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Leon Trotsky
Los cinco primeros años de la IC

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VI.

ENTRE EL TERCER Y EL CUARTO CONGRESO MUNDIAL

 

 

 


Las enseñanzas del Tercer Congreso de la Internacional Comunista | [Balance General del Tercer Congreso Mundial de la Internacional Comunista. Informe al Segundo Congreso Mundial de la Internacional de la Juventud Comunista en su sesión del día 14 de julio de 1921] | [Resumen del discurso posterior al informe, y su discusión, en el Segundo Congreso de la Internacional Juvenil Comunista] | Discurso pronunciado ante la Segunda Conferencia Mundial de Mujeres Comunistas | Una escuela de estrategia revolucionaria | Carta del Ejecutivo de la I.C. al CD del PCF | Carta a Lenin [sobre el Partido Comunista Francés] | Cartas al Congreso de Marsella | Carta al congreso | Al Comité Director del Partido Comunista francés, París | Flujos y reflujos. La coyuntura económica y el movimiento obrero mundial | Discurso en la Undécima Conferencia del partido | [Discurso de Trotsky tras el informe de Zinóviev, «La táctica de la Internacional Comunista», presentado en la Conferencia de Diciembre de 1921 del Partido Comunista de Rusia - Bolchevique] | Paul Levi y algunos «izquierdistas» | Discurso [ante el Ejecutivo de la Internacional Comunista] | El Frente Único y el comunismo en Francia | Resolución de la Internacional Comunista sobre el Partido Comunista Francés | Los comunistas y los campesinos en Francia | Tras Génova y el 1º de Mayo. Las lecciones de nuestras grandiosas manifestaciones | Discurso ante Ejecutivo de la Internacional Comunista sobre la crisis del PCF | Del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista al Comité Central del Partido Comunista Francés | Carta a Rosmer | El comunismo francés y la actitud del camarada Rappoport | Carta a Ker | Cuarto discurso de Trotsky. Extractos de los protocolos del Ejecutivo de la Internacional Comunista  | Resolución y mensajes del Ejecutivo de junio de 1922 | Carta a Treint | Carta del Comité Ejecutivo a la Federación del Sena [Sobre el federalismo y el centralismo democrático] | [El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista a la Convención de París del Partido Comunista Francés] | (Adjunto) El frente único en Alemania [extractos carta de Clara Zetkin al CEIC] | [Del CEIC a la Convención de París del Partido Comunista Francés] | Quinto aniversario de la Revolución de Octubre y Cuarto Congreso Mundial de la Internacional Comunista. (Discurso pronunciado ante los miembros activos de la organización del partido en Moscú)

 

 

 

 

Rakosi resumía así el tiempo transcurrido tras el Tercer Congreso Mundial: «Los meses que siguieron fueron relativamente calmados y dieron a los diferentes partidos comunistas la posibilidad de ejecutar las decisiones del III Congreso. Las organizaciones fueron sometidas a un severo examen y mejoró la relación entre las diferentes secciones y el comité ejecutivo. Durante sus tres años de existencia, la III Internacional se convirtió en una organización verdaderamente mundial. La II Internacional, por ejemplo, no contaba con ningún partido en países como Francia e Italia. Por otra parte, no había casi ningún país donde la fracción más consciente del proletariado, sin distinción de raza o de color, no se hubiese convertido en sección de la Internacional Comunista. í‰sta comprende cerca de sesenta secciones, con unos efectivos totales de alrededor de tres millones de miembros, que poseen setecientos órganos de prensa. La conquista de nuevas masas y nuevas posiciones prosigue con éxito. El Congreso de los Trabajadores de Extremo Oriente, que se reunió en Moscú en enero de 1922, estableció la vinculación de la clase obrera china y japonesa con la Internacional Comunista.» Más de medio siglo después, Broué, sin embargo, debe constatar que tras el Tercer Congreso Mundial: «La tarea que le espera a la dirección de la Internacional Comunista es inmensa. Son raros los partidos que no se han visto sacudidos por la crisis a partir de marzo de 1921, y además algunos de ellos conocerán con algún retraso esa misma crisis y renovarán el debate de Moscú. De forma general se trata de una normalización, en el sentido estricto de la palabra, de la vuelta a una actividad normal, no de toma del poder sino de conquista de las masas, con un esfuerzo en las organizaciones de masas, como los sindicatos, la participación en las elecciones, pero también el respeto a los compromisos adquiridos en las veintiuna condiciones, como el apoyo a los pueblos coloniales y la actividad antimilitarismo. Además, en todas partes se trata de asegurar la unidad del partido, conservarla o conquistarla. Y esto, en la realidad, se demuestra extremadamente difícil.»

En efecto, el llamamiento del congreso, ¡hacia las masas!, concentraba todos los problemas que había acumulado el partido mundial en sus primeros años y se dirigía contra vicios, ya asentados en él, de sectarismo y oportunismo combinados. Trotsky, al igual que otros dirigentes revolucionarios, tuvo que emplearse a fondo en este giro como el lector podrá deducir de la lectura de los materiales reunidos en este capítulo.

También se encuentran en este capítulo dos discursos de Trotsky en el Segundo Congreso de la Internacional de la Juventud Comunista, congreso de primordial importancia pues en él se acabó con la independencia de la KIM.

Señalar que la Internacional Comunista era capaz de elaborar su política y su táctica pegada a la relación dialéctica entre ella y el movimiento obrero, como parte consustancial del mismo. Sirve de ejemplo la elaboración de la táctica del frente único que no surge sino del balance de la actividad del partido alemán, en particular de los acontecimientos de marzo de 1921. En enero de 1921 los comunistas alemanes habían lanzado su «Carta abierta» en respuesta a las demandas que desde Stuttgart dirigían las bases del partido que no hacían otra cosa sino ser parte orgánica de los 26.000 metalúrgicos sindicados que exigieron la organización unitaria de un combate de clase para lograr las cinco reivindicaciones obreras que juzgaban esenciales: bajada de los precios de los productos alimentarios, inventario de la producción y aumento de las prestaciones por desempleo, disminución de los impuestos sobre los salarios e impuestos sobre las grandes fortunas, control obrero de los suministros de materias primas y del abastecimiento así como de su reparto, desarme de las bandas reaccionarias y armamento del proletariado. El movimiento obrero, y la Internacional Comunista como parte orgánica de él, comenzaba una nueva etapa. El intervalo entre el tercer y el cuarto congreso, así como el mismo cuarto congreso, presenciará el desarrollo de la elaboración de esta táctica.

En este intervalo se celebró el Congreso de los Trabajadores de Extremo Oriente que fue decidido en noviembre de 1920 por el CEIC, un congreso similar al de Bakú para los pueblos de Extremo Oriente ... pero que no fue retomado antes del Tercer Congreso mundial. Después de descartar Irkust (Siberia), el congreso se abrió en Moscú el 21 de enero de 1922.

El 2 de abril de 1922 se abría en Berlín la Conferencia de las Tres Internacionales a la que la IC asistió. Esta conferencia, realizada a iniciativa de la Unión de Viena (la Internacional 2 y ½), fue el único paso dado históricamente, hasta ahora, para establecer un frente único (atención: no sólo «por la base»™, pues en ella estaban representadas las direcciones de la Segunda Internacional, de la Unión de Viena y de la Internacional Comunista) a nivel internacional. En opinión de Lenin se pagó «demasiado caro», pero, y a pesar del error técnico de haber pagado demasiado caro: «Adoptamos la táctica del frente único para ayudar a esas masas a luchar contra el capital [ ...] y llevaremos esa táctica hasta el fin.»[73] La conferencia y los acuerdos fueron constantemente boicoteados por la Segunda Internacional y la Internacional 2 y ½ (boicot del que Kriegel, en la Historia General del Socialismo, levanta acta: «Pero la conferencia [ ...] se convierte en una requisitoria contra la Tercera Internacional»[74]), sin embargo, y según Rakosi, en la espera impuesta para la conferencia general no pudo evitar convocar manifestaciones unitarias a nivel mundial para el 20 de abril y el 1º de Mayo de 1922 con las consignas «Por la jornada de 8 horas», «Por la lucha contra el paro provocado por la política de reparaciones de las potencias capitalistas», «Por la acción unida del proletariado contra la ofensiva capitalista», «Por la revolución rusa, por la Rusia hambrienta, por la reanudación de las relaciones políticas y económicas con Rusia» y «Por el restablecimiento del frente único proletario nacional e internacional», según Rakosi. De ahí el texto de Trotsky que figura en este capítulo sobre la Conferencia de Ginebra y el 1º de Mayo.

Como había decidido el congreso en aras de mejorar la elaboración política de la IC, se celebraron dos reuniones ampliadas del CEIC: del 21 de febrero al 4 de marzo de 1922 y en junio del mismo año.

Los materiales sobre el partido francés son muy abundantes en este capítulo y por sí solos podrían formar un buen folleto sobre la estrategia y la táctica, folleto que no es necesario pues también en este capítulo publicados su texto sobre la escuela de estrategia revolucionaria que había supuesto el congreso anterior y los desarrollos del movimiento obrero que le siguieron. Añádase el texto también aquí publicado sobre la táctica de la Internacional Comunista y su discurso ante la segunda conferencia del partido ruso. De nuevo Trotsky debe despejar malentendidos, voluntarios o no, sobre su relación con los izquierdistas alemanes en un texto publicado en el capítulo que el lector se dispone a leer. Señalar por último señalar su intervención sobre el quinto aniversario de la revolución proletaria.

 

 


 

Las enseñanzas del Tercer Congreso de la Internacional Comunista[75]

12 de julio de 1921

Las clases tienen su origen en el proceso de producción. Son capaces de vivir mientras juegan un papel necesario en la organización común del trabajo. Las clases pierden pie si sus condiciones de existencia están en contradicción con el desarrollo de la producción, es decir el desarrollo de la economía. En tal situación se encuentra actualmente la burguesía.

Ello no significa del todo que la clase que ha perdido sus raíces y que ha devenido parasitaria deba perecer inmediatamente. Aunque las bases de la dominación de clases descansen sobre la economía, las clases se mantienen gracias a los aparatos y órganos del estado político: ejército, policía, partido, tribunales, prensa, etc. Con la ayuda de esos órganos, la clase dominante puede conservar el poder durante años y décadas incluso cuando se ha convertido en un obstáculo directo para el desarrollo social. Si este estado de cosas se prolonga durante mucho tiempo, la clase dominante puede arrastrar en su caída al país y a la nación que domina.

De ahí resulta la necesidad de la revolución. La nueva clase, que también es la fuente nueva del desarrollo económico, es el proletariado. El proletariado debe derrocar a la burguesía, arrancar el poder de sus manos y transformar al aparato de estado en un arma que sirva para la reorganización de la sociedad.

La burguesía en la posguerra

La burguesía ya se convirtió en una clase parasitaria y antisocial antes de la guerra. Durante la guerra quedó demostrado claramente que la dominación de la burguesía estaba en contradicción con el desarrollo futuro e incluso con la conservación de la vida económica. La guerra no puso en evidencia únicamente esta contradicción sino que la agravó y agudizó hasta el extremo.

Durante la guerra, los órganos políticos del gobierno burgués, estado, ejército, policía, parlamento, prensa, se desacreditaron y debilitaron de forma extraordinaria. En el primer período de posguerra, la burguesía estaba completamente desorientada, sondeaba con ansiedad el terreno, titubeaba y hacía concesiones pues temía los ajustes de cuentas porque había perdido completamente la confianza en los viejos métodos y hábitos del gobierno. En 1919, el año más crítico para la burguesía, el proletariado europeo hubiese podido coger el poder a costa de mínimos sacrificios si una organización revolucionaria y verdaderamente activa hubiese estado a su cabeza, organización que hubiese adoptado objetivos claros y que hubiese sido capaz de perseguirlos, es decir si hubiese tenido como guía al partido comunista.

Pero éste no fue el caso. Por el contrario, la clase obrera, que tras la guerra trataba de conquistar para ella nuevas condiciones de existencia y que atacaba a la sociedad burguesa, llevaba a cuestas a los partidos y sindicatos de la Segunda Internacional cuyos esfuerzos, conscientes o instintivos, tendían a la conservación de la sociedad burguesa.

El papel de la socialdemocracia

La burguesía que se ocultaba tras la socialdemocracia aprovechó lo mejor que pudo esta tregua. Se curó del pánico de los primeros días; reorganizaba sus órganos de estado, los completaba con bandas contrarrevolucionarias armadas y reclutaba especialistas políticos para la lucha contra el movimiento revolucionario abierto, especialistas que trabajaban con la ayuda de métodos combinados de intimidación, corrupción, provocación, aislamiento, división, etc. La tarea principal de esos especialistas consiste en entablar una serie de luchas con los diferentes partidos separados de la vanguardia del proletariado, en desangrarlos y quitarle con ello a la clase obrera la fe en un éxito posible.

En el dominio de la reconstrucción de la vida económica, la burguesía no ha hecho nada importante durante los tres años de posguerra. Por el contrario, en el presente es cuando se muestran las funestas consecuencias de la guerra en toda su extensión bajo la forma de una crisis que jamás se había producido en la historia del capitalismo. Así vemos claramente que, por ejemplo, las condiciones políticas de los sindicatos que, al fin de cuentas, dependen de las condiciones económicas, no siguen un curso automático y paralelo a éstas.

Mientras que en el dominio de la producción y del comercio el aparato universal capitalista está completamente inactivo hasta el punto que la situación en 1919, comparada con la de ahora, significa el bienestar más perfecto, la burguesía, en el domino de la política, ha sabido fortalecer los órganos y los ejércitos de su dominación.

Los jefes de la burguesía ven muy bien el precipicio que se abre ante ellos. Pero están prestos y lucharán hasta el final. Consideran la situación como un asunto de estrategia política. Reprimen audazmente cada movimiento del proletariado, se esfuerzan en debilitarlo, sobre todo en Alemania donde los fraccionan gracias a una serie de luchas particulares.

La acción obrera

Los obreros han luchado mucho y han realizado grandes sacrificios durante los tres últimos años. No han logrado conquistar el poder. Por ello, la clase obrera se hace más prudente de lo que lo era en los años 1919 y 1920. A consecuencia de ataques más o menos violentos, los obreros encontraron cada vez una resistencia mejor organizada y fueron repelidos. Han comprendido y sentido que una conducta firme y una estrategia revolucionaria eran necesarias para asegurar el éxito del proletariado. Si las masas obreras ya no responden a los llamamientos revolucionarios tan prontamente como lo hacían en 1918 o 1919, no es porque se hayan hecho menos revolucionarias, sino porque ahora son menos ingenuas. Quieren una garantía para la victoria.

Solo puede conducirlas a una lucha decisiva el partido que muestre en la práctica, bajo todas las circunstancias y condiciones, no solamente la voluntad de luchar, es decir su coraje, sino, también, su capacidad para conducir a las masas al combate, para maniobrar, atacar, efectuar una retirada si las condiciones son desfavorables, reunir todas las fuerzas y todos los medios para el golpe, y aumentar con ello sistemáticamente su influencia sobre las masas y su autoridad. Sin duda, los partidos de la Internacional Comunista no se han dado cuenta de este deber. Ahí radica la fuente principal de los errores tácticos y de las crisis internas en los diferentes partidos comunistas.

La representación puramente mecánica de la revolución proletaria, que tiene únicamente como punto de partida la ruina constante de la sociedad capitalista, ha llevado a algunos grupos de camaradas a la falsa teoría de la iniciativa de las minorías que derriban, gracias a su «osadía», «los muros de la pasividad común del proletariado» y a ataques incesantes de la vanguardia del proletariado como nuevo método de combate en las luchas y al empleo de métodos de revuelta armada. Es inútil decir que esta suerte de teoría de la táctica no tiene nada en común con el marxismo. Su empleo iguala la estrategia de los jefes militares y políticos de la burguesía.

El verdadero método

No hay duda alguna que los métodos y teorías aventureros han surgido de la clase obrera que reaccionaba contra las corrientes reformistas de las que son el resultado directo. Mientras que las corrientes reformistas y centristas son una fuerza exterior y un enemigo abierto, las corrientes subjetivas y aventureras constituyen un peligro interior que sería imperdonable desconocer. El mal de la subjetividad revolucionaria consiste, según la expresión del Dr. Herzeris, en que necesita un embarazo de cinco o seis meses en lugar de nueve meses.

El tercer congreso constata la ruina de las bases económicas de la dominación burguesa. Al mismo tiempo, pone enérgicamente en guardia a los obreros conscientes contra la creencia ingenua que piensa que de ello resulta, automáticamente, la caída de la burguesía, provocada por las ofensivas incesantes del proletariado. El instinto de conservación de la clase burguesa jamás había creado métodos de defensa y de ataque tan variados como en el presente. Las condiciones económicas de la victoria de la clase obrera son visibles. Sin esta victoria, están aseguradas la ruina y la pérdida de toda la civilización, ruina y pérdida que nos amenazan en un futuro más o menos próximo. Pero esta victoria solamente puede ser lograda con una dirección razonable de los combates y en primer lugar con la conquista de la mayoría de la clase obrera. Esta es la principal enseñanza del tercer congreso.

 

 

 


 

 

[Balance General del Tercer Congreso Mundial de la Internacional Comunista. Informe al Segundo Congreso Mundial de la Internacional de la Juventud Comunista en su sesión del día 14 de julio de 1921][76]

(14 de julio de 1921)

Si queremos expresar el significado del Tercer Congreso Mundial de la Internacional Comunista de forma sucinta, con toda probabilidad diríamos que quedará inscrito en los anales del movimiento obrero como la más alta escuela de estrategia revolucionaria. El Primer Congreso Mundial de nuestra Internacional Comunista emitió la convocatoria para reunir a las fuerzas de la revolución proletaria mundial. El Segundo Congreso Mundial elaboró la base programática para movilizar dichas fuerzas. [Teniendo en cuenta que] la Internacional Comunista ya estaba en contacto con esas fuerzas [durante las sesiones de aquel segundo congreso], las consolidó y se enfrentó así a las cuestiones prácticas más importantes del movimiento revolucionario. Por eso el Tercer Congreso Mundial se convirtió, como dije, en la más alta escuela de estrategia revolucionaria. Desde el principio, el Tercer Congreso Mundial planteó la cuestión de si fueron correctas las posiciones fundamentales de la Internacional Comunista en su primer y segundo congresos. Después de una profunda y completa revisión de los hechos y las tendencias históricas (puesto que los hechos como tales, separados y apartados de las tendencias históricas, no tienen mucho significado), el congreso llegó a la conclusión de que esas posiciones eran correctas y de que nos encontramos en la era del desarrollo de la revolución mundial.

Después de la guerra, la burguesía puso de manifiesto su total incapacidad para volver a equilibrar los factores del desarrollo económico, es decir, los mismos cimientos de su existencia. Toda la atención de la burguesía estaba centrada en mantener las clases en equilibrio. Y con gran dificultad tuvo éxito durante los últimos tres años en preservar este inestable equilibrio de clases y el de su superestructura estatal. El Tercer Congreso Mundial centró la atención de todos los luchadores en la Internacional Comunista precisamente en el hecho de que, al abordar la cuestión del tempo de desarrollo, es necesario diferenciar entre los factores económicos, que son los fundamentos más profundamente arraigados de la sociedad, y los factores secundarios como política, parlamentarismo, prensa, escuela, iglesia, etc. No hay que engañarse a sí mismos sobre que una clase que está históricamente en bancarrota en el sentido económico pierde instantánea y automáticamente los aparatos de su dominación. No, por el contrario, la experiencia histórica nos enseña que cada vez que una clase dominante, que ha mantenido el poder en sus manos durante siglos, se enfrenta al peligro de perder el poder, su instinto de poder se vuelve extremadamente sensible. Y es precisamente durante la época del declive económico del orden social establecido bajo el dominio de esa clase cuando la clase dominante revela la máxima energía y la mayor sagacidad estratégica en el mantenimiento de su posición política. Esto es considerado una contradicción por aquellos marxistas que aprehenden mecánicamente el marxismo o, como dice la expresión, metafísicamente; y, por ello, caen realmente en una contradicción. Distinto sucede con quienes aprehenden la historia a través de su lógica interna y dinámica, a través de la interacción de sus diferentes factores (a través de la interacción de la base económica con las clases, de las clases con el estado, del estado con las clases y de éstas con la base económica. Para cualquiera que no se haya graduado de la escuela del genuino marxismo, siempre será incomprensible cómo la burguesía se transforma de una clase económica dirigente, verdadera (una clase que explota pero que también organiza al mismo tiempo), en una clase completamente parasitaria y en una fuerza que es contrarrevolucionaria en el sentido más amplio de la palabra. Como esta misma burguesía pasa a estar armada desde los pies hasta la cabeza con todos los medios y métodos de la lucha de clases, desde los más hipócritas, la fraseología democrática, a la represión más brutal y sangrienta contra la clase obrera. Muchos de nosotros imaginábamos la tarea de derrocar a la burguesía mucho más simple de lo es que realmente y cómo la realidad nos lo ha demostrado ahora. Ante nosotros está un árbol semipodrido. Nada parecería más simple que derribarlo sin esfuerzo. Pero con este enfoque uno no puede llegar muy lejos en el rápido flujo de los acontecimientos sociales. Al concentrar todos sus esfuerzos en el último período no tanto en restaurar el fundamento económico como en restaurar el equilibrio de clases, la burguesía ha logrado éxitos muy serios en el sentido político y estratégico. Esto es un hecho, y resulta ser un hecho bastante gratificante para la revolución pues si la burguesía hubiese conseguido restaurar los mismos fundamentos de su dominación o hubiera dado un solo paso adelante en esta dirección, nos habríamos visto obligados a decir: sí, la burguesía ha logrado restaurar los pilares de su dominación de clase. La perspectiva para el desarrollo futuro de la revolución sería en ese caso, naturalmente, sumamente triste. Pero sucede que tal no es el caso; que, por el contrario, todos los esfuerzos de la burguesía, todas las energías que emplea para mantener el equilibrio de clase, se manifiestan invariablemente a expensas de la base económica sobre la que descansa la burguesía, a expensas de esa base económica.

Así, la burguesía y la clase obrera quedan sobre un terreno que hace ineludible nuestra victoria, no en el sentido astronómico, por supuesto, no ineludible como la puesta o salida del sol, sino ineludible en el sentido histórico, en el sentido de que toda la sociedad y la cultura humanas están condenadas caso que no alcancemos la victoria. La historia nos enseña esto. La antigua civilización romana pereció así. La clase de propietarios de esclavos llegó a ser incapaz de conseguir un mayor desarrollo. Se transformó en una clase absolutamente parasitaria y en descomposición. No había otra clase que la reemplazase y la antigua civilización pereció. Por ejemplo, en la historia moderna se observan fenómenos análogos, como el declive de Polonia hacia fines del siglo XVIII, cuando la clase feudal gobernante había sobrevivido a su época, mientras que la burguesía seguía siendo demasiado débil para tomar el poder. Como resultado de ello se derrumbó el estado polaco. Como guerreros de la revolución, estamos convencidos (y los hechos objetivos nos lo corroboran) de que nosotros, como clase obrera, de que nosotros, como Internacional Comunista, no sólo salvaremos nuestra civilización, el producto centenario de cientos de generaciones, sino que la elevaremos a niveles mucho más altos de desarrollo. Sin embargo, desde el punto de vista de la teoría pura, no está excluida la posibilidad de que la burguesía, armada con su aparato estatal y toda su experiencia acumulada, pueda seguir luchando contra la revolución hasta agotar en la civilización moderna de cualquier átomo de su vitalidad, hasta que haya sumido a la humanidad moderna en un estado de colapso y decadencia durante mucho tiempo.

Con todo lo dicho, quiero decir simplemente que la tarea de derrocar a la burguesía a la que se enfrenta la clase obrera no es mecánica. Es una tarea que requiere para su cumplimiento: la energía revolucionaria, la sagacidad política, la experiencia, la amplitud de miras, la resolución, sangre ardiente pero al mismo tiempo cabeza fría. Es una tarea política, revolucionaria, estratégica. Precisamente en el transcurso del último año un partido nos ha dado una lección muy instructiva al respecto. Me refiero al Partido Socialista Italiano, cuyo órgano oficial se llama Avanti. Sin someter al análisis todo el conjunto de cuestiones tácticas relativas a la lucha y a la victoria, sin un panorama claro de las circunstancias concretas de esta lucha, el partido italiano se sumergió en una agitación revolucionaria, estimulando a los obreros italianos. ¡Adelante! La clase trabajadora de Italia demostró que la sangre que circula en sus venas es lo suficientemente caliente. Se tomó en serio todas las consignas del partido y avanzó, se apoderó de fábricas, talleres, minas, etc. Pero poco después se vio obligada a llevar a cabo una terrible retirada y se separó completamente del partido durante un período entero. El partido la había traicionado pero no en el sentido de que hay traidores conscientes instalados en el Partido Socialista Italiano, no; nadie está diciendo esto, sino porque en ese partido estaban los reformistas que por su entera constitución espiritual eran hostiles a los intereses genuinos de la clase obrera. Allí estaban los centristas, que no tenían ni comprendían las necesidades internas de un verdadero movimiento obrero revolucionario. Gracias a todo esto, todo el partido se transformó en un instrumento de agitación revolucionaria completamente abstracta y superficial. Pero la clase obrera, debido a su posición, se vio obligada a aceptar seriamente esa agitación. Sacó las conclusiones revolucionarias extremas de dicha agitación y, como resultado de ello, sufrió una cruel derrota. Esto significa que en este caso quedó al descubierto la total ausencia de tácticas en el sentido amplio de la palabra, o, expresando la misma idea en términos militares, la ausencia completa de estrategia. Y ahora podemos imaginarnos, (esto es, por supuesto, pura elucubración y no un intento de sugerir tal idea a nuestro espléndido Partido Comunista de Italia) es posible, digo, imaginar que ese partido pueda proclamar: tras tan terrible derrota, después de semejante traición por parte del viejo partido socialista, nosotros, los comunistas, que estamos realmente preparados para extraer las conclusiones más extremas, debemos proceder inmediatamente a la venganza revolucionaria; tenemos que llevar a la clase obrera a una ofensiva contra los baluartes de la sociedad capitalista.

El Tercer Congreso Mundial consideró teórica y prácticamente esta cuestión y dijo: si en el momento actual, inmediatamente después de la derrota consecuente a la traición del Partido Socialista de Italia, la Internacional Comunista le impusiera al partido italiano la tarea de pasar instantáneamente a una ofensiva, cometería un error estratégico fatal, porque la batalla decisiva requiere la correspondiente preparación. Y dicha preparación, camaradas, no consiste en recaudar cotizaciones para el comité de finanzas del partido durante un período de décadas, ni en sumar el número de suscriptores a la venerable prensa socialdemócrata, etc. No, la preparación, especialmente en una época como la nuestra, cuando el estado de ánimo de las masas cambia y se eleva rápidamente, no requiere décadas, ni siquiera años, sino sólo unos pocos meses. Prever los intervalos de tiempo es, en general, una ocupación muy miserable; pero en todo caso una cosa está clara: cuando hablamos hoy de preparación, ésta adquiere un significado completamente distinto del que tenía en la época orgánica del desarrollo económico gradual. La preparación para nosotros significa la creación de condiciones que nos aseguren la simpatía de las más amplias masas. En ningún caso podemos renunciar a este factor. La idea de reemplazar la voluntad de las masas por la resolución de la llamada vanguardia es absolutamente inadmisible y no marxista. A través de la conciencia y la voluntad de la vanguardia es posible ejercer influencia sobre las masas, es posible ganar su confianza, pero es imposible reemplazar a las masas con esta vanguardia. Y por esta razón el Tercer Congreso Mundial ha puesto ante todos los partidos, como la tarea más importante e impostergable, la exigencia de que la mayoría de los trabajadores se sientan atraídos a nuestro lado.

Aquí se ha señalado que el camarada Lenin había dicho en uno de sus discursos en el congreso que un pequeño partido también podía, bajo determinadas condiciones, arrastrar tras de sí a la mayoría de la clase obrera y conducirla. Esto es absolutamente correcto. La revolución es una combinación de factores objetivos independientes de nosotros y que son los factores más importantes y de factores subjetivos que dependen de nosotros en menor o mayor medida. La historia no siempre, o más correctamente, la historia casi nunca funciona de tal manera que primero se preparan las condiciones objetivas, como, por ejemplo, si primero ponemos la mesa y luego llamamos a los invitados a sentarse. La historia no se detiene hasta que la clase correspondiente, en nuestro caso el proletariado, esté organizada, haya clarificado su conciencia y puesto en marcha su voluntad, para luego, graciosamente, invitarla a llevar a cabo la revolución sobre la base de estas condiciones social y económicamente maduras. No, las cosas suceden de una manera diferente. La necesidad objetiva de la revolución ya puede estar completamente al alcance. La clase obrera, hablando sólo de esta clase porque ahora sólo estamos interesados en la revolución proletaria, puede no estar todavía completamente preparada, mientras que el partido comunista puede, por supuesto, abarcar sólo a una insignificante minoría de la clase obrera. Camaradas, ¿qué ocurriría entonces? Se produciría una revolución muy prolongada y sanguinaria, y en el curso de la revolución el partido y la clase obrera tendrían que compensar lo que les faltaba desde el principio.

Tal es la situación actual. Y por lo tanto, si es cierto (y es cierto) que bajo determinadas condiciones incluso un pequeño partido puede convertirse en la organización principal no sólo del movimiento obrero, sino también de la revolución obrera, esto sólo puede ocurrir bajo la condición de que este pequeño partido descubra en su pequeñez no una ventaja, sino la mayor desgracia de la que debe librarse tan pronto como sea posible.

Al congreso asisten ciertos compañeros que representan a los partidos más pequeños, por ejemplo, el Partido Comunista Obrero de Alemania (KAPD). Este partido es revolucionario, incluso muy revolucionario, de esto no nos cabe la menor duda. Y si la revolución consistiese en que el KAPD manifestara su magnífica voluntad revolucionaria en la acción, y si tal demostración fuese suficiente para poner a la burguesía alemana de rodillas, la revolución ya sería un hecho consumado en Alemania. Pero la acción demostrativa de una sola secta revolucionaria no es suficiente. Los representantes del KAPD han dicho lo que el camarada Lenin también admitió, a saber: que un pequeño partido puede asumir el papel principal. Y eso es realmente así. Pero en ese caso no puede ser una pequeña secta, que se enfrenta a un partido revolucionario mucho mayor, el partido de la clase obrera, y que ve en su pequeño número una gran superioridad histórica. Tal partido nunca puede convertirse en el partido principal de la clase obrera. í‰sta es toda la esencia de la cuestión.

Y así, el Tercer Congreso Mundial ha proclamado que la preparación es la tarea del momento actual. Coincidiendo con esto, se vio obligado a susurrar a determinados grupos y camaradas, y a veces también a gritarles, que retrocedieran un poco para realizar un repliegue estratégico y que, atrincherándose en determinada línea política, emprendiesen los preparativos para una ofensiva real. Ahora, camaradas, ¿fue realmente necesario este consejo que se ha convertido en una orden? ¿O tal vez marca ya el comienzo de la caída de la Internacional Comunista, como afirman algunos? Creo que hay una urgente necesidad de dar este consejo a determinados grupos, organizaciones y camaradas. Pues, repito, entre determinados grupos (y no me refiero sólo al KAPD, sino también a partidos mucho más grandes y a tendencias dentro de los grandes partidos) existía una genuina voluntad de revolución, algo que no se había percibido en Europa occidental durante mucho tiempo. En este sentido podemos anotar un gran paso colosal desde el Primer Congreso Mundial hasta la celebración del Tercer Congreso Mundial. Tenemos grandes partidos con una clara voluntad de acción revolucionaria, y sin tal voluntad es imposible hacer una revolución (en el sentido en que un partido puede, en general, hacer una revolución). Pero entre ciertos grupos, periodistas e, incluso, líderes, han prevalecido puntos de vista sobre los métodos de esta revolución que son demasiado simples. Probablemente sepan que la llamada teoría de la ofensiva avanza posiciones. ¿Cuál es la esencia de esta teoría? Su idea es que hemos entrado en la época de la descomposición de la sociedad capitalista, es decir, la época en que la burguesía debe ser derrocada. ¿Cómo? Mediante la ofensiva de la clase obrera. Esta formulación puramente abstracta es correcta. Sin embargo, se ha tratado de convertir este capital teórico en moneda correspondiente de menor valor y se ha declarado que esa ofensiva consiste en un número sucesivo de ofensivas más pequeñas. Así surgió la teoría, cuyo más claro exponente es la revista de Viena Comunismus, la teoría de la ofensiva inmaculada correspondiente al carácter revolucionario de la época.

Camaradas, se ha maltratado mucho a la analogía entre la lucha política de la clase obrera y las operaciones militares. Pero hasta cierto punto se puede hablar aquí de similitudes. En la guerra civil uno de los dos lados contendientes debe, inevitablemente, emerger como vencedor; porque la guerra civil difiere de la guerra nacional en que, en este último caso, es posible un compromiso: uno puede ceder al enemigo una parte del territorio, uno puede pagarle una indemnización, llegar a algún acuerdo con él. Pero en la guerra civil esto es imposible. Aquí, una u otra clase y, por lo tanto, nuestra estrategia tuvo que consistir en una ofensiva victoriosa. Nos vimos obligados a liberar nuestra periferia de la contrarrevolución. Pero recordando hoy la historia de nuestra lucha, podemos ver que sufrimos la derrota con bastante frecuencia. En el aspecto militar, nosotros también tenemos nuestras jornadas de marzo, hablando en alemán. Y nuestros septiembre, hablando en italiano. ¿Qué sucede después de una derrota parcial? Se produce una cierta dislocación del aparato militar, surge una cierta necesidad de un respiro, una necesidad de reorientación y una estimación más precisa de las fuerzas recíprocas, la necesidad de compensar las pérdidas y de inculcar en las masas la conciencia de la necesidad de una nueva ofensiva y de una nueva lucha. A veces todo esto sólo es posible bajo las condiciones de retirada estratégica. A los soldados (especialmente si son soldados de un ejército revolucionario con conciencia de clase) se les dice en ese momento: debemos entregar tales y tales puntos, tales y tales ciudades y áreas y retirarnos más allá del Volga, para consolidar nuestra posición y en el transcurso de tres o cuatro semanas, o tal vez varios meses, reorganizar nuestras filas, compensando nuestras pérdidas y luego pasar a una nueva ofensiva. Debo confesar que durante el primer período de nuestra Guerra Civil la idea de la retirada fue siempre muy dolorosa para todos nosotros y produjo estados de ánimo muy bajos entre los soldados. Una retirada es un movimiento. Que alguien dé diez pasos adelante o diez pasos atrás depende enteramente de los requisitos del momento. Para la victoria a veces es necesario avanzar, y a veces retroceder.

Pero para entender esto correctamente, para discernir en un repliegue, en una retirada, la parte de un plan estratégico unificado, para eso se requiere determinada experiencia. Pero si uno razona puramente de forma abstracta e insiste siempre en seguir adelante, si uno se niega a asimilar en su cerebro la estrategia suponiendo que todo puede ser reemplazado por un esfuerzo adicional de voluntad revolucionaria, ¿qué resultados se obtiene entonces? Tomemos por ejemplo los acontecimientos de septiembre en Italia o los de marzo en Alemania. Se nos dice que la situación en estos países sólo puede ser subsanada por una nueva ofensiva. En los días de marzo (y lo digo abiertamente) no arrastramos ni a una quinta ni, incluso, a una sexta parte de la clase obrera y sufrimos una derrota, en un sentido puramente práctico, es decir: no conquistamos el poder (por cierto, el partido ni siquiera se impuso esta tarea); tampoco paralizamos la contrarrevolución. Esta es, sin lugar a dudas, una derrota práctica. Pero si ahora, siguiendo la anterior teoría de la ofensiva, dijéramos: sólo una nueva ofensiva puede remediar la situación, ¿qué es lo que podríamos ganar? Entonces no arrastraríamos tras de nosotros ni a más de una sexta parte de la clase obrera, sino sólo a ese sector de la primera sexta parte que ha permanecido apta para el combate. De hecho, después de una derrota siempre hay que observar una cierta depresión, que, por supuesto, no dura para siempre, pero que dura un tiempo. Bajo estas condiciones sufriríamos una derrota aún mayor y mucho más peligrosa. No, camaradas, después de tal derrota debemos retirarnos. ¿En qué sentido? En el sentido más simple. Debemos decirle a la clase obrera: sí, camaradas, sobre la base de los hechos nos hemos convencido de que en esta lucha sólo teníamos una sexta parte de los trabajadores tras nosotros. Pero debemos contar al menos con cuatro sextos, o dos tercios, para pensar seriamente en la victoria; y para ello debemos desarrollar y salvaguardar las fuerzas mentales, espirituales, materiales y organizativas que son nuestros lazos con la clase. Desde el punto de vista de la lucha ofensiva, esto significa una retira estratégica en aras de la preparación. Carece de cualquier importancia que uno llame a este izquierdista o que diga que va hacia la derecha. Todo depende de lo que uno quiere decir con estas palabras. Si por el izquierdismo se entiende una disposición formal a avanzar en cualquier momento y a aplicar las formas más agudas de lucha, entonces esto, por supuesto, significa una tendencia a la derecha. Pero si las palabras «partido de izquierda» o «tendencias de izquierda» se entienden en un sentido histórico más profundo, en un sentido dinámico, en el sentido de un movimiento que se fija la tarea más grande de la época y la satisface con los mejores medios, entonces esto constituiría un paso adelante hacia la izquierda, la tendencia revolucionaria. Pero no perdamos el tiempo con tal escolasticismo filológico. A los que se burlan de las palabras y dicen que el congreso ha dado un paso hacia la derecha les exigimos que nos den una definición precisa de qué quieren decir con derecha o con izquierda.

No hay necesidad de que me detenga en el hecho de que algunos camaradas extremadamente inteligentes han avanzado una hipótesis según la cual los rusos son principalmente culpables de la actual «tendencia derechista», porque los rusos han establecido relaciones comerciales con los occidentales Y están gravemente preocupados porque estas relaciones se vean interrumpidas por la revolución europea y por otros contratiempos. No he oído esta hipótesis, por así decirlo, sino rumores maliciosos de que también existen teóricos del desarrollo histórico que extienden su lealtad al espíritu de Marx hasta el punto de buscar también fundamentos económicos para esta tendencia de derechas en Rusia. Me parece, camaradas, que se han metido en un callejón sin salida. Por supuesto, desde un punto de vista puramente fáctico, tendríamos que reconocer que la revolución en Alemania, en Francia, en Inglaterra, nos traería los mayores beneficios, porque nuestras relaciones comerciales algo tímidas con Occidente nunca nos proporcionarán la misma ayuda que podríamos recibir de una victoriosa revolución proletaria. La revolución nos liberaría en primer lugar de la necesidad de mantener un ejército de varios millones en nuestro país, que está tan económicamente arruinado; y esta circunstancia por sí sola nos traería el mayor alivio y, al mismo tiempo, la posibilidad de una restauración económica.

Y por lo tanto, esta hipótesis es totalmente inútil. Y en este sentido no difiere de esa otra afirmación de que el partido comunista ruso insistió en provocar artificialmente una revolución en Alemania en marzo para que la Rusia soviética pudiera hacer frente a sus dificultades domésticas. Esta aserción es absurda pues una revolución parcial, un levantamiento en un sólo país, no puede ayudarnos en nada. Estamos sufriendo la destrucción de las fuerzas productivas como resultado de la guerra imperialista, la guerra civil y el bloqueo. La ayuda sólo puede llegarnos mediante los envíos de fuerzas técnicas auxiliares a gran escala, mediante la llegada de trabajadores altamente calificados, locomotoras, máquinas, etc. Pero en ningún caso de insurrecciones parciales y sin éxito en este o aquel país. Esa Rusia soviética será capaz de mantenerse y desarrollarse sólo en caso de revolución mundial. Esto, camaradas, se puede leer literalmente en todo lo que hemos escrito. Ustedes pueden convencerse de que hace quince años escribimos que, por la fuerza de la lógica interna de la lucha de clases en Rusia, la revolución rusa llevaría ineludiblemente a la clase obrera rusa al poder; pero que este poder podría estabilizarse y consolidarse bajo la forma de una dictadura socialista victoriosa sólo si sirviese de punto de partida y siguiera siendo parte integral de la revolución mundial del proletariado internacional. Esta verdad conserva toda su fuerza hasta el día de hoy. Y por esta razón Rusia, como cualquier otro país, sólo le interesa el desarrollo lógico interno de las fuerzas revolucionarias del proletariado y no, en absoluto, acelerar o retrasar artificialmente el desarrollo revolucionario.

Algunos camaradas han expresado el temor de que al formular la cuestión en la forma en que lo hicimos, estemos llevando agua al molino de los elementos centristas y pasivos del movimiento obrero. Estos temores también me parecen absolutamente infundados. En primer lugar, porque los principios en que se basa nuestra actividad siguen siendo los que fueron adoptados por el Primer Congreso Mundial, elaborados teóricamente en detalle por el Segundo Congreso Mundial, y confirmados, ampliados y substanciados en concreto por el Tercer Congreso Mundial. Estos principios determinan toda la actividad de la Internacional Comunista. Si durante la época del primer y segundo congresos condenamos teóricamente las tendencias reformistas y centristas, ahora esto ya no es suficiente. Hoy en día debemos elaborar una estrategia revolucionaria para superar en la práctica estas tendencias condenadas por nosotros. Aquí radica la esencia de la cuestión. Y en este sentido, también, algunos comunistas mantienen un enfoque simple, y por lo tanto incorrecto. Imaginan que se pueden obtener resultados revolucionarios repitiendo incesantemente que seguimos siendo enemigos irreconciliables de todas y cada una de las tendencias centristas. Por supuesto, seguimos siendo así. Cada paso hacia la reconciliación con las tendencias pasivas del centrismo y del reformismo significaría la completa desintegración de todo nuestro movimiento. La cuestión no radica en esto, sino en qué curso de acción debemos seguir para desmarcarnos teórica y organizativamente de todas las tendencias centristas donde quiera que aparezcan. Esto es el ABC. Sería ridículo entablar una disputa sobre esto dentro de la Internacional Comunista. Las diferencias de opinión sólo pueden surgir sobre la cuestión de si debemos expulsar de inmediato a los elementos centristas de tal o cual partido, o si es más conveniente esperar un tiempo y darles la oportunidad de desarrollarse en una dirección revolucionaria. Tales diferencias prácticas de opinión son inevitables en cada partido vigoroso. Pero el reconocimiento de principio de la necesidad de llevar a cabo una lucha mortal contra el centrismo es la condición previa para el desarrollo revolucionario de las fuerzas del partido comunista y de la clase obrera. Esto no está en cuestión. Poner esta cuestión en el mismo plano que cuestiones prácticas de estrategia revolucionaria sólo pueden hacerlo aquellos que aún no han comprendido completamente lo que constituyó el núcleo de las cuestiones revolucionarias en el Tercer Congreso Mundial.

Está descontado que nuestros oponentes en el campo centrista tratarán de aprovechar lo que hemos dicho. Dirán: miren, en tales y tales lugares plantearon consignas para una ofensiva decisiva, pero ahora el Tercer Congreso Mundial ha proclamado la necesidad de una retirada estratégica. Es natural e inevitable que una parte procure obtener alguna ventaja de cada paso dado por la otra. Así es como están las cosas en esta guerra, también. Cuando, durante la Guerra Civil, Denikin o Kolchak se retiraban, siempre escribíamos en nuestros folletos de agitación: miren, en lugar de cruzar el Volga, el enemigo se ha retirado a los Urales. Lo escribimos para elevar la moral de los combatientes. Pero, si tuviésemos que hacer tal o tal otro movimiento como conclusión del argumento de que nuestros oponentes interpretan nuestro movimiento como una retira, sacrificaríamos con ello lo que es realmente esencial en aras de consideraciones de segunda categoría y formalistas.

He tenido plenamente en cuenta lo extremadamente difícil que es defender la estrategia del repliegue temporal en un congreso de la Internacional de la Juventud Comunista. Porque si alguien es consciente del derecho y de la necesidad interior de emprender una ofensiva, es, por supuesto, la generación joven de la clase obrera. Si no fuera así, nuestros asuntos estarían en muy mal estado. Creo, camaradas, que precisamente ustedes, la joven generación, están destinados a llevar a cabo la revolución. La revolución actual puede continuar desarrollándose durante años y décadas. No en el sentido de que la preparación para una batalla decisiva en Alemania durará décadas. No, pero lo mismo puede suceder allí que nos pasó en Rusia. Por la fuerza de las condiciones históricas, alcanzamos la victoria muy fácilmente, pero luego nos vimos obligados, durante tres años ininterrumpidamente, a entablar y llevar adelante la guerra civil. Y aun ahora no estamos seguros de que la guerra no nos aparezca en el Lejano Oriente, con Japón, o en Occidente. No porque busquemos la guerra, sino porque la burguesía imperialista sigue cambiando sus métodos. Al principio nos combatió con métodos militares, luego estableció relaciones comerciales con nosotros, pero ahora puede recurrir de nuevo a instrumentos de guerra. Es difícil decir cómo se desarrollarán los acontecimientos en Alemania y Francia. Pero que la burguesía no se entrega de repente está fuera de toda duda. Tampoco está sujeto a dudas que la revolución conquistará un día toda Europa y el mundo. Las perspectivas de la revolución son ilimitadas y la fase final de la lucha puede durar décadas. Pero, ¿qué significa esto? Significa que precisamente la generación joven, ustedes que están reunidos aquí, están convocados por la historia para llevar nuestra lucha a su conclusión. Puede que, incluso, quedé pendiente algún trabajo para sus hijos. No olvidemos que la Gran Revolución Francesa y todas sus consecuencias duraron varias décadas.

Así, la educación táctica de la juventud comunista es una cuestión de primera magnitud. En nuestro tiempo la generación joven está obligada a madurar muy temprano, porque el desgaste del material humano está avanzando a un ritmo extremadamente rápido. Lo observamos en Rusia; también se observa en Alemania; y en el futuro, esto se manifestará aún más extraordinariamente. Por esta razón, es de suma importancia que la Internacional de la Juventud Comunista adopte (como en realidad ocurre) una actitud extremadamente seria ante las cuestiones tácticas. Es de suma importancia que los jóvenes revisen y critiquen nuestras tácticas e incluso, si es necesario, consideren que no son lo suficientemente izquierdistas. Sin embargo, no deben ver nuestra táctica como una manifestación de algunos estados de ánimo accidentales dentro de un solo partido o grupo, sino que deben analizarla contextualizándola con las tareas agregadas del movimiento revolucionario en su conjunto. En cuanto a nuestra resolución sobre la cuestión de la organización, alguien podría decir: «Mire usted, aquí se afirma que debe aumentarse el número de suscriptores a los periódicos comunistas y que los corresponsales y colaboradores de la prensa comunista se deben reclutar en los barrios obreros. Se dice aquí que hay que concentrarse en el trabajo de expansión de nuestras organizaciones y en la consolidación de los núcleos comunistas en los sindicatos. ¿No son todas éstas, actividades insignificantes, actividades que olían horriblemente en los partidos socialdemócratas de antes de la guerra? Sí, es así, siempre que se desprenda esta cuestión de su contexto histórico, siempre y cuando no se comprenda que estamos viviendo en una época que es revolucionaria en su contenido objetivo y que representamos a la clase obrera que cada día se está convenciendo más y más de que solamente puede asegurar las condiciones más elementales de su existencia a través de la revolución. Pero si uno olvida todo esto junto con el hecho de que estamos comprometidos en un combate mortal con los partidos y grupos socialdemócratas y centristas por la influencia sobre la clase obrera, entonces, por supuesto, se obtendrá una concepción totalmente distorsionada de las tendencias, tácticas y principios organizativos del Tercer Congreso Mundial de la Internacional Comunista.

Hoy somos lo suficientemente maduros como para no atarnos en todas nuestras acciones a causa de nuestra oposición formal a los reformistas y centristas. Hoy en día estamos frente a la tarea revolucionaria como una tarea práctica. Y nos preguntamos: ¿cómo debemos armarnos? ¿Qué frente debemos ocupar? ¿En qué línea debemos atrincherarnos para defendernos? ¿En qué momento debemos pasar a la ofensiva?

Estamos ampliando nuestras organizaciones. Si esta expansión tiene lugar en el campo de la publicación de periódicos, o incluso en el campo del parlamentarismo, sólo tiene significado en la medida en que esto crea las condiciones para la victoria del levantamiento revolucionario. De hecho, ¿cómo podríamos asegurar, en la época tempestuosa de los levantamientos proletarios masivos, la unidad de ideas y consignas sin una extensa red de corresponsales, colaboradores y lectores de los periódicos revolucionarios? Y mientras que los periodistas y corresponsales de sus periódicos son importantes para un partido socialdemócrata como condición previa para sus éxitos parlamentarios, para nosotros comunistas el mismo tipo de organización es importante como premisa práctica para la victoria de la revolución.

Desde este criterio, camaradas, el Tercer Congreso Mundial de la Internacional Comunista ha dado un paso gigantesco en comparación con el primer y segundo congresos. En aquella época, sobre todo en la era del Primer Congreso Mundial, se podía esperar que el aparato burgués del estado estuviera tan desorganizado por la guerra que nos permitiese derrocar la dominación burguesa con un único ataque revolucionario espontáneo. Si esto hubiera ocurrido, habríamos tenido, por supuesto, la ocasión de felicitarnos. Pero esto no sucedió. La burguesía logró resistir el asalto del movimiento revolucionario espontáneo de masas. La burguesía logró conservar sus posiciones. Ha restaurado su aparato estatal y ha mantenido con mano firme su ejército y su policía. Estos son hechos indiscutibles y nos colocan ante la tarea de derribar este aparato de estado restaurado por medio de una ofensiva revolucionaria pensada y organizada ofensivamente en el sentido histórico de la palabra, ofensiva que incluye repliegues temporales así como interludios para la preparación.

La tarea del partido comunista consiste en aplicar todos los métodos posibles de lucha. Si esto no fuera necesario, si el proletariado pudiera derrocar a la burguesía con un solo ataque tempestuoso, no habría necesidad del partido comunista. Tanto el hecho de que a escala mundial esta tarea se plantea ahora como una tarea práctica y el hecho de que el Tercer Congreso Mundial haya llegado a una formulación unánime de esta tarea, después de una prolongada y acalorada discusión, esto es, compañeros, el hecho de que exista un partido de obreros comunista e internacionalista que sea capaz de elaborar prácticamente, y adoptar por unanimidad, un plan estratégico para la aniquilación de la sociedad burguesa, este camaradas es el hecho supremo de nuestra época. Y si no estáis satisfechos con algunas cosas (en mi opinión injustificadamente) debéis incorporar en cualquier caso vuestra insatisfacción al marco de este gran hecho, esta gran victoria. Si lo hacéis, entonces las críticas que emanen de la Internacional de la Juventud Comunista no serán un freno, sino un factor progresivo.

Es posible que las mayores batallas decisivas puedan tener lugar el próximo año. Es posible que el período de preparación en los países clave dure hasta el próximo congreso. Es imposible predecir la fecha y la duración de los acontecimientos políticos. El Tercer Congreso Mundial ha sido la más alta escuela de preparación estratégica. Y puede ser que el Cuarto Congreso Mundial lance la señal para la revolución mundial. No podemos decirlo todavía. Pero esto lo sabemos: hemos dado un gran paso adelante, y todos saldremos de este congreso más maduros que cuando llegamos a él. Esto está muy claro, y no solo para mí, sino para todos nosotros. Y cuando llegue la hora de las grandes batallas, los jóvenes harán un gran papel. Sólo necesitamos recordar al Ejército Rojo en el que la juventud desempeñó un papel decisivo, no sólo políticamente, sino en un sentido puramente militar. De hecho, ¿qué es el Ejército Rojo, camaradas? No es más que la juventud armada y organizada de Rusia. ¿Qué hicimos cuando tuvimos que lanzar una ofensiva? Hicimos un llamamiento a las organizaciones de la juventud, y estas organizaciones llevaron a cabo una movilización. Cientos y miles de jóvenes trabajadores y campesinos vinieron a nosotros y los incorporamos como células en nuestros regimientos. Así es como se construyó la moral del Ejército Rojo. Y si conseguimos el mismo tipo de jóvenes en la Internacional Comunista (como lo haremos), si en los días de batallas decisivas la juventud entra en nuestras filas en regimientos organizados, entonces utilizará en beneficio del movimiento obrero eso que ahora le separa de la «vieja» internacional, no tanto en espíritu como en madurez mental.

Camaradas, durante los días más peligrosos de la revolución rusa, cuando Yudenich llegó muy cerca de Petrogrado, y durante los duros días de Cronstadt, cuando esta fortaleza casi se convirtió en una fortaleza del imperialismo francés contra Petrogrado, fue la juventud obrera y campesina rusa la que salvó la revolución. En los periódicos burgueses se puede leer que trajimos regimientos chinos, calmucos y otros, contra Yudenich y Kronstadt. Esto es, por supuesto, una mentira. Trajimos a nuestra juventud. La toma de Kronstadt fue realmente simbólica. Kronstadt, como dije, estaba a punto de pasar a manos del imperialismo francés e inglés. Dos o tres días más y el Mar Báltico habría estado libre de hielo y los buques de guerra de los imperialistas extranjeros podrían haber entrado en los puertos de Kronstadt y Petrogrado. Si nos hubiéramos visto obligados a entregar Petrogrado, habría quedado abierto el camino a Moscú, pues prácticamente no hay puntos defensivos entre Petrogrado y Moscú. Tal era la situación. ¿A quién nos dirigimos? Kronstadt estaba rodeada de mar por todos lados, y el mar estaba cubierto de hielo y nieve. Totalmente expuestos teníamos que movernos sobre el hielo y la nieve contra la fortaleza ampliamente equipada con artillería y ametralladoras. Nos dirigimos a nuestra juventud, a aquellos obreros y campesinos que recibían educación militar en nuestras escuelas militares. Y respondieron firmemente a nuestro llamamiento: «¡Presentes!» Y bajo la intemperie y a pecho descubierto marcharon contra la artillería y las ametralladoras de Cronstadt. Y como antes, cerca de Petrogrado, ahora en el hielo del Báltico se veían muchos cadáveres de jóvenes obreros y campesinos rusos. Lucharon por la revolución, lucharon para que el actual congreso se reuniera. Y estoy seguro de que la juventud revolucionaria de Europa y Norteamérica, mucho más educada y desarrollada que nuestra juventud, en la hora de la necesidad mostrará no menos, sino una energía revolucionaria mucho mayor. Y en nombre del Ejército Rojo ruso, les digo: ¡Viva la Juventud Revolucionaria Internacionalista, el Ejército Rojo de la Revolución Mundial!

 

 

 


 

 

[Resumen del discurso posterior al informe, y su discusión, en el Segundo Congreso de la Internacional Juvenil Comunista][77]

14 de julio de 1921

Los camaradas italianos han dirigido los más graves reproches al Tercer Congreso. Estos reproches se dirigían principalmente contra la resolución del congreso sobre el Partido Socialista Italiano. Los camaradas Tranquilli y Polano parten de la suposición de que esta resolución confunde la situación en Italia, que introducirá confusión en las mentes de los trabajadores italianos, sin dar resultados prácticos en el futuro. En la opinión del camarada Tranquilli, no se puede esperar nada del Partido Socialista Italiano ya que no sólo sus dirigentes (que son pacifistas y reformistas), sino también las masas que siguen a estos líderes, no son revolucionarios. Creo que este enfoque del Partido Socialista Italiano es falso. Este partido, hasta ahora unificado, se ha dividido, como ustedes saben, en tres alas: los reformistas que suman unos 14.000; el ala de la «unificación» que suma aproximadamente 100.000; y los comunistas, unos 50.000. El camarada Tranquilli dice que aproximadamente 40.000 miembros se han retirado del Partido Socialista Italiano y que ahora cuenta en sus filas con no más de 60.000 miembros, la mitad de los cuales son miembros de los consejos municipales. No sé cómo de exactas son estas cifras; la última cifra me parece un poco dudosa.

Me pregunto: ¿por qué este partido ha enviado su delegación a Moscú? Sus líderes son oportunistas; las masas que lo siguen también. Es cierto que el partido pertenecía a la Internacional Comunista. Pero en septiembre pasado tomó una posición reformista. El CEIC ha dictaminado que en Italia sólo el partido comunista constituye una sección de la Tercera Internacional. Así, el Partido Socialista Italiano se autoexpulsó de las filas del Komintern. Serrati y sus amigos no dudaron que el Tercer Congreso apoyaría la decisión del CEIC, y sin embargo enviaron delegados a este congreso. A esto hay que añadir que los reformistas ahora juegan en la administración del partido socialista un papel aún más importante que antes de la ruptura. Los líderes reformistas, Turati y Treves, están adquiriendo una fuerte influencia sobre el Partido Socialista Italiano. Comenzaron las negociaciones con Giolitti. En este período el Partido Socialista Italiano ha sufrido una clara evolución hacia la derecha. Su fracción parlamentaria se vuelve aún más reformista de lo que era antes de las últimas elecciones. Turati, el auténtico líder e inspirador del partido, comienza a hostigar a la Internacional Comunista con bromas y calumnias.

¿Cómo se explica entonces, el hecho de que los representantes de este partido aparezcan en Moscú? La explicación ofrecida por nuestros jóvenes compañeros italianos no me satisface. Si las masas apartidarías consideran a la Internacional Comunista con tanto entusiasmo como para impeler incluso a los socialistas hasta Moscú, ¿por qué estas masas no se unen a la Internacional Comunista? No puedo entender esa política súper sinuosa por parte de los obreros italianos. Creo que están ustedes equivocados. La clase obrera italiana es revolucionaria, pero sus masas apartidarías no son lo suficientemente claras en su pensamiento, y precisamente por esta razón no se unen al partido comunista. Por esta misma razón no ejercen suficiente presión sobre el partido socialista. La distancia entre Roma y Moscú es muy grande. Y si los líderes del partido quieren demostrar que están a favor de Moscú; si consideran necesario elogiar a Moscú, donde, por cierto, no se les concedió una cálida acogida; si hacen todo esto, como dicen ustedes, engañando a las masas, entonces sólo van a demostrar que las mismas masas han obligado a estos líderes a participar en tal hipocresía. De ningún modo las masas que están con el partido comunista, ni tampoco las sin partido, sino los mismos miembros de la base del propio partido socialista. Ustedes citan datos estadísticos y dicen que entre 100.000 miembros de este partido sólo hay 60.000 trabajadores, de los cuales unos 30.000 son miembros de consejos municipales o empleados, etc. Si esta última cifra no es exagerada, habría que admitir que estos empleados que están llevando a Lazzari y Maffi de las orejas hasta Moscú no son de la peor clase, y que debemos intentar atraerlos hacia nosotros.

Aquí se ha repetido con frecuencia una aserción en el sentido de que las puertas han quedado abiertas para el Partido Socialista Italiano. Obviamente, la impresión es que las puertas están abiertas para que cualquiera pueda entrar. En realidad, la situación es algo más compleja. Hemos estipulado que durante dos o tres meses las puertas permanezcan cerradas, y durante este periodo el Partido Socialista Italiano debe convocar un congreso del partido y discutir una serie de cuestiones de cara a las masas. En primer lugar, debe expulsar a los reformistas de sus filas. Puede que se pregunten que a cuáles. Esto es cae por su propio peso. A los que no se declaran comunistas, a los que organizaron la conferencia en Reggio-Emilia. Esta condición es bastante específica. Saben mejor que yo cuán grande es la influencia de Turati y Treves en el Partido Socialista Italiano. Si nuestra resolución obliga a los elementos centristas y pacifistas del partido a disociarse de Turati y Treves, significaría la capitulación completa del partido en su conjunto. Los elementos centristas han demostrado que carecen de cualquier tipo de política. Sólo pueden ser conducidos cogidos por las orejas, ya sea por los comunistas o por los reformistas. Su rasgo más característico es su falta de carácter. Y esto es especialmente característico de Italia, donde el movimiento revolucionario es de naturaleza muy espontánea.

Cuando los partidos que han sido expulsados de la Tercera Internacional vienen a nosotros y dicen «queremos volver», nosotros respondemos: si estáis preparados para aceptar nuestra plataforma y para sacar a los saboteadores políticos de vuestras filas, no nos negaremos a admitiros. ¿Realmente les asusta esto, camaradas? Citen un ejemplo, me hablaron de un método diferente mediante el cual podemos atraer a los trabajadores que todavía siguen a estos líderes. Dicen que debemos esperar hasta la próxima acción cuando el Partido Socialista Italiano se desenmascare por su traición recurrente, y entonces ganaremos a las masas. Presuponen, por lo tanto, que el partido italiano es incapaz de extraer lecciones de la experiencia. No hay necesidad de esperar a la siguiente traición para deshacerse de estas criaturas. Creamos la Internacional Comunista precisamente para salvaguardar al proletariado italiano contra una nueva terrible experiencia de septiembre, contra nuevas desilusiones y nuevos sacrificios. Esto, camaradas, es precisamente el significado de la resolución del Tercer Congreso de la Internacional Comunista Debemos ampliar la base de nuestras acciones, de nuestras actividades.

El camarada Schueller dijo que sólo necesitamos acciones dinámicas, que sólo a través de ellas vamos a conquistar a las masas. Dijo que las masas han creado el aparato de la revolución. Esto es correcto, pero en Italia ha habido muchas acciones; todos los años recientes están llenos de huelgas políticas, de levantamientos en las ciudades, aldeas y en el ejército, etc. Todo el país ardía en rebeldía. Pero no basta con repetir hasta el infinito las palabras «acción dinámica». Es necesario utilizar estas acciones para sentar las bases de la organización revolucionaria, para seleccionar los elementos más resueltos. Es necesario centrar todos los esfuerzos en el trabajo de preparación. Que es precisamente lo que no se hizo. Hubo acciones, pero no hubo preparación para las mismas. Esto es lo que los compañeros se niegan a entender.

El camarada Polano, ha dicho que es necesario romper con los partidos reformistas. Pero fue usted, camarada Polano, quien nos dijo que de los 100.000 miembros del Partido Socialista Italiano sólo quedaban 60.000. Imagínese el hecho de que estos 40.000, al abandonar su partido, no se unieron al de usted. La división que ha ocurrido en el partido los ha puesto en un escéptico estado de ánimo, están mirando y esperando. Y los que permanecieron en el partido han delegado a Lazzari, Maffi y Riboldi para que vayan a Moscú. Si ahora les dijéramos: «no queremos tratos con ustedes», ¿qué impresión, en su opinión, causaría esto en los antiguos miembros del partido, en esos 40.000 que se han vuelto escépticos? Nos informan sobre su deseo de unirse a la Internacional Comunista, pero les decimos que no, que no queremos ningún trato con ellos. ¿Esto facilitará su tarea de conquistar a las masas trabajadoras a favor de la Internacional Comunista? ¡En ningún caso! Esto sólo reforzaría el conservadurismo de las masas trabajadoras y esos mismos miembros de los consejos municipales formarían un bloque contra vosotros, contra Moscú; porque rechazar la entrada en la Internacional Comunista a los trabajadores que desean unirse a ella es lanzarles el más cruel de los insultos. Es característico de un trabajador, en general, y del Partido Socialista Italiano, en particular, mantener la confianza en la organización que lo ha despertado y educado. Este conservadurismo organizacional tiene su lado positivo y negativo. Si rechazamos a un trabajador, reforzamos así el lado negativo de su conservadurismo organizacional. De ninguna manera, con tal política nunca ganarás la mayoría del proletariado italiano. ¡Nunca! Aquí abordan la cuestión con el espíritu del sectarismo y en absoluto con el espíritu de la revolución.

El mismo camarada Schueller también agregó: ante nosotros están las tesis sobre la táctica, las aceptamos como soldados disciplinados del ejército proletario; pero también fueron aceptadas por Lazzari y Serrati y con una considerable satisfacción, incluso por Levi. Pero compañeros, ¿qué demuestra esto? No podemos rechazar estas u otras tesis simplemente para complacer a tal o cual otro individuo. Si las tesis son buenas, sólo queda felicitarnos de que también fueran adoptadas por Lazzari. Y si son malas, entonces primero es necesario probarlo. El camarada Schueller dijo que necesitamos acciones, pero si lees las tesis, te convencerás de que expresan esta misma idea con una claridad de pensamiento en absoluto menor que la del camarada Schueller, aunque se ha expresado admirablemente. Pero el camarada Schueller está equivocado en una cosa. Lo que nos faltó no fueron acciones, sino la preparación de las mismas.

Repito, ¿por qué estás tan alarmado por el hecho de que Lazzari y Smeral encuentran nuestras tesis excelentes? Una de dos cosas es posible: o Smeral se nos acerca, o bien es un hipócrita. No creo en esta última suposición; creo que está actuando con sinceridad. Pero concedamos por un momento que aprobó nuestras tesis por hipocresía; si así fuera, ¿por qué lo haría? Porque asume que las masas que lo siguen están gravitando hacia Moscú. De hecho, supongamos que Smeral es tan maquiavélico como Serrati, no puedo decir esto de Lazzari, pero en Serrati hay un verdadero Maquiavelo, y supongamos que estos Maquiavelos dicen: «hasta ahora hemos reiterado que la Tercera Internacional estaba cometiendo grandes errores, pero ahora debemos admitir que está actuando correctamente». ¿Qué significa esto? Esto significa que las masas que los siguen están ahora a favor de nosotros. Esto significa que ya no tienen ningún argumento en contra nuestra, que ya no pueden impedir que sus masas fluyan a nuestras filas. Dices que les hemos despojado de todas sus armas. Tal vez, pero permanecen. Serrati permanece. Smeral se nos acerca. ¿Y no permanecemos nosotros también en la Internacional Comunista? Si Smeral demuestra que no se atiene a las tácticas de la Tercera Internacional, apenas tendremos miedo de romper con él después de haber roto con los partidarios centristas y reformistas. No puedo entender a qué le tienen miedo.

Laporte: desde el momento en que Smeral está de acuerdo con las tesis, se deduce que las tesis no son buenas.

Trotsky: querido camarada Laporte, esto es precisamente lo que primero debe probar. Debe probar que las tácticas propuestas por nosotros son incorrectas.

Laporte: lo probaría si me dieran el tiempo de hacerlo.

Trotsky: con mucho gusto le escucharé sobre esta cuestión. Pero si es realmente cierto que nosotros, es decir, que todo el partido comunista, ha propuesto unas tesis que están impregnadas del espíritu oportunista, del espíritu de Smeral, entonces en ese caso es inadmisible hablar de que hemos dejado las puertas abiertas para Smeral y Serrati. Después de todo, Smeral y Serrati no estarán solos, estarán con todos nosotros. Y si somos malos comunistas, significa que toda nuestra familia comunista es mala y que no hay necesidad de tener miedo de estos dos.

[Una voz desde el suelo: las tesis no son lo suficientemente claras]

Trotsky: sería mucho más fácil lanzar todos los elementos vacilantes por la ventana y decir: «seguiremos siendo una pequeña secta, pero a modo de compensación seremos absolutamente inmaculados». Por un lado, siempre insisten ustedes en las acciones revolucionarias pero, por otra parte, quisieran que el partido consistiera con elementos químicamente inmaculados solamente. Estas exigencias son contradictorias. Porque las acciones revolucionarias son imposibles sin las masas, pero las masas no consisten únicamente en elementos absolutamente puros. Esto es indiscutible. Las masas anhelan una acción revolucionaria, pero aún no han perdido la fe en Smeral. Si están bien o mal es otra cosa otra vez, pero el hecho es que todavía siguen confiando en Smeral. En consecuencia, nos enfrentamos a la siguiente alternativa: rechazar a Smeral junto con las masas, o aceptarlo junto con las masas. Y puesto que Smeral acepta las tesis del Tercer Congreso, supongo camarada Laporte que en esta disputa el error está siendo cometido no por Smeral sino por usted. Usted no está tratando de expandir su base. Las tácticas no pueden ser unilaterales, deben permitir la maniobra, para atraer a las masas. Es una tarea muy compleja. Pero usted dice: no, permaneceré con mi propia familia, las masas no son lo suficientemente puras para mí; esperaré hasta que las masas goteen en nuestro grupo en pequeñas dosis homeopáticas.

En la medida en que soy capaz de entender su tendencia, usted anhela una política más dinámica. Si estuviéramos viviendo en una época orgánica de desarrollo lento y gradual, tal vez podría estar de acuerdo en que su táctica se corresponde con el carácter de la época. Pero en nuestro tiempo, cuando se desarrollan los mayores acontecimientos, las masas se educan a través de estos acontecimientos. Y debemos ajustarnos a la situación, porque puede llegar un momento en Italia, tal vez mañana, en el que el partido comunista se vea obligado a actuar como un partido de masas. Serrati y Lazzari, quienes han roto con los reformistas, no tendrán ninguna influencia personal, ni de partido, entrarán al partido comunista junto con las masas que los han obligado a venir a nosotros. Y si luego exhiben tendencias anticomunistas, ustedes podrán expulsarlos del partido.

Me parece que esto agota todas las objeciones que han planteado aquí algunos camaradas. Han aceptado nuestras tesis no sólo como soldados disciplinados del ejército proletario, sino también por convicción interna. Esto se aplica especialmente a los camaradas italianos. Los últimos acontecimientos en Roma demuestran que el proletariado italiano no está completamente desilusionado, que mantiene el empuje revolucionario. Sobre estas bases se puede permitir una táctica más audaz, una táctica que no dude en abrazar a masas de trabajadores cada vez amplias. Además, no deben olvidar, camaradas, que el partido italiano no está aislado, que existe el CEIC que toma en consideración las experiencias de todos los partidos. Si algún grupo socialista que haya entrado en su partido deviene una amenaza para ustedes, incluso si ustedes caen en minoría (que por cierto está absolutamente excluido) siempre se puede apelar al CEIC.

En lo que respecta a los acontecimientos en Italia en el futuro inmediato, pienso que si bien nuestra táctica con respecto al Partido Socialista Italiano no lo atraerá completamente hacia nuestras filas, no seguirá siendo infructuosa sino que provocará una ruptura. Una cosa es cierta, a saber: dentro del Partido Socialista Italiano el ala de izquierda cristalizará ineludiblemente y exigirá la expulsión de los reformistas. El ala derecha del partido planteará objeciones a esto y como resultado habrá una escisión en el partido. Puede decirse que los elementos que se separen del Partido Socialista Italiano no serán lo suficientemente puros para nosotros. Pero en tal caso podríamos volver a abordar en el CEIC la cuestión de admitirlos en la Tercera Internacional. Insisten en que entre ustedes y ellos no hay nada en común. Pero nunca habríamos sido un partido comunista si hubiéramos contado sólo a aquellos trabajadores que individualmente querían seguirnos. No, con tales métodos nunca atraerán a la mayoría de la clase obrera en Italia. El CEIC les ayudará a conquistar una gran facción del Partido Socialista Italiano. Por lo tanto, tal vez tengamos en nuestras filas también algunos miembros de los consejos municipales. Pero sólo resultarán útiles para ustedes al conquistar el poder, los necesitarán para organizar los suministros de alimentos, etc. Espero que dentro de unos meses pueda felicitarles por haber adquirido varias decenas de miles de trabajadores y varios cientos de buenos consejeros municipales.

