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Leon Trotsky
Los cinco primeros años de la IC

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LA REVOLUCIÓN PERMANENTE EN CARNE Y HUESOS

 

 



 

 

 

 

 

El carácter de la revolución rusa

(22 de agosto de 1917)

 

Los escribas y políticos liberales y S.R.-mencheviques se preocupan mucho del significado sociológico de la revolución rusa. ¿Es una revolución burguesa o cualquier otro tipo de revolución? A primera vista, esta teorización académica puede parecer un tanto enigmática. Los liberales no tienen nada que ganar revelando los intereses de clase que están tras «su» revolución. En cuanto a los «socialistas» pequeñoburgueses, éstos no utilizan en general el análisis teórico en su actividad política sino que prefieren invocar el «sentido común», dicho de otra forma: la mediocridad y ausencia de principios. El hecho es que el juicio de Miliukov-Dan, inspirado por Plejánov, sobre el carácter burgués de la revolución rusa no contiene ni una onza de teoría. Ni Yedinstvo, ni Riecht, ni Dien, ni Rabochaya Gazeta se rompen la cabeza en precisar qué entienden por revolución burguesa. El objetivo de sus maniobras es puramente práctico: se trata de demostrar el «derecho» de la revolución burguesa a ejercer el poder. Incluso si los soviets representan a la mayoría de la población políticamente formada, incluso si en todas las elecciones democráticas, tanto en la ciudad como en el campo, han resultado ampliamente barridos los partidos capitalistas, «puesto que la revolución tiene un carácter burgués», es necesario preservar los privilegios de la burguesía y concederle al gobierno un papel que no le corresponde por derecho de acuerdo con la configuración de los grupos políticos en el país. Si debemos actuar de acuerdo con los principios del parlamentarismo democrático, está claro que el poder pertenece a los social-revolucionarios, ya por separado ya aliados con los mencheviques. Pero, como «nuestra revolución es una revolución burguesa», los principios de la democracia quedan suspendidos, y los representantes de la aplastante mayoría del pueblo reciben cinco puestos en el gobierno mientras que los representantes de una ínfima minoría obtienen diez veces más. ¡Al diablo con la democracia! ¡Viva la sociología de Plejánov!

«¿Se ha de suponer que querrían ustedes una revolución burguesa sin burguesía?» Pregunta finamente Plejánov llamando en su auxilio a Engels y a la dialéctica.

«¡Exacto!», Interrumpe Miliukov. «Nosotros, los cadetes, estaríamos dispuestos a abandonar el poder que el pueblo, evidentemente, no quiere darnos. Pero no podemos zafarnos de la ciencia.» Se refiere al «marxismo» de Plejánov como autoridad.

Plejánov, Dan y Potresov explican que, puesto que nuestra revolución es una revolución burguesa, tenemos que formar una alianza política entre trabajadores y explotados. Y, a la luz de esta sociología, la payasada del apretón de manos entre Bublikov y Tsereteli se descubre en todo su significado histórico.

Solo hay un problema y es que ese mismo carácter burgués de la revolución, que ahora sirve para justificar la coalición entre los socialistas y los capitalistas, durante un buen número de años ha sido considerado por esos mismos mencheviques de forma que llevaba a conclusiones diametralmente opuestas.

Habitualmente decían que, puesto que en una revolución burguesa el gobierno en el poder no puede tener otra función que no sea la de salvaguardar la dominación de la burguesía, está claro que el socialismo no tiene nada que hacer en él, que su lugar no está en el gobierno sino en la oposición. Plejánov consideraba que los socialistas no podían bajo ninguna condición participar en un gobierno burgués y atacó violentamente a Kautsky, cuya firmeza aceptaba en este punto algunas excepciones. «Tempora legesque mutantur»[23], decían los gentileshombres del antiguo régimen. Parece ser que éste es también el caso de las «leyes» de la sociología de Plejánov.

Poco importa la contradicción entre las opiniones de los mencheviques y de su líder Plejánov pues, cuando se comparan sus declaraciones de antes de la revolución y las de hoy en día, las dos formulaciones están dominadas por un único pensamiento: no se puede hacer una revolución burguesa «sin la burguesía». A primera vista, esto puede parecer una evidencia. Pero solamente es una tontería.

La historia de la humanidad no comenzó con la conferencia de Moscú. Antes hubo revoluciones. A fines del siglo XVIII se produjo en Francia una revolución que se llamó, con justicia, la «Gran Revolución». Era una revolución burguesa. En el curso de una de sus fases, el poder cayó en manos de los jacobinos que estaban apoyados por los «sans-culottes», es decir por los trabajadores semiproletarios de las ciudades, y que interpusieron el nítido rectángulo de la guillotina entre ellos y los girondinos, el partido liberal de la burguesía, los cadetes de la época. Lo que le dio a la Revolución Francesa su importancia histórica, lo que hizo de ella la «Gran Revolución», fue únicamente la dictadura de los jacobinos. Y, sin embargo, esta dictadura fue instaurada no solamente sin la burguesía sino, además, contra ella y a pesar de ella. Robespierre, que no tuvo la oportunidad de iniciarse en las ideas de Plejánov, derogó todas las leyes de la sociología y, en lugar de estrechar la mano de los girondinos, les cortó la cabeza. Sin lugar a dudas era cruel. Pero esta crueldad no le impidió a la Revolución Francesa devenir la «Gran» dentro de los límites de su carácter burgués. Marx, en nombre del que se comenten hoy en día tantas fechorías en nuestro país, ha dicho que «Todo el terrorismo francés no fue sino un procedimiento plebeyo para ajustar las cuentas a los enemigos de la burguesía».[24] Y como la burguesía tenía mucho miedo de esos métodos plebeyos para acabar con los enemigos del pueblo, los jacobinos no solamente privaron a la burguesía del poder sino que, además, le aplicaron una ley de hierro y sangre cada vez que realizaba alguna tentativa para detener o «moderar» el trabajo de los jacobinos. En consecuencia, está claro que los jacobinos llevaron a cabo una revolución burguesa sin la burguesía.Engels escribió a propósito de la revolución inglesa de 1648: «Para que la burguesía se embolsase aunque sólo fueran los frutos del triunfo que estaban bien maduros, fue necesario llevar la revolución bastante más allá de su meta; exactamente como habría de ocurrir en Francia en 1793 y en Alemania en 1848. Parece ser ésta, en efecto, una de las leyes que presiden el desarrollo de la sociedad burguesa.»[25] Puede verse que la ley de Engels se opone diametralmente a la construcción ingeniosa de Plejánov que los mencheviques han adoptado y extendido por todas partes como si fuera marxismo.

