes, son otros tantos hechos interdependientes que se condicionan unos a otros. No conozco ninguna receta milagrosa para trasladar el centro de la acción de los jefes a las masas. Gorter dice que la propaganda de un grupo escogido. Amitámoslo por un instante. Pero mientras esta propaganda no haya conquistado a las masas, el centro de acción estará evidentemente entre los que la elaboran, jefes e iniciadores. A menudo, la lucha contra los jefes no hace más que expresar de forma demagógica la lucha contra las ideas y métodos represantados por ciertos jefes. Si estas ideas y estos métodos son buenos, la influencia de los jefes en cuestión será la que corresponde al método adecuado y a las ideas justas, y no hablan en nombre de las masas sino aquéllos que saben conquistarlas. Generalmente, las relaciones entre las masas y los jefes dependen del nivel político e intelectual de la clase obrera, del hecho de que tenga o no tradiciones revolucionarias y del hábito de actuar unida, y, enfin, del espesor de la capa proletaria que ha pasado por las escuelas de la lucha de clases y de la educación marxista. No existe tal problema de jefes y masas considerado en sí. Ampliando constantemente su esfera de influencia, penetrando en todos los dominios de la vida y la actividad de la clase obrera, arrastrando a la lucha por la transformación social a masas obreras cada vez más amplias, el Partido Comunista profundiza y amplia con ello la espontaneidad de las masas obreras, sin disminuir el papel de los jefes, confiriéndole por el contrario una amplitud histórica sin precedentes, pero ligandolo más estrechamente a la espontaneidad de las masas y sometiéndolo a su control consciente y organizado.

Gorter sostiene que no se puede comenzar la revolución mientras los jefes no hayan elevado suficientemente el nivel mental de la clase obrera de forma que ésta comprenda perfectamente su misión histórica. ¡Eso sí que es idealismo del más puro! Como si en realidad el comienzo de la revolución pudiera depender del grado de educación de la clase obrera y no toda una serie de factores -interiores e internacionales- económicos y políticos y, sobre todo, de las necesidades de las masas trabajadoras más necesitadas, pues -aunque no le guste a Gorter- la necesidad sigue siendo la principal causa de la revolución proletaria. Puede que la revolución se produzca en Holanda como consecuencia de un ulterior agravamiento de la situación en Europa, en un momento en el que el Partido Comunista holandés siga siendo sólo un grupo numericamente débil. Una vez en el torbellino revolucionario, los obreros holandeses no se cuestionarán si deben o no esperar a que el Partido Comunista haya acabado su preparación para participar totalmente consciente y de forma concertada en los acontecimientos. Es muy probable que Inglaterra entre en la revolución proletaria con un Partido Comunista relativamente poco numeroso. No hay nada que hacer, pues la propaganda de las ideas comunistas no es el único factor de la historia. Sólo se puede sacar una conclusión. Si la intervención de grandes causas históricas arrastra dentro de poco a la revolución proletaria a la clase obrera inglesa, ésta tendrá que crear su propio partido de masas mientras lucha por el poder e inmediatamente después de su conquista, tendrá que acrecentarlo y consolidarlo. Y en el primer período de la revolución, el Partido Comunista inglés, sin separarse del movimiento y teniendo en cuenta el grado de organización y consciencia del proletariado, tendrá que esforzarse por desarrollar en el seno de los acontecimientos el máximo de conciencia comunista.

Pero volvamos a Alemania.

Cuando estalló la revolución, en Alemania no había una organización dispuesta al combate. La clase obrera se vio obligada a construir su partido revolucionario en el fragor del combate. Por ello la lucha está siendo prolongada y con grandes sacrificios. ¿Qué podemos observar en Alemania? Ofensivas y retiradas, insurrecciones y derrotas, auto-crítica, auto-depuración, escisiones; la revisión de los métodos y el cambio de jefes, nuevas escisiones y nuevas uniones. En este crisol se está formando un auténtico Partido Comunista con una formidable experiencia revolucionaria. Menospreciar este largo proceso como una "disputa de jefes", como querellas familiares entre oportunistas, etc., no es más que la prueba de una excesiva miopía -por no decir ceguera. Primero la clase obrera alemana permitió que sus jefes, los Scheidemann y Ebert, la pusieran al servicio del imperialismo, después rompió con los imperialistas y, buscando una nueva orientación, le concedió una influencia temporal a los Hilferding y Kautsky. Luego la mejor y más combativa fracción de las masas obreras alemanas creó su Partido Comunista, primero poco numeroso pero que contaba con razón y creía firmemente en los progresos ulteriores del espíritu revolucionario. Cuando se observa además la diferenciación entre los elementos oportunistas y revolucionarios, la escisión entre la democracia obrera y las masas revolucionarias -y tras ellas fueron los mejores jefes- que formaron el partido de los independientes, y se quiere apreciar este proceso en toda su amplitud, no desde el punto de vista de un pedante sino del de un revolucionario materialista, se aprecia también que en el marco del Partido Comunista unificado se están creando sobre nuevas basas las nuevas condiciones para el verdadero desarrollo de un partido revolucionario proletario. Si el camarada Gorter no lo ve, nosotros no podemos hacer más que lamentarlo. Si el K.A.P.D [Partido Obrero Comunista alemán] al que representa y que integra en su seno a valientes obreros revolucionarios, si esta pequeña organización teme entrar en el Partido Unificado que se está formando en medio de los sufrimientos de la revolución y no por un superficial reclutamiento, tras largas luchas, escisiones y depuraciones, ello significaría que los jefes del K.A.P.D juegan un papel demasiado importante en su propio partido y comunican a los obreros que dirigen esta desconfianza hacia las masas proletarias que inunda el discurso del camarada Gorter.


Sobre la traducción: León Trotsky. Obras. Marzo 1933 - Julio 1933. Publicadas bajo la dirección de Pierre Broué. Introducción y notas de Pierre Broué y Michel Dreyfus. Publicación del Institut Léon Trotsky. Tomo I. París EDI 1978. Études et documentation internationales. Se traducen exclusivamente los documentos de L. Trotsky y las referencias del editor que contribuyen a su identificación.



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