 

 


 

 

 

Discurso pronunciado ante la Segunda Conferencia Mundial de Mujeres Comunistas[78]

15 de julio de 1921

Camaradas:

Estamos sesionando (esta Conferencia de Mujeres Comunistas y el presente Congreso de la Internacional Comunista) y realizando nuestro trabajo en un momento que no parece tener aquel carácter definitivo, aquella claridad y rasgos distintivos fundamentales que aparecían, a primera vista, en el Primer Congreso Mundial, cuando se reunió inmediatamente después de la guerra. Nuestros enemigos y nuestros oponentes están diciendo ahora que hemos errado total y absolutamente en nuestros cálculos. Los comunistas habíamos supuesto y esperado, dicen, que la revolución proletaria mundial estallase durante la guerra o inmediatamente después de ella. Pero ahora ya está terminando el tercer año desde la guerra, y aunque en el intervalo han tenido lugar muchos movimientos revolucionarios, sólo en un país, a saber, en nuestra propia Rusia atrasada económica, política y culturalmente, el movimiento revolucionario llevó a la dictadura del proletariado. Esta dictadura ha sido capaz de mantenerse hasta este momento, y espero que continúe manteniéndose por un largo tiempo. En otros países, los movimientos revolucionarios han conducido sólo al reemplazo de los regímenes de los Hohenzollern y de los Habsburgo por regímenes burgueses, bajo la forma de repúblicas burguesas. En otros, el movimiento se dispersó en huelgas, manifestaciones y levantamientos aislados que fueron aplastados. En general, las columnas principales del régimen capitalista siguen en pie, con la sola excepción de Rusia.

De esto, nuestros enemigos han sacado la conclusión de que, puesto que el capitalismo no se ha derrumbado, como resultado de la Guerra Mundial, en los primeros dos o tres años de la posguerra, se deduce que el proletariado mundial ha demostrado su incapacidad y, a la inversa, el capitalismo mundial ha demostrado su poder para sostener sus posiciones y restablecer su equilibrio.

Y en este preciso instante la Internacional Comunista está discutiendo si el futuro inmediato impondrá el restablecimiento de la dominación capitalista sobre bases nuevas y más elevadas, o se dará la batalla del proletariado contra el capitalismo, lo que llevará a la dictadura de la clase obrera. Esta es la cuestión fundamental para el proletariado mundial y, por lo tanto, para su sector femenino. Por supuesto, camaradas, no puedo siquiera intentar dar aquí una respuesta completa a esta cuestión. El tiempo con que cuento es demasiado breve. Intentaré hacerlo, como me lo ha encargado el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, en el Congreso. Pero hay una cosa que está completamente clara, según creo, para nosotros los comunistas, los marxistas. Sabemos que la historia y su movimiento están determinados por causas objetivas, pero también sabemos que la historia la hacen los seres humanos y se realiza a través de ellos. La revolución la lleva a cabo la clase obrera. Esencialmente, la historia nos plantea la cuestión del siguiente modo: el capitalismo preparó la Guerra Mundial; ésta estalló y destruyó millones de vidas y miles de millones de dólares de la riqueza de los distintos países. Lo sacudió todo. Y aquí, sobre estos cimientos semiderruidos, dos clases se encuentran trenzadas en lucha: la burguesía y el proletariado. La burguesía intenta restaurar el equilibrio capitalista y su dominación de clase; el proletariado, derrocar el dominio de la burguesía.

Es imposible resolver esta cuestión lápiz en mano, como quien suma una lista de comestibles. Es imposible decir: la historia ha dado un viraje hacia el restablecimiento del capitalismo. Sólo podemos decir que si se desaprovechan las lecciones de todo el desarrollo precedente, las lecciones de la guerra, de la Revolución Rusa, de las semirrevoluciones en Alemania, Austria y otros lugares, si la clase obrera se resigna a poner el cuello bajo el yugo capitalista; entonces, quizás, la burguesía podrá restaurar su equilibrio, destruirá la civilización de Europa occidental y transferirá el centro del desarrollo mundial a Norte América, al Japón y Asia. Generaciones enteras tendrán que ser destruidas para crear este nuevo equilibrio. Los diplomáticos, militares, estrategas, economistas, todos los agentes de la burguesía, están ahora dirigiendo todos sus esfuerzos hacia ese fin. Saben que la historia tiene sus causas objetivas profundas, pero que la realizan los seres humanos, sus organizaciones y sus partidos. En consecuencia, nuestro Congreso y vuestra Conferencia de Mujeres se han reunido aquí, precisamente, para impulsar, en esta fluida situación histórica, la firmeza de la conciencia y de la voluntad de la clase revolucionaria. Aquí reside lo esencial del momento que estamos viviendo, y lo esencial de las tareas a encarar.

La toma del poder ya no aparece tan simple como nos pareció a muchos de nosotros hace dos o tres años. A escala mundial, este problema de conquistar el poder es extremadamente difícil y complicado. Debe tenerse en cuenta que en el propio proletariado hay distintas capas, se dan distintos niveles de desarrollo histórico, e incluso, distintos intereses coyunturales. Esto determina que cada sector se mueva con un ritmo propio. Una tras otra, cada capa proletaria es arrojada a la lucha revolucionaria, pasa por su propia escuela, se quema los dedos, retrocede a la retaguardia. Le sigue otra capa, tras la que viene aun otra, y todas ellas son arrastradas, no simultáneamente, sino en diferentes períodos; pasan por el jardín de infancia, el primero, el segundo y otros grados del desarrollo revolucionario. Y combinar todo esto en una unidad, ¡ah, es una tarea colosalmente difícil! El ejemplo de Alemania nos lo muestra. Allí, en Alemania Central, el sector del proletariado que antes de la guerra era el más atrasado y el que más confiaba en los Hohenzollern, se ha vuelto hoy el más revolucionario y dinámico. Lo mismo sucedió en nuestro país cuando el sector proletario más atrasado, el de los Urales, se convirtió en determinado momento, en el más revolucionario. Sufrieron una gran crisis interna. Y, por otra parte, volviendo a Alemania, por ejemplo a los obreros avanzados de Berlín y Sajonia, consideramos que tomaron temprano el camino de la revolución e inmediatamente se quemaron; no sólo no pudieron tomar el poder, sino que sufrieron una derrota; por lo tanto, desde entonces se volvieron mucho más cautelosos. A la vez, el movimiento obrero de Alemania Central, muy revolucionario, que comenzó con gran entusiasmo, no pudo coincidir con aquellos obreros, mucho más avanzados pero más cautelosos y, en alguna medida, más conservadores. Por este solo ejemplo, ustedes ya pueden ver, camaradas, cuán difícil es combinar las desiguales manifestaciones de los obreros de diferentes gremios y de diferentes grados de desarrollo y cultura.

En el progreso del movimiento obrero mundial, las mujeres proletarias desempeñan un rol colosal. Lo digo, no porque me esté dirigiendo a una conferencia femenina, sino porque bastan los números para demostrar qué papel importante ejercen las obreras en el mecanismo del mundo capitalista: en Francia, en Alemania, en los Estados Unidos, en Japón, en cada país capitalista ... Las estadísticas me informan que en el Japón hay muchas más obreras que obreros y en consecuencia, si son fidedignos los datos de que dispongo, allí las mujeres proletarias están destinadas a ejercer un papel fundamental y a ocupar el lugar decisivo. Y, hablando en términos generales, en el movimiento obrero mundial la obrera está al nivel, precisamente, del sector del proletariado representado por los mineros de Alemania Central, a los que nos hemos referido, es decir, el sector obrero más atrasado, más oprimido, el más humilde de los humildes. Y justamente por eso, en los años de la colosal revolución mundial, este sector del proletariado puede y debe convertirse en la parte más activa, más revolucionaria y de mayor iniciativa de la clase obrera.

Naturalmente, la sola energía, la sola disposición al ataque, no bastan. Pero al mismo tiempo la historia está llena de hechos como este que señalamos, que durante una etapa más o menos prolongada previa a la revolución, en el sector masculino de la clase obrera, especialmente entre sus capas más privilegiadas, se acumula excesiva cautela, excesivo conservadurismo, mucho oportunismo y demasiada adaptabilidad. Y la forma en que reaccionan las mujeres contra su propio atraso y degradación, esa reacción, repito, puede desempeñar un papel colosal en el movimiento revolucionario en su conjunto. Esta es una razón más para creer que en la actualidad nos encontramos en un recodo de la historia, una momentánea parada. Tres años después de la guerra imperialista, el capitalismo todavía existe. Este es un hecho. Esta detención muestra cuán lentamente marcan su huella en las mentes humanas, en la psicología de las masas, las lecciones objetivas de los acontecimientos y de los hechos. La conciencia sigue con retraso a los acontecimientos objetivos. Lo vemos ante nuestros propios ojos. Sin embargo, la lógica de la historia se abrirá camino hacia la conciencia de la mujer trabajadora, tanto en el mundo capitalista como en el Este de Asia. Y una vez más, será tarea de nuestro Congreso no sólo reafirmar nuevamente, sino también señalar con precisión y en base a los hechos que el despertar de las masas trabajadoras en Oriente es hoy parte integral de la revolución mundial, tanto como el alzamiento de los proletarios en Occidente, Y ello se debe a que, si el capitalismo inglés, el más poderoso de la debilitada Europa, ha logrado mantenerse, es precisamente porque se apoya, no sólo en los no muy revolucionarios obreros ingleses, sino también sobre la inercia de las masas trabajadoras de Oriente.

En general, a pesar de que los hechos se han desarrollado mucho más lentamente de lo que esperábamos y deseábamos, podemos decir que nos hemos fortalecido en el tiempo transcurrido desde el Primer Congreso Mundial. Es cierto que hemos perdido algunas ilusiones, pero en compensación hemos comprendido nuestros errores y aprendido algunas cosas y en lugar de las ilusiones, hemos adquirido una visión más clara. Hemos crecido; nuestras organizaciones se han fortalecido. Tampoco nuestros enemigos perdieron el tiempo en este período. Todo esto muestra que la lucha será dura y feroz. Ello hace aún más importante el trabajo de esta Conferencia. De ahora en adelante, la mujer debe comenzar a dejar de ser una «hermana de la caridad», en el sentido político del término. Participará en forma directa en el principal frente revolucionario de batalla. Y es por eso que, desde el fondo de mi corazón, aunque sea con algún retraso, saludo a esta Conferencia Mundial de Mujeres y grito con ustedes ¡Viva el Proletariado Mundial! ¡Vivan las Mujeres Proletarias del Mundo!

 

 


 

 

 

Una escuela de estrategia revolucionaria[79]

Julio de 1921

 

Las premisas materiales de la revolución

Camaradas, la teoría del marxismo ha determinado las condiciones y leyes de la evolución histórica ... En lo que atañe a las revoluciones, la teoría de Marx, escrita por la pluma misma de Marx, en el prefacio de su obra, Contribución a la crítica de la economía política, establece a priori la siguiente conclusión:

«Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua.»

Esta verdad fundamental para la política revolucionaria conserva hoy, para nosotros, su indudable valor directriz. Sin embargo, más de una vez se ha comprendido al marxismo de un modo mecánico y simplista, falso por lo tanto. Además, se pueden sacar falsas conclusiones de la proposición arriba citada. Marx dice que un régimen social debe desaparecer cuando las fuerzas de producción (la técnica, el poder del hombre sobre las fuerzas naturales) no pueden ya desenvolverse en los límites de ese régimen. Desde el punto de vista del marxismo la sociedad histórica, tomada como tal, constituye una organización colectiva de los hombres que tienen como fin el acrecentamiento de su poder sobre el de la naturaleza. Este fin, naturalmente, no se les ha impuesto a los hombres sino que son ellos mismos los que, en el curso de su evolución, luchan por alcanzarlo, adaptándose a las condiciones objetivas del medio y aumentando cada día su poder sobre las fuerzas elementales de la naturaleza. Siguiendo la proposición, vemos que las condiciones necesarias para una revolución (para una revolución social profunda, y no para golpes de estado, por sangrientos que sean), revolución que remplace a un régimen económico por otro, nacen solamente a partir del momento en que el régimen social antiguo comienza a trabar el progreso de las fuerzas de producción. Esta proposición no significa sólo que el antiguo régimen resbalará infaliblemente y por su propio impulso, cuando se haya hecho reaccionario, desde el punto de vista económico, es decir a partir del momento en que empieza a trabar el desarrollo de la potencia técnica del hombre. De ninguna manera, pues si las fuerzas de producción constituyen la potencia motriz de la evolución histórica, esta evolución, sin embargo, no se produce fuera de los hombres, sino por medio de los hombres. Las fuerzas productivas, el poder del hombre social sobre la naturaleza, se acumulan independientemente de la voluntad de cada hombre por separado, y depende sólo en parte de la voluntad general de los hombres de hoy, pues la técnica representa un capital ya acumulado que nos ha sido legado por el pasado, y que, si nos coloca en situación avanzada, en cierta manera también nos retiene. No obstante, cuando estas fuerzas de producción, esta técnica comienza a sentirse estrechas en los límites de un régimen de esclavitud, de servidumbre o, bien, de un régimen burgués, y cuando un cambio de formas sociales se hace necesario para la ulterior evolución del poder humano, entonces se produce la evolución, no por sí misma, como una salida o puesta de sol, sino gracias a la acción humana, gracias a la lucha conjunta de los hombres reunidos en clases.

La clase social que dirigía la antigua sociedad, convertida en reaccionaria, debe ser remplazada por una clase social nueva que aporta el plan de un régimen social nuevo correspondiente a las necesidades del desarrollo de las fuerzas productivas y que está presto a realizar ese plan. Pero no siempre ocurre que aparezca una clase nueva, lo suficientemente consciente, organizada y poderosa, para destronar a los antiguos dueños de la vida y para abrir camino a las nuevas relaciones sociales, en el preciso momento en que el antiguo régimen social reacciona. No ocurre siempre así. Por el contrario, más de una vez ocurrió en la historia que una vieja sociedad se agotara (por ejemplo, el régimen de esclavitud romano y, anteriormente, las civilizaciones de Asia, en las cuales la esclavitud impedía el progreso de las fuerzas productoras), pero en esta sociedad ya desaparecida no existía una clase suficientemente fuerte para anular a los directores y establecer un nuevo régimen, el de servidumbre, que constituía un paso hacia adelante en relación con el antiguo régimen. A su vez, en la servidumbre, no se dispone siempre, en el momento preciso, de la clase nueva (burguesía), dispuesta a abatir el feudalismo y abrir vía franca a la evolución histórica. Más de una vez se ha visto en la historia que cierta sociedad, nación, pueblo, tribu o varios pueblos o naciones que vivían en condiciones históricas análogas, se encuentran ante la imposibilidad de progreso ulterior, en los límites de un régimen económico determinado (de esclavitud o de servidumbre). No obstante, como todavía no existía una nueva clase que hubiera podido dirigirles sobre nuevas vías, esos pueblos, esas naciones, se descomponen; una civilización, un estado, una sociedad, han dejado de existir. Así resulta que la humanidad no ha marchado de abajo a arriba, siguiendo una línea siempre ascendente. No. Ha conocido largos períodos de estancamiento y de recaída en la barbarie. Las sociedades se han educado, alcanzando cierto nivel, pero no han podido sostenerse en las alturas... La humanidad no conserva su puesto; su equilibrio, a causa de las luchas de las clases y de las naciones, es inestable. Si una sociedad no sube, cae, y si no hay clase que pueda educarla, se descompone y cae en la barbarie.

A, fin de comprender este problema tan extremadamente complejo, no bastan, camaradas, las abstractas consideraciones que ante vosotros expuse. Es preciso que los jóvenes camaradas, poco al corriente de estas cuestiones, estudien obras históricas para familiarizarse con la historia de diferentes países y pueblos, en particular con la historia económica. Sólo entonces podrán representarse de manera clara y completa el mecanismo interior de la sociedad. Hay que comprender este mecanismo para aplicar con exactitud la teoría marxista a la táctica. Es decir a la práctica de la lucha de clases.

Los problemas de la táctica revolucionaria

Cuando se trata de la victoria del proletariado, algunos camaradas se representan la cosa del modo más sencillo. En este momento tenemos en el mundo entero tal situación que podemos decir (marxistamente) con absoluta certeza: el régimen burgués espera el fin de su desarrollo. Las fuerzas de producción no pueden progresar en los límites de la sociedad burguesa. Efectivamente, lo que hemos visto en el curso de los diez años últimos es la ruina, la descomposición de la base económica de la humanidad capitalista y una destrucción mecánica de riquezas acumuladas. Actualmente estamos, en plena crisis, crisis aterradora, desconocida en la historia del mundo, y que no es una simple crisis llegada a su hora «normal» e inevitable en el proceso del progreso de las fuerzas productoras del régimen capitalista; esta crisis marca hoy la ruina y el desastre de las fuerzas productivas de la sociedad burguesa. Acaso concurran todavía ciertos altibajos; pero, en general, como expuse a los camaradas en la misma sala hace mes y medio, la curva del desarrollo económico tiende, a través de todas sus oscilaciones, hacia abajo, y no hacia arriba. Sin embargo, ¿quiere esto decir que el fin de la burguesía llegará automática y mecánicamente? De ningún modo. La burguesía es una clase viva que ha retoñado sobre determinadas bases económico-productivas. Esta clase no es un producto pasivo del desarrollo económico, sino una fuerza histórica, activa y enérgica. Esta clase ha sobrevivido, o sea que se ha hecho el más terrible freno de la evolución histórica Lo cual no quiere decir que esta clase esté dispuesta a cometer un suicidio histórico ni que se disponga a decir: «Habiendo reconocido la teoría científica de la evolución que yo soy reaccionaria, abandono la escena.» Evidentemente, ¡esto es imposible! Por otra parte, no es suficiente que el partido comunista reconozca a la dase burguesa como condenada y casi suprimida para considerar segura la victoria del proletariado. No. ¡Todavía hay que vencer y tirar abajo la burguesía!

Si hubiera sido posible continuar desarrollando las fuerzas productivas en los marcos de la sociedad burguesa, la revolución no hubiera podido hacerse. Mas, siendo imposible el progreso ulterior de las fuerzas de producción en el límite de la sociedad burguesa, se realizó la condición fundamental de la revolución. Sin embargo, la revolución significa ya, por sí misma, una lucha viva de las clases. La burguesía al contrario de las necesidades de la evolución histórica aún es la clase social más poderosa. Más aún: puede decirse, desde el punto de vista político, que la burguesía espera el máximo de su potencia, de la concentración de sus fuerzas y medios, medios políticos y militares, de mentira, de violencia y de provocación. Es decir el máximo del desarrollo de su estrategia de clase en el mismo instante en que más amenazada está de su pérdida social. La guerra y sus terribles consecuencias (y la guerra era inevitable, porque las fuerzas productivas no cabían en el marco burgués) han descubierto ante la burguesía el amenazador peligro de su hundimiento. Tal hecho ha agudizado hasta lo infinito el instinto de conservación de clase. Cuanto más grande es el peligro más una clase (como cualquier individuo) tiende con todas sus fuerzas a la lucha por instinto de conservación. No olvidemos que la burguesía se encuentra frente a un peligro mortal, después de haber adquirido la mayor experiencia política. La burguesía creó y destruyó toda suerte de regímenes. Se desenvolvía en la época del más puro absolutismo, de la monarquía constitucional, de la monarquía parlamentaria, de la república democrática, de la dictadura bonapartista, del estado ligado a la iglesia católica, del estado ligado a la Reforma, del estado separado de la iglesia, del estado persecutor de la iglesia, etc. Toda esta experiencia, de lo más rica y variada, que penetró en la sangre y en la médula de los medios dirigentes de la burguesía, le sirve hoy para conservar a todo precio su poder. Y se mueve con tanta mayor inteligencia, finura y crueldad cuanto mayores peligros reconocen sus dirigentes.

Si analizamos superficialmente este hecho encontraremos una contradicción: hemos juzgado a la burguesía desde el punto de vista del marxismo; es decir, hemos reconocido, por medio de un análisis científico del proceso histórico, que se había sobrevivido a sí misma, haciendo demostración de una vitalidad colosal. En realidad, aquí no hay contradicción. Esto es lo que en el marxismo se llama dialéctica. El hecho está en los lados distintos del proceso histórico: la economía, la política, el estado, el restablecimiento de la clase obrera no se desenvuelven simultánea ni paralelamente. La clase obrera no progresa en absoluto paralela al crecimiento de las fuerzas de producción, y la burguesía no decae a medida que el proletariado crece y se afianza. No. La marcha de la historia es otra. Las fuerzas de producción se desarrollan por etapas: a veces avanzan mucho, a veces retroceden. La burguesía, a su vez también se desarrolla a saltos; la clase obrera, lo mismo. Desde el momento en que las fuerzas productivas del capitalismo tropiezan contra un muro, no pueden avanzar; vemos a la burguesía reunir en sus manos al ejército, policía, ciencia, escuela, iglesia, parlamento, prensa, etc.; tirar sobre los renegados y decirle, con el pensamiento, a la clase obrera: «Sí. Mi situación es peligrosa. Veo que a mis pies se abre un abismo. Pero veremos quien cae primero en él. ¡Acaso, antes de morir yo, pueda arrojarte al precipicio, clase obrera!» ¿Qué significa esto? Sencillamente la destrucción de la civilización europea en su conjunto. Si la burguesía, condenada a muerte desde el punto de vista histórico, encuentra en sí misma suficiente fuerza, energía, poder, para vencer a la clase obrera en el terrible combate que se aproxima, esto significa que Europa está en el umbral de una descomposición económica y cultural, como ya ha ocurrido en varios países, naciones y civilizaciones. Dicho de otro modo, la historia nos lleva al momento en que una civilización proletaria se hace indispensable para la salud de Europa y del mundo. La historia nos suministra una premisa fundamental sobre el éxito de esta revolución, en el sentido que nuestra sociedad no puede desarrollar sus fuerzas productivas apoyándose en una base burguesa.

Pero la historia no se encarga de resolver este problema en lugar de la clase obrera, de los políticos de la clase obrera, de los comunistas. No. Ella parece decir a la vanguardia obrera (representémonos por un instante la historia bajo la forma de una persona erguida ante nosotros) y a la clase obrera. «Es preciso que sepas que perecerás bajo las ruinas de la civilización si no derribas a la burguesía. ¡Ensaya, resuelve el problema!» He aquí el presente estado de las cosas.

Vemos en Europa, después de la guerra, cómo ensaya encontrar la clase obrera, casi inconscientemente, una solución al problema que le ofrece la historia. Y la conclusión práctica (a la cual deben llegar todos los elementos pensadores de la clase obrera en el curso de estos tres años después de la guerra) es la siguiente: no es tan fácil abatir a la burguesía, aunque aparezca condenada por la historia.

El período que Europa y el mundo entero atraviesan en este momento, por un lado, es el de la descomposición de las fuerzas productivas de la sociedad burguesa, mientras que, por otra parte, es el del desarrollo más alto de la estrategia contrarrevolucionaria burguesa. Es necesario comprenderlo claramente. Jamás la estrategia contrarrevolucionaria, es decir el arte de la lucha combinada contra el proletariado, tuvo la ayuda de todos los métodos posibles, desde los sermones dulzones de los curas y de los profesores hasta el fusilamiento de los huelguistas por las ametralladoras, alcanzó la altura de hoy.

El ex Secretario de Estado norteamericano, Mr. Lansing cuenta, en su libro sobre la paz de Versalles, que Mr. Lloyd George ignora la geografía, la economía política, etc. Estamos dispuestos a creerlo. Pero lo que verdaderamente es indudable para nosotros es que el propio Mr. Lloyd George tiene llena la cabeza de las viejas costumbres de engañar y violentar a los trabajadores, empezando desde las más finas y astutas hasta las más sangrientas; que ha sabido recoger toda la experiencia que suministra este informe sobre la antigua historia de Inglaterra y que ha desarrollado y perfeccionado sus medios gracias a la experiencia de estos últimos años de turbaciones. Míster Lloyd George es, en su género, un estratega excelente de la burguesía amenazada por la historia. Y estamos, obligados a reconocer, sin disminuir el valor presente ni mucho menos los méritos futuros del partido comunista inglés (¡tan joven aún!), que el proletariado inglés no posee todavía un estratega semejante. En Francia, el presidente de la república, Millerand, que perteneció al partido de la clase obrera, así como el jefe del gobierno Briand, que antaño propagó entre los obreros la idea de la huelga general, han puesto, al servicio de los intereses de la burguesía, a título de jefes contrarrevolucionarios distinguidos, la rica experiencia de la burguesía francesa, la misma que ellos atacaron desde el campo proletario. En Italia, en Alemania, vemos con que esmero atrae a su seno la burguesía (para colocarlos a su cabeza) a los hombres y a los grupos que acumularon experiencia sobre la lucha de clases sostenida por la burguesía para su desarrollo, para su riqueza, poder y conservación.

Una escuela de estrategia revolucionaria

La tarea de la clase obrera, tanto en Europa como en el mundo entero, consiste en oponer a la estrategia contrarrevolucionaria burguesa, acentuadísima, su propia estrategia revolucionaria, llevándola al último extremo. A este fin, es preciso darse perfecta cuenta de que no se conseguirá nunca abatir a la burguesía automática, mecánicamente, por la única razón que esté sentenciada por la historia. Sobre el áspero campo de la batalla política vemos, a un lado, la burguesía con todo su poder y facilidades, y al otro, la clase obrera con sus fracciones, sus sentimientos, sus, niveles de progreso distintos, y con su partido comunista que lucha con otros partidos y organizadores para lograr la influencia sobre las masas trabajadoras. El partido comunista, que cada día crece más, y mejor, se sitúa a la cabeza de la clase obrera europea, debe maniobrar en la lucha avanzando y retrocediendo, reafirmando su influencia y conquistando nuevas posiciones, hasta que se ofrezca el momento favorable para derrotar a la burguesía. Lo repito: este es un complejo problema de estrategia, como ya dije ampliamente en el congreso anterior. Podemos decir que el Tercer Congreso de la Internacional Comunista fue una alta escuela de estrategia revolucionaria.

El Primer Congreso se celebró después de la guerra, apenas nacido el comunismo como movimiento europeo, cuando se esperaba (con fundamento) que un asalto casi elemental de la clase obrera podría derribar a la burguesía, la cual no había tenido tiempo todavía de encontrar una orientación nueva, ni nuevos puntos de apoyo. Tales pensamientos y esperanzas estaban justificados, en gran parte, por el estado de cosas de entonces, objetivamente juzgadas. La burguesía estaba espantada por los resultados de su propia política de guerra. Ya he hablado en mi informe sobre la situación mundial de todo ello, y no creo necesario repetirlo ahora. De todos modos, es indudable que en la época del Primer Congreso (1919) todos esperábamos, los unos más, los otros menos, que un sencillo asalto de las masas trabajadoras y campesinas derribase a la burguesía en un futuro próximo. Y, en efecto, el ataque fue poderoso. El número de las víctimas, grande. Pero la burguesía soportó este primer asalto y gracias a ello, ha podido reafirmarse en su estabilidad de clase.

El Segundo Congreso, en 1920, se verificó en un momento crítico: cuando se notaba que la burguesía no se abatiría por medio de un solo ataque de varias semanas, ni en un mes, ni en dos ni en tres; cuando se necesitaba una preparación política y una organización de las más serias. Y al mismo tiempo, la situación era muy difícil. Como recordarán, el Ejército Rojo se aproximaba a Varsovia y podía contarse con que, vista la situación revolucionaria en Alemania, Italia y alrededores, el impulso militar, que si no podía tener significación por sí mismo constituía una fuerza suplementaria, introducido en la lucha de las fuerzas europeas, soltaría la avalancha de la revolución, momentáneamente contenida. Esto no ocurrió.

Después del Segundo Congreso de la Internacional Comunista apareció más claramente la necesidad de aplicar una estrategia revolucionaria más compleja. Vemos a las masas de trabajadores, que después de la guerra han adquirido experiencia más sólida, enderezarse ellas mismas en esa dirección, y a consecuencia de tal orientación, vemos a los partidos comunistas crecer por todas partes. Durante el primer período millones de obreros se lanzaron en Alemania al asalto de la vieja sociedad sin prestar atención apenas a los grupos espartaquistas. ¿Qué significaba aquello? Después de la guerra, a las masas obreras les parecía que para obtener reivindicaciones bastaba ejercer presión, atacar para que mucho, si no todo, cambiara. He ahí por qué millones de obreros creían que era inútil gastar energía para fundar y organizar un partido comunista. No obstante, en el curso del año 1920, los partidos comunistas en Alemania y Francia, los dos países más importantes del continente europeo, se han transformado de pequeños núcleos que eran en organizaciones que agrupan a centenares de millares de obreros: casi 400.000 en Alemania y de 120 a 130 mil en Francia, lo que, en las condiciones francesas, constituye una cifra muy elevada. Tal circunstancia nos prueba hasta qué punto habían sentido las masas obreras en este período que era imposible vencer sin tener una organización particular, en el seno de la cual analizase la clase obrera su experiencia y sacara conclusiones; en una palabra, sin la dirección de un partido centralizado. En esto consiste la importancia de los resultados adquiridos en el último período: la fundación de los partidos comunistas de masa, a las que es preciso añadir a Checoslovaquia, que cuenta con 350.000 miembros. (Después de la fusión con la organización comunista de la minoría alemana, el partido checoslovaco contará con 400.000, ¡para una población de doce millones!).

Sería erróneo suponer que estos jóvenes partidos comunistas, apenas fundados tengan ya el arte de la estrategia revolucionaria. No. La experiencia táctica del último año lo demuestra bien claro. Y el Tercer Congreso se encuentra frente a este problema.

Este último congreso, hablando en términos generales, debió pronunciarse sobre dos problemas. El primero consistía, y consiste todavía, en desembarazar a la clase obrera, incluyendo a nuestras propias filas comunistas, de los elementos que no quieren la lucha, que tienen miedo y que ocultan, bajo ciertas teorías generales, su deseo de no combatir y su tendencia íntima al acuerdo con la sociedad burguesa. La depuración del movimiento obrero en su conjunto, y con más razón en los elementos comunistas, la expulsión de las tendencias reformistas, centristas y mediocentristas, tienen doble carácter: cuando se trata de los centristas conscientes, de los colaboracionistas y de los mediocolaboracionistas acabados es necesario echarlos sencillamente de las filas del partido comunista y del movimiento obrero; cuando, sin embargo, tengamos noticia de las tendencias mediocentristas mal definidas, debemos ejercer una influencia rectora e influyente para empujar a los elementos indecisos a la lucha revolucionaria. Así pues, la primera tarea de la Internacional Comunista consiste en desembarazar al partido de la clase obrera de los elementos que no quieren luchar y que, por lo mismo, paralizan la lucha del proletariado.

Pero todavía hay una tarea más importante: aprender el arte de luchar, arte que no cae sobre la clase obrera o sobre el partido comunista como un don de los cielos. No puede aprenderse el arte de la táctica y de la estrategia, el arte de la lucha revolucionaria, más que por la experiencia, por la crítica o la autocrítica. Dijimos en el Tercer Congreso a los jóvenes comunistas: «Camaradas, no queremos solamente una lucha heroica sino, ante todo, la victoria». Durante los últimos años hemos asistido a numerosos combates heroicos en Europa, en Alemania sobre todo. En Italia vimos una gran lucha revolucionaria, una guerra civil con sus inevitables víctimas. Verdad es que todo combate no conduce a la victoria. Los fracasos son inevitables. Pero no es preciso que tales fracasos sean la consecuencia de las faltas cometidas por el partido. No obstante, hemos visto más de una forma y más de un medio de combate que no llevan a la victoria ni llevarán nunca, y que están dictados a menudo más por la impaciencia revolucionaria que por la idea política. Por tales hechos, que determinaron la lucha de ideas que tuvo lugar en el Tercer Congreso de la Internacional Comunista, debo explicarme, camaradas. Semejante lucha no ha tenido caracteres de rigor ni de «lucha de fracción». Por el contrario, hemos respirado una atmósfera muy cordial y seria en el congreso, y nuestra lucha de ideas lo era enteramente de principios, y al mismo tiempo tenía el aspecto de un cambio de opiniones objetivo.

Nuestro congreso fue un gran soviet político y revolucionario de la clase obrera, y en este soviet nosotros, representantes de distintos países, basándonos en la experiencia adquirida por esos países, hemos verificado y confirmado de manera práctica nuestras tesis sobre la necesidad de desembarazar a la clase obrera de los elementos que no quieren luchar y que son incapaces de nada; por otra parte, expusimos en toda su amplitud y agudeza el siguiente problema: la lucha revolucionaria por el poder tiene sus leyes, sus medios, su táctica y su estrategia; quien ignora este arte jamás conocerá la victoria.

Las tendencias centristas en el socialismo italiano

Los problemas de la lucha contra los elementos centristas y mediocentristas aparecen claros en el asunto del Partido Socialista Italiano, puesto a la orden del día. Ya conocen ustedes la historia de tal cuestión. Una lucha interior y una escisión tuvieron lugar en el Partida Socialista Italiano, antes de la guerra imperialista. Así se desembarazó de los peores patrioteros. Además, Italia entró en la guerra nueve meses después que los otros países. Este hecho facilitó al Partido Socialista Italiano su política contra la guerra. El partido no se dejó arrastrar por el patriotismo y conservó la actitud crítica con respecto a la guerra y al gobierno. Gracias a lo cual fue posible que participase en la conferencia antimilitarista de Zimmerwald, aun cuando su internacionalismo tuviese un aspecto amorfo. Más tarde, la vanguardia de la clase obrera italiana empujó a los círculos dirigentes del partido más a la izquierda de lo que eran sus deseos, y el partido se ha encontrado en el seno de la Tercera Internacional con un Turati que busca demostrar con sus discursos y sus escritos que la Tercera Internacional no es más que un arma diplomática en manos del poder de los soviets, el cual, bajo pretexto de internacionalismo, lucha por los intereses «nacionales» del pueblo ruso. ¿No resulta monstruoso oír semejante opinión a un (¡no sé cómo le llamo así!) «camarada» de la Tercera Internacional? Hasta qué punto era anormal la entrada del Partido Socialista Italiano, bajo su vieja forma, en la Internacional Comunista. Si se pregunta cómo y por qué retrocedió en septiembre de 1920. Se llegó a decir que en esa acción el partido «traicionó» a la clase obrera. Si se pregunta cómo y por qué retrocedió el partido y capituló en otoño del año pasado, durante la huelga general y la ocupación de las fábricas, talleres, etc., por los obreros; si se pregunta qué constituía la traición: si el reformismo mal entendido, la irresolución, ligereza política o cualquier cosa, sería difícil hallar contestación. El Partido Socialista Italiano se encontraba después de la guerra bajo la influencia de la Internacional Comunista, como correspondía al gusto de las masas trabajadoras; pero su organización encontraba principalmente su poder en el centro y en la derecha. A fuerza de hacer la propaganda para la dictadura del proletariado, para el poder de los soviets, para el martillo y la hoz, para la Rusia de los soviets, etc., la clase trabajadora italiana, en su conjunto, toma todas esas palabras en serio y emprende el camino de la lucha abiertamente revolucionaria. En septiembre del año pasado se ocuparon talleres, fábricas, minas y grandes propiedades agrarias. Pero precisamente en este momento, en que debe sacar el partido todas las conclusiones políticas y prácticas de su propaganda, tiene miedo de sus responsabilidades, retrocede, deja al descubierto la retaguardia del proletariado, y las masas obreras caen bajo las hordas fascistas. La dase trabajadora pensó y esperó que el partido que le llamó a la lucha consolidaría el desarrollo de su ataque. Y así debió hacerse. La esperanza del proletariado estaba bien fundada: el poder de la burguesía se desmoralizaba y paralizaba, y no había confianza ni en el ejército ni en la policía. Era, pues, natural (a mi juicio) que la clase obrera pensase que el partido se encontraba en el deber de llevar hasta el fin el combate comenzado. Sin embargo, en el momento más crítico el partido se echó atrás, privando a la clase obrera de sus jefes y de parte de sus fuerzas. Aquí se ve claramente que en la Internacional Comunista no había sitio para semejantes políticos. El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista ha decidido (después de consumada la escisión que tuvo lugar en el partido italiano) que sólo su ala izquierda comunista representaba una sección de la Internacional Comunista. Por lo mismo, el partido de Serrati, es decir, la fracción dirigente del ex Partido Socialista Italiano, ha sido arrojado de la Internacional Comunista. Desgraciadamente, y ellos se explica por la condiciones particularmente desfavorables, o acaso por errores de nuestra parte; desgraciadamente, repito, el Partido Comunista Italiano ha recibido en sus filas (en el momento de su fundación) menos de 50.000 afiliados, mientras que el partido de Serrati conservaba casi 100.000 miembros, entre los cuales se contaban 14.000 reformistas determinados, formando una fracción organizada (tienen su conferencia en Reggio-Emilia). No es que vayamos a decir que los 100.000 obreros que constituyen el Partido Socialista sean nuestros adversarios. Si hasta ahora no los tenemos en nuestras filas la falta es de nuestra responsabilidad. Prueba la justicia de tal observación que el Partido Socialista Italiano, aunque excluido de la Internacional Comunista, ha enviado a nuestro congreso tres representantes. ¿Qué significa eso? Los dirigentes del partido se han colocado, por su política, fuera de la internacional pero las masas obreras les obligan a llamar a sus puertas.

Los obreros socialistas han demostrado que sus sentimientos eran revolucionarios y que ellos querían estar con nosotros. Pero nos han enviado gente que demuestran, con su conducta, que no han asimilado ni las ideas ni los métodos del comunismo. Los obreros italianos pertenecientes al partido de Serrati también demostraron que eran revolucionarios en su mayoría, aunque no poseían aún clara visión política de las cosas. Vimos en nuestro congreso al viejo Lazzari. Desde el punto de vista personal, es una figura atrayente, un viejo luchador innegablemente honrado, un hombre sin tacha; pero no un comunista. Se halla totalmente bajo la influencia de las ideas democráticas, humanitarias y pacifistas. Nos contó en el congreso: «Ustedes exageran la importancia de un Turati. Exageran, en general la importancia de nuestros reformistas. Nos piden que los excluyamos; pero ¿cómo vamos a hacerlo, si ellos obedecen la disciplina del partido? Si nos dieran el ejemplo de un hecho que pudiera probar su abierta oposición al partido, si hubieran participado en un gobierno a pesar de nuestras resoluciones, si hubieran votado el presupuesto de guerra a pesar nuestro, entonces hubiésemos podido excluirles; pero no ha sido así. Nosotros citamos entonces a Lazzari artículos de Turati dirigidos contra el abecé del socialismo revolucionario. Lazzari nos contestó que aquellos artículos no constituían hechos, que en su partido existía libertad de opinión, etc. Sin embargo, le dijimos: «Permitid. Si para excluir a Turati es preciso que se cumpla un «hecho»™, es decir, que él acepte, por ejemplo, una cartera de manos de Giolitti, es indudable que Turati, que es un político inteligente, no lo hará jamás, ya que no se trata de un arribista de baja estofa que aspire a una cartera. Turati es un colaboracionista probado, enemigo irreductible de la revolución pero, en su especie, un político hábil. í‰l quiere, cueste lo que cueste, salvar la «civilización»™ democrática y burguesa y remontar con este fin la corriente revolucionaria de la clase obrera. Cuando Giolitti le ofrece una cartera, y eso ha debido ocurrir más de una vez, Turati le responde, poco más o menos: «Si acepto la cartera eso constituirá el «hecho»™ de que habla Lazzari. En cuanto acepte la cartera me cogerá sobre el «hecho»™ y me echará del partido y una vez que se me haya echado del partido tú no tendrás necesidad de mí, compadre Giolitti, pues si ahora me necesitas es porque pertenezco a un gran partido obrero. De modo que, tan pronto sea yo excluido del partido, tú me echarás a tu vez del ministerio. He aquí por qué no aceptaré tu cartera nunca, para no proporcionar a Lazzari el «hecho»™ y ser el verdadero jefe del partido socialista.»

Este ha debido ser, aproximadamente, el razonamiento que se hizo Turati y tiene razón: es más perspicaz que el idealista y pacifista Lazzari. «Ustedes exageran la importancia del grupo Turati (nos decía Lazzari). Es un grupito, lo que en francés se llama una cantidad despreciable». A lo que contestamos: «¿y sabe usted que en este mismo momento, mientras aquí, en la tribuna de la internacional de Moscú, usted nos pide ser admitido en nuestras filas, Giolitti pregunta a Turati por teléfono: «¿Sabes, amigo mío, que está Lazzari en Moscú y que acaso tome allí, con los bolcheviques, algunos acuerdos peligrosos en nombre de tu partido?»™ ¿Sabe usted lo que contesta Turati? Pues seguramente esto: «No hagas caso, amigo Giolitti; nuestro Lazzari no es más que una cantidad, despreciable»™. Y seguramente en esto tiene mucha más razón que Lazzari.

Tal fue nuestro diálogo con los temerosos representantes de una parte considerable de los obreros italianos. A fin de cuentas se ha decidido presentar a los socialistas italianos un ultimátum: convocar en un plazo de tres meses un congreso del partido, excluir de ese congreso a todos los reformistas (que han causado su propia desmembración al reunirse en la Conferencia de Reggio-Emilia) y unirse con los comunistas según la base de las resoluciones del Tercer Congreso. ¿Cuáles serán los resultados prácticos inmediatos de esta decisión? ¿Es tan difícil predecirlos exactamente? ¿Vendrán con nosotros todos los serratianos? Lo dudo. Además, no lo deseamos. Hay hombres entre ellos de los que no tenemos necesidad. El paso dado por nuestro congreso era justo. Su objeto es recobrar a los obreros llevando la escisión a las filas de los jefes que vacilan.

El comunismo italiano. Sus dificultades y tareas

Entre los delegados del Partido Comunista Italiano, así como entre los representantes de las juventudes, se encuentran, sin embargo, las más acerbas críticas de esta decisión. Los comunistas italianos, sobre todo los de izquierda, han reprochado muy particularmente al congreso «haber abierto la puerta» a los serratianos, a los oportunistas y a los centristas. Estas palabras: «Han abierto las puertas de la Internacional Comunista», han sido repetidas millares de veces. Les hemos explicado: «Camaradas, vosotros tenéis a vuestro lado 50.0.00 obreros: los serratianos tienen casi 100.000. No se puede estar contento con esos resultados». Han contrastado las cifras y han afirmado que un gran número de miembros había abandonado ya el partido socialista, lo que sería posible; pero su argumento principal es este: «Toda la masa del partido socialista, y no sólo sus jefes, es reformista y oportunista». Preguntamos: «¿De qué modo, pues, por qué razón y a título de qué han enviado entonces aquí, a Moscú, a Lazzari, Maffi y Riboldi?». Los jóvenes comunistas italianos no me han dado una respuesta clara: «Vedlo: es que la clase obrera, en su conjunto, gravita hacia Moscú y hacia allí se inclina el partido oportunista de Serrati». Ese argumento ha sido traído de los cabellos. Si, verdaderamente, la cosa se presentaba así; si la dase obrera en masa se inclinaba hacia Moscú, la puerta de Moscú le sería abierta: esta puerta es el Partido Comunista Italiano, que pertenece a la Internacional ¿Por qué elige la clase trabajadora italiana una vía tan indirecta hacia Moscú, apoyándose en el partido de Serrati, en lugar de entrar sencillamente en el Partido Comunista de Italia? Es evidentísimo que todas esas denegaciones de los comunistas de izquierda eran erróneas y tenían su fuerte en una comprensión insuficiente de la tarea fundamental: la necesidad de conquistar a la vanguardia obrera y, ante todo, a los obreros que quedan en las filas del Partido Socialista Italiano, no siendo los peores. El error de las «izquierdas» tiene su origen en la impaciencia revolucionaria tan acentuada, que impide ver las tareas previas, las más importantes, y que tanto perjudica a los intereses de la causa. Ciertos comunistas «de izquierda» creen que para su tarea directa, consistente en derribar la burguesía, es inútil pararse en el camino, entrar en conversaciones con los serratianos, abrir la puerta a los obreros que siguen a Serrati, etc. Y es esta, sin embargo, nuestra tarea principal, ¡y no es tan sencilla como pudiera creerse! También necesitamos conversaciones, tanto o más que luchas, exhortaciones y nuevos acuerdos, y, acaso, nuevas escisiones. Algunos camaradas impacientes quisieran volver sencillamente la espalda a esos menesteres, Y, en consecuencia, a los mismos obreros socialistas. Los que quieran pertenecer a la Tercera Internacional (se dicen) que se adhieran directamente a nuestro partido comunista. Esa es, aparentemente, la solución más fácil del problema; pero, en realidad, equivale a plantear la cuestión en los términos más esenciales: ¿cómo, por qué métodos, atraer a los obreros socialistas al partido comunista? Cerrando automáticamente la puerta de la internacional no obtendremos respuesta. Los obreros italianos saben muy bien que el partido socialista perteneció también a la Internacional Comunista. Los jefes del Partido Socialista Italiano pronunciaron discursos revolucionarios llamando a la lucha, han reclamado el poder de los soviets y llevado a los obreros a la huelga del mes de septiembre y a la ocupación de los talleres y fábricas. En seguida han capitulado sin aceptar la batalla mientras luchaban los obreros. La vanguardia del proletariado italiano en situación de digerir este hecho en su conciencia. Los obreros ven a la minoría comunista separarse del partido socialista y dirigirse a ellos con los mismos, o casi los mismos, discursos con que el partido de Serrati se les dirigía ayer. Los obreros dirán para sí: «Hay que esperar, ver lo que significa; hay que estudiar la cosa...». En otros términos, piden, acaso, con poca conciencia, pero con verdadero afán, que el nuevo partido, el comunista, se dé a conocer activamente, que prueben sus jefes que están hechos de otra pasta y que están ligados indefectiblemente a las masas en sus luchas, por duras que sean las consecuencias de esas luchas. Es preciso conquistar con los actos y con las palabras, con las palabras y los actos, la confianza de las decenas de millares de obreros socialistas que aún se encuentran en el cruce de los caminos, pero que quisieran estar en nuestras filas. Si volvemos tranquilamente la espalda, movidos por el deseo de derrocar inmediatamente a la burguesía, causaremos un gran perjuicio a la revolución, y, sin embargo, es precisamente en Italia donde las condiciones son muy favorables para una revolución victoriosa del proletariado en el porvenir más próximo.

Imaginemos por un momento, sólo a título de ejemplo, que los comunistas italianos, admitámoslo, hayan llamado en mayo de este año a la clase obrera de Italia a una nueva huelga general y a una insurrección. Si se dijeron: «El partido socialista que dejamos sucumbió en septiembre, y nosotros, los comunistas debemos ahora, cueste lo que cueste, tomar esta tarea y conducir en seguida a la clase obrera a una batalla decisiva». Juzgándolo superficialmente, pudiera creerse que ese fuera el deber de los comunistas; pero, en realidad, no es así. La estrategia revolucionaria elemental nos dice que tal llamamiento, en las actuales condiciones, sería una locura y un crimen, pues la clase obrera, que en el mes de septiembre fue cruelmente fogueada por seguir a los dirigentes del partido socialista no hubiese creído que pudiera repetirse con éxito la operación en mayo, bajo la dirección del partido comunista, que aún no conocía suficientemente. La falta fundamental del partido socialista consiste en que ha llamado a la revolución sin sacar las conclusiones necesarias, es decir, sin realmente prepararse para la revolución, si explicar a la clase obrera las cuestiones para la toma del poder sin limpiar sus filas de los que no quieren el poder, sin elegir ni educar a sus militantes, sin crear los núcleos de asalto capaces de manejar armas y blandirlas en el momento preciso... En una palabra, el partido socialista llamaba a la revolución, pero sin prepararse para ella. Si los comunistas italianos hubieran lanzado ahora un simple llamamiento a la rebelión, hubieran repetido el error de los socialistas y, además, en condiciones incomparablemente más difíciles. La tarea de nuestro partido hermano en Italia es preparar la revolución, es decir: conquistar ante todo la mayoría de la clase obrera y organizar como sea a su vanguardia. Aquel que hubiera librado la partida impaciente de los comunistas italianos hacia atrás y hubiera dicho: «Antes de llamar a la insurrección tratad de conquistar a los obreros socialistas, purificad los sindicatos, poned en puestos responsables a los comunistas en lugar de a los oportunistas; conquistad a las masas», el que así hubiese hablado, aunque pareciera dejar atrás a los comunistas, lo que en realidad hubiera hecho es indicar la ruta que lleva a la victoria de la revolución.

Los temores y sospechas de los extremistas de izquierda

Todo lo que acabamos de decir, camaradas, es elemental desde el punto de vista de la experiencia revolucionaria. Sin embargo, ciertos elementos «de izquierda» de nuestro congreso han creído ver en semejante táctica una inclinación a la «derecha», y algunos jóvenes camaradas revolucionarios, sin experiencia, pero llenos de energía y prestos a la lucha y a los sacrificios, han sentido que sus cabellos se les erizaban al oír los primeros discursos críticos y prudentes pronunciados por los camaradas rusos. Algunos de esos jóvenes revolucionarios, según dicen, habían besado la tierra de los soviets cuando atravesaron la frontera. Y aunque nosotros trabajamos todavía demasiado mal nuestra tierra para que sea digna de tales besos, comprendemos, sin embargo, el entusiasmo revolucionario de nuestros jóvenes amigos extranjeros. Parece vergonzoso tal retraso y no haber realizado aún la revolución. Con estos sentimientos entran ellos en las salas del Palacio Nicolás. ¿Qué ven allí? Los comunistas rusos suben a la altura y no solamente no exigen el llamamiento inmediato a la insurrección sino que, por el contrario, los ponen en guardia contra las aventuras e insisten para que se atraiga a los obreros socialistas, que se conquiste a la mayoría de los trabajadores y que, cuidadosamente, ¡se prepare la revolución!

Ciertos extremistas de izquierda han convenido en que el negocio no se presentaba muy claro. Elementos semihostiles, tales como los delegados de la organización llamada «Partido Obrero Comunista de Alemania» (este grupo forma parte de la internacional con voz consultiva), razonan de la siguiente manera: «El poder soviético no esperó a que estallara la revolución en Europa para establecer su política. Ha perdido así, por medio de su Comisariado del Comercio Exterior, un gran comercio mundial. Y el comercio es un negocio serio, que requiere relaciones serenas y pacíficas. Se sabe desde hace tiempo que los tumultos revolucionarios perjudican al comercio. Por esta razón, colocándonos en el punto de vista del comisariado del camarada Krasin, estamos interesados, como veis, en retardar la revolución cuanto sea posible» (Risas). Camaradas, yo siento infinitamente que vuestra unánime risa no pueda ser trasmitida por radio a varios camaradas de la extrema izquierda de Alemania e Italia. La hipótesis de nuestra oposición a los tumultos revolucionarios, oposición que tiene su fuente en nuestro Comisariado del Comercio Exterior, es tanto más curiosa cuanto que en marzo de este año, al desarrollarse en Alemania los trágicos combates de que hablaré más tarde, combates que los diarios burgueses y socialdemócratas alemanes, y tras ellos la prensa mundial, gritaron que la insurrección de marzo fue provocada por una orden de Moscú, que el poder soviético, que vivía en esta época jornadas difíciles (rebeliones de campesinos Cronstad, etc.), había lanzado, para su propia salvación, la orden de organizar las insurrecciones independientemente de la situación particular de cada país. ¡Qué difícil es imaginar una tontería tan grande! No obstante, los camaradas delegados de Roma, de París, de Berlín apenas han tenido tiempo de llegar a Moscú cuando una nueva teoría se ha forjado en el otro extremo, el de la izquierda: la teoría según la cual, no solamente «no damos órdenes» para organizar las insurrecciones inmediata e independientemente de las circunstancias exteriores, sino que, por el contrario, interesados en el magnífico desarrollo de nuestro comercio, sólo nos preocupamos de una cosa, de retrasar la revolución. ¿Cuál de las dos tonterías, contrarias la una a la otra, es la más tonta? Es difícil juzgarlo. Si somos culpables de las faltas cometidas en marzo (suponiendo que pueda hablarse de culpabilidad), también lo es en este sentido la internacional en su conjunto y, por consiguiente, también nuestro partido, porque todavía no ha educado suficientemente a las masas en cuanto concierne a la táctica revolucionaria haciendo así imposible los actos y los métodos erróneos. Pero sería ingenuo soñar que jamás se cometan errores.

Los acontecimientos de marzo en Alemania

La cuestión de los acontecimientos de marzo ha ocupado, en cierto sentido, un sitio preferente en nuestros debates del congreso, y esto no es casual: de todos los partidos comunistas, el de Alemania es uno de los más poderosos y de los preparados desde el punto de vista teórico, y en cuanto a su capacidad revolucionaria, a mi parecer, Alemania está en primer lugar. Respecto a la situación interior, siendo Alemania un país vencido, es uno de los más propicios a la revolución. Es, pues, natural que los métodos de lucha del Partido Comunista Alemán adquieran importancia internacional. Sobre el suelo alemán los más importantes acontecimientos de la lucha revolucionaria se desarrollaron ante nuestros ojos desde 1918, y es por esto por lo que podemos estudiar con el ejemplo vivo sus ventajas y sus inconvenientes.

¿Y en qué consistieron los acontecimientos de marzo? Los proletarios de la Alemania del centro, obreros de la región industrial y minera, representaban hasta hace poco, incluso durante la guerra, una de las fracciones más retrasadas de la clase obrera. Seguían, en su mayoría, no a los socialdemócratas, sino a las pandillas patrióticas, burguesas y clericales; eran fieles al emperador, etc. Las condiciones de su vida y de su trabajo eran excepcionalmente pesadas. Ocupaban, en relación con los obreros de Berlín, el mismo sitio que entre nosotros los distritos retrasados de los Urales en relación con los obreros de Petrogrado. Durante una época revolucionaria, ocurre más de una vez que una parte, la más oprimida y retrasada de la clase obrera, despierta por primera vez al estruendo de los acontecimientos y aporta a la lucha la energía más grande y está presta a combatir sin condiciones y, a menudo, sin contar con las circunstancias ni con las posibilidades de vencer; es decir con las exigencias de la estrategia revolucionaria. Así, mientras los obreros de Berlín y Sajonia, por ejemplo, después de la experiencia de los años 1919-1920, se han vuelto más circunspectos, lo que une sus ventajas e inconvenientes, los obreros centroalemanes en cambio continúan manifestándose enérgicamente, realizando huelgas y tumultos, sacando a los capataces de los talleres en carretillas, organizando reuniones durante las horas de trabajo, etc. Es evidente que tal género de acción es incompatible con las tareas sagradas de la República de Ebert. Nada tan asombroso como que esta república conservadora y policíaca, en la persona de su agente de policía, el socialdemócrata Hoersing, haya decidido una cierta «depuración», es decir, echar los elementos más revolucionarios, detener a ciertos comunistas, etc.

El Comité Central del Partido Comunista de Alemania pensó, precisamente en esta época (mediados de marzo), que era preciso hacer una política revolucionaria más activa. El partido alemán, según recordaréis, había sido creado un poco antes por la unión de las antiguas agrupaciones espartaquistas y de la mayoría de los independientes, y, por lo mismo, ha tenido que resolver prácticamente el problema de la acción de masas. La idea de que había que realizar una política más activa era perfectamente justa. Pero, ¿cómo habría que llevarla a la práctica? Al mismo tiempo que se publicaba la orden del policía socialdemócrata Hoersing, pidiendo a los obreros lo que en vano y más de una vez les había pedido el Gobierno Kerenski: no organizar reuniones en las horas del trabajo, considerar la propiedad de las fábricas como sagrada, etc.; el comité central del partido comunista lanzó un llamamiento a la huelga general para sostener a los obreros del centro de Alemania. Una huelga general no es cosa que la clase obrera emprende a la ligera, a la primera indicación del partido, sobre todo cuando ha sufrido anteriormente una serie de derrotas y tanto más en un país donde hay, junto al partido comunista otros dos partidos socialdemócratas, y donde la organización sindical está en contra nuestra. Sin embargo, si nos fijamos en el órgano central del partido comunista, la Rote Fahne, durante todo este período, día tras día, nos daremos cuenta de que el llamamiento a la huelga general no ha estado bien preparado. En Alemania se ha efectuado más de una sangría cuando la revolución, y la resistencia a la ofensiva policíaca contra el centro de esta nación no pudo abarcar a toda la clase obrera. Una seria acción de masas hubiera debido estar precedida evidentemente de una agitación enérgica y generalizada, con consignas definidas hacia el mismo fin; tal agitación hubiese podido llevar llamamientos definitivos para la acción sólo en el caso en que se hubiera podido averiguar hasta qué grado estaban preparadas y dispuestas las masas para avanzar por el camino de la revolución. Tal es el principio elemental de toda estrategia revolucionaria, y es precisamente ese el principio que no se ha tomado en cuenta durante los acontecimientos de marzo. Los batallones de policía no tenían aún tiempo de alcanzar las fábricas y minas de Alemania central si en ellas se hubiese desencadenado una huelga general. Ya dije que los obreros del centro de Alemania estaban dispuestos a una lucha inmediata, y que la indicación del comité fue seguida. Pero las cosas no pasaron lo mismo en el resto del país. La situación de Alemania, tanto interior como exterior, no favorecía el paso brusco a la acción. Las masas, sencillamente no comprendieron el llamamiento.

Sin embargo, ciertos teóricos muy influyentes del Partido Comunista de Alemania, en lugar de reconocer que el llamamiento era un error, han emitido, para explicarlo, la teoría, según la cual debíamos, durante la época revolucionaria, hacer exclusivamente una política ofensiva, esto es, de ataque revolucionario. De esa manera se presenta a las masas la acción de marzo como una ofensiva. Ensayad, apreciad la situación en su conjunto. En realidad, el primer asalto fue dado por el policía socialdemócrata Hoersing. Hay que aprovechar para reunir a todos los obreros para la defensa, resistencia; el contraataque más restringido. Si son propicias las condiciones, si encuentra eco favorable la propaganda, puede pasarse a una huelga general. Si los acontecimientos se desarrollan de más en más, si las masas se sublevan, si la unión entre los trabajadores se reafirma y crece su moral, mientras que en el campo de los adversarios la falta de decisión y el desorden aparecen, entonces puede ordenarse pasar a la ofensiva. Por el contrario, si la decisión no es favorable, si las condiciones y la moral de las masas no se prestan a obedecer, hay que tocar retirada, replegarse en lo posible ordenadamente hacia las posiciones anteriores, obteniendo así la ventaja de no haber sondeado la masa obrera, reforzado su unión anterior y, lo que es más importante, de haber aumentado la autoridad del partido, que se habrá revelado como un jefe juicioso en todas las situaciones.

Pero ¿qué hace el centro dirigente del partido alemán? Parece aprovechar la primera ocasión y, antes que ella sea comprendida por los obreros, el comité central llama a la huelga general. Aún antes de que el partido haya acertado a sublevar a los obreros de Berlín, Dresde, Múnich, para sostener a los del centro de Alemania (lo que hubiera podido lograrse en el espacio de unos días, si hubiesen sido conducidas con energía las masas después de un plan bien concebido y sin saltarse los acontecimientos), antes que el partido haya cumplido ese trabajo, se proclama como una ofensiva nuestra acción. Ello significa malbaratar el asunto y paralizar el avance del movimiento. Es evidente que, en este período de lucha la iniciativa del movimiento estaba en las manos del enemigo. Era preciso explotar el elemento moral de la defensa y llamar al proletariado del país entero en socorro de los obreros del centro de Alemania. Las formas de este socorro podían al principio ser variadas antes de que el partido pudiera lanzar directivas más amplias. La tarea de la agitación consistía en sublevar las masas, concentrar su atención sobre los acontecimientos de Alemania central, romper políticamente la resistencia de la burocracia obrera y asegurar, de este modo, el carácter general de la huelga, como base posible para el desarrollo ulterior de la lucha revolucionaria. Y, ¿qué tenemos, en cambio? Una minoría revolucionaria y activa del proletariado se ha opuesto en la acción a la mayoría, antes que esta mayoría pudiera enterarse del sentido de los acontecimientos. El partido resolvió por ella, ante la pasividad e irresolución de la clase obrera. Los elementos impacientes ensayaron, aquí y allá, no por medio de propaganda sino por procedimientos mecánicos, echar a la calle a la mayor parte de los obreros. Verdad que si la mayoría de los obreros se pronuncian, a favor de la huelga, pueden forzar a la minoría y cerrar fábricas para llevar a cabo la huelga general. Más de una vez ha ocurrido así, y así será siempre, y sólo los imbéciles pueden protestar por tales procedimientos. Pero la aplastante mayoría de la clase obrera no se da cuenta exacta del movimiento o no simpatiza con él; o no cree en su eficacia; la minoría, al revés, se decide a avanzar y ensayar, por procedimientos mecánicos, a incitar a los obreros a la huelga. Esta minoría impaciente, representada por el partido, puede decidirse a actuar frente a la hostilidad de la clase obrera y romperse así la cabeza.[80]

La estrategia de la contrarrevolución alemana y los aventureros de izquierda

Estudiaremos desde este punto de vista toda la historia de la revolución alemana. En noviembre de 1918, la monarquía se ha derrumbado y el problema de la revolución proletaria está a la orden del día. En enero de 1919, se desarrollan los sangrientos combates revolucionarios de la vanguardia proletaria contra el régimen de la democracia burguesa, los cuales se reproducen en marzo de 1919. La burguesía se orienta rápidamente y elabora su plan estratégico: combate al proletariado en cuanto lo divisa. Los mejores jefes de la clase obrera: Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, son asesinados. En marzo de 1920, después de la tentativa del golpe de estado contrarrevolucionario de Kapp, quebrado por una huelga general, estalla una insurrección parcial: la lucha armada de los obreros de la cuenca del Ruhr. El movimiento concluye en un nuevo fracaso, causando innumerables víctimas. En fin, en marzo de 1921 aún tenemos una guerra civil parcial y una nueva derrota.

Cuando en enero y marzo de 1919 parte de los obreros alemanes se habían rebelado, habían perdido a sus mejores jefes, dijimos: «Son las jornadas de julio del Partido Comunista al Alemán. Recordad las jornadas de julio en Petrogrado de 1917. Petrogrado se adelantó al país, se arrojó solo a la batalla, la provincia no le sostenía lo bastante, y aún se contó en el ejército de Kerenski con regimientos retrasados para ahogar el movimiento. Pero en el mismo Petrogrado, la mayoría del proletariado ya era nuestra. Las jornadas de julio fueron un preámbulo de las de octubre. Es cierto que en julio cometimos algunos errores; pero no los hemos erigido en sistema. Hemos considerado los combates de enero y marzo de 1919 como un «julio» alemán. Aunque este «julio» en Alemania no ha sido seguido de un «octubre», sino de un marzo de 1920 o sea de una nueva derrota, sin hablar de los fracasos parciales y del asesinato sistemático de los mejores jefes locales de la clase obrera alemana. Cuando vimos el movimiento de marzo 1920 (digo yo) y en seguida el de marzo 1921, no pudimos menos que decir: No; hay demasiadas jornadas de julio en Alemania: queremos un «octubre».

Sí, hay que preparar un «octubre» alemán, una victoria de la clase obrera alemana y he aquí que los problemas de la estrategia revolucionaria se nos ofrecen en toda su amplitud. Es perfectamente claro y evidente que la burguesía alemana, o su pandilla dirigente, lleva su estrategia contrarrevolucionaria hasta lo último: provoca a ciertas fracciones en la clase obrera, las induce a la acción, las aísla en regiones especiales, vigila las armas que lleva en sus manos y se apunta a sus cabezas: la de los mejores representantes de la clase obrera. En la calle o en un calabozo de castigo, en combate abierto o bajo la ley de fugas, por decreto de una corte marcial o por mano de banda ilegal, perecen individuos, decenas, centenas, millares de comunistas, que personifican la más alta experiencia proletaria; es esta una estrategia severamente calculada, fríamente realizada y que se apoya en la experiencia de la clase dominante.

Y en estas condiciones, cuando la clase obrera alemana en su conjunto siente instintivamente que no podrá dar cuenta de semejante enemigo con las manos desarmadas, que no basta el entusiasmo, sino que se necesita del cálculo frío, de la clara visión de las cosas, de una preparación seria, y cuando todo lo espera de un partido, se le grita: nuestro deber es no aplicar más que una estrategia ofensiva, o sea atacar en todo momento, pues, como ven hemos entrado en un período revolucionario. Es como si un comandante de ejército dijera: «Puesto que hemos empezado la guerra, nuestra obligación es atacar siempre y por todas partes». Tal jefe sería infaliblemente vencido, aunque dispusiera de fuerzas realmente superiores. Peor aún, existen teóricos, tales como el comunista alemán Maslow, que llegan a decir, a propósito de los acontecimientos de marzo, las siguientes enormidades: «Nuestros adversarios [dice Maslow] nos reprochan por lo de marzo lo que consideramos como un mérito nuestro. A saber: que el partido, entrando en la lucha, no haya abordado la cuestión de si sería seguido o no por la clase obrera». Esta cita es casi literal. Desde el punto de vista de los revolucionarios subjetivos o de los socialistas revolucionarios de izquierda, es perfecto. Pero, desde el punto de vista marxista, ¡es sencillamente monstruoso!

Las tendencias aventureras y ... la Cuarta Internacional

Nuestro deber revolucionario nos obliga a reemprender la ofensiva contra los alemanes, declararon los socialistas revolucionarios de izquierda en julio de 1918. ¿Seremos vencidos? ¡Qué importa! Nuestro deber es marchar adelante. ¿No quieren las masas obreras? Bien; se pude arrojar una bomba contra Mirbach para obligar a los obreros rusos a continuar la lucha en la que deben perecer infaliblemente. Tales razonamientos están muy extendidos en la agrupación llamada Partido Comunista Obrero de Alemania (KAPD). Es ese un pequeño grupo de socialistas revolucionarios proletarios de izquierda. Nuestros socialistas revolucionarios de izquierda reclutan, o han reclutado, principalmente sus partidarios entre intelectuales y campesinos; tal es su característica social, pero sus métodos políticos son los mismos: se trata de un revolucionarismo histérico, puesto a cada momento a aplicar medidas y métodos extremos sin contar con las masas ni con la situación general; es la impaciencia, en lugar del cálculo; una embriaguez debida a la fraseología revolucionaria; todo eso es lo que ha caracterizado tan plenamente al Partido Comunista Obrero de Alemania. En el congreso, uno de los oradores, que hablaba en nombre de ese partido, se expresó así: «¿Qué quieren ustedes? La clase obrera alemana está imbuida (dijo versewcht, «apestada») de una ideología de filisteos, de burgueses y burguesillos, ¿qué quieren que se haga? No podrán sacarla a la calle sino recurriendo a un sabotaje económico.» Y, cuando se le preguntó qué significaban sus palabras, explicó: «En cuanto empiezan a vivir un poco mejor los obreros, ya no quieren revolución. Pero si turbamos el mecanismo de la producción, si atacamos las fábricas, talleres, vías férreas, etc., la situación de la clase obrera empeora y, por lo tanto, se hace más apta para la revolución.» No olviden que esto lo ha dicho un representante del partido «obrero». ¡Es de un escepticismo absoluto! Se deduce que si aplicamos el mismo razonamiento al campo, los campesinos más conscientes de Alemania deben incendiar sus aldeas, lanzar el gallo rojo a través del país entero, para revolucionar así a los habitantes del campo. No se puede por menos que recordar aquí que, durante el primer período del movimiento revolucionario en Rusia, hacia 1860, cuando los revolucionarios intelectuales eran aún incapaces de toda acción, encerrados como estaban en sus pequeños cenáculos, obstinándose en la pasividad de las masas obreras, entonces ciertos grupos (como los partidarios de Netachaiev) llegaron a pensar que el fuego y los incendios constituían un verdadero elemento revolucionario de la evolución política rusa. Es evidente que semejante sabotaje, dirigido, por su misma esencia, contra la mayoría de la clase obrera, constituye un medio antirrevolucionario que crea un conflicto entre la clase obrera y un partido «obrero» cuyo número de miembros resulta difícil precisar; no suele pasar de tres o cuatro decenas de millares casi siempre, mientras que el Partido Comunista Unificado cuenta, como ustedes saben, con cerca de 400.000 afiliados.

El congreso ha puesto en su orden del día el asunto del KAPD en toda su agudeza, pidiendo a esa organización que convoque, en el plazo de tres meses, un congreso y que se una al Partido Comunista Unificado, o bien que se coloque definitivamente fuera de la Internacional Comunista[81]. Puede creerse que el KAPD, tal como está representado por sus jefes actuales aventureros y anarquistas, no se someterá a la decisión de la IC y, encontrándose fuera de ella, ensayará, probablemente con otros elementos «extremistas de izquierda», formar una Cuarta Internacional. Nuestra camarada Kolontai ha soplado un poco en la misma trompeta en el curso de nuestro congreso. Para nadie es un secreto que nuestro partido constituye, en el presente, la palanca de la IC. Sin embargo, la camarada Kolontai ha presentado el estado de cosas en nuestro partido de tal manera que podría parecer que las masas obreras, con la camarada Kolontai a la cabeza, se verán obligadas, un mes antes o después, a hacer la «tercera revolución», a fin de establecer un «verdadero» régimen de los soviets. Pero, ¿por qué una tercera revolución, y no una cuarta, cuando la tercera revolución hecha en nombre del «verdadero» régimen soviético ha tenido ya lugar en febrero, en Cronstad? Todavía hay extremistas de izquierda en Holanda, quizá también en otros países. Ignoro si se han tomado en consideración. Siempre que no sea muy nutrido su número, pues éste sería un peligro que amenazaría a la IV Internacional, si por casualidad se fundara. Verdaderamente, éste sería el peligro de perder hasta un grupito de buenos militantes obreros que se encuentra, sin duda, en su seno. Pero si debe realizarse tal escisión de los sectarios, tendremos muy pronto, no sólo la Internacional Segunda y media, a nuestra derecha, sino la número cuatro a nuestra izquierda, en la cual el subjetivismo, la histeria, el espíritu de aventura y la fraseología revolucionaria, estarán muy bien representadas. También dispondremos de un espantajo de «izquierda», del cual nos serviremos para enseñar estrategia a la clase obrera. Cada cosa, como veis, tiene dos caras: una positiva y otra negativa.