Se puede objetar perfectamente que los jacobinos pertenecían a la burguesía, a la pequeña burguesía. Es completamente cierto. Pero ¿no es éste también el caso de la pretendida «democracia revolucionaria» dirigida por los S.R. y mencheviques? Entre el partido cadete, que representa a los intereses de los propietarios más o menos grandes, y los social-revolucionarios no ha habido ningún partido intermedio en ninguna de las elecciones, ya sea en la ciudad o en el campo. De ahí se deduce, con matemática certeza, que la pequeña burguesía debe haber encontrado su representación política en las filas de los social-revolucionarios. Los mencheviques, cuya política no difiere ni un ápice de la de los S.R., reflejan los mismos intereses de clase. Ello no es contradictorio con el hecho que también estén apoyados por una fracción de los trabajadores más atrasados, más conservadores y privilegiados. ¿Por qué los S.R. han sido incapaces de asumir el poder? ¿En qué sentido y por qué el carácter «burgués» de la revolución rusa (si se supone que tal es el caso) obliga a los S.R. y mencheviques a reemplazar los métodos plebeyos de los jacobinos por el procedimiento tan elevado de un acuerdo con la burguesía contrarrevolucionaria? Evidentemente hay que buscar los motivos no en el carácter «burgués» de nuestra revolución sino en el carácter lamentable de nuestra democracia pequeñoburguesa. En lugar de utilizar el poder que tiene en las manos como órgano para la realización de las exigencias esenciales de la historia, nuestra democracia fraudulenta ha devuelto respetuosamente todo el poder real a la camarilla contrarrevolucionaria y militarimperialista, y Tsereteli, en la conferencia de Moscú, ha podido vanagloriarse de que los soviets no habían abandonado el poder a la fuerza, tras una derrota en una valerosa lucha, sino que lo habían hecho de buen grado, como prueba de autoeliminación política. Con la dulzura del ternero que tiende el cuello al cuchillo del carnicero no pueden conquistarse nuevos mundos.

La diferencia entre los terroristas de la Convención y los capituladores de Moscú es la diferencia entre tigres y terneros: una diferencia de coraje. Pero esta diferencia no es fundamental. No hace más que ocultar una diferencia decisiva en el personal de la misma democracia. Los jacobinos tenían su base en las clases de los pequeños poseedores o no poseedores, incluyendo al embrión de proletariado que entonces ya existía. En nuestro caso, el proletariado industrial se ha ido de la democracia imprecisa para ocupar en la historia una posición en la que ejerce una influencia de primera magnitud. La democracia pequeñoburguesa perdía sus cualidades revolucionarias más preciosas a medida que esas cualidades se desarrollaban en el proletariado que se deshacía de la tutela pequeñoburguesa. Este fenómeno a su vez se debió al grado incomparablemente más elevado del desarrollo capitalista en Rusia en relación con la Francia de fines del siglo XVIII. El poder revolucionario del proletariado ruso, que no puede medirse en absoluto según su importancia numérica, se basa en su inmenso poder productivo, que se presenta más claramente que nunca en tiempos de guerra. La amenaza de una huelga de ferrocarriles nos recuerda de nuevo, hoy en día, cómo todo el país depende del trabajo concentrado del proletariado. Al principio de la revolución, el partido pequeñoburgués campesino estaba sometido al fuego cruzado de los potentes grupos formados por las clases imperialistas, por una parte, y del proletariado revolucionario e internacionalista por la otra parte. En su lucha para ejercer una influencia propia sobre los trabajadores, la pequeña burguesía no ha dejado de vanagloriarse de su «talento para gestionar el estado», de su «patriotismo», y así ha caído en una servil dependencia en relación con los grupos capitalistas contrarrevolucionarios. Al mismo tiempo, ha perdido toda posibilidad de liquidar aunque solo fuese la antigua barbarie que impregnaba a los sectores de la población que todavía la seguían. La lucha de los S.R. y mencheviques para influenciar al proletariado cedía el lugar, cada vez más, a una lucha del partido proletario para obtener la dirección de las masas semiproletarias de las ciudades y aldeas. Como de «buen grado» han transmitido su poder a las camarillas burguesas, los S.R. y mencheviques se han visto obligados a transmitir integralmente la misión revolucionaria al partido del proletariado. Ello ya es suficiente para mostrar que la tentativa de zanjar las cuestiones tácticas fundamentales mediante una simple referencia al carácter «burgués» de nuestra revolución solamente puede llevar la confusión a las mentes de los trabajadores atrasados y engañar a los campesinos.

Durante la revolución de 1848 en Francia, el proletariado ya realizó heroicos esfuerzos para actuar de forma autónoma. Pero ni tenía todavía teoría revolucionaria clara ni organización de clase reconocida. Su importancia en la producción era infinitamente menor que la función económica actual del proletariado ruso. Además, debajo de 1848 había otra gran revolución que había resuelto, a su manera, la cuestión agraria y de ello resultó una claro aislamiento del proletariado, sobre todo del de París en relación con las masas campesinas. Nuestra situación al respecto es infinitamente más favorable. Las hipotecas sobre la tierra, las obligaciones vejatorias de toda suerte y la rapaz explotación de la Iglesia, se le imponen a la revolución como problemas ineludibles que exigen medidas valerosas y sin compromiso. El «aislamiento» de nuestro partido en relación con los S.R. y menchevique no significaría en absoluto un aislamiento del proletariado en relación con las masas oprimidas de las ciudades y el campo. Por el contrario, una resuelta oposición política del proletariado revolucionaria a la pérfida defección de los actuales líderes del soviet no puede más que entrañar una sana diferenciación entre los millones de campesinos, arrancar a los campesinos pobres de la influencia traidora de los pujantes mujiks social-revolucionarios, y convertir al proletariado socialista en el verdadero líder de la revolución popular, «plebeya».

Por fin, una simple referencia vacía de sentido al carácter burgués de la revolución rusa no nos dice nada sobre el carácter internacional de su entorno. Y éste es un factor de primera magnitud. La gran revolución jacobina se vio enfrentada a una Europa atrasada, feudal y monárquica. El régimen jacobino cayó, dejando libre el lugar al régimen bonapartista, bajo el peso del esfuerzo sobrehumano que tuvo que realizar para subsistir contra las fuerzas unidas de la Edad Media. La revolución rusa, por el contrario, se encuentra ante una Europa que le lleva mucha ventaja y que ha alcanzado un grado más elevado de desarrollo capitalista. La masacre actual muestra que Europa ha llegado al punto de saturación capitalista, que ya no puede continuar viviendo y creciendo sobre la base de la propiedad privada de los medios de producción. Ese caos de sangre y ruinas es la furiosa insurrección de las fuerzas mudas y sombrías de la producción, es la revuelta del hierro y del acero contra la dominación del beneficio, contra la esclavitud asalariada, contra el miserable callejón sin salida de nuestras relaciones humanas. El capitalismo, atrapado en el incendio de una guerra que ha desatado él mismo, grita a la humanidad por boca de sus cañones: «¡Sal victorioso o te sepultaré bajo mis ruinas cuando caiga!»

Toda la evolución pasada, los millares de años de historia de la humanidad, de lucha de clases, de acumulación cultural, se concentran ahora en el único problema de la revolución proletaria. No hay otra respuesta ni otra salida. Y eso es lo que le confiere a la revolución rusa su formidable fuerza. No es una revolución «nacional», burguesa. Quien la conciba así queda rezagado en el reino de las alucinaciones de los siglos XVIII  y XIX. La suerte futura de la revolución rusa depende directamente del curso y resultado de la guerra, es decir de la evolución de las contradicciones de clases en Europa a las que esta guerra imperialista les confiere una catastrófica naturaleza.

Los Kerensky y los Kornilov han comenzado demasiado pronto a hablar el lenguaje de dictadores rivales. Los Kaledin han mostrado sus dientes demasiado pronto. El renegado Tsereteli ha cogido demasiado pronto el despreciable dedo que le tendía la contrarrevolución. Hasta el presente, la revolución sólo ha dicho su primera palabra. Todavía tiene formidables reservas en Europa occidental. En lugar del apretón de manos de los jefes de banda de gánsteres reaccionarios y de los inútiles de la pequeña burguesía, vendrá el gran abrazo del proletariado ruso y del proletariado de Europa.