Los errores de las izquierdas y la experiencia rusa

Sin embargo, dentro mismo del Partido Comunista Unificado, existían tendencias antimarxistas que salen a luz de manera asombrosa en marzo y después de marzo. Ya he citado el sorprendente artículo de Maslow. Pero Maslow no estaba solo. Se publica en Viena una revista Kommunismus (órgano de la Internacional Comunista, en lengua alemana). En la colección de junio de esta revista, encontramos un artículo que estudia la situación en la internacional, y en el que, en síntesis, leemos esto: «El rasgo principal del actual período revolucionario es que debemos, en los combates parciales, hasta puramente económicos, tales como las huelgas, luchar con las armas en la mano» ¡He aquí, camaradas, una estrategia a la inversa! Mientras que la burguesía nos provoca para combates parciales y sangrientos, algunos de nuestros estrategas quieren hacer una regla de este género de batalla. ¿No resulta monstruoso? En Europa, la situación objetiva es profundamente revolucionaria. Lo nota la clase obrera. Y durante todo este período de postguerra, se lanza, ante todo, a luchar contra la burguesía. En ninguna parte, salvo en Rusia, obtiene la victoria. Entonces comienza a comprender que tenía ante sí una tarea difícil, y se dedica a forjar un arma para la victoria: el partido comunista; éste, sobre este camino, anduvo en Europa, en el curso del año último, pasos de siete leguas. Ahora tenemos verdaderos partidos comunistas de masas en Alemania, en Francia, en Checoslovaquia, en Yugoslavia, en Bulgaria. ¡Una verdadera erupción! ¿Y en qué consiste nuestra tarea más próxima? Consiste en que los partidos conquisten en el más breve plazo a la mayoría de los obreros industriales y a gran parte de los obreros agrícolas y hasta a los campesinos pobres, como nosotros los conquistamos antes de octubre; además, sin esa conquista no hubiéramos obtenido nuestra victoria de octubre. Sin embargo, ciertos falsos estrategas dicen que, siendo la época de ahora revolucionaria, nuestro deber es encarar la lucha en cada momento, incluso la lucha parcial, usando de métodos de revolución armada. ¡Pero la burguesía no desea más que esto! En el momento en que el partido comunista se desarrolla con rapidez extraordinaria y extiende cada vez más sus alas por encima de toda la clase obrera, la burguesía provoca a la parte más impaciente y combativa de los obreros a una lucha prematura, sin el apoyo de la gran masa obrera, a fin de batir al proletariado, dividiéndolo, y de minar así su fe en su capacidad de victoria sobre la burguesía. En estas condiciones, la teoría de la ofensiva continua y de las luchas parciales, dirigidas con el método de la insurrección armada, es agua para el molino de la contrarrevolución. Por esto, en el III Congreso, el Partido Ruso, sostenido por los elementos más conscientes, dijo con voz firme a los camaradas del ala izquierda: «Son ustedes excelentes revolucionarios, van a combatir y morir por el comunismo; pero esto no nos basta. No basta luchar. Hay que vencer». Y para ello hay que aprender el arte de la estrategia revolucionaria.

Pienso, camaradas, que la marcha verdadera de la revolución proletaria en Rusia y, hasta cierto punto, en Hungría, es una de las causas más serias del desdén hacia las dificultades de la lucha revolucionaria y la victoria en Europa. Hemos tenido entre nosotros, en Rusia, una burguesía históricamente retrasada, políticamente débil, sujeta al capital europeo y con débiles raíces políticas en el pueblo ruso. Por otra parte, hemos tenido un partido revolucionario, con un largo pasado de trabajo clandestino, educado y templado en los combates, que ha sabido aprovecharse conscientemente de toda la experiencia de la lucha revolucionaria europea y universal. El estado de los campesinos rusos, en relación con la burguesía y el proletariado, el carácter y el estado de espíritu del ejército ruso después de la derrota militar del zarismo, todo ha contribuido a hacer inevitable la Revolución de Octubre, facilitando enormemente la victoria revolucionaria (aunque ésta no nos haya librado de las dificultades ulteriores, sino que, por el contrario, las haya preparado en proporciones gigantescas). Vista la relativa facilidad de la Revolución de Octubre, la victoria del proletariado ruso no aparece, ante los dirigentes de los obreros europeos, en su auténtico valor como problema político y estratégico y no ha sido bien comprendida.

El siguiente ensayo para apoderarse del poder fue hecho por el proletariado en menor escala, más cerca de la Europa occidental, en Hungría; allí, las condiciones eran de tal naturaleza, que el poder cayó en manos comunistas casi sin lucha revolucionaria. Por lo cual los problemas de la estrategia revolucionaria en el momento de la lucha por el poder han sido reducidos, naturalmente, al mínimo.

Después de la experiencia de Rusia y Hungría, no sólo las masas obreras, sino también los partidos comunistas de otros países, comprendieron, ante todo, que la victoria del proletariado era inevitable, y han pasado en seguida al estudio directo de las dificultades que se desprenden de la victoria de la clase obrera. En lo que concierne a la estrategia de la lucha revolucionaria para el poder, parece muy sencilla y, por decirlo así, evidente. No es por pura casualidad que ciertos eminentes camaradas húngaros, apreciados por la internacional, demuestran tendencias a una simplificación excesiva de los problemas de la táctica proletaria en época revolucionaria, reemplazando esta táctica por un llamamiento a la ofensiva.

El Tercer Congreso dijo a los comunistas de todos los países: la marcha de la revolución rusa es un ejemplo histórico muy importante, pero no una regla política, y aún más: sólo un tarado puede negar la necesidad de una ofensiva revolucionaria; pero sólo un simple de espíritu puede reducir a la ofensiva toda la estrategia revolucionaria.

Motivos de la fuerza y debilidad del Partido Comunista Francés

Nuestros debates sobre la política del Partido Comunista Francés han sido menos tormentosos que los que sostuvimos con respecto a la política alemana, al menos en el congreso mismo; pero en las sesiones del comité ejecutivo tuvo lugar en cierta ocasión una discusión muy violenta, durante el estudio de los problemas del movimiento obrero francés. El Partido Comunista Francés fue creado sin sacudidas internas y externas, como las que han acompañado a la fundación del partido alemán. Por esta razón, sin duda, las tendencias centristas y los viejos métodos del socialismo parlamentario están tan arraigados en el partido francés. El proletariado francés no ha llevado ninguna lucha revolucionaria reciente, que hubiera podido reanimar sus viejas tradiciones rebeldes. La burguesía francesa ha salido victoriosa de la guerra, lo cual le ha permitido hasta hace poco, a expensas de Alemania (a quien saqueaba), hacer de vez en cuando algunas concesiones a las fracciones privilegiadas de la clase obrera. En consecuencia, apenas se produjo lucha revolucionaria de clases en Francia. Antes de arrojarse a una batalla decisiva, el Partido Comunista Francés tiene la posibilidad de estudiar y utilizar la experiencia revolucionaria de Rusia y Alemania. Basta recordar que la guerra civil llegó al paroxismo en Alemania cuando los comunistas estaban representados por un puñado de espartaquistas; mientras que en Francia cuando aún no había ocurrido (antes de la guerra) ninguna batalla francamente revolucionaria, el partido comunista ya había reunido en sus filas a ciento veinte mil obreros. Si incluimos en la cuenta de Francia a los sindicalistas revolucionarios que no «reconocían» al partido, sosteniendo sin embargo la lucha por la dictadura del proletariado; si recordamos que la organización del partido jamás fue en Francia tan fuerte como en Alemania, veremos claro que esos ciento veinte mil comunistas organizados valen para Francia acaso más que cuatrocientos mil para Alemania. Esto nos parece tanto más verdadero, puesto que vemos en Alemania, a la derecha de los cuatrocientos mil citados, los partidos independientes y socialdemócratas que cuentan juntos muchos más miembros y partidarios que los comunistas, mientras que en Francia no existe a la derecha de los comunistas más que un reducido grupo de disidentes, partidarios de Longuet y de Renaudel. En el movimiento sindical francés, el detalle numérico de las fuerzas es, en general, más favorable al ala izquierda, sin duda. Por el contrario, el informe de las potencia de las clases en Alemania es, ciertamente, desfavorable a una rebelión victoriosa. En otros términos: la burguesía se apoya todavía en Francia sobre su propia organización: sobre el ejército, policía, etcétera ... En Alemania se basa principalmente en la socialdemocracia y la burocracia sindical. El Partido Comunista Francés dispone de la posibilidad de tomar en sus manos totalmente la dirección del movimiento obrero antes que lleguen los acontecimientos decisivos.

Pero es necesario para este fin que el comunismo francés se desembarace definitivamente de los hábitos políticos y de fluctuaciones, mucho más extendidas en Francia que en ningún otro sitio. El partido francés tiene necesidad de una actitud más enérgica frente a los acontecimientos, de una propaganda más enérgica e intransigente en tono y carácter; de una actitud más severa hacia todas las manifestaciones de la ideología democrática y parlamentaria, del individualismo intelectual, del arribismo de los abogados. Criticando la política del partido francés en el seno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, se dijo que el partido había cometido tales y cuales errores, que los diputados comunistas, a veces, «hablaban» demasiado en el parlamento con sus adversarios burgueses, en lugar de dirigirse a las masas por encima de sus cabezas; que la prensa del partido debía utilizar un lenguaje más claro, más rudo, desde el punto de vista revolucionario, a fin que los obreros franceses más oprimidos y abatidos, oyesen un eco de sus sufrimientos, de sus reivindicaciones y de sus esperanzas[82]. Durante estos debates, un joven camarada francés subió a la tribuna y, en un apasionado discurso, aprobado por parte de la asamblea, criticó la política del partido desde otro punto de vista. «Cuando el gobierno francés [dijo este representante de las juventudes] tuvo la intención de arrebatar a los alemanes la cuenca del Ruhr, a principios de este año, y movilizó la clase decimonovena, el partido no aconsejó a los movilizados la resistencia, y aprobó su debilidad». «¿Qué clase de resistencia?, preguntamos nosotros. El partido no indicó a la clase decimonovena que dejara de someterse a la orden de movilización. ¿Qué entiende usted por insumisión?, seguimos preguntando. «No someterse, ¿quiere decir no presentarse voluntariamente en el cuartel y esperar a que venga a buscarnos un gendarme o un policía, u ofrecer resistencia activa, armas en ristre, contra el policía y el gendarme?» Este joven camarada que causó en nosotros tan grata impresión, gritó enseguida: «Ciertamente. Es preciso ir hasta el fin resistir con las armas en la mano...» Entonces comprendimos hasta qué punto son confusas y oscuras las ideas sobre la lucha revolucionaria de algunos camaradas. Nos pusimos a discutir con nuestro joven contradictor: ustedes tienen ahora en Francia, bajo la bandera tricolor del ejército imperialista, varias clases. Vuestro gobierno, encuentra necesario llamar todavía una vez más la de los jóvenes de diecinueve años. Esta leva cuenta en el país con doscientos mil hombres casi, de los cuales admitamos que son tres mil o cinco mil comunistas. Los cuales están dispersos, ya en el campo, ya en los pueblos. Admitamos, por un momento, que el partido les aconseja resistir, armados. Ignoro cuántos agentes de la burguesía caerían muertos con este motivo; por el contrario, no es difícil que todos los comunistas de la clase revolucionaria fueran extraídos de la masa de los reclutas y aniquilados. ¿Por qué no llama usted a las otras clases que se encuentran ya bajo las banderas, para organizar la rebelión, y que, estando reunidas en las filas del ejército, poseen ya los fusiles? Porque usted comprende, sin duda, que el ejército no disparará sobre los contrarrevolucionarios y que la clase obrera, en su mayoría, no estará dispuesta a luchar por el poder hasta mucho después que haya estallado la revolución proletaria. ¿Cómo puede usted pedir que se haga la revolución no por la clase obrera en su conjunto sino, solamente, por la clase decimonovena? Si el partido comunista hubiese ordenado semejante cosa, ello equivaldría a hacerles un gran regalo a Millerand, a Briand, a Barthou a todos esos candidatos al papel estranguladores de la insurrección proletaria. Pues resulta evidente que, si la parte más ardiente de la juventud es aniquilada, la más retrasada de la clase obrera se asustaría, el partido quedaría aislado y su influencia quebrada, no por meses, sino por años. Con estos procedimientos, aplicando con excesiva impaciencia las formas más agudas de la revolución, bajo condiciones todavía no maduras para un encuentro decisivo, sólo pueden esperarse resultados negativos y más que un parto, un aborto revolucionario.

La tentativa de huelga general en mayo de 1920 presenta el clásico ejemplo de una imitación de la acción de conjunto, imitación que no estuvo bien pensada. Como se sabe, la idea de esa huelga estaba «sostenida» de manera traidora por los sindicalistas reformistas. Su objetivo era no dejar escapar de sus manos el movimiento para retorcerle el cuello a la primera ocasión. Han acertado plenamente. Pero, tratándose de acuerdos, esos hombres no han sido fieles a su propia naturaleza. Tampoco se podía esperar otra cosa. Sin embargo, al otro lado, los sindicalistas revolucionarios y los comunistas no prepararon en vano el movimiento. La iniciativa partió del sindicato de los ferroviarios, donde se agrupaban por primera vez elementos de izquierda. Monmousseau a su cabeza. Antes de haber tenido la oportunidad de reforzarse un poco y asegurarse las posiciones necesarias, antes de orientarse, como era preciso, en su situación, se ven obligados a invitar a las masas a una acción definitiva, con palabras imprecisas y confusas, «sostenidas» traidoramente por las derechas. Bajo todos los aspectos, éste fue un ataque no preparado. Los resultados son conocidos: una minoría poco importante, sola, entró en movimiento, los colaboracionistas impidieron el desarrollo de la huelga, la contrarrevolución explotó la flaqueza evidente de las izquierdas y afirmó extraordinariamente su propia situación.

En la acción, semejante improvisación es inadmisible. Hay que apreciar con mucha más seriedad la situación, hay que preparar el movimiento con obstinación, con energía, con espíritu de continuidad bajo todos los aspectos, a fin de llevarlo, firme y decididamente, hasta el fin. Para este fin es preciso disponer de un partido comunista, fiel guardián de la experiencia proletaria en todos los terrenos de la lucha. Verdad es que la sola presencia del partido no nos pone todavía al abrigo de los errores, pero la ausencia de esta vanguardia dirigente, hace inevitables los errores, transformando toda lucha en una serie de improvisaciones, de aventuras y de experiencias de tipo empírico.

El comunismo y el sindicalismo en Francia

Las relaciones del partido comunista con la clase obrera en Francia son, como dije, más favorables que en Alemania. Pero la influencia política del partido sobre la clase obrera, aumentada gracias a un golpe hacia la izquierda, no alcanza aún en Francia forma precisa, sobre todo en lo que se refiere a organización. Esto se nota perfectamente en lo que atañe a la cuestión sindical.

Los sindicatos representan en Francia, en medida más limitada que en Alemania y países anglosajones, una organización que abarca millones de obreros. En Francia, el número de los obreros sindicados también ha aumentado enormemente en el transcurso de los últimos años.

Las relaciones entre el partido y la clase obrera encuentran su expresión en la actitud del partido hacia los sindicatos. Esta simple manera de enfocar el asunto, ya nos demuestra hasta qué extremo es injusta, antirrevolucionaria y peligrosa, la teoría de la susodicha neutralidad, de la plena «independencia» de los sindicatos respecto al partido, etc. Si los sindicatos, por su tendencia, son una organización de la clase obrera en su conjunto, ¿cómo va a mantener una verdadera neutralidad en relación con el partido o mantenerse «independiente»? Pero es que esto equivaldría a la neutralidad, es decir, a su completa indiferencia hacia la revolución. Y, por lo tanto, en lo que concierne al problema fundamental, el movimiento obrero francés adolece de falta de claridad, y la misma claridad falta dentro del mismo partido.

La teoría de la división del trabajo, absoluta, entre el partido y los sindicatos, y de su independencia mutua, es, bajo su forma definitiva, el producto de la evolución política francesa por excelencia. El oportunismo más puro yace en el fondo de esta teoría. En el largo tiempo en que una aristocracia obrera organizada en los sindicatos concreta contratos colectivos, y en que el partido socialista defiende las reformas en el parlamento, son más imposibles aún una división del trabajo y una neutralidad mutua. Pero tan pronto como la verdadera masa proletaria entra en la lucha y el movimiento comienza a tomar carácter auténticamente revolucionario, el principio de neutralidad degenera en una escolástica reaccionaria. La clase obrera no puede vencer más que si tiene a su cabeza una organización que represente su historia, experiencia viva, generalizada desde el punto de vista de la teoría, y que dirige prácticamente toda la lucha. Gracias a la significación misma de su tarea histórica, el partido no puede encerrar en sus filas más que a la minoría más consciente y activa de la clase obrera; por el contrario, los sindicatos buscan organizar la clase obrera en su totalidad. Aquel que admita que el proletariado necesita una dirección política de su vanguardia organizada en partido comunista, admite, por la misma razón, que el partido debe convertirse en fuerza directiva en el interior de los sindicatos; esto es, en el seno de las organizaciones de masas de la clase obrera. Y, sin embargo, existen en el partido francés algunos camaradas que ignoran esta verdad tan elemental y que, como Verdier, por ejemplo, luchan intransigentemente para prevenir a los sindicatos contra cualquier influencia del partido. Es evidente que tales camaradas han entrado en el partido por equivocación: un comunista que niega los problemas y deberes del partido comunista en relación con los sindicatos, no es comunista.

No es decir que esto signifique la subordinación de los sindicatos al partido, ya exteriormente, ya desde el punto de visita de la organización. Desde este punto de vista, los sindicatos son independientes. El partido goza, en el seno de los sindicatos, de la influencia que ha conquistado con su trabajo, con su actitud espiritual, con su autoridad. Por eso mismo afirmamos que debe aumentar en lo posible su influencia desde el exterior de los sindicatos, estudiar todas las cuestiones inherentes al movimiento sindical y dar respuestas claras haciendo prevalecer su punto de vista por medio de los comunistas que trabajan en los sindicatos, sin menoscabo de su autonomía respecto a la organización.

No ignoráis que la tendencia conocida bajo el nombre de sindicalismo revolucionario ejercía una considerable influencia en los sindicatos. El sindicalismo revolucionario, no reconociendo al partido, en el fondo no era más que un partido antiparlamentario de la clase obrera. La fracción sindicalista llevaba adelante siempre una lucha enérgica para mantener su influencia sobre los sindicatos, y jamás reconoció la neutralidad o independencia de los últimos en lo que, atañe a la teoría y práctica de la fracción sindicalista. Si hacemos abstracción de los errores teóricos y de las tendencias extremistas del sindicalismo francés, es indudable que esta esencia no ha encontrado su pleno desarrollo en el comunismo.

El núcleo del sindicalismo revolucionario en Francia fue constituido por hombres agrupados en torno de Vie Ouvrière. Mantiene íntima relación con aquel grupo durante la guerra. Monatte y Rosmer constituían el centro; a su derecha se hallaban Merrheim y Dumoulin. Los dos últimos pronto renegaron. Rosmer pasó, a consecuencia de una evolución natural, del sindicalismo revolucionario al comunismo. Monatte mantiene, hasta hoy una posición indefinida, y después del Tercer Congreso de la Internacional Comunista y el de los sindicatos rojos, ha dado un paso que me inspira vivas inquietudes. Con Monmousseau, secretario del sindicato de los ferroviarios, Monatte ha publicado una protesta contra la resolución de la Internacional Comunista, sobre el movimiento sindical, y ha rehusado adherirse a la Internacional Sindical Roja. Hay que decir que el texto de la protesta de Monatte y Monmousseau ofrece el mejor argumento contra su postura indefinida: Monatte declara en él que deja la Internacional Sindical de ímsterdam a causa de su estrecha unión con la Segunda Internacional. Es muy justo. Pero el hecho de que la aplastante mayoría de los sindicatos se haya unido a la II o la III Internacional, nos demuestra perfectamente que no existe, que no puede existir sindicato neutro y apolítico, en general, y, sobre todo, en época revolucionaria. El que abandona ímsterdam y no se adhiere a Moscú, se arriesga a crear una Internacional Sindical Segunda y Media.

Espero firmemente que esta incomprensión desaparecerá, y que Monatte ocupará el puesto al que le lleva todo su pasado: en el Partido Comunista Francés y en la Internacional de Moscú.

Es muy comprensible y justa la actitud prudente y suavizadora que mantiene el Partido Comunista Francés respecto a los sindicalistas revolucionarios, buscando aproximarse a ellos. La que no comprendemos es la indulgencia con que tolera el partido una oposición a la política de la Internacional Comunista, por parte de sus propios miembros, como Verdier. Monatte representa la tradición del sindicalismo revolucionario; Verdier, la confusión.

Sin embargo, más arriba que estas cuestiones de grupos y personalismos, se sitúa el problema de la influencia dirigente del partido sobre los sindicatos. Sin prestar la menor atención a su autonomía, determinada enteramente por la necesidad de un trabajo práctico constante, el partido debe acabar con las discusiones y vacilaciones, y demostrar a la clase obrera francesa que ella posee, al fin, un partido revolucionario que sabe dirigir la lucha de clases en todos los terrenos. Baja este propósito, las resoluciones del Tercer Congreso, cualesquiera que sean los tumultos, y conflictos temporales que puedan provocar en meses próximos, tendrán inmensa influencia, fecunda hasta el mayor grado sobre toda la marcha ulterior del movimiento obrero francés. Solamente sobre la base de estas resoluciones se establecerán las relaciones entre el partido y la clase obrera, sin las cuales ninguna revolución del proletariado alcanzaría la victoria.

Sin tendencias de derecha, una sólida preparación para la conquista del poder

No hablaré de los partidos comunistas de otros países: el objeto de mi informe no era caracterizar a todas las organizaciones pertenecientes a la Internacional Comunista. Solamente he querido, camaradas, exponer las líneas fundamentales de su política, tales como han sido desarrolladas y definidas por nuestro último congreso. Por esto, he estudiado a los partidos que más contribuyeron a establecer la línea táctica de la Internacional Comunista para el porvenir inmediato.

Es innecesario decir que el congreso no se ha propuesto «interrumpir», como creyeron infundadamente algunos camaradas de izquierda, la lucha contra los centristas y mediocentristas. Toda la lucha de la Internacional Comunista contra el régimen capitalista se opone a los obstáculos reformistas y colaboracionistas. Es preciso que nos sintamos seguros, ante todo. Además, es imposible combatir a las internacionales segundas y segundas y medias sin haber limpiado nuestras propias filas comunistas de las tendencias y del espíritu centrista. Esto es indudable.[83]

Pero este combate contra la derecha, que forma parte de nuestra lucha fundamental con la sociedad burguesa, podemos sostenerlo con éxito sólo a condición de vencer en el plazo más breve posible; los errores de izquierda provienen de la falta de experiencia y de la impaciencia, que a veces adoptan el carácter de serias y peligrosas aventuras. El Tercer Congreso cumplió en tal sentido un verdadero trabajo educativo, que le ha transformado (como dije) en escuela superior, en academia de estrategia revolucionaria.

Martov, Otto Bauer y otros estrategas de salón de la burguesía, a propósito de nuestras resoluciones, hablan de la descomposición del comunismo, del fracaso de la Tercera Internacional, etc. Esos discursos sólo merecen el desprecio. Jamás fue el comunismo un programa dogmático establecido según las fechas del calendario. El comunismo constituye un ejército proletario activo, creciente, que maniobra y que, mientras trabaja, observa las condiciones variables de la batalla, comprueba sus armas, las afila de nuevo cuando se oxidan y somete toda su acción a la necesidad de preparar la derrota del régimen burgués.

Lo que hemos estudiado tan atenta, intensa y concretamente sobre los problemas de táctica en el Tercer Congreso, constituye por sí mismo un gran paso hacia adelante: prueba que la Tercera Internacional ha salido del período de formación en cuanto a ideas y organización, y se ha situado como organismo vivo y dirigente de las masas frente a los problemas de la acción revolucionaria directa.

Si alguno de nuestros camaradas más jóvenes e inexpertos de los aquí presentes ha sacado de mi informe una conclusión pesimista en el sentido que la situación de la Internacional Comunista no es favorable y que es difícil vencer a la burguesía por culpa de los conceptos y métodos erróneos que todavía laten entre los partidos comunistas, sacará una conclusión falsa. Durante un período de bruscos cambios en la política mundial, durante un período de sacudidas universales profundas, en una palabra, durante el período revolucionario en que vivimos, la educación de los partidos revolucionarios se hace con extraordinaria rapidez, sobre todo, a condición que ellos intercambien mutuamente sus experiencias, se controlen mutuamente y se sometan a una dirección central común de la cual es expresión nuestra internacional. No olvidemos que los partidos comunistas más poderosos de Europa cuentan con unos meses de existencia. En nuestra época, un mes vale un año, y, a veces, hasta dos lustros.

Aunque yo haya pertenecido, en este congreso, al ala llamada «derecha» y haya participado en la crítica a la izquierda llamada revolucionaria, que como he demostrado es muy peligrosa para el desarrollo real de la revolución proletaria, salgo de este congreso mucho más optimista de lo que entré. Las impresiones que he sacado del cambio de noticias con los delegados de los partidos hermanos de Europa y del mundo entero pueden resumirse: en el curso del año pasado, la Internacional Comunista ha dado un gran paso hacia adelante, tanto en las ideas como en la organización.

El congreso no ha dado ni puede dar la pauta de una ofensiva general. Ha definido la tarea de los partidos comunistas, como tarea de preparación de la ofensiva y, ante todo, como una tarea de conquista espiritual de la mayoría de los trabajadores de la ciudad y del campo. Lo cual no quiere decir que se haya «diferido» la revolución en una serie de largos años; de ningún modo, nosotros precipitamos la revolución y nos aseguramos su victoria mediante una preparación cuidada, profunda y completa.

Verdad es que no se puede reducir al mismo denominador la política revolucionaria de la clase obrera y la acción militar del Ejército Rojo; ya lo sabemos y es particularmente «arriesgado» para mí hacer una comparación en este sentido, visto el peligro casi tradicional para mí de ser sospechoso como «militarista». Los Cunow alemanes y los Martov rusos tienen decidido desde hace tiempo que yo tiendo a remplazar la política y la economía de la clase obrera por un «orden» transmitido al poder de una «organización» militar; no obstante, después de haber tomado mis precauciones, gracias a este pequeño prefacio, arriesgo una comparación militar que no me parece inútil para aclarar también la política revolucionaria del proletariado y la acción del Ejército Rojo.

Cuando, en uno de nuestros innumerables frentes, nos vimos forzados a preparar operaciones decisivas, enviamos allí regimientos frescos comunistas movilizados por el partido, municiones, etc. Sin suficientes medios materiales no podía entablarse una lucha resuelta con Rolchak, Denikin, Wrangel u otros.

Pero he aquí que las condiciones materiales para una acción decisiva se realizan más o menos. Llegados al frente, sabemos que el alto mando tiene decidido emprender un ataque general, admitamos que el 5 de mayo, en tres días. En la reunión del soviet militar revolucionario del frente, en su estado mayor, en su departamento político, nos ponemos a estudiar las condiciones de los combates decisivos que se preparan. Vemos que tenemos cierta superioridad en cuanto al número de bayonetas, sables, cañones, y que, por el contrario, el adversario dispone de una aviación superior a la nuestra, aunque, en general, las ventajas materiales están de nuestra parte. Los soldados están más o menos bien calzados y vestidos, nuestras líneas de comunicación están seguras. Así, el asunto se presenta favorable. «Y, ¿cómo hacer la propaganda antes del ataque? ¿En cuánto tiempo la han hecho? ¿En qué forma y con qué exigencias? ¿Cuántos comunistas han enviado a los destacamentos para dirigir la propaganda? Enseñadnos vuestras proclamas, tratados, los artículos de vuestros diarios del frente, vuestros carteles y vuestras caricaturas. Cada soldado de vuestro ejército, de vuestro frente, ¿sabe quién es Wrangel con, con quién está unido, quién se encuentra tras de él, de dónde toma él su artillería y sus aviones?» Recibimos respuestas insuficientes. Verdad que se hacía propaganda; se dieron a los soldados explicaciones referentes a Wrangel. Pero algunos de los regimientos no llegaron hasta la antevíspera o víspera desde el centro o de los demás frentes, y no se poseía aún ningún dato sobre su moral y su espíritu político. «¿Cómo habéis distribuido esos millares de comunistas, movilizadas por el partido entre las divisiones y las regimientos? ¿Han contado ustedes con su carácter y con la composición de cada destacamento particular, enviando allí elementos comunistas? ¿Han hecho el trabajo preliminar necesario con los mismos comunistas? ¿Habéis explicado a cada grupo de qué destacamento formará parte, cuáles son las particularidades de esos destacamentos y cuáles son las condiciones especiales del trabajo político? En fin, ¿estáis seguros de la presencia, en cada compañía, de un núcleo comunista dispuesto a combatir hasta el final, y apto para conducir a los otros?»

Comprobamos que ese trabajo había sido cumplido sólo superficialmente, sin prestar atención a las condiciones concretas y a las particularidades de la propaganda política en el ejército en general y en cada regimiento en particular. La propaganda ha carecido del carácter concentrado e intenso que correspondía a la inmediata preparación combativa. Aquello se notaba en las proclamas y en los artículos periodísticos. En total, ¿se había comprobado el personal de los comisariados y del alto mando? Pasados los combates, varios comisarios han resultado muertos y remplazados por los hombres que más a mano se tenían. ¿Están completos los comisarios? ¿Dónde están los jefes? ¿Gozan de suficiente confianza? ¿Hay cerca de los jefes poco conocidos comisarios enérgicos que dispongan de suficiente autoridad? ¿No hay entre los jefes antiguos oficiales zaristas, hombres cuyas familias se encuentren en el territorio ocupado por Wrangel, o en el extranjero? Es muy natural que tajes jefes hagan esfuerzos para ser tomados prisioneros, lo cual sería funesto para el resultado de algunas operaciones. ¿Los han renovado, reforzado? ¿No? ¡Atrás! El ataque fracasará. Desde el punto de vista material, el momento es propicio, nuestras fuerzas son superiores, nuestro adversario no ha terminado su concentración. Todo es indudable. Pero ocurre que la preparación moral no tiene menos importancia que la material. Y, sin embargo, esta preparación moral se ha hecho negligente y superficialmente. En tales condiciones, más vale abandonar al enemigo una parte del territorio, retroceder veinte o treinta kilómetros, ganar tiempo, dejar el ataque para dos o tres semanas después y elevar hasta el fin la campaña de preparación política y organizadora. Entonces el éxito será seguro.

Aquellos de ustedes, camaradas, que han trabajado en el ejército, y son numerosos, deben saber que este ejemplo no es imaginación mía. Hemos efectuado más de una vez retiradas estratégicas, únicamente porque el ejército no estaba bien preparado para el combate definitivo, desde el punto de vista moral y político. No obstante, el ejército es una organización de violencia, está obligado a combatir. Una represión militar muy dura amenaza a los recalcitrantes. Ningún ejército puede existir de otra manera. Pero en un ejército revolucionario la principal fuerza motriz es su conciencia política, su entusiasmo revolucionario, la comprensión de parte de la mayoría del ejército del problema militar que espera y de la voluntad de resolverlo.

¡Cuánto importa esto a las luchas decisivas de la clase obrera! No hay derecho a forzar a nadie a hacer una revolución. No existen instrumentos de represión. El éxito no se basa más que sobre la voluntad de la mayor parte de los trabajadores, en intervenir directa o indirectamente en la lucha para ayudarle a vencer[84]. El Tercer Congreso parecía indicar que la Internacional Comunista, representada por sus jefes, iba a partir hacia el frente del movimiento obrero mundial y entablar combates decididos para la conquista del poder. El congreso ha pedido: «¡Camaradas comunistas, alemanes, italianos, franceses y demás! ¿Han conquistado la mayoría de la clase obrera? ¿Han logrado que cada obrero comprenda las razones de la lucha? ¿Les han explicado con palabras sencillas, claras y terminantes, cuanto era preciso explicar a las masas obreras, incluso a las más retrasadas? ¿Qué han emprendido para adquirir el convencimiento de que os han comprendido? ¿Quieren enseñarnos sus periódicos, grabados, proclamas?

«No camaradas esto no basta aún. Todavía no se oye, el lenguaje que atestigí¼e vuestra unión con los millones de trabajadores. ¿Qué han emprendido para distribuir ordenadamente las fuerzas comunistas en los sindicatos? ¿Disponen de núcleos seguros en todas las organizaciones importantes de la clase obrera? ¿Qué han hecho para comprobar el estado del Alto Mando en los sindicatos; para librar a las organizaciones obreras de dudosos y, de lo que es aún más importante, de los traidores? ¿Han organizado un servicio de información en el interior mismo del campo enemigo? No, camaradas; su preparación es insuficiente y, bajo ciertos aspectos, no han abordado como debían los problemas de la preparación.»

¿Significa eso que hayamos de retrasar mucho tiempo la lucha definitiva? ¡De ningún modo! La preparación para una ofensiva militar puede hacerse en el espacio de quince o veinte días, hasta en menos. Divisiones dislocadas, espíritus vacilantes, jefes y comisarios dudosos, pueden ser transformados, en el espacio de diez o quince días, gracias a un trabajo de intensa preparación, en un poderoso ejército unido por la unión de la conciencia y de la voluntad. Es incomparablemente más difícil unir a millones de proletarios para una batalla definitiva. Pero toda nuestra época facilita enormemente este trabajo, a condición que no vacilemos ni a derecha ni a izquierda. Parece tonto querer adivinar si necesitamos para el trabajo preparatorio unos meses solamente, un año o dos años. Eso depende de numerosas circunstancias. Es indudable que, en la situación actual, una de las condiciones más importantes para acercar la hora de la revolución y alcanzar el triunfo es nuestro trabajo de preparación. ¡Vayan a las masas! (ha dicho la Internacional Comunista a sus partidos). ¡Penétrenlas amplia y profundamente! ¡Establezcan entre ellas y ustedes una alianza indestructible! ¡Envíen comunistas a todas las masas obreras, a los puestos más responsables y peligrosos! ¡Que conquisten la confianza de las masas! ¡Que las masas, unidas a ellos, arrojen de sus filas a los jefes oportunistas, vacilantes y arribistas! ¡Aprovechen cada minuto para preparar la revolución! La época nos ayuda. No teman que se les escape la revolución. Organícense reafírmense, y entonces aproximaran la hora del ataque decisivo, verdadero, y entonces el partido les dirá, no solamente «¡Adelante!» sino que llevará la ofensiva hasta la victoria.

 

 


 

 

Carta del Ejecutivo de la I.C. al CD del PCF[85]

26 julio 1921

Estimados camaradas,

Creemos tener que extraer algunas conclusiones de las decisiones del último congreso para cada uno de los partidos comunistas de los diferentes países.

1.- Es absolutamente necesario establecer relaciones más regulares y frecuentes entre ustedes y el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista. Hay que confiar a determinados camaradas la tarea especial de hacernos llegar toda la literatura comunista que se publica en Francia. Es preciso que nos envíen informes periódicos sobre la vida del partido y el conjunto del movimiento obrero. Por fin, hay que entregar a nuestra revista l'Internationale communiste artículos sobre las cuestiones al orden del día en el comunismo francés.

En una resolución especial el congreso ha dado las directivas generales de la táctica del partido comunista francés. Quisiéramos pronunciarnos aquí en primer lugar, con más claridad y precisión de la que se puede en tesis destinadas a la publicación, sobre la política parlamentaria del partido. Cae por su propio peso que el trabajo parlamentario no tiene una importancia decisiva pero su significado es inmenso como síntoma. A través del trabajo parlamentario se puede juzgar el grado de precisión y claridad de la línea revolucionaria del partido, de la capacidad de resistencia de este último a la influencia burguesa. A través del trabajo parlamentario se puede juzgar hasta qué punto sabe hablar el partido a las masas por encima de la mayoría parlamentaria. La precisión revolucionaria de la táctica parlamentaria es más necesaria en Francia que en ningún otro lugar pues a través de su acción parlamentaria juzgarán al partido las tendencias anarquistas de la clase obrera. Sólo transformando a la fracción parlamentaria en instrumento de la política verdaderamente revolucionaria de la clase obrera se podrá triunfar sobre los prejuicios de aquellos que niegan la necesidad y utilidad del partido. Sentimos constatar que esto todavía no se produce con ustedes.

Así, durante la última crisis en las relaciones francoalemanas, la política parlamentaria de nuestra fracción ha sido notoriamente insuficiente. Un discurso del camarada Cachin podía dar lugar a creer que el partido comunista francés apoya la alianza anglofrancesa en tanto que pilar de la paz europea contra la política de aventuras de Briand. Sin embargo, está claro que para desvelar la política aventurera de la camarilla dirigente no es necesario, en absoluto, guardar silencio sobre el hecho que la alianza anglofrancesa es un factor no de paz sino de robo, pillaje, bandidismo y de nuevas guerras. Una ruptura entre Inglaterra y Francia significaría la formación de una nueva combinación política cuyo objetivo sería el mismo que el de la precedente combinación. Tras las declaraciones hechas por Briand para tranquilizar a la opinión pública, la fracción parlamentaria ha propuesto una resolución en la que se limita a exigir la desmovilización del reemplazo de 1919. Bajo las circunstancias actuales ello significa que la fracción adopta el punto de vista de la política gubernamental, que aprueba esta política de espera y que la única cosa que exige es que el gobierno saque una conclusión práctica de los principios de que se reclama. El partido no puede cometer un mayor error táctico. La fracción tenía que mostrar, en una resolución especial, que la política de bandidismo de la alianza anglofrancesa entraba en una nueva fase y que, en su política de expectativa, Briand preparaba en realidad nuevas violencias, nuevas efusiones de sangre. Así la desmovilización del reemplazo de 1919 habría aparecido bajo otra luz diferente.

2.- En toda una serie de otras cuestiones la fracción no ha adoptado una actitud precisa, propia, y para el gran público se ha confundido con la «extrema izquierda. Los disidentes siempre serán más hábiles que nosotros en las maniobras parlamentarias, sa-brán adaptarse mejor al auditorio, al que conquistarán con brillantes efectos oratorios, pues son un partido de abogados y diputados por excelencia. Por ello es mucho más importante que planteemos las cuestiones francamente y que, en cada ocasión, tomemos posición contra los longuetistas, que les acusemos directamente desde lo alto de la tribuna parlamentaria y que formulemos consignas precisas, asequibles para las grandes masas de la clase obrera.

Al mismo tiempo es necesario hacer de forma que los informes parlamentarios de l'Humanité completen, esclarezcan y precisen los discursos de los diputados. Que l'Humanité señale, en determinados casos, los errores de los diputados comunistas que han tomado la palabra en el parlamento no producirá ningún daño sino todo lo contrario. Cierto que la prensa burguesa se regocijará pero la masa obrera verá que nuestros diputados no son dioses, que están bajo el control efectivo del partido. Ello tendrá gran in-fluencia educadora.

Los informes parlamentarios actuales de l'Humanité están impregnados del espíritu especial de los pasillos parlamentarios y son, en consecuencia, inaccesibles para la masa obrera.

3.- La violenta protesta de los camaradas Monatte y Monmousseau contra la re-solución del congreso de Moscú sobre las relaciones entre los sindicatos y el partido se explica, en gran parte, por el hecho que los sindicalistas franceses jamás han escuchado a los comunistas franceses criticar abiertamente sus doctrinas. Se ha establecido un acuerdo tácito en virtud del cual todas las cuestiones del movimiento sindical devenían en cierta forma monopolio del sindicalismo revolucionario. En revancha, los sindicalistas no entraban en la actividad del partido y particularmente en su actividad parlamentaria. Tal escisión mecánica puede devenir fatal para el movimiento revolucionario francés. La clase obrera forma un todo único. Cuanto más se manifiesta esta unidad en los diferentes dominios de la lucha de clases del proletariado, más deviene posible la revolución proletaria. Ante la masa obrera es preciso exigir a los sindicalistas que se pronuncien abiertamente sobre la política del partido, sobre sus errores; es preciso forzarles a exponer las razones por las que no entran en el partido comunista mientras que el partido comunista obliga a todos sus miembros a entrar en los sindicatos y le presta la mayor atención a la crítica de los sindicalistas pues, como lo ha demostrado el pasado, ésta refleja en gran medida el estado de ánimo y el pensamiento de categorías proletarias revolucionarias bastante numerosas. Pero al mismo tiempo es preciso criticar abierta-mente la estrechez de la posición ocupada por el sindicalismo revolucionario.

Las perpetuas referencias a la carta de Amiens, el rechazo a adherirse a la Inter-nacional Roja Sindical, el llamamiento a un nuevo congreso sindical que debería crear una Internacional «más amplia», todo ello no es más que una repetición de la táctica de los longuetistas que, también ellos, se solidarizaron en un primer momento con Moscú y, después, se han propuesto «reconstruir» el pasado, han rehusado adherirse a la Inter-nacional, han pretendido crear una Internacional «más amplia» y han acabado por alumbrar la pequeña Internacional II y media. Si Monatte y Monmousseau se obstinan en su posición actual, nos llevarán sin duda alguna a la formación de una pequeña Internacional Sindical II y media, entre ímsterdam y Moscú. Todos esos peligros hay que indicarlos ya con una completa claridad. Oralmente y por escrito, hay que explicarles a las masas obreras el sentido de las resoluciones adoptadas por el congreso de Moscú a pro-pósito de la acción sindical. Se puede y se debe permitir a la prensa del partido la discusión sobre la cuestión de las relaciones entre el partido y los sindicatos. Es particular-mente importante arrastrar a esta discusión a los sindicalistas revolucionarios. Pero en ningún caso hay que dejar a la masa sin dirección. El punto de vista de la Internacional Comunista debe ser opuesto constantemente, en cada número, a las declaraciones, a los artículos, a las resoluciones de los sindicalistas revolucionarios en la medida en que esos documentos difieran de las decisiones de la internacional.

4.- Nuestro objetivo esencial es la conquista de la masa obrera. La parte avanzada de la masa obrera está agrupada en los sindicatos. Por ello, en el período que comienza, los sindicatos deben ser el principal terreno sobre el que actuará el partido, con método y coordinación.

Hay que inscribir a los comunistas en los sindicatos, ponerles en relación a unos con otros, tenerlos bajo el control y la dirección del órgano correspondiente del partido. En las cuestiones de táctica sindical las organizaciones locales del partido tienen que recibir una dirección permanente de parte del comité central.

Por este motivo, será útil constituir, junto al comité central, una comisión permanente para las cuestiones sindicales. Esta comisión puede incluir a diversos miembros del comité central familiarizados con las cuestiones sindicales y a algunos obreros comunistas que militen principal o exclusivamente en los sindicatos. Todas las cuestiones concernientes al movimiento profesional deben pasar por esta comisión, aquellas que tienen una importancia particular, o que suscitan divergencias de opinión en el interior de la comisión deben remitirse a la decisión del comité central. Debe organizar en París reuniones y conferencias de los comunistas que militan en los sindicatos a fin de esclarecer la vida interior de estos últimos, los agrupamientos doctrinales, los procedimiento y métodos de propaganda y organización, etc. En esas conferencias es deseable admitir, con voz consultiva, a los sindicalistas revolucionarios para hacerles comprender, en la práctica, que el partido comunista es la vanguardia proletaria organizada que se propone conquistar un papel dirigente en todos los dominios de la vida y de la lucha de la clase obrera.

Cueste lo que cueste es necesario educar a los comunistas que militan en el interior de los sindicatos en esta convicción: que incluso dentro de los sindicatos siguen siendo miembros del partido y que ejecutan sus directrices fundamentales. Por regla general deben ser excluidos aquellos que se obstinen en el error según el cual su acción sindical es independiente del partido.

5.- Desde ahora mismo hay que reclutar cuidadosamente a los obreros comunistas capaces de ocupar puestos de dirección en los sindicatos tras su conquista completa o parcial. Los camaradas distinguidos de esta forma deben consagrar sus principales esfuerzos al estudio práctico del trabajo sindical.

6.- En conformidad con las resoluciones del último congreso, hay que aportar serias y profundas modificaciones al aparato orgánico del partido y a sus métodos de trabajo.

Estimamos que esta reorganización debe comenzar por el mismo comité central, y que es necesario utilizar el tiempo que falta para el congreso para prepararla cuidadosamente.

El comité central debe:

a) Estar los más próximo posible a las masas;

b) Estar compuesto por camaradas que consagren sus fuerzas principalmente al trabajo del partido.

Por ejemplo, un tercio al menos de los miembros del comité central deben ser militantes profesionales del partido, a sueldo de él y a su entera disposición. Junto a ellos, hay que colocar a miembros que militen principalmente en los sindicatos en calidad de funcionarios sindicales. Estando dada la importancia excepcional de la cuestión sindical, hay que tender a que alrededor de un tercio del comité central esté compuesto por estos militantes. Bajo esas condiciones, no quedará más que un tercio de los miembros que consagrarán la mayor parte de su tiempo a la actividad parlamentaria o a trabajos personales. Expresamos nuestra plena convicción que sólo un comité central compuesto de esta forma, con una importante proporción de obreros, le podrá permitir al centro del partido ejercer sobre el movimiento una verdadera dirección. Desde ahora mismo es preciso comenzar a reclutar a camaradas de cara a designar a los candidatos necesarios, pues el congreso sin preparación minuciosa no ofrecerá, desde este punto de vista, los resultados esperados.

7.- En la actual organización federativa no puede haber dirección efectiva. El comité central no puede dirigir desde París la acción local en todas sus manifestaciones concretas. Los comités locales no existen en tanto que órganos elegidos y permanentes; es evidente que sin esos comités locales permanentes el partido es incapaz de acción. Cada uno de esos comités locales debe igualmente tener cierta proporción de camaradas cuya actividad esté toda ella a disposición del partido.

Sin duda, y como secretarios y tesoreros, hemos recibido en herencia del antiguo partido un número importante de camaradas que sólo se han hecho comunistas porque la mayoría de los miembros del partido se pronunciaron a favor de la III Internacional. Pero esos funcionarios del partido a la antigua usanza son demasiado a menudo incapaces de comprender el carácter y las necesidades de la época nueva y de la acción nueva. Tenemos que reclutar nuevos militantes, en particular en la Juventud Comunista.

Es preciso que en todo lo concerniente a la difusión de las publicaciones, la propaganda, los miembros del partido den pruebas de dedicación y de la energía exigida para la preparación de los combates decisivos que nos esperan en un futuro más o menos cercano.

8.- La vida interna del partido debe encontrar una expresión mucho más neta y mucho más práctica en l'Humanité. Hay que criticar abiertamente las carencias de la acción social, condenar severamente a los miembros del partido que, cubriéndose con la bandera del partido comunista, manifiestan una excesivo oportunismo y están dispuestos a todos los mercadeos con los poderosos de ese mundo. Sólo una vigilante severidad del partido con sus disputados en el parlamento, con sus representantes en los ayuntamientos, etc., le puede garantizar la confianza y el respeto de la clase obrera.

9.- Hay que acabar categóricamente con la situación que se da cuando miembros del partido, por razones de interés material o por motivos políticos, fundan diarios o revistas independientes del control del partido y frecuentemente dirigidos contra él. Cubriéndose consciente o semiinconscientemente con sus simpatía hacia el comunismo, esos directores y periodistas explotan en beneficio de su empresa privada la autoridad del partido y el entusiasmo revolucionario de las masas revolucionarias y pueden, en consecuencia, girar toda su influencia contra el partido comunista en el momento decisivo del combate. En ese dominio la sensatez política dicta al partido una línea de conducta firme y decidida.

10.- El considerable éxito de uno de esos órganos evidentemente nocivo, La Vague, testimonia, entre otras cosas, la fuerza del sentimiento que empuja a las masas obreras, a los soldados y a los campesinos a encontrar en su diario o en su revista el reflejo de su existencia, de su estado de ánimo, de su pensamiento, etc. Cueste lo que cueste es necesario acercar la prensa comunista, incluyendo a l'Humanité, a la vida de las masas trabajadoras, hay que constituir una amplia red de corresponsales en las fábricas, en las diversas regiones, etc. Sus corresponsalías pueden y deben ser recortadas, abreviadas, comentadas, pero es preciso que las masas obreras encuentren en su diario un reflejo de sí mismas.

11.- Consideramos como la más esencial condición de éxito el establecimiento de una perfecta comprensión mutua y una estrecha relación entre el nuevo comité ejecutivo y el comité central del partido comunista francés. Por ello rogamos insistentemente al camarada Frossard, en su calidad de secretario del partido, y al camarada Cachin, en su calidad de presidente de la fracción parlamentaria, que vengan a Moscú lo más rápidamente posible, juntos o, si ello fuese difícil, uno tras otro, para examinar numerosas cuestiones ligadas de la forma más estrecha con el próximo congreso del partido comunista francés.

Expresando con entera libertad nuestra forma de ver sobre la misión del partido comunista francés, no dudamos ni un instante que, por vuestra parte, veréis en nuestra crítica únicamente lo que es en realidad, es decir nuestra profunda y sincera aspiración a ayudar en todo lo que nos es posible al partido comunista francés, una de las secciones más importantes de la Internacional Comunista.

Recibid nuestro saludo fraternal y nuestros deseos de éxitos.

 

 


 

 

Carta a Lenin [sobre el Partido Comunista Francés][86]

Septiembre de 1921

 

Al camarada Lenin,

En Francia, donde el veneno chovinista de la «defensa nacional» y, después, la borrachera de la victoria han sido más fuertes que en ninguna otra parte, la reacción contra la guerra se desarrolló más lentamente que en otros países. Ello le dio al partido socialista francés la posibilidad de evolucionar en su mayor parte hacia el comunismo, antes incluso que el desarrollo de los acontecimientos lo enfrentase a la cuestión decisiva de la actividad revolucionaria. El partido comunista francés podrá utilizar las grandes ventajas de tal situación mucho mejor y más completamente si liquida con más firmeza en su seno (en particular entre sus capas superiores) las supervivencias de la ideología y táctica nacional-pacifistas, parlamentarias y reformistas. El partido debe acercarse en mayor medida, no solamente en relación con el pasado sino también en relación con el presente, a las masas y a las amplias capas explotadas y expresar, de forma clara y firme, los sufrimientos y necesidades de esas masas. En su lucha parlamentaria, el partido debe romper netamente con las convenciones repugnantes, mentirosas de cabo a rabo, del parlamentarismo francés, que son elaboradas conscientemente y sostenidas por la burguesía para silenciar, asustar y adormecer a los representantes de la clase obrera. Los parlamentarios comunistas tienen que despojar cada cuestión de su envoltura parlamentaria, republicana, revolucionaria burguesa y plantearla francamente como una cuestión de interés de clase, como una cuestión de la implacable lucha de clases.

La agitación en la prensa debe tener un carácter mucho más concentrado, tenso y perseverante. No debe dispersarse en las situaciones políticas cambiantes y superficiales y en las combinaciones cotidianas, debe desprender las mismas conclusiones revolucionarias de todos los acontecimientos, pequeños y grandes, y hacerlos accesibles a las masas trabajadoras más atrasadas. Solamente siguiendo esta línea de conducta realmente revolucionaria, el partido comunista no aparecerá como la simple ala izquierda del bloque radical longuetista que ofrece, cada vez con más insistencia y éxito, sus servicios a la sociedad burguesa para defenderla contra las sacudidas que se anuncian en Francia con una ineluctable lógica.

Independientemente de la proximidad o el alejamiento de esos acontecimientos revolucionarios decisivos, el partido comunista (verdadera y enteramente inspirado y penetrado por una voluntad revolucionaria) encontrará la posibilidad de movilizar, desde ahora mismo, en el periodo de preparación, a las masas obreras sobre una base económica y política dándole a sus luchas un carácter cada vez más amplio y más determinado.

Las tentativas de los elementos políticamente inexpertos, llenos de impaciencia revolucionaria, para aplicar los métodos más extremos, que por esencia son los métodos de la insurrección revolucionaria decisiva del proletariado, a tareas y cuestiones particulares (como llamar a la clase 19 a resistirse a la movilización, impedir por la fuerza la ocupación de Luxemburgo , etc.), esas tentativas refuerzan los elementos del más peligroso aventurerismo y, en caso de aplicación, pueden hacer fracasar la verdadera preparación revolucionaria del proletariado para la conquista del poder. El aventurerismo y el putschismo, por su misma naturaleza, no tienen en cuenta las tareas de la acción de masas y no pueden más que conducirlas a abortos dolorosos y a veces mortales.

Reforzar los lazos del partido con las masas significa ante todo estrechar más los lazos con los sindicatos. En absoluto hay que subordinar organizativamente los sindicatos al partido, ni hacerlos renunciar a la autonomía que se desprende de su carácter y actividad, sino que es preciso que los elementos auténticamente revolucionarios, unidos por el partido comunista, dirijan el trabajo de los sindicatos, desde el interior de estos últimos, siguiendo una línea que responda a los intereses generales del proletariado en lucha por la conquista del poder.

En esta perspectiva, el partido comunista de Francia debe, bajo una forma amistosa pero firme y precisa, criticar las tendencias anarcosindicalistas que rechazan la dictadura del proletariado y la necesidad de la unión de su vanguardia en una organización dirigente centralizada (el partido comunista); también tiene que criticar a las tendencias sindicalistas intermedias que (ocultándose tras la Carta de Amiens , elaborada más de ocho años antes de la guerra) rechazan dar respuestas claras y precisas a las cuestiones fundamentales de la nueva época, la de la posguerra.

La fusión, en el interior de los sindicatos, de grupos sindicalistas revolucionarios con la organización comunista toda entera es una condición previa indispensable para cualquier lucha seria del proletariado francés.

A su vez, la neutralización y alejamiento de las tendencias aventureras y putschistas, igual que la desaparición de la inconsistencia de principios y del separatismo organizativo de los sindicalistas revolucionarios, ni pueden ni podrán lograrse en toda su amplitud más que con la condición que el mismo partido, como se ha dicho más arriba, se transforme en un potente centro de atracción para las masas obreras de Francia, gracias a un enfoque revolucionario de todas las cuestiones de la vida y de la lucha.

 

 


 

 

 

Cartas al Congreso de Marsella[87]

19 de diciembre de 1921

 

 

Carta al congreso

 

Estimados camaradas,

La Internacional Comunista dirige un saludo fraternal a su sección francesa reunida en congreso.

Hace un año que en Tours hicisteis un gran esfuerzo para liquidar el «socialismo» de guerra, para deshaceros del equívoco del reformismo adhiriéndoos a la Internacional Comunista. Los camaradas que os han abandonado, abandono que muchos de vosotros lamentasteis en un primer momento, también han salido del equívoco. Han afirmado que a pesar de su salida del partido seguirán siendo revolucionarios, amigos y defensores de la revolución rusa; pero su oposición a los principios comunistas, que los arrastraban fuera del partido unificado, no tardó en hacer de ellos unos probados contrarrevolucionarios, repitiendo las calumnias de la prensa capitalista contra la revolución rusa y convirtiéndose en defensores de los socialdemócratas contrarrevolucionarios que se cuentan entre los enemigos más encarnizados de la revolución obrera y campesina. El partido disidente sufre cada vez más la influencia y dirección política de Renaudel, Grumbach y Blum, es decir de aquellos que traicionaron a la clase obrera francesa y al socialismo internacional durante la guerra, de aquellos que no han abandonado en nada su política de colaboración con la burguesía y que hacen servir al partido francés de perno de unión entre la Internacional de Viena y la II Internacional de los ministros y reyes.

Tours, y su obra de escisión y depuración enérgica, fue el resultado necesario y fatal de la reacción y de la cólera de la clase obrera contra el socialismo de guerra y el reformismo, que habían traicionado sus intereses. Pero Tours también fue el punto de partida de una época nueva en la historia del movimiento revolucionario francés, era el nacimiento del Partido Comunista.

Nos separa un año del congreso de Tours. Entre los revolucionarios franceses no hay nadie ahora que lamente la obra de escisión y depuración que se llevó a cabo allí. Pero es necesario lanzar una mirada no solamente al camino recorrido por los enemigos del comunismo, también hay que examinar la obra realizada por el Partido Comunista en este primer año de actividad. La Internacional Comunista saluda con alegría los resultados de vuestro esfuerzo para reagrupar y reorganizar vuestras federaciones, para constituir un gran partido de 130.000 miembros, para desarrollar ampliamente y hacer prosperar vuestra prensa. Frente al imperialismo y la reacción, de la que la burguesía francesa es la más sólida fortaleza en el mundo, el Partido Comunista y su prensa están solos para organizar la resistencia. En el curso de este año el partido ha logrado adquirir una influencia real y en aumento entre las masas obreras y los pequeños campesinos de Francia.

Estos resultados, que nos alegran, no deben, sin embargo, velarnos las debilidades y lagunas de este primer año. La Internacional Comunista no se contenta, como en otros tiempos la II Internacional, con dirigir saludos y felicitaciones a sus secciones. Su deber es señalar fraternalmente sus debilidades para buscar, en estrecha colaboración y en entendimiento con ellas, la forma de hacerlas desaparecer, guiada únicamente por el deseo de trabajar para la revolución mundial. La Internacional Comunista siempre ha tratado al partido francés teniendo ampliamente en cuenta las condiciones especiales de su evolución y del medio en el que se bate. Al juzgar el trabajo de este primer año también tenemos en cuenta el estado en el que dejó al partido la escisión de Tours; sabemos que un partido que ha sufrido tal desviación durante la guerra no deviene súbitamente comunista gracias al voto de una moción de un congreso. El voto de Tours marcaba la voluntad del partido de convertirse en un partido comunista. Este primer año tenía pues que marcar un constante esfuerzo, un trabajo continuado, para darle al partido su carácter comunista. El esfuerzo del partido ha sido grande, no ha sido suficiente. Deseamos buscar con vosotros algunas de las causas de esta debilidad, persuadidos que el Congreso de Marsella está deseoso de proseguir enérgicamente la obra comenzada en Tours y de tener en cuenta, en gran medida, las sugestiones de la Internacional para reforzar el carácter y la política comunista del partido.

El partido ha sufrido a causa de la debilidad de su dirección. El Comité Director se ha visto absorbido por una cantidad de trabajos administrativos corrientes pero no ha dotado al partido de una dirección política firme, día a día no ha guidado el pensamiento y la múltiple actividad del partido, no le ha creado una conciencia colectiva. El partido ha sufrido a causa de la ausencia de una política agraria, de una política sindical, de una política electoral. El Comité Director ha aplazado el examen y solución de todas estas cuestiones al congreso de Marsella temiendo que las federaciones le acusasen de dictadura si las resolvía por sí mismo. Sin embargo, todo revolucionario comprenderá que en un partido comunista la dirección, desde el momento en que es nombrada por un congreso y que así tiene la confianza del partido, debe tener las más amplias competencias para dirigir la política del partido en el sentido de las tesis y resoluciones votadas en los congresos nacionales e internacionales. Es necesario que a partir de Marsella la dirección del partido sea mucho más firme y se convierta en una dirección política real, controlando la prensa e inspirándola, dirigiendo el trabajo parlamentario, tomando posición día tras día en todas las cuestiones políticas nacionales e internacionales. Nos parece útil entregar los pequeños trabajos administrativos a un secretariado administrativo y nombrar en el seno del Comité Director una dirección de cinco miembros o menos cuya tarea esencial será esa dirección cotidiana de la actividad del pensamiento del partido.

Como corolario a ese trabajo de dirección más firme es necesario desarrollar en el partido un espíritu de disciplina más grande. Los comunistas deben sentirse, ante todo, miembros del partido y actuar como tales en toda su vida pública y privada.

La cuestión de la política sindical del partido es ciertamente la más importante y la más delicada que se le plantea al congreso de Marsella y cuya solución le ha faltado al partido durante su primer año de existencia. Si quiere ser la vanguardia y el artesano de la revolución social, el Partido Comunista no puede desinteresarse de las cuestiones sindicales. No hay cuestiones obreras que no le pertenezcan. Es preciso, pues, que adopte una línea de conducta en las cuestiones de orden sindical. Debe reivindicar en voz alta ante la clase obrera el derecho y el deber a ocuparse activamente de esas cuestiones. Debe reclamar a sus miembros que sean comunistas en el sindicato como en el partido. Un partido comunista no debe tolerar que sus miembros puedan apoyar todavía la política de Jouhaux y de la Internacional de ímsterdam. Debe decirles a quienes están de acuerdo con Jouhaux que su lugar está en el partido de Renaudel, Albert Thomas y Longuet. El partido debe también combatir enérgicamente las ideas anarquistas o sindicalistas puras que niegan el papel del partido en la obra revolucionaria. También debe afirmar claramente que su voluntad y la de la Internacional Comunista no es la subordinación de los sindicatos al partido sino el trabajo de todos los miembros del partido en la obra y en la lucha de la minoría sindical. Teniendo en cuenta todo el desarrollo del movimiento sindicalista en Francia, el partido debe buscar la colaboración más estrecha con aquellos sindicalistas que han revisado profundamente su pensamiento revolucionario en contacto con la historia de estos últimos años. Discutiendo fraternalmente con ellos sobre todos los problemas revolucionarios el partido debe buscar obligarles a precisar su pensamiento actual y a combatir todas las viejas supervivencias del pensamiento anarcosindicalista. No dudamos que si el partido se afirma como un verdadero partido revolucionario y comunista atraerá no solamente la simpatía y confianza de las grandes masas proletarias de Francia sino, también, la adhesión de los camaradas sindicalistas-comunistas que todavía desconfían de él. Gracias a su política segura y sin oportunismo, el partido los ganará a su proyecto de tesis concernientes a la cuestión de los sindicatos, elaboradas por el Comité Director, que sólo es el primer paso en la obra de clarificación de esta cuestión fundamental. Quienes dicen que la lucha económica no le concierne al partido son o bien completos ignorantes o bien gente que quiere burlarse del comunismo. El partido debe absorber a todos los mejores elementos de la clase obrera y, desde el punto de vista de las ideas, debe inspirar todas las formas de la lucha proletaria, incluyendo evidentemente su lucha económica. El sindicato, en tanto que sindicato, no se somete al partido en tanto que partido. En ese sentido, el sindicato es autónomo. Pero los comunistas que militan en el seno de los sindicatos deben actuar siempre como comunistas disciplinados.

A causa de diversas circunstancias todavía hay actualmente fuera de las filas del Partido Comunista francés muchos elementos revolucionarios preciosos que se consideran como sindicalistas. Tarde o temprano debemos entendernos con ellos y unirnos en las filas de un partido comunista único. Pero ni podemos ni debemos animar los prejuicios del sindicalismo frente al partido y la acción política.

Cuando la delegación del partido comunista estaba en Moscú durante el III Congreso, el comité ejecutivo llamó su atención sobre la necesidad de un control de la prensa no oficial del partido por el Comité Director. El Comité Ejecutivo tenía en mente sobretodo el caso de La Vague de Brizon y del Journal du peuple de Fabre, que ambos mantenían una política de desacuerdo con la del partido y la de la Internacional Comunista. Los principios claros del II congreso internacional preveían que ningún miembro del partido podía reclamarse de una pretendida libertad de prensa para publicar órganos de los que el partido no tuviese el control político absoluto. De acuerdo con la unanimidad de la delegación francesa, en Moscú, el Ejecutivo votó al respecto una resolución que envió al Comité Director del Partido Comunista. Ese día el Ejecutivo no recibió ninguna respuesta oficial de la dirección del partido al respecto. Le pide al congreso de Marsella que le dé una respuesta del partido a esta cuestión que considera como una de las más elementales que se plantean a la disciplina comunista y que la dirección del partido habrá podio y debido zanjar.

El retraso aportado a la solución de ese problema es mucho más lamentable teniendo en cuenta que desde el envío de esta resolución ha cristalizado alrededor del Journal du peuple toda una tendencia oportunista que lamenta la obra de Tours, todavía llora la partida de los disidentes y de Serrati, e incluso predica la colaboración abierta con los partidos de la burguesía bajo la forma de un bloque de izquierdas. No es sorprendente que los camaradas que llevan adelante esta política hostil a los mismos principios del comunismo se sientan apuntados por nuestra resolución y que busquen hacer recaer la responsabilidad sobre el representante francés en el Ejecutivo. Confiamos en que el partido reunido en Marsella exprese claramente su oposición a tal política y llame a este grupo de camaradas a la disciplina comunista.

Nos parece necesario que el partido francés busque establecer relaciones mucho más estrechas y constantes con la clase obrera de las fábricas. Demasiado a menudo la prensa del partido tiene una impronta de un carácter más contestatario y callejero que verdaderamente revolucionario y proletario. El Comité Director cuenta también con una mínima proporción de trabajadores de las fábricas. En la elección del Comité Director nos parece necesario dejar un lugar mucho más grande al elemento obrero.

El partido francés también ha estado siempre demasiado al margen de la vida de la Internacional. Confiamos que en el futuro unos lazos más estrechos y unas relaciones más frecuentes permitan al partido francés participar activa y fecundamente en toda la vida de la Internacional Comunista. Como consideramos que las cuestiones francesas son cuestiones de toda la Internacional, confiamos en que el proletariado de Francia considerará todas las cuestiones que se le plantean al proletariado alemán, ruso, estadounidense, etc., como sus propias cuestiones y que participará activamente en el trabajo y la lucha de todas las secciones de la Internacional discutiéndolas.

Todas esas cuestiones importantes que, según nuestro parecer, el Comité Director debería haber zanjado en gran parte durante el presente año, están sometidas a las deliberaciones del Congreso de Marsella. Confiamos en que los trabajos del congreso, únicamente inspirados por el gran deseo y la ardiente esperanza de hacer triunfar la revolución social, le darán a vuestro partido un nuevo impulso, una base doctrinal sólida, una táctica clara. Tras este primer año de trabajo intenso y fecundo, trabajo de vasta educación comunista, de propaganda de nuestras ideas en la clase obrera y campesina, trabajo de penetración atrevida en el ejército capitalista y en particular en el ejército de ocupación, cuyo papel puede que sea un día formar el perno de unión entre la revolución proletaria alemana y el proletariado francés deseoso de seguirle, trabajo interior para dotar al partido de una dirección firme y de una disciplina libre y alegremente aceptada por todos, trabajo exterior de conquista de las grandes masas a nuestro ideal. Año de lucha también, de lucha cada vez más encarnizada contra el reformismo de ímsterdam, de Londres, Viena y Ginebra, contra los bloques burgueses, nacional o de izquierda, lucha para debilitar y batir al imperialismo más insolente y más criminal que haya. En vuestro congreso vais a forjar las armas y las herramientas para esas batallas y trabajo que os esperan. La Internacional Comunista confía en que Marsella será una fecha más importante aún que la de Tours en la historia de vuestro partido; sigue vuestros trabajos con vivo interés, segura de que el partido francés cumplirá con su deber en la obra común de liberación de los trabajadores.

¡Viva el Partido Comunista francés!

¡Viva la Internacional Comunista!

¡Viva la revolución mundial!

El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista

Moscú, 19 de diciembre de 1921

 

 

Al Comité Director del Partido Comunista francés, París[88]

Estimados camaradas,

El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista ha decidido enviarle al Partido Comunista francés, además de la carta oficial y pública dirigida al congreso de Marsella, una carta confidencial para llamar su atención más especialmente sobre ciertas cuestiones importantes.

Desde el viaje de nuestro delegado en París se ha desarrollado una situación nueva en el seno del partido; si el Comité Director no interviene con decisión y firmeza esta situación provocará una grave crisis.

El Journal du peuple que, durante el congreso de Tours y durante el curso de todo este primer año, fue el refugio de los miembros del partido que lamentan la partida de los oportunistas y lloran a causa de la escisión, lleva adelante desde hace algunas semanas, bajo la pluma de su director y de determinados de sus colaboradores miembros del partido, una campaña cada vez más clara dirigida contra el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista y contra el comunismo y sus principios esenciales.

Las resoluciones votadas por el Comité Ejecutivo, en particular aquellas que conciernen al control de la prensa, se representan, con menoscabo de la verdad, como los ukases de Souvarine. La delegación francesa al 3er congreso y el Comité Director saben sin embargo que esas resoluciones concernientes al partido francés no son ukases sino propuestas sometidas al partido, en completo acuerdo con la unanimidad de la delegación, y que el Comité Ejecutivo siempre está dispuesto a discutir, y de hecho ha discutido por boca de Humbert-Droz, con la dirección del partido.

¿Por qué la delegación que volvió de Moscú, que sabe bajo qué condiciones fueron votadas las resoluciones, por qué el Comité Director, que está al corriente de estos hechos, no han parado inmediatamente la campaña desleal de Fabre, no imponiéndole silencio sino publicando solamente una puesta a punto que, restableciendo los hechos, le quite a Fabre la posibilidad de continuar esta campaña para gran alegría del Populaire y de los adversarios del partido y del comunismo?

La pasividad del Comité Director, el silencio de la delegación ante la campaña del Journal du peuple nos parecen mucho más deplorables teniendo en cuenta que acabamos de llamar fraternalmente la atención del partido sobre el retraso de éste en establecer su control sobre la prensa no oficial y sobre la falta de firmeza de su dirección.

Animado por este silencia del Comité Director, el Journal du peuple ha entablado la lucha contra otras propuestas, en particular contra la creación de una dirección más firme y mejor organizada. Propaga ideas cada vez más claramente hostiles con el Ejecutivo y con los principios esenciales del comunismo. Pedimos al Comité Director que abandone este incomprensible silencio y que se enfrente con la tendencia que se constituye alrededor del Journal du peuple.

Confiamos que la opiniones que se han expresado contra la política de la III Internacional son las de personalidades que serán llamadas a la disciplina, pero si el Comité Director deja que se dé crédito a las leyendas y no reacciona contra esta campaña, el Journal du peuple acabará creando una verdadera tendencia oportunista en el seno del partido. El hecho que Fabre ligue esta campaña, dirigida en realidad contra el Ejecutivo, con una propaganda no menos sistemática a favor del bloque de izquierdas, muestra cuál es el carácter de esta política, claramente anticomunista.

No os ocultamos menos aún la penosa impresión que ha producido la lentitud con la que habéis tratado el caso de Brizon y de la Vague. Mientras que los jóvenes, acusados de relaciones con P. Meunier, eran excluidos rápidamente, el caso Brizon se arrastra desde hace meses en un procedimiento sin fin de la Comisión de Conflictos. Es necesario que un partido revolucionario actúe con más rapidez para purificarse de los elementos que minan su energía y expanden la confusión en sus filas. Si se hubiese liquidado con más prontitud y firmeza el caso de Brizon, es probable que Fabre hubiese temido continuar y acentuar su campaña.

Una misma situación se ha creado con el voto de la moción que restringe los poderes del representante de Francia en el Ejecutivo. Como en lo concerniente a la campaña del Journal du peuple, a través de una cuestión personal se ataca a un principio importante de la organización de la Internacional. El presidente ha votado al respecto una resolución especial que ya habéis recibido. Esa resolución indica claramente nuestro pensamiento. Como en la cuestión del Journal du peuple, no queremos en absoluto tomar partido en las luchas personales pero queremos impedir que, bajo la cobertura de las polémicas y luchas personales, se ataque la política o la organización de la Internacional Comunista.

Si todos los partidos quisieran aplicar a su representante en el Ejecutivo la moción que debe limitar los poderes de los delegados franceses, el trabajo del Ejecutivo se convertiría en absolutamente imposible.

Repetimos una vez más: para nosotros no se trata de personas. No hemos sido nosotros sino vosotros quienes habéis designado al camarada Souvarine como representante del partido francés. Si queréis otro representante podéis tenerlo cuando queráis. Ello no depende más que del partido francés. Si hemos nombrado al camarada Souvarin miembro del Presidum del Ejecutivo lo hemos hecho esencialmente por deferencia hacia el partido hermano de Francia. Vosotros sois quienes designáis a la persona del representante. Hemos conocido de forma completamente oficial a través del informe de vuestro segundo representante, el camarada Bestel, que vuestro Comité Director tiene plena confianza en el camarada Souvarine y que entre vosotros y vuestro representante, el camarada Souvarine, no existe ninguna divergencia de ideas políticas. En la medida en que desde aquí podemos seguir las luchas en el interior del partido francés, vemos que la línea de conducta justa contra los semireformistas está representada por Loriot en París y por Souvarine en Moscú. Confiamos en que el Comité Director en su conjunto llevará adelante la lucha contra los semireformistas. Las cuestiones personales no juegan aquí ningún papel.

En lo que concierne a la cuestión del Presidium o, más exactamente, de una «dirección política» en el seno del Comité Director, lamentamos que el mismo Comité Director no haya propuesto una reorganización del centro en el sentido de una dirección política más firme. Según el informe estenografiado de la sesión a la que nuestro representante asistió con determinado número de camaradas del Comité Director, resalta que todos los camaradas presentes estaban de acuerdo con nuestra propuesta. ¿Por qué, desde entonces, no hacer una propuesta colectiva del Comité Director al congreso? ¿Por qué dejar que se presente este importante problema como una iniciativa personal de algunos miembros del Comité Director?

Esta cuestión de una dirección política del partido es extremadamente importante para nuestra sección francesa y estamos asombrados porque el Comité Director ha dejado ridiculizar esta idea al Journal du peuple sin defenderla enérgicamente ante el pensamiento del partido.

De forma general, el Comité Director no se preocupa bastante en captar él mismo la opinión del partido para orientarlo y deja demasiado a menudo a los adversarios que presenten bajo una luz desfavorable, y deformada algunas veces, los problemas que deben ser resueltos por el partido. De ello resulta a menudo una confusión que perjudica al pensamiento y a la acción del partido.

Rogamos al nuevo Comité Director que se planteé y resuelva las cuestiones que quedan pendientes ante el antiguo y que responda a nuestra carta y a nuestras sugestiones sin esperar al envío de una delegación a Moscú.

Recibid, estimados camaradas, nuestros fraternales saludos

El Comité Ejecutivo

 

 

 


 

 

 

 

Flujos y reflujos. La coyuntura económica y el movimiento obrero mundial[89]

 

25 de diciembre de 1921

El mundo capitalista entra en un período de ascenso industrial. Los booms se alternan con las depresiones. Una ley orgánica de la sociedad capitalista.

El actual boom de ninguna manera indica el establecimiento de un equilibrio en la estructura de clase. Una crisis frecuentemente favorece el surgimiento de estados de ánimo anarquistas y reformistas entre los trabajadores. El boom ayudará a unificar a las masas trabajadoras.

1

Los síntomas de un nuevo ascenso de la marea revolucionaria se están haciendo evidentes en el movimiento obrero europeo. Es imposible pronosticar si traerá consigo las gigantescas olas que lo inundan todo. Pero no hay ninguna duda de que la curva del desarrollo revolucionario está evidentemente en ascenso.

El período más crítico en la vida del capitalismo europeo se dio en el primer año de la postguerra (1919). Las más altas manifestaciones de lucha revolucionaria en Italia (jornadas de septiembre de 1920) ocurrieron en un momento en que los picos más agudos de la crisis política en Alemania, Inglaterra y Francia parecían estar ya superados. Los acontecimientos de marzo de este año en Alemania fueron un eco retrasado de una época revolucionaria que había pasado, y no el comienzo de una nueva. A principios de 1920, el capitalismo y su estado, habiendo consolidado sus primeras posiciones, pasaban ya a la ofensiva. El movimiento de las masas trabajadoras asumió un carácter defensivo. Los partidos comunistas se convencieron de que estaban en minoría, y en ciertos momentos parecían aislados de la abrumadora mayoría de la clase trabajadora. De aquí la llamada «crisis» de la III Internacional. En el momento actual, como ya he afirmado, el punto de inflexión se puede ver con toda claridad. La ofensiva revolucionaria de las masas trabajadoras está creciendo. Las perspectivas de lucha se están extendiendo cada vez más.

Esta sucesión de etapas es el producto de causas complejas de diferente orden: pero en sus cimientos, brota de los agudos zigzags de la coyuntura económica que refleja el desarrollo capitalista de la postguerra.

Las horas más peligrosas para la burguesía europea ocurrieron durante el período de desmovilización de las tropas, con el retorno de los soldados engañados a sus casas y con su reasignación en los panales de la producción. Los primeros meses de la postguerra engendraron grandes dificultades que contribuyeron a agravar la lucha revolucionaria. Pero las camarillas dominantes se rectificaron a tiempo y llevaron adelante una política gubernamental y financiera a gran escala, diseñada para mitigar la crisis provocada por la desmovilización. El presupuesto estatal continuó manteniendo las proporciones monstruosas de la época de guerra; muchas empresas se mantuvieron en operación artificialmente; muchos contratos se prolongaron para evitar el desempleo; se alquilaron departamentos a precios que hacían imposibles reparar los edificios; el gobierno subsidió de su propio presupuesto la importación de pan y de carne. En otras palabras la deuda nacional se fue amontonando, la moneda se hundió, los cimientos de la economía fueron totalmente socavados, todo con el propósito político de prolongar la ficticia prosperidad industrial y comercial de los años de guerra. Esto dio a los círculos industriales dirigentes la oportunidad de renovar el equipamiento técnico de las empresas más grandes y reconvertirlas a la producción de tiempos de paz.

Pero este boom ficticio chocó rápidamente contra el empobrecimiento generalizado. La industria de bienes de consumo fue la primera en estancarse debido a la capacidad extremadamente reducida del mercado, y montó rápidamente las primeras vallas de superproducción que más tarde obstruyeron la expansión de la industria pesada. La crisis asumió proporciones sin precedentes y formas no vistas hasta entonces. Habiendo comenzado a principios de la primavera del otro lado del Atlántico, la crisis se propagó a Europa a mediados de 1920, y alcanzó su punto más profundo en mayo de 1921, o sea el año que está llegando a su fin.

Por tanto, para el momento en que la crisis industrial y comercial de postguerra se establecía de forma abierta e inconfundible (luego de un año de prosperidad ficticia), el primer asalto elemental de la clase trabajadora contra la sociedad burguesa ya estaba en sus etapas finales. La burguesía pudo mantener sus posiciones por medio de maniobras y engaños, haciendo concesiones, y en parte ofreciendo resistencia militar. El primer asalto proletario fue caótico (sin ninguna idea ni objetivos políticos definidos), sin ningún plan, sin ningún aparato dirigente. El curso y el resultado de este asalto inicial demostró a los trabajadores que cambiar su suerte y reconstruir la sociedad burguesa era una tarea mucho más complicada que lo que podrían haber pensado durante las primeras manifestaciones de protesta de postguerra. Relativamente homogénea en lo incipiente de su estado de ánimo revolucionario, las masas trabajadoras de allí en adelante comenzaron a perder muy rápidamente su homogeneidad, estableciéndose entre ellas una diferenciación interna. El sector más dinámico de la clase trabajadora, y el menos ligado a las tradiciones pasadas, luego de aprender por experiencia propia la necesidad de claridad ideológica y de unidad organizativa, se aglutinó en el partido comunista. Luego de los fracasos, los elementos más conservadores o menos conscientes retrocedieron temporariamente de sus intenciones y métodos revolucionarios. La burocracia sindical sacó provecho de esta división para recuperar sus posiciones.

La crisis comercial e industrial de 1920 estalló en la primavera y en el verano, como ya se dijo, en un momento en que las mencionadas reacciones políticas y psicológicas ya se habían instalado en el seno de la clase trabajadora. La crisis incuestionablemente aumentó la insatisfacción entre grupos obreros considerables, provocando aquí y allá manifestaciones tempestuosas de insatisfacción. Pero luego del fracaso de la ofensiva de 1919, y con la consiguiente diferenciación que tuvo lugar, la crisis económica no pudo ya por sí misma restaurar la unidad necesaria en el movimiento, ni hacer que éste asumiera el carácter de un nuevo y más resuelto asalto revolucionario. Esta circunstancia refuerza nuestra convicción de que los efectos de una crisis sobre el curso del movimiento obrero no son todo lo unilaterales que ciertos simplistas imaginan. Los efectos políticos de una crisis (no sólo la extensión de su influencia sino también su dirección) están determinados por el conjunto de la situación política existente y por aquellos acontecimientos que preceden y acompañan la crisis, especialmente las batallas, los éxitos o fracasos de la propia clase trabajadora, anteriores a la crisis. Bajo un conjunto de condiciones la crisis puede dar un poderoso impulso a la actividad revolucionaria de las masas trabajadoras; bajo un conjunto distinto de circunstancias puede paralizar completamente la ofensiva del proletariado y, en caso de que la crisis dure demasiado y los trabajadores sufran demasiadas pérdidas, podría debilitar extremadamente, no sólo el potencial ofensivo sino también el defensivo de la clase.

Hoy, en retrospectiva, para ilustrar este pensamiento, habría que formular la siguiente proposición: si la crisis económica con sus manifestaciones de desempleo e inseguridad masivos hubiera seguido directamente a la terminación de la guerra, la crisis revolucionaria de la sociedad burguesa hubiera sido de un carácter mucho más agudo y profundo. Precisamente, con el objetivo de evitar esto, los estados burgueses limaron las aristas de la crisis revolucionaria por medio de una prosperidad financiera especulativa, esto es, posponiendo la inevitable crisis comercial e industrial por doce o dieciocho meses, al costo de desorganizar más aún sus respectivos aparatos financieros y económicos. En razón de esto, la crisis se volvió todavía más profunda y aguda: en cuanto a los ritmos, sin embargo, no coincidió ya con la turbulenta oleada de desmovilización, sino que tuvo lugar en el momento en que ésta ya había cedido, en un momento en que uno de los campos estaba sacando balance y extrayendo las lecciones, mientras que el otro estaba atravesando una fase de desilusión y sufriendo las consecuentes divisiones. La energía revolucionaria de la clase trabajadora se replegó sobre sí misma y encontró su expresión más clara en los imperiosos esfuerzos por construir el partido comunista. í‰ste inmediatamente se expandió hasta llegar a ser la fuerza mayor en Alemania y Francia. Al pasar el peligro inmediato, el capitalismo, habiendo creado artificialmente un boom especulativo en el curso de 1919, se aprovechó de la crisis incipiente para desalojar a los trabajadores de aquellas posiciones (la jornada de 8 horas, los aumentos de salarios) que los capitalistas se habían visto obligados a cederle previamente como forma de autopreservación. Peleando en batallas de retaguardia, los trabajadores retrocedieron. Las ideas de conquistar el poder, de establecer repúblicas soviéticas, de llevar adelante la revolución socialista, naturalmente se debilitaron en sus mentes al tiempo que se encontraron obligados a luchar, no siempre con éxito, para mantener sus salarios tan si quiera en el mísero nivel al cual habían descendido.

Allí donde la crisis económica no asumió el aspecto de sobreproducción y agudo desempleo, sino que retuvo en cambio (como en Alemania) la forma profunda de remate del país y degradación del nivel de vida de los trabajadores, la energía de la clase, dirigida a aumentar los salarios para compensar el poder de compra declinante del marco, se parecía a los esfuerzos de un hombre tratando de atrapar su propia sombra. Como en otros países, el capitalismo alemán pasó a la ofensiva: las masas laboriosas, aunque resistiendo, retrocedieron en desorden.

Fue precisamente en medio de esa situación general que ocurrieron los acontecimientos de marzo de este año en Alemania. En esencia, todo se reduce a esto: que el joven partido comunista, lleno de pánico ante el evidente reflujo de la oleada revolucionaria en el movimiento obrero, hizo una apuesta desesperada para aprovechar la acción de uno de los destacamentos del proletariado que aún mantenía la dinámica anterior, con el propósito de «electrizar» a la clase trabajadora y de hacer todo lo posible porque las cosas avanzaran, y precipitar la batalla decisiva.

El III Congreso Mundial de la Comintern se reunió cuando aún estaba fresca la impresión de los acontecimientos de marzo en Alemania. Luego de un cuidado análisis, el congreso evaluó en toda su importancia el peligro inherente a la falta de correspondencia entre la táctica de la «ofensiva», la táctica de la «electrización» revolucionaria, etc. (y los procesos muchos más profundos que estaban teniendo lugar dentro de la clase trabajadora de acuerdo con los cambios y giros de la situación económica y política).

Si hubiera habido en Alemania en 1918 y 1919 un partido comunista comparable en cuanto a fuerza a aquél que existía en marzo de 1921, es muy probable que el proletariado hubiera tomado el poder ya en enero o marzo de 1919. Pero no había tal partido. El proletariado sufrió una derrota. De la experiencia que sacó de esta derrota, nació el partido comunista. Una vez puesto en pie, si éste hubiera intentado actuar en 1921 de la misma forma en que el partido comunista debería haber actuado en 1919, hubiera sido reducido a añicos. Es exactamente esto lo que dejó claro el último congreso mundial.

La discusión sobre la teoría de la ofensiva estuvo estrechamente mezclada con la evaluación de la coyuntura económica y su futura evolución. Los adherentes más consecuentes a la teoría de la ofensiva desarrollaron la siguiente línea de razonamiento: El mundo entero está atrapado en una crisis que es la crisis de un orden económico en descomposición. Esta crisis indefectiblemente va a profundizarse y por lo tanto a revolucionar cada vez más a la clase trabajadora. En vista de esto era superfluo que el partido comunista mantuviera un ojo vigilante sobre su retaguardia, sobre sus reservas principales; su tarea era tomar la ofensiva contra la sociedad capitalista. Más tarde o más temprano, el proletariado, bajo el látigo de la decadencia económica, iría en su apoyo. Este punto de vista no se expresó en el congreso en ésta, su forma más definida, porque sus aristas más filosas habían sido suavizadas durante las sesiones de la comisión que tomó a su cargo la situación económica. La mera idea que la crisis industrial y comercial pudiera ceder el paso a un relativo boom fue considerada por los adherentes, conscientes o semiconscientes, de la teoría de la ofensiva casi como centrismo. En cuanto a la idea de que el nuevo reanimamiento industrial y comercial podría no sólo no actuar como freno sobre la revolución sino que, por el contrario, prometía impartirle nuevo vigor, no les parecía otra cosa que puro menchevismo. El seudo-radicalismo de los «izquierdistas» encontró una expresión retardada y bastante inocente en la última convención del partido comunista alemán, donde se adoptó una resolución en la cual, dicho sea de paso, yo fui objeto de una polémica individualizada, a pesar de haberme limitado a expresar el punto de vista del comité central de nuestro partido. Me reconcilio tanto más fácilmente con esta minúscula y anodina venganza de los «izquierdistas» porque de conjunto, la lección del III Congreso Mundial no pudo menos que dejar su marca sobre todo el mundo, en primer lugar, sobre nuestros camaradas alemanes.

2

Hoy existen signos incuestionables de un quiebre en la coyuntura económica. Los lugares comunes que se invocan, en el sentido de que esta crisis es la crisis final de la decadencia, de que la misma constituye la base de la época revolucionaria, de que sólo puede desembocar en la victoria del proletariado, tales lugares comunes no pueden, obviamente, reemplazar al análisis concreto del desarrollo económico junto con todas las consecuencias tácticas que se desprenden del mismo. A decir verdad, la crisis mundial hizo un alto, tal como se ha dicho, en mayo de este año. Los síntomas de una mejora en la coyuntura se revelaron primeramente en la industria de bienes de consumo. A partir de allí la industria pesada se puso también en marcha. Hoy en día estos hechos son incontrovertibles y se reflejan en las estadísticas. No voy a presentar dichas estadísticas para no hacerle más difícil al lector seguir la línea general del argumento.

¿Significa esto que se ha detenido la decadencia de la vida económica del capitalismo? ¿Que esta economía ha recobrado su equilibrio? ¿Que la época revolucionaria está llegando a su fin? En absoluto. El quiebre en la coyuntura industrial significa que la decadencia de la economía capitalista y el curso de la época revolucionaria son mucho más complejas de lo que imaginan ciertos simplistas.

La dinámica del desarrollo económico está representada por dos curvas de diferente orden. La primera curva, que es básica, denota el crecimiento general de las fuerzas productivas, la circulación de mercancías, el comercio exterior, las operaciones bancarias, etc. En su conjunto, esta curva se mueve hacia arriba a través de todo el desarrollo del capitalismo. Expresa el hecho de que las fuerzas productivas de la sociedad y la riqueza de la humanidad han crecido bajo el capitalismo. Esta curva básica, sin embargo, sube en forma desigual. Hay décadas en que aumenta tan poco como el grosor de un cabello, luego siguen otras décadas donde trepa bruscamente, sólo para, más tarde, durante una nueva época, permanecer por largo tiempo en el mismo nivel. En otras palabras, la historia conoce de épocas de crecimiento brusco así como otras de crecimiento más gradual de las fuerzas productivas bajo el capitalismo. De esta forma, tomando el gráfico del comercio exterior inglés, podemos establecer sin dificultad que el mismo gráfico muestra únicamente un crecimiento muy lento desde el final del siglo dieciocho hasta mediados del siglo diecinueve. Luego en un espacio de más o menos veinte años (1851 a 1873) trepa muy velozmente. En la época que sigue (1873 a 1894) permanece virtualmente sin cambios, y luego retoma su crecimiento acelerado hasta llegar a la guerra.

Si dibujamos este gráfico, su curvatura ascendente y desigual nos dará un cuadro esquemático del curso del desarrollo capitalista como un todo, o en uno de sus aspectos.

Pero nosotros sabemos que el desarrollo capitalista se da a través de los así llamados ciclos industriales, que comprenden una serie de fases consecutivas de la coyuntura económica: boom, estancamiento, crisis, fin de la crisis, mejora, boom, estancamiento, y así sucesivamente. Un análisis histórico muestra que estos ciclos se siguen el uno al otro cada ocho o diez años. Si estuvieran colocados en el gráfico, obtendríamos, superpuestos sobre la curva básica que caracteriza la dirección general del desarrollo capitalista, un conjunto de ondas periódicas que se mueven hacia arriba y hacia abajo. Las fluctuaciones cíclicas de la coyuntura son inherentes a la economía capitalista, como los latidos del corazón son inherentes a un organismo vivo.

Un boom sigue a una crisis, una crisis sigue a un boom, pero en su conjunto la curva del capitalismo ha venido trepando en el curso de siglos. Claramente la suma total de booms tiene que haber sido mayor que la suma total de crisis. Sin embargo, la curva del desarrollo asumió un aspecto diferente en diferentes épocas. Hubo épocas de estancamiento. Las oscilaciones cíclicas no cesaron. Pero puesto que el desarrollo capitalista en su conjunto siguió ascendiendo, de allí se desprende que las crisis prácticamente equilibraron los booms. Durante las épocas en las cuales las fuerzas productivas aumentaron con rapidez, las oscilaciones cíclicas continuaron alternándose. Pero cada boom obviamente empujaba la economía hacia adelante un trecho mayor del que retrocedía con cada crisis que se sucedía. Las ondas cíclicas podrían compararse con las vibraciones de una cuerda metálica, suponiendo que la línea del desarrollo económico se asemejara a una cuerda metálica en tensión: en realidad, por supuesto, ésta no es una línea recta, sino que su curvatura es compleja.

Esta mecánica interna del desarrollo capitalista a través de la incesante alternancia de crisis y boom es suficiente para mostrar cuán incorrecta, unilateral y anticientífica es la idea de que la actual crisis, a la vez que se agrava, deba prolongarse hasta que se establezca la dictadura del proletariado, independientemente de si esto sucede el año que viene, o en tres años o más, a partir de hoy. Las oscilaciones cíclicas, dijimos como refutación a esto en nuestro informe y resolución del III Congreso Mundial, acompañan a la sociedad capitalista en su juventud, en su madurez y en su decadencia, exactamente como los latidos de su corazón acompañan a un ser humano incluso hasta en su lecho de muerte. No importa cuáles puedan ser las condiciones generales, por más profunda que pueda ser la decadencia económica, la crisis económica e industrial interviene barriendo las mercancías y fuerzas productivas excedentes, y estableciendo una correspondencia más estrecha entre la producción y el mercado, y por estas mismas razones abriendo la posibilidad de la reanimación industrial.

El ritmo, la amplitud, la intensidad y la duración de la reanimación dependen de la totalidad de las condiciones que caracterizan la viabilidad del capitalismo. Hoy puede decirse positivamente (lo dijimos hace un tiempo en las jornadas del III Congreso) que luego de que la crisis haya desmontado la primera valla, bajo la forma de precios exorbitantes, la incipiente reanimación industrial chocará rápidamente, bajo las actuales condiciones mundiales, contra otra gran cantidad de vallas: la más profunda ruptura del equilibrio económico entre Europa y EE.UU., el empobrecimiento de Europa Central y Oriental, la prolongada y profunda desorganización de los sistemas financieros, etc. En otras palabras, el próximo boom industrial en ningún caso será capaz de restaurar las condiciones para un futuro desarrollo que sea en alguna medida comparable a las condiciones de antes de la guerra. Por el contrario, es muy probable que después de sus primeras conquistas, este boom choque contra las trincheras económicas cavadas por la guerra.

Pero un boom es un boom. Esto quiere decir una creciente demanda de mercancías, producción en expansión, desempleo que se reduce, precios en ascenso y la posibilidad de salarios más altos. Y, en las circunstancias históricas dadas, el boom no reducirá sino que, por el contrario, agudizará la lucha revolucionaria de la clase trabajadora. Esto se desprende de todo lo anterior. En todos los países capitalistas el movimiento obrero, luego de la guerra, alcanzó su pico más alto y luego finalizó, como hemos visto, en un fracaso más o menos pronunciado y en una retirada, y en la desunión de las filas obreras. Con estas premisas políticas y psicológicas, una crisis prolongada, aunque sin ninguna duda hubiera aumentado el resentimiento de las masas trabajadoras (especialmente de los desocupados y los subocupados), sin embargo, simultáneamente, hubiera tendido a debilitar su actividad, porque ésta está íntimamente ligada a la conciencia de los obreros de su rol irremplazable en la producción.

El desempleo prolongado a continuación de una época de ofensivas y retiradas políticas revolucionarias no trabaja en absoluto a favor del partido comunista. Por el contrario, cuanto más tiempo perdura la crisis, más amenaza con favorecer estados de ánimo anarquistas en un ala y reformistas en la otra. Este hecho encontró su expresión en la ruptura de las agrupaciones anarcosindicalistas con la III Internacional, y de cierta consolidación de la Internacional de ímsterdam y de la Internacional Dos y Media, en el agrupamiento temporario de los serratistas; la ruptura del grupo de Levi, etc. Por el contrario, la reanimación industrial está destinado a aumentar, en primer lugar, la confianza en sí mismas de las masas trabajadoras, minada ahora por los fracasos y por la desunión de sus propias filas; forzosamente tenderá a fusionar a la clase obrera en las fábricas y plantas y aumentará el anhelo de unidad de acción militante.

Ya estamos observando los comienzos de este proceso. Las masas trabajadoras sienten que el terreno se afirma bajo sus pies. Están buscando unir sus filas. Sienten claramente que la división es un obstáculo para la acción. Se están esforzando no sólo para unificar su resistencia a la ofensiva que el capital descargó sobre ellas producto de la crisis, sino también para preparar una contraofensiva, basada en las condiciones de la reanimación industrial. Esta crisis fue un período de esperanzas frustradas y de resentimiento, casi siempre de resentimiento impotente. El boom, a medida que se despliegue, suministrará una salida para esos sentimientos en forma de acción. Esto es lo que, precisamente, establece la resolución del III Congreso, que hemos defendido:

«Pero si el ritmo del desarrollo aminora, y la actual crisis comercial e industrial fuera seguida por un período de prosperidad en una mayor o menor cantidad de países, esto en ninguna medida significaría el comienzo de una época «orgánica»™. Mientras exista el capitalismo, las oscilaciones cíclicas son inevitables. Las mismas acompañarán al capitalismo en su agonía de muerte, de la misma forma que lo acompañaron en su juventud y en su madurez. En el caso de que el proletariado se viera obligado a retroceder bajo la ofensiva del capitalismo en el curso de la presente crisis, inmediatamente retomará la ofensiva tan pronto como surja cualquier mejoramiento en la coyuntura. Su ofensiva [de lucha] económica, que en tal caso sería inevitablemente llevada adelante bajo la consigna del desquite por todas los engaños del período de guerra y por todo el saqueo y los abusos de la crisis, tenderá a transformarse en una guerra civil abierta, así como sucede con la actual lucha ofensiva».

3

La prensa capitalista está celebrando a tambor batiente sus éxitos en la «rehabilitación» económica y las perspectivas de una nueva época de estabilidad capitalista. Este éxito tiene tan poca base como los temores complementarios de los «izquierdistas» que piensan que la revolución debe surgir del agravamiento ininterrumpido de la crisis. En realidad, mientras que la prosperidad comercial e industrial que se aproxima implica económicamente nuevas riquezas para los círculos superiores de la burguesía, todas las ventajas políticas serán para nosotros. Las tendencias hacia la unificación dentro de la clase obrera son sólo una expresión de la creciente voluntad de acción. Si los trabajadores están exigiendo hoy que, en pos de la lucha contra la burguesía, los comunistas lleguemos a un acuerdo con los independientes y con los socialdemócratas, más adelante (en la medida que el movimiento crezca hasta alcanzar una amplitud de masas) estos mismos trabajadores se convencerán de que sólo el partido comunista les ofrece el liderazgo en la lucha revolucionaria. La primera oleada de la marea lleva hacia arriba a todas las organizaciones obreras, empujándolas hacia un acuerdo. Pero el mismo destino aguarda a los socialdemócratas y a los independientes: serán alcanzados uno tras otro por las próximas oleadas de la marea revolucionaria.

¿Significa esto (al revés de lo que piensan los partidarios de la teoría de la ofensiva) que no es la crisis sino la próxima reanimación económica la que va a llevar directamente a la victoria del proletariado? Una afirmación tan categórica sería infundada. Ya hemos mostrado más arriba que no existe una interdependencia mecánica, sino dialéctica y compleja, entre la coyuntura y el carácter de la lucha de clases. Basta para comprender el futuro que estamos entrando en el período de reanimación muchísimo mejor armados que lo que estábamos cuando entramos en el período de crisis. En los países más importantes del continente europeo tenemos poderosos partidos comunistas. El quiebre en la coyuntura indudablemente nos abre la posibilidad de una ofensiva, no sólo en el campo económico, sino también en la política. Es una tarea inútil dedicarnos ahora a especulaciones sobre hasta dónde llegará esta ofensiva. Esta recién comienza, recién comienza a hacerse visible.

Un sofista podría plantear la objeción de que si nosotros creemos que la reanimación industrial ulterior no necesariamente nos llevará directamente a la victoria, entonces comenzará obviamente un nuevo ciclo industrial, lo cual significa otro paso hacia la restauración del equilibrio capitalista. En ese caso, ¿no se estaría realmente ante el peligro del surgimiento de una nueva época de recuperación capitalista? A esto se podría contestar así: Si el partido comunista no crece; si el proletariado no adquiere experiencia; si el proletariado no resiste en una forma revolucionaria más audaz e irreconciliable; si no consigue pasar en la primera oportunidad favorable de la defensiva a la ofensiva; entonces la mecánica del desarrollo capitalista, con el complemento de las maniobras del estado burgués, sin duda lograría cumplir su trabajo en el largo plazo. Países enteros serán arrojados violentamente a la barbarie económica; decenas de millones de seres humanos perecerían de hambre, con desesperación en sus corazones, y sobre sus huesos sería restaurado algún nuevo tipo de equilibrio del mundo capitalista. Pero tal perspectiva es pura abstracción. En el camino especulativo hacia este equilibrio capitalista, hay muchos obstáculos gigantescos: el caos del mercado mundial, el desbaratamiento de los sistemas monetarios, el dominio del militarismo, la amenaza de guerra, la falta de confianza en el futuro. Las fuerzas elementales del capitalismo están buscando vías de escape entre pilas de obstáculos. Pero estas mismas fuerzas elementales fustigan a la clase trabajadora y la impulsan hacia delante. El desarrollo de la clase trabajadora no cesa, incluso cuando ésta retrocede. Porque, mientras pierde posiciones, acumula experiencia y consolida su partido. Marcha hacia adelante. La clase trabajadora es una de las condiciones del desarrollo social, uno de los factores de este desarrollo, y por sobre todas las cosas su factor más importante, porque personifica el futuro.

La curva básica del desarrollo industrial está buscando rutas hacia arriba. El movimiento se torna complejo por las fluctuaciones cíclicas, que en las condiciones de postguerra se parecen más a espasmos. Es naturalmente imposible prever en qué punto del desarrollo se producirá una combinación de condiciones objetivas y subjetivas tales como para producir un cambio revolucionario. Tampoco es posible prever si esto ocurrirá en el curso de la actual reanimación, en su comienzo, o hacia su fin, o con la llegada de un nuevo ciclo. Es suficiente para nosotros comprender que el ritmo del desarrollo depende en gran medida de nosotros, de nuestro partido, de sus tácticas. Es de la mayor importancia tomar en cuenta el nuevo viraje en la economía que puede abrir un nuevo estadio en la fusión de las filas y en preparar una ofensiva victoriosa. Porque que el partido revolucionario comprenda qué es lo que está sucediendo, implica ya de por sí un acortamiento de los tiempos y un adelantamiento de las fechas.

 

 


 

Discurso en la Undécima Conferencia del partido[90]

Diciembre de 1921

Camaradas, la discusión sobre esta cuestión ha asumido un carácter algo académico, en el peor sentido de la palabra. Ni siquiera entraba en mi mente, cuando tomé la palabra en el informe del camarada Zinóviev, que habría disputa por ello. Encontré material valioso sobre esta cuestión en el último número de la Internacional Comunista en el artículo de Pavlovsky, que fue publicado sin comentarios. Y creo que los hechos que he citado son positivamente incuestionables. Este gráfico que he esbozado áspero por el bien de la ilustración, esta gráfica... [Riazánov interviene: No se puede llegar muy lejos con cada gráfico.]

Creo, camarada Riazánov, que usted y yo vamos a llegar lo suficientemente lejos con este. Digo que aunque desde 1920 hasta mayo o junio de 1921, la curva de desarrollo industrial siguió cayendo, después siguió un movimiento que he llamado convulsivo y espasmódico y que marca un cierto aumento. La curva vuelve a caer de nuevo, comienza a subir de nuevo y puede volver a caer. Pero esta línea [apuntando al gráfico] diverge marcadamente de esta línea. Aquí se observa una disminución en el curso de doce, trece o catorce meses. ¿Cómo se expresa este declive? Hoy en día hay, por ejemplo, mil trabajadores, al día siguiente son 999 o 998 o 997, y esta disminución continúa sistemáticamente durante 15 meses. El trabajador 996 se dice a sí mismo: «Mañana llegará mi turno.» Desde que ha habido una disminución, un cierto número de trabajadores han sido despedidos en la fábrica. Un ambiente de completa incertidumbre prevalece entre los trabajadores. El capitalista no depende de ellos, mientras que ellos están completamente a su merced. Este estado de ánimo deprimido prevalecía entre amplios círculos de trabajadores. Ahora supongamos que se ha agregado a la fábrica un trabajador más. Ahora hay 1.001 trabajadores, después hay 1.002 trabajadores, y así sucesivamente. Desde el punto de vista estadístico, este es un aumento insignificante. Desde el punto de vista de cómo los trabajadores lo sienten es de enorme importancia. Originalmente eran 1.000. Luego hay 1.001 de ellos, y luego 1.002, y así sucesivamente. Esto significa que la fábrica está en auge, y el trabajador comienza a sentir algo de suelo firme bajo sus pies. Lo importante es, pues, el hecho mismo de que se haya producido un cambio en la coyuntura en el otoño de este año, debido a la cosecha, o porque las huelgas terminaron, o por cualquier otra razón que se quiera mencionar. Si no tuviera estadísticas a mi disposición, si estuviera confinado en una celda solitaria, pero los informes políticos y económicos me llegaran a decir que el estado de ánimo de los trabajadores era tal y tal, la noticia era tal y tal, que hubo algún aumento en el número de trabajadores, deduciría que algunas cosas sí cambiaron. Que se había producido algún cambio económico. Ahora mismo es posible discutir sobre lo que le sucederá a esta curva en el futuro. Ciertas fluctuaciones son observables aquí. Estas fluctuaciones prueban que el desarrollo capitalista permanece estancado o está disminuyendo. Mi referencia fue únicamente al hecho de que se trata de una línea desigual o descendente, que en ella hay fluctuaciones, y que dejar de tenerlas en cuenta significa ignorar los impulsos vivos en medio de los cuales la clase obrera vive y lucha.

Permítanme repetir, si no tuviese estadísticas a mi disposición, incluso en ese caso podría haber dicho lo que ha sucedido. Pero las estadísticas están disponibles. Remito al artículo de Pavlovsky. Se han producido cambios importantes en la industria textil. Nueve décimas de los husos están o estaban en funcionamiento durante agosto y septiembre. En la primavera sólo la mitad de ellos estaban en funcionamiento. Esto es un tremendo cambio. En Norteamérica los altos hornos, la industria del carbón, la industria metalúrgica, han experimentado cambios más importantes en agosto y septiembre. Ahora estamos viviendo un reflejo político de esos cambios. Se trata aquí de un impulso que puede acabar con el derrumbe del movimiento obrero. ¿Habrá otra crisis? Daré mi respuesta después del impulso. Otra crisis no puede ejercer una influencia desmoralizadora porque se ha hecho sentir la necesidad de fusiones, porque se ha hecho sentir la necesidad de unificar la energía política de la clase obrera. Dentro de ciertos límites, la clase trabajadora adquiere una significación independiente. Es inadmisible no tener en cuenta estos impulsos. Algunos compañeros sostienen que esto significa el establecimiento de un equilibrio. ¿Qué tipo de equilibrio? Si el auge actual fuese diez veces mayor de lo que se indica en la actualidad, no reduciría por una centésima parte los obstáculos que impiden la prosperidad. Lo de Sokolnikov no es lógico, en cuanto a su postura política, dice que el capitalismo no alcanzará un equilibrio. Que explique entonces las condiciones bajo las cuales se podría alcanzar un equilibrio.

Si un millón de europeos muriesen de frío y de hambre, si Alemania se convirtiera en una colonia, si en Rusia cayese el poder soviético y éste también se convirtiera en una colonia, si Europa se convirtiera en un estado vasallo de Norteamérica y Japón, entonces se restablecería un nuevo equilibrio capitalista. Esto requeriría, digamos, 50 años de lucha incesante, en el curso de los cuales seríamos martillados, ahogados, destrozados y finalmente estrangulados hasta morir. Entonces surgiría un nuevo equilibrio capitalista. Esta es la perspectiva que pinté.

Ahora estamos en curso de una reanimación. Antes de la guerra a la que he hecho referencia, este avivamiento tendrá que enfrentarse a nuevas trincheras. La primera línea de esas trincheras será los precios fantásticamente altos. Dentro de dos o tres meses, esta reanimación se enfrentará a nuevas barricadas: la violenta interrupción del equilibrio entre Europa y Norteamérica, el desmembramiento de Europa, la devastación y el aislamiento de Europa Central y Oriental, el estado de sitio, etc. Cuando el capitalismo, después de alcanzar una cierta prosperidad semificticia y después de dar impulso al movimiento obrero, se enfrente a las barricadas erigidas por la guerra, se dirigirá hacia la Unión Soviética y eso se convertirá diez veces en el primer signo de deterioro. Y en noviembre había un retraso incuestionable que Varga ha caracterizado con cautela. Esta es una advertencia. En diciembre habrá un nuevo ascenso. El declive febril que duró 15 meses, desde mayo del año pasado, o incluso desde abril o marzo y hasta junio de este año, ese descenso febril que vino como una reacción a toda la guerra, no volverá a ocurrir...

¿El auge será gradual y sistemático? No. ¿Habrá una subida general, salpicada de saltos? Muy posiblemente, pero en ningún caso será rápida. ¿Cuánto durará? Es imposible predecir. Pero el cambio solo, el hecho de que desde las cataratas hemos pasado a los estrechos, donde las aguas del desarrollo económico bajan tumultuosas pero ya no hay cataratas y el agua no se despeña; esto ya constituye un cambio, un cambio colosal. Me han dicho que no hay falta de pobreza, miseria, desempleo y etc. (no voy a lidiar con el desempleo en Inglaterra). Estos comentarios del camarada Sokolnikov trajeron a mi mente el siguiente pensamiento: supongamos que yo hubiese dicho que en Moscú, bajo el camarada Kámenev , las calles de este año están más limpias de lo que lo estaban en 1918, y entonces supongamos que alguien más se levante y diga que Trotsky afirmó que Moscú es un cuadro de lujo perfecto y luego procedió a presentar todas las estadísticas relativas a la suciedad de Moscú y la inmundicia. Mi afirmación de que las calles están más limpias que en 1918 seguiría siendo un hecho y sería injusto para un municipio soviético ignorarlo.

Otro hecho es que las monedas danzan locamente, que la estructura financiera está desorganizada y esto, naturalmente, proporciona una base para la revolución. Pero este desarrollo tiene sus propios zigzags, sus propios cambios. Sokolnikov dice que la conclusión de mi discurso es tal que conduce a especulaciones sobre la guerra. Si yo dijera que todas las indicaciones apuntan al establecimiento de la armonía y del equilibrio, entonces la guerra sería puro suicidio. Lo que uno elige para acabar con uno mismo es una cuestión de indiferente. Sokolnikov lo ha calificado como mi lógica. Si el capitalismo está estableciendo el equilibrio y yo digo que toda la política debe ser dirigida hacia la guerra, entonces simplemente significa que quiero cortarme la garganta con una navaja, que prefiero acabar las cosas de una manera sangrienta. Esta es la filosofía del camarada Sokolnikov.

Pero no dije nada de eso. Señalé que la tendencia a ampliar nuestro reconocimiento es un hecho significativo en sí mismo. Todavía no tiene un significado histórico, pero es de cierta importancia sintomática. Si ganamos reconocimiento entonces tendrá un significado histórico, pero sólo se habla de ello hasta ahora y nadie sabe cuáles son las condiciones para el reconocimiento. Cuando empiecen las negociaciones, votaré para enviar a Sokolnikov a la conferencia; Es un excelente diplomático. Cuando se trata de seleccionar una delegación para negociar nuestro reconocimiento daría mi voto para incluir en esta delegación el camarada Sokolnikov que está en un estado de ánimo contra la guerra y pacíficamente inclinado, pero al mismo tiempo me gustaría advertir que en una semana o dos el camarada Sokolnikov podría informarnos que Lloyd George y Briand no exigen nada más ni nada menos que el hecho de que desterraremos al Comintern de Rusia. [Radek interviene: «hacia Riga»].

A Riga o a Revel, eso carece de importancia. Esa es la primera demanda menor. En segundo lugar, que cedamos las regiones petrolíferas del Cáucaso y la industria de Petrogrado a un cártel inglés (otra insignificancia). Inglaterra se atrincherada en Petrogrado, y también amante del Cáucaso. En tercer lugar, que desmantelemos el Ejército Rojo en vistas del desarme universal proclamado en Washington. Tres exigencias menores, y con ello se nos puede decir (en tantas palabras, o por insinuaciones completadas por hechos a lo largo de nuestras fronteras occidentales) que si encontramos inaceptables estas condiciones de acuerdo, bien, porque entonces las tropas francesas están listas para entrar en acción. En Karelia hay una excelente cabeza de playa terrestre, un golpe contra Petrogrado se está preparando desde el norte...

De ahí la conclusión de que, mientras se llevan a cabo estas negociaciones y aprovechando al máximo la posición supremamente difícil del capitalismo, debemos estar en guardia. Porque la fase final de las negociaciones será la más aguda (cuando, para hacernos más dúctiles, se podrá emplear la amenaza de intervención militar). Y si esto no tiene sus efectos, entonces podrán emplear la intervención misma. El camarada Sokolnikov dice que «toda mi perspectiva se calcula para la guerra, puntualmente para una guerra ofensiva». Ha dado usted en el clavo con lo de «puntualmente». En el partido estoy totalmente de acuerdo con el comité central, en cuya opinión sería una locura hacer un eslogan hoy de la idea de la guerra ofensiva. En el congreso de los soviets, en cada mitin de soldados del Ejército Rojo, y en una conferencia de partido autorizada, he declarado repetidamente que nuestra política es la política de lucha por la paz. Pero la lucha por la paz implica, bajo las actuales condiciones, un fuerte Ejército Rojo. El enfoque de las negociaciones para nuestro reconocimiento no debilita esta necesidad sino que la hace aún más imperativa. Y la reactivación del movimiento revolucionario en Europa, que sitúa a la burguesía en una posición aún más aguda, agrava la posibilidad del peligro de guerra.

Camaradas, aquí no tenemos diferencias políticas. Se intentó transformar en una doctrina económica ideal las propuestas y argumentos de carácter económico que yo había aducido. Este intento fue hecho por el camarada Sokolnikov.

Ninguno de nosotros habla de ningún tipo de equilibrio. Por el contrario, si de algo se me puede acusar, es de que, en la primavera de este año, cuando la crisis era todavía muy profunda e incuestionable, tomé una visión a largo plazo de las perspectivas revolucionarias. Yo sostenía que no había motivos para esperar un desarrollo revolucionario temprano. Pero hoy, por el contrario, estoy plenamente convencido de que ha llegado un punto de inflexión, y especialmente que precisamente del renacimiento económico ha resultado un impulso. El cese de la crisis y el incipiente resurgimiento económico en los países industriales más importantes nos acercará políticamente a la posibilidad de un movimiento revolucionario de masas. Si el deterioro continúa en el futuro en el mismo curso que en el último año y medio (lo que considero improbable, imposible y económicamente infundado) en ese caso, en mi opinión el desarrollo revolucionario se vería retrasado. Si los acontecimientos avanzan, como ahora lo están haciendo, eso nos convendría perfectamente. La burguesía puede ganar económicamente cien veces menos de lo que ganaremos políticamente nosotros. Esta es la esencia de la cuestión.

Para volver a las tesis de Zinóviev, considero que deben ser aprobadas de todo corazón y por unanimidad. Esta acción de aprobación será conocida por todo el movimiento comunista en Europa. Puede haber dudas entre algunos elementos aquí y allá, junto con prejuicios, objeciones falsas, irracionales, etc. Habiéndolos pesado es necesario vencerlos con la adopción unánime de las tesis. La conferencia ayudará así a los verdaderos elementos comunistas del movimiento obrero mundial a cambiar su política por una vía absolutamente correcta.

 

 


 

 

[Discurso de Trotsky tras el informe de Zinóviev,
«La táctica de la Internacional Comunista»,
presentado en la Conferencia de Diciembre de 1921 del Partido Comunista de Rusia - Bolchevique][91]

Diciembre de 1921

 

 

Camaradas, según los periódicos de hoy, el reconocimiento oficial prácticamente se ha extendido a nosotros después de cuatro años de la existencia de nuestro estado. Se celebrará una conferencia en la primavera en la que nosotros, la república soviética, participaremos. Esto es, sin duda, un hecho de suma importancia. Sin embargo, creo que toda la situación europea, y el estado del movimiento obrero mundial (y esto se refiere directamente al tema del informe del camarada Zinóviev), son tales que nos llevan a concluir que el camino hacia nuestro reconocimiento como estado estará lejos de ser suave y fácil.

La situación política existente, que ejerce su influencia tanto sobre la clase obrera como sobre los diferentes gobiernos y la situación económica en Europa y en todo el mundo, es compleja en extremo. Por un lado, tenemos una profunda crisis económica que está empezando a desaparecer. Por otro lado, aumenta la confianza política en sí misma de la burguesía y también la de sus respectivos gobiernos.

Todavía se imperan las mayores dificultades económicas, la vida comercial e industrial sigue presa de una crisis sin precedentes. Pero, por otra parte, están las posiciones ya conquistadas por el aparato estatal reorganizado y la consiguiente confianza entre las burguesías en que ya se han superado sus momentos más críticos. De estas dos causas se deriva que la burguesía de Inglaterra y la burguesía de Francia, en la persona de sus círculos dominantes, consideren ahora la cuestión de nuestro reconocimiento oficial desde el punto de vista de la balanza comercial, desde el punto de vista de las ventajas comerciales e industriales. La burguesía se encuentra en una situación económica difícil. Está buscando una salida que excluya a Rusia del circuito económico mundial, pero se siente tan segura de sí misma políticamente que considera factible maniobrar con un organismo de la envergadura de la Rusia soviética. Esta es la condición básica, determinada por toda la situación de posguerra en Europa y en todo el mundo. La crisis económica se está acabando ahora. Tanto en Europa como en todo el mundo hay síntomas inequívocos claros y de peso del renacimiento económico. Y esto es de suma importancia para comprender la situación en su conjunto y las perspectivas inmediatamente posteriores.

Aquellos camaradas que asistieron al último congreso mundial y siguieron la lucha ideológica son conscientes de que estas cuestiones se plantearon para su discusión en el congreso mundial, especialmente en las sesiones de la comisión. Estas cuestiones fueron discutidas desde el punto de vista de los destinos del movimiento obrero en el período que nos ocupa. Hubo un agrupamiento bastante indefinido, cuya posición en la discusión fue que la crisis comercial e industrial (que era extremadamente aguda), a través de la cual pasábamos en vísperas del último congreso, constituía la crisis final de la sociedad capitalista y que era la crisis final del capitalismo La sociedad empeoraría inexorablemente hasta el establecimiento de la dictadura del proletariado. Esta concepción de la revolución es completamente no marxista, no científica, mecanicista. Hay algunos que razonan de la siguiente manera: puesto que estamos viviendo en una época revolucionaria, y como la crisis debe empeorar indefectiblemente hasta la victoria total del proletariado, se sigue de ello que nuestro partido debe atacar en el escenario internacional y las pesadas reservas proletarias, azotados por esta crisis cada vez más aguda, tarde o temprano apoyarán a nuestro partido en el último asalto proletario. En el congreso mundial nuestra delegación luchó contra esta línea de razonamiento, señalando que tales concepciones no eran ni correctas ni científicas.

No hay equilibrio entre Europa y Norteamérica. Europa sigue estando desmembrada, no se ha superado todavía la devastación de Europa central y oriental, y el bloqueo de Rusia sigue siendo esencial. Las tensiones en los asuntos internacionales, la falta de confianza, las monedas depreciadas, el enorme endeudamiento y el caos financiero, son los hechos y los factores legados por la guerra. Y las fuerzas elementales del capitalismo buscan superar todo esto. ¿Se puede hacer esto? ¿O es imposible?

Hablando abstractamente, se podría decir que si se permitiese que estas fuerzas elementales continuaran operando mientras el proletariado permaneciese pasivo y mientras el partido comunista siguiera siendo una organización que comete un error tras otro, entonces esto daría lugar a una situación en la que la interacción ciega de las fuerzas económicas, aprovechando la pasividad de la clase obrera y los errores del partido comunista, restauraría a la larga algún tipo de nuevo equilibrio capitalista sobre los huesos de millones y millones de proletarios europeos, y gracias a la devastación de un número entero de países. En dos o tres décadas se establecería un nuevo equilibrio capitalista pero, al mismo tiempo, significaría la extinción de generaciones enteras, el declive de la cultura europea, etc. Este es un enfoque puramente abstracto, que no tiene en cuenta los factores más importantes y fundamentales, a saber, la clase obrera, bajo el liderazgo y orientación del partido comunista.

Procedemos siguiendo el postulado de que, paralelamente a la economía, que constituye la base de maniobra de un estado burgués, existe otro factor que también descansa en esta vida económica, que toma en cuenta esta última, valorando todos sus puntos de ruptura y zigzags; Y que también tiene en cuenta las maniobras del estado burgués y traduce todo esto al lenguaje de la táctica revolucionaria. El postulado de un movimiento ofensivo automático, que algunos camaradas trataron de promover con la convicción de que la actual crisis comercial-industrial debe continuar hasta la victoria total del proletariado, se opone completamente a la teoría económica de Marx. En la era del ascenso capitalista, así como en la época del estancamiento capitalista, así como en la época de la decadencia capitalista y la desintegración económica, las crisis se producen en ciclos: primero se produce un auge, luego una depresión seguida de otro auge y otra depresión; con etapas intermedias. Además, como atestiguan las observaciones históricas de los últimos 150 años, estos ciclos abarcan en promedio un intervalo de nueve años. Estas oscilaciones siguen una profunda ley interna y se puede afirmar con confianza que a menos que una revolución victoriosa tenga lugar en 1920-1921 en Europa, entonces, en el curso de 1920 o 1921 o 1922, la actual crisis aguda debe ineluctablemente ceder el paso a los síntomas y signos y a las manifestaciones más obvias de un boom comercial-industrial. A una pregunta sobre el carácter de este boom, su alcance y profundidad, podríamos responder con una analogía con la respiración de un organismo humano: Un hombre sigue respirando hasta morir, pero un joven, un adulto y un moribundo, cada uno de ellos respira de una manera diferente y la salud del cuerpo puede ser juzgada por la respiración. Sin embargo, un ser humano sigue respirando hasta la muerte. Similarmente ocurre con el capitalismo. La oscilación de estas ondas, estos altibajos, son inevitables mientras el capitalismo no desaparezca. Pero es posible juzgar por las oscilantes olas de auge y crisis si el capitalismo está ascendiendo, estancado o declinando. Hoy podemos decir positivamente que la crisis, que estalló en la primavera de 1920, alcanzó el pico de su agudeza en mayo de 1921, después de durar en promedio, con diversas fluctuaciones, unos 15 a 16, o de 17 a 18 meses, realizó el trabajo de cada crisis, es decir, se deshizo de las mercancías sobrantes y de las fuerzas productivas sobrantes, y ha proporcionado así al capitalismo algún espacio suplementario para el crecimiento. Tenemos los comienzos de un renacimiento, expresado en que los precios están comenzando a subir, mientras que el desempleo ha comenzado a caer. Aquellos que estén interesados en seguir esta pregunta deben leer el artículo de Pavlovsky en el último número de La Internacional Comunista. Tenemos también la serie de artículos de Smith en Ekonomicheskaya Zhizn, por no mencionar los artículos en periódicos económicos especiales. Hoy en día es superfluo debatir si la crisis continúa profundizándose o no.

Si hemos de valorar la ola creciente que ahora se observa en el movimiento obrero, entonces estamos obligados a reconocer que está estrechamente relacionada con el incipiente reavivamiento comercial-industrial. Este renacimiento comercial e industrial y su profundidad dependerán, por supuesto, de las condiciones del capitalismo en su conjunto. Después de que la crisis comercial e industrial haya superado y nivelado la primera línea de trincheras (los monstruosos precios), las fuerzas productivas paralizadas y estancadas habrán ganado en un grado u otro la posibilidad de avanzar (lo estamos presenciando ahora). Mañana o días después, en el próximo año o en los próximos dos años (es difícil imaginar fechas), las fuerzas productivas se enfrentarán a la devastación de Europa del Este y las espantosas condiciones de Europa Occidental, se enfrentarán con los mismos sistemas monetarios que están muy lejos de la recuperación.

El auge no será tan colosal como la prosperidad a la que estábamos acostumbrados antes de 1914. Con toda probabilidad esta prosperidad será bastante anémica, zigzagueando no sólo hacia arriba sino también hacia abajo. Esto es indiscutible. Sin embargo, este auge marca una nueva fase, un nuevo período en la evolución de la vida económica y de la política del movimiento obrero sobre la base de dicho auge. ¿De dónde viene este boom? Déjeme presentarles brevemente su cronología.

En 1914 estaba a punto de estallar una crisis. En su lugar se produjo la guerra imperialista. Atravesó la curva del desarrollo económico y se produjo una frenética prosperidad bélica basada en el saqueo, la quema, la destrucción de las fuerzas y recursos materiales, basada en la acumulación de deudas, en la desorganización de la economía, en agravar la escasez de viviendas y la acumulación de capital, la desorganización completa de todos los cimientos de la economía, emitiendo gran cantidad de divisas, etc. La guerra llegó a su fin. Era el año 1918. Año de la desmovilización. Este fue el momento más crítico. Los obreros y los campesinos abandonaron el ejército para regresar a sus hogares rotos. Los contratos de guerra fueron cancelados. La crisis se profundizó. Si el partido comunista hubiera sido tan fuerte en este período como lo es hoy en Alemania o en Francia, el proletariado podría haber tomado el poder en sus propias manos. En 1919 (podemos decir esto con total seguridad) no había tal partido comunista. Los gobiernos se beneficiaron de su ausencia y, temerosos de la desmovilización, continuaron su política económica de guerra durante todo el año 1919. Se continuaron las emisiones de papel moneda, se prolongaron los antiguos contratos de guerra o se sustituyeron por otros nuevos con el único propósito de evitar la crisis. Y todo el año 1919 pasó bajo el signo de billones y miles de millones de enormes subsidios otorgados por el estado burgués, a costa, por supuesto, de las mismas masas trabajadoras. Se trataba de una especie de moratoria: la preservación a través de medios artificiales y ficticios. El capitalismo realizó concesiones políticas e introdujo la jornada laboral de 8 horas. Una oleada espontánea de ofensivas de los obreros se desenrolló sin la dirección del partido comunista, prácticamente inexistente en ese momento.

El tiempo para la liquidación de cuentas llegó en el año 1919: la crisis estalló. La burguesía y sus estados contaban con la crisis, pero escapaba a sus facultades alterar las leyes de la mecánica capitalista. Los primeros movimientos revolucionarios sufrieron un fracaso debido a la falta de experiencia y a la ausencia del partido comunista. A esto le siguió el estallido de una lucha interna, rupturas y desilusiones entre aquellos amplios círculos obreros que tenían un aprendizaje libresco y una concepción mucho más simple de la situación del año 1918. La burguesía atacó, las escalas salariales se redujeron (estos eran los síntomas de la hora). La falta de confianza era universal, las huelgas fueron aplastadas, el ejército de desempleados se hizo enorme.

Bajo estas condiciones, la crisis debía engendrar ilusiones reformistas en un polo e ilusiones anarquistas en el otro. El partido comunista comenzó a sentirse aislado de las masas durante un tiempo. Y en la medida en que el partido comunista perdió el momento crítico de la liquidación de la guerra; en la medida en que la burguesía fue capaz de sobrevivir a este período crítico; en la medida en que la crisis azotó más tarde a las masas que ya habían sufrido su primera desilusión política; hasta ese punto sólo el aflojamiento de los tentáculos de esta crisis podría dar un nuevo y serio ímpetu a la energía revolucionaria de las masas trabajadoras. Y esto es lo que está sucediendo ahora.

Naturalmente, esta crisis no era ni una décima parte suficiente para permitirle a la burguesía resolver la centésima parte de sus contradicciones o dificultades. Pero esta crisis ya es bastante poderosa para permitirle a la clase obrera volver a sentir que es portadora de la producción, que todo depende de ella, que la burguesía y el capitalismo cada vez son más dependientes de ella.

Y lo más importante es que esta vez la clase obrera ya posee una guía en el partido comunista, que experimenta en las luchas, en los errores (y la experiencia de los errores es la más valiosa de todas las experiencias) y en los éxitos obtenidos por nosotros utilizando las lecciones de los errores. Tal es la situación a la que nos enfrentamos en la actualidad.

Podemos decir con total seguridad que la fase de diferenciación interna entre las masas trabajadoras, se agudizó a principios de 1920 y creció marcadamente hacia fines de 1920, diferenciación entre la dispersión, la fase de aislamiento de los comunistas, una minoría pronunciada que ocasionalmente pretendía actuar como si fuera la mayoría (vimos ejemplos de ello en Alemania), esta fase, en su conjunto y en parte, ha quedado ya atrás. Y esta es la base absolutamente correcta de las tácticas que propuso la Internacional Comunista y que el camarada Zinóviev ha defendido aquí.

Es difícil decir, camaradas, cuánto durará este resurgimiento económico, o qué formas puede asumir. Lo más probable es que esas formas sean anémicas. Estos altibajos se asemejarán a paroxismos, y por esta razón garantizan impulsos revolucionarios. Dado el liderazgo de un partido comunista, se puede decir positivamente que la ola creciente del movimiento revolucionario, esta marea de inundación, hará subir a todos los agrupamientos de la clase obrera, es decir, elevará a la cima a los oportunistas, a los centristas y a los comunistas por igual. Los requerimientos de esta marea nos obligan a buscar acuerdos prácticos. Pero al mismo tiempo, precisamente porque eleva a todo el mundo, esta marea empieza a agitar a las masas trabajadoras en acción y someterá a todos los agrupamientos a probarse en la acción.

Todo lo que anteriormente ha sido objeto de polémicas teóricas, de discusiones entre partidos políticos minoritarios, ahora se convierte en una prueba de métodos por la mayoría. Vamos a montar la cresta de este ascenso hasta el final, mientras que otros se ahogan en esta marea de inundación. Y precisamente todas estas circunstancias determinan completamente la situación internacional.

La burguesía tiene mucha confianza en sí misma, las dificultades económicas son muy grandes. El auge industrial también abre perspectivas para la burguesía, sus círculos superiores, por supuesto, desnatan la crema dorada de este auge (el aparato del estado está en sus manos). Respaldados por la experiencia de la Internacional Comunista, de sus partidos y elementos principales, estamos investigando y formulando los síntomas de este auge, pero la burguesía no es en absoluto capaz de valorar su pleno significado histórico. La autoconfianza de la burguesía es muy grande. Y así, en este punto de inflexión, la burguesía convoca su Conferencia de Washington y comienza a hablar de invitarnos a una nueva conferencia la próxima primavera. La autoconfianza de la burguesía, la hambruna en nuestro país, nuestra situación económica terriblemente difícil, todos estos son indicios de que la burguesía imagina que sus negociaciones con nosotros serán mucho más fáciles y sencillas de lo que realmente resultarán.

Norteamérica es la más visionaria. Ha concluido un acuerdo con Japón. El permiso para que Japón saquee está perfectamente sincronizado con actividades filantrópicas en nuestras áreas afectadas por el hambre. El primero es un suplemento perfecto para el segundo. Una gran maniobra se está ejecutando allí (en el Lejano Oriente).

Hay otras maniobras en Occidente, mucho más cerca de casa. A bastante mayor escala de lo que se cree se está preparando un campo de maniobras en Karelia para futuros acontecimientos. A lo largo de nuestras fronteras occidentales hay bandas armadas (en el congreso soviético tendré un mapa mostrando la disposición de estas bandas) y ha habido una concentración creciente de tropas polacas. Todo esto significa que hay, por un lado, un ala de la burguesía europea (la polaca que, entre otras cosas, está más cerca de nosotros y quiere luchar contra nosotros a cualquier precio). Por otra parte, entre la burguesía hay algunos, tal vez incluso entre los más altos círculos, que tienen una concepción algo simplificada de lo que implica reconocernos y llegar a un acuerdo con nosotros. Piensan algo así como: «Bueno, llamaremos a Krassin o a Chicherin; añadiremos un poco a los (préstamo propuesto de) $ 20,000,000; Y luego sugeriremos a la Comintern que lo que hay que hacer es llevar a cabo una purga interna. Que nos den algunas garantías políticas. Cortaremos apropiadamente las garras de este diablo del comunismo, y entonces habrá una navegación suave.»

No hay duda de que Lloyd George y algunos otros tengan alguna idea en mente. Si las negociaciones sobre nuestro reconocimiento oficial comienzan alguna vez, habrá bastantes zigzags parecidos a paroxismos y espasmos. Tanto Lloyd George como Briand y muchos otros, en el curso de tales negociaciones buscarán medios de ejercer presión sobre nosotros. Tienen a Polonia, Rumanía, Finlandia. La situación es muy grave. Y la perspectiva histórica (internacionalmente y para Rusia por igual) es la de una curva ascendente, pero no será una curva ascendente uniforme, sino más bien una con muchos altibajos y la próxima ruptura puede ocurrir precisamente en la próxima primavera.

Supongamos, sin embargo, que se inician las negociaciones. En ese caso, estamos obligados, por supuesto, a hacer todo lo posible para llegar a un acuerdo. Subrayo esto, por un lado, como miembro del partido comunista y también como el hombre que está más directamente relacionado con ciertos aspectos de este peligro. Pero el hecho incuestionable es que cuanto más nos acercamos, en el ámbito internacional, a la obtención del reconocimiento, a la acreditación del mundo burgués, cada vez más se acerca el momento en que el mundo burgués tratará de obtener nuestra sumisión en las negociaciones, tanto con golpes suplementarios y patadas como con acciones militares directas. Desde este punto de vista los movimientos en el Lejano Oriente y nuestras cercanas fronteras occidentales son profundamente sintomáticos. Por esta razón, creo que si bien hacemos balance de toda esta situación internacional y apoyamos sin reservas la resolución de la Internacional Comunista que es absolutamente correcta y corresponde a toda la situación, debemos decir al mismo tiempo:

Mientras que el proletariado europeo y mundial, al apoyarse en el incipiente resurgimiento económico, enderezará el frente unido de las masas revolucionarias y facilitará un cambio gradual de las masas a nuestro favor, debemos tener en cuenta al mismo tiempo y llamar la atención del proletariado mundial sobre el hecho de que es necesario enderezar nuestro propio frente también, en el sentido pleno del término. Si esto ocurriera, y si para la primavera los acontecimientos revolucionarios tuvieran un carácter tempestuoso (esto es, por supuesto, difícil de adivinar, pero no se excluye de ninguna manera), entonces precisamente este levantamiento revolucionario se produciría en un momento en que la burguesía estará comprometida en negociaciones decisivas con nosotros y podría alterar la situación drásticamente. Al llegar en ese momento en medio de una maniobra política, estos primeros acontecimientos revolucionarios podrían anular los planes para el reconocimiento soviético y podrían impulsar a nuestros enemigos a lanzar una lucha abierta contra nosotros por medio de los que sirven como agentes militares de Francia y de todos los demás países capitalistas, es decir, por medio de nuestros vecinos más cercanos. Es por eso que el Ejército Rojo debe estar en perfecto orden para ese momento. [Aplausos].

 

 


 

 

Paul Levi y algunos «izquierdistas»[92]

6 de enero de 1922

Estimado camarada,

Usted me pide que exprese mi opinión sobre la política de la llamada Organización Comunista de Trabajadores (KAG), y al pasar usted se refiere al hecho de que Paul Levi, el líder de la KAG, está abusando de mi nombre al afirmar que soy virtualmente su copensador.

Debo confesar francamente que después del Tercer Congreso Mundial no he leído un solo artículo de Levi, así como no he leído, sinceramente, muchas otras cosas mucho más importantes. Ciertamente, he visto en periódicos publicados por Levi, que por casualidad he encontrado, extractos de mi informe en el Congreso Mundial. Algunos camaradas me informaron que casi me habían inscrito como miembro del grupo de Levi. Y si estos camaradas eran muy «izquierdistas» y muy jóvenes, lo mencionaban con horror, mientras que los que eran algo más serios se limitaban a una broma. En la medida en que soy totalmente incapaz de inscribirme entre los muy jóvenes (para mi tristeza) o entre los «izquierdistas» (lo que no siento en absoluto), mi reacción a esta noticia no fue en absoluto trágica. Déjeme confesar que todavía no veo ninguna razón para cambiar mi actitud.

Por la naturaleza del caso, me pareció, como todavía me parece, que la decisión relativa a Levi adoptada por el congreso de Moscú es perfectamente clara y no requiere enmiendas. Por decisión del congreso, Levi fue colocado fuera de la Internacional Comunista. Esta decisión no fue en absoluto adoptada en contra de los deseos de la delegación rusa, sino por el contrario con su participación bastante manifiesta, ya que que fue la delegación rusa la que redactó la resolución sobre la táctica. La delegación rusa actuó, como de costumbre, bajo la dirección del comité central de nuestro partido. Y como miembro del comité central y miembro de la delegación rusa, he votado a favor de la resolución que confirma la expulsión de Levi de la Internacional Comunista. Junto con nuestro comité central no vi ninguna otra opción. En virtud de su actitud egocéntrica, Levi había arropado su lucha contra los burdos errores teóricos y prácticos relacionados con los acontecimientos de marzo con un carácter tan pernicioso que a los calumniadores de los independientes no les quedaba nada por hacer excepto apoyarle y acompasar sus gritos con él. Levi se opuso no sólo a los errores de marzo, sino también al partido alemán y a los trabajadores que habían cometido estos errores. En su temor de que el tren del partido sufriera un descarrilamiento tomando una curva peligrosa, Levi, a causa del miedo y el rencor, cayó en tal frenesí que diseñó una «táctica» de salvación que lo envió abajo por el terraplén. El tren, por otra parte sin embargo, aunque fuertemente sacudido y dañado, bordeó la curva sin descarrilar.

Levi decidió entonces que la Internacional Comunista era indigna de su nombre a menos que obligara al partido comunista alemán a aceptar a Levi una vez más como su líder. La carta de Levi al congreso estaba escrita exactamente en ese espíritu. No nos quedaba más remedio que encogernos de hombros. Un individuo que habla tan acaloradamente sobre el régimen dictatorial de Moscú, exigió que Moscú, mediante una decisión formal, lo impusiera para liderar al partido comunista cuyas filas él había abandonado con una energía tan notable.

No quiero decir con esto que yo considerase a Levi irremisiblemente perdido para la Internacional Comunista desde el congreso. Yo estaba demasiado poco familiarizado con él como para extraer conclusiones categóricas de una manera u otra. Sin embargo, tuve la esperanza de que una lección cruel no pasara desapercibida y que Levi, tarde o temprano, encontraría su camino de regreso al partido. Cuando dos días después del congreso un compañero que se marchaba al extranjero me preguntó qué le quedaba por hacer ahora a Levi y sus amigos, le respondí, aproximadamente, esto: «No me siento en absoluto llamado a ofrecer ningún consejo a Levi, porque la carta del camarada Lenin a la Convención de Jena sugiere su intento de entender que una expulsión del ex presidente del partido, aprobada por un congreso mundial, no es algo susceptible de ser corregido con ataques de histeria. A menos que Levi esté dispuesto a ahogarse en el pantano de los independientes, debe someterse silenciosamente a una decisión que es dura pero que él mismo ha provocado y, mientras permanece fuera del partido, seguir trabajando como soldado de base para el partido hasta que éste vuelva a abrirle sus puertas».

Tenía menos razón para emitir declaraciones especiales con respecto a Levi, porque la carta del camarada Lenin a la Convención de Jena del Partido Comunista de Alemania expresaba exacta y completamente el punto de vista que yo junto con el camarada Lenin defendí en el Tercer Congreso Mundial no sólo durante las sesiones plenarias, sino especialmente en las sesiones de la comisión y durante las conferencias con diversas delegaciones. La delegación alemana es muy consciente de ello. Pero cuando me enteré (y esto ocurrió dos o tres semanas después del congreso) de que Levi en lugar de subir pacientemente el terraplén había comenzado a proclamar ruidosamente que toda la trayectoria del partido y de toda la Internacional Comunista debía redirigirse hacia el lugar preciso donde él, Paul Levi, había ido a parar y, con ello, Levi empezó a construir todo un «partido» sobre la base de esta filosofía egocéntrica de la historia, me vi obligado a decirme que el movimiento comunista no tenía otro recurso (por deplorable que fuera) salvo rubricar una cruz sobre Levi.

Por cierto, debo mencionar que en una ocasión estuve a punto de intentar desentrañar ciertos «malentendidos» sobre mi posición, inventados no sólo por los seguidores de Levi, sino también por algunas «izquierdistas». Esto fue en el momento de la Convención de Jena. No sin asombro me enteré de que esta convención del partido se había diferenciado con la mayor imprecisión de ciertos puntos de vista míos, no especificados, al mismo tiempo que se solidarizó completamente con las resoluciones del Tercer Congreso. Pero entre este congreso y yo, sin embargo, no había habido malentendidos en absoluto. Sin embargo, al reflexionar, deseché el asunto. Durante el mismo congreso, un grupo de izquierdistas, a quienes la Internacional Comunista había hecho retroceder bruscamente, trataron de camuflar la envergadura de su retirada: «Si bien estamos retrocediendo hacia la derecha, nunca iremos (¡el cielo no lo permita!) tan hacia la derecha como Trotsky». Para este fin, los estrategas de izquierda, cuyos pies tuve que pisar en varias ocasiones en el congreso cumpliendo mis deberes para con el partido, trataron de presentar las cosas como si mi posición estuviese, en algunos aspectos que sólo ellos comprendieron, «a la derecha» de las posiciones del Tercer Congreso, expresadas, entre otras cosas, en la resolución sobre la situación económica e internacional que el camarada Varga y yo escribimos. Esto no era una cosa fácil de probar y nadie intentó probarlo. El comité central de nuestro propio partido, incluso antes de la apertura del congreso, tuvo que corregir ciertas desviaciones izquierdistas en nuestro medio.

La resolución sobre la situación y las tácticas internacionales fue minuciosamente editada por nuestro comité central. En vísperas del congreso mundial y tras él, presenté dos informes ante nuestra organización del partido de Moscú (la más fuerte en el sentido ideológico y organizativo) en la que defendí la posición del comité central sobre las cuestiones en discusión en el congreso. La organización de Moscú aprobó nuestro punto de vista incondicional y unánimemente. Ambos de mis informes de Moscú han sido publicados desde entonces en alemán como un libro: Nueva Etapa. Si algunos izquierdistas continúan murmurando que reconozco, o me inclino a reconocer, que el capitalismo ha restablecido su equilibrio y que, por lo tanto, la revolución proletaria está relegada al sombrío futuro, entonces sólo puedo encogerse de hombros una vez más. Después de todo es necesario pensar y expresarse un poco más coherentemente. Por todas estas razones consideré la resolución de Jena antes mencionada como el último eco de la confusión de marzo y la venganza inofensiva de los «izquierdistas» por la severa lección que les enseñó el Tercer Congreso.

Dos o tres veces durante este período he tenido la ocasión de familiarizarme con los escritos del camarada Maslow y de sus copensadores más cercanos. No sé si también se debe poner una cruz sobre ellos, es decir, si se debe renunciar a toda esperanza de que estos camaradas puedan algún día aprender algo, pero hay que afirmar en todo caso que no aprendieron nada en el congreso. Es imposible considerarlos como marxistas. Convierten la teoría histórica de Marx en automatismo y, en buena medida, le añaden subjetivismo revolucionario desenfrenado. Los elementos de este tipo se pasan fácilmente al extremo contrario en el primer momento de los acontecimientos. Hoy predican que la crisis económica debe agravarse incesante e ininterrumpidamente hasta la dictadura del proletariado. Pero mañana, si alguna mejora de la coyuntura económica les da en la nariz, muchos de ellos se transformarán en reformistas. El Partido Comunista de Alemania ha pagado demasiado caro por su lección de marzo para permitir una repetición de ella, incluso en una forma diluida. Se me ocurre, por cierto, que es muy dudoso que las izquierdistas conserven el mismo estado de ánimo que con el que entraron en las batallas de marzo y convocaron a otros a seguirlos. Han conservado primordialmente sus prejuicios y se consideran honrados por defender la fraseología de marzo y la confusión teórica. Con esta obstinación impiden que los trabajadores alemanes aprendan. Es inadmisible permitir esto.