 

 

 


 

 

A las masas trabajadoras de Francia, Inglaterra, Estados Unidos e Italia[26]

(Octubre de 1918)

 

¡Obreros! Igual que perro feroz librado de su cadena, toda la prensa capitalista de vuestros países grita por la intervención de vuestros gobiernos en los asuntos de Rusia, y con voz ronca grita: «¡Ahora o nunca!». Pero en este momento en el que los mercenarios de vuestros explotadores se han quitado toda suerte de máscara y reclaman abiertamente una campaña contra los obreros y campesinos de Rusia, incluso en este momento mienten descaradamente, os engañan de forma vergonzosa pues, en el mismo instante en que amenazan con una intervención en los asuntos internos rusos, ya llevan adelante operaciones contra la Rusia obrera y campesina. Ya fusilan a los trabajadores de los soviets en los ferrocarriles de Murmania, de los que se han apoderado. En los Urales destruyen los consejos obreros, fusilan a sus representantes usando a los destacamentos checoslovacos mantenidos con el dinero del pueblo francés, dirigidos por oficiales franceses. Bajo órdenes de vuestros gobiernos, privan al pueblo ruso de las remesas de trigo para forzar a los obreros y campesinos a que, de nuevo, se anuden alrededor del cuello el nudo corredizo de las bolsas de París y Londres.

La agresión directa que actualmente ha emprendido el capital anglofrancés contra los obreros de Rusia no hace más que completar la subterránea lucha entablada desde hace ocho meses contra la Rusia soviética. Desde el primer día de la Revolución de Octubre, desde el primer momento en el que los obreros de Rusia derrocaron a sus explotadores, y desde el que os llamaron a seguir su ejemplo y a acabar con la carnicería internacional para finiquitar con la explotación, desde ese mismo momento vuestros explotadores se han conjurado para acabar con este país cuya clase obrera, por primera vez en la historia de la humanidad, se ha atrevido a quitarse el yugo capitalista, ha osado liberarse de las tenazas de la guerra.

Vuestros gobiernos han apoyado contra los obreros y campesinos de Rusia a ese mismo Rada ucraniano, que se vendió al imperialismo alemán y que llamó en su ayuda a las bayonetas alemanas contra los campesinos y obreros de Ucrania; han sostenido a la oligarquía rumana, esa misma oligarquía que, con sus ataques contra el Frente Sur-Oeste, ayudó a matar la capacidad de defensa de Rusia; sus representantes han comprado con dinero contante y sonante a ese mismo general Krasnov que, ahora, en concierto con el militarismo alemán, trata de privar a Rusia del carbón del Donetsk y del trigo del Kuban para hacer de ella la víctima indefensa del capital alemán y ruso; han apoyado financiera y moralmente al partido de los socialistas-revolucionaros de derecha (ese partido de traidores a la revolución) que, con las armas en la mano, se levanta contra el poder de los obreros y campesinos.

Pero desde el mismo momento en que sus esfuerzos no han dado ningún resultado, cuando ha quedado claro que los bandidos mercenarios son una fuerza insuficiente, no han dudado en sacrificar vuestra sangre y han emprendido abiertamente una ofensiva contra Rusia lanzando a la hoguera a las fuerzas de los obreros y campesinos de Francia e Inglaterra. Vosotros, que derramáis la sangre en beneficio de los intereses de los capitalistas en el Marne y en Aisne, en los Balcanes, en Siria y Mesopotamia, vosotros debéis morir además en las nieves de la Finlandia septentrional y en las crestas de los Urales. En beneficio de los capitalistas debéis ser los verdugos de la Revolución Obrera Rusa y bañar la cruzada emprendida contra el proletariado ruso.

Vuestros capitalistas os aseguran que esta campaña no está dirigida contra la revolución rusa, que es una lucha contra el imperialismo alemán al que nosotros nos habríamos vendido. La falsedad e hipocresía de este aserto se le hará evidente a cada uno de vosotros solamente con tener en cuenta los siguientes hechos: nos hemos visto forzados a firmar la paz de Brest-Litovsk que desmiembra a Rusia precisamente porque vuestros gobiernos, sabiendo muy bien que Rusia no está en condiciones de proseguir la guerra, rehusaron las negociaciones internacionales de paz, en las que su fuerza habría salvado a Rusia y os habría ofrecido una paz aceptable. Quien ha traicionado vuestra causa no es la Rusia sangrada por todos sus costados desde hace tres años y medio: quienes han arrojado a Rusia bajo los pies del imperialismo alemán han sido vuestros gobiernos. Cuando se nos forzó a firmar la paz de Brest-Litovsk, las masas de nuestro pueblo no estaban en condiciones de proseguir la guerra. Y cuando los agentes de vuestros gobiernos trataban de arrastrarnos a la guerra asegurándonos que Alemania no nos permitiría mantenernos en paz con ella, nuestra prensa les respondía: si Alemania rompe la paz que hemos firmado a costa de tan grandes sacrificios, si levanta la mano contra la revolución rusa, nos defenderemos; si los aliados quieren ayudar en la santa causa de nuestra defensa que nos ayuden a reparar nuestros ferrocarriles, a restablecer nuestra producción, pues una Rusia debilitada económicamente no es capaz de defenderse.

Pero los aliados no respondieron a nuestros llamamientos, sólo pensaban en arrancarnos los intereses de viejos préstamos que el capital francés le había concedido al zarismo para arrástralo a la guerra, y que el pueblo ruso ya ha pagado hace mucho tiempo con un mar de sangre, con montañas de cadáveres. Los aliados no solamente no nos ayudaron en el restablecimiento de nuestra capacidad de defensa sino que, como hemos probado más arriba, intentaron con todos los medios destruir esa capacidad defensiva aumentado nuestra desorganización interna cortándonos el acceso a nuestras últimas reservas de trigo.

Los aliados nos advertían que los alemanes se iban a apoderar de los ferrocarriles de Siberia y del Murmania (esas dos últimas líneas directas que nos unen al mundo exterior libres del control alemán). Pero de hecho no han sido los alemanes quienes se han apoderado de esas líneas (no estaban en condiciones para hacerlo pues estaban demasiado lejos), han sido nuestros valerosos aliados quienes lo han hecho. En Murmania y en Siberia llevan adelante la lucha no contra los alemanes, que no están allí, sino contra los obreros rusos y destruyen a los soviets en todas partes. Todo lo que la prensa de vuestros capitalistas, todo lo que sus agentes os dicen para justificar su bárbaro ataque contra Rusia, todo ello sin excepciones sólo es hipocresía destinada a ocultaros del fondo de la cuestión. Preparan la campaña contra Rusia persiguiendo otros objetivos.

Persiguen tres objetivos: el primero es la ocupación más grande posible del territorio de Rusia cuyas riquezas naturales y ferroviarias le asegurarían al capital francés e inglés los intereses de los préstamos. Su segundo objetivo es el aplastamiento de la Revolución Rusa a fin de que no pueda inspiraros, a fin de que no pueda mostraros cómo es posible sacudirse el yugo del capitalismo. Su tercer objetivo es la creación de un nuevo frente oriental que distraiga a los alemanes del frente occidental hacia el territorio ruso.

Los agentes de vuestros capitalistas os aseguran de esta forma que disminuirán la presión que las hordas alemanas ejercen sobre vosotros y acelerarán el momento de la victoria sobre el imperialismo alemán. Mienten. Cuando el gran ejército ruso les daba a los aliados la ventaja del número no pudieron vencer a Alemania, menos aún podrán hacerlo en el campo de batalla ahora que el nuevo ejército ruso justo acaba de nacer.