Después de todo lo que ha ocurrido desde el Tercer Congreso Mundial, no tuve motivo para que me sorprendiera la conducta de Levi al hacer públicos los documentos relativos a las jornadas de marzo. Las falsas opiniones tácticas que se manifestaron en los acontecimientos de marzo condujeron naturalmente a consecuencias prácticas concretas. La equivocación de la táctica encontró su expresión en errores y estupideces cometidos por un número entero de espléndidos partidarios. El congreso condenó los errores y señaló el camino correcto. La parte más importante y valiosa de aquellos camaradas que en su día habían cometido errores, o los había aprobados, se sometió al congreso no por temor sino por convicción. Después de la realización de este trabajo curativo y educativo, se sacan documentos del propio bolsillo o del de alguien más (equivale a lo mismo), documentos que ya no pueden enseñar a nadie nada nuevo, sino que sólo pueden proporcionar una gran satisfacción moral a los burgueses y a la escoria socialdemócrata. Para hacerlo hay que añadir una transgresión personal a un pecado político.

Igualmente de ciega en su venganza es la tardía publicación de Paul Levi del artículo crítico de Luxemburgo contra el bolchevismo. En el transcurso de estos últimos años todos hemos tenido que aclarar muchas cosas en nuestra propia mente y aprender mucho bajo los golpes directos de los acontecimientos. Rosa Luxemburgo realizó este trabajo ideológico más lentamente que otros, porque tuvo que observar los acontecimientos desde un lugar lateral, desde las fosas de las cárceles alemanas. Su manuscrito recientemente publicado caracteriza solamente una etapa particular en su desarrollo espiritual y tiene, por lo tanto, importancia biográfica pero no teórica. En su día Levi se opuso firmemente a la publicación de este folleto. Durante cuatro años de la revolución soviética este manuscrito se mantuvo bajo llave. Pero cuando Levi, calculando mal las fuerzas del movimiento, cayó del tren del partido y bajó al terraplén, decidió hacer el mismo uso del viejo manuscrito que el que hace con los documentos «reveladores» arrancados de bolsillos ajenos. De este modo, ha demostrado una vez más que todas las cosas, tanto positivas como negativas, adquieren significado para él dependiendo únicamente de cómo se relacionan personalmente con Paul Levi. í‰l es la medida de todas las cosas. ¡Qué monstruoso egocentrismo intelectual! La persona de Levi es la premisa psicológica de Levi para su actitud política hacia el Partido Comunista de Alemania y hacia toda la Internacional Comunista.

La organización creada por Levi está obligada, por la misma naturaleza de las cosas, a atraer a todos aquellos que accidentalmente salieron de las filas del partido comunista y que exigen, sobre todo después del trastorno de marzo, el primer pretexto conveniente para dirigirse a las colinas. Sería demasiado incómodo para ellos regresar inmediatamente a los independientes. Para estos cansados peregrinos, Levi ha arreglado algo de la misma naturaleza que un sanatorio o casa de descanso para los críticos. Su nombre es el KAG. La clase obrera alemana no tiene ningún uso terrenal para esta institución. La clase obrera alemana ya posee su propio partido revolucionario. Este último aún está lejos de superar todos sus dolores de crecimiento. Todavía les esperan pesadas pruebas y tribulaciones tanto externas como internas. Pero es el partido genuino de la clase obrera alemana. Crecerá y se desarrollará. Conquistará.

 

 


 

 

 

Discurso [ante el Ejecutivo de la Internacional Comunista][93]

2 de marzo de 1922

 

 

Camaradas, la comisión nombrada para estudiar la cuestión francesa ha trabajado durante la semana y ha llegado a una resolución unánime. El hecho que esta resolución haya sido aceptada por todos los miembros de la comisión es de una gran importancia política porque se trata no de cuestiones generales, enfocadas como tales, sino, ante todo, de estudiar la crisis que existe actualmente en el partido francés y de encontrar los medios más apropiados para resolverla.

Nuestro partido, hablo de todo el partido comunista, se desarrolla en una época que ni es tranquila ni muy monótona. La monotonía es la última cosa de la que podríamos quejarnos en la presente época.

La situación social se agrava: la situación, la constelación política nacional e internacional, cambia bruscamente. El partido se encuentra ante la necesidad de adaptarse a las exigencias de ese movimiento, se podría decir que espasmódico, del desarrollo social y político. He ahí de dónde proviene la crisis en el partido comunista, y he ahí el por qué ha tomado absolutamente de forma inesperada una importancia muy grande y aguda.

Nosotros, en nuestro partido ruso, lo hemos visto algunas veces. Una comisión de esta conferencia estudia ahora la cuestión rusa, que no es, esa es mi profunda convicción, la crisis del partido ruso sino la supervivencia de una crisis ya superada. Nosotros hemos estudiado, en el 3er congreso, la crisis del partido alemán, y esta conferencia se ha visto enfrentada a la crisis del partido francés.

Camaradas, el partido francés está compuesto, como muchos otros, a partir de una parte de un agrupamiento más o menos estrecho de partidarios de la III Internacional unidos en un comité especial; por otra parte por una amplia corriente en el seno del antiguo partido .

La escisión

El congreso de Tours fue una etapa, un momento decisivo en el desarrollo del comunismo francés: era la escisión con los reformistas, con los patrioteros; la responsabilidad formal de esta escisión recae sobre ellos porque se mantuvieron en la minoría y abandonaron el partido. Pero asumimos, naturalmente, nuestra responsabilidad política y no solamente formal por esta escisión, porque es la escisión entre los reformistas y la revolución proletaria que representan tendencias absolutamente irreconciliables.

Pero sería completamente falso, incluso teóricamente, suponer que tras la escisión (ese hecho fundamental que marca el nacimiento mismo del Partido Comunista Francés) el partido comunista revolucionario en Francia esté ya creado para la Historia, completamente realizado tal y como se presentará en el momento de la conquista del poder.

No. Tras esta escisión queda por hacer un gran trabajo de organización, purificación, educación y selección.

El congreso de Tours ha significado que el proletariado francés manifiesta, en principios y organización, su voluntad para la revolución, para la dictadura, para la conquista del poder. Pero existe para el proletariado francés una gran tarea histórica y un gran problema: crear, en esta situación muy fluida, un instrumento completamente apropiado para esta gran tarea histórica. Y ese problema, esa tarea consistente en crear el instrumento ideológico y organizativo necesario, se realiza no según una línea completamente directa y apacible sino a través de sacudidas y crisis, grandes y pequeñas. Es absolutamente inevitable. Y la crisis, como tal, no significa en absoluto que el partido esté enfermo; esta crisis muestra solamente que el partido está vivo, que se desarrolla. Para probar, para demostrar que el partido está sano, hay que ver si el partido es capaz de superar esta crisis. Y todos nosotros, en la comisión, hemos sido de esa opinión, que la voluntad y las capacidades del Partido Comunista francés para dar un nuevo paso adelante son absolutamente indiscutibles.

La crisis

¿En qué consiste la crisis? El congreso de Marsella fue una segunda etapa, una etapa muy notable del movimiento revolucionario en Francia. El congreso de Marsella votó dos resoluciones de una importancia capital: la resolución sobre el movimiento sindical, sobre las relaciones entre el partido y los sindicatos, es decir entre la vanguardia y la clase obrera en Francia. La otra resolución es la que concierne a la cuestión agraria, es decir a las relaciones entre el partido y los pequeños campesinos de Francia. Estos dos puntos, la cuestión del proletariado y la cuestión del pequeño campesino, son las dos cuestiones que dominan el problema de la revolución francesa.

El congreso de Marsella las ha resuelto en un sentido comunista, en un sentido revolucionario que nos ofrece la posibilidad de marchar adelante sobre la base de principios muy determinados, muy definidos. Y, sin embargo, en ese mismo congreso vemos que surge una crisis de organización y que, en primer lugar, está la discusión del hecho mismo: saber si es una crisis de ideas o si es una crisis de personas.

No obstante, en la comisión descartamos todas las cuestiones personales y aquí haremos lo mismo, no porque estimemos que las cuestiones personales están completamente por debajo del nivel de un partido comunista: bien o mal, la política la hacen los hombres; los hombres, ciertamente, son los representantes de tendencias, los hombres tienen su carácter, a menudo malo, entonces se discute con encarnizamiento cuando hay divergencias de principio y cuando no las hay.

Pero el hecho que algunos incidentes, durante la elección de los miembros del Comité Director, hayan adquirido una importancia política para el partido prueba que el partido, su conciencia, han sentido algunos peligros en la atmósfera.

En épocas ordinarias, en las épocas apacibles, la crisis se prepara lentamente, los elementos de la crisis se acumulan sucesivamente y siempre se tiene bastante tiempo para darse cuenta del contenido de la crisis, para determinarla y caracterizarla.

En una época como la nuestra, la crisis llega a menudo como un ladrón en la noche, de improvisto. Al principio se nota, ¿no es verdad?, que pasa alguna cosa; hay cierto malestar, y después de ello, progresivamente, se llega a resolver la cuestión desde el punto de vista de los principios.

Ahora bien, el camarada Soutif va a ayudarnos a comprender la situación con algunas palabras que pronunció en el congreso de Marsella. Dijo lo que sigue, tras el informe de l'Humanité:

«El orador indica que desde Tours, se han formado tendencias y que no hay porque alarmarse pues señalan la vitalidad del partido. Por otra parte, esas tendencias existen en la Internacional Comunista. Tanto aquí como allí hay un oportunismo de derechas y un centro.»

Según mi parecer habrá que añadir a estas afirmaciones del camarada Soutif que la existencia de tendencias no prueba, en sí, la vitalidad del partido; como la crisis, la existencia de tendencia no prueba que el partido esté vivo, que el partido se desarrolle: pero la vitalidad del partido comunista puede probarse con el hecho que el partido sea capaz de superar y afirmar las tendencias revolucionarias y de dominar las tendencias oportunistas o extremistas, en el mal sentido de la palabra, como lo observamos también, de vez en cuando, en nuestra Internacional.

Y es muy natural que tras el congreso de Tours, cuando se hizo la escisión definitiva, irrevocable con los reformistas, es muy natural que tras ese hecho fundamental las tendencias o los matices reformistas no puedan encontrar un amplio dominio, un terreno libre para desarrollarse en el Partido Comunista francés. Pero el oportunismo, en el seno de un partido revolucionario, como también un pequeño matiz, como una mancha, tantea, busca si hay oposición y resistencia. Si no encuentra esa resistencia, se desarrolla siempre como una mancha de aceite y puede devenir una enfermedad verdaderamente peligrosa, sobretodo en una época como la nuestra en la que, como he dicho, la situación cambia rápidamente, nos coloca ante dificultades siempre nuevas y nos pide, como partido, la facultad de dirigir nuestro partido de forma completamente libre, exige que nuestros pies y piernas jamás estén atados por aquellos que se llaman nuestros amigos pero que, en el fondo, son nuestros adversarios.

Una tendencia de derecha

Hemos podido constatar que la derecha, en el Partido Comunista francés, y ello se explica muy bien por su historia y por el congreso de Tours, no es una tendencia ni amplia, ni definida, ni organizada; es una tendencia en formación, o si queréis en renacimiento. Se manifiesta en algunas cuestiones de una importancia vital para el partido francés, notablemente en la cuestión del militarismo. Se ataca, por ejemplo, a nuestro camarada Cachin porque ha pedido que se arme al pueblo obrero. Se le ataca diciendo: «No, nuestra posición es el desarme, es el pacifismo absoluto.»

Tengo aquí algunos artículos y discursos de miembros del Partido Comunista francés. No haré muchas citas para no cansaros (las citas siempre son enojosas) pero, sobre una cuestión, y sólo sobre ella, daré algunas citas que son el mismo motivo de nuestra profunda inquietud.

He aquí por ejemplo, un artículo que se ha publicado incluso en l'Internationale: «Excelentes camaradas se asombran al ver a un determinado número de entre nosotros mantenerse fieles al viejo antimilitarismo de otros tiempo, hecho de oposición absoluta e irreductible a todo sistema de armamento.»

Primeramente no comprendemos de qué antimilitarismo se trata porque si tomamos a Jaurí¨s él estaba a favor del «Ejército Nuevo», estaba a favor de la milicia, del armamento del pueblo. Su posición estaba muy ligada con su ideología democrática, pero jamás defendió ese pacifismo vago, confuso y sentimental, que consiste en el rechazo a emplear armas.

«Pues no hay [sigue nuestro autor] dos militarismo. Sólo hay uno»

Así, un miembro de nuestro partido (es el camarada Raoul Verfeuil) detesta el militarismo «sea cual sea el color que se le dé, porque aniquila la personalidad». Ahora bien, camaradas (y os ruego que no creáis que hablo aquí como el defensor de nuestro Ejército Rojo), si no se tratase más que de la crítica al «militarismo ruso», al «militarismo rojo», naturalmente, en artículos de l'Internationale en París, se podría decir que esos artículos son detestables pero que son inofensivos, que no pueden ser muy perjudiciales para el proletariado francés. Se podría decir eso pero con una condición: si el proletariado francés no necesitase la revolución, si ya la hubiese realizado y asegurado. Desgraciadamente no es el caso.

Se habla en el mismo artículo del «empleo de determinados procedimientos de fuerza que puede justificar una situación de hecho pero que la doctrina de nuestro partido y la moral están de acuerdo en reprobar.» Sí, camaradas, hay métodos que puede que nos vengan impuestos, los métodos de la violencia, pero que reprueban nuestra moral y la doctrina de nuestro partido.

Y después un argumento decisivo. «Se nos objeta que necesitamos al ejército para hacer la revolución. La revolución sería aún más fácil si no existiese el ejército.» [Risas prolongadas]

Ya veis: ¡el adversario ha quedado desarmado! ¡Ante este argumento el adversario queda desarmado!

Pero, camaradas, este no es un hecho único. Sobre la misma cuestión encontramos en el mismo órgano de nuestro partido un artículo de nuestro camarada Victor Méric sobre el militarismo. Quiere aportar, escribe, algunos argumentos contra el militarismo («contra todos los militarismos»). Después, tras haber evocado las necesidades de la revolución, escribe: «Constatar y deplorar esas duras necesidades es una cosa.»

Constatar y deplorar esas duras necesidades, es decir que ¿aceptaría emplear la violencia? Pero añade: «Admitirlas a priori, prepararlas metódicamente, quererlas, es otra cosa.»

He aquí las cuestiones bien planteadas.

Decimos y repetimos que la única posibilidad para el proletariado de liberarse es echar abajo a la burguesía, quitarle el poder, apoderarse de él desarmando a la burguesía y armándose él mismo.

Y, sin duda, la educación que el partido debe desarrollar consiste en ese trabajo preparatorio: hacer comprender al proletariado que no puede vencer a la burguesía más que mediante la violencia revolucionaria.

Necesidad de la violencia

¿Nuestros camaradas Méric y Verfeuil creen que hay en el proletariado francés un exceso de esta violencia revolucionaria contra la burguesía? Creen que el proletariado francés es sanguinario y que hay que disciplinarlo, sujetarlo un poco con nuestra moral y la santa doctrina que nos ordena ser humanos con nuestro enemigo. Lo cierto es lo contrario. Toda la historia de la III República, después de la Comuna, muestra que esta Comuna no solamente fue el desarme físico del proletariado sino también su desarme moral. La atmósfera misma, la opinión pública burguesa, tienen como tarea infectar la mentalidad de la clase proletaria con la hipnosis de la legalidad. La legalidad es la cobertura de la violencia brutal de la burguesía.

¿Y qué tenemos que hacer nosotros? Tenemos que demostrarle al proletariado que la legalidad sólo es una máscara para la violencia de la burguesía, que la violencia de la burguesía sólo puede romperse con la violencia (con la nuestra). Que es necesario prepararse, educarse, que hay que quererlo si queremos la victoria. Hay que querer los medios, y los medios son la violencia revolucionaria. Y se viene a decirle al proletariado: «Puede que alguna vez tengas la triste ocasión de emplear la violencia», pero nuestra santa doctrina y nuestra santa moral la defienden. No se puede sembrar la confusión y el desconcierto propagando una moral revolucionaria de ese género.

Cuando leía esos artículos he visto, por azar, las resoluciones del congreso anarquista en las que se dice naturalmente: «Los anarquistas no quieren el poder, siguen siendo enemigos de toda dictadura sea cual sea, de derechas o de izquierdas, de la burguesía o del proletariado, siguen siendo enemigos del militarismo sea del color que sea, de la burguesía o del proletariado.» Es la misma ideología, la misma.

He citado a dos camaradas bien conocidos como Verfeuil y Méric y sus críticas están dirigidas, hasta donde comprendo, contra una resolución de la Federación de las Juventudes. Hemos combatido un poco a un representante de la Federación de las Juventudes en el 3er congreso pero esa resolución es completamente correcta. Afirma que hay que combatir al militarismo pero preconiza el armamento del proletariado.

Antes de los artículos de los camaradas Verfeuil y Méric, hemos tenido sobre el mismo tema un discurso-programa pronunciado por nuestro camarada Pioch en el congreso del partido. Haré algunas citas que me parecen de una gran importancia. He aquí lo que dice el camarada Pioch:

«Los pueblos no se baten solamente por intereses. Se declaran la guerra y las pasiones la hacen durar. Desconociendo esta verdad fundaréis sociedades en las que la guerra no habrá sido eliminada.» Así, la guerra no la produce la estructura de la sociedad, es un fenómeno psicológico, nace de las pasiones y hay que educar al hombre para que la sociedad, incluso la comunista, no produzca guerras.

«En lugar de deshonrar la guerra comenzáis por deshonrar la paz deshonrando el pacifismo.» Nuestra lucha contra el pacifismo sentimental le parece al camarada Pioch una lucha contra la paz e incluso una glorificación de la guerra. «El único antimilitarismo profundo y provechoso es el que creará la educación de la infancia.»

Y, para acabar, y esta tesis es la más formidable: «En lo que atañe a la deserción, el orador no puede ni aconsejarla ni desaconsejarla. Es un asunto de conciencia. En cuanto a la penetración en el ejército considera que es un sofisma peligroso.»

¡Este discurso ha sido pronunciado en el congreso del partido comunista!

Se nos dice: «La guerra es un fenómeno sobretodo psicológico. Hay que educar a los niños, a los pequeños niños, en su cuna, en el espíritu del antimilitarismo puro y absoluto, en el pacifismo injuriado por vosotros, los militaristas rojos, y con ese procedimiento llegaremos a una sociedad sin guerra. Y, por el momento, puede ser la deserción, puede ser, pero es un caso de conciencia individual, no puedo ni aconsejarla ni desaconsejarla. Y la penetración en el ejército ¿qué quiere decir eso? La penetración quiere decir el trabajo de los comunistas como comunistas en el ejército. Ahora bien, es «un sofisma peligroso».

Camaradas, conocemos muy bien a Pioch. Es un buen poeta, un escritor y lo estimamos (lo digo con absoluta sinceridad). Pero no hablo del camarada Pioch, hablo del secretario de la Federación del Sena. La Federación del Sena es la federación más importante del partido. Y me pregunto, camaradas, sabiendo bien que las ideas del camarada Pioch son completamente excepcionales, personales, ¿qué resonancia, qué eco pueden encontrar en los cerebros de nuestra juventud obrera comunista o semicomunista, a quién se le dice que el militarismo rojo, la violencia, el asesinato y la efusión de sangre no son principios comunistas? (No sé si es en el discurso del camarada Pioch o en el artículo del camarada Verfeuil donde se dice que el asesinato y la efusión de sangre no son principios comunistas.)

¿Qué quiere decir eso, camaradas? Y el partido, ¿qué es el partido? El partido es la organización de un odio consciente contra la burguesía. Y el odio, ¿es un principio comunista? Creo que lo que es un principio comunista es la fraternidad, pero el partido comunista es la organización del odio de la clase obrera contra la burguesía. Y si se quiere combatir a la burguesía con los sentimientos que nacerán sobre la base de una sociedad sin burguesía, entonces esa sociedad no llegará nunca.

¿Qué es el partido? El partido, camaradas, es una organización para luchar contra las otras organizaciones. Y la lucha entre los hombres ¿es un principio comunista? ¿Qué es el comunismo, no como un ideal del futuro sino el comunismo como una cosa viviente, de hoy en día? Es (permítaseme el término) el ejército en lucha. El comunismo viviente es absolutamente contrario al comunismo de los pacifistas.

Confusionismo

Las concepciones que acabo de examinar no pueden más que producir una extrema confusión, absoluta, en la conciencia de la joven generación del proletariado francés, y ello ha sido reconocido por todos los camaradas de la delegación francesa. Hemos dialogado y discutido y hemos llegado a esta conclusión: que ni hay que exagerar ni atenuar la importancia de semejantes manifestaciones en el partido, que el partido debe estar al acecho para eliminar el peligro que de ello podría resultar.

No haré citas que os mostrarían otros aspectos de esas tendencias; mencionaré solamente que se manifiestan sobre diferentes cuestiones: sobre la cuestión sindical, sobre la cuestión de las relaciones entre el partido y los sindicatos, y también en la cuestión de la disciplina del partido. Nuestro camarada Pioch dice incluso que la palabra «disciplina», como término militar, debe ser prohibida para siempre en el mundo de los comunistas. Naturalmente es una cuestión de vocabulario. Pero aquí como mínimo hay una tendencia, una tendencia contra la conducción del partido basada en el centralismo democrático fijado por nuestros estatutos nacionales e internacionales.

Ahora bien, la comisión ha constatado que no existen divergencias muy tangibles entre la mayoría del partido tal como ha quedado determinada en el congreso de Marsella y el agrupamiento que, por darle un nombre, podemos llamar la tendencia «más de izquierda», «más a la izquierda». En la comisión no se han producido divergencias profundas en cuanto a la apreciación de esas manifestaciones reformistas, pacifistas, etc. Si se han dado algunas divergencias, han sido más de matices. Unos decían: «no hay que exagerar», y otros respondían «no hay que descuidarse». La comisión ha dicho, no por espíritu de compromiso sino porque ello se corresponde con la verdad y el interés del partido: «Ni descuidar ni exagerar la importancia de esta tendencia sino vigilar y eliminarla en un tiempo útil.»

Actitud de los delegados franceses

Sabéis que, durante el congreso de Marsella, cuatro camaradas presentaron la dimisión como miembros del Comité Director del partido y que ese fue el punto de partida de la crisis presente, y que precisamente en el momento en que esos camaradas, que han pertenecido a la III Internacional, presentaron su dimisión, los elementos de la derecha mostraron un poco más de actividad, que incluso montaron una pequeña ofensiva contra los principios fundamentales del partido, contra el mismo partido.

Por otra parte, tras una discusión profunda, la delegación francesa, es decir los miembros de la delegación que tenían mandato imperativo para ello por el Comité Director del partido, presentaron, por su propia iniciativa, una respuesta a las cuestiones que han surgido durante la misma discusión, una apreciación escrita que voy a leeros.

I. La delegación francesa, conforme a las declaraciones de Marsella contra el oportunismo de derecha, se compromete a pedir al CD, en nombre del Ejecutivo, el inmediato envío de Henri Fabre ante la comisión de conflictos con el fin de su exclusión.

Henri Fabre, miembro del partido, es conocido como director de un diario, el Journal du peuple, que es el lugar de concentración de todas esas tendencias reformistas, pacifistas, unitarias con los reformistas y los disidentes.

II. La delegación registra la desaprobación formulada por el Ejecutivo con motivo de la dimisión de diversos miembros del CD.

Tras haber conocido el hecho que cuatro camaradas elegidos al Comité Director han pedido su dimisión durante el congreso de Marsella, el Ejecutivo ha visto injustificadas esas dimisiones. Tenemos nuestra base: el centralismo democrático, en las secciones nacionales como en la misma Internacional, y siempre tenemos la posibilidad, mediante el normal juego de nuestras organizaciones locales, nacionales e internacionales, de rebajar los conflictos, corregir la línea de conducta de una organización, sección, órgano o diario, sin provocar conflictos agudos de organización, sin dimisiones que, por su carácter mismo, se oponen al espíritu de la disciplina, de la organización proletaria.

Con el objetivo del apaciguamiento, le pedirá al CD que proponga en el próximo Consejo Nacional la reintegración de esos camaradas. El CD decidirá que ese Consejo Nacional tendrá poder de congreso. Los camaradas actualmente en funciones, a consecuencia de las dimisiones, conservarán su mandato hasta el fin del ejercicio.

III. La delegación insistirá ante el CD para que la tesis del congreso de Marsella, relativa a las relaciones entre los sindicatos y el partido, se aplique estrictamente. La comisión sindical del CD tendrá que trabajar sin descanso en esta perspectiva.

IV. El régimen de fracciones no puede existir en un partido comunista. La delegación transmitirá al CD la voluntad expresada por el Ejecutivo en vista a finalizar con las discordias intestinas, acabar con las polémicas irritantes y restablecer la unión estrecha de todos los comunistas mediante la acción.

CACHIN, RENOULT, SELLIER, MÈTAYER

Nuestra comisión constata esta declaración neta, formal, que expresa no solamente la voluntad de los cuatro camaradas que asumen la responsabilidad, sino que constituye un compromiso moral en nombre del Comité Director del partido francés: ha apreciado la gran importancia que tiene como base para reconstruir la unidad amenazada del partido.

El sentido de una exclusión

Esta declaración comienza con la voluntad de excluir, en el plazo más corto, de colocar fuera del partido y en la imposibilidad de perjudicar al partido, al Journal du peuple, es decir de hacer una advertencia muy clara a las tendencias de derecha, de excluir al camarada Henri Fabre.

Naturalmente que, tomada como un hecho aislado, esta decisión puede parecer sin importancia. De hecho, constituye un hito en la vida del partido. Cuando el partido declara, a través de su delegación: «La situación en su conjunto, tal como la vemos y analizamos ahora, nos impone la exclusión de Henri Fabre.» Ello tiene un sentido muy preciso. Ello prueba, ello hace comprender al proletariado francés, que el partido no permite que se bromee sobre las cuestiones que estuvieron en el origen de la escisión. La escisión siempre es un proceso doloroso; sean cuales sean sus motivos, no se toma a la ligera la decisión de provocar una escisión en las filas del proletariado. Si se toma la decisión se deben tener motivos suficientes. El partido que dejase comprometer esos motivos, que permitiese mantener dudas sobre el valor determinante de esos motivos, si me puedo expresar así, tal partido se vería comprometido en la conciencia de la clase obrera.

Nuestro partido francés declara netamente que el proletariado francés no verá ese espectáculo jamás. La tendencia de la que se trata es muy vaga, pero en la medida en que se cristaliza en ese diario y en su director será puesta fuera del partido en el plazo más breve de tiempo. Y ese hecho, que significa al mismo tiempo, por supuesto, que ningún miembro del partido participará ya en ese diario o en diarios análogos, ese hecho elimina la posibilidad del malentendido, de ese malentendido que podría convertirse en muy peligroso si llegase a tomar cuerpo. Se tendrá la impresión que la mayor parte del partido, que es tolerante con la derecha, está en lucha con un agrupamiento que se cree o que puede que sea de un matiz más a la izquierda. Esto sería un malentendido, sería un peligro, sería una gran tragedia.

Y puesto que el partido, a través de la delegación de su Comité Director, afirma su voluntad, basándose en las resoluciones de Marsella, de no permitir que se cree de nuevo una situación parecida, no hay posibilidad, no hay motivos, para crear fracciones en el seno del partido. Quien tiene que combatir el peligro de derechas no es la fracción más a la izquierda o menos a la izquierda, es el partido mismo. Y puesto que el partido mismo proclama y afirma su voluntad, entonces nada de fracción. La dimisión de los cuatro camaradas, fuesen las que fuesen sus razones políticas que se puedan invocar, era un comienzo, que esos camaradas lo hayan querido o no, de formación de fracción en el partido, eso que la Internacional Comunista, el Partido Comunista francés mismo, no pueden ni admitir ni tolerar. Y por ello se ha decidido unánimemente que el Comité Director tendrá que encontrar la posibilidad, a través del Consejo Nacional, de reintegrar a los camaradas dimisionarios y restablecer la plenitud del partido, afirmada pro el congreso de Marsella.

En cuanto a la cuestión concerniente a los sindicatos, sobre las relaciones entre el partido y los sindicatos, os lo he dicho, el congreso de Marsella ha votado una resolución de gran importancia. Sólo queda que aplicarla. El Comité Director ha comenzado a hacerlo; ha creado una comisión especial para ese trabajo, comisión de la que conviene resaltar la importancia.

La comisión os propone una resolución que es la conclusión de su trabajo y que, confiamos en ello, ayudará a nuestro Partido Comunista de Francia a superar la crisis presente en el plazo más corto. He aquí el texto:

El Partido Comunista Francés ha hecho, desde Tours, un gran esfuerzo de organización que ha retenido en su marco a las mejores fuerzas del proletariado despertado a la acción política. El congreso de Marsella ha sido para el partido la ocasión de un serio trabajo doctrinal, del que el movimiento obrero revolucionario sacará ciertamente el mayor provecho.

Rompiendo con las tradiciones parlamentarias y politiqueras del viejo partido socialista, en el que los congresos sólo eran pretextos para justas oratorias de los líderes, el Partido Comunista, por primera vez en Francia, ha llamado al conjunto de los militantes obreros a un estudio previo y profundo de las tesis que tratan sobre cuestiones esenciales para el desarrollo del movimiento revolucionario francés.

La crisis organizativa en el partido francés, que es igualmente de falso estimar por encima o por debajo de su importancia, constituye uno de los momentos del desarrollo del Partido Comunista Francés, de su depuración interior, de su reconstrucción y de su consolidación sobre una base realmente comunista.

La escisión de Tours fijó la línea de separación fundamental entre el reformismo y el comunismo. Pero es un hecho completamente indiscutible que el partido comunista que surgió de esta escisión ha conservado, en determinadas de sus partes, supervivencias del pasado reformista y parlamentario, del que no se deshará más que mediante esfuerzos internos participando en la lucha de las masas.

Esas supervivencias del pasado, se manifiestan en determinados grupos del partido a través de:

1º Una tendencia a restablecer la unidad con los reformistas;

2º Una tendencia a formar un bloque con el ala radical de la burguesía;

3º La substitución del antimilitarismo revolucionario por el pacifismo humanitario pequeño burgués;

4º La falsa interpretación de las relaciones entre el partido y los sindicatos

5º La lucha contra una dirección del partido verdaderamente centralizada;

6º Los esfuerzos para substituir la disciplina internacional de acción por una federación platónica de partidos nacionales.

Tras la escisión de Tours, las tendencias de ese género no podían manifestarse con plena fuerza ni contar con una gran influencia en el partido. Sin embargo, bajo la creciente presión de la opinión pública burguesa, los elementos inclinados al oportunismo manifiestan una tendencia natural unos hacia los otros y se esfuerzan en crear sus órganos y puntos de apoyo.

Por débil que sea el éxito obtenido por ellos en esta dirección, sería un error no estimar en su propio valor el peligro que su trabajo representa para el carácter revolucionario y la unidad del partido. En ningún caso las organizaciones comunistas pueden servir de arena para la libre propaganda de las opiniones que fueron en substancia la causa de la secesión de los reformistas, disidentes del partido de la clase obrera. Toda falta de claridad al respecto impediría inevitablemente el trabajo revolucionario de educación en las masas.

La sesión plenaria del Comité Ejecutivo constata que las resoluciones del congreso de Marsella, impregnadas por el espíritu de la Internacional Comunista, crean puntos de apoyo de gran importancia para la actividad del partido entre las masas trabajadoras de las ciudades y del campo.

Al mismo tiempo, la sesión plenaria del Comité Ejecutivo conoce con satisfacción la declaración de la delegación francesa que le Journal du peuple (el órgano en el que se concentras las tendencias reformistas y confusionistas), visto que ocupa una posición completamente opuesta al programa de la Internacional, a las decisiones de los congresos del Partido Comunista francés en Tours y Marsella y a la intransigencia revolucionaria del proletariado francés consciente, será puesto fuera del control del partido en el más corto plazo de tiempo.

La importancia exclusiva del congreso de Marsella radica en primer lugar en que ha planteado ante el partido la tarea capital de un trabajo sistemático y regular en el seno de los sindicatos, de acuerdo con el espíritu del programa y de la táctica del partido. Esto implica, justamente, la desaprobación decisiva de la tendencia manifestada por esos miembros del partido que, bajo el pretexto de luchar por la autonomía de los sindicatos, por otra parte completamente indiscutible, luchan en realidad por la autonomía de su propio trabajo en el interior de los sindicatos, sin ningún control y sin dirección por parte del partido.

La sesión plenaria conoce la declaración de la delegación francesa, siguiendo a la cual el Comité Director del partido toma y tomará todas las medidas necesarias para que las decisiones del partido sean cumplidas en un espíritu de actividad comunista en el interior de los sindicatos (estrictamente unidos y disciplinados), bajo la dirección del Comité Director del partido.

Visto que los estatutos de la Internacional Comunista y de sus secciones se basan en el principio del centralismo democrático y garantizan suficientemente el desarrollo regular y normal de cada partido comunista, la sesión plenaria considera injustificada la dimisión de varios miembros del Comité Director elegidos en el congreso de Marsella, independientemente de los móviles políticos de esas dimisiones. El abandono de los puestos confiados por el partido puede interpretarse por las masas del partido como la afirmación que es imposible colaborar regularmente entre representantes de matices diferentes, en el interior de los marcos del centralismo democrático y puede servir de impulso para la formación de fracciones en el interior del partido.

La sesión plenaria del Comité Ejecutivo expresa su convicción absoluta que la lucha contra las manifestaciones arriba indicadas de las tendencias anticomunistas será llevada por la mayoría aplastante del partido y por todas las instituciones dirigentes del partido. Considerando que la formación de fracciones hará inevitablemente el mayor daño al desarrollo del partido y causará estragos a su autoridad entre el proletariado, una sesión plenaria del Comité Ejecutivo conoce con satisfacción la declaración de la delegación francesa, según la cual el Comité Central está dispuesto a tomar las medidas de organización necesarias para que la voluntad del congreso de Marsella sea ejecutada hasta el final e íntegramente, y que los camaradas que han dimitido formen parte de nuevo de la dirección del partido para cumplir en ella el trabajo regular y sin discordias .

Tal es nuestro proyecto de resolución. Hemos discutido con gran atención, en algunos momentos también con pasión, porque las cuestiones que examinamos son muy importantes: pero la discusión entre todos los miembros de la comisión y de la delegación francesa siempre estuvo impregnada por la voluntad de llegar a la unidad del partido sobre una base verdaderamente revolucionaria y comunista. Y creo poder aconsejaros que adoptéis unánimemente la resolución votada por la comisión.

Si queréis presentar una enmienda sólo queda, puede ser, añadir una pequeña frase al final de nuestro texto:

«¡Viva el proletariado francés y su partido comunista!

 

 


 

 

El Frente Único y el comunismo en Francia[94]

2 de marzo de 1922

 

 

I.

Consideraciones generales sobre el Frente Único

1.- El objetivo del Partido Comunista es dirigir la revolución proletaria. A fin de llevar al proletariado a la conquista directa del poder y de lograr esta conquista, el Partido Comunista debe apoyarse en la aplastante mayoría de la clase obrera.

Mientras no tenga esta mayoría debe luchar por lograrla.

No puede esperar lograrlo si no constituye una organización independiente, provista de un programa claro y de una severa disciplina interior. Por ello, ha tenido que separarse ideológicamente, además de mediante su organización, de los reformistas y de los centristas que no aspiran a la revolución proletaria, ni saben ni quieren preparar a las masas para esta revolución y se oponen a este trabajo a través de toda su forma de actuar. Aquellos militantes del Partido Comunista que deploran la escisión en nombre de la unidad de las fuerzas y de la unidad del frente obrero, muestra con ello mismo que no comprenden ni el ABC del comunismo y que sólo a causa de circunstancias fortuitas pertenecen al Partido Comunista.

2.- El Partido Comunista, habiéndose asegurado una completa independencia gracias a la unidad ideológica de sus militantes, lucha para ampliar su influencia sobre la mayoría de la clase obrera. Esta lucha pude ser más o menos lenta o rápida, siguiendo las circunstancias y la coherencia, más o menos grande, de la táctica con el objetivo.

Pero es evidente que la lucha de clase del proletariado no cesa en este período de preparación de la revolución.

Los conflictos entre la clase obrera y los patronos, la burguesía o el estado, surgen y se desarrollan sin cesar a causa de la iniciativa de una u otra de las partes.

En estos conflictos, lo mismo si afectan a los intereses vitales de toda la clase obrera o a los de su mayoría o sólo a un parte de esta clase, las masas obreras sienten la necesidad de la unidad en las acciones, de la unidad tanto en la defensiva contra el ataque del capital como en la unidad en la ofensiva contra éste. El partido que contrapone mecánicamente estas aspiraciones de la clase obrera a la unidad de acción será condenado, irremediablemente, por la conciencia obrera.

Así pues, la cuestión del frente único, tanto por su origen como por su esencia, no es sólo una cuestión sobre las relaciones entre las fracciones parlamentarias comunista y socialista, entre los comités centrales de un partido u otro, en l'Humanité y Le Populaire. El problema del frente único surge de la necesidad de asegurarle a la clase obrera la posibilidad de un frente único en la lucha contra el capital a pesar de la fatal división en la época actual de las organizaciones políticas que se apoyan en la clase obrera.

Por aquellos que no lo comprenden, el partido sólo es una asociación de propaganda y no una organización de acción de masas:

3.- En el caso en que el Partido Comunista sólo representa todavía a una minoría numéricamente insignificante, la cuestión de su actitud hacia el frente de la lucha de clases no tiene una importancia decisiva. Bajo estas condiciones, las acciones de masas serán dirigidas por las antiguas organizaciones, que, en virtud de sus tradiciones aún potentes, siguen ejerciendo un papel decisivo. Por otra parte, el problema del frente único no se plante en los países en que, como por ejemplo en Bulgaria, el Partido Comunista aparece como la única organización que dirige la lucha de las masas trabajadoras. Pero donde el Partido Comunista constituye una gran fuerza política sin haber alcanzado aún un valor decisivo en donde comprende a la cuarta o tercer parte de la vanguardia proletaria, la cuestión del frente único se plantea con toda su agudeza.

Si el partido contiene a la tercera parte o a la mitad de la vanguardia del proletariado (se deduce que la otra mitad o las otras dos terceras parte forman parte de las organizaciones reformistas o centristas). Pero es evidente que los obreros que aún apoyan a los reformistas y a los centristas están también tan interesados que los comunistas en la defensa de mejores condiciones de existencia material y en mejores posibilidades de lucha. Es pues necesario aplicar nuestra táctica de tal manera que el Partido Comunista, que es la encarnación del futuro de la clase obrera entera, no aparezca hoy en día (y sobretodo que no lo sea en los hechos) como un obstáculo a la lucha cotidiana del proletariado.

El Partido Comunista debe hacer aún más: debe tomar la iniciativa para asegurar la unidad de esta lucha cotidiana. Únicamente así se acercará a esas dos terceras partes que no marchan aún con él y que no tienen aún confianza en él porque no lo entienden. Sólo por este medio los conquistará.

4.-Si el Partido Comunista no hubiese roto radical y decisivamente con los socialdemócratas, nunca se hubiera convertido en el partido de la revolución proletaria. No hubiese podía dar ni el primer paso serio en la vía de la revolución. Habría sido por siempre una válvula de seguridad parlamentaria del estado burgués.

No comprenderlo es ignorar la primera letra del alfabeto del comunismo.

Si el Partido Comunista no buscase las formas de organización susceptibles de hacer posible en cada momento determinado las acciones comunes concertadas entre las masas obreras comunistas y no comunistas (socialdemócratas incluidas), daría prueba, por ello mismo, de su incapacidad para conquistar a la mayoría de la clase obrera mediante acciones de masa. Degeneraría en una sociedad de propaganda comunista y nunca se desarrollaría como partido para la conquista del poder.

No es suficiente con tener un machete, es necesario afilarlo. No es suficiente con afilarlo, hay que saber servirse de él.

No es suficiente con separar a los comunistas de los reformistas y ligarlos mediante la disciplina de la organización, la organización debe aprender a dirigir todas las acciones colectivas del proletariado bajo todas las circunstancias de su lucha vital.

Esta es la segunda letra del alfabeto comunista.

5.- ¿La unidad del frente incluye sólo a las masas obreras o también incluye a los jefes oportunistas?

Esta pregunta es el fruto de un malentendido.

Si hubiésemos podido unir a las masas obreras alrededor de nuestra bandera, o de nuestras consignas normales, empequeñeciendo a las organizaciones reformistas, partidos o sindicatos, sería, ciertamente, la mejor de las cosas. Pero en ese caso la cuestión del frente no se plantearía ni incluso bajo su forma actual.

La cuestión del frente único se plantea porque fracciones muy importantes de la clase obrera pertenecen a las organizaciones reformistas o las apoyan. Su experiencia actual no es aún suficiente para hacerles abandonarlas y organizarse con nosotros.

Es posible que tras acciones de masas que están a la orden del día se produzca un gran cambio. Es justamente lo que queremos. Pero aún no hemos llegado a este punto. Los trabajadores organizados todavía se encuentran divididos en tres grupos. Uno de estos grupos, el comunista, tiende a la revolución social y, precisamente por este motivo, apoya todo movimiento (incluso parcial) de los trabajadores contra los explotadores y contra el estado de la burguesía.

Otro grupo, el grupo reformista, tiende a la paz con la burguesía. Pero, a fin de no perder su influencia sobre los obreros, se ve forzado, contra la firme voluntad de sus jefes, a apoyar los movimientos parciales de los explotados contra los explotadores.

En fin, le tercer grupo, centrista, oscila entre los dos otros no teniendo valor propio. De este modo, las circunstancias hacen posibles, en toda una serie de cuestiones vitales, las acciones comunes de los obreros unidos en estos tres tipos de organizaciones, como también de las masas no organizadas que los apoyan.

No sólo los comunistas no deben oponerse a estas acciones comunes sino que, por el contrario, deben tomar la iniciativa justamente porque cuanto más grandes son las masas atraídas al movimiento más alta deviene la conciencia de su potencia, más segura se vuelve de sí misma, y más se convierten las masas en capaces de marchar hacia delante, por muy modestos que hayan sido las consignas iniciales de la lucha. Esto quiere decir también que la ampliación del movimiento a las masas acrece su carácter revolucionaria y crea condiciones más favorables para las consignas, a los métodos de lucha y, en general, a la dirección del Partido Comunista.

Los reformistas temen al potencial impulso revolucionario del movimiento de las masas; la tribuna parlamentaria, las oficinas sindicales, los juzgados, las antecámaras de los ministerios son sus lugares favoritos.

Nosotros, por el contrario, estamos interesados por encima de cualquier otra consideración, en obligar a los reformistas a salir de sus escondites y a situarlos a nuestro lado en el frente de las masas en lucha. Con una buena táctica esto sólo puede suceder en nuestro beneficio.

El comunista que duda o que tiene miedo se parece a un nadador que haya aprobado las tesis sobre el mejor método de natación pero que no se arriesga a lanzarse al agua.

6.- La unidad del frente supone por nuestra parte, pues, la decisión de hacer concertar prácticamente nuestras acciones, dentro de determinados límites y en cuestiones determinadas, con las organizaciones reformistas en tanto que éstas representen aún hoy en día la voluntad de fracciones importantes del proletariado en lucha

Pero ¿es que no nos hemos separado de las organizaciones reformistas? Sí, porque no estamos de acuerdo con ellas en las cuestiones fundamentales del movimiento obrero.

¿Y, sin embargo, buscaremos un acuerdo con ellas?

Sí, cada vez que la masa que las sigue esté presta a actuar de concierto con la masa que nos sigue a nosotros y cada vez que los reformistas se vean más o menos forzados a convertirse en el instrumento de esta acción.

¿Pero dirán que tras habernos separado de ellos tenemos necesidad de ellos?

Sí, sus oradores podrán decirlo. Y algunos de entre nosotros podrán horrorizarse a causa de ello. En cuanto a las grandes masas obreras, incluso aquellas que no nos siguen y que no comprenden nuestros objetivos pero que ven la existencia paralela de dos o tres organizaciones obreras, estas masas deducirán de nuestra conducta que, a pesar de nuestra división, tendemos con todas nuestras fuerzas a facilitarles la unidad de acción.

7.- La política del frente único, sin embargo, no encierra en sí misma garantías para la unidad de hecho en todas las acciones. Por el contrario, en numerosas ocasiones, puede que en la mayor parte de ellas, el acuerdo de las diferentes organizaciones sólo llegará a cumplirse hasta la mitad o en nada. Pero es necesario que las masas en lucha puedan convencerse en todas las ocasiones que la unidad de acción a fracasado no por culpa de nuestra intransigencia formal sino por culpa de la ausencia de verdadera voluntad de lucha de los reformistas.

Cerrando acuerdos con otras organizaciones nos imponemos, sin lugar a dudas, determinada disciplina de acción. Pero esta disciplina no puede tener un carácter absoluto. Si los reformistas sabotean la lucha, se oponen a la disposición de las masas, nos reservamos el derecho de sostener la acción hasta el fin, prescindiendo de nuestros aliados temporales, como organización independiente.

Una encarnizada renovación de las luchas entre nosotros y los reformistas podrá ser el resultado de ello. Pero esto no será una simple repetición de las mismas ideas en un círculo cerrado, esto significará (si nuestra táctica es buena) una ampliación de nuestra influencia entre nuevos medios proletarios.

8.-Ver en esta política un acercamiento al reformismo sólo puede hacerse desde el punto de vista de un periodista que cree alejarse del reformismo, cunado lo critica sin salir de despacho de redacción y que tiene miedo de enfrentarse a él ante las masas obreras, mido de suministrar a estas masas la posibilidad de comparar al comunista y al reformista bajo condiciones de igualdad de la acción de las masas. De hecho, bajo este temor (que pretende ser revolucionario) al «acercamiento» se disimula un fondo de pasividad política que tiende a conservar el estado de cosas, en la cual los comunistas como los reformistas tienen cada uno su círculo de influencia, su auditorio, su prensa, y en el que todo esto es suficiente para que tanto unos como otros se hagan la ilusión de una lucha política seria.

9.- Hemos roto con los reformistas y con los centristas para tener libertad para criticar las traiciones, la indecisión del oportunismo en el movimiento obrero. Todo lo que limitase nuestra libertad de crítica y de agitación sería, pues, inaceptable para nosotros. Participamos en el frente único pero no podemos disolvernos en él en ninguno de los casos. Intervenimos como una división independiente.

Justamente en la acción es donde las grandes masas deben convencerse de que nosotros luchamos mejor que los otros, que vemos más claro, que somos más valientes y más decididos. Así acercamos la hora del frente único revolucionario, bajo la dirección sin discusiones de los comunistas.

II.

Los reagrupamientos en el movimiento obrero francés

10.- Si queremos examinar la cuestión del frente único en relación con Francia teniendo en cuenta las tesis formuladas más arriba, tesis que se deducen de toda la política de la Internacional Comunista, debemos preguntarnos si en Francia estamos ante una situación tal que los comunistas representan, desde el punto de vista de las acción prácticas, «una cantidad insignificante» o bien, por el contrario, agrupan a la mayoría de los obreros organizados o, incluso, tienen una posición intermedia, es decir: si son los suficientemente fuertes para que su participación en el movimiento de masas tenga un gran valor pero no lo suficiente como para concentrar en sus manos la dirección indiscutida. Y es bien cierto que en Francia estamos en presencia del tercer caso.

11.-En el ámbito de la organización política, la preponderancia de los comunistas frente a los reformistas es indiscutible. La organización y prensa comunistas son incomparablemente más fuertes, más ricas y vivas que la organización y la prensa de los llamados «socialistas».

Pero esta preponderancia indiscutible está lejos de ser suficiente jpara asegurarle al Partido Comunista francés la dirección completa, discutible del proletariado francés debido a la fuerza de las tendencias antipolíticos y de los prejuicios que pesan principalmente sobre los sindicatos obreros.

12.- La mayor particularidad del movimiento obrero francés es que los sindicatos obreros han sido, desde hace mucho tiempo, la cobertura bajo la que se oculta un partido antiparlamentario, de una forma especial, conocido bajo el nombre de sindicalismo.

Los sindicalistas revolucionarios pueden, en efecto, separarse tanto como quieran de la política y del partido; nunca podrán negar que ellos mismos constituyen un partido político, que aspira a apoyarse en las organizaciones económicas de la clase obrera. Hay buenas tendencias revolucionarias proletarias en este partido. Pero también contiene caracteres negativos, le falta un programa preciso y una organización definida.

La cuestión se complica debido al hecho que los sindicalistas, como todos los otros reagrupamientos de la clase obrera, están divididos tras la guerra en reformistas que apoyan a la sociedad burguesa y, otras que han pasado, personificando a los mejores elementos, al lado del comunismo.

Y la tendencia al mantenimiento de la unidad del frente ha inspirado, precisamente, no sólo a los comunistas sino también a los sindicalistas revolucionarios, la mejor táctica en la lucha a favor de la unidad de la organización sindical del proletariado francés. Por el contrario, Jouhaux, Merrheim y tutti quanti se han adentrado en la vía de la escisión, impelidos por el instinto de quienes se ven en bancarrota, que sienten que no podrán sostener ante la masa obrera la competencia de los revolucionarios en la acción. La lucha, de una colosal importancia, que se desarrolla hoy en día en todo el movimiento sindical francés, entre los reformistas y los revolucionarios, se nos presenta como una lucha a favor de la unidad de la organización sindical y, al mismo tiempo, a favor de la unidad del frente sindical.

III.

Movimiento sindical y Frente Único

13.- El comunismo francés se encuentra, en lo que concierne a la idea del frente único, en una situación excepcionalmente favorable. El comunismo francés a logrado conquistar, en los marcos de la organización política, a la mayoría del viejo Partido Socialista; tras lo cual los oportunistas han añadido a todas sus otras cualidades políticas la de liquidadores de organización. Nuestro partido francés ha señalado este hecho calificando a la organización socialista-reformista de disidente; este solo nombre evidencia el hecho que son los reformistas los que han destruido la unidad de acción y organización política.

14.- En el dominio sindical, los elementos revolucionarios, y los comunistas los primeros, no deben ocultar a su propia mirada ni a la de sus enemigos la magnitud de la profundidad de las diferencias de puntos de vista entre Moscú y ímsterdam, diferencias que no son en absoluto el resultado de simples corrientes de opinión en las filas del movimiento obrero sino el reflejo del antagonismo entre la burguesía y el proletariado. Pero los elementos revolucionarios, es decir, ante todo, los elementos comunistas conscientes, nunca han preconizado la salida de los sindicatos o la escisión de la organización sindical. Esta consigna caracteriza a los agrupamientos sectarios y localistas del KAPD, a determinados grupos «libertarios» en Francia, que nunca han ejercido influencia en las masas populares, que no tienen ni la esperanza ni el deseo de conquistar esta influencia, sino que se confinan en pequeñas parroquias bien definidas. Los elementos verdaderamente revolucionarios del sindicalismo francés han sentido instintivamente que no se puede conquistar a la clase obrera en el movimiento sindical si no se oponen los puntos de vista revolucionario y los métodos revolucionarios al punto de vista y métodos de los reformistas en el dominio de la acción de masas, defendiendo al mismo tiempo con la mayor energía la unidad de acción.

15.- El sistema de núcleos en la organización sindical, que han adoptado los revolucionarios, representa la forma de lucha más natural para alcanzar la influencia ideológica y a favor de la unidad del frente aplicable sin destruir la unidad de la organización.

16.- Semejándose a los reformistas del Partido Socialista, los reformistas del movimiento sindical han tomado la iniciativa de la ruptura. Pero precisamente la experiencia del Partido Socialista les ha sugerido que el tiempo trabaja a favor del comunismo y que se puede contrarrestar la influencia de la experiencia y del tiempo apresurando la ruptura. Vemos, por parte de los dirigentes de la CGT, todo un sistema de medidas tendentes a desorganizar a la izquierda, a privarla de los derechos que le confieren los estatutos de los sindicatos y, en fin, a excluirla (contrariamente a los estatutos y usos) de toda organización sindical.

Por otra parte, vemos la izquierda revolucionaria defendiendo sus derechos, en el ámbito de las formas democráticas de la organización obrera, y oponiéndose a la escisión decretada por los dirigentes confederales mediante el llamamiento a las masas a favor de la unidad sindical.

17.- Todo obrero consciente debe saber que cuando los comunistas no eran más que la sexta o la tercera parte del Partido Socialista, no pensaban en absoluto en la escisión, firmemente convencidos de que la mayoría del partido no tardaría en seguirles. Cuando los reformistas fueron reducidos a una tercera parte, produjeron la escisión, no teniendo ninguna esperanza en conquistar la mayoría en la vanguardia proletaria.

Todo obrero consciente debe saber que cuando los elementos revolucionarios se enfrentaron al problema sindical, lo resolvieron en la época en que sólo eran una ínfima minoría, en el sentido del trabajo en las organizaciones comunes, convencidos que la experiencia de la época revolucionaria llevaría rápidamente a la mayoría de los sindicados a la adopción del programa revolucionario. Cuando los reformistas vieron crecer la oposición revolucionaria en los sindicatos recurrieron, inmediatamente, a las medidas de expulsión y a la escisión porque no tenían ninguna esperanza en reconquistar el terreno perdido.

De aquí se extraen numerosas deducciones de gran importancia:

1) Las diferencias existentes entre nosotros y los reformistas reflejan en su esencia el antagonismo entre la burguesía y el proletariado;

2) La democracia mentirosa de los enemigos de la dictadura proletaria queda desenmascarada completamente puesto que no están dispuestos a admitir los métodos de la democracia obrera, no sólo en el marco del estado sino, también, en el marco de la organización obrera: cuando esta democracia se vuelve contra ellos, se separan, como los disidentes del partido, o expulsan a sus adversarios (como MM. Jouhaux, Dumoulin y compañía). En efecto, sería absurdo creer que la burguesía consienta jamás rematar la lucha con el proletariado en el marco de la democracia si los agentes de la burguesía, en la organización sindical y política, no logran resolver las cuestiones del movimiento obrero en el terreno de la democracia obrera, de la que aceptan, de forma ostensible, las reglas.

18.- La lucha a favor de la unidad de la organización y acción sindicales es, de ahora en adelante, uno de los problemas más importantes de los que se plantea el Partido Comunista. Se trata no sólo de reunir un número cada vez más grande de obrero bajo el programa y la táctica comunistas. Se trata de más, para el Partido Comunista se trata de buscar, mediante su acción y la de los comunistas sindicados, reducir al mínimo, en cada situación apropiada, los obstáculos que la escisión levanta ante el movimiento obrero. Si la escisión de la CGT se agrava próximamente, a pesar de todos nuestros esfuerzos encaminados a rehacer la unidad, ello no significaría de ninguna manera que la CGT Unitaria, que reúne a la mitad o más de la mitad del total de los sindicados, debería continuar su trabajo ignorando la existencia de la CGT reformista. Semejante actitud impediría considerablemente (si no lo impedía por completo) la posibilidad de una acción común del proletariado y facilitaría considerablemente a la CGT reformista ejercer el papel de una Unión Cívica burguesa, que quisiera ejercer durante las huelgas, manifestaciones, etc.; le permitiría llevar a la CGT Unitaria a acciones inoportunas de las que esta última sufriría completamente las consecuencias. A todas luces es evidente que todas las veces que se lo permitirán las circunstancias, la CGT Unitaria, considerando necesario llevar adelante cualquier campaña, dirigirá abiertamente a la CGT reformista propuestas concretas y le propondrá un plan de acciones comunes. Y la CGTU no dejará de ejercer sobre la organización reformista la presión de la opinión obrera y de desenmascarar ante esta opinión pública sus espantadas y dudas.

Así, incluso en el caso en que la escisión sindical se agravase, los métodos de lucha por el frente único conservarían todo su valor.

19.- Se puede constatar que, en el dominio más importante del movimiento obrero (en el dominio sindical) el programa de unidad de las acciones necesita una aplicación más continuada, más perseverante y más firme de las consignas bajo las que se ha llevado a cabo nuestra lucha contra Jouhaux y compañía.

IV.

La lucha política y la unidad del frente

20.- En el ámbito político una importante diferencia nos golpea en primer lugar, por hecho que la supremacía del Partido Comunista sobre el Partido Socialista, tanto en organización como en materia de prensa, es considerable. Se pude suponer que el Partido Comunista es capaz, en tanto que tal, de asegurar la unidad del frente político y que no tiene motivos para dirigir a la organización disidente ninguna propuesta de acciones concretas. La cuestión así planteada, basándose en la apreciación de la relación de las fuerzas, no tiene nada en común con el verbalismo revolucionario y merece ser examinada.

21.- Si se considera que el Partido Comunista cuenta con alrededor de 130.000 militantes, mientras que el Partido Socialista no tiene más de 30.000, el enorme triunfo de la idea comunista en Francia deviene evidente. Pero si se comparan estas cifras con los efectivos globales de la clase obrera, si se tiene en cuenta la existencia de sindicatos obreros reformistas, así como también la existencia de tendencias anticomunistas en los sindicatos revolucionarios, la cuestión de la hegemonía del Partido Comunista en el movimiento obrero se nos presenta como un problema extremadamente arduo que está lejos de haber sido resuelto por nuestra preponderancia numérica sobre los disidentes. Estos últimos puede, en determinadas circunstancias, ser un factor contrarrevolucionario en el interior mismo de la clase obrera, mucho más importante de lo que parece a simple vista, si sólo lo juzgamos a través de la debilidad que su organización, de la tirada y contenido ideológico del Populaire.

22.- Para apreciar la situación conviene darse cuenta, muy claramente, de la manera en que se produce. La transformación de la mayoría del antiguo partido socialista en Partido Comunista ha sido el resultado del descontento y de la revuelta que la guerra hizo nacer en todos los países de Europa.

El ejemplo de la revolución rusa y las consignas de la Tercer Internacional parecían indicar el camino a seguir. Sin embargo, la burguesía se ha mantenido durante los años 1919-1920 y ha restablecido, a través de diversos medios, el equilibrio minado, no obstante, por terribles contradicciones y que evoluciona hacia una gran catástrofe, aunque conservando hoy en día y para el período más cercano una cierta estabilidad. La revolución rusa sólo ha logrado cumplir sus tareas socialistas lentamente, mediante un esfuerzo máximo de todas sus fuerzas, superando las más grandes dificultades y los obstáculos puestos por el imperialismo mundial. La consecuencia ha sido que el primer flujo de las tendencias revolucionarias sin formas precisas y sin espíritu de crítica se ha visto seguido por un inevitable reflujo. Bajo la bandera del comunismo sólo está la parte con más coraje, la más decidida y más joven de la clase obrera.

Ello no significa, ciertamente, que las grandes masas de la clase obrera, desengañada en sus esperanzas en la revolución inmediata y en los cambios radicales, hayan vuelto a las antiguas posiciones de anteguerra. No. Su descontento es más profundo que nunca, su odio a los explotadores es más agudo aún. Pero están políticamente desorientadas, buscan sin encontrarla la vía, contemporizan pasivamente con bruscas oscilaciones a un lado o a otro, según las circunstancias. La gran reserva de elementos pasivos, desorientados, podría ser ampliamente utilizada contra nosotros bajo determinadas coyunturas.

23.- Para apoyar al Partido Comunista se necesita actividad y dedicación. Para apoyar a los disidentes es necesario, y suficiente, con ser pasivo y encontrarse desorientado. Es completamente natural que la parte activa revolucionaria de la clase obrera suministre, guardando las proporciones, un mayor número de militantes al Partido Comunista que la parte pasiva, desorientada, suministra al partido de los disidentes.

Lo mismo ocurre en la prensa. Los elementos indiferentes leen poco. La baja cifra de tirada y el contenido vacío del Populaire reflejan igualmente la disposición de espíritu de determinada parte de la clase obrera. La supremacía completa en el partido de los disidentes de los intelectuales profesionales sobre los obreros no entra en contradicción con nuestro diagnóstico y nuestro pronóstico: puesto que la fracción poco activa de la clase obrera, en parte decepcionada y en parte desorientada, es, justamente y sobretodo en Francia, la que constituye una reserva en la que se alimentan las camarillas políticas, formadas de abogados y periodistas, de ensalmadores reformistas y de charlatanes parlamentarios.

24.- Si se considera a la organización del partido como a un ejército activo y a la masa obrera no organizada como a sus reservas y si se admite que nuestro ejército activo es tres o cuatro veces más fuerte que el ejército activo de los disidentes, podría ocurrir que bajo determinadas circunstancias las reservas se repartiesen entre nosotros y los socialreformistas en una proporción bastante poco ventajosa para nosotros.

25.- La idea de un bloque de izquierdas flota en el ambiente político francés. Tras el nuevo período de poincarismo, que es el ensayo hecho por la burguesía para presentarle al pueblo el plato recalentado de las ilusiones en la victoria, una reacción pacifista en los círculos más amplios de la sociedad burguesa, es decir en la pequeña burguesía, es muy probable. La esperanza en un apaciguamiento general, en una acuerdo con la Rusia Soviética, la posibilidad de recibir de ésta materias primas en condiciones ventajosas, la posibilidad del pago de las deudas, el aligeramiento de las cargas militares, etc., en un palabra el programa ilusorio del pacifismo democrático puede, durante un cierto tiempo, devenir el programa del bloque de izquierdas, que tomaría el lugar del bloque nacional. Desde el punto de vista del desarrollo de la revolución en Francia, semejante cambio de régimen será un paso adelante, con la condición expresa que el proletariado caiga lo menos posible en las ilusiones del pacifismo pequeño burgués.

26.- Los reformistas disidentes serán los agentes del bloque de izquierdas en la clase obrera. Cuanto más grande sea su éxito, menos se verá afectada la clase obrera por la idea y la práctica del frente obrero único contra la burguesía. Las capas obreras desorientadas por la guerra y la lentitud de la revolución pueden depositar sus esperanzas en el bloque de izquierdas como mal menor, no viendo otras vías y pensando en no arriesgar nada.

27.- Una de los medios más seguros de contrarrestar las tendencias y las ideas del bloque de izquierdas en la clase obrera, es decir del bloque de los obreros con una parte de la burguesía contra otra parte de ésta, es defender con resolución y perseverancia la idea del bloque de todos los partidos de la clase obrera contra toda la burguesía.

28.- En lo que concierne a los disidentes, esto quiere decir que no debemos permitirles mantener sin peligro una posición de expectativa vacilante en las cuestiones relacionadas con la lucha del movimiento obrero ni de gozar de la protección de los opresores de la clase obrera expresando, al mismo tiempo, su simpatía platónica con la clase obrera. Con otras palabras, podemos y debemos en todas las ocasiones apropiadas, proponer a los disidentes ir en ayuda de los huelguistas, de los sometidos a lockout, de los parados, de los mutilados de guerra, et., y ello bajo una forma determinada, señalando delante de la clase obrera sus respuestas formales a nuestras peticiones precisas y desenmascarándolos así ante las diversas fracciones de las masas políticamente indiferentes o medioindiferentes, masas sobre las cuales ellos esperan apoyarse en determinadas circunstancias.

29.- Esta táctica es más importante en la medida en que los disidentes están, indiscutiblemente, en estrecha relación con la CGT reformista, representando junto a ella las dos formas de acción de la burguesía en el movimiento obrero. Atacamos, así y al mismo tiempo, en el campo sindical y en el campo político esta acción con dos vertientes, aplicando aquí y allá los mismos métodos tácticos.

30.- La lógica irrefutable de nuestra acción se expresa así: «Reformistas del sindicalismo y del socialismo (les decimos delante de las masas) realizáis la escisión en los sindicatos y en el partido en nombre de ideas y métodos, que nosotros creemos erróneos y criminales. Os pedimos, al menos cuando se plantean problemas parciales, inmediatos y concretos en la acción de la clase obrera, que no pongáis palos en las ruedas, que hagáis posible la unidad de acción. En tal caso concreto os proponemos tal programa de lucha.»

31.- Igualmente en el dominio de la acción parlamentaria o municipal, podemos aplicar con éxito el método indicado. Les decimos a las masas: «los disidentes han escindido al partido obrero porque no quieren la revolución. Sería una locura contar con su colaboración para la obra de la revolución proletaria. Pero estamos dispuestos a concluir con ellos determinados acuerdos en el parlamento igual que fuera del parlamento, cada vez que, teniendo que escoger entre los intereses particulares de la burguesía y los intereses del proletariado, no garanticen optar por estos últimos. Los disidentes sólo pueden hacerlo renunciando a la alianza con los partidos burgueses, renunciando al bloque de izquierdas y entrando en el bloque del proletariado. Si los disidentes son capaces de aceptar estas condiciones, los elementos obreros que les siguen pronto serán absorbidos por el Partido Comunista. Pero precisamente por esta razón, los disidentes no aceptarán estas condiciones. Con otras palabras, a las cuestiones planteadas neta y claramente, al requerimiento de pronunciarse a favor del bloque con la burguesía o a favor del bloque con la clase obrera (bajo condiciones concretas y muy claras de la lucha de clases) se verán forzados a responder que prefieren el bloque con la burguesía.

Tal respuesta no dejará de tener malas consecuencias para ellos entre las masas con cuyo apoya cuentan.

V.

Las cuestiones internas del Partido Comunista

32.- La política que acabamos de bosquejar supone sin dudas una independencia completa de la organización, una completa claridad ideológica y una gran firmeza revolucionaria por parte del Partido Comunista.

Así, por ejemplo, sólo se puede llevar adelante con éxito completo una política que tiende a desacreditar al ideal del bloque de izquierdas, en la clase obrera, si en las filas de nuestro mismo partido se hallan hombres que osan defender abiertamente el programa actual de la burguesía. La expulsión incondicional e inflexible de todos los que preconizan el bloque de izquierda se convierte en uno de los deberes elementales del Partido Comunista. Ello limpiara nuestra política de elementos dudosos, llamará la atención de los obreros avanzados sobre la agudeza de la cuestión del bloque de izquierda y mostrará que el Partido Comunista se toma en serio todas las cuestiones que amenazan a la unidad revolucionaria de las acciones del proletariado contra la burguesía.

33.- Aquellos que intentan servirse de la idea del frente único para rehacer la unidad con los reformistas y los disidentes, deben ser excluidos inflexiblemente de nuestro partido pues son en nuestro interior los agentes de los disidentes y engañan a los obreros sobre los verdaderos causantes de la escisión y sobre sus causas. Estos, en lugar de plantear con justeza la cuestión de la posibilidad de tales o tales otras acciones prácticas a llevar a cabo de acuerdo con los disidentes, a pesar de su carácter pequeño burgués, piden a nuestro partido que renuncia a su programa práctico y a los métodos revolucionarios. La inflexible exclusión de estos elementos mostrar mejor que nada que la táctica del frente único no tiene nada que se parezca a una capitulación o a la paz con los reformistas. La táctica del frente único le impone al partido una completa libertad de maniobra, flexibilidad y decisión. Y ello sólo es posible si el partido proclama en todas las ocasiones, clara y netamente, todo lo que quiere, el objetivo a que tiende y si realiza abiertamente delante de las masas sus propias acciones y propuestas.

34.- Es, pues, completamente inadmisible que determinados miembros del partido publiquen por su propia cuenta órganos políticos en los que oponen sus consignas y sus métodos a las tesis, a los métodos de acción y a las propuestas del partido.

Estos miembros propagan cada día bajo la égida del Partido Comunista, en los medios en los que el partido tiene autoridad, es decir en nuestro propia medio, las ideas que nos son hostiles; o más aún, siembran la confusión y el escepticismo, más enfermizo que la ideología netamente hostil. Los órganos que llevan adelante este fraude, así como sus editores, deben ser expulsados del partido de una vez por todas y denunciados en toda la Francia obrera a fin que ésta condene severamente a los contrabandistas pequeñoburgueses que operan bajo la bandera comunista.

35.- Es igualmente inadmisible que aparezcan en los órganos dirigentes del partido, junto a artículos defendiendo las tesis fundamentales del comunismo, artículos que discuten estas mismas tesis o que las niegan. Es completamente inadmisible, e incluso monstruoso, que se prolongue en el partido un régimen de prensa que ofrece a la masa de lectores obreros, a guisa de artículos de fondo, en los órganos sometidos a una dirección comunista, artículos en los que se intenta hacernos volver a las posiciones del más lamentable pacifismo y que predican a los obreros, ante la triunfante violencia de la burguesía, el odio emplastado a toda violencia. Bajo el pretexto del antimilitarismo se lucha contra las ideas de la revolución y de la insurrección. Si tras la experiencia de la guerra y de los acontecimientos que la siguieron, sobretodo en Rusia y Alemania, aún subsisten, en el Partido Comunista, los prejuicios del pacifismo humanitario y si el Comité Director cree útil, de cara a la definitiva liquidación de estos prejuicios, abrir una discusión sobre esta cuestión, no es, sin embargo, posible que los pacifistas puedan aparecer en esta discusión con sus prejuicios como una tendencia admitida; deben ser, por el contrario, severamente amonestados por la voz autorizada del partido en la persona del Comité Director.

Cuando el Comité Director juzgue agotada la discusión, los intentos de propagación de las ideas emplastadas de tolstoismo o de cualquier otra forma de pacifismo, deberán suponer la exclusión del partido.

36.- Se puede decir, ciertamente, que mientras que la depuración del partido de los prejuicios del pasado y su consolidación interna no se vean acabados será peligroso colocar al partido en situaciones en las que deba entrar en combate con los reformistas y los socialpatriotas. Semejante afirmación sería errónea. No puede negarse, en verdad, el hecho que el paso de un trabajo de simple propaganda a la participación directa en el movimiento de masas no oculta en sí mismo nuevas dificultades y, por tanto, nuevos peligros para el Partido Comunista. Pero sería erróneo creer que el partido puede prepararse para todas las pruebas sin esta participación directa en la lucha y sin entrar en contacto con los enemigos. Por el contrario, sólo por esta vía pueden alcanzarse una verdadera limpieza interior y una verdadera consolidación del partido. Puede ocurrir que determinados elementos de la burocracia del partido o de los sindicatos se sientas más próximos a los reformistas, de los que se han separado accidentalmente, que de nosotros. La pérdida de tales compañeros de ruta no será un mal sino, por el contrario, se verá compensada centiplicadamente por la afluencia al partido de los obreros y obreras que aún siguen a los reformistas. El resultado será una mayor homogeneización del partido que se convertirá en más enérgico y proletario.

VI.