El imperialismo alemán no será vencido más que cuando el imperialismo de todos los países caiga vencido por la ofensiva coordinada del proletariado mundial. El camino hacia esa victoria no es la continuación de esta guerra sino su cese, lo que os librará a vosotros y a los obreros alemanes del temor a una burguesía extranjera con sus objetivos de usurpación; el fin de la guerra entre los pueblos, para que la guerra civil internacional (guerra de los explotados contra los explotadores) ponga fin a toda injusticia tanto social como nacional.

La tentativas para arrastrar a Rusia a la guerra no os salvarán de la carnicería; sólo pueden poner a los obreros rusos bajo el filo de la guillotina, y a la revolución obrero-campesina rusa, lo que nadie desea más que los jefes del partido militar alemán que, como los vecinos más cercanos de la república rusa, tienen más motivos que todos los demás para temer sus chispas incendiarias.

Si os convertís en instrumento dócil de vuestros gobiernos, en su criminal conspiración contra Rusia, vosotros, obreros de Francia e Inglaterra, de Estados Unidos e Italia, vosotros os convertiréis en los verdugos de la Revolución Obrera. ¡Los descendientes de los comuneros en el papel de asistentes de Gallifet: he ahí el papel de Francia! Ese es el papel que os prescriben vuestros amos.

Hijos de los obreros ingleses que se levantaron al unísono cuando los grandes propietarios de las fábricas de tejidos de Inglaterra quisieron acudir en ayuda de los esclavistas estadounidenses, vosotros en el papel de los verdugos de la revolución rusa, tal es la degradación a la que quieren someteros vuestros gobiernos.

Vosotros que siempre habéis odiado al despotismo zarista, vosotros, bajo las órdenes de los reyes de los trust, debéis ayudar a la creación de un nuevo zarismo en Rusia. He ahí de qué se trata, obreros de Estados Unidos.

Vosotros que habéis seguido con entusiasmo toda manifestación de la guerra liberadora del proletariado, a vosotros, obreros de Italia, es a quienes quieren convertir en cómplices de la campaña antirrevolucionaria contra la Rusia Obrera.

Proletarios de los países aliados, la Rusia obrera os tiende la mano. Esa gente cuyas manos están enrojecidas con la sangre de la víctimas fusiladas en Kern, en Samara, en Tomsk, por orden de los jefes de los cuerpos expedicionarios de Murmania y de los directores del motín checoeslovaco, esos hombres se atreven a gritar que rompemos nuestros lazos con los pueblos de Francia, Inglaterra, Italia, Estados Unidos y Bélgica siguiendo las órdenes de Alemania. Hemos soportado durante demasiado tiempo sin pestañear los ultrajes de los representantes del imperialismo en la Rusia de los soviets. Hemos permitido que se quedarán en Rusia aquellos que lamían las botas del zarismo, aunque no hayan reconocido al Gobierno Obrero, no hemos recurrido a la represión contra ellos aunque la mano de sus embajadas militares fuese visible en cada complot contrarrevolucionario dirigido contra nosotros, y ahora, además, cuando los oficiales franceses están a la cabeza de los checoslovacos, cuando los británicos de Murmania han atacado, ahora incluso no hemos elevado ni una palabra de protesta contra la presencia de vuestros diplomáticos en territorio de la Rusia soviética, exigiendo únicamente que vengan de Vologda a Moscú donde podemos defenderlos mejor contra los posibles atentados de gente indignada hasta el fondo de su alma por su forma de actuar.

Todo eso lo hemos hecho porque no queremos ofrecerles la posibilidad de deciros que rompemos con vosotros. E incluso ahora, tras la partida de los embajadores aliados, no se tocará ni un pelo a los ciudadanos pacíficos de vuestros países que viven aquí y obedecen las leyes de la República Obrera y Campesina. Estamos convencidos de que si devolvemos golpe por golpe a los usurpadores «aliados» solamente veréis esta acción como una acción de legítima defensa de vuestros propios intereses, pues la salvación de la revolución rusa interesa conjuntamente a los proletarios de todos los países. Estamos convencidos de que cualquier medida tomada tanto contra nosotros como contra vosotros será [reprobada] por el proletariado de todos los países.

Obligados a luchar contra el capital aliado que quiere añadir nuevas cadenas a las cadenas que ya nos impone el imperialismo alemán, nos dirigimos a vosotros con este llamamiento: ¡Viva la solidaridad de los obreros del mundo entero! ¡Viva la solidaridad del proletariado de Francia, Inglaterra, Estados Unidos e Italia con el de Rusia! ¡Abajo los bandidos del imperialismo internacional! ¡Viva la revolución internacional! ¡Viva la paz entre los pueblos!

En nombre de los comisarios del pueblo El Presidente de los Comisarios del Pueblo, V. Ulianov (Lenin). El Comisario del Pueblo para Asuntos Extranjeros, G. Chicherin. El Comisario del Pueblo de Guerra, L. Trotsky.

 

 

 


 

 

 

Llamamiento a los explotados, oprimidos y agotados pueblos de Europa

(6 de diciembre de 1918)

 

En Brest-Litovsk se ha firmado una tregua y durante veintiocho días han quedado suspendidas las operaciones militares en el Frente Oriental. Esto significa, por sí mismo, una sensacional victoria de la humanidad. Después de tres años y medio de matanzas sin cese y sin final a la vista, el camino a la paz lo ha abierto la revolución de los obreros y campesinos en Rusia.

Hemos publicado los tratados secretos y seguiremos haciéndolos públicos en el futuro inmediato. Hemos declarado que esos tratados no vincularán de ninguna manera la política del gobierno soviético. Les hemos propuesto a todas las naciones el método de un acuerdo abierto sobre el principio del reconocimiento del derecho para determinar libremente su destino, y lo hemos hecho a todas y cada una de las naciones, grandes o pequeñas, avanzadas o subdesarrolladas. No tratamos de ocultar que no consideramos a los actuales gobiernos capitalistas capaces de firma una paz democrática. Sólo la lucha revolucionaria de las masas trabajadoras contra los gobiernos actuales puede acercar a Europa a una paz de ese tipo y únicamente se garantizará su plena materialización con la victoria de la revolución proletaria en todos los países capitalistas.

El Consejo de Comisarios del Pueblo no se ha desviado en ningún momento del camino de la revolución social por más que haya iniciado las negociaciones con los gobiernos vigentes actualmente. Una paz verdaderamente democrática y del pueblo es algo por lo que tendremos que seguir luchando. El primer envite de esta lucha tropieza con el hecho que el poder lo detentan, en todas partes salvo en Rusia, los viejos gobiernos monárquicos y capitalistas que son los responsables de la presente guerra, y que no han rendido cuentas a sus pueblos embaucados por el despilfarro de riqueza y sangre de los países. Estamos obligados a entablar negociaciones con los actuales gobiernos igual que esos gobierno monárquicos y reaccionarios de las potencias centrales se ven obligados a seguir negociando con los representante de un gobierno soviético, ya que el pueblo ruso les obliga a afrontar la existencia de un gobierno de obreros y campesinos en Rusia. El gobierno soviético se ha impuesto una tarea doble al negociar la paz: primero poner fin lo más prontamente posible a la deshonrosa y criminal matanza que arrasa Europa y, segundo, utilizar cualquiera de los medios de los que dispone para ayudar a la clase trabajadora de todos los países a derribar la dominación del capital y asumir el poder político con el fin de reconstruir Europa y el mundo entero según criterios democráticos y socialistas.