Las tareas del partido en el movimiento sindical

37.- Mucho más importante que todas las otras tareas del partido comunista nos parece la de hacer la mayor luz posible en la cuestión sindical. Sin dudas, nos toca destruir completamente y desenmascarar la leyenda propalada por los reformistas sobre nuestros pretendidos planes de someter los sindicatos al partido. Los sindicatos acogen a los obreros de todos los colores políticos, sin partido, librepensadores, creyentes, etc., mientras que el partido reúne a aquellos que tienen un mismo credo político basado sobre un programa determinado. El partido no tiene, y no puede tener, ningún medio para someter desde fuera a los sindicatos.

El partido sólo puede organizar su influencia sobre la vía de los sindicatos en la medida en que sus miembros trabajen en estos sindicatos y hagan admitir en ellos los puntos de vista del partido. Su influencia sobre los sindicatos depende, naturalmente, de su número así como de su manera de aplicar en una justa medida, de una forma consecuente y apropiada, los principios del partido a las necesidades particulares del movimiento sindical. El partido tiene el derecho y el deber de plantearse como objetivo de alcanzar, en esta vía, una influencia decisiva en las organizaciones sindicales. Llegará a lograrlo cuando el trabajo de los comunistas en los sindicatos se realice completamente y en todo conforme con los principios del partido y bajo su permanente control.

38.- Es necesario que en todas partes la conciencia de todos los comunistas sea liberada definitivamente de los prejuicios reformistas, que sólo ven en el partido una organización política parlamentaria del proletariado. El Partido Comunista es la organización de la vanguardia proletaria para la dirección del movimiento obrero en todos sus dominios y, en primer lugar, en el dominio sindical. Si los sindicatos no están bajo la dependencia del partido sino que son organizaciones completamente autónomas, los sindicados comunistas por su parte no pueden pretender ninguna autonomía en su actividad sindical y tienen que defender el programa y la táctica de su partido. Se debe condenar severamente la conducta de determinados comunistas que no sólo no luchas en los sindicatos a favor de la influencia del partido sino que se oponen a una acción en este sentido en nombre de una falsa interpretación de la autonomía sindical. Con esta actitud facilitan a los individuos, grupos y camarillas sin programa determinado y sin organización del partido y que utilizan la confusión de los agrupamientos ideológicos y de las relaciones, la adquisición de una influencia decisiva en los sindicatos, donde estos elementos conquistan la organización a fin de librar a la camarilla del control eficaz de la vanguardia obrera.

Si el partido, en su actividad en el seno de los sindicatos debe dar testimonio de una gran atención y de una gran paciencia hacia las masas sin partido y hacia sus representantes sinceros y concienzudos; si el partido debe acercarse, mediante el trabajo en común, a los mejores elementos del sindicalismo, y especialmente a los anarquistas-revolucionarios que luchan y aprenden, no puede por el contrario sufrir durante más tiempo en su medio a los pretendidos comunistas que se sirven de su calidad de miembros del partido para desarrollar con más seguridad en los sindicatos una influencia contraria al partido.

39.- El partido debe someter a una crítica continuada y sistemática mediante la prensa y sus militantes sindicados, las carencias del sindicalismo revolucionaria de cara a la solución de los problemas fundamentales del proletariado. El partido debe criticar infatigablemente y empecinadamente las debilidades de la teoría y la práctica del sindicalismo demostrando, al mismo tiempo, a sus mejores elementos que la única vía justa para la orientación revolucionaria de los sindicatos y del conjunto del movimiento obrero, es la adhesión de los sindicalistas revolucionarios al Partido Comunista, su participación en las discusiones y decisiones de todas la cuestiones fundamentales del movimiento, su participación en el estudio de los nuevos problemas así como en la depuración del Partido Comunista y en el reforzamiento de su ligazón con las masas obreras.

40.- Es, en fin, completamente necesario hacer en el Partido Comunista francés un censo de los miembros precisando su condición social: obrero, empleado, campesino, intelectual, etc., su relación con el movimiento sindical (si son miembros de un sindicato, si asisten a los reuniones de los comunistas, de los sindicalistas revolucionarios, si hacen aprobar las decisiones del partido concernientes a los sindicatos, etc.) y su relación la prensa del partido (qué publicaciones del partido leen, etc.). Este censo debería ser hecho de forma que sea posible tener los resultados en el IV Congreso de la Internacional Comunista.

 

 


 

 

 

Resolución de la Internacional Comunista sobre el Partido Comunista Francés[95]

4 de marzo de 1922

 

 

Después de Tours el Partido Comunista de Francia ha realizado un gran esfuerzo de organización que ha retenido dentro de sus cuadros a las mejores fuerzas del proletariado despertado a la acción política. El Congreso de Marsella ha sido para el partido la ocasión de realizar un serio trabajo doctrinal, trabajo del que el movimiento obrero revolucionario sacará, ciertamente, el mayor provecho.

Rompiendo con las tradiciones parlamentarias y politiqueras del viejo Partido Socialista, cuyos congresos sólo eran pretextos para justas oratorias de los líderes, el partido comunista ha llamado, por primera vez en Francia, al conjunto de los militantes obreros a un estudio previo y profundo de las tesis que tratan cuestiones esenciales para el desarrollo del movimiento revolucionario francés.

La crisis de organización en el partido francés, que es tan falso estimar por debajo como por encima de su importancia, constituye uno de los momentos del desarrollo del Partido Comunista de Francia de su depuración interior, de su reconstrucción y consolidación sobre bases realmente comunistas;

La escisión de Tours fijó la línea de separación fundamenta entre el reformismo y el comunismo. Pero es un hecho completamente indiscutible que el partido comunista que surgió de la escisión conservó, en determinadas de sus partes, supervivencias del pasado reformista y parlamentario, del que puede desembarazarse, y del que desembarazará, gracias a esfuerzos internos participando en la lucha de las masas.

Estas supervivencias del pasado de ciertos grupos del partido se manifiestan:

1.-En una tenencia a restablecer la unidad con los reformistas;

2.-En una tendencia a formar un bloque con el ala radical de la burguesía;

3.-En la substitución del antimilitarismo revolucionario por el pacifismo humanitario pequeño burgués;

4.-En la falsa interpretación de las relaciones entre el partido y los sindicatos;

5.-En la lucha contra una dirección del partido verdaderamente centralizada;

6.-En los esfuerzos para substituir la disciplina internacional de acción por una federación platónica de partidos nacionales.

Tras la escisión de Tours, las tendencias de este género no podían manifestarse con plena forma ni contar con una gran influencia en el partido. Sin embargo, bajo la pujante presión de la opinión pública burguesa, los elementos inclinados al oportunismo manifiestan una natural tendencia unos hacia los otros y se esfuerzan en crear sus órganos y puntos de apoyo.

Por débil que sea el éxito que hayan obtenido en esta dirección, sería un error no estimar en su justo valor el peligro que su trabajo representa para el carácter revolucionario y la unidad del partido. Las organizaciones comunistas no pueden servir, en ningún caso, de arena para la labores de propaganda de las opiniones que fueron en substancia la causa de la escisión de los reformistas (disidentes del partido de la clase obrera). Toda falta de claridad en este aspecto impedirá inevitablemente el trabajo revolucionario de educación de las masas.

La sesión plenaria del Comité Ejecutivo constata que las resoluciones del Congreso de Marsella, penetradas por el espíritu de la Internacional Comunista, crean puntos de apoyo altamente importantes para la actividad del partido entre las masas trabajadoras de las ciudades y el campo.

Al mismo tiempo, la sesión plenaria del Comité Ejecutivo toma conocimiento con satisfacción de la declaración de la delegación francesa respecto a que el Journal du Peuple (órgano en el que se concentran las tendencias reformistas y confusionistas), visto que ocupa una posición completamente opuesta al programa de la Internacional, a las decisiones del congreso del Partido Comunista de Francia en Tours y Marsella, y a la intransigencia revolucionaria del proletariado francés consciente, será puesto en el plazo de tiempo más corto al margen del control del partido.

La importancia exclusiva del Congreso de Marsella consiste en primer lugar en que ha puesto ante el partido la tarea capital de un trabajo sistemático y regular en el seno de los sindicatos, de acuerdo con el espíritu del programa y de la táctica del partido. Esto implica, justamente, la desaprobación decisiva de la tendencia manifestada por esos miembro del partido que, bajo el pretexto de lucha a favor de la autonomía de los sindicatos, por otra parte completamente indiscutible, lucha en realidad a favor de la autonomía de tu propio trabajo en el interior de los sindicatos, sin ningún control de su dirección por parte del partido.

La sesión plenaria toma conocimiento de la declaración de la delegación francesa sobre que el Comité Director del partido toma y tomará todas las medidas necesarias para que las decisiones del partido se cumplan dentro del espíritu de actividad comunista en los sindicatos estrictamente unidos y disciplinados, bajo la dirección del Comité Director del partido.

Visto que los estatutos de la Internacional Comunista y de sus secciones se basan en el principio del centralismo democrático y garantizan suficientemente el desarrollo regular y normal de cada partido comunista, la sesión plenaria considera injustificada la dimisión de numerosos miembros del Comité Director elegidos en el Congreso de Marsella, independientemente de los móviles políticos de esas dimisiones. El abandono de los puestos confiados por el partido lo pueden interpretar las más amplias masas del partido como una declaración de una imposibilidad de los representantes de matices diferentes para trabajar en común regularmente dentro de los marcos del centralismo democrático y puede servir de impulso para la formación de fracciones en el interior del partido.

La sesión plenaria del Comité Ejecutivo expresa su convicción absoluta de que la lucha contra las manifestaciones arriba indicadas de las tendencias anticomunistas será llevada adelante por la aplastante mayoría del partido y por las instituciones dirigentes del partido entero. Considerando que la formación de fracciones causaría inevitablemente un gran daño al desarrollo del partido y dañaría su autoridad entre el proletariado, la sesión plenaria del Comité Ejecutivo toma conocimiento con satisfacción de la declaración de la delegación francesa sobre que el Comité Central está presto para tomar las medidas de organización necesarias para que la voluntad del Congreso de Marsella sea ejecutada hasta el final e integralmente y que los camaradas que hayan dimitido formen parte de la dirección del partido para cumplir en ella un trabajo regular y sin discordias.

(La resolución y los comentarios orales que hizo Trotsky fueron adoptados sin debate en la Conferencia)

 

 


 

 

 

Los comunistas y los campesinos en Francia[96]

29 de abril de 1922

Nuestras divergencias con los camaradas franceses sobre la cuestión del frente único están lejos de haberse agotado. Por el contrario, si se juzga por determinados artículos de la prensa del partido francés se saca la impresión de que la raíz de las divergencias y malentendidos (al menos en determinados círculos del partido) es más profunda de lo que parece a primera vista. Tenemos ante nosotros el artículo del camarada Renaud Jean, publicado en l'Humanité del 6 de abril. El camarada Jean, uno de los miembros más destacados del partido, ponente de la cuestión agraria en el Congreso de Marsella, se lanza con una energía y una sinceridad, de la que no podemos más que felicitarnos, contra el punto de vista que hemos defendido pero que a él le parece falso. En el título del artículo tilda a la táctica del frente único de una peligrosa torpeza. En el texto, habla claramente de catástrofe como resultado inevitable de esta táctica en Francia.

«Nuestro país goza desde hace tres cuartos de siglo del sufragio universal. La división de la clase no ha penetrado más que a la conciencia de una insignificante minoría ... La Francia republicana es la tierra prometida de la confusión.»

De estos hechos perfectamente establecidos el camarada Jean saca una conclusión a la que nos sumamos completamente: «El partido comunista debe ser aquí más irreductible que en ninguna otra parte.» Y desde el punto de vista de esta irreductibilidad, el camarada Jean dirige sus golpes contra el frente único que hasta el presente no le parece otra cosa más que una combinación de coalición entre partidos.

Podríamos decir, y decimos, que semejante apreciación del más profundo problema de táctica prueba que el mismo camarada Jean no se ha liberado todavía de las tradiciones puramente parlamentarias del socialismo francés: allí donde para nosotros se plantea la cuestión de la conquista de las grandes masas, de la ruptura del bloque burgués-coalicionista alrededor de la vanguardia de la clase obrera, el camarada Jean no ve obstinadamente otra cosa más que una «astuta» combinación que sólo podría, en el mejor de los casos, dar algunos puestos más en el parlamento (¡¡!!) al precio de la confusión y perturbación en la conciencia política del proletariado. Ahora bien (y en eso tiene perfectamente razón), Francia necesita claridad más que cualquier otro país, claridad, nitidez y decisión en el pensamiento político y trabajo del partido. Pero si el camarada Jean considera que el comunismo francés debe ser el más irreductible, ¿por qué entonces (antes de resistirse al frente único) no se molesta en constatar que el comunismo francés es en el momento presente el menos intransigente, el más paciente, el más inclinado a toda suerte de desviaciones?

La gangrena democrática

A la claridad y precisión con las que el camarada Jean formula su crítica vamos a responder también con toda la precisión y claridad necesarias. En ningún otro partido comunista se podría concebir artículos, declaraciones y discursos contra la violencia revolucionaria al gusto de un humanitarismo insulso y sentimental, artículos que se encuentran en la prensa del partido francés. Si Renaud Jean habla con mucha razón de la «gangrena» ideológica democrático burguesa, olvida, sin embargo, que la consecuencia más penosa de esta gangrena en la clase obrera consiste en el embotamiento del instinto revolucionario y de la voluntad de combate, en la disolución de las tendencias activas del proletariado en las perspectivas democráticas informes. La cocina humanitaria de la Liga de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, (que, como es bien sabido, en el momento más grave se arrastra por el suelo ante el militarismo francés), con las prédicas de los vegetarianos políticos, moralistas tolstoyanos, etc., etc., por diferentes que parezcan exteriormente a la política oficial de la Tercera República, no hace, a fin de cuentas, más que completarla y servirla de la mejor manera posible. La agitación pacifista abstracta y abierta de fraseología socialista es un arma excelente del régimen burgués. Esto puede parecerles paradójico a los pacifistas sinceros, pero es así.

Hay violencia y violencia

Ni Poincaré, ni Barthou se han turbado ni maravillado por los aires pacifistas de Georges Pioch. Pero en la conciencia de una parte de los obreros estas prédicas encuentran un terreno preparado. La hostilidad contra el régimen burgués y la violencia militar encuentra en las fórmulas humanitarias una expresión sincera pero estéril y se consume sin decidirse a la acción. En eso consiste precisamente la función social del pacifismo. En Estados Unidos esto ha aparecido con una particular claridad y la camarilla de Bryan ha ejercido una influencia enorme entre los granjeros precisamente con las consignas del pacifismo. Los socialistas del género Hillquit y otros son imbéciles que creyéndose muy malos han caído de bruces en la trampa del pacifismo pequeño burgués y así han facilitado la entrada de Estados Unidos en la guerra.

La tarea del partido comunista es suscitar en la clase obrera la voluntad de aprender a distinguir la violencia reaccionaria que sirve para frenar la Historia en una etapa perimida de la violencia revolucionaria cuya misión es limpiar la vía histórica de los obstáculos apilados por el pasado. Quien no quiere distinguir estos dos aspectos de la violencia no distingue entre las clases, es decir: ignora la historia viviente. Quien se declara contra todo militarismo, toda violencia y todos sus aspectos, ese apoya inevitablemente a la violencia de los dirigentes pues esta violencia es un hecho establecido, consolidado por las leyes del estado y por las costumbre. Para suprimir ese hecho es necesaria otra violencia que, ante todo, debe establecer su derecho en la conciencia de los mismos trabajadores.

La última conferencia del Comité Ejecutivo ha resaltado una serie de otras manifestaciones en la vida interna del partido francés que prueban que ese partido no es en absoluto el más intransigente. Ahora bien, verdaderamente debe serlo pues el medio político lo exige completamente. Y sobre una sola cosa estamos de acuerdo con el camarada Renaud Jean: en que la aplicación de los métodos del frente único exige claridad y precisión completa de la conciencia política del partido, rigor por parte de sus organizaciones, y perfección de su disciplina.

Comunismo y campesinado

Más adelante, el camarada Jean dice que en la lista de reivindicaciones enunciadas como plataforma del frente único (lucha contra los impuestos sobre los salarios, defensa de la jornada de 8 horas, etc.) no encuentra ninguna que pueda interesar directamente a «la mitad de los trabajadores de Francia, justamente a los campesinos». ¿Qué es eso de la jornada de ocho horas? ¿Qué es eso del impuesto sobre los salarios?

Este argumento del camarada Jean nos parece peligroso en alto grado. La cuestión de los pequeños campesinos presenta, incontestablemente, para la revolución francesa una enorme importancia. Nuestro partido francés ha realizado un gran progreso al redactar su programa agrario poniendo al orden del día de sus trabajos la conquista de las masas campesinas. Pero sería muy peligroso, y simplemente mortal, disolver buenamente al proletariado francés en la noción de los «trabajadores» o de los «obreros» como una mitad en el todo. Sólo hemos conquistado a la minoría de la clase obrera francesa, no solamente para nuestras organizaciones sino incluso políticamente. La revolución sólo será posible cuando hayamos ganado políticamente a la mayoría. Solamente la mayoría de la clase obrera francesa, reunida bajo la bandera de la revolución, puede arrastrar y conducir a la masa de los pequeños campesinos franceses. La cuestión del frente único obrero en Francia es una cuestión fundamental: sin la solución a esta cuestión, el trabajo entre los campesinos, por más coronado por el éxito que esté, no nos acerca a la revolución.

Por otra parte, la condición previa para esta atracción es la reunión de la aplastante mayoría de la clase obrera francesa bajo la bandera de la revolución. Hay que conquistar a los obreros que hoy en día marchan con Jouhaux y Longuet. No se nos diga que son poco numerosos. No hace falta decir que el número de los partidarios activos de Longuet, Blum y Jouhaux, de los partidarios abnegados, es decir de los que estarían dispuestos a arriesgar sus cabezas por su programa, ese número es insignificante; pero el número de gente pasiva, oscura, inerte, perezosa de cuerpo y pensamiento, es todavía muy grande. Se mantienen al margen, pero si los acontecimientos llegan a afectarles, en la situación actual, antes se pondrán bajo la bandera de Jouhaux-Longuet que bajo la nuestra. Pues Jouhaux-Longuet reflejan y explotan la pasividad, la oscuridad y el estado retrógrado de la clase obrera.

Concepción inexacta

Y el camarada Jean, dirigente del trabajo del partido entre los campesinos, reparte proporcionalmente su atención a medias entre el proletariado y los campesinos, eso es triste pero explicable, y menos peligroso pues el partido, en su conjunto, sabrá corregirlo. Pero si el mismo partido se colocase en el mismo punto de vista al tratar al proletariado simplemente como «mitad» de los trabajadores, eso determinaría consecuencias verdaderamente fatales pues el carácter revolucionario y de clase del partido se disolvería en un amorfo partido de los trabajadores. Ese peligro aparece más claramente cuando se sigue el curso del pensamiento del camarada Jean. Renuncia claramente a tareas de lucha que no abarquen a todos los trabajadores o como él lo expresa: «que no incluyan reivindicaciones comunes a las dos grandes partes del proletariado [¡!]». Aquí hay que comprender por «proletariado» no solamente al proletariado sino también a los campesinos. ¡Abuso extremadamente peligroso de terminología que lleva políticamente al control por los campesinos de las reivindicaciones del proletariado (¡conservación de la jornada de ocho horas! ¡mantenimiento de los salarios!, etc.)!

El campesino es un pequeño burgués que se acerca más o menos al proletariado y que, bajo determinadas condiciones, puede ser más o menos sólidamente conquisto por el proletariado para la causa de la revolución. Pero asimilar a la pequeña burguesía agraria con el proletariado y reducir las reivindicaciones del proletariado al punto de vista del pequeño campesino es renunciar a la base efectiva de clase del partido y sembrar, así, esta misma confusión para la que la Francia parlamentaria-campesina presenta un terreno extremadamente abonado.

La plataforma del antimilitarismo

Si, como hemos oído, la jornada de ocho horas no puede devenir en Francia una consigna del frente único porque esta reivindicación no le interesa al campesino, entonces la lucha contra el militarismo aparece, desde el punto de vista Jean, como el verdadero programa revolucionario para Francia. No puede haber dudas de que el pequeño campesino francés embaucado por la guerra sólo siente odio hacia el militarismo y le suena simpáticamente los discursos antimilitaristas. Por supuesto que tenemos que desenmascarar implacablemente al militarismo imperialista, tanto en la ciudad como en el campo. La lección de la guerra debe utilizarse hasta el final. Sin embargo, sería extremadamente arriesgado para el partido formarse ilusiones en cuanto a la medida en que el antimilitarismo campesino pueda adquirir una importancia revolucionaria intrínseca. El campesino no quiera entregar su hijo al cuartel, el campesino no quiere pagar impuestos para el mantenimiento del ejército; aplaude sinceramente al orador que habla contra el militarismo (e incluso contra «todos los militarismos»). Sin embargo, la oposición campesina al ejército tiene un reverso que no es revolucionario sino solamente pacifista y de boicot. ¡Fírmeme la paz! He ahí su programa. Este estado de ánimo puede crear una atmósfera favorable para la revolución, pero no puede determinar la revolución ni incluso asegurar su éxito.

El pacifismo sentimental del género de Pioch refleja la actitud del campesino pero no la de los proletarios ante el estado y el militarismo. El proletariado organizado y consciente se encuentra ante un estado armado hasta los dientes y se pregunta cómo él, proletario, debe organizarse y armarse para derrocar y destruir la violencia burguesa por medio de su propia dictadura. El campesino aislado no va tan lejos; simplemente está contra el militarismo, lo odia y está dispuesto a darle la espalda: ¡Fírmeme usted la paz y déjeme tranquilo con todos sus militarismos! Tal es la psicología del campesino descontento en la oposición, del intelectual o del pequeño burgués de la ciudad. Sería insensato no explotar este estado de ánimo de nuestros aliados eventuales pequeño burgueses y semi proletarios pero transferir ese estado de ánimo al proletariado y a nuestro propio partido sería criminal.

Con su patriotismo, los socialpatriotas se han creado dificultades para el acceso al campesinado. Tenemos que aprovechar de todas las maneras posibles esta ventaja, pero ello no nos da en ningún caso el derecho a hacer pasar a segundo plano al mismo proletariado, aunque corramos el riesgo de suscitar coyunturalmente un malentendido con nuestros amigos campesinos. El pequeño campesino debe seguir al proletariado tal cual es. El proletariado no puede hacerse campesino. Si el partido comunista, orillando las reivindicaciones vitales de clase del proletariado, sigue la línea de la menor resistencia haciendo pasar a primer plano el antimilitarismo pacifista, correrá el riesgo de equivocar al campesino y a los obreros, y de equivocarse él mismo.

En Francia, como en todos los lugares, necesitamos ante todo la unidad del frente en el mismo proletariado. El campesino francés no se convertirá en proletario porque el camarada Jean se permita abusar de la terminología social. Pero la misma necesidad de tal abuso es un síntoma peligroso. Semejante política sólo puede sembrar la mayor confusión. Por otra parte, el comunismo francés, más que cualquier otro, necesita claridad, precisión e intransigencia. En cualquier caso, en eso estamos de acuerdo con nuestro contradictor francés.

 

 


 

 

 

Tras Génova y el 1º de Mayo.

Las lecciones de nuestras grandiosas manifestaciones[97]

8 de mayo de 1922

 

 

Las manifestaciones del 1º de Mayo han sido verdaderamente grandiosas, tanto en Moscú como en Petrogrado y también en Kiev y Járkov. Ni los mismos organizadores habían previsto tal afluencia de manifestantes. Los extranjeros presentes, incluyendo a quienes son más hostiles con nosotros, han quedado estupefactos. Uno de los representantes de ímsterdam decía, bajo la impresión de las manifestaciones, que no había visto nada parecido desde el entierro de Víctor Hugo. Había visto, por tanto, un buen número de manifestaciones en diferentes países de Europa. Por supuesto que el estado de ánimo de los manifestantes era variado. Unos venían a manifestarse con entusiasmo, otros con simpatía, unos terceros por curiosidad y unos cuartos por espíritu de imitación. Pero siempre es así en un movimiento de masas. La masa, en general, tenía el sentimiento de participar en una obra colectiva; y, naturalmente, estaba bajo la influencia de aquellos a los que estimulaba el entusiasmo.

Algunos días antes de mayo, los camaradas decían en nuestras secciones: «No puede nadie figurarse cómo la conferencia de Génova ha elevado el sentimiento revolucionario y el interés político de las masas obreras.» Otros añadían: «El orgullo revolucionario juega un gran papel en el actual estado de ánimo. ¡Hemos obligado a nuestros enemigos a que nos hablen en un lenguaje casi humano!»

A juzgar por la prensa socialista blanca de la emigración rusa en el extranjero, la clase obrera rusa, escéptica, deprimida y reaccionaria, es completamente hostil a los soviets. Es posible que todas las corresponsalías que exponen esto no estén redactadas en Berlín, capital del monarquismo ruso y del socialismo blanco. Es fácil que algunas de esas corresponsalías estén redactadas espontáneamente. Cada uno describe la naturaleza que él ve. Los mencheviques lo abordan todo por el revés y lo describen al revés. No hay dudas de que en nuestros barrios obreros hay descontento con las duras condiciones actuales de existencia. También se puede reconocer que la lentitud del desarrollo de la revolución europea, y el proceso tan penoso del desarrollo de nuestra economía, engendra entre los trabajadores de medios no puramente proletarios cierta depresión, cierto desasosiego que se transforma incluso en misticismo. En la vida cotidiana (y nuestra gran época tiene su banalidad cotidiana) la conciencia de clase se dispersa en pequeñas preocupaciones. Los diferentes intereses, las diferentes mentalidades de los grupos de la clase obrera pasan a primer plano. Pero los grandes acontecimientos recientes han revelado con fuerza la profunda unidad de un proletariado que ha pasado por el crisol de la revolución. Ya habíamos observado este hecho a lo largo de la ruta que va de la insurrección de los checo-eslovacos en el Volga a la conferencia de Génova. Nuestros mismos enemigos lo han dicho más de una vez: la insurrección checo-eslovaca le ha sido útil al poder de los soviets. Los mencheviques, los s-r y los amigos de Miliukov, que son sus hermanos mayores, repiten que la nocividad de las intervenciones en Rusia proviene, precisamente, de que únicamente logran afirmar el poder de los soviets. Que no es decir otra cosa sino que las grandes pruebas revelan la profunda unidad de ese poder con las masas obreras, a pesar de los errores y abusos, a pesar de la ruina, a pesar de las torpezas, a pesar de la fatiga de unos y del descontento de otros.

Es cierto que un régimen gubernamental contrario a las aspiraciones de la sociedad puede resultar afirmado, en determinados casos, gracias a un peligro exterior. Lo vimos bajo la autocracia, en el primer período de la guerra ruso-japonesa, y más aún a principios de la guerra imperialista. Pero sólo es así en el primer período, es decir, mientras la conciencia de las masas populares no se haya acostumbrado a los nuevos hechos. Después aparecen los ajustes de cuentas. Y el régimen que sobrevive pierde cien veces más de aquello que parecía haber ganado en el primer período de guerra. ¿Por qué ese fenómeno, parece que condicionado por una ley general, no se renueva en la república de los soviets? ¿Por qué nuestros enemigos más perspicaces han renunciado a la intervención militar después de tres años? Por el mismo motivo que hace que la conferencia de Génova haya suscitado en las masas obreras de Rusia el impulso vigoroso del que el grandioso éxito de las manifestaciones del 1º de Mayo no es más que la consecuencia.

Los mencheviques y los s-r estaban, naturalmente, contra la manifestación y habían invitado a los obreros y no participar en ella. No ha podido acreditarse mejor la unanimidad de los trabajadores en las cuestiones esenciales de la vida de la república. Ciertamente se puede argí¼ir que la represión ha obstaculizado y obstaculiza el éxito de las prédicas de los socialistas blancos. Es incontestable. Pero eso es la lucha; ellos quieren derrocar el poder de los soviets y ese poder les presenta resistencia. No nos sentimos en absoluto inclinados a ofrecerle condiciones favorables a su acción contrarrevolucionaria.

La burguesía tampoco se esfuerza en ninguna parte para facilitar las tareas de los comunistas. Y sin embargo, el movimiento revolucionario ha crecido y sigue creciendo. El zarismo disponía del más temible aparato de coerción y no por ello dejó de caer. Decimos más; los mismos mencheviques a menudo han dicho y repetido que la represión de la autocracia no hacía más que extender y templar al movimiento revolucionario. Era cierto. En el primer período de la guerra ruso-japonesa y de la guerra imperialista las manifestaciones patrióticas preservaron al antiguo régimen. Pero en una medida muy restringida. Las calles de las grandes ciudades no tardaron en caer en poder de las masas revolucionarias. No se explica nada, pues, con la represión. O bien el empleo de este argumento hace nacer el interrogante siguiente: ¿por qué esas respuestas se ven coronadas por éxito mientras que todas las luchas contra ellas son inútiles? He aquí la respuesta: la represión no consigue sus objetivos cuando está al servicio de un poder gubernamental que se sobrevive a sí mismo y cuando está dirigida contra las jóvenes fuerzas históricas que son el progreso. Pero en manos de un poder que marcha con la historia y con el progreso la represión puede ser empleada muy eficazmente y despejar el terreno de fuerzas perimidas.

Pero si nuestro 1º de Mayo ha revelado la profunda unidad de los trabajadores y del régimen de los soviets así como, también, la completa impotencia de los partidos del socialismo blanco, ¿no se puede deducir de ello la inutilidad de la represión? ¿no hay lugar ya para legalizar la impotencia de los enemigos de la revolución obrera, aunque sean mortales?

También es necesaria una respuesta perfectamente clara a este interrogante. Si la fiesta del 1º de Mayo hubiese presentado en el mundo entero un carácter semejante, la cuestión de la represión no se plantearía en Rusia. Si Rusia estuviese sola en el mundo no sería lo mismo. Pero los trabajadores que este 1º de Mayo bajaron a las calles de Moscú, Petrogrado, Járkov y Kiev, con tanto entusiasmo fue porque veían en Génova cómo su Rusia obrera y campesina le plantaba cara a cuatro decenas de estados burgueses. En los límites de Rusia los mencheviques y los s-r son insignificantes. Pero en el mundo la correlación de fuerzas es completamente diferente pues el poder lo ejerce en todas partes la burguesía respecto a la cual el menchevismo sólo es un mecanismo conductor de su influencia política.

El menchevismo ruso es insignificante pero es la palanca de un sistema todavía potente cuya fuerza motriz reside en las bolsas de París, Londres y Nueva York. La cuestión de Georgia lo ha demostrado con la mayor claridad. Según Vandervelde los mencheviques sólo han exigido la restauración de su Georgia; y M. Barthou, el más reaccionario de los parásitos políticos de Francia, ha exigido la admisión en Génova del antiguo gobierno georgiano. El mismo Barthou guarda cuidadosamente en la reserva el ejército de Wrangel para el caso en que le parezca útil un desembarco en las costas del Cáucaso. En el fondo, en todo esto, sólo se trata del petróleo del Cáucaso, deseado por las finanzas.

En nuestros límites nacionales, los mencheviques y los s-r no tienen ninguna importancia pero en el seno del capitalismo que nos rodea han estado, y siguen estando, al servicio a medias político y a medias militar del imperialismo armado. Tras una rutina cotidiana prolongada y todo el trabajo de zapa que comporta por las dos partes, la conferencia de Génova de nuevo ha sacado a la luz, bajo una forma dramática e impactante, el antagonismo entre la Rusia de los soviets y el resto del mundo. Por ello, los trabajadores de nuestro país se han puesto con tanto entusiasmo bajo la bandera de los soviets. Su magnífico movimiento ha mostrado, a la vez, la fuerza revolucionaria de nuestra república y la magnitud de los peligros que la rodean. No tenemos frente, hoy en día no nos batimos, pero estamos todavía en una fortaleza asediada. El enemigo ha consentido un armisticio y nos ha pedido que le enviemos parlamentarios. El enemigo nos tantea y se da cuenta de que estamos mucho más lejos de una capitulación de lo que nunca estuvimos. Pero el enemigo todavía es fuerte. El peligro sigue siendo, pues, enorme. Tal es la lección de nuestro 1º de Mayo; conscientes de nuestra fuerza, debemos vigilar sin descansar ni un instante.

 

 


 

 

 

Discurso ante Ejecutivo de la Internacional Comunista sobre la crisis del PCF[98]

8 de mayo de 1922

 

 

Trotsky.- Camaradas, tengo la impresión de que la situación del partido francés se complica cada vez más siguiendo la peor de las vías.

Durante el Tercer Congreso era más optimista, un poco optimista durante la sesión plenaria del Ejecutivo y, si me permitís la expresión, un poco pesimista ahora teniendo en cuenta la situación expuesta por nuestro camarada Leiciagué.

Las diversas tendencias

Lo que es muy interesante es el modo de agrupamiento en el partido. Tenemos como a los más decididos opositores, como defensores de la táctica más revolucionaria, a los camaradas Renaud Jean y Victor Méric, es decir a elementos tendientes hacia el oportunismo con bastante claridad. He seguido con interés los artículos o discursos del camarada Renaud Jean, que ahora ocupa en el partido una función muy importante, y he señalado, incluso expresado, mi opinión, completamente determinada, en el diario central del partido, en Pravda, de que Renaud Jean se encuentra en la vía peligrosa de un oportunismo declarado en el sentido del de nuestros socialistas revolucionarios. Hace la política de una nueva clase obrera, de un nuevo proletariado que él llama «el proletariado y los campesinos». Dice que no se trata de realizar el frente único de los obreros dirigidos por nosotros y por el resto, que la única reivindicación válida es la del proletariado todo entero, es decir la de los campesinos y obreros: el antimilitarismo. Ahora bien, Renaud Jean hace una política antimilitarista bastante vulgar, en un sentido equívoco; la hace concordar con la cabeza campesina y para hacerlo arremete contra la doctrina marxista, contra la noción de clase obrera, de proletariado. Nos opone, al frente único y al programa obrero de reivindicaciones inmediatas, un antimilitarismo completamente vulgar, ¿no es cierto que él sea el más decidido acusador de la táctica adoptada por la Tercera Internacional?

De Victor Méric conocemos su tendencia, que no es la nuestra.

Ahora bien, veamos cómo se agrupan las tendencias.

Los elementos de derecha, de tendencia pronunciada, están contra el frente único porque éste no es una táctica revolucionaria.

Los elementos que se han mostrado dudosos en diferentes casos tampoco se han pronunciado en la situación actual y se mantienen a la expectativa.

Por fin, los elementos que conocemos como los defensores de las concepciones de la Internacional, como Loroiot, Souvarine y Treint, como Amédée Dunois, son partidarios de la táctica del frente único.

Es una situación singular que da la misma impresión que la de un cuerpo bocabajo, la cabeza abajo y las piernas en el aire.

Los elementos oportunistas dicen: «No aceptamos». Los elementos revolucionarios dicen: «Aceptamos la táctica de la Internacional.» Después, cuando se ha votado la decisión tras una discusión bastante amplia, uno no encuentra en l'Humanité más que editoriales de un tono completamente hostil, en un sentido absolutamente opuesto, es decir que se censura cada día a la Internacional Comunista y a los partidos adheridos. Sin embargo, para los partidos adheridos a la Internacional esto no es una cuestión de teoría, ahora es una cuestión de acción.

Disciplina singular

Yo habría entendido que se dijese: «Tenemos prejuicios, opiniones poco claras al respecto; queremos abrir una tribuna libre dejando a quienes entienden y comparten la táctica de la Internacional que la defiendan y que se conceda una tribuna libre, por ejemplo en tercera página, a quienes albergan dudas». Pero se hace lo contrario: se ataca a la Internacional Comunista en los artículos oficiales del partido y no se deja lugar para los defensores, o bien se les deja un lugar bastante insignificante.

¿Qué es la disciplina comprendida y puesta en práctica así? Si esto es la disciplina, ¿a qué se le llamará indisciplina?

No he consultado a nadie pero, por mi parte, cuando se me pregunta: «¿Qué hay que hacer?», respondo: «hay que invitar al partido francés a la disciplina, y si el partido no se somete a ella, todos los partidos comunistas deben censurarlo en sus diarios.»

En una cuestión tan importante no se pueden admitir cosas equívocas. Estamos completamente comprometidos en la vía del frente único, tras meses y meses de discusiones, y un partido de los más importantes, nos ataca en su órgano central, nos censura, nos desautoriza cada día. Es una situación intolerable.

Se nos aduce como argumento: «Perderíamos a la CGTU si nos comprometiéramos en esa vía.» Pero a la CGTU ya la habéis perdido con vuestra táctica equívoca, gracias a vuestra táctica pusilánime (digo la palabra abiertamente) frente a los libertarios, los anarquistas. Vuestra actitud, siempre equívoca, siempre a la expectativa, es una táctica que nunca ha dado la victoria, jamás, jamás, jamás.

Habéis perdido a la CGTU a pesar de que vuestros adversarios sean elementos confusionistas. í‰stos no le deben su éxito más que a nuestro partido pues si, por su mentalidad, por sus ideas, no eran capaces de lograrlo en esta lucha contra nosotros, el partido les ha dado la victoria gracias a su actitud.

Y en el presente se nos dice: «No podemos tener una actitud clara porque perderíamos a la CGTU.»

La habéis perdido.

Situación agravada

¿Era mejor la situación hace algunos meses? Sí. Ahora es peor y más tarde será todavía peor. Si os mantenéis a la expectativa, es decir si dejáis hacer libremente a los anarquistas, que al menos tienen el coraje de decir sus necedades, dejaréis un vacío en los cerebros, en la mentalidad de los obreros. Por una especie de ley física, la necedad de los anarquistas penetra en ese vacío que vosotros dejáis, que se crea gracias a vuestra actitud de expectativa.

Se nos habla de acción prematura. ¿Qué quiere decir eso? ¿Prematura para la masa obrera o para el Comité Director del partido? ¿Para quién? Se nos dice: «En tal o tal otro rincón hay obreros que no han entendido» ¡Claro, naturalmente! ¡Es una cosa completamente comprensible! Entonces hay que explicárselo. Pero si los intimidáis con el peligro de una relación orgánica con los socialpatriotas y los longuettistas, naturalmente que la acción siempre parecerá prematura.

Las reintegraciones

Hablemos de las reintegraciones. La cuestión se ha presentado también de una forma muy equívoca.

Tengo la impresión de estar frente a una cosa preparada, como si se hubiese dicho: se nos ha impuesto las reintegraciones; así que no queda otra más que aceptarlas con una demostración hostil. Repartamos los votos. Les daremos por poco la mitad más uno y la mitad menos uno votará en contra, no ha habido discusión. Se dirá que hay obligación de reintegrar. Parecerá que el partido lo haya votado obligado por la Internacional.

¿l'Humanité ha defendido encarnizadamente el punto de vista de la delegación francesa en el Ejecutivo Ampliado de la Internacional? No.

Sin embargo, hemos escuchado a nuestro camarada Daniel Renoult. No ha dicho: «Vuestras propuestas son perjudiciales.» El camarada Cachin tampoco lo ha dicho. Nos dijo: «sí, es una base de reconciliación para la acción común, y es tan razonable que nos obligamos, en nombre del Comité Director, a realizar esas propuestas.» He ahí lo que han dicho. Entonces, si hubiesen querido ganar tendrían que haber defendido a su vuelta con energía su punto de vista. Pero no lo han hecho. Han hecho una política que las masas no comprenden, porque las masas no saben nada. Así, se ha celebrado una votación muy equívoca y muy perjudicial para la autoridad del partido francés como para la de la Internacional.

La exclusión de Fabre

Con Fabre.

He leído en l'Humanité el texto de la resolución, ¡pero un poco cambiado! En l'Humanité se dice: el diario de Fabre será puesto «fuera del control del partido». Ahora bien, he preguntado enseguida, no sé a quién, no recuerdo si a Rosmer, Souvarine o Sellier o a un camarada ruso: ¿Qué quiere decir eso de: «fuera del control del partido»? Se trata de expulsar a Fabre, de expulsarlo como a un canalla, porque es un canalla político, tal es mi opinión, y no de ponerlo «fuera del control del partido». Se ha cambiado el texto de la resolución. Les pregunto a los camaradas del partido francés, como al resto: ¿es que acaso la Internacional no tiene derecho a decir: queremos o no queremos colaborar con un Fabre y con quienes se solidarizan con él? Ahora, en un plazo muy determinado, es la Internacional quién tiene que excluir a Fabre. No tenemos nada que hacer con ese agente de la burguesía. Su diario existe solamente para corromper al partido. Fabre es un «mercader de papel», como lo caracterizó muy bien Rappoport ante la Comisión de Resoluciones del Congreso de Marsella. Ya no es un mercader de papel sino un mercader de papel descompuesto por artículos venenosos.

¿Ha publicado l'Humanité un artículo contra él, para denunciarlo ante las masas, para explicar quién es Fabre? No, jamás. Porque está muy ocupada en denunciar el oportunismo de la Tercera Internacional.

El partido y los sindicatos

Volvamos a la CGTU. No se trata de no perderla, se trata de ganarla porque actualmente está perdida para nosotros.

¿Lleváis a cabo la táctica de conquista de la CGTU? Ahora se trata de hacer esa conquista y, para hacerla (hablo a título personal porque todavía no he consultado ni a mi partido, ni al camarada Zinóviev, ni al Ejecutivo) se trata en primer lugar de no dejar actuar libremente como «rompedores de comunismo», como anarquistas, a los miembros de nuestro partido.

¿Cómo podemos dirigirnos a los obreros en los sindicatos si miembros prominentes de nuestro partido hacen una política dirigida contra nosotros? Ahora bien, se pide que dejen de haber relaciones orgánicas entre las dos internacionales, es decir intercambio de representantes. Es una cuestión que se puede discutir. Los comunistas pueden decirse entre ellos: «Todavía existen demasiados prejuicios en determinadas cabezas de obreros influenciadas por los anarquizantes», etc. Hagamos esta concesión. Esas cosas se pueden decir en nuestro ambiente. Pero, al mismo tiempo, eliminemos, eliminemos inmediatamente a los falsos comunistas porque son los enemigos de nuestra ciudadela. ¿Qué motivos tenemos para tener enemigos en la guarnición de nuestra ciudadela?

Propongo discutir estas cuestiones:

I.- Proponer a l'Humanité, al partido, que cesen los venenosos ataques contra la táctica adoptada por la Internacional Comunista y no retrasar su decisión definitiva hasta el mes de octubre; inclinarse ante la Internacional no de palabra sino de hecho y en la acción. Y las discusiones llevarlas a una tribuna libre en el Bulletin Communiste, o en la tercera página de l'Humanité o de l'Internationale.

II.- Invitar a l'Humanité a hacer una interpretación auténtica de las decisiones de la Internacional, de los compromisos adquiridos por la delegación del partido francés, en tanto que compromisos adquiridos conscientemente en interés del partido y no impuestos formalmente. También aquí se trata de las reintegraciones.

III.- Expulsar a Fabre en determinado plazo, y muy corto. Excluir a todos esos «comunistas» que continúen sus ataques contra los principios, decisiones y estatutos de la Internacional.

 

 


 

 

Del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista al Comité Central del Partido Comunista Francés[99]

12 de mayo de 1922

I

Estimados camaradas, el CEIC ha estado siguiendo con creciente alarma los acontecimientos internos dentro del Partido Comunista Francés y la política que plantea entre las masas trabajadoras.

El hecho de que el partido haya dejado de crecer en forma numérica, e incluso haya perdido un cierto número de miembros, no daría lugar a conclusiones alarmantes.

El partido se formó en el período de la fermentación revolucionaria de la posguerra, período en que las esperanzas eran altas para un desarrollo rápido de los grandes acontecimientos revolucionarios. Pero cuando el movimiento demostró ser más lento en el tiempo, cuando los elementos menos conscientes entre las masas, es decir, la mayoría, percibieron que la formación del partido comunista no implicaba inmediatamente cambios drásticos en la estructura social, se produjo un declive inevitable en el interés hacia el partido comunista, y un cierto sector de elementos proletarios y no proletarios, que fueron arrastrados hacia el partido por la ola en ascenso, comenzaron a alejarse de él.

Este retraso, condicionado por la lógica de los acontecimientos, podía y debía haber ayudado a limpiar, consolidar y fortalecer los principios y las organizaciones del partido. Pero esto sólo podría haber ocurrido con una condición, a saber, si el núcleo básico del partido, en primer lugar su comité central, hubiese mantenido una política precisa y firme. Sin embargo, el CEIC no conoce ninguna de estas políticas. El partido no se fusiona ni se homogeniza más sobre la base de su programa revolucionario. Por el contrario, es más amorfo hoy más que nunca. Cualquier debilitamiento de la concentración revolucionaria en el interior del partido provoca un aumento de la presión desde fuera, es decir, la presión de la opinión pública burguesa. Los derechistas, es decir, los elementos del partido no comunistas y oportunistas, cuyo número real es pequeño y que son débiles ideológicamente, tienden a adquirir bajo estas condiciones una influencia cada vez mayor, porque a través de ellos la opinión pública burguesa transmite su presión sobre un partido que carece de la unidad y firmeza necesarias para resistir las influencias externas.

Esta alarmante situación en el partido encontró una cruda expresión en el caso de Fabre y su periódico. Todos los comunistas tienen claro que el periódico de Fabre es absolutamente ajeno y hostil al espíritu de la Internacional Comunista. Además, este documento no es más que una aventura privada de un individuo que se presenta, bajo falsas pretensiones, como miembro del partido comunista. La ciudadela de nuestro partido (que está en todos los lados asediados por la burguesía, y por una burguesía tan obstinada y malvada como la burguesía francesa eufórica por la victoria) tiene en ella una puerta abierta a los enemigos, a través de la cual se cuelan espías y otros elementos que envenenan y desmoralizan las filas del partido.

Como la experiencia ha demostrado con frecuencia, los periódicos de este tipo encuentran fácil acceso, directa o indirectamente, a la burocracia partidaria y sindical. Día a día, el veneno se hace imperceptible, sobre todo porque está envuelto por la bandera del partido. Y en el momento decisivo del conflicto, la conciencia y la voluntad de una considerable mayoría de las organizaciones del partido, es decir, los cuadros del partido, resultarán envenenadas y paralizadas por el veneno del escepticismo pequeñoburgués. La masa del partido, junto con la clase obrera como un todo, se verá impotente y como decapitada ante los grandes acontecimientos. A menos que se preste atención a este proceso a tiempo, puede resultar fatal para un partido revolucionario en el período preparatorio.

Por estas consideraciones, el plenario ampliado del CEIC declaró categóricamente hace dos meses que la cuestión del Journal du Peuple, independientemente de la personalidad de su editor, constituía uno de los aspectos más peligrosos y negativos de la vida del partido. Y en el momento actual afirmamos con creciente alarma que a pesar de la advertencia unánime de la Internacional Comunista, los órganos dirigentes del partido son todavía incapaces de entender este peligro y no han recurrido a medidas drásticas para quemar está herida con un hierro candente. En lugar de atacar sin piedad el Journal du Peuple, la prensa del partido simplemente guarda silencio. En vez de plantear la cuestión de este periódico en su pleno ámbito político, lo que permitiría disponer del periódico en veinticuatro horas porque el caso es perfectamente claro políticamente, el comité central del partido, procediendo en contra de las decisiones del plenario ampliado y la promesa hecha por la delegación francesa, ha reducido toda la cuestión a una investigación formal, puramente formal y, por lo tanto, ha impedido al partido obtener una imagen clara del caso y de la demanda internacional. Para señalar a la vanguardia del proletariado francés el peligro que lo amenazaba, el CEIC se vio obligado primero a emitir una advertencia, después de pedir el cumplimiento de los reglamentos, y finalmente a invocar el artículo 9 de los estatutos de la Internacional Comunista y expulsar a Fabre y su periódico del partido, subrayando el significado político de este paso.

II

Mientras que la derecha ha aprovechado la indecisión crónica de los principales órganos del partido para adquirir una importancia desproporcionada en la vida del partido francés, no vemos a estos principales órganos del partido concentrando su atención en su tarea básica: la conquista política de las masas trabajadoras organizadas en los sindicatos o que aún permanecen fuera de ellos. Vemos que, con el pretexto de mantener buenas relaciones con los sindicatos o con los sindicalistas, el partido les hace sistemáticamente concesiones sobre todas las cuestiones básicas, entregando así posiciones y abriendo el camino para los elementos anticomunistas más extremos entre el sindicalismo y el anarquismo. Vemos a los miembros del partido continuar realizando en el movimiento sindical una propaganda insolente y provocativa contra la Internacional Comunista. Aprovechando la debilidad teórica del sindicalismo, llevan a cabo dentro de los sindicatos su propia política privada y sectaria, e instalan un régimen irresponsable y oligárquico, más allá del control y sin un programa. El partido capitula ante cada ataque de estos opositores políticos que utilizan la bandera del comunismo para llevar, inevitablemente, el movimiento sindical a la descomposición y a la ruina. Continuar ignorando este peligro principal es permitir un trabajo subversivo contra el comunismo francés durante muchos años por venir.

Si el partido no comprende que el movimiento sindical es incapaz de resolver sus principales tareas sin la ayuda del comunismo, sin que el partido guíe e influya en los miembros comunistas dentro de los sindicatos, inevitablemente el partido tendrá que ceder su lugar en la clase obrera y, sobre todo, en los sindicatos a los anarquistas y a los aventureros. El partido puede ganar influencia sobre los sindicatos solamente mediante una lucha ideológica abierta contra los confusos anarquistas, las camarillas oligárquicas y los aventureros. El partido debe asumir la ofensiva a lo largo de la línea. Debe exponer y criticar a todos los confusos y todos los estúpidos. Debe colocar a todos los comunistas en los sindicatos bajo su control, educarlos en el espíritu de la más estricta disciplina y expulsar sin piedad de sus filas a todos los que se atreven a usar la autonomía como pretexto para continuar su debilitante labor en el movimiento sindical.

Es obvio que en el cumplimiento de esta tarea el partido debe rechazar las formas de agitación y propaganda que son susceptibles de repeler a los sindicalistas impregnados de espíritu revolucionario y, más aún, a las amplias capas de trabajadores sindicalizados que no se han librado de los prejuicios políticos. Una cosa es adoptar una actitud prudente hacia esos elementos y educarlos y otra distinta es capitular pasivamente ante los anarquistas que explotan estos elementos para sus propios fines. En todos los casos la condición necesaria para el éxito en este campo es un firme deseo de tener éxito. Con este fin, el partido debe imponer el control más estricto, con todas las consecuencias que se derivan, es decir, la expulsión de aquellos pseudocomunistas que, de ahora en adelante, no se sometan a las decisiones de la Internacional Comunista. A este respecto, el CEIC espera que el comité central adopte medidas firmes y resueltas que le den a la Internacional Comunista una verdadera garantía de cumplimiento de sus decisiones, una garantía que libere al CEIC de cualquier necesidad de intervenir de nuevo directamente en las tareas y cuestiones organizativas, cuya solución debía ser asunto del comité central de nuestra sección francesa.

Por otro lado, el CEIC declara que la táctica dilatoria de evadir y vacilar en cuestiones de vida o muerte ha sido ampliamente probada y sólo han conducido a resultados negativos. Por esta razón, el CEIC no permitirá nuevos retrasos en este ámbito.

III

En la cuestión del frente único vemos la misma tendencia pasiva e irresoluta, pero esta vez enmascarada por la irreconciliabilidad verbal. A primera vista choca la siguiente paradoja: los elementos del partido de derecha, con sus tendencias centristas y pacifistas, que abierta o encubiertamente apoyan Journal du Peuple, están simultáneamente en la vanguardia de los opositores más irreconciliables al frente único, cubriéndose con la bandera de la intransigencia revolucionaria. En contraste, aquellos elementos que en la Convención de Tours apoyaron, en las horas más difíciles, la posición de la Internacional Comunista están hoy a favor de la táctica del frente único.

De hecho, la máscara de intransigencia pseudorevolucionaria está siendo asumida ahora por los partidarios de la táctica dilatoria y pasiva. No comprenden que hoy, cuando la clase obrera está dividida en diferentes campos, no podemos en ningún caso permitir que los trabajadores repongan las filas de los campos disidente, reformista, anarquista y otros. Necesitamos una iniciativa políticamente agresiva para desorganizar las filas de nuestros opositores conservadores que se mantienen en el movimiento obrero sólo por falta de iniciativa por nuestra parte en la esfera de la propaganda. Los mismos rasgos de indecisión y pasividad que nos han hecho sufrir grandes pérdidas en el movimiento sindical han surgido en los últimos meses sobre la cuestión del frente único, que fue interpretado y presentado en los órganos de nuestro partido francés de una manera absolutamente falsa.

Por otra parte, aunque esta cuestión se discutió seriamente durante varias semanas, lo que dio lugar a la adopción de esta táctica por la abrumadora mayoría de la Comintern en el plenario ampliado del CEIC, vemos sin embargo, al órgano dirigente y a los órganos del partido francés persiguiendo una táctica absolutamente incompatible tanto con el espíritu de la Internacional Comunista como con sus estatutos. Las declaraciones de «someterse a la disciplina» parecen servir sólo como preludio a violaciones más abiertas y sistemáticas de esta disciplina. A pesar de las decisiones específicas que se han adoptado, los órganos del partido, como l'Humanité e Internationale, en sus artículos oficiales, es decir, en nombre del partido, siguen una campaña irreconciliable contra el frente único. Puesto que tanto en el plano nacional como internacional la cuestión ha pasado de la etapa de la discusión a la etapa de la acción, los artículos polémicos de la prensa comunista francesa suministran constantemente munición a nuestros enemigos. Esto ya no es una discusión, sino un sabotaje de la causa.

La CEIC discierne en estos hechos los peores vestigios del espíritu de la Segunda Internacional. Las decisiones de los congresos mundiales de esta última son puramente decorativas y no son ninguna vergí¼enza para las tácticas de las diversas secciones nacionales que ponen sus consideraciones «nacionales» por encima de los intereses de la revolución y las tareas de la Internacional Comunista. La continuidad de esas violaciones inadmisibles de la disciplina en una acción internacional está inevitablemente obligada a provocar una resuelta resistencia por parte de la Internacional Comunista en su conjunto, así como por sus secciones nacionales, que se verán obligadas a llamarle la atención a la sección francesa y exigirle disciplina.

El CEIC considera que, de acuerdo con el espíritu y los estatutos de la Internacional Comunista, el comité central del partido francés está obligado a asegurar a los órganos dirigentes del partido una composición y una forma que los conviertan en órganos de clarificación, defensa y realización en la vida de las resoluciones de la Comintern y no para luchar contra ellas. A este respecto, el CEIC espera garantías perfectamente claras y precisas para el futuro.

IV

No podemos dejar sin mencionar la ambigí¼edad que existe en las relaciones entre el comité central del partido francés y el CEIC. No sólo existe en lo tocante a la única cuestión sobre la cual votó en contra la delegación francesa en el Tercer Congreso Mundial y en el plenario ampliado del CEIC, sino que, también, todas las decisiones adoptadas con el pleno acuerdo de todos los delegados franceses han sido descritas como si le hubieran sido dictadas al partido e impuestas desde el exterior y se cumplen por el partido sólo como una pura formalidad. Por ejemplo, todos los miembros de la delegación francesa convinieron, en total unanimidad con el plenario ampliado, que era indispensable restablecer los mandatos en el comité central de los camaradas que presentaron sus dimisiones en la Convención de Marsella. Esta decisión perseguía un objetivo político de suma importancia: asegurar la plena unanimidad en el funcionamiento del comité central, así como del partido en su conjunto. Este objetivo sólo puede lograrse si se deja claro a las partes que no se trata de ninguna clase de combinaciones personales ni de las ambiciones personales de tal o cual individuo, sino de crear las premisas organizacionales para la total unanimidad en el trabajo. El significado político de esta cuestión debería haber sido aclarado con lucidez y precisión en los artículos principales de la prensa del partido y en la conferencia nacional del partido. Nada de eso se hizo. Todo quedaba reducido a una pura formalidad de votación mano a mano, preparada tras las bambalinas, es decir, a espaldas del partido, sin ningún artículo explicativo ni discursos. ¿Alguien se había fijado el objetivo de obtener resultados diametralmente contrarios a los perseguidos por el plenario ampliado del CEIC? Entonces tal individuo se hubiera comportado exactamente como lo hizo el comité central en este caso particular.

Está perfectamente claro que tal enfoque no puede dejar de producir y reforzar entre la masa heterogénea del partido francés la impresión de que la Internacional Comunista o «Moscú» tienen la costumbre de emitir ultimátum incomprensibles y desmotivados, de carácter político y organizativo, a los que el comité central del partido francés se somete por consideraciones disciplinarias y, al mismo tiempo, hábilmente hace pública a las bases del partido su actitud negativa respecto a las propuestas de la Internacional Comunista. Se crea así una atmósfera altamente propicia para los intrigantes y los negociadores astutos de concesiones políticas reciprocas agrupados en torno a Journal du Peuple.

V

Por último, revisar la historia de las relaciones entre el CEIC y ese comité central. Veremos que los malentendidos y errores en ningún momento emanaron del CEIC.

El partido francés envió al Tercer Congreso Mundial en Moscú una delegación de once miembros, representando todos los diferentes matices que se presentaban en aquellos momentos en el partido. Esta delegación participó ampliamente en los trabajos del congreso y del CEIC. Las decisiones relativas al partido francés adoptadas por el CEIC se discutieron y fueron adoptadas por unanimidad por la delegación francesa, en particular la decisión en la que el CEIC propuso que el partido francés controlara la prensa del partido, como lo hacen todos los demás partidos comunistas.

Para sorpresa del CEIC, ese comité central ignoró durante mucho tiempo esta decisión y el mal que el CEIC había señalado siguió existiendo y creció con más fuerza en el partido francés. Por esta razón el CEIC insistió en la adopción en principio del control de la prensa partidaria. Después de seis meses de retraso, este principio fue finalmente adoptado, pero no se hizo nada para llevarlo a cabo en la vida.

Después del Tercer Congreso Mundial, el CEIC presentó varias propuestas sobre el movimiento comunista francés a ese comité central. Además, los camaradas Zinóviev y Trotsky escribieron cartas a los miembros más prominentes del partido francés para facilitar por medio de esa amistosa correspondencia la comprensión mutua y la colaboración fraterna.

En el mismo espíritu, la CEIC invitó repetidamente a los camaradas Frossard y Cachin a viajar a Moscú para discutir en persona las cuestiones más importantes del movimiento comunista en Francia. No queriendo dejar pasar ninguna oportunidad para establecer relaciones cordiales con los líderes del partido francés, y en ausencia de una respuesta favorable a sus invitaciones, el CEIC envió un delegado a París que debía familiarizarse con la situación y presentar el punto de vista del Internacional Comunista a ese comité central.

Hacia finales del año pasado, el CEIC consiguió que otro camarada francés fuera asignado a Moscú, y así aprendió la manera en que el comité central quisiera establecer sus relaciones con la Internacional. El CEIC dio su respuesta en una resolución que, a su vez, solicitó una respuesta de ese comité central. Esta respuesta nunca estuvo disponible.

El CEIC aprovechó la convocatoria de la Convención de Marsella para enviar una carta abierta al partido francés, que contenía, entre otros comentarios sobre el estado de cosas en el partido francés, ciertos juicios críticos, hechos en un espíritu amistoso y franco, habitual en las relaciones internacionales entre los comunistas. Esta carta también solicitaba una respuesta precisa sobre las cuestiones de disciplina y control de los periódicos del partido. Desafortunadamente, la CEIC no recibió respuesta ni a esta carta ni a una segunda carta más detallada enviada a ese comité central.

Recordemos también que en el momento de la Convención de Marsella el CEIC había enviado un segundo delegado a ese comité central cuya estancia en Francia tenía por objeto corregir todas las diferencias de opinión y facilitar el establecimiento de relaciones periódicas en el futuro.

Después de la Convención de Marsella, con fines de aclaración y de establecer con precisión sus relaciones con la sección francesa, el CEIC contó con la llegada del camarada Frossard a Moscú, de acuerdo con la decisión adoptada en octubre por ese comité central.

El CEIC invitó persistentemente al secretario del partido a venir, en vistas de la importancia extrema de las cuestiones que tenían que ser resueltas. El CEIC consideró, como todavía lo hace, que ese intercambio directo de opiniones es la manera más conveniente de fortalecer los vínculos entre la Internacional Comunista y su sección francesa.

Ese comité central nunca presentó objeciones de carácter político al CEIC, excepto sobre la cuestión del frente único. En los casos en que las decisiones del ampliado del CEIC se llevaron a cabo en la práctica, esto, como vimos en la cuestión de los miembros que habían renunciado reasumiendo sus posiciones políticas en ese comité central, se hizo de manera puramente pasiva como si sólo se hiciese para subrayar una actitud hostil hacia el fondo de la decisión adoptada sobre esta cuestión.

El CEIC considera absolutamente imposible mantener relaciones de este tipo en el futuro. Propone que el comité central de la sección francesa de la Internacional Comunista tome claramente en cuenta los motivos (expresados hasta el día de hoy) que se encuentran en el fondo de tal conducta, y también las graves consecuencias que necesariamente se derivarán si la táctica de evasión, ahora practicada en las relaciones entre París y Moscú, no es sustituida por una sinceridad abierta y revolucionaria.

El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, Moscú, 12 de mayo de 1922

 

 


 

Carta a Rosmer[100]

22 mayo 1922

 

 

Estimado amigo,

He leído con mucho interés sus artículos en l'Humanité, y me alegro de ver que usted se ha volcado enteramente al trabajo, ¡aunque sin pasaporte de «redactor», director o líder! Desde aquí consideramos como muy alarmante la situación general en el partido. Pienso que estamos de acuerdo con usted de forma general en la apreciación de esta situación. La circular de la oposición de la Federación del Sena contra Georges Pioch constituye una manifestación preciosa e importante. Es cierto que en este manifiesto se encuentran elementos que parecen denotar una reconstitución de la fracción de izquierdas. Pero la responsabilidad de ese hecho le incumbe completamente al centro, pasivo y sin principios. He hablado de ello en un informe que he presentado en una sesión del Comité Ejecutivo durante la cual se estudió la cuestión francesa. Es completamente evidente que el desarrollo del partido ha llegado a un punto crítico: si el centro, de acuerdo con la izquierda, se pone a golpear al ala derecha, todo el partido será sacudido un poco a causa de ello pero todas las cuestiones políticas devendrán, de golpe, más claras (el partido se verá promocionado a la clase superior, por hablar de algún modo). Pero si el centro permanece en su letargia actual, manifestándose solamente con bravuconadas contra el Frente Único, entonces el renacimiento, la consolidación y el desarrollo de la fracción de izquierdas son completamente inevitables y la suerte del partido quedará en sus manos.

En ese sentido pienso que la política de prudencia y expectativa, la política en parte pasiva que la Comintern ha mantenido, muy conscientemente, frente al partido francés, dejándole tiempo para determinarse, pienso que esta política ya ha caducado. No hemos renuncia aquí a la esperanza de un bloque del centro y la izquierda y a su fusión política. Como antes, seguimos estando convencidos que únicamente tal bloque puede asegurar el desarrollo del partido sin penosos choques internos. Pero, al mismo tiempo, el Comité Ejecutivo, basándose en toda la experiencia del año pasado, ha llegado a la convicción inquebrantable que es posible determinar al centro para que haga un serio golpe de timón a izquierda, y para romper con la derecha, no esperando más con paciencia sino solamente planteando abierta y enérgicamente todas las cuestiones litigiosas ante las masas del partido francés y ante toda la Internacional. Hemos dirigido al Comité Director una carta en la que están planteadas todas las cuestiones de la forma más clara. Con el mismo objetivo, el Comité Ejecutivo ha excluido a Fabre y a sus compañeros, mostrando así que la cuestión está muy por encima de una casuística jurídica y que constituye un acto de política revolucionaria. Si el Comité Director no le da a esta carta una respuesta satisfactoria, el Comité Ejecutivo tiene la intención de publicarla y hacer un llamamiento al partido francés en su conjunto. No hace falta decir que esta vía sería más penosa y más larga, puede ser, pero al fin de cuentas el verdadero comunismo también habrá abierto su camino.

La conducta del partido en la cuestión sindical es particularmente inadmisible. Determinados camaradas aseguran, con la mayor seriedad, que la falta de éxito del partido en el movimiento sindical se explica por el error del último congreso al establecer un lazo orgánico entre las dos Internacionales. ¡De ello resultaría que la masa obrera se habría resistido al enterarse de que se había establecido, entre la Comintern y la Profinter una representación permanente! De hecho esto es una enorme ingenuidad. La masa a la que atrae la Profintern roja no se interesa en tal o tal otra sutileza de organización. Lo que la atrae es la bandera de la revolución proletaria, del comunismo, de la República de los Soviets, de la Rusia de los obreros y de los campesinos. Pensar que el obrero de la masa que prefiere a Moscú frente a ímsterdam está atemorizado porque se ha establecido un cambio de representaciones entre las dos Internacionales es no distinguir a las masas de la burocracia sindical. Esta última, en efecto, no quiere lazos orgánicos pues teme el control político y que el partido la engulla ... En el fondo, los sindicalistas y libertarios dirigentes representan en el movimiento sindical una verdadera oligarquía que cuida su posición y prerrogativas y quiere preservarlas de la «competencia» del partido comunista. La masa organizada en los sindicatos no teme, en cuanto a ella, esta competencia: por el contrario, busca ávidamente una verdadera dirección. El viejo partido socialista parlamentario teme la competencia de los revolucionarios y de los sindicalistas que le echan en cara continuamente sus pecados oportunistas y patrióticos. El nuevo partido comunista se ve obligado a continuar esta tradición en la medida en que no se ha librado de tendencias oportunistas. En el momento en el que el partido despliegue su bandera en los sindicatos y hable en ellos a plena voz, conquistará a la masa de los obreros sindicados y los mejores elementos sindicalistas se pondrán bajo su bandera. Ya no habrá lugar para los espíritus limitados, para los charlatanes, los intrigantes y aventureros de la especie de Verdier, Quinton, etc. Considero como un síntoma extremadamente alarmante el artículo de Frossard diciendo que es necesario continuar la tradición jaurista en esta cuestión: en esa vía el partido no podrá más que hundirse en la ruina, precedido de la de los sindicatos privados de una dirección ideológica regular. Asustado por fantasmas, el partido rehúsa hacer sus deberes. Asustado por una crisis, inevitable durante el período de transición hacia una política correcta frente a los sindicatos, el partido marcha inevitablemente hacia la catástrofe. Un giro radical del partido en esta cuestión constituye una condición previa absolutamente necesaria para todo trabajo serio en el seno del proletariado.

Es extremadamente importante para nosotros en el presente recibir de usted informaciones bastante completas y frecuentes sobre el desarrollo interior del partido. Si los agrupamientos del partido toman una dirección indeseable, o si el ala derecha, que maniobra e intriga con mucha habilidad, logra hundir más profundamente la cuña entre el centro y el ala izquierda, puede que sea necesario recurrir a un adelanto de la convocatoria del 4º congreso, colocando en primer plano la cuestión francesa. Denos usted su opinión sobre esta cuestión.

La política del centro no puede estar mejor representada aquí por Rappoport. Vino a verme, en vísperas de la sesión del Ejecutivo consagrada a la cuestión francesa. Llegué con él al acuerdo que asistiese a la sesión. El camarada Zinóviev le había enviado una invitación oficial. Sin embargo, y a pesar que nos habíamos entendido con él por adelantado, no apareció. Todas las búsquedas para encontrarlo fueron vanas. Así, un miembro del Comité Director del Partido Comunista francés brilla por su ausencia, encontrándose en Moscú, en la misma sesión del Comité Ejecutivo en la que se han estudiado los problemas más importantes del comunismo francés. En ello Rappoport simboliza bien la política del centro.

Es curioso que el partido francés haya aplaudido a Chicherin cuando propuso a Barthou el desarme. Pero, cuando Radek le preguntó en Berlín a Vandervelde y a sus aliados (Longuet, Jouhaux y resto) cómo pensaban lucha a favor del desarme, Daniel Renoult quedó aterrorizado por tal frente único. No comprendía que en Génova y en Berlín hemos aplicado un único y mismo método de demostración política de gran estilo.

Estamos satisfechos con los resultados de Génova. Esperamos en el presente una buena cosecha. Por el momento las perspectivas son magníficas y la primavera promete mucho. Si el verano paga las letras de la primavera, la cosecha será buena y, entonces, será un paso económico adelante.

He recibido una carta de Marguerite desde Cheliábinsk al mismo tiempo que la carta que me ha enviado usted. Está contenta con su trabajo. Todavía no he recibido respuesta de la carta que le he enviado.

En cuanto a mí no tengo gran cosa que contarle: además del trabajo concreto estoy ocupado en la publicación de los dos volúmenes consagrados a la crisis de la II Internacional y en la preparación de la III (selección de artículos y folletos publicados al comienzo de la guerra, en Suiza, Francia y Estados Unidos). La joven generación del partido necesita materiales que aclaren el pasado. Se prepara al mismo tiempo una selección de trabajos sobre la organización del Ejército Rojo. Esta última selección aparecerá, seguramente, al mismo tiempo en las ediciones en lenguas extranjeras, estando dado que, lo siento por Verfeuil, Pioch y otros dujobores, se acerca el momento en el que los obreros europeos tendrán que meditar concretamente las cuestiones de la violencia revolucionaria bajo todos sus aspectos.

¿Ve usted a Monatte? ¿Cómo se encuentra? ¿Cuáles son sus proyectos? Le abrazo cordialmente y le deseo éxito en su trabajo.

 

 


 

 

 

El comunismo francés y la actitud del camarada Rappoport[101]

23 de mayo de 1922

 

 

La cuestión interna de nuestro partido francés es hoy en día incontestablemente una cuestión extremadamente importante para toda la Internacional Comunista. En el seno de ese partido se producen transformaciones que exigen la mayor atención. El historiador dirá con qué dificultad el partido proletario del viejo país «civilizado», «republicano», cargado con tradiciones del pasado parlamentario oportunista, se ha adaptado a la nueva situación histórica. Se equivocan radicalmente quienes piensan o dicen que en Francia, país victorioso, la situación no es revolucionaria y que es esto mismo lo que explica la crisis del comunismo francés. En realidad, la situación, si se analiza bien a fondo, tiene un carácter profundamente revolucionario. La situación internacional de Francia es extremadamente inestable y está llena de contradicciones. Es la fuente de crisis inevitables y cada vez más agudas. La situación financiera del país es catastrófica. Esta catástrofe financiera sólo puede prevenirse con medidas de la más profunda violencia social para las que la clase dirigentes no da la talla en absoluto. Todo el régimen gubernamental de Francia tras la guerra, y ante todo su militarismo y sus esfuerzos coloniales, no se corresponden con la base económica; se puede decir que la megalomanía de gran potencia de Francia amenaza con aplastar el país bajo su peso. Las masas obreras han sufrido una decepción en sus ilusiones nacionales, están descorazonas, descontentas e indignadas. El bloque nacional, habiendo recogido lo mejor de la victoria, se disuelve ante nuestros ojos. El radicalismo, igual que el socialpatriotismo, dilapidaron sus recursos fundamentales incluso antes de la guerra. Si el régimen radical reformista (Caillaux, Albert Thomas, Blum) sucediese al régimen del bloque nacional, no lo haría por mucho más tiempo del que le es necesario al partido comunista para prepararse definitivamente para el cumplimiento de su tarea esencial. Así pues, están dadas las condiciones objetivas de la revolución y las condiciones subjetivas de una política revolucionaria. Si falta algo sólo puede ser la evolución interna del mismo partido.