En el Frente Oriental se ha firmado una tregua pero en el resto de frentes la carnicería prosigue. Las conversaciones de paz justo empiezan ahora y debería quedar claro para todos los socialistas de todos los países, especialmente para los socialistas de Alemania, que hay una inconciliable diferencia entre el programa de paz de los obreros y campesinos de Rusia y el de los terratenientes, generales y capitalistas alemanes. Si el choque que se está produciendo fuera solamente el de estos dos polos, la paz resultaría evidentemente imposible pues el pueblo de Rusia no ha derribado a la monarquía y a la burguesía de su propio país para inclinarse, simplemente, ante los monarcas y capitalistas de otros países. Solo si se escucha la voz de los trabajadores, firme y decididamente, tanto en Alemania como en el resto de países de sus aliados, podrá aproximarse la paz, podrá materializarse y garantizarse. Los trabajadores de Alemania, Austria-Hungría, Bulgaria y Turquía deben oponer su programa revolucionario de acuerdos y cooperación entre las clases trabajadoras y explotadas de todos los países al programa imperialista de sus clases dirigentes.

El armisticio se ha firmado únicamente en un frente. Tras una larga lucha, nuestra delegación le arrancó al gobierno de Alemania el compromiso de no transferir tropas a los otros frentes como una de las condiciones de la tregua. Las tropas alemanas desplegadas entre el Mar Negro y el Mar Báltico tendrán que disfrutar, pues, de un mes de descanso de la horrorosa pesadilla de la guerra. En contra de la voluntad del gobierno de Rumania, además, su ejército se ha sumado a la tregua. Pero en los frentes francés, italiano y en el resto, continúa la guerra. La tregua se mantiene como parcial. Los gobiernos capitalistas temen a la paz ya que son conscientes de que tendrán que rendir cuentas a sus pueblos. Intentan retrasar la hora de su quiebra final. ¿Las naciones pueden seguir soportando con paciencia las acciones de las camarillas de la bolsa en Francia, Inglaterra, Italia y Estados Unidos?

En esos países, sus gobiernos capitalistas esconden sus infames y avariciosos proyectos tras la elegante palabrería sobre la justicia eterna y la futura sociedad de naciones. No quieren un armisticio. Luchan contra la paz, mas vosotros, pueblos de Europa, vosotros, trabajadores de Francia, Italia, Reino Unido, Bélgica, Serbia, vosotros, hermanos de nosotros en el padecimiento y la lucha ¿queréis junto a nosotros la paz, una paz honrosa y democrática entre naciones?

Os engañan aquellos que os dicen que solamente una victoria puede garantizar la paz. Primero porque no han sido capaces durante casi tres años y medio de ofreceros la victoria, y no muestran poder hacerlo caso que se prolongue la guerra varios años más; segundo, porque si pareciese posible la victoria de un bando u otro, eso significaría sólo una mayor subyugación de los débiles por los fuertes y la consecuente siembra para futuras guerras.

Serbia, Rumania, Polonia, Ucrania, Grecia, Persia, Armenia y Bélgica únicamente pueden ser liberadas por los trabajadores de todos los países neutrales y beligerantes, y eso en lucha victoriosa contra todos los imperialistas y no en absoluto con la victoria de una de las coaliciones imperialistas.

¡Trabajadores de todos los países: os convocamos a esa lucha! No hay otro camino. No pueden contarse los crímenes en esta guerra de las clases explotadoras y gobernantes, y esos crímenes exigen revancha revolucionaria. Si la humanidad que trabaja con dureza continuase cargando con mansedumbre sobre sus hombros el yugo de la burguesía imperialista y de los militaristas, de sus gobiernos y diplomacia, si hiciese eso renunciaría a sí misma y a su futuro.

El Consejo de Comisarios del Pueblo (gracias al poder que nos otorgan los obreros, campesinos, soldados, marineros, viudas y huérfanos de Rusia) os convocamos a una lucha en común para lograr el cese inmediato de las hostilidades en todos los frentes. La noticia de la firma de la tregua de Brest-Litovsk debe sonar como un toque a rebato en los oídos de los soldados y trabajadores de todos los países contendientes.

¡Abajo la guerra! ¡Abajo sus autores! Es necesario apartar a los gobiernos que no quieren la paz y a los que ocultan sus agresivas intenciones detrás de discursos sobre la paz. Los trabajadores y soldados tienen que arrebatar la cuestión de la guerra y la paz de las criminales manos de la burguesía y cogerla en las suyas. Tenemos derecho a pediros eso porque es lo que nosotros hemos hecho en nuestro propio país. Ese es el único camino hacia la salvación para vosotros y nosotros. ¡Proletarios de todos los países: cerrad filas bajo la bandera de la paz y de la revolución social!

 

 

 


 

 

 

A la Liga Spartacus de Alemania y al Partido Comunista de Alemania Austria[27]

5 de enero de 1919

 

¡Queridos camaradas!

Seguimos con el mayor entusiasmo su lucha y sus acciones bajo la bandera del socialismo revolucionario. Ustedes están contendiendo en una lucha bajo condiciones inusualmente difíciles.

La bárbara intervención del imperialismo anglo-francés-estadounidense, que incluso lanza ejércitos coloniales de negros contra la centelleante revolución mundial; la política traidora de los socialistas en el gobierno que bajo la república socialista lleva a cabo una política de salvaguardar el «orden» capitalista y la inviolabilidad de la sagrada propiedad privada; la rápida movilización de las fuerzas contrarrevolucionarias que se apoyan directamente en la socialdemocracia oficial; el valor de los supuestos grupos «izquierdistas» e «independientes» que obstaculizan de hecho la liberación de las fuerzas de la revolución socialista y que con su participación en el gobierno apoyan a los criminales de la socialdemocracia amarilla; todo esto crea un situación extremadamente ardua para nuestra causa común.

Sin embargo, no sólo creemos sino que sabemos que el proletariado alemán y austríaco superará las trabas con las que su burguesía los mantiene asidos a través de sus agentes socialdemócratas.

El proletariado alemán y austríaco verá pronto que la tan proclamada república y la asamblea nacional no son otra cosa sino un dique para contener la ola de la revolución.

El proletariado alemán y austriaco también tendrá que entender que la única solución para él radica en su propio poder, que suprimirá sin piedad toda resistencia de la burguesía, un poder que no se basará en palabras sino en el hecho de la poderosa palanca de la reconstrucción socialista de la sociedad.

Tanto en Alemania como en Austria, el poder actual está ahora en manos de los antiguos funcionarios de la monarquía. Los señores Eberts y Renners, que a lo largo de su vida han sido alimentados con el pavor respetuoso ante la policía como representante del poder estatal burgués, han dejado completamente intacto todo el antiguo aparato que se ha construido a lo largo de siglos como arma de lucha contra las masas populares.

El poder real de la burguesía, preservado con la bendición de los títeres «socialistas», debe ser reemplazado, como inevitablemente lo será, por el poder real del proletariado, por su dictadura revolucionaria de acero, no obstante y a pesar de los socialtraidores que en el primer congreso de los soviets alemanes entregaron el poder a la burguesía.

La clase obrera rusa ha sufrido el período de compromisos con la burguesía, la embestida de la contrarrevolución y las derrotas parciales, y a través de la experiencia se ha convencido, en estos días de las mayores batallas sociales, de que la historia del mundo ha conocido en todo momento que sólo una de dos cosas es posible: o la dictadura rabiosa y desenfrenada de barbarismo sangriento de los generales para salvar el mundo capitalista, o bien la dictadura del proletariado construyendo el nuevo mundo sobre las ruinas de las tierras devastadas por la guerra.

Y el partido del proletariado, nuestro partido, que al principio de la revolución se le consideraba como una «pandilla de lunáticos» y que ahora se ha apoderado del poder del estado con mano firme durante más de un año, ve con particular alegría que tanto en Alemania como en Austria crecen los partidos fraternales que avanzan hacia nuestro objetivo común, el socialismo, a lo largo de nuestro camino común, a través de la dictadura del proletariado.

La caída de la burguesía y la victoria del proletariado son igualmente inevitables. ¡Su victoria es inevitable, camaradas! Creemos y sabemos que luchamos al unísono para construir sobre las ruinas de la rapiña capitalista un nuevo mundo de verdadera fraternidad humana y la solidaridad de todos los pueblos.

¡Viva la revolución mundial!

¡Viva la dictadura del proletariado!

¡Viva la república socialista internacional!

¡Viva el comunismo!

 

Siguiendo las instrucciones del Comité Central del Partido Comunista de Rusia (Bolchevique) N. Lenin, L. Trotsky, Y. Sverdlov, J. Stalin, N. Bujarin

 

 


 

 

 

Orden desde el caos[28]

13 de enero de 1919

 

Los soldados alemanes vuelven precipitadamente a su patria desde los países a los que les lanzó la voluntad criminal de los agresores alemanes. Las tropas polacas de reciente creación les atacan en su ruta, los desarmaran y luego masacran. Los británicos, franceses y estadounidenses han agarrado a Alemania por la garganta y, con un ojo en el reloj, toman su pulso febril. Esto no les impide exigir a su gobierno que los restos de las fuerzas alemanas marchen a la guerra contra la Rusia soviética para impedir que libere las tierras ocupadas por el imperialismo alemán. Los belgas, cuyo país ayer mismo fue crucificado por el imperialismo alemán, hoy ocupan toda la Renania alemana. Los rumanos semimendicantes, desangrados por sus gobernantes malversadores, cuya capital es alternativamente presa de los alemanes y los anglofranceses, toman Besarabia, Transilvania y Bucovina. Las fuerzas navales estadounidenses, asentadas en un colchón de clavos en nuestro frío y hambriento norte, tratan de desentrañar por qué fueron llevadas allí. En las calles de Berlín, que no hace mucho tiempo presumían de su orden de hierro, se desbordan las olas sangrientas de la guerra civil. Las tropas francesas han desembarcado en Odessa mientras que, al mismo tiempo, grandes áreas de la misma Francia son ocupadas por los ejércitos estadounidense, británico, australiano y canadiense, que tratan a los franceses como a una población colonial. Polonia, resucitándose a sí misma después de un siglo y medio de inexistencia, con delirante impaciencia se dedica a la guerra contra Ucrania y Prusia y provoca a la Rusia soviética.

El presidente estadounidense Wilson, quien, como el deshonesto e hipócrita Tartufo, vaga por toda la desangrada Europa como el máximo representante de la moral, el Mesías del dólar norteamericano, castiga, perdona y establece el destino de las naciones. Todo el mundo le pide, le invita y le implora: el rey de Italia, los pérfidos gobernantes georgianos mencheviques, el humillado y suplicante Scheidemann, el tornadizo tigre de la clase media francesa, Clémenceau, las cajas fuertes a prueba de incendio de Londres e incluso las comadres de Suiza. Remangándose los pantalones, Wilson salta sobre los charcos de sangre europea y por la gracia de la bolsa de Nueva York, que acertó al colocar su última apuesta en la lotería europea, unifica a los yugoslavos con los serbios, pregunta por el precio de la corona de los Habsburgo, entre dos esnifadas de tabaco redondea Bélgica a expensas de la saqueada Alemania y sopesa si no sería posible atraer orangutanes y babuinos para llevar la cultura cristiana a la barbarie bolchevique.

Europa se asemeja a una casa de locos y parece a primera vista que ni siquiera sus reclusos saben, ni media hora seguida, a quien van a llevar al matadero ni con quien fraternizar. Pero la lección que irrefutablemente se destaca sobre las olas turbias de este caos es la de la responsabilidad criminal del mundo burgués. Todo lo que está ocurriendo en Europa ha sido preparado durante los últimos siglos: por el régimen económico, por las relaciones de estado, por el militarismo organizado, por la moral y la filosofía de las clases dominantes y por la religión de cada sacerdote. La monarquía, la nobleza, la jerarquía de la iglesia, la burocracia, la burguesía, los intelectuales profesionales, los dueños de la riqueza y los gobernantes de los estados, han estado todos preparados, y han preparado, estos acontecimientos incomprensibles que hacen parecer un manicomio a la vieja y «culturizada» Europa cristiana.

El í«caos» europeo es un caos solamente en forma; en esencia, leyes superiores de la historia encuentran aquí su expresión, destruyendo lo viejo para crear lo nuevo en su lugar. Con la ayuda de los mismos rifles, la población de Europa está ahora luchando en nombre de programas y tareas diferentes, respondiendo a diversas épocas históricas. Básicamente ascienden a tres: imperialismo, nacionalismo y comunismo.

Esta guerra comenzó como un enfrentamiento entre los grandes buitres capitalistas por la captura y la división del mundo, y en esto consiste el imperialismo. Pero para llevar a las masas, compuestas de muchos millones, a la batalla, para incitar a unas contra las otras y para mantener un espíritu de odio y frenesí entre ellas, se necesitaban «ideas» o «ánimos» que estuvieran cerca de las masas, engañadas y condenadas al exterminio como estaban. Y como tal agente hipnótico, la idea de nacionalismo se colocó a disposición de los bandidos imperialistas. El vínculo mutuo entre personas que hablan el mismo idioma y que pertenecen a una misma nación tiene una gran fuerza. Este vínculo no se sentía cuando la gente vivía una vida patriarcal en sus aldeas o distritos provinciales. Pero cuanto más se desarrollaba la producción burguesa, cuanto más se unió aldea con aldea y provincia con ciudad, más gente arrastrada en este torbellino aprendió a valorar un idioma común, el gran intermediario en las relaciones materiales y espirituales. El capitalismo intentó imponerse sobre todo a nivel nacional y dio a luz a poderosos movimientos nacionales: en la astillada Alemania, en la desmembrada Italia, en la rasgada Polonia, en Austria-Hungría, entre los eslavos de los Balcanes, en Armenia. Por medio de revoluciones y guerras la burguesía europea había solucionado, en algunos lugares con rasgones y parches, una parte de la cuestión nacional. Se creó una Italia unificada, una Alemania unificada, sin la Austria germanohablante, pero con docenas de reyes. Los pueblos de Rusia fueron remachados en el acero viciado del zarismo. En Austria y los Balcanes las furiosas luchas intestinas continuaron entre las naciones que fueron condenadas a cohabitación cerrada y fueron incapaces de establecer formas pacíficas de cooperación.