Desde este punto de vista el asunto Fabre tiene un carácter profundamente sintomático. Aunque el partido comunista rompió en principio con la ideología nacional y reformista, aceptó en sus filas a uno de los condotieros más vulgares del periodismo que montó, por su cuenta y riesgo, la empresa de un diario sin principios, que puso sobre su puerta la divisa comunista y le concedió a su vez la más amplia hospitalidad a los reformistas, nacionalistas, pacifistas y anarquistas, con una sola condición: llevar adelante la lucha contra la Internacional Comunista. Este escándalo inverosímil continúa desde el día de la constitución del partido comunista y adquiere formas cada vez más claras y desmoralizadoras. Mucho más, en el diario de Fabre colaboraban los miembros más influyentes del comité director del partido y cuando la Internacional les determinó a cesar su colaboración lo hicieron con el tono de la más tierna elegía. Por supuesto que hay gente astuta que dice que «exageramos» la importancia de este hecho. Consideramos a esta gente astuta como gente tonta y papanatas, si no peor, es decir como protectores conscientes de la camarilla de Fabre vista como un contrapeso «útil» frente al ala izquierda. El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista ha dado pruebas en esta cuestión, igual que en todo el resto de cuestiones internas del comunismo francés, de la mayor prudencia aconsejando, esperando pacientemente respuestas y actos, haciendo propuestas de acuerdo con los camaradas francés, concediendo el tiempo necesario para la realización de esas propuestas, advirtiendo de nuevo y esperando otra vez (hasta que se ha visto obligado a recurrir al párrafo 9 de los estatutos y a excluir a Fabre de la Internacional).

Hay que confiar en que el camarada Rappoport que se encuentra en estos momentos en Moscú no cuestionará el derecho y la obligación de la Internacional a decidir quién puede y quién no puede formar parte de la Internacional. Fabre no es de los nuestros, Fabre no tiene nada en común con nosotros, es un adversario directo. Por esta simple razón cada proletario francés comprenderá perfectamente que Fabre haya sido excluido de la Internacional. Y todos aquellos que apoyen a Fabre o que se solidaricen con él se excluyen automáticamente de nuestras filas por eso mismo. Pero ¿puede ser que el camarada Rappoport dude de la eficacia de esta decisión o de su oportunidad?

El camarada Rappoport pide en Izvestia una actitud prudente frente al movimiento obrero francés ¿Qué decir? Todos los iniciados verán en esas palabras una alusión. Desgraciadamente sólo es una alusión; hubiésemos preferido una crítica franca y claras indicaciones sobre lo que el camarada Rappoport quiere y sobre lo que no quiere. En verdad, no es el momento de las alusiones y ambigí¼edades, sobre todo si se considera que el camarada Rappoport es miembro del Comité Director del Partido Comunista de Francia. Alguna líneas más arriba, Rappoport dice que no sería justo sacar «conclusiones pesimistas» frente al movimiento obrero francés: «Las masas revolucionarias de Francia [escribe] son sanas» Una alusión más: ¿quién saca conclusiones pesimistas francesas? ¿Quién trata al movimiento obrero francés con poca prudencia? Rappoport dice que es indispensable reconocerle al movimiento francés «el derecho a cierta independencia». Otra reticencia más. ¿Solamente al movimiento francés? ¿Eso no re refiere a todas las secciones nacionales de la Internacional? ¿Cuándo y en qué internacional se ha restringido sin legitimidad la independencia y autonomía del movimiento obrero francés? ¿Qué significan esas alusiones, esos sobreentendidos? ¿No es mejor decir clara y firmemente en qué internacional se ha tratado con poca indulgencia al movimiento obrero de Francia y en qué, precisamente, se ha violado la autonomía necesaria del comunismo francés? Nadie puede entenderse si no se plantean clara y francamente todas las cuestiones discutidas.

El problema es que el camarada Rappoport amplia extremadamente la cuestión y descarga sobre todo el partido, e incluso sobre el movimiento obrero en su conjunto, la responsabilidad absolutamente definida de instituciones del partido, de diarios específicos, personas y redactores con lazos en el movimiento y el comité director del partido; pero ello no absuelve al comité director y a sus diferentes miembros de la responsabilidad por su propia política. Por otra parte, precisamente el comité director del partido es quien ha dado pruebas hasta estos últimos días de una paciencia absolutamente inconcebible frente a un órgano hostil que hunde sus raíces en el cuerpo del partido. La responsabilidad le incumbe a ese mismo núcleo del comité director al que pertenece el camarada Rappoport. Consideramos (y lo declaramos abiertamente) que precisamente el camaradas Rappoport, y quienes piensa como él, son quienes tienen bastante indulgencia frente al comunismo francés y el movimiento obrero en su conjunto cuando permiten que grupos sin responsabilidad se dediquen a injertar artificialmente el oportunismo en el partido comunista, y a preparar su acercamiento y fusión con los disidentes oportunistas por medio del aislamiento del ala izquierda. Las masas revolucionarias de Francia son sanas, pero ello no quiere decir en absoluto que los errores del comité director, en la composición del cual también entra el camarada Rappoport, sean indiferentes de cara a su salud. Hay que decir una vez más y francamente: Rappoport y quienes piensan como él siguen perplejos, indecisos, ante la conducta de Fabre no porque lo consideren como una cantidad sin importancia sino, por el contrario, porque con la exclusión de Fabre temen determinar una «crisis» inevitable en la cúspide del partido. Pero por eso mismo manifiestan puntos de vista extremadamente pesimistas sobre el partido suponiendo que la fuente y la condición de sus éxitos es la conservación del status quo en la cúspide y no la liberación del espíritu de camarilla por abajo, camarillas que no le hacen ninguna falta a las masas y que sólo les molestan.

Que el Partido Comunista de Francia necesita autonomía no es verdaderamente necesario recordárselo a la Internacional. Pero esta autonomía es necesaria para la acción. Ahora bien, el camarada Rappoport y sus partidarios apoyan en la cúspide del partido a un agrupamiento de fuerzas que excluye la posibilidad de acción. Decimos más exactamente: la línea política que pasa entre Rappoport y Verfeuil no es una línea de acción comunista. He ahí el fondo de la cuestión. He ahí de dónde provienen la impotencia y los síntomas de crisis grave.

El golpe de la Internacional Comunista contra la camarilla de Fabre significa que el comité director debe buscar su orientación no a través de una adaptación al ala derecha sino a través de una amigable colaboración con el ala izquierda. El equilibrio de la política del partido debe establecerse no sobre la derecha del camarada Rappoport sino sobre su izquierda, e incluso, y con el permiso de nuestro huésped, considerablemente, muy considerablemente, más a izquierda, y cuanto más deprisa y de forma más segura se produzca esto en la cúspide más fácilmente se superará la crisis y menos tendrán que pagar las capas inferiores por el saneamiento y reforzamiento del partido.

En este sentido se han dirigido en el presente todos los esfuerzos del comité ejecutivo. Los representantes de todos los partidos comunistas siguen los acontecimientos en el seno del partido francés con una tensa atención y con la conciencia y la responsabilidad de cada uno de sus actos. Y no dudamos ni un instante que la Internacional logrará hacer avanzar la línea política de la cúspide del partido hacia la izquierda en perfecta correspondencia con las necesidades, ideas y sentimientos de las capas inferiores. Mucho más, no albergamos duda alguna de que la mayoría de los camaradas dirigentes del agrupamiento al que pertenece el mismo camarada Rappoport apoyarán todas las últimas medidas de la Internacional que tienden a asegurar al movimiento obrero francés contra crisis incomparablemente más profundas y dolorosas en el futuro. Las masas obreras revolucionarias francesas son sanas. El partido sabrá perfecta y enteramente ajustar su línea política sobre ellas.

 

 


 

Carta a Ker[102]

6 junio 1922

He recibido su carta del 27 de mayo. Hoy es el 3 de junio: es un verdadero record en la situación en la que nos puso la guerra liberadora. Por desgracia, estoy lejos de poder solidarizarme con la forma en la que usted aprecia lo que pasa en nuestro partido francés y estimo que es deber mío responder a su carta con una amistosa franqueza no menor.

1.- Si al comunismo francés le faltan contornos definidos, si también le falta claridad en las ideas y en la organización, ello no proviene de abajo sino de arriba. La clase obrera francesa, en su doble calidad de clase obrera y de clase obrera francesa, busca la claridad, la determinación, lo finalizado y decidido. Ha suministrado un terreno favorable al sindicalismo revolucionario porque no encontraba esas cosas en el antiguo partido. La clase obrera francesa está amenaza de una recaída en el sindicalismo revolucionario porque, hoy en día, el partido comunista se desembaraza demasiado lentamente, en sus esferas elevadas, de la herencia del pasado. Como ocurre siempre en la historia en semejantes casos, los aspectos positivos del sindicalismo revolucionario de antes de la guerra tienden a desaparecer y sus aspectos negativos adquieren un extraordinario desarrollo. Lo repito, la falta de claridad no proviene de abajo sino de arriba. Proviene de los directores de diarios, de los periodistas, de los diputados con sus relaciones y sus lazos arraigados en el pasado. De ahí se deriva esta extraordinaria indecisión del Comité Director en todas las cuestiones en las que están interesados diarios y periodistas, ¡como en el asunto Fabre!

2.- Estoy extremadamente sorprendido de sus objeciones a propósito de la exclusión de Fabre. El Comité Ejecutivo ya tenía la intención de excluir a Fabre en la sesión plenaria. Si no lo hizo fue únicamente porque la delegación francesa adquirió el compromiso de excluirlo en el más breve plazo. Después nos encontramos inserta en el texto de la resolución una palabra que era inesperada para nosotros: en lugar de «poner le Journal du peuple fuera del partido» se imprimió «poner a le Journal du peuple fuera del control del partido»[103] ... Esta inserción tenía evidentemente como objetivo endulzar el hecho de la exclusión mientras que, por el contrario, la Internacional estaba manifiestamente interesada en darle un carácter político excepcionalmente franco, demostrativo y zanjado. Después comenzaron las moratorias, con violación directa y manifiesta del compromiso adquirido por la delegación en nombre del Comité Director. La camarada Leiciague ha declarado en un informe que no podía decir nada de los trabajos de la Comisión de Control. La prensa del partido no ha publicado ni un solo artículo sobre el tema. En particular no puedo dejar de comunicarle mi asombro y el del resto de camaradas al no ver ningún artículo de usted, camarada Ker, explicándoles a los obreros franceses la significación política de la exclusión de Fabre, y de su diario, como focos de contagio. ¿No es desconcertante y, al mismo tiempo, extremadamente alarmante que no se pueda encontrar en las publicaciones dirigentes del partido ningún artículo para explicar y defender las posiciones de la Internacional? ¿Es que todas las bellas palabras sobre la disciplina, la relación vital y demás no se convierten por ello en vanas concepciones? Modigliani decía que la relación con la Internacional se reduciría a enviar de tiempo en tiempo cartas postales con vistas de Italia. Pero Modigliani se excluía él mismo de la Internacional Comunista por ello mismo. ¿Cómo se puede defender un estado de cosas en el que, tras que concertadamente se ha adoptado una decisión con la delegación francés, esa decisión es saboteada en la práctica y ni incluso es defendida en la forma por la prensa del partido?

La Internacional no tenía únicamente el derecho, tenía el deber de mostrarles a los obreros franceses que es un órgano centralizado y activo, que tiene una voluntad política. Hoy en día, la cuestión está planteada de forma neta y precisa. La exclusión de Fabre es un hecho consumado. A pesar de la nulidad del hombre, su exclusión tiene una enorme importancia. Es una señal por la que la Internacional advierte al partido francés de que está amenazado por peligros internos y que, retardando la solución a los problemas que se plantean en su seno, sólo hace que marchar hacia crisis más agudas.

3.- Tampoco veo ningún progreso en la cuestión sindical. Por el contrario, vemos aquí un retroceso ininterrumpido del partido. Verdier, Quinton y compañía se han aprovechado de la autoridad del partido para afirmar su posición en el movimiento sindical, para después darle una patada al partido. Ciertos artículos de l'Humanité todavía defienden en la cuestión sindical la actitud de Jaurí¨s, netamente opuesta a la de la Internacional e incluso a la que se expuso en el congreso de Marsella, aunque con bastante poca claridad. En política, como en física, la naturaleza tiene horror al vacío. Ustedes abandonan la posición sindical cuando las masas buscan una guía: he ahí porque los sindicalistas y libertarios ocupan automáticamente posiciones sobre las que no tienen ningún derecho moral. Vemos bien que se tema una crisis en las esferas dirigentes del movimiento sindical. Pero algunos artículos de principios, claros, firmes y capaces de servir de guía publicados en l'Humanité importan cien veces más que los acuerdos de pasillo con la CGTU. En una cuestión como la cuestión sindical no se debe permitir a los principales militantes jugar cada uno su papel y tener cada uno su punto de vista. Hay decisiones firmes y precisas de la Internacional y del mismo partido francés. Esas decisiones deben aplicarse, y quienes las violen deben ser excluidos, si no volveremos a dar vida en nuestro seno a los Verdier y Quinton ...

No podría en ningún caso calificar de demasiado «pesimista» el juicio de Rosmer. He recibido de él una sola carta, llegada a Moscú (lo preciso para prevenir todas las deducciones inexactas) una decena de días después de que el Comité Ejecutivo tomase su decisión sobre la cuestión francesa. Rosmer no ha ejercido, pues, ninguna influencia sobre esta decisión. Pero he encontrado en su carta, a toro pasado, una confirmación más de la absoluta corrección de la decisión tomada por unanimidad por el Comité Ejecutivo.

Por otra parte, ni en los puntos de vista de Rosmer, ni en los míos propios, veo ningún pesimismo. Los veo mucho más en su juicio sobre el partido francés, querido camarada Ker. Se diría que según su punto de vista el partido francés debe ser tratado como un enfermo grave; hay que hablar en voz baja, andar de puntillas, etc. Por el contrario nosotros pensamos que el partido francés, en su núcleo proletariado esencial, está profundamente sano, es revolucionario y aspira ávidamente a una situación más definida, a una dirección más decidida.

En la cuestión del Frente Único puedo aún menos desgraciadamente cambiar mi forma de verla. El ruido que se ha hecho en nuestra prensa francesa al respecto no sirve más que para desviar la atención de las cuestiones verdaderamente acuciantes y agudas de la vida interna del partido. Aquí tiene una prueba viviente: Daniel Renoult inserta los artículos pacifistas archioportunistas de Verfeuil, Pioch, Méric, le permite a Méric citar elogiosamente a le Journal du peuple, siempre se abstiene de criticar la línea verdaderamente traidora de Fabre y compañía: al mismo tiempo, está lleno de inquietud a causa de la idea sobre que Frossard negociará con Scheidemann y Vandervelde. Todos nosotros tenemos la impresión que Renoult podría emplear mejor su intransigencia a menos distancia, ante todo ante su propio diario. Su intransigencia la transporta toda entera a Berlín. La Internacional jamás le ha impuesto al Partido Comunista francés ninguna especie de acuerdo con los disidentes, ningún peligro de ese género le ha amenazado nunca: y sin embargo los disidentes del interior (la banda de Fabre, la de Verdier, Quinton y compañía) dislocan al partido, le roban su fisonomía, paralizan su voluntad sin encontrar resistencia.

Determinados camaradas me han dicho que exageramos la importancia de esos fenómenos. Les respondemos que el peligro viene, precisamente, de la minimización de su importancia amenazadora que hacen nuestros camaradas dirigentes.

4.- Considero crítica la situación del partido francés. Son posibles dos salidas:

a) una orientación interior firme y decidida, la expulsión de los disidentes de derecha, y de su banda, para probar que el partido no bromea con la disciplina; una conducta unida por parte del Comité Director, una ejecución real de las decisiones de la Internacional Comunista. Esta es la salida sana y más deseable;

b) la continuación de la política indeterminada del centro tendente a aislar al ala izquierda; una extrema tolerancia frente a todas las manifestaciones del pacifismo, del reformismo y del nacionalismo en el interior del partido, una falsa y ficticia intransigencia en las cuestiones de orden internacional, la ausencia de una línea firme y decidida en la cuestión sindical. Esta salida lleva automáticamente a la repetición de la experiencia italiana, es decir a una escisión dejando al centro con la derecha y separando a la izquierda, con el partido comunista. En Italia la cosa se debía a un potente estremecimiento de la revolución de septiembre y a su derrota (1920). En Francia, por el contrario, tras la experiencia italiana, la cosa no se podría producir más que si el centro persistiese en su pasividad fatalista. Naturalmente, incluso en el caso menos favorable, el partido acabará siempre encontrando el buen camino. Los desplazamientos ulteriores que se producirán, inevitablemente, en el proletariado (y de los que nuestra prensa francesa habla de tiempo en tiempo, en términos desgraciadamente demasiado imprecisos) se orientarán hacia la izquierda y no hacia la derecha. Los políticos que actúan bajo la presión de inconvenientes y retrocesos pasajeros son impresionistas y no revolucionarios: serán apartados por los acontecimientos. El partido puede y debe orientarse únicamente bajo la acumulación de los antagonismos revolucionarios. Hay que escoger a los hombres y templarlos. Los acontecimientos exigen de nosotros el mínimo de confianza, el máximo de decisión y una concentración máxima de las fuerzas. Las decisiones de la Internacional están dictadas por el deseo de ayudar al partido francés a adquirir esas cualidades en el más breve plazo de tiempo.

Una vez más, le escribo con plena franqueza pues estimo que se ha perdido demasiado tiempo y que la encrucijada es demasiado importante.

Le estrecho la mano.

L. Trotsky

 


 

Cuarto discurso de Trotsky

Extractos de los protocolos del Ejecutivo de la Internacional Comunista[104]

8 de junio de 1922

Trotsky.- Camaradas, tras el discurso muy hábilmente construido de nuestro camarada Frossard (nuestro camarada Frossard es conocido por du habilidad), y tras el discurso muy moderado de nuestro camarada Souvarine, es muy difícil comenzar un discurso con la afirmación que la situación del comunismo francés es extremadamente grave.

No es la primera vez que discutimos la cuestión en nuestros encuentros internacionales, y cada vez observamos que la delegación de nuestro partido francés presenta un cuadro más o menos atenuado, más o menos satisfactorio, con la confesión que, naturalmente, hay partes en sombra, fallos, errores, pero que en suma todo mejorará.

Pero la nueva etapa de nuestro trabajo internacional nos muestra, tras ello, una situación agravada y complicada. Es un hecho. Y puesto que soy de la opinión (y creo que, en líneas generales, represento a la opinión del Ejecutivo formulada en sus últimas sesiones consagradas a la cuestión francesa), puesto que creemos que ha llegado el momento de las resoluciones absolutamente decisivas, es completamente necesario tocar la cuestión, analizarla en toda su amplitud, en su profundidad y gravedad, y no dejar subsistir malentendidos.

El conflicto

El Partido Comunista Francés está en grave conflicto con la Internacional, se puede decir que con toda la Internacional entera.

Las resoluciones tomadas en común con los representantes del partido francés, representantes muy cualificados, no se admiten ni aplican en Francia.

Los compromisos, formal y solemnemente adquiridos aquí, no se realizan en Francia. Es un hecho. Este hecho no es ni pasajero ni ocasional. Debe haber raíces profundas.

La prensa de nuestro partido francés ni refleja ni representa el espíritu de la Internacional Comunista en las cuestiones más candentes, en las más importantes de la política actual.

El Comité Director de nuestro partido francés no sigue en su acción la línea de la Internacional Comunista.

La organización más importante del partido francés es un organismo político completamente perturbador, completamente aparte, completamente autónomo en el sentido amplio de la palabra.

El Comité Director comprende a representantes de tres o cuatro tendencias bastante divergentes y carece absolutamente de homogeneidad.

Leemos en la prensa del partido artículos firmados que representan enfoques y tendencias personales. No se escucha la voz del partido sobre las cuestiones más candentes.

Camaradas, estos son los hechos. Son hechos muy importantes que demuestran que no se trata de algunos excesos. Puede ser la opinión de nuestro camarada Sellier, que ha expresado en una sesión del Ejecutivo. Reconoció esos excesos que también otros camaradas han reconocido. Pero según ellos, si hay excesos por parte de la derecha, de los oportunistas, etc., suprimiéndolos se pueden arreglar fácilmente las cosas.

 

Un artículo de Renoult

Hay alguna cosa más grave, y la gravedad de la situación la ha expresado el camarada Daniel Renoult, tras su estancia en Moscú, en un artículo que he citado ante el Ejecutivo. Este artículo, titulado «Contra el desarme revolucionario», habla del frente único y en él Daniel Renoult dice: «La polémica a favor y en contra del frente único vuelve a encenderse de nuevo. No nos quejamos. Es preciso que el absceso estalle, el asunto tiene que liquidarse a fondo

He ahí un lenguaje, un lenguaje que saludo por mi parte, porque no se liquidan cuestiones semejantes con frases redondeadas.

¡He aquí! Se nos dice: «Hay un absceso, es preciso que estalle». Y es el mismo Daniel Renoult, que estaba aquí, que ha discutido con nosotros abundante y suficientemente, que nos ha informado y al que hemos tratado de informar, es ese Daniel Renoult quien vuelve a Francia y dice: «Se nos quiere desarmar del punto de vista revolucionario. Hay un absceso, es preciso que estalle

Nosotros también estamos a favor de esa decisión. Sí, ¡es preciso que el absceso estalle! Comenzamos con un absceso no muy grave, pero tampoco tan pequeño como lo veía el camarada Rappoport, con el Journal du Peuple.

Por nuestra parte dijimos: «es preciso que ese absceso estalle y tras ello veremos dónde está la enfermedad, y quién protestará, quién gritará. Entonces se discernirá el origen del absceso.»

Sin embargo, camaradas, tratamos de obtener un acuerdo enviando cartas (por el momento no sé el número, se podría establecer fácilmente) al Comité Director, con entrevistas con las delegaciones francesas. Insistimos en esta idea indiscutible: que en el partido comunista no hay lugar para un hombre como Fabre y su diario.

Nos respondieron: «Pero, ciertamente, esa es una cuestión completamente insignificante. La arreglaremos. ¡Vamos a arreglarla!»

No se ha arreglado. Y si es tan insignificante como pretende Rappoport: ¿por qué no se le ha concedido esta pequeña satisfacción a la Internacional: excluirlo?

Los elefantes de Rappoport

En un artículo aparecido hoy, Rappoport dice: «Aceptamos naturalmente la exclusión de Fabre, pero se dispara contra una mosca, y la muerte de esta mosca oportunista servirá de diversión en beneficio de algunos elefantes del oportunismo.»

Así que nosotros, pobres miembros del Ejecutivo, hemos disparado contra la mosca. Hay elefantes del oportunismo ... que serán aplastados por Rappoport ... (Risas)

Querido camarada Rappoport, ¡nómbrelos, nómbrelos! ¿Quiénes son los elefantes del oportunismo? ¡Nómbrelos!

Permitid dos minutos para que reflexione ...

(Risas y diversos movimientos)

(Interrupción) Zinóviev.- Esperamos ...

Trotsky.- Le pido a los camaradas taquígrafos que anoten la pausa porque esperamos, siempre esperamos, y no a una mosca sino a un elefante ...

Rappoport.- Estoy inscrito. Tomaré la palabra y caracterizaré a las corrientes que existen en el partido. Cuando hablo de elefantes hablo de determinadas corrientes. Es en interés de la discusión.

Trotsky.- Muy bien ...

Rappoport.- Estoy inscrito y responderé.

Trotsky.- Estoy satisfecho por el momento ...

Pero debo decir que mi experiencia política, y no solamente mi experiencia personal, me dice que siempre es mucho más difícil atacar a una mosca concreta que a elefantes que no se nombran. (Risas)

Un diario indeseable

Ahora bien, camaradas, el Journal du Peuple es un diario donde, sea dicho de pasada, participan algunos camaradas franceses que pertenecen por azar al Comité Director del partido y que todavía hoy en día pertenecen a él.

Naturalmente que, si se ve la historia humana en toda su amplitud, el Journal du Peuple no representa gran cosa. Pero hablamos de la vida del partido francés. Si se sueña con que camaradas del Comité Director, sin nombrar a los presentes, como Verfeuil, como Méric, siguieron colaborando con ese diario tras la decisión de exclusión tomada por el Ejecutivo la cosa ya se convierte en grave.

Camarada Rappoport, si incluso un miembro del Comité Director como Rappoport, que dejó de colaborar con ese diario antes que el resto, no quiere comprender toda la importancia, toda la gravedad del hecho que tras la decisión del Ejecutivo proponiendo la exclusión, prohibiendo la colaboración, haya al menos dos miembros del Comité Director que siguen colaborando con ese diario, si ese hecho no es importante, si es la mosca, yo, verdaderamente, pierdo la noción de las proporciones políticas, ya no comprendo nada.

¿Qué es importante en el partido comunista si no lo es el Comité Director que dirige al partido, el Comité Director que está compuesto de una veintena de camaradas? Ahora bien, entre ellos los hay que colaboran con el Journal du Peuple que, como decís vosotros mismos, es digno de ser excluido, sobre el que el Ejecutivo se ha pronunciado a favor de la exclusión, y sobre el que la delegación adquirió el compromiso de excluirlo. No solamente se colabora con él sino que si queréis informaros de lo que pasa en el Comité Director y en el partido (naturalmente que de la forma más desleal), leed el Journal du Peuple. Y si buscáis un desmentido en la prensa del partido, no lo encontraréis.

Si estimáis a los camaradas que colaboran con el Journal du Peuple, si los rodeáis de consideración política en el partido, todo ello se extiende también al diario puesto que éste les da una parte de su personalidad.

¿Qué agrupamientos?

Camaradas, en el diario de Fabre he leído un artículo de Raoul Verfeuil, miembro del Comité Director, en el que dice, tras la última sesión plenaria del Ejecutivo, a fines de abril:

«Frossard es el primero que no tiene miedo de plantearse la eventualidad de un agrupamiento de las fuerzas socialistas dislocadas en Tours

Ahora bien, hemos escuchado a Frossard afirmar categóricamente que eso es falso, que ni sueña con una reconstitución de la unidad del antiguo partido, con la unidad con los disidentes o con una parte de los disidentes.

Pero quien lo dice en el Journal du Peuple es el mismo Verfeuil. ¿Habéis podido leer algún desmentido en l'Humanité? A pesar de todo, los obreros quieren informarse, no solamente nosotros, comunistas de Rusia, Italia, etc ..., sino los obreros de Francia que se interesan por el Comité Director de su partido comunista, por sus líderes. No tienen otra posibilidad de informarse más que por la prensa. Me diréis (algunos camaradas han insistido mucho sobre este punto) que no se lee el Journal du Peuple. Sí, pero no hay necesidad de leer directamente el Journal du Peuple. Una noticia como esa se extiende enseguida porque que estemos orientados o no hacia la reconstitución de la unidad con los disidentes tiene cierta importancia. Y he aquí que lo dice Verfeuil. ¿Dónde? ¡En el diario de Fabre! ¡En un diario que pertenece a un miembro del partido!

Ahora camaradas representaos la mentalidad de un simple obrero abnegado, honesto. Se le dice: «En Tours cometimos un gran error. Hay que unirse a los disidentes.» Responde: «¡Decís tonterías!» Se le dice: «Pero Frossard también quiere eso. Y también Raoul Verfeuil que es quien lo escribe.» «¿Verfeuil? ¿Quién es?» «Verfeuil es un miembro del Comité Director.»

¿Es verosímil tal dialogo? ¡Es el más natural del mundo! ¡Y eso es grave!

Las tendencias en el partido

Examinemos ahora las diversas tendencias en el partido tal como se dibujan en el Comité Director y cómo se reflejan en la prensa.

Se me dirá, ya se me ha reprochado: «Sólo hace usted que citar diarios». Volveremos a hablar de eso. Sí, hago citas porque caracterizan la vida del partido.

En el Comité Director hay representantes de esta derecha, es decir del pacifismo, del reformismo y del centrismo.

Hay representantes de la izquierda, uno de ellos, el camarada Souvarine, ha hablado hoy.

Está el centro, y me sorprendo de que Rappoport, en su artículo de hoy, diga: «Trotsky insiste mucho en la alianza del ala izquierda y el centro, pero con los centristas no tenemos nada que hacer. Hay que combatirlos y no hacer alianzas con ellos.» El camarada Rappoport siempre busca el centro alrededor de él. (Risas)

(Interrupción) Rappoport.- Busco el centro para aplastarlo.

Trotsky.- Sí, sí, sí, para aplastarlo (Risas). Para aplastarlo; pero usted no lo encontrará nunca, como a sus elefantes, a sus elefantes del oportunismo. (Risas)

Hay además diferentes tendencias muy peligrosas. No las conocemos todas personalmente pero conocemos al camarada Renaud Jean que hace una gran propaganda entre los campesinos y que también es miembro del Comité Director. Debo decir a continuación, camaradas, que aprecio mucho el trabajo del camarada Renaud Jean. Pero algunos artículos de él me hacen pensar que se adentra en una vía extremadamente peligrosa. Y el resultado de vuestras últimas elecciones cantonales coincide con mis aprensiones, confirman las conclusiones que voy a hacer.

Los campesinos y el partido

El camarada Renaud Jean ha escrito contra la idea del frente único basado en la consigna: jornada de 8 horas y lucha contra la bajada de salarios. Ha escrito:

«Pero el partido comunista se basa en dos partes del proletariado, los obreros y los campesinos. La duración del trabajo o los salarios no les interesan a los campesinos. Con esa consigna no se puede hacer gran cosa en Francia. ¿Y entonces con qué? Con la propaganda antimilitarista. Los campesinos no quieren militarismo.»

Me he dicho: naturalmente, es muy comprensible que un camarada que se ocupa de la propaganda agraria exagere en cierto sentido pero así y con todo exagera ya demasiado, porque olvida, camaradas, el carácter de clase de nuestro partido. Pone al mismo nivel al proletariado y al campesinado. No olvidemos, camaradas, que los campesinos son pequeñoburgueses, a veces pequeñoburgueses desclasados, dispersos, atrasados, que tienen una mentalidad que no es la nuestra, que no es proletaria. Los campesinos pueden ser arrastrados por el proletariado en marcha hacia la victoria final. Pero solamente arrastrados.

En Rusia hay un partido que nos atacó diciendo: «Vosotros, que sólo concebís a la clase obrera como una clase industrial, vosotros sois demasiado estrechos. Desconocéis a la otra mitad, a los campesinos.» Ese es el partido de los socialistas-revolucionarios y esa es su doctrina.

Entonces lo que nos ofrece el camarada Renaud Jean es el comienzo de la línea fundamental de la doctrina de los socialistas-revolucionarios rusos. Y ya sabéis qué ha ocurrido con ellos.

Ahora bien, repito, me digo a mí mismo: «No hay que exagerar la importancia de este hecho. Sin embargo se necesitará un acto del Comité Director. Pues confío al menos en que esa no es, evidentemente, la opinión del partido.»

Más tarde leo en l'Humanité el informe de un discurso de un joven camarada, Auclair, que incluso ha sido temporalmente delegado de propaganda, es decir que no es un simple paseante, un recién llegado.

Este joven camarada ha defendido la actitud del Comité Director, la actitud del partido francés. He aquí qué ha dicho. Cito a l'Humanité:

«Auclair combate por la lucha económica de la juventud. La gente se hipnotiza, según él, con la clase obrera «en un país en el que las cuatro séptimas partes de la población están compuestas por campesinos; lo que hay que hacer en primer lugar es ganar a las capas campesinas.» Después, se levanta contra «el principio de la tesis que no ofrece más que una vuelta atrás y revela reformismo».»

Así, el reformismo es la lucha por las necesidades, por los intereses inmediatos del proletariado. Lo que hay que hacer es ganar primero a las capas campesinas.

Es la teoría de los socialistas-revolucionarios, pura y simplemente. ¡Pura y simplemente! Y en realidad, si queréis reformismo es eso.

Un peligro a combatir

Sí, en Francia hay muchos campesinos. Lo sé. No será con resoluciones como cambiaremos la situación. Pero si se quiere adaptar nuestra política a los campesinos como lo pide Renaud Jean, que rechaza la consigna del frente único porque no es apropiada para las necesidades de los campesinos, si se nos dice que primero que nada hay que apoderarse de las capas campesinas, entonces, camaradas, existe una corriente extremadamente peligrosa en Francia. Y lo más peligroso es que se presenta a esta ideología pequeñoburguesa (porque los campesinos son pequeñoburgueses agrícolas) cubriéndola con un verbalismo revolucionario.

Se dice:

«No queremos resaltar, acentuar las consignas, las reivindicaciones del proletariado, no porque nos sacrifiquemos en aras del campesinado pequeñoburgués (si se dijese eso sería completamente evidente que se traiciona al proletariado consciente o inconscientemente), sino porque las reivindicaciones inmediatas son reformismo. Ahora bien, queremos una revolución completa e integral, y para realizarla se necesita, primero que nada, a los campesinos.»

Y Frossard nos dice que las últimas elecciones cantonales en Francia confirman que hemos perdido votos obreros y que no hemos ganado votos campesinos. Precisamente este es el síntoma más peligroso de la evolución del partido.

Naturalmente, camaradas, si uno se da cuenta, si se señala a continuación tal evolución, se puede enderezar muy bien al partido, orientarlo hacia los objetivos de nuestro programa.

Pero no criticar, no resaltar toda la gravedad del problema planteado así, el problema del oportunismo campesino, es una gran omisión. El camarada Auclair, que refleja alguna cosa, porque es joven, (y los jóvenes a menudo repiten de una manera más chillona lo que la gente de más edad dice más discretamente), ataca a la Internacional de la forma más violenta. Ahora, cuando se defiende en Francia la tesis completamente revolucionaria, intransigente, se ataca siempre a la Internacional que quiere «desarmar», ¡que quiere desarmar a los campesinos franceses! (Risas)

La aplicación de las decisiones

Camaradas, ahora vamos a tomar decisiones muy importantes, la que está representada aquí es toda la Internacional, estamos aquí con una delegación francesa muy representativa.

Pero hasta el presente, cuando hemos tomado una decisión, incluso aceptada únicamente por la delegación francesa, después de eso hemos leído en la prensa comunista francesa que la decisión de la Internacional está basada en una información absolutamente incompleta e insuficiente, en trozos de artículos, etc. Esto es bastante importante como para merecer algunas pruebas.

He aquí artículos del mes de mayo, posteriores a la última sesión plenaria del Ejecutivo. He aquí lo que escribe Victor Méric, que todavía es, si no me equivoco, ¡miembro del Comité Director!

«Sólo se señalan algunas frases separadas de su contexto. ¿Y con eso fabricáis un dossier? ¿Con eso es con lo que juzga el Ejecutivo? Sé, ¡claro que sé!, que nuestros camaradas Zinóviev y Trotsky tienen otros caballos que fustigar y que no pueden entrar en todos los detalles; pero deploro la singular forma en que están informados.»

En otro artículo:

«Invito fervientemente a nuestros camaradas Trotsky y Zinóviev (si tienen un poco de tiempo libre) a leer nuestros artículos cuidadosamente de cabo a rabo, y no a contentarse con frases aisladas, con algunos despropósitos recogidos hábilmente, etc.»

Y Auclair (lo que los de más edad llaman un poco más conveniente, los más jóvenes lo gritan a pleno pulmón):

«Al camarada que le señala que la III Internacional no es la IIª, Auclair le responde que la Internacional sólo se informa a menudo a través de chismes.»

Chismes, ¿eso quiere decir cotilleo? ¿Alguna cosa parecida?

Rappoport.- (Da la palabra en ruso)

Trotsky.- Sí, cotilleos completamente insignificantes, incluso peor, calumnias.

Pues se declara que la Internacional sólo se informa a través de cotilleos.

Ahora enseguida os mostraré que aquí tengo cosas separadas, artículos de Victor Méric (Muestra documentos). Confeccioné un dossier parecido durante la última sesión del Ejecutivo. Algunos han sido lo bastante amables como para contarle a Méric que yo tenía un dossier con recortes: ¿qué quieren ustedes, tengo formas burocráticas, cuando encuentro alguna cosa interesante, la recorto, con tijeras, y después la pego. Hay gente que prende cosas con alfileres, yo pego ...

(Risas) Pero camaradas, ¿cómo proceder de otra forma?

(Interrupción) Rappoport.- Pero no tiene usted un dossier Rappoport ...

Trotsky.- Rappoport es extremadamente prudente. Cuando se produce una situación difícil está ausente por razones completamente adecuadas. (Risas).

Cómo se engaña al partido

Camaradas, se cuenta, (de todos modos es muy triste y muy serio), se le cuenta a los obreros franceses: ¿sabéis cómo se toman las decisiones en la Internacional? Alguien le ofrece a Trotsky extractos aislados sin significado alguno. Trotsky es lo bastante tonto como para aceptarlos y para citarlos ante las asambleas de la Internacional. Y la misma Internacional basa sus resoluciones en cotilleos. Y después, tenemos que sufrir y soportar las consecuencias nosotros, los comunistas franceses.

Camaradas, imaginaos por un momento a un obrero francés, simple y honesto: ¿qué va a decir? Se dirá a sí mismo: «¡Al diablo! ¿Para qué pertenecer a esa Internacional? ¿Qué motivos tenemos para pertenecer a una Internacional que decide sin pensar porque Trotsky no tiene tiempo para estudiar las cuestiones y no se ocupa de los comunistas franceses más que de pasada? Los otros miembros del Ejecutivo son tan ignorantes, y no solamente ignorantes sino que están desprovistos hasta tal punto de la más elemental conciencia comunista, de la noción del deber, del honor, que el Ejecutivo vota, sin saber de qué se trata». Quien dice eso es Victor Méric, miembro del Comité Director, y es también quien pide que se lean sus artículos de cabo a rabo.

Sin embargo, os ruego, camaradas franceses presentes aquí, que les digáis a los obreros francés que se les engaña deslealmente, que se les engaña con deshonestidad. Leemos los artículos que hay que leer, cuando tenemos alguna cosa que decir en esta asamblea, que es la más alta para todos nosotros, leemos los artículos de cabo a rabo, incluso corriendo el riesgo de no encontrar en ellos nada, como ocurre algunas veces con los artículos de Victor Méric.

Y le reprochamos a nuestros camaradas franceses que no nos defiendan, es decir que ni defiendan las decisiones de la Internacional ni a la misma Internacional. ¿l'Humanité, l'Internationale, les dicen a los obreros franceses: os engañan, os mienten, la Internacional Comunista no basa sus decisiones en cotilleos? No, no lo dicen.

La información de la Internacional

Tras ello se nos escribe, se nos dice que existe cierta corriente antimoscovita en París. ¡Por mi parte me asombro de la gran paciencia de los obreros franceses que no levantan sus puños contra Moscú! ¿Qué idea pueden tener sobre la Internacional, sobre el Ejecutivo, si se les informa así? ¿Polemiza l'Humanité con el Journal du Peuple? No, porque ese diario sólo es una mosca, no es nada. No se polemiza con ese diario, se contentan con colaborar con él. Y ese diario es la fuente de la que los obreros franceses extraen sus informaciones sobre la Internacional: pues semejantes acusaciones se extienden enseguida. Conocemos un poco la psicología, la mentalidad humana. Cuando se dice que las resoluciones se toman de acuerdo con cotilleos y eso no es desmentido por el Comité Director o por algunos miembros autorizados, esa información se extiende enseguida. ¿Se puede respirar en semejante atmósfera? No.

¿Y nuestras informaciones?

La internacional se compone de diferentes partidos dispersados por todo el globo y la topografía se opone mucho al conocimiento absoluto y completo de las cosas: pero la culpa es del mundo físico no de la III Internacional. ¡Pues bien! ¿Es posible informarse mejor de lo que lo hace la III Internacional? ¿Qué informaciones tenemos? En primer lugar tenemos los diarios. A menudo se dice, sobre todo lo dice nuestro camarada Sellier: diarios, artículos, todo eso no cuenta. Pero sin embargo son los diarios comunistas los que reflejan la vida del partido. No suficientemente, se dice. Sí. Pero si se tiene alguna experiencia de la vida política y del partido, se disciernen las relaciones entre la vida de la masa y la fisonomía de los diarios, se recomponen esas relaciones. En Francia tuvisteis a un gran sabio, Cuvier, que recompuso el esqueleto de un animal con un hueso.

Ahora bien, nosotros no tenemos solamente un hueso (el pequeño recorte). Leyendo día a día los diarios del partido se rehace al menos un poco la vida del partido, la vida de las masas. Y si los diarios están confeccionados de tal forma que no reflejan o reflejan demasiado poco la vida del partido esa es, además, una característica de la vida del partido.

Y además ¿tenemos solamente diarios? No; tenemos los informes del Comité Director, informes de los delegados franceses, informes de los delegados del Ejecutivo. En nombre del Ejecutivo hemos enviado a Humbert-Droz, Bordiga, Valetsky. También a un camarada de las juventudes, a uno joven pero muy sólido, que nos han enviado el informe sobre el Congreso de Montluí§on. ¿No hemos escuchado acaso el discurso muy hábil del camarada Frossard? ¿Acaso no hemos dialogado con el camarada Sellier? ¿Y antes con Cachin, con Renoult? ¿Es que acaso no somos accesibles a los argumentos, a los hechos? ¡Pero dádnoslos, dádnoslos! Y si a pesar de todo, a pesar de la representación permanente, a pesar de los delegados enviados a Francia, a pesar de los informes del partido, decía que si a pesar de esto esta Internacional no entiende nada, que basa sus resoluciones en cotilleos y en recortes aislados y desprovistos de sentido ¿qué nos falta por hacer? ¿De qué manera nos aconsejáis proceder estimados camaradas?

Los errores de los bolcheviques

Se dice que hemos cometido errores, sobre todo el partido ruso. «Cuando se han reconocido errores [es Verfeuil quien escribe esto] desde el punto de vista político gubernamental propiamente dicho, muy bien se puede confesar que uno se ha equivocado en determinado número de puntos en lo concerniente a la acción socialista internacional.»

Sí, pero resulta que sólo hay un partido comunista que esté en el gobierno, que esté en condiciones de cometer errores gubernamentales, y ese partido es el ruso. Pero está la Internacional entera que no es una simple fórmula, que verdaderamente está formada por partidos vivos y que luchan.

Hemos cometido errores gubernamentales, (ya lo he dicho ante el Ejecutivo), sí, muchos, y me alegraría mucho encontrar el tiempo para enumerarlos y caracterizarlos para los obreros de Europa, porque el resto de partidos mañana o pasado mañana estarán en nuestra situación y hay que hacer todo lo posible para facilitarles la tarea y darles la posibilidad de no repetir nuestros errores.

Pero, de todos modos, hay una diferencia entre los errores gubernamentales cometidos por el partido que primero se ha apoderado del poder y los errores rituales, los errores muy conocidos, errores enumerados, catalogados desde hace décadas, cometidos en el partido francés. Se conocen muy bien los errores de Renaud Jean, de Verfeuil, Pioch, Méric, igual que también el error que consiste en no señalar los errores como hace el camarada Rappoport y sus amigos. (Risas)

Esos errores son, repito, acostumbrados, muy conocidos, y no se los puede comparar con nuestros errores gubernamentales. Pero si hay errores, ¡decid cuáles, decid cuáles!

¿Quién vio claro?

Camaradas, me dirijo a los camaradas franceses, en primer lugar a Sellier que dice lealmente, y por otra parte confirma, que basamos nuestras resoluciones en diarios, artículos, etc., y en suma que no somos capaces, que no tenemos la posibilidad de extraer la vida misma del proletariado francés. Recuerdo que durante la discusión del frente único dije en mi exposición que se pueden clasificar a los partidos comunistas en tres agrupamientos: el primero incluye a los partidos sin influencia material importante, el segundo incluye a aquellos cuya influencia es preponderante, el tercero incluye a partidos intermedios.

Los delegados franceses han afirmado: en el dominio político estamos en posición de fuerza dominante, los disidentes ya no existen. Esto lo han dicho Marcel Cachin, Renoult y también el camarada Sellier.

Sin embargo, esta afirmación me ha influenciado de forma que ya no he insistido en el voto de las tesis que había preparado. Las he publicado únicamente a título personal. Me dije: hay que ser prudente, todavía no se puede proponer votar ...

(Interrupción) Rappoport.- Usted me ha reprochado hoy la prudencia ...

Trotsky.- En otra dirección, camarada, en otra dirección precisamente contraria. (Risas)

He aquí, camaradas, lo que he escrito en las tesis que ha publicado el Bulletin Communiste:

«Estos últimos [los disidentes] pueden, bajo determinadas circunstancias, ser un factor contrarrevolucionario en el interior mismo de la clase obrera, mucho más importante de lo que parece a simple vista, si sólo lo juzgamos a través de la debilidad que su organización, de la tirada y contenido ideológico del Populaire».

(No lo leo todo porque resultaría demasiado largo)

Más adelante:

«Si se considera a la organización del partido como a un ejército activo y a la masa obrera no organizada como a sus reservas, y si se admite que nuestro ejército activo es tres o cuatro veces más fuerte que el ejército activo de los disidentes, podría ocurrir que bajo determinadas circunstancias las reservas se repartiesen entre nosotros y los socialreformistas en una proporción bastante poco ventajosa para nosotros.»

Esta idea se desarrolla más adelante también:

«Los reformistas disidentes serán los agentes del bloque de izquierdas en la clase obrera. Cuanto más grande sea su éxito, menos se verá afectada la clase obrera por la idea y la práctica del frente obrero único contra la burguesía.» Etc.

Confesiones de contradictores

Si verdaderamente los juicios que expresamos aquí son tan superficiales, entonces vosotros tenéis que explicar el malentendido acaecido entre nosotros y los camaradas que combaten la idea del frente único. Hemos dicho: no hay que dejarse engañar por las apariencias; la organización de los disidentes es tres veces más débil que la nuestra porque sólo representa la debilidad, la incapacidad y los prejuicios de la clase obrera. Por ello el porcentaje de organizados con los comunistas es más grande que con los disidentes.

Estos últimos explotan la torpeza, que es inmensa en las capas profundas del pueblo oprimido, y en esa fuente de torpeza podrán beber en período electoral.

He aquí porque la idea del frente único no se caracteriza por la relación de fuerzas de las organizaciones. Es necesaria una medida de gran envergadura, de una envergadura verdaderamente histórica, para apreciar el valor.

Repito, el camarada Frossard ha reconocido aquí que sus camaradas y él no han apreciado suficientemente la fuerza aún existente de los disidentes en la masa obrera. Los disidentes han obtenido más votos que nosotros en el Norte, región obrera. Eso prueba que el argumento más importante ofrecido por los camaradas franceses contra el frente único es completamente falso; pues este era su gran argumento: no tenemos nada que hacer con los disidentes, su cantidad es despreciable.

Os habéis equivocado.

En las tesis que formulé, consultando a algunos amigos del Ejecutivo y no solamente siguiendo mi pensamiento individual, sostengo que los disidentes no son una cantidad despreciable. Cuando consulté al camarada Zinóviev, éste me dijo: «Es muy difícil afirmar que representan una fuerza real cuando los camaradas franceses lo niegan.»

Entonces no propuse las tesis. Las publiqué bajo mi propia responsabilidad en el Bulletin Communiste. Pero ahora la verdad de esas tesis ha quedado completamente demostrada por los hechos.

La disciplina

Nosotros también podemos decirles a los obreros franceses que quienes les dicen que tomamos decisiones a la ligera les engañan. Y el hecho que se hagan semejantes afirmaciones ante el proletariado francés nos explica suficientemente la indisciplina hacia la Internacional. La disciplina es una cosa bastante severa. Cuando no se está de acuerdo en casos excepcionales, uno se somete diciendo: lo que nos une es mucho más importante que lo que nos divide. Cuando no es está de acuerdo frecuentemente eso puede probar que la organización es heterogénea. Pero cuando existen divergencias y ocurre que hay camaradas que afirman que esas divergencias surgen a causa del hecho que en Moscú se hacen recortes, sin significado, sin razón de ser, que las divergencias se explican por los errores permanentes de Moscú, entonces los obreros deben decirse: «¿Entonces por qué someterse, por qué inclinarse?»

Así es como se disloca la disciplina de arriba abajo.

En la cuestión del frente único tuvimos una discusión muy amplia, aquí, en esta misma sala. Al final de esa discusión, Daniel Renoult declaró:

«Ya hemos dicho que aportamos a esta discusión un perfecto espíritu de disciplina. Tenemos el derecho y el deber de defender nuestro punto de vista, nuestra opinión, de la forma más categórica; pero somos soldados disciplinados de la Internacional y, en consecuencia, sean cuales sean las decisiones que toméis nos someteremos a ellas como nuestro deber comunista nos obliga a hacerlo.»

He ahí un lenguaje valeroso de un soldado de la revolución.

La acción de Renoult en Francia

Pero camaradas, Renoult vuelve a Francia. Cierto que puedo comprender que alguien adquiera un compromiso superficial a la ligera y que después sea incapaz de llevarlo a cabo. En ese caso se produce un error, pero eso no es siempre prueba de falta de buena voluntad. Se podría decir que ese era el caso con la exclusión de Fabre: se ha adquirido un compromiso y no se ha realizado.

Pero con el frente único hubo una discusión, una discusión apasionada, un discurso de Daniel Renoult, declaraciones muy solemnes y patéticas. «Soldados de la revolución», «deber comunista», «nos someteremos», etc. Después, toda una serie de artículos, (sólo citaré algunos tomados de l'Internationale), el diario dirigido por Daniel Renoult, encontraréis citas del Journal du Peuple (que tenía que ser excluido con la aprobación de Renoult), extractos de escritos por ejemplo por Verdier, antiguo miembro del partido que le ha dado la espalda incluso insultando al mismo tiempo a la Internacional.

Daniel Renoult se comprometió a excluir al Journal du Peuple con sus Verdier, sus Fabre y toda su pandilla. Esperando la exclusión, cita o deja citar a Verdier en su diario, cuando Verdier escribe contra l'Internationale en la cuestión del frente único.

A propósito del viaje del camarada Frossard a Berlín, el Comité Director, que no es una asamblea tumultuosa o improvisada en la calle, votó una resolución que dice: «El Comité Director, ante el telegrama invitando al ciudadano Frossard a viajar el día 5 a Berlín y el 9 de mayo a la conferencia de los nueve, decide que a título excepcional el ciudadano Frossar podrá responder a esta invitación

Se votó contra ese orden del día: Dondicol, Méric, y ... Renoult.

¿Creéis que Renoult votó contra las consignas «a título personal»? ¿Qué quiso que se someta siempre y no por excepción? En absoluto. No quiso que se someta ni incluso por excepción. No quiso que Frossard fuese a Berlín para llevar a cabo la resolución a propósito de la cual el mismo Renoult declaró: «Nos someteremos», «soldados disciplinados», «deber de comunista», etc.

¿Por qué este encarnizamiento?

Después, he aquí el debate sobre el famoso informe «moral» de Pioch en la Federación del Sena. No se trata del frente único. Pero nuestro campeón de la disciplina aparece en el congreso de la federación e invita al congreso a votar, a título de protesta, contra el frente único. Y en el momento en el que no se trata de eso sino de otra cosa.

Por otra parte, camaradas, esta no es la situación de un miembro del Comité Director, miembro de la delegación del partido en Moscú, que a su vuelta a Francia se encuentra con una mentalidad del partido contraria a la orientación de la Internacional y que dice: «No puedo hacer nada, a pesar de todo se es muy hostil a la decisión del Ejecutivo

No, el iniciador es él, es Renoult, es él quien provoca en cada ocasión una candente manifestación de odio contra los de Moscú, que basan sus resoluciones en cotilleos y que, al mismo tiempo, quieren «desarmar» al proletariado francés. ¿Por qué queremos desarmarlo? ¡Ah! Buscad la información en el Journal du Peuple. Porque los obreros franceses, a pesar de todo, buscarán una explicación. ¿Y l'Humanité acaso les ofrece esta explicación? No. ¿Quién les ofrece esta explicación? El Journal du Peuple. ¿Qué dice éste?

Dice que los bolcheviques quieren el frente único porque la situación del estado ruso es muy comprometida, porque buscan así acercarse a Vandervelde y Scheidemann que disponen de armas, de fuerzas, de finanzas, de créditos, etc. Buscan acercarse pero su artimaña no triunfará. Podría ofrecer una decena de citas en apoyo a esta tesis. Entonces digo que sobre esto existe un reparto del trabajo. Se dice:

«La Internacional toma resoluciones que no se pueden aplicar. La Internacional quiere desarmar. Renoult, soldado de la disciplina, va a la Federación del Sena y propone una protesta a título de protesta contra el frente único. Y en el Journal du Peuple se ofrece la explicación. Quien ha tenido la idea del frente único no ha sido la Internacional Comunista sino el estado ruso que, a causa de sus necesidades nacionales, ha inventado esta idea. Se ha inventado en el Comisariado de Asuntos Extranjeros para salvar la situación internacional de Rusia

Camaradas, me sorprendo de nuevo de que los obreros franceses acepten pertenecer a nuestra Internacional bajo tales condiciones. Admiro su paciencia, pero es evidente que esta paciencia tiene límites.

Una resolución del Sena

En todo esto hay lógica. No hablo de casos ocasionales, excepcionales. He aquí además una resolución, votada en el mes de mayo por la Federación del Sena, resolución elaborada en una comisión cuyos miembros son Méric, Renoult y Heine (no cito al resto, son menos conocidos). Son los representantes de tres tendencia: Méric es la derecha, suficientemente pronunciada; Renoult es el centro del Comité Director; Heine, es la llamada extrema izquierda. No olvidéis que la Federación del Sena pertenece a la extrema izquierda y que, no obstante ello, tiene ya desde hace mucho tiempo como secretario federal a Pioch, que pertenece a la extrema derecha. (Risas) Los extremos se tocan, se sabe muy bien. La resolución es la de un bloque de tres tendencias opuestas a la tendencia de izquierda, representada por Rosmer, por Amédée Dunois, por Treint y otros camaradas que han firmado otra resolución conforme con el espíritu de la Internacional.

Y he aquí la resolución de ese bloque. Desgraciadamente no puedo leerla aquí por entero. Es un gran hecho político, y si se nos dice: «¡Va! ¡Le dais demasiada importancia a las resoluciones!» Responderé:

«Camaradas, queremos cambiar el mundo, ¡queremos cambiar el mundo! La condición previa es la claridad de ideas, la claridad de la conciencia teórica y política del partido de la revolución. Si no existe esa claridad no comprendo para qué nos hemos separado de los disidentes, para qué hacemos causa común con los anarquistas.»

Esta resolución, votada por el bloque de las tres tendencias, que todas ellas se han opuesto a la Internacional Comunista, constata la crisis del partido, ligada según la resolución a las variaciones a menudo demasiado bruscas, y cuyas razones se le escapan a veces a las masas, de la táctica preconizada por el Ejecutivo de la Internacional.

Así, la crisis de reclutamiento, la crisis en general en el partido francés como, por otra parte, en otros partidos (lo que está dicho en el texto) está ligada (es decir que está causada por) a la caprichosa Internacional, a sus cambios bruscos, cuyo sentido se les escapa a las masas obreras.

Más adelante se atribuye la crisis al cambio de táctica, al frente único. Ahora bien, la crisis comenzó antes de que se desarrollase la idea del frente único. Se puede decir, por el contrario, que ha sido el frenazo del reclutamiento en el partido francés, no solamente en el partido francés sino también en otros partidos, lo que empujó a la Internacional a desarrollar la idea del frente único, ya formulada en las resoluciones del III Congreso. Porque el frente único es la posibilidad de marchar por una amplia vía política.

El federalismo parisino

A pesar de todo eso la resolución comienza responsabilizando a la Internacional Comunista de la crisis. No se buscan los motivos, por ejemplo, en la Federación del Sena. Esta Federación es una organización completamente excepcional. Está basada en el principio federativo: eso quiere decir que cada sección, sin tener en cuenta sus efectivos, está representada en el organismo central por un delegado. Existen ... (Interrupción)

Rappoport.- 85.

Sellier.- 90.

Trotsky.- Casi un centenar. El organismo dirigente cuenta con un centenar de delegados de secciones muy diferentes por su número de adherentes. Naturalmente que a las sesiones asisten unas veces una treintena de camaradas de cierta tendencia, otras veces una veintena de otra tendencia, otras, otros camaradas sin tendencia... Ninguna continuidad, ¡ninguna línea directriz! Es un caos, un desorden completo. Y cuando se les habla a los camaradas franceses del Comité Director, cuando hablé sobre él a la delegación francesa hace ahora tres meses, todo el mundo lo confesó, salvo el camarada Métayer que no quiso reconocerlo porque es partidario del sistema. Pero todos los otros están de acuerdo [con la crítica de Trotsky].

Pero en París se hace bloque, no contra la burguesía sino contra la Internacional. Esta organización perturbadora se convierte en sacrosanta. Daniel Renoult, Victor Méric y Heine, dicen:

«Esta organización, de inspiración soviética, es perfectamente legítima en un partido que se reclama de los mismos orígenes de la revolución rusa, etc.»

Soviets rusos y estatutos franceses

Igualmente, nuestro camarada Métayer nos dijo: «¡Pero, vuestra república también es federativa!» Sí, nuestra república es federativa, ¡pero no el partido! El partido es el instrumento para lograr la república federativa. ¡La sierra es cortante pero la plancha que se hace con la sierra no! El instrumento y el producto creado mediante él son dos cosas absolutamente diferentes. La Ucrania independiente, Azerbaiyán, Georgia, son independientes. Pero ¿creéis que los comunistas de esos países son independientes? Están sometidos a la misma disciplina del partido que los comunistas de Moscú. Nuestra organización está centralizada en el más alto grado. ¿Creéis que podríamos resistir sin esta centralización?

El federalismo de estado es una concesión necesaria, por una parte de cara a determinadas reivindicaciones culturales, de escuela, de lengua, y, por otra parte, de cara a los prejuicios nacionales de la pequeña burguesía tanto de la aldea como de la ciudad. Es una concesión. Podemos y estamos obligados a hacer concesiones a la pequeña burguesía en el estado, ¡pero no a hacer concesiones en nuestro partido! Nuestro partido se mantiene completamente centralizado.

Ahora bien, camaradas franceses nos dicen: «La organización federativa del Sena es una copia de la república federativa, esa institución sacrosanta». Camaradas, si encontrase un obrero francés que me hablase así yo no me callaría. Le diría: «Amigo mío, te equivocas, hay una diferencia de principios en la constitución de un partido y en la del estado, el primero debe crear al segundo.» Se lo explicaría. Pero el camarada Daniel Renoult no hace eso, y sin embargo lo entiende. Ni tampoco lo hace Víctor Méric, que debería entenderlo. Daniel Renoult ha confesado aquí: es una organización absolutamente inaceptable, impracticable, que desorganiza la vida comunista en París. Pero dice lo contrario en la resolución, y todo para hacer bloque con la derecha y la extrema izquierda contra la izquierda comunista.

A propósito de un notable artículo de Treint

La resolución dice después:

«Bajo esas condiciones es imposible que las oposiciones que existían entonces entre los revolucionarios y los reformistas puedan desparecer o incluso atenuarse. Por ello la Federación del Sena rechaza la aplicación de la táctica del frente único y condena el neoreformismo representado por determinados camaradas como una aplicación del frente único.»

Así se dice que las divergencias entre los reformistas y los revolucionarios no pueden atenuarse. Después se dice que algunos camaradas, sin nombrarlos pues aquí se imita al camarada Rappoport con sus elefantes, se dice simplemente: algunos camaradas ...

(Interrupción, ruidos)

(Interrupción) Frossard.- Si me permite una palabra, esto es en respuesta a la afirmación del camarada Treint según la cual, bajo las actuales circunstancias, la reforma es el equivalente a la revolución.

Trotsky.- He leído el artículo del camarada Treint aparecido en Correspondance Internationale sobre el frente único y os digo, camaradas, que el mejor artículo en lengua francés, hasta ese momento, es el del camarada Treint, y os aconsejo a todos que lo leáis. Naturalmente que no puede cargar con la responsabilidad de todo lo que haya podido decir o escribir el camarada Treint. Pero hablamos en este momento del frente único, y Treint ha escrito un excelente artículo que expone muy claramente la situación en Correspondance Internationale.

Conozco muy bien el procedimiento según el cual para atacar a la Internacional Comunista se escoge como diana a alguien que defienda las ideas de la Internacional. Camarada Frossard, es un procedimiento muy conocido, y demasiado practicado actualmente en Francia.

No pretendo asumir la defensa ni del camarada Souvarine por lo que dice y escribe ni del camarada Treint, ni de mí mismo, que también he cometido bastantes errores en mi vida. Por el instante se trata de una cuestión determinada muy importante: el frente único. En lugar de atacar directamente a la Internacional, se le ataca diciendo: algunos camaradas (sólo se nombra a Treint) ... nos presentan un neoreformismo bajo la forma del frente único. Ahora bien, eso no es verdad.

Más sobre el Frente Único

Auclair dice que plantear las reivindicaciones obreras es una vuelta atrás, hacia el reformismo. En primer lugar hay que ganar a las capas campesinas. Es la misma mentalidad. Estamos contra el frente único. ¿Por qué? Porque no tenemos nada que hacer con los jefes reformistas. En realidad siempre se cubre al reformismo real con una fraseología revolucionaria.

Más adelante la resolución dice:

«La Federación del Sena preconiza la creación de consejos de obreros y empleados en las fábricas, talleres, etc. De esos consejos es de donde salió la revolución proletaria en Rusia ... La unidad de la clase obrera se realizará en ellos, sobre el terreno mismo del trabajo, lejos de los jefes reformistas que no tienen acceso a ese terreno. Los comunistas y los sindicalistas revolucionarios animarán a las masas de trabajadores, como hicieron en 1905 y en 1917 los bolcheviques en los soviets rusos

¡Helo aquí! Con otras palabras, estamos en contra del frente único, en contra de la colaboración con los jefes reformistas, a favor de los soviets con el principio federativo, a favor de los soviets para animar a la gran masa, ¡siguiendo el ejemplo de los bolcheviques en los soviets!

Pero, camaradas, ¿de dónde vinieron esos soviets? ¿Los crearon los bolcheviques? Pero nosotros, en los orígenes, sólo éramos una minoría, una cantidad despreciable. Naturalmente, lanzamos la consigna de los soviets. Pero ¿Qué representábamos, qué éramos en los soviets? Se nos dejaba tomar la palabra menos fácilmente de lo que les deja el Presidente del Tribunal Revolucionario a Vandervelde y a los acusados. ¿Qué éramos en el soviet de Moscú? Un pequeño grupo de acusados. Y ¿quién lo dirigía? Los mencheviques, los socialistas revolucionarios.

Pero el soviet era la forma más adecuada del frente único en los comienzos de la revolución. Quien nos impuso esa fórmula del frente único fue la masa y la aceptamos, y no solamente la aceptamos sino que, además, nos lanzamos a esos soviets, como minoría, con la certeza de que venceríamos a nuestros adversarios. Y lo logramos.

Las masas y los jefes

Ahora bien, se nos dice: «No tenemos nada que hacer con los reformistas y sus jefes. Queremos soviets, a los que los jefes no tendrán acceso.» Pero ¿cómo? ¿Disponéis de la clase obrera enteramente? ¿Podéis prohibirles a los obreros que envíen a los soviets a los hombres en quienes ellos confían? ¿Qué quiere decir eso? No entiendo nada.

Después se dice: «Hacemos como los rusos en 1905 y en 1917». ¿Estáis en 1905 o en 1917? Creo que estáis en la época preparatoria, en el intervalo entre esos dos años, entre esas dos revoluciones. ¿En Rusia había soviets revolucionarios en ese intervalo? No. ¿Qué había?

Estaba nuestra propaganda comunista, nuestra organización, nuestra acción y nuestras tentativas de crear la unidad de acción, la unidad del frente proletario. Era nuestra preparación en la gran unidad para el momento decisivo en el que surgiesen los soviets.

¿Creéis acaso que en el momento en el que la masa reciba el empuje histórico se evitará el frente único? Se realizará, se realizará y os cogerá de improviso. Os veréis forzados a aceptarlo sin preparación.

Naturalmente que a toro pasado os adaptaréis al hecho, encontraréis vuestro camino a ese frente único: pero vale más prever, preparar y dirigir que dejarse sorprender por los acontecimientos, vale más ser los precursores de esta idea, de esta acción que sus seguidores.

Verdaderamente no se podría poner en compromiso la idea de los soviets de mejor forma que propagándola como lo hace la resolución de la Federación del Sena.

La resolución dice además que

«El partido francés siempre ha afirmado su espíritu de disciplina [naturalmente] Pero esa disciplina no debe entenderse de una forma estrecha de forma que los partidos tengan que limitarse a registrar las decisiones del Ejecutivo».

Con otras palabras, la disciplina, en general, es una cosa excelente pero en nuestra casa, no en la III Internacional donde se nos fuerza a registrar las resoluciones del Ejecutivo, tomadas, por otra parte, de acuerdo con nuestros delegados, salvo en una sola cuestión: la del frente único, decisión sobre la que, tras la discusión, ¡nuestros representantes hicieron declaración de disciplina! Y se acaba expresando una esperanza:

«[La Federación] confía que sea así, que el IV Congreso revisará las decisiones actuales de la Internacional sobre la cuestión del frente único.»

Así, está la orientación a la derecha, la de la Internacional Comunista, y la orientación a la izquierda, la de Victor Méric, ¡el colaborador de Fabre!, la del camarada Renoult, ¡que reproduce en su diarios los pasajes más instructivos del Journal du Peuple!, la del camarada Heine, ¡que quiere copiar la organización federativa de la república soviética!

Pasemos ahora a la cuestión sindical.

El partido y los sindicatos

El camarada Frossard ha realizado un pronóstico bastante optimista. Y todos nosotros, naturalmente, estamos entusiasmados con la perspectiva que se nos dibuja. Confío sinceramente en que se realizará, pero verdaderamente ese éxito es un poco sorprendente.

¿Cómo se prepara ese cambio? Los obreros no lo ven. Sin embargo, la prensa debería reflejar un poco ese proceso. ¡No se ve nada al respecto! Por mi parte he seguido los síntomas que caracterizan las relaciones entre el partido y el movimiento sindical.

Durante la conferencia del Ejecutivo Ampliado insistimos mucho en la necesidad de cambiar la actitud del partido en la cuestión sindical. Nuestros camaradas franceses dijeron: «Sí, todavía existe cierta falta de energía en la aplicación pero eso marchará mejor en el futuro.»

Después leí el artículo del camarada Frossard sobre la cuestión en el que dice:

«La política hábil y previsora de Jaurí¨s impidió que se produjese lo irreparable entre esas dos fuerzas proletarias, una política, la otra económica, tan igualmente necesarias ambas y en el fondo tan estrechamente solidarias. Creo que Longuet no nos reprochará que tomemos a cuenta nuestra la política de Jaurès.»

Camaradas, aquí hay una dirección absolutamente contraria a las resoluciones de nuestros congresos internacionales, a nuestro programa y a las resoluciones de Marsella.

Es una dirección bastante clara: la tradición jauresista. Conocemos bien las grandes cualidades, el potente genio de Jaurès. Incluso en su táctica sindical se manifiesta su gran genio pues esta táctica era completamente apropiada, completamente adecuada para la situación creada por el socialismo-reformista patriotero y nacional, por una parte, y por el sindicalismo anarquizante por la otra. Entonces no había posibilidad para nuestra táctica. El proletariado reaccionaba contra la hipocresía democrática a través del sindicalismo. El partido estaba infeudado al parlamentarismo. Entonces el partido, por la elocuente boca de Jaurès, decía: «Indulgencia para esta impaciencia del proletariado: este odio, esta obstrucción contra el partido, es un hecho históricamente dado, hay que tomarlo tal cual es, no tocarlo.»

Por otra parte, los hombres que guiaban a los elementos sindicalistas (y que se revelaron después como unos traidores, que explotaban entonces los sentimientos verdaderamente revolucionarios de la clase obrera francesa, los Jouhaux y compañía, se decían: «Estamos contra el parlamento pero puesto que los parlamentarios no pisan nuestro dominio sindical se puede dividir el trabajo, se dará cierto entendimiento tácito entre nosotros y el partido socialista parlamentario. He ahí la tradición jauresista

¿Nosotros podemos aceptarlo? ¡Jamás!

El papel del partido

Nuestro partido es la conciencia y la voluntad del proletariado en todas sus acciones, en todos los dominios. Podemos ser débiles, y eso es porque cedemos el puesto a otros, pero luchamos para arrastrar a toda la clase obrera y para conducirla en su lucha.

¿Cómo podríamos hacerlo sin presentarnos en cada arena, ante cada auditorio, con nuestra bandera, con la bandera que jamás ocultamos?

Se dice:

«Compartimos el trabajo, la organización sindical es autónoma, no está sometida a la autoridad del partido

Es muy evidente, en efecto, que, puesto que no somos la mayoría, esta organización es independiente. Pero nosotros, como partido, en nuestros agrupamientos, en los sindicatos, en el parlamento, en la prensa, en todos lugares, somos una organización de ideas, de acción centralizada, somos en todas partes el partido comunista, la voluntad de revolución comunista.

Y no comprendo de qué forma podríamos aceptar la tradición jauresista. í‰sta es absolutamente contraria a nuestro programa, a nuestra táctica. Me sorprendería pues que alcanzásemos en Saint-Etienne un resultado conforme a nuestro método bajo la influencia de una ideología contraria a ese método.

Frossard nos dice:

«Son comunistas quienes ocupan puestos responsables en el movimiento sindical gracias a su dedicación y trabajo

Lo comprendo muy bien. Todas las cartas que recibimos de Francia, cartas privadas y oficiales, presentan a los obreros franceses como los mejores elementos de la Internacional, como lo hace, por ejemplo, una carta del Congreso de la Juventud de Montluí§on. Cada partido puede envidiarle al partido francés tener a esos elementos obreros excelentes de la Juventudes o de las secciones.

Ahora bien, yo digo que, naturalmente, esos elementos en los sindicatos y otros lugares se ganan la confianza de la clase obrera. Ocupan puestos responsables. ¿Pero están guiados por el partido en su trabajo? Consideremos a las dos fracciones, la fracción Rosmer y la fracción Monmousseau. í‰sta (La Vie ouvrií¨re) tiene una larga tradición de sindicalismo anarquizante, pero a pesar de ello se acerca a nosotros. Cuenta con elementos excelentes. Rosmer salió de ese agrupamiento. Monatte se mantiene en él pero tenemos la esperanza de que en un futuro venga con nosotros. Pero los mejores adherentes de Monmousseau son en su mayor parte comunistas, miembros de nuestro partido. Tenemos entonces a los elementos comunistas, es decir los de la fracción Rosmer, que todavía es bastante débil frente a los de la fracción Monmousseau, más los comunistas anarquizantes; entonces resulta que los comunistas opuestos a la disciplina del partido son mayoría.