Al mismo tiempo, el capitalismo superó rápidamente su marco nacional. El estado-nación fue simplemente un trampolín que era esencial para dar un salto. El capital pronto se convirtió en cosmopolita; encontró a su disposición medios de comunicación globales, tenía agentes y funcionarios que hablaban cada lengua y se esforzó para saquear a los pueblos de la tierra independientemente de su idioma, el color de su piel o la religión de sus sacerdotes. Mientras que la mediana y la pequeña burguesías, y también amplios círculos de la clase obrera, todavía respiraban una atmósfera de ideología nacional, el capitalismo se había convertido, en su lucha por el dominio del mundo, en imperialismo. La matanza global presentó desde el comienzo una imagen amenazante del imperialismo aparejado con el nacionalismo: la poderosa camarilla de capital financiero y la industria pesada había tenido éxito en el aprovechamiento propio de todos esos sentimientos. Pasiones y estados de ánimo infundidos por el vínculo de la nacionalidad, la unidad de la lengua, recuerdos históricos compartidos y, sobre todo, vivencia común dentro del estado-nación. En el pavimentado camino para el saqueo, la confiscación y la destrucción, los imperialistas de cada uno de los campos en guerra aprendió a inculcar a sus masas populares la idea de que se trataba de una lucha por la independencia y la cultura nacionales. Igual que los banqueros y grandes fabricantes explotan a los pequeños comerciantes y a los obreros, así el imperialismo, sin excepción, toma bajo su control los sentimientos y objetivos nacionalistas y chovinistas fingiendo que está sirviéndolos y salvaguardándolos. Con esta terrible munición psicológica la gran masacre se ha retroalimentado y sostenido a sí misma más de cuatro años y medio.

Pero el comunismo ha aparecido en la escena. En su momento también había surgido en suelo nacional con el despertar del movimiento obrero en el primer, aunque incierto, golpe de la máquina capitalista. Bajo la enseñanza comunista el proletariado se contrapuso a la burguesía. Y si esta última llegó a ser imperialista y saqueadora mundial, por su parte el proletariado avanzado se convirtió en internacionalista y unificador mundial. La burguesía imperialista representa numéricamente una minoría insignificante de los pueblos. Hasta ahora ha aguantado, gobernado y reinado y, con la ayuda de las ideas y ánimos del nacionalismo, ha conseguido mantener a las grandes masas de obreros y pequeños burgueses en cautividad. El proletariado internacionalista ha sido una minoría en el extremo opuesto de la balanza. Correctamente espera arrancar a la mayoría de las personas de la servidumbre espiritual del imperialismo. Pero justo hasta la última gran matanza de los pueblos, incluso el mejor y más perspicaz de los dirigentes proletarios no había sospechado con qué fuerza los prejuicios del sistema de estado burgués y los hábitos del conservadurismo nacional estaban todavía incrustados en la conciencia de las masas populares. En julio de 1914 todo esto quedó revelado y fue, sin exageración, el mes más negro en la historia del mundo, no porque los reyes y los comerciantes desataran una guerra, sino porque se las arreglaron para dominar desde dentro a cientos de millones de personas, para engañarlas, enredarlas, hipnotizarlas y psicológicamente involucrarlas en sus hazañas de merodeo.

El internacionalismo, que durante décadas había sido la bandera oficial de la poderosa organización de la clase obrera, parecía haber desaparecido de inmediato en el fuego y el humo de la carnicería internacional. Luego reapareció esporádicamente como una tenue luz parpadeante de grupos independientes en diferentes países. Los sacerdotes de la burguesía, eruditos y analfabetos, intentaron representar a estos grupos como restos moribundos de una secta utópica. Pero el nombre de Zimmerwald ya había aparecido con un eco alarmante en toda la prensa burguesa.

Los internacionalistas revolucionarios tomaron su propio camino. Como primera tarea se equiparon con una clara evaluación de lo que había sucedido. Una larga «época» de desarrollo pacífico burgués, con sus luchas sindicales cotidianas, sofistería reformista y mezquino malabarismo parlamentario, había creado una organización de muchos millones dirigida por oportunistas, que ceñían con poderosas cadenas las energías revolucionarias del proletariado. Por la fuerza de los acontecimientos históricos, la socialdemocracia oficial, que había sido construida bajo el signo de la revolución social, se había convertido en la mayor fuerza contrarrevolucionaria en Europa y el mundo entero. Se había entretejido tan profundamente con el estado nacional, su parlamento, ministros y comisiones, y había llegado a tanta intimidad con sus antiguos enemigos, los bribones parlamentarios de la burguesía y la clase media, que al inicio de la sangrienta catástrofe del sistema capitalista no podía ver más allá del peligro para la «unidad nacional». En lugar de llamar a las masas proletarias a la ofensiva contra el capitalismo, les convoca a la defensa del estado «nacional». La socialdemocracia de los Plejánov, la Tsereteli, Scheidemann, Kautsky, Renaudel y Longuet movilizó al servicio del imperialismo cada prejuicio nacional, cada instinto servil, cada pedacito de escoria chovinista, todo lo oscuro y purulento que se había acumulado en el alma de las masas trabajadoras oprimidas durante siglos de esclavitud. Para el partido del comunismo revolucionario estaba claro que esta gigantesca estafa histórica sólo terminaría con el terrible estallido de la camarilla reinante y sus subalternos. Para convocar a las masas a un recrudecimiento militar, disposición al sacrificio y, en definitiva, a pasar años en sucias y malolientes trincheras, era necesario que nacieran en su conciencia grandes esperanzas e ilusiones monstruosas. La desilusión y la amargura de las masas inevitablemente tenían que asumir formas proporcionales a la magnitud del engaño. Los internacionalistas revolucionarios (que aún entonces no se llamaban comunistas) previeron esto y basaron su táctica revolucionaria en esta predicción: «establecieron el rumbo» para la revolución socialista.

Dos minorías conscientes, la imperialista y la internacionalista, se declararon una lucha mortal, y antes de que su lucha se trasladara a las calles, en forma de una guerra civil abierta, había profundizado en la conciencia de millones y millones de personas trabajadoras. Ya no se trataba de conflictos parlamentarios, que incluso en los mejores momentos del parlamentarismo habían revelado un muy limitado poder de acción instructiva, sino que ahora todo el pueblo, hasta sus raíces oscuras y perezosas, había quedado atrapado en las garras de acero del militarismo y violentamente arrastrado a la vorágine misma de los acontecimientos. El comunismo se opuso al imperialismo y dijo: «ahora le estás demostrando a las masas en la práctica lo que eres y de lo que eres capaz, pero mi turno viene después.» El gran combate entre el imperialismo y el comunismo no se decide mediante los párrafos de las reformas, las votaciones parlamentarias o las decisiones de huelga de los sindicatos. Los acontecimientos se escriben con hierro y cada paso de la lucha queda sellado con sangre. Solo esto ya había decidido que el resultado de la lucha entre el imperialismo y el comunismo no se alcanzaría por el camino de la democracia formal. Decidir cuestiones fundamentales de desarrollo social por medio de sufragio universal ha significado obligatoriamente, bajo las condiciones actuales, cuando las cuestiones están rotundamente planteadas, abreviar la lucha entre enemigos de clase mortales y un recurso a un tercer asalto en la forma de aquellas masas intermedias y principalmente de pequeños burgueses que no estaban, todavía, involucradas en la lucha o que participaban en ella de forma semiconsciente. Pero justamente esas masas, engañadas por la gran mentira del nacionalismo y que experimentaban los estados de ánimo más diversos y contradictorios, eran las que no podían presentarse ante el imperialismo, ni tampoco ante el comunismo, ni siquiera ante sí mismas, como un tercer asalto autorizado. ¿Esperar y postergar una solución a la lucha hasta que estas masas intermedias confundidas recuperen sus sentidos y puedan sacar todas las conclusiones de las lecciones de la guerra? ¿Cómo? ¿De qué manera? Las pausas artificiales son sólo posibles en escaramuzas entre los atletas en la arena del circo o en la tribuna del parlamento, pero no en una guerra civil. Cuanto mayor sea el grado de tensión en las relaciones y en cada desastre alcanzado como resultado de la guerra imperialista, menor posibilidad objetiva de mantener la lucha dentro de los límites de la democracia formal o de una cuenta universal simultánea. «En esta guerra, tú, imperialismo, has demostrado de lo que eres capaz, pero ahora ha llegado mi turno: tomaré el poder en mis manos y mostraré a las masas, que todavía vacilan y están confundidas, de lo que yo soy capaz, a donde las dirijo y lo que les puedo dar.» Tal era el lema de la sublevación de octubre del comunismo, y tal es el significado de esa terrible guerra que han declarado los espartaquistas al mundo burgués en las calles de Berlín. La masacre imperialista fue solucionada por la guerra civil. Cuanto más ha enseñado la guerra capitalista a los trabajadores a manejar el fusil, más decisivamente comenzaron a utilizar el rifle para sus propios fines. Sin embargo, el viejo baño de sangre, que todavía no ha sido finalmente liquidado, aquí y allá aviva todavía chispas de nuevos enfrentamientos sangrientos a lo largo de líneas nacionales y estatales, y amenaza con estallar en una nueva conflagración. En el preciso momento en que el comunismo está saludando a sus primeras victorias y tiene todo el derecho a no temer ninguna derrota, bajo la tierra volcánica todavía saltan las lenguas amarillas de las llamas del nacionalismo.