¿Es este un hecho comprensible?

El Congreso de Saint-Etienne

Se nos dice: «Tenéis que conocer la historia del movimiento obrero francés.» Naturalmente que tenemos que conocerla, los camaradas franceses la conocen mucho mejor que yo. Pero, con eso y todo, la conozco un poco. Comencé a mover por París con Monatte, Rosmer, etc. Aprecio mucho al agrupamiento sindicalista, conozco sus tendencias. Se formó antes de la guerra con elementos muy revolucionarios, y, por otra parte, queda de eso alguna cosa. Yo puedo gestionar la relación con ellos, el partido debe administrar su relación ellos, debe proceder con ellos muy prudentemente. Cuando se trata de sindicalistas que representan la tradición sindicalista, que tienen prejuicios contra mi partido, me acerco a ellos gradualmente, con paciencia, y no solamente, soy político pero también un poco pedagogo con ellos.

Pero hay comunistas miembros de mi partido que cambian de ideas cuando entran en los sindicatos. Se convierten en sindicalistas y adherentes a la Vie Ouvrií¨re. Y no sé si así nos ganaremos al movimiento sindical o si será éste el que se ganará a nuestro partido.

Tenemos el ejemplo de Verdier y Quinton. Cuando preguntamos: «¿Qué hacen esos Verdier y Quinton? Escriben cosas absolutamente inadmisibles», se nos responde: «Son miembros del partido.» Pero ¿en qué consiste eso? Tienen su carné del partido. Se cubrieron con la autoridad del partido comunista cuando la revolución mundial parecía inminente. Han llevado a cabo una política contraria al comunismo en los sindicatos. Tras haberse instalado en los sindicatos arrojaron su carné del partido, continúan el mismo trabajo contra el partido desembarazándose de su carné. Pero todavía están los sub-Verdier y sub-Quinton. ¿Es esto admisible, queréis acabar con ello?

Creo que hay que insistir en esta cuestión. El Congreso de Saint-Etienne se celebrará muy pronto. Habrá que hacer en él lo que se hace en todas partes en un congreso sindical. Habrá que convocar a la fracción comunista del congreso, bajo la dirección de representantes del Comité Director del partido, hacer la lista de los delegados comunistas. Quien tiene carné debe acudir a tal sala, a tal hora; el Comité Director o sus representantes establecen allí con esa fracción el programa de acción para el congreso. ¿Se hará eso en Saint-Etienne? ¿Sí o no?

Habrá que establecer el programa de acción teniendo en cuenta los prejuicios de los sindicalistas anarquizantes pero no adaptándose a la personalidad de un Verdier o un Quinton, porque los comunistas deben someterse a su partido, a sus resoluciones. Deben votar a favor de la resolución de adhesión a la Internacional Sindical Roja sin reservas.

Y pregunto: «¿el delegado en el congreso sindical, miembro del partido, que haya actuado contra las decisiones de su partido será excluido de él? ¿Sí o no? Este es el interrogante que planteo.

Nuestra conferencia, toda entera, debe plantear este interrogante, insistir en obtener una respuesta completamente clara e inscribir esa respuesta en su resolución.

El bloque de izquierdas

Pasemos al frente único. En Francia vamos hacia una época de bloque de izquierdas. Quien nos dice eso es el camarada Frossard, cosa que ahora todos reconocen. ¿Qué quiere decir una época de bloque de izquierdas?

De vez en cuando me encuentro en los diarios del partido la afirmación que la época de las ilusiones democráticas en el proletariado ya ha pasado. Es un error. El advenimiento del bloque de las izquierdas en Francia supondrá una nueva gran influencia de los prejuicios democráticos y pacifistas en las capas profundas del proletariado. Es un hecho fundamental. Nuestro movimiento está muy sacudido en la época actual. Avanza través de grandes sacudidas. Al principio de la guerra tuvisteis la época de las ilusiones patrióticas de la defensa nacional. Después el comienzo del desencanto. Después, la aurora revolucionaria de 1917. Después la victoria y sus ilusiones que influenciaron a la clase obrera en gran parte. Después un nuevo desencanto y el comienzo de una corta época de ilusiones revolucionarias. Digo ilusiones porque no había entonces concepción clara de la revolución; fue una oleada de sentimiento lo que inspiró la huelga de los ferroviarios, huelga que ni fue bien preparada ni muy conocida. Esta huelga fue la expresión de esas ilusiones revolucionarias. Y el mismo partido comunista revolucionario es el mejor producto de esa época.

Desde entonces se constata una especie de retroceso, la desilusión que fatalmente sigue a las ilusiones revolucionarias. Se creyó que la revolución estaba mucho más cerca y era más fácil. Las desilusiones que siguieron han provocado cierta pasividad.

Esta pasividad se resalta en la masa obrera de Francia, donde la presión del capital no es lo bastante grande como para provocar una fuerte reacción, donde el espíritu revolucionario dormita, donde renacen los viejos prejuicios, donde no se tiene la necesaria actividad del pensamiento para asimilar las ideas nuevas.

De ello resulta una crisis de reclutamiento.

Pero al mismo tiempo se produce un proceso molecular entre las masas, tanto en las pequeñoburguesas como en las proletarias. Es el descontento contra el bloque nacional, el deseo de un cambio, también aparece en el horizonte la idea del bloque de izquierdas. Y en tal momento ¿qué piensan los obreros?

El estado de ánimo de un obrero

Cojamos a un obrero de París que no sea comunista, que simpatice con el partido, con la revolución social y que, si mañana se levantan barricadas, puede que no sea el primero pero sí el segundo. Ese obrero se dice: «Con todo, el bloque de izquierdas es una ventaja en comparación con el bloque nacional. Los comunistas son gente excelente: cuando quieran hacer la revolución estaré junto a ellos. Pero siempre proclaman que se están preparando. A la espera de eso prefiero un cambio. Tenemos un régimen Poincaré, prefiero, junto a muchos otros, votar a favor de Herriot-Longuet, cuyos partidos constituirán un gobierno más avanzado

Ese obrero es demócrata pero su democratismo es escéptico. Es revolucionario, pero por el momento su revolucionarismo es expectante. Tiene muy buenas intenciones pero se le ha engañado, ¡se ha engañado a vuestro obrero francés! Por eso hay cenizas de escepticismo en su llama revolucionaria.

Y vosotros, comunistas franceses, decís y repetís: ¿«frente único?» No, estamos a favor de la revolución. Eso es todo. Y dejáis al obrero bajo la influencia de la idea del bloque de izquierdas.

Si le decís: «Tenemos que oponer el bloque del proletariado al bloque nacional y al bloque de izquierdas; ambos quieren un gobierno burgués, nosotros, nosotros queremos un gobierno proletario.» Si le decís: «Tú no eres comunista, la revolución no es para mañana: tratemos de constituir un gobierno obrero». ¿Con quién? «Con todas las corrientes del movimiento obrero, con los sindicatos, con la CGT, con la CGTU, con los disidentes, con todos los agrupamiento de la clase obrera»

Bloque obrero contra bloque de izquierdas

¡Vaya! ¡Qué idea reformista! ¡Qué nefasta idea! Dejar que el bloque de izquierdas se apodere del alma del proletariado francés es, evidentemente, una táctica mucho más simple de adoptar. Frossard nos dice:

«Saludamos al bloque de izquierdas porque ese bloque contendrá al partido de los disidentes que se comprometerá con ese bloque y seremos nosotros quienes le sucederemos».

Eso significa esperar la herencia del bloque de izquierdas. Es una táctica que quiere decir: «la historia hará ella sola el bloque de izquierdas, el bloque de las izquierdas comprometerá a los disidentes y mi partido recogerá la herencia.» No, esa no es nuestra política.

Para que los disidentes se comprometan en el bloque de izquierdas es necesario que tengan un mínimo de obreros con ellos al comienzo de esa experiencia. Por ello nosotros debemos oponerle a la idea del bloque de izquierdas la idea del bloque obrero. Naturalmente que se nos puede decir: «Sin jefes». Si los obreros nos dicen «¿Por qué nos proponéis el bloque con Jouhaux y Longuet? A esa gente la tiramos por la ventana», el problema está resuelto. Pero la condición previa es ganar la confianza del proletariado entero. Y lo que falta es esa condición previa.

Le decís a un obrero francés: «Marcha conmigo y no con los burgueses». Os responde: «Sí, soy un obrero, no quiero marchar con los burgueses pero confío en Jouhaux.» Tenéis que responderle: «¡Muy bien! Marcha con él pero en la vía que te propongo contra la burguesía.»

Si este obrero trata de arrastrar a Jouhaux y no lo logra, éste queda al descubierto. Así podemos ganar a la mitad, o la tercera parte, de los adherentes a Jouhaux. Lo que aumentará nuestras fuerzas será el movimiento político, la táctica de lucha y no la repetición de las mismas ideas, no el pisoteo sobre el mismo punto.

La cuestión del frente único y la idea del gobierno proletario tienen actualmente para Francia la mayor importancia. Porque vosotros todavía tenéis que vencer los prejuicios sindicalistas y anarquistas que dicen que los sindicatos son suficientes por sí mismos, que no hay necesidad de dictadura proletaria, etc. Nuestra idea de oponer a los gobiernos burgueses un gobierno obrero es una idea que puede arrastrar a los adherentes sindicalistas y anarquistas.

Para salvar al partido francés

Llego a la conclusión.

Camaradas, es preciso que comience una nueva era, una nueva época para los comunistas franceses. Se necesita un gran cambio, un cambio evidente para la clase obrera francesa, un gran cambio de ruta y métodos.

Sin ese cambio, el partido francés se verá frente a resultados desastrosos. Para mí es completamente evidente. Se llegará a nuevas sacudidas, a nuevas crisis, nuevas escisiones, y esas escisiones se escribirán para la historia en líneas que no son las más favorables para el movimiento obrero francés.

Creo que ahora se puede asegurar un gran núcleo, un núcleo verdaderamente vital del partido, su gran mayoría homogénea, si la Internacional traza ahora las líneas directrices con plena colaboración con la delegación francesa (lo que os propongo en nombre del Ejecutivo), líneas muy definidas, que se deduzcan de nuestro programa y sean apropiadas para la situación en Francia.

El mismo camarada Frossard ha dicho que hay que reclamar que el partido se ponga al trabajo, que elabore un programa absolutamente claro para el próximo congreso, que el trabajo comience desde ahora mismo para levantar ese programa apropiado a nuestra época, revolucionario pero preparatorio.

Es preciso que el partido elabore tesis tácticas que condenen implacablemente el pacifismo, el centrismo, el reformismo y la indisciplina en las formas bajo las que se manifiestan en Francia, expulsando del partido a los representantes de esas tendencias.

Es preciso que el partido cree unos estatutos que le den la Comité Director la posibilidad de dirigir, y que eliminen la posibilidad que tiene la Federación del Sena de crear una organización completamente perturbadora y contraria a los intereses del movimiento obrero.

Algunas tareas inmediatas

Es preciso que el Comité Director liquide el caso Fabre políticamente, sí, políticamente, y no como una sumisión a tal o tal otra resolución, a tal artículo de los estatutos. Políticamente, es decir que hay que explicarles a los obreros que hemos descargado un golpe contra nuestros enemigos del interior. Se nos dice que la Comisión de Conflictos se opone a la exclusión. Los estatutos no se oponen a la explicación en l'Humanité de los motivos por los que hay que expulsar a elementos como Fabre. Todavía no se ha hecho. Hay que hacerlo. Es preciso un nuevo régimen en la prensa. Se precisa una prensa verdaderamente obrera. Es preciso que sea la voz del partido la que se escuche en la prensa y no las opiniones personales, y no a los «líderes» que hablan en su propio nombre. Es preciso que un simple miembro del partido pueda escribir un artículo, sin ser líder, y sin que Victor Méric, con un espíritu de mandarín, de mandarín chino, le objete: «Tú no eres líder ...»

Es preciso que le principal artículo política no esté firmado, (lo que se puede ver en toda la prensa comunista del mundo), que sea la voz del partido, es preciso que el obrero, cuando quiera informarse del pensamiento de su partido, pueda leer artículos no firmados de los que debe ser responsable el Comité Director. Y l'Humanité tiene que representar la línea de la Internacional, reflejar el pensamiento de la Internacional. No se puede seguir tolerando que un diario del partido, como el que dirige nuestro camarada Daniel Renoult, devenga un instrumento que aleja al partido de la Internacional.

En el Congreso de Saint-Etienne se necesita una fracción comunista, dirigida por representantes del Comité Director, con un programa de acción bien definido, con una disciplina seria.

Las fracciones en el partido

Camaradas, creo que bajo esas condiciones se puede pedir que no hayan fracciones en el partido francés. Si la situación de hoy en día continúa, si el partido no encuentra en sí mismo la voluntad de excluir al órgano que es el centro de la fracción de la derecha (pues el diario de Fabre no es otra cosa más que el centro de la fracción de la derecha), el renacimiento de las fracciones es inevitable. Sin no se encuentra esa voluntad es absolutamente ineluctable que los elementos revolucionarios, fieles a la Internacional, se agrupen, tarde o temprano, alrededor del centro. Es absolutamente inevitable.

Y si se pone a la Internacional ante la necesidad, si la marcha de los acontecimientos y la pasividad por parte del partido y de nosotros mismos, de todos nosotros, produjesen la situación que la Internacional se vea, en medio o en un año, ante esa necesidad de escoger entre una derecha resuelta y una izquierda en formación (el centro se disolverá en la lucha entre las dos tendencias, ese centro que no tiene fisonomía precisa, se disolverá fatalmente), si se produjese eso, a la Internacional no le quedará otro remedio más que darle su autoridad a la izquierda. Es absolutamente ineluctable.

Camaradas, esta perspectiva me parece, nos parece a todos, nefasta y el proletariado francés merece una mejor vía para su partido. En Italia nos hemos visto ante algo parecido. Pero Italia estaba en otra situación, en una situación verdaderamente revolucionaria. Se había producido la traición súbita del partido oficial, la escisión era completamente oficial, la escisión era absolutamente inevitable. El partido comunista se formó con un tercio del antiguo partido. Ahora ha realizado grandes progresos pero el acontecimiento ha sido histórico y ha conllevado una lección para nosotros.

Francia está en una situación mucho más favorable, incluso por la lentitud de su evolución política. Se pueden extraer enseñanzas de lo que pasó en Italia. Y si nos limitamos a renovar lo que pasó en Italia, ¿para qué serviría la Internacional que debe generalizar la experiencia de un país para enriquecer a los otros?

Conclusión

Camaradas, en la vida de cada partido se producen momentos muy difíciles y una intervención en esos momentos es muy delicada. Es evidente. Personalmente era bastante optimista hace algunos meses, hace un año. Mi optimismo, y creo que aquí expreso el pensamiento de la mayoría de la Internacional, mi optimismo ha disminuido, ha disminuido porque con la táctica expectante, con la pasividad benevolente, no se ha obtenido el resultado deseable.

Por ello, con toda la cordialidad y al mismo tiempo con toda la conciencia de la importancia de la cuestión, digo que esta vez hay que entenderse con los camaradas franceses, con la delegación presente aquí, la mejor delegación que el partido francés ha podido enviarnos, hay que entenderse sobre las cuestiones más importantes, más decisivas, y redactar resoluciones completamente determinadas, hay que exigir su aplicación total e integral.

Es la propuesta que haremos a la comisión. (Aplausos)

 

 


 

 

Resolución y mensajes del Ejecutivo de junio de 1922[105]

Junio 1922

 

 

El objeto principal del próximo congreso del partido debe ser adoptar un programa, una táctica y un reglamento interno que respondan perfectamente al papel del partido en la época actual de preparación para la revolución mundial. Es necesario proceder inmediatamente a la elaboración de los proyectos correspondientes y a su publicación en los órganos no solamente del partido francés sino, también, de toda la Internacional, a fin que el pensamiento y la experiencia de todos los partidos comunistas y del Comité Ejecutivo puedan emplearse en el examen y elaboración de documentos fundamentales destinados a asegurarle al partido de la clase obrera francesa la máxima cohesión y el mayor valor combativo.

Estructura del partido. El Comité Director

La constitución de un Comité Director homogéneo, capaz de asegurar la dirección del partido de acuerdo con las decisiones de los congresos internacionales y nacionales, debe ser objeto, desde hoy mismo, de una cuidadosa preparación y, después, realización en el próximo congreso del partido.

Hay que reconocer la absoluta necesidad de que más de la mitad de los miembros del Comité Director sean obreros que hayan conservado una ligazón efectiva con las masas.

Todos los miembros del Comité Director deben consagrarse al trabajo del partido, al trabajo sindical, o ser trabajadores ligados por su oficio con la vida de la masa obrera.

Escoger a candidatos que respondan a esas condiciones, examinar su pasado y su firmeza política, por fin poner de una forma u otra a las federaciones en situación de conocerlos, he ahí la parte esencial del trabajo preparatorio que le incumbe naturalmente a todos los miembros del Comité Director actual aceptando íntegramente las resoluciones de la Internacional Comunista y decididos a asegurar su puesta en práctica por la organización.

En un Comité Director compuesto así, la mayoría de miembros realizarán la ligazón del comité con las federaciones locales, los sindicatos, la prensa, etc. Al mismo tiempo, debe designarse en el seno del Comité Director un buró político permanente que resida en París, que concentre entre sus manos toda la gestión de la acción del partido, que prepare todos los datos necesarios para permitirle al Comité Director en su conjunto tomar las decisiones más importantes y velar por la puesta en práctica de esas decisiones mediante el secretariado general del Comité Director.

Disciplina

El Comité Director debe tener derecho a expulsar del partido a tales o tales otros miembros o grupos siempre que la cosa se haya convertido en necesaria por consideraciones de orden político.

En los casos en que se reclame una investigación detallada sobre una violación de la disciplina, o sobre otros delitos o crímenes contra los intereses del partido, el Comité Director podrá llevar la cuestión a examen de la Comisión de Conflictos.

Pero todas las veces que los factores políticos de la cuestión no susciten duda y que la exclusión venga exigida por los intereses elementales del partido, el Comité Director asumirá él mismo la decisión de exclusión. Sólo se podrá recurrir esta decisión ante los congresos del partido.

La Federación del Sena

La Federación del Sena tiene una excepcional importancia en los destinos del comunismo francés y, en consecuencia, del comunismo internacional. Partiendo de esta constatación, la Internacional estima necesario invitar a los comunistas de esta federación, al igual que a los de todo el partido francés, a modificar radicalmente las bases de organización actuales de la Federación del Sena.

El principio del federalismo es completamente incompatible con los intereses reales de una organización revolucionaria. Toda referencia a la constitución federativa de la República Soviética es radicalmente errónea, estando dado que la estructura del partido comunista no puede, en ningún caso, ser identificada con la estructura del estado soviético. El partido comunista, en todas las repúblicas federadas está estrictamente centralizado. Los comunistas de Ucrania, Georgia, Azerbaiyán, etc. Están ligados a los comunistas de Moscú, Petrogrado, etc., no por los lazos del federalismo sino por el más severo centralismo democrático. Solo la unidad de esta organización centralista de la clase obrera de Rusia le ha permitido defender victoriosamente su existencia contra innumerables enemigos. La Internacional condena de la forma más categórica la aplicación de los principios del federalismo y del autonomismo en un partido revolucionario que debe ser la palanca potente de la acción revolucionaria.

Poner a la cabeza de una organización a un comité de un centenar de miembros sería privarla, de hecho, de toda dirección firme y consecuente.

De conformidad con los principios que rigen la estructura de la Internacional Comunista, debe haber a la cabeza de la Federación del Sena un comité compuesto por un pequeño número de miembros elegidos sobre la base del centralismo democrático y absolutamente responsables de la dirección política y de la organización interior de la federación.

Al mismo tiempo, estando dada la importancia excepcional indicada más arriba de la Federación del Sena, debe reconocerse como completamente indispensable que dos o tres miembros del Comité Director sean también miembros del comité del Sena (ya sea por elección al Comité Director de militantes del Sena ya sea mediante la introducción en el comité del Sena de miembros del Comité Director en virtud de una decisión especial de este último). Así se verá asegurada la necesaria ligazón entre el centro dirigente del partido y su principal federación.

Cuestión sindical

La Internacional constata el inmenso peligro causado al movimiento obrero, y en particular al movimiento sindical francés, por los elementos pequeño burgueses, individualistas, hostiles al espíritu de la disciplina proletaria y hábiles para evitar todo control de las organizaciones sobre su actividad personal. En las personas de Verdier, Quinton y resto vemos a hombres que se cubren con frases sobre la autonomía sindical para organizar pequeñas camarillas en el interior de los sindicatos, y para tratar de meter mano en la dirección del movimiento, sin darle a la clase obrera ninguna garantía orgánica no solamente de dirección justa sino, incluso, de simple fidelidad a los intereses del proletariado. Las actuaciones de esos individualistas pequeñoburgueses son mucho más peligrosas teniendo en cuenta que, como Verdier, Quinton y el resto, penetran hasta en las filas de nuestro partido, cubriéndose con su autoridad sin someterse a su control, y llevan adelante una acción profundamente desmoralizadora, oponiendo los sindicatos al partido y emponzoñando sus relaciones mutuas.

Esos elementos, explotando para sus fines propios la hospitalidad del partido, están dispuestos después a abandonar sus filas puesto que un régimen de continuación en las ideas, disciplina y responsabilidad, es decir el régimen del partido, le es intolerable al espíritu de esos cazadores furtivos del movimiento obrero.

La Internacional estima que es un absoluto deber de todos los elementos conscientes y de vanguardia de la clase obrera y, ante todo, de los órganos dirigentes del partido comunista, combatir sin piedad ese fenómeno y a sus instigadores. El partido comunista debe desembarazarse, íntegra y completamente, de los hermanos espirituales de Verdier y Quinton si todavía quedan en sus filas.

Por ello, desde el congreso de Saint-Etienne, la fracción comunista y su buró deben contribuir a descubrir y desenmascarar a los pseudocomunistas que consideran al partido y a los sindicatos como un campo libre que se ofrece a las camarillas irresponsables. Esos pseudocomunistas deben ser expulsados implacablemente de nuestras filas a fin que en el futuro ya no puedan causarle a la clase obrera el daño incalculable que le han causado en el pasado y que le causan todavía en el presente.

Estando dado que, en los sindicatos que se mantiene afiliados a la CGT, hay comunistas miembros del partido, el partido tiene el deber absoluto de conservar con esos camaradas la ligazón orgánica normal

En los sindicatos reformistas los comunistas deben organizar núcleos comunistas que funcionen regularmente y en relación estrecha con los órganos correspondientes del partido.

Sea cual sea el desarrollo de las relaciones entre la CGT y la CGTU, que es y será sostenida por el partido en su lucha contra los reformistas, los comunistas deben orientar su acción hacia la conquista desde el interior de todos los órganos de la CGT.

El Frente Único

La Internacional constata que la prensa y los órganos dirigentes del Partido Comunista Francés han informado al partido de forma completamente inexacta sobre el sentido y significado de la táctica del Frente Único. La Internacional rechaza simplemente los juicios superficiales de periodistas que quieren ver un renacimiento del reformismo allí donde no hay más que una profundización de métodos de lucha contra ese reformismo.

Representar a la Comisión de los Nueve como un órgano dirigente superior a las tres internacionales es no comprender nada del espíritu y carácter de la Internacional Comunista. Es confundir a la Internacional Comunista con las organizaciones puramente parlamentarias y reformistas en las que los delegados y los representantes se colocan por encima de la masa obrera organizada y le dictan su voluntad. Estando dado el carácter de la Internacional Comunista y el espíritu de la disciplina proletaria, los tres delegados enviados a la Comisión de los Nueve no eran más que ejecutores temporales para un objetivo definido y bajo el control absoluto de la Internacional Comunista.

La página más gloriosa de la historia del proletariado francés, la Comuna de París, no fue otra cosa más que un bloque de todas las organizaciones y tendencias de la clase obrera agrupadas contra la burguesía. Si, a pesar de la realización de ese frente único, la Comuna fue rápidamente aplastada, lo fue ante todo porque no había en el ala izquierda de ese frente una organización verdaderamente revolucionaria, disciplinada y decidida, capaz de tomar rápidamente la dirección bajo el fuego de los acontecimientos.

En ese sentido, la Comuna fue un gobierno obrero, un bloque de los partidos y agrupamientos obreros opuestos a la burguesía. En calidad de gobierno obrero, la Comuna ha sido una etapa hacia el establecimiento del régimen socialista. Al proletariado consciente de Francia le será suficiente con impregnarse con el ejemplo de la Comuna para encontrar en el pasado heroico todos los argumentos necesarios a favor de la táctica verdaderamente revolucionaria del Frente Único, con la reivindicación de un gobierno obrero que se deduce de ella.

La idea del Bloque de Izquierdas, bajo las actuales condiciones, puede seducir a un gran número de obreros políticamente poco experimentados. El Partido Comunista Francés debe considerar esta perspectiva como un peligro muy serio. En toda su propaganda cotidiana debe sistemáticamente oponerle a la idea del Bloque de las izquierdas la idea del bloque de todos los obreros contra la burguesía. Cae por su peso que en el momento de las elecciones el partido debe presentarse en todos los sitios con listas comunistas independientes. Tal es la única táctica capaz, si es aplicada con espíritu de continuidad en todos los dominios (económico, político, etc.), de reducir al mínimo el número de obreros arrastrados al círculo de la influencia del Bloque de Izquierdas y de extender la influencia del partido en los medios obreros todavía no alcanzados por él.

El régimen de la prensa

La Internacional constata en el partido francés, además de otros síntomas de crisis, el renacimiento de las fracciones.

La extrema derecha del partido, cuyo punto de concentración era le Journal du peuple, ha adquirido en el partido y en su prensa una importancia completamente desproporcionada con su valor doctrinal y político. La ausencia de medidas decisivas por parte del Comité Director contra esta derecha ha llevado fatalmente a ensayos de renacimiento de la fracción de izquierdas. La lucha entre esas dos fracciones, inevitablemente, tiene que socavar el valor combativo del partido, y puede ser en el futuro un peligro para su unidad.

La Internacional expresa su profunda convicción de que únicamente una cohesión perfecta de la aplastante mayoría del partido, contra su ínfima ala derecha, y una enérgica ejecución de todas las decisiones tomadas por la presente conferencia le quitará todo el terreno a los agrupamientos fraccionales.

Al mismo tiempo, la Internacional invita enérgicamente al ala izquierda, continuando defendiendo al mismo tiempo los principios del comunismo revolucionario, a no constituirse en fracción separada sino a ejercer su acción en el marco de las instituciones y de las organizaciones comunes del partido, y a colaborar activamente con el núcleo central del partido en todo el trabajo práctico, en particular en la lucha contra las deformaciones reformistas, pacifistas y anarcosindicalistas.

L'Internationale y su director, el camarada Daniel Renoult

El camarada Daniel Renoult, miembro del Comité Director y director del diario de la tarde L'Internationale, participó muy activamente en los trabajos de la sesión de febrero del Ejecutivo ampliado. En todas las cuestiones, salvo en la del Frente Único, el Ejecutivo obtuvo su acuerdo completo con todos los miembros de la delegación francesa, incluyendo al camarada Renoult.

En la cuestión del Frente Único, el camarada Renoult, que era ponente y que votó junto con la mayoría de la delegación francesa, declaró de la forma más categórica y solemne que los comunistas franceses, soldados fieles de la Revolución, se someterían sin reservas a la resolución tomada tras amplia y leal discusión.

Los compromisos aceptados por la delegación del Comité Director todavía no se han ejecutado, en sus partes más esenciales, a consecuencia de la poca actividad y decisión que el Comité Director ha dedicado para aplicarlos. Sin embargo, la conferencia ve la causa principal de la falta de ejecución de las decisiones tomadas, y de la tensión de las relaciones entre la Internacional y su sección francesa, en la dirección del diario L'Internationale y de su director.

En completa contradicción con los compromisos asumidos y con su promesa solemne, el camarada Daniel Renoult, en lugar de explicar las decisiones y pedir su ejecución unánime, ha entablado una campaña encarnizada contra la táctica del Frente Único y contra la política de la Internacional Comunista en general. No contento con esta polémica de prensa, el camarada Daniel Renoult, cogiendo la palabra en asambleas tan influyentes como el congreso de la Federación del Sena, ha invitado a votar demostrativamente contra la política del Frente Único.

Constatando que el camarada Daniel Renoult ha violado manifiestamente sus deberes de miembro de la Internacional Comunista y ha pisoteado los compromisos aceptados y solemnemente proclamados por él mismo, la conferencia pronuncia una reprobación contra el camarada Daniel Renoult, como delegado del partido francés en Moscú y como director de L'Internationale.

Al mismo tiempo, la Internacional invita al Comité Director, y a su secretario general, a tomar todas las medidas para que, en los meses restantes hasta el congreso del partido, el diario L'Internationale devenga un instrumento al servicio de la puesta en práctica efectiva de las decisiones de la Internacional Comunista.

El asunto Fabre

La exclusión de Fabre y de su diario es una etapa de la lucha contra este espíritu de bohemia intelectual anarco-periodística que, particularmente en Francia, va tomando sucesivamente todas las formas, todos los colores del anarquismo y del oportunismo, y acaba inevitablemente en un navajazo en la espalda de la clase obrera. Desde esta oficina han salido los Briand, los Hervé y centenares de otros. La Internacional cuenta firmemente con que el Comité Director y la prensa del partido expliquen a las masas obreras el significado político de la exclusión de Fabre. Solamente a condición de esto será una sentencia de muerte para el fabrismo del partido la medida tomada, y asegurará a la opinión comunista la elasticidad revolucionaria necesaria para que los buscadores de aventuras del periodismo sean eliminados del partido siempre y automáticamente.

El próximo congreso del partido

La preparación del próximo congreso del partido debe ser una campaña para la consolidación doctrinal y orgánica del partido francés, contra todas las tendencias del pacifismo pequeño burgués, del anarcosindicalismo, del revolucionarismo de palabra, contra las teorías que subordinan la acción del proletariado a la voluntad o a la madurez de la clase campesina y falsifican, por ello mismo, el carácter de clase del partido, etc. Estando dado que esas diversas tendencias ya han supuesto un extremo malestar en la conciencia del partido, la prensa comunista debe arrojar luz sobre todas las cuestiones llevando a la memoria de sus miembros las resoluciones correspondientes de la Internacional Comunista, en particular las veintiuna condiciones de adhesión a la Internacional. Todas las decisiones deben ser iluminadas por la experiencia del último año o ilustradas con los ejemplos de las manifestaciones literarias y políticas manifiestamente incompatibles con esas resoluciones que se han permitido diversos militantes responsables.

La fecha del congreso tendrá que ser fijada de común acuerdo entre el Comité Director y el Ejecutivo.

Manifiesto del Comité Director

Estando dada la necesidad de una modificación radical en la política interior del partido francés, resultado que sólo se puede obtener con la colaboración consciente de la enorme mayoría de sus miembros, la Internacional estima deseable que el Comité Director dirija a todo el partido un manifiesto solemne en el que exponga la naturaleza de las decisiones tomadas por la presente conferencia para abrir una nueva era en la vida del Partido Comunista Francés.

 

 


 

Carta a Treint[106]

31 de julio de 1922

Estimado camarada Treint,

Le quedo muy agradecido por su interesante carta, cuyo contenido coincide con las informaciones que tenemos aquí a través de nuestra prensa francesa, entrevistas y cartas recibidas. En Francia todavía no hemos superado todas las dificultades inherentes a la formación del partido revolucionario del proletariado. La victoria de Tours ha sido demasiado fácil. Ahora, la Historia le exige al comunismo que justifique esta victoria general y la haga fructificar en victorias parciales. Ello implica la lucha en el seno de nuestro propio partido. La lucha provoca un gasto de fuerzas, nos obliga a desviar, hasta cierto punto, nuestra atención de nuestros enemigos exteriores para centrarla en las dificultades internas, echa a perder relaciones personales y todo lo demás. Todo ello es desagradable, no puede negarse, y si uno se coloca fuera del tiempo y del espacio puede justificar amargas lamentaciones sobre las disensiones intestinas del partido, etc. Desgraciadamente, no existe ningún medio más económico para el desarrollo de un partido revolucionario, sobretodo en Francia.

A veces se oye decir que la depuración y el renacimiento del partido deben efectuarse a través de las acciones de masas y que, entonces, el mismo proceso de esta depuración devendrá menos doloroso. Esta idea esta enunciada de forma general y, por tanto, puede dar lugar a deducciones erróneas. El comunismo francés sólo puede fortalecerse como partido verdaderamente revolucionario a través de acciones de masas. Pero, por otra parte y precisamente, la situación en la que se encuentra actualmente (lucha de tendencias, insuficiencias de la dirección, indeterminación de la prensa) le impide, en gran medida, adentrarse en la vía de acciones de masas. Además hago abstracción, por el momento, de todo aquello que tiene de negativo, bajo este ángulo, la posición adoptada por el partido en la cuestión del Frente Único. Con otras palabras, la ligazón entre la situación interna del partido y la acción de masas no es mecánica sino dialéctica: una obstaculiza o facilita a la otra, y recíprocamente. Precisamente es necesario un mínimo de unidad en su conciencia y voluntad propias para que el partido pueda adentrarse en la vía de la acción de masas. Para asegurar esta unidad interna hay que gastar energías e incluso demasiadas energías. Este gasto de energía puede pensarse que es inútil, si se consideran las cosas superficialmente, pero dicho gasto será recuperado enteramente a partir de la primera prueba seria que constituirá para el partido su participación en la acción de masas. Por otra parte, esta participación de un partido más unido, más homogéneo que el partido actual, contribuirá en el futuro a aumentar su cohesión y su actividad. He ahí porque observamos desde aquí sin demasiada inquietud la lucha que se desarrolla en el interior del partido francés. Rinde testimonio, por el contrario, de una vigorosa reacción del organismo del partido contra los bacilos del centrismo, del pacifismo, del individualismo periodístico, del anarcosindicalismo, etc. De mojados, al río. Es necesario llevar la lucha hasta el final. Y será mucho menos dolorosa si los elementos revolucionarios del partido, es decir su incontestable mayoría, muestran menos indulgencia hacia los elementos individualistas de la prensa y del Parlamento que no tienen la voluntad o capacidad para devenir verdaderos revolucionarios y para someterse a la disciplina de un partido de combate.

Los resultados del congreso de Saint-Etienne constituyen incontestablemente un paso adelante. Pero hubiera perdido toda su importancia si no hubiese estado seguido, inmediatamente, de un segundo y después de un tercero. La impunidad de la que gozan las iniciativas anarcosindicalistas tomadas bajo la bandera del comunismo siempre ha estado, y todavía lo está, cargada de peligros. El partido no llegará a establecer con los sindicatos relaciones normales mientras los falsos comunistas que combaten la influencia del comunismo en el seno mismo de los sindicatos no salgan automáticamente del partido. A propósito de esto, quisiera decir algunas palabras sobre la idea completamente falsa que (sobre la base de una transmisión de mi punto de vista muy imperfecta, me parece, hecha por el camarada Frossard) ciertos camaradas franceses se han formado de mi actitud ante el grupo Monmousseau y sus resoluciones. Se ha podido creer que yo había propuesto declarar la guerra al grupo de La Vie ouvrií¨re. Esta es una interpretación errónea de mis palabras en el más alto grado. Lo que yo pedí (como, por otra parte, todos los camaradas del Ejecutivo) es que los comunistas actuasen de acuerdo a las decisiones del partido comunista. Si el partido decide votar a favor de la adhesión sin reservas a la Internacional Sindical, todo comunista que votase contra esta decisión (como, por ejemplo, la resolución Monmousseau) debería ser excluido del partido. Toda la cuestión reside en saber si, en la actual situación del partido, se puede tomar la decisión obligatoria de votar a favor de la adhesión sin reservas. El camarada Frossard ha declarado categóricamente que la correlación de fuerzas no le permite al partido tomar tal decisión. Lo que queda por hacer, entonces, es un bloque con el grupo de Monmousseau. Pero los comunistas, repito, no podrán votar a favor de la resolución de Monmousseau más que si el partido así lo ha decidido. En ese caso deben someterse igualmente no a la disciplina de la fracción Monmousseau sino a la disciplina de su partido. Si no, hay que excluirlos. Al mismo tiempo, he insistido mucho en la necesidad de marchar codo con codo con el grupo Monmousseau que representa a elementos extremadamente valiosos del movimiento obrero francés. En ello no hay, evidentemente, ninguna contradicción. Se puede y debe considerar a Monatte y Monmousseau y sus partidarios, esforzarse en llegar a un acuerdo con ellos a cualquier precio y, al mismo tiempo, excluir del partido a los comunistas que antepongan la disciplina de la fracción Monmousseau a la disciplina del partido.

Me pregunta usted cómo concebimos por aquí la coalición de izquierdas con todos los elementos revolucionarios del centro, así como la misma existencia de la izquierda. Hay que partir de los hechos. La izquierda, el centro y la derecha tienen tendencia a reunirse separadamente y así corren el riesgo, hasta cierto punto y bajo determinadas condiciones, de transformarse en fracciones cerradas. Cuando el partido es el teatro de una lucha interna, sería puro fariseísmo exigir que gente que tiene los mismos puntos de vista no se reúna, no confraternice y no examine conjuntamente la dirección a tomar. Esta posibilidad debe ser utilizada también, evidentemente, por la izquierda que se esfuerza en defender las resoluciones de la Internacional y no tiene ningún motivo para privarse de los medios de lucha de que disponen los otros agrupamientos. Sin embargo me parece que se deben observar las siguientes reglas: 1) En ningún caso la izquierda debe constituirse en fracción organizada, dicho de otra forma, debe rechazar categóricamente la idea de la escisión; 2) debe esforzarse en ganarse a todos los elementos revolucionarios del centro, sin dejarse abatir por los fracasos parciales, y defender incansablemente el Frente Único del centro y de la izquierda contra los elementos o agrupamientos anticomunistas en el seno del partido; 3) la izquierda debe establecer una distinción justa de las diferentes tendencias en el seno del partido y esforzarse en que el centro acepte esta distinción y su apreciación sobre esas tendencias.

He aquí cómo concibo esta distinción de las tendencias en la lucha interna actual en el seno del partido, y la apreciación que es posible hacer sobre ellas: a) reformistas, elementos pacifistas, partidarios del Bloque de Izquierdas, nacionalistas, elementos individualistas del Parlamento y del periodismo: combatir despiadadamente a ese grupo de intelectuales, quemar de una vez por todas al rojo vivo la úlcera del individualismo de abogaduchos y parlamentarios en el seno del partido comunista, y, por ello mismo, aumentar la estima y confianza de los obreros revolucionarios en este último; b) elementos sindicalistas, es decir obreros miembros del partido comunista pero que apoyan al mismo tiempo las tendencias de Monatte (escepticismo ante el carácter revolucionario y la esencia proletaria del partido): llevar adelante una lucha ideológica paciente y perseverante contra las tendencias anticomunistas a fin de ganar al partido comunista a todos los elementos sanos, es decir a la aplastante mayoría de ese grupo; c) elementos federalistas, extrema izquierda, etc., agrupamientos incontestablemente revolucionarios en su esencia, cuyas obscuridades y errores muy a menudo son el resultado de la juventud y falta de experiencia: ser tranquilos con ellos, emplear el método de camaradería amistosa e incluso hasta cierto punto, «pedagógica»; d) «campesinismo» (según su propia expresión): no hay dudas que si el partido permite que esta tendencia se desarrolle hasta el final de su propia lógica, de ello resultará la creación de una fracción del género de la de nuestros s.r.; la crítica ideológica aquí es absolutamente necesaria pero, evidentemente, hay que hacer todos los esfuerzos posibles para que comunistas tan valiosos y llenos de futuro como Reanud Jean no sean rechazados al campo de la derecha de la que un Renaud Jean, por su espíritu revolucionario, está infinitamente alejado.

Permítame usted, querido Camarada, acabar mi carta de la que envío copia al camarada Frossard.

Su fiel

León Trotsky

 

 


 

Carta del Comité Ejecutivo a la Federación del Sena

[Sobre el federalismo y el centralismo democrático][107]

Julio de 1922

 

 

El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista a la Federación del Sena del Partido Comunista Francés

Estimados camaradas,

La Internacional ha consagrado una importante parte de sus trabajos durante la última sesión de su Comité Ejecutivo Ampliado al estudio de la situación del partido francés y, particularmente, de su organización más importante, la Federación del Sena.

Algunos meses antes, en febrero, el Ejecutivo Ampliado ya había tratado esta cuestión, en colaboración con una importante delegación del partido francés, ya le había señalado a ésta los peligros que le hacía correr esa federación y al partido la adopción de un principio federalista en la base de la organización comunista.

La evidente persistencia de prejuicios federalista y de ausencia de todo enderezamiento que adaptase la organización comunista parisina a la estructura general de la Internacional, y de todos los partidos comunistas afiliados, le han obligado al Ejecutivo a organizar una deliberación especial sobre la Federación del Sena. De pleno acuerdo con el secretario general del partido francés y con todos los delegados franceses presentes, y tras amplias discusiones, tanto en comisión como en sesión plenaria, el Ejecutivo ha adoptado por unanimidad una resolución invitando a la Federación del Sena a constituirse según las reglas contenidas en las tesis de la Internacional sobre la estructura y organización de los partidos comunistas.

La Internacional está convencida de que verá esta resolución bien acogida por la aplastante mayoría de los camaradas franceses, iluminados tanto por las demostraciones teóricas de comunistas lúcidos como por la experiencia práctica, de la que el estado actual de la Federación del Sena confirma el significado. Hace un comentario público sobre esta resolución, en el espíritu de amistosa franqueza revolucionaria, que es regla entre comunistas internacionales, para someter su concepción a la apreciación y discusión de todos los militantes.

Las principales reglas de organización establecidas por la Internacional no son el fruto de una especulación intelectual sino las conclusiones de una experiencia de tres cuartos de siglo de lucha emancipadora del proletariado de los dos mundos. La clase obrera no ha combatido y padecido en vano franqueando las primeras etapas de la ruta revolucionaria. Tanto sus derrotas como sus victorias le han enseñado la necesidad de la cohesión en las filas proletarias combatientes, de la disciplina en la organización de clase y de la dirección única.

Por ello los congresos comunistas internacionales, condensando en tesis y resoluciones especiales la suma de conocimientos y experiencias adquiridos por los partidos obreros en todos los países, han formulado el principio del centralismo democrático como base fundamental de la organización política del proletariado. Centralismo porque es necesario asegurar la unidad de acción de todas las partes del proletariado, la simultaneidad de las acciones acometidas bajo una consigna común, lo que sólo es posible con una concentración real de la dirección en manos de órganos centrales y locales, que tengan una composición estable y firme en su línea política. Democrática porque esos órganos centrales y locales dirigentes, que pueden ser muy restringidos bajo determinadas circunstancias, son elegidos y controlados por todos los miembros del partido y son responsables ante ellos.

A veces se culpa a la concentración de la dirección de llevar al despotismo de los jefes, a la inactividad relativa de la masa y a la creación de un régimen oligárquico. Cae por su peso que, mal aplicado, el centralismo puede degenerar en oligarquismo. La falta no es achacable al centralismo sino a la aplicación errónea de sus métodos y de sus prerrogativas. En realidad, el centralismo riguroso de la organización contribuye en el más alto grado a la actividad de la masa asegurando la continuidad de una dirección política regular y estable. Decir que la clase obrera no necesita jefes es inducir a los obreros a un error. Sin una rigurosa selección de los dirigentes a escala local y nacional, sin un control permanente de la acción de los jefes, la clase obrera no obtendrá jamás la victoria. La estructura soviética en una organización de partido lleva al sistema de turnos en la dirección, al amorfismo de la dirección y a la ausencia de responsabilidad personal. Es precisamente en tal sistema donde se forman frecuentemente, en el interior del marco de la organización, grupos que no controla nadie pero que se adueñan efectivamente de la dirección, a espaldas de la masa que se deja acunar por las falsas ventajas del federalismo.

Solamente basándose en un malentendido se puede hacer mención, al respecto, al régimen federativo de la República Soviética. La República Soviética no aplica el federalismo en su organización estatal más que en tanto que le es necesario establecer la unión entre inmensos territorios poblados de razas y grupos nacionales diferentes (Blancos-rusos, ucranianos, georgianos, armenios, etc.). Es necesaria tal forma de organización por consideraciones nacionales especiales (lengua oficial, escuela nacional, etc.). Pero los revolucionarios rusos jamás han aplicado ni aplicarán jamás el principio del federalismo en la construcción del partido del proletariado. Las organizaciones comunistas ucranianas, georgianas y el resto, están encuadradas en un partido único, no sobre la base de principios federalistas sino sobre bases rigurosamente centralizadas. Y sin ese centralismo en el partido, la clase obrera rusa jamás habría podido lograr defender la República de los Soviets ni incluso fundarla mediante la conquista del poder.

Todo obrero consciente entiende que, frente a la potente burguesía, fuertemente centralizada y disciplinada, es necesario levantar una fuerza proletaria no menos centralizada y disciplinada. Por ello, quienes combaten la idea del centralismo democrático, enunciado por la Internacional, se descubren como extraños al espíritu de la parte iluminada del proletariado y perjudican inconscientemente a los intereses de la Revolución.

Los partidos comunistas no son clubs de discusión académica ni simples sociedades de propaganda: son organizaciones de combate y deben estar formados como tales. Las revoluciones obreras modernas, las trágicas luchas de los trabajadores contra la opresión capitalista, los inapreciables sacrificios de la élite proletaria, han dado inolvidables lecciones a la vanguardia combativa de la revolución social. No será la federación comunista del Sena, heredera espiritual de la Comuna de París, quien desconozca las razones esenciales del aplastamiento de la Comuna: los prejuicios democráticos pequeño burgueses y federalistas, la ausencia de una fuerza dirigente de la Revolución, coherente, disciplinada y centralizada.

La Internacional también está convencida de haber dado respuestas a las preocupaciones e intereses revolucionarios de la Federación del Sena, buscando la mejor vía de organización. Se alegra al constatar en el partido francés una gran corriente inspirada por la ideas de la Internacional y capaz de englobar, en el próximo congreso federal, a todas las fuerzas sanas de la federación.

El Ejecutivo solicita también ver en el orden del día del congreso la cuestión del artículo 9 de los estatutos internacionales[108]. La discusión que se instaure sobre ese punto permitirá arrojar plena luz sobre uno de los rasgos fundamentales que distinguen a la III Internacional de la II, una de las razones esenciales que le han valido a la Internacional Comunista la confianza de masas obreras considerables.

Como todos los partidos comunistas, la Internacional es una organización centralizada que concentra los atributos de su dirección en un Comité Ejecutivo, fortalecido con los poderes que le transmite el congreso mundial anual. Así, la Internacional Comunista, contrariamente a las otras organizaciones internacionales imbuidas de prejuicios nacionales, no es una federación de partidos nacionales independientes sino un único y gran partido comunista internacional. El incontestable derecho de la Internacional para rechazar adhesiones y excluir a adherentes es ejercido por el Comité Ejecutivo en los intervalos entre congresos mundiales: tal es el significado del artículo 9 de los estatutos.

Es decir que este artículo no ha sido improvisado como fruto de una calentura del combate, bajo el imperio de preocupaciones circunstanciales y momentáneas. Se deduce lógicamente del principio orgánico de centralización democrática y sólo podría desaparecer con la misma noción de una organización de combate, con la renuncia del proletariado a conquistar con una lucha abierta su liberación.

Cuestionar el artículo 9, o interpretarlo vaciándolo de su contenido revolucionario, es cuestionar el principio organizativo de la Internacional Comunista. Es deber y derecho de una sección nacional pedir la revisión de un principio que la experiencia haya demostrado como mal basado o desafortunado en su aplicación, y la sección francesa tiene toda la libertad para usar ese derecho en 4º Congreso Mundial. Pero la Federación del Sena entenderá que una cuestión de tal envergadura debe ser planteada en toda su amplitud y sobre su verdadero terreno si piensa que es necesario revisar la misma base de la organización internacional; si llega el caso, no planteará útilmente la cuestión tomando como pretexto un incidente de disciplina.

La Internacional ha necesitado usar el artículo 9 para excluir de sus filas al ciudadano Fabre y todos aquellos que se solidarizasen con él. En esta decisión, el Ejecutivo se ha guidado por consideraciones de utilidad revolucionaria. En un viejo país burgués y parlamentario, como es Francia, la presión de la opinión pública burguesa es particularmente poderosa. Esta opinión pública busca palancas para penetrar por los flancos del partido revolucionario, escindirlo, debilitarlo y emponzoñarlo. El órgano de Fabre es una de esas palancas de la opinión pública burguesa. Despreciar tal hecho sería, para cualquier partido revolucionario, exponerse al más gran peligro. Por ello el Comité Ejecutivo ha juzgado como su deber llamar la atención de todo el partido sobre el grupo de Fabre. Inmediatamente, los disidentes y la burguesía han hecho suya la causa de Fabre, y ello porque era la causa de la burguesía la que defendía Fabre antes en el seno del partido. El ruido hecho alrededor de Fabre le confiere una semejanza de importancia. Pero en el momento en que la burguesía vea que el partido comunista se ha desembarazado radicalmente de Fabre, éste y su órgano ya no tendrán para ella ninguna importancia, y ese grupo parasito, sin principios, estallará como una burbuja de jabón.

Así pues, el interés de la revolución exigía que Fabre y sus partidarios fuesen expulsados del partido. El interés político domina todas las consideraciones de forma, todas las consideraciones jurídicas. Cae por su peso que hay que tener en cuenta, igualmente (en segundo lugar), las consideraciones de orden formal. Pero, precisamente, el hecho que la Internacional Comunista tenga a su disposición el artículo 9 ha demostrado, en el caso presente, toda su utilidad desde el punto de vista puramente formal. El Comité Director del Partido Comunista francés, cuya gran mayoría reconocía la necesidad de la exclusión de Fabre, no tenía, sin embargo, a consecuencia de las particularidades de los estatutos del partido francés, la posibilidad de proceder a esta exclusión. La Comisión de Conflictos, cuya importancia en la organización del partido es muy grande, tiene esencialmente como tarea el examen preciso, atento e imparcial de los casos individuales concernientes a la moral y el honor de miembros aislados del partido, la violación por estos últimos, en determinados casos, de la disciplina del partido, de las reglas de camaradería comunista, etc. En el asunto de Fabre no se trataba de una investigación litigiosa y complicada sino de la apreciación política de un grupo hostil al comunismo por su espíritu todo él entero. No es, evidentemente, la Comisión de Control a quien le corresponde decidir sobre tal cuestión sino al Comité Director, órgano e instancia suprema del partido entre dos congresos. Pero, desde el momento en que el Comité Director consideraba que, a causa de los estatutos actuales, no tenía el derecho a excluir a la camarilla de Fabre, el deber del Comité Ejecutivo era aplicar el artículo 9 de los estatutos de la Internacional. La lección que se desprende de esta experiencia, en alto grado instructiva, exige no la supresión o suavización del artículo 9 de los estatutos de la Internacional sino la modificación de los estatutos del Partido Comunista francés, al Comité Director del cual hay que otorgarle el derecho integral de mantener la pureza ideológica y la disciplina del partido del proletariado.

La experiencia de todos los partidos atestigua que los elementos inestables, inseguros, semioportunistas, manifiestan ordinariamente su tendencia no a entablar una lucha abierta contra la corriente revolucionaria sino a poner obstáculos usando cuestiones secundarias de forma, cuestiones jurídicas y otras. La Federación del Sena le dará a esos elementos, inseguros e inestables, la lección que merecen ordenándoles someterse a la disciplina comunista y a participar en la lucha política implacable contra los restos del fabrismo en el partido, en lugar de apoyar indirectamente a Fabre por falaces motivos de forma.

La concentración de todos los elementos verdaderamente revolucionarios, concentración que será apoyada sin reservas por las masas obreras del partido, debe ser el programa del próximo congreso del Sena. Hay que asegurarle a la organización más importante del proletariado francés una dirección revolucionaria firme. El congreso del Sena debe ser el digno prólogo del congreso que el partido celebrará en octubre y cuya tarea será, también, concentrar a los elementos revolucionarios comunistas eliminando las tendencia centristas, pacifistas, instaurando en el partido un régimen de disciplina revolucionaria, finalizando con la lucha de fracciones en el seno del partido y asegurando una dirección política verdadera con un Comité Director homogéneo.

La formación de un partido comunista es un proceso largo y complicado, que no se realiza sin una seria autocrítica y una depuración interna. El Comité Ejecutivo no duda que la vanguardia del proletariado francés sabrá realizar con éxito esta tarea en el cumplimiento de la cual la Federación del Sena ocupará el lugar que le toca, es decir el primero.

El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista

 

 

 


 

 

 

[El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista a la Convención de París del Partido Comunista Francés][109]

13 de septiembre de 1922

 

 

Estimados camaradas,

La próxima convención del Partido Comunista Francés es de una importancia excepcional. Después de un año de profunda crisis interna que paralizó la voluntad del partido, esta convención debe ayudar al partido a encaminarse por el amplio camino de la acción revolucionaria. Para que la convención cumpla con éxito esta tarea, es necesario que todo el partido revise críticamente el camino recorrido, obtenga una concepción clara de las causas de las graves enfermedades internas que produjeron la pasividad política y, con mano firme, aplique en la convención todas las medidas necesarias para recuperar la salud del partido y revitalizarlo. Esta carta tiene como objetivo ayudar a la opinión pública del partido francés a resolver esta tarea.

1.

Causas generales de la crisis del partido

En el curso de la guerra imperialista, el socialismo y el sindicalismo franceses oficiales demostraron que estaban completamente emponzoñados por la ideología democrática y patriótica. Las columnas de l'Humanité, y de todas las demás publicaciones del partido y de los sindicatos, solían predicar a diario que se trataba de una guerra para acabar con todas las guerras, que ésta era una guerra justa, que la Entente encabezada por Francia representaba el más alto interés de la civilización, que la victoria de la Entente traería consigo una paz democrática, el desarme, la justicia social, etc. Después de que estas fantasías, envenenadas con el chauvinismo, encontraron su encarnación en la repugnante realidad de la paz de Versalles, el socialismo francés oficial llegó a un callejón sin salida. Su fraude interno quedó al descubierto cruda e irrefutablemente. Las masas se vieron presas de un pánico ideológico, los círculos principales del partido perdieron su equilibrio y confianza en sí mismos. Estas fueron las circunstancias bajo las cuales el partido pasó por su transformación en la Convención de Tours y se adhirió a la Internacional Comunista. Naturalmente, los resultados de esta convención fueron preparados por la incansable y heroica labor del Comité para la Tercera Internacional. Sin embargo, la rapidez con que se alcanzaron estos resultados sorprendió a todo el proletariado internacional de la época. La abrumadora mayoría del partido, junto con sus publicaciones más importantes, como l'Humanité, se transformaron en la sección francesa de la Internacional Comunista. Los elementos más desacreditados, cuyos intereses y pensamientos estaban ligados a la sociedad burguesa, se separaron del partido. Esta rápida transformación de un partido socialista en partido comunista, resultante de la flagrante contradicción entre la ideología del patriotismo democrático y la realidad de Versalles, inevitablemente también trajo consigo consecuencias negativas. El partido se retractó de su propio pasado, pero esto no significó en absoluto que hubiera tenido éxito, en tan breve espacio de tiempo, en examinar críticamente y asimilar los principios teóricos del comunismo y los métodos proletarios de la política revolucionaria.

Además, el movimiento revolucionario ha asumido en los últimos dos años un carácter más gradual y prolongado en Europa. La sociedad burguesa adquirió una apariencia de nuevo equilibrio. Sobre esta base se produjo un resurgimiento dentro del partido comunista de los viejos prejuicios del reformismo, del pacifismo y del democratismo a los que el partido había renunciado formalmente en Tours. De ahí la inevitable lucha interna que ha provocado la profunda crisis partidista.

Después de Tours un número considerable de sindicalistas revolucionarios se unieron al partido. En y por sí mismo esto fue un hecho muy valioso. Pero precisamente porque había una total falta de claridad en nuestro partido sobre la cuestión de las interrelaciones entre el partido y los sindicatos, los puntos de vista sindicalistas, que exigían que el partido se abstuviera de «entrometerse» en el movimiento sindical, tendían a reforzar la idea totalmente falsa de que el partido y los sindicatos constituyen dos poderes absolutamente independientes cuyo único vínculo es, en el mejor de los casos, el de neutralidad mutua y amistosa. En otras palabras, no fueron los sindicalistas revolucionarios los que fueron remodelados en la fragua del partido, sino que, por el contrario, fueron ellos quienes imprimieron al partido su sello de anarcosindicalismo, aumentando así el caos ideológico.

Podría decirse, por tanto, que la Convención de Tours sólo esbozó en líneas generales el marco general en el que continúa hasta el día de hoy el difícil proceso de regeneración democrática del partido socialista en partido comunista.

2.

Agrupaciones internas del partido

La expresión más evidente y aguda de la crisis radica en la lucha de tendencias dentro del partido. Estas tendencias, reducidas a sus agrupaciones básicas, son cuatro:

A) El ala derecha. El renacimiento y la consolidación de la derecha en el interior del partido comunista ha seguido la línea de la menor resistencia, es decir, a lo largo de la línea del pacifismo que siempre puede contar con anotarse éxitos superficiales en un país con las tradiciones de Francia, particularmente tras una guerra imperialista. El pacifismo humanitario y lacrimoso que no contiene nada de revolucionario proporciona el camuflaje más conveniente para todos los otros puntos de vista y simpatías en el espíritu del reformismo y el centrismo. El ala derecha del partido comenzó a ganar confianza y audacia en la misma medida en que el carácter prolongado de la revolución proletaria se hizo más evidente y la burguesía europea ganó más y más ascendencia sobre el aparato del estado después de la guerra; a medida que las dificultades económicas de la república soviética comenzaron a multiplicarse. Los elementos derechistas sabían y sentían que sólo podían asegurarse la influencia si la conciencia del partido permanecía sin forma y confundida. Por eso, sin ser siempre suficientemente atrevidos para atacar abiertamente al comunismo, emprendieron una lucha aún más encarnizada contra las exigencias de claridad y precisión en las ideas y la organización del partido. Bajo el lema de la «libertad de opinión», han defendido la libertad de los intelectuales pequeñoburgueses, los abogados y los grupos de periodistas, para introducir confusión y caos en el partido y, por lo tanto, paralizar su capacidad de actuar. Todos los violadores de la disciplina partidaria encontraron simpatía entre el ala derecha que nunca deja de descubrir un valor singular cada vez que un diputado o un periodista pisotea el programa, la táctica o los estatutos del partido proletario. Bajo el lema de la autonomía nacional, han lanzado una lucha contra la Internacional Comunista. En vez de luchar por tal o cual punto de vista dentro de la internacional, a la cual se han unido formalmente, la derecha ha cuestionado el derecho de la internacional a «interferir» en la vida interna de los distintos partidos. Han ido más allá. Al identificar a la internacional con Moscú, comenzaron a insinuar a los obreros franceses de forma encubierta, y por tanto más perniciosa, que tales y tales decisiones de la Internacional Comunista no eran dictadas por los intereses de la revolución mundial sino por los intereses oportunistas del estado de la Rusia soviética. Si esto fuera realmente el caso, o si el ala derecha lo creyera seriamente, tendrían el deber de lanzar una lucha irreconciliable contra los comunistas rusos, calificándolos como traidores a la causa comunista mundial y convocando a los trabajadores rusos a derrocar a tal partido. Pero el ala derecha ni siquiera soñó con tomar este camino, que es el único coherente y de principios. Se han limitado a sugerencias e insinuaciones, tratando de jugar con los sentimientos nacionalistas de un cierto sector del partido y de la clase obrera. Este coqueteo con el pseudodemocratismo («libertad de opinión») y con el nacionalismo (París versus Moscú) fue complementado por lamentaciones sobre la división con los disidentes y con la exploración del terreno para preparar la política del «bloque de izquierda». En todo su espíritu, el ala derecha es, pues, hostil al comunismo y a la revolución proletaria. El requisito elemental para la autopreservación del partido es purgar sus filas de tendencias de este tipo y de aquellos individuos transmisores de estas tendencias. Se entiende que los miembros del partido que han anunciado abiertamente su adhesión a la derecha tras la Convención de Tours no pueden ocupar puestos responsables en el Partido Comunista Francés. Esta es la primera y perfectamente clara condición para superar la crisis interna.

B) El ala izquierdista. En la parte opuesta del partido se observa la llamada extrema izquierda, en la que, bajo el radicalismo ficticio verbal, no rara vez se esconden (junto a la impaciencia revolucionaria) prejuicios puramente oportunistas sobre cuestiones tácticas y organizativas de la clase obrera. El localismo, la autonomía y el federalismo, que son completamente incompatibles con las necesidades revolucionarias de la clase obrera, encuentran sus partidarios en la llamada extrema izquierda. Desde aquí también se han presentado en ocasiones llamamientos a acciones pseudorevolucionarias, obviamente no en consonancia con la situación existente e incompatibles con las políticas realistas del comunismo. Entre la mayoría de los izquierdistas hay un material revolucionario espléndido como lo demostró la experiencia del año pasado y especialmente la experiencia de la Federación del Sena. Bajo un liderazgo correcto y firme del partido, esta mayoría se está librando de los prejuicios pseudorevolucionarios y lo hace a favor de una auténtica política comunista. Pero incuestionablemente hay dentro de esta ala representantes aislados del tipo anarco-reformista que siempre están ansiosos por hacer bloque con la derecha contra la política comunista. Un control vigilante y estricto de las actividades futuras de estos elementos es un complemento indispensable del trabajo pedagógico entre los círculos partidarios cuya inexperiencia es explotada por los anarcosindicalistas de la extrema izquierda.

C) La tendencia de izquierda. Ideológicamente, y en gran parte por su composición personal, la tendencia de izquierda representa la continuación y el desarrollo del Comité a favor de la Tercera Internacional. La tendencia de izquierda ha ejercido, indudablemente, todos los esfuerzos para traducir la política del partido en los hechos y no meramente en las palabras de acuerdo con los principios de la Internacional Comunista. Ha habido un cierto resurgimiento en la actividad del grupo de izquierda debido a la consolidación de la derecha y la política agresiva de esta última contra los principios, las políticas y la disciplina comunistas. El CEIC, que en su día había disuelto el Comité para la Tercera Internacional por la unidad del partido, tomó todas las medidas necesarias para evitar el resurgimiento de una situación fraccional, cuyo peligro quedó perfectamente demostrado desde el momento en que la derecha, en ausencia de la resistencia necesaria, se envalentonó lo suficiente como para pisotear abiertamente las ideas del comunismo y los estatutos del partido y de la internacional. El CEIC no vio, y no ve, en la actividad de la izquierda (La Gauche) ninguna indicación de que se intente crear una facción cerrada. Por el contrario, en plena armonía con las decisiones y directivas del CEIC, la tendencia de izquierda defiende la necesidad de una completa unidad y fusión de todos los elementos comunistas sinceros en la limpieza del partido de los vestigios disruptivos y corrosivos de su pasado.

D) El grupo más amplio y menos definido está constituido por el centro que refleja más claramente la evolución del partido francés, tal como se caracteriza al principio de esta carta. La rápida transición del socialismo al comunismo bajo la presión de los estados de ánimo revolucionarios entre las filas del partido ha llevado a incorporar al partido a numerosos elementos cuyo respeto por la bandera comunista es bastante sincero pero que están lejos de haber liquidado su pasado democrático parlamentario y sindicalista. Muchos de los representantes del centro creen sinceramente que la renuncia a las fórmulas más desacreditadas del parlamentarismo y el nacionalismo basta por sí sola para convertir al partido en partido comunista. A sus ojos, la cuestión se resolvió mediante la aceptación formal de las 21 condiciones en Tours. Sin ser suficientemente conscientes de la profunda regeneración interna que todavía tenía el partido ante sí antes de convertirse en líder de la revolución proletaria en la principal ciudadela de la reacción capitalista, y considerando que la Convención de Tours ya había resuelto las principales dificultades, los representantes del centro fruncieron el ceño ante el planteamiento de problemas tácticos y de organización en el partido y se inclinaron a considerar los conflictos de principios como disputas personales y clamor de círculo. La derecha, ideológicamente insignificante y desacreditada, fue capaz de levantar la cabeza sólo porque el centro, liderando el partido, no pudo contrarrestarla inmediatamente. Atrapado entre los grupos más o menos cristalizados de derecha e izquierda, el centro quedó privado de cualquier fisonomía política independiente. Los intentos de diversos representantes del centro, como el camarada Daniel Renoult, de crear una plataforma independiente dieron lugar en la práctica a su acuerdo sobre algunas cuestiones con la derecha y otras con la extrema izquierda, por lo que sólo aumentan la confusión ideológica. Es indudable que algunos representantes del centro gravitan totalmente a la derecha y siguen siendo un elemento disuasorio para el crecimiento del partido. Pero la tarea de la mayoría de los elementos principales del centro (y esperamos que cumplan con esta tarea) consiste en mantenerse firmes en las decisiones de la Internacional Comunista y en la limpieza del partido, hombro con hombro con la tendencia de izquierda, de todos aquellos elementos que en la práctica política han demostrado, están demostrando y seguirán demostrando que no pertenecen a las filas comunistas, para así fortalecer la disciplina del partido y convertir al partido en un instrumento confiable para la acción revolucionaria.

Junto a los representantes de la izquierda, que han demostrado su lealtad a la causa de la revolución proletaria en los días más difíciles, deben entrar en el comité central del partido aquellos representantes del centro que han mostrado una genuina disposición a una nueva era en la vida del partido francés.

3.

La cuestión del frente único

La cuestión del frente único surgió ante la internacional en la misma medida en que los partidos comunistas de los países más importantes pasaron del trabajo ideológico y organizativo preparatorio al camino de la acción de masas. Por las razones antes expuestas, el partido francés se vio sorprendido por la cuestión del frente único. Esto se manifestó en la adopción de decisiones incorrectas del partido sobre esta cuestión. Sin embargo, la política del frente único, llevada a cabo por un partido revolucionario centralizado homogéneo, puede y debe asumir una enorme importancia precisamente en el movimiento obrero francés.

Antes de la guerra, las relaciones sociales en Francia eran las más calmadas de toda Europa. La relativa estabilidad de la vida económica en presencia de un pequeño campesinado numéricamente grande fue la fuente del conservadurismo en la vida política, que también tuvo sus efectos sobre la clase trabajadora. En ningún otro lugar existía un reinado tan tenaz de sectas revolucionarias y pseudorevolucionarias como en el movimiento obrero francés. Cuanto más débil eran las perspectivas de la revolución social, tanto más cada agrupación, facción y secta se esforzaban por convertirse en un pequeño mundo autosuficiente y cerrado. A veces estas facciones luchaban entre sí por la influencia, al igual que los guesdeistas y los jauresistas; Otras veces delimitaron su influencia sobre el principio de no intervención, como hicieron los jauresistas y los sindicalistas. Cada pequeño grupo, especialmente su burocracia, consideraba su existencia misma como un fin en sí misma. A esto se sumaban las consideraciones siempre arribistas: la prensa se convirtió en un fin en sí misma para los periodistas al igual que los puestos parlamentarios lo eran para los diputados. Estas tradiciones y hábitos, productos de un largo pasado democrático bajo las condiciones de un medio conservador, siguen siendo muy fuertes en el movimiento obrero francés hasta el día de hoy.

El partido comunista no vio la luz para existir sólo como una facción en el proletariado junto a los disidentes, los anarcosindicalistas y los demás, sino más bien para sacudir estos grupos y facciones conservadores desde sus mismos cimientos; nació para poner de manifiesto la incompatibilidad total de dichos grupos y facciones con las necesidades y tareas de la época revolucionaria y con ello impulsó al proletariado a tomar conciencia de sí mismo como una clase cuyos sectores están dinámicamente unidos por el frente único contra la burguesía y su estado. Una organización parlamentaria socialista o una secta propagandística pueden permanecer durante décadas dentro de un mismo marco que le asegure unos pocos puestos parlamentarios o un cierto punto de venta de folletos. Pero el partido de la revolución social está obligado a aprender en la acción cómo fusionar a la mayoría de la clase obrera, aprovechando para ello toda oportunidad de acción de masas que se abra. Las agrupaciones y facciones vencidas están interesadas en preservar intactas e inmutables todas las barreras que dividen a la clase trabajadora en segmentos. Nosotros, por otro lado, tenemos un interés vital en derribar estas barreras de conservadurismo y en enseñar a la clase obrera a seguir nuestro ejemplo. Aquí está todo el sentido de la política del frente único, un significado que deriva directamente de la esencia revolucionaria socialmente de nuestro partido.

Desde este punto de vista, hablar de que debemos aceptar un frente único con las masas pero no con los líderes es pura escolástica. Esto es como decir que estamos de acuerdo en dirigir huelgas contra los capitalistas, pero nos negamos a entablar negociaciones con ellos. Es imposible conducir una huelga sin entrar en un momento determinado en negociaciones con los capitalistas o sus plenipotenciarios. Es igualmente imposible convocar a las masas organizadas a una lucha unida sin entrar en negociaciones con aquellos a quienes un sector particular de las masas ha hecho sus plenipotenciarios. Lo que se manifiesta claramente en esta intransigencia es la pasividad política, la ignorancia de la tarea más importante para la que el partido comunista fue realmente creado.

Consideramos necesario analizar aquí algunas de las objeciones al frente único que han sido planteadas recientemente, en particular por el camarada Daniel Renoult, y que se basan ostensiblemente en la experiencia de la Internacional Comunista y sus diversas secciones.

Se nos dice que el intento de convocar un congreso mundial de los trabajadores no ha sido coronado con éxito, sino que, por el contrario, ha resultado sólo en agravar la lucha de la 2ª y la 2ª y ½ internacionales contra el comunismo. Se intenta sacar la misma conclusión de la experiencia con la política del frente único en Alemania. Lo que realmente vemos allí, se nos dice, no es un frente único del proletariado, sino una confederación de los socialdemócratas e independientes contra los comunistas.

Nadie discute estos hechos. Pero pueden emplearse como argumentos contra la política del frente único sólo por aquellos que tienen la esperanza de lograr, mediante la política del frente único, un ablandamiento de los antagonismos políticos o una conversión de Ebert, Scheidemann, Vandervelde, Renaudel, Blum y Longuet en revolucionarios. Pero esas esperanzas sólo pueden ser alimentadas por los oportunistas; Y, como vemos, el punto de vista del camarada Renoult y sus correligionarios no representa la posición de los revolucionarios, sino de los oportunistas presas de la desesperación. Nuestra tarea no es en absoluto reeducar a Scheidemann, Blum, Jouhaux y compañía, sino desbaratar el conservadurismo de sus organizaciones y abrir camino a la acción de las masas. En última