Polonia, que ayer estaba asfixiada, desmembrada, mutilada y desangrada, hoy en día, en una última y atrasada orgía de borrachera nacionalista, intenta saquear Prusia, Galitzia, Lituania y Bielorrusia. Y aun así el proletario polaco ya está construyendo los soviets.

El nacionalismo serbio busca una satisfacción de pillaje por las antiguas humillaciones y heridas en el territorio poblado por los búlgaros. Italia le arrebata las provincias serbias para sí misma. Los checos, que apenas se han liberado del talón germano-Habsburgo, embriagados por la independencia efímera que los poderosos tramposos del imperialismo les han dejado, violan las ciudades de la Bohemia alemana y amenazan a los rusos en Siberia. Los comunistas checos hacen sonar la alarma. Los acontecimientos traen más acontecimientos. El mapa de Europa está cambiando continuamente, pero los cambios más profundos ocurren en la conciencia de las masas. Ese rifle que ayer servía al imperialismo nacionalista, hoy, en las mismas manos, sirve a la causa de la revolución social. El mercado de valores estadounidense, que durante mucho tiempo hábilmente encendió el fuego europeo para dar a sus banqueros y empresarios la posibilidad de calentarse las manos con sus envíos, ahora envía a su jefe de ventas y agente de bolsa supremo, el pícaro y zalamero Wilson, para comprobar más de cerca si el asunto no ha ido demasiado lejos. No hace mucho los millonarios norteamericanos reían a mandíbula batiente, frotándose las manos: «Europa se ha convertido en un manicomio, Europa está agotada, arruinada, Europa se está convirtiendo en un cementerio de la cultura antigua; vamos hacer una visita a sus ruinas, podremos comprar sus mejores monumentos, invitaremos a tomar el té a los vástagos más augustos de todas las dinastías europeas; la competencia de Europa está desapareciendo, la vida industrial vendrá decididamente a nosotros y las ganancias de todo el mundo comenzarán a fluir hacia nuestros bolsillos norteamericanos.»

Pero ahora el cacareo malicioso está empezando a atascarse en las gargantas de la bolsa de los yanquis. Desde el caos europeo, con cada vez más fuerza y poder, se alza la idea de orden, de un nuevo orden comunista. En medio de la agitación y conmoción de los sangrientos enfrentamientos, ya sean de contenido imperialista, nacional o de clase, aquellos pueblos más atrasados en el sentido revolucionario van alcanzando lenta, pero firmemente, el nivel de quienes ya alcanzaron sus primeras victorias. Fuera de esa prisión de pueblos que era la Rusia zarista, una libre federación de repúblicas soviéticas crece ante nuestros ojos en nuestro propio tiempo con la liberación de Riga, Vilna y Járkov. No hay otra salida, no hay otro camino para los pueblos de la antigua Austria-Hungría y de la península balcánica. La Alemania soviética se unirá a esta familia que en un mes o dos abarcará a la Italia soviética y la Francia soviética. Convertir Europa en una Federación de Repúblicas Soviéticas es la única solución concebible para las necesidades del desarrollo nacional de los pueblos grandes y pequeños sin perjudicar a los requisitos centralistas de la unión económica, primero en Europa y luego en el mundo entero.

Los demócratas burgueses soñaron en sus tiempos con los Estados Unidos de Europa. Estos sueños encontraron una respuesta retrasada e hipócrita en los discursos de los socialdemócratas franceses en las primeras etapas de la última guerra. La burguesía no podía unir Europa puesto que contrapone los divisivos objetivos del imperialismo nacional a las tendencias unificadoras del desarrollo económico. Con el fin de unir a los pueblos es necesario liberar a la economía de las cadenas de propiedad privada. Solo la dictadura del proletariado es capaz de implementar los requerimientos del desarrollo nacional dentro de sus fronteras naturales y legítimas y de coordinar a las naciones en una unidad de cooperación en el trabajo: precisamente así será una Federación de Repúblicas Soviéticas de Europa basada en la libre autodeterminación de las naciones que la compongan. No hay otra solución. Esta unión será dirigida contra Gran Bretaña si ella va a la zaga del continente en su desarrollo revolucionario. Junto a una Gran Bretaña soviética, la federación europea dirigirá sus golpes contra la dictadura imperialista de Estados Unidos tanto tiempo como la república transatlántica siga siendo la república del dólar, hasta que los gritos triunfantes de la bolsa de valores de Nueva York se conviertan en su traqueteo de muerte.

El caos sangriento sigue sobre Europa. Lo viejo se junta con lo nuevo. Los acontecimientos empujan a los acontecimientos y la sangre se cuaja en sangre. Pero desde este caos, más y más firme y valientemente, se dan los pasos hacia la idea de un orden comunista del que la burguesía no pueda librarse con sus complots de Versalles, sus bandas de mercenarios, sus voluntaristas lacayos de la conciliación y el socialpatriotismo, o el gran patrón transatlántico de todos los carniceros capitalistas.

Ahora no es un fantasma del comunismo el que recorre Europa, como lo hizo hace 72 años cuando se escribió el Manifiesto Comunista: las ideas y las esperanzas de la burguesía se han convertido en espectros mientras que el comunismo marcha a través de Europa en carne y hueso.

 

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NOTAS

[23] El tiempo y las leyes cambian.

[24] C. Marx, «La burguesía y la contrarrevolución» (Segundo artículo), en Obras Escogidas de Marx y Engels, tres tomos, Tomo I, Editorial Progreso, Moscú, 1973, página 142.

[25] F. Engels, «Del socialismo utópico al socialismo científico», en Ibídem, Tomo III, páginas 109-110.

[26] Tomado de Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[27] Tomado de Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[28] Tomado de Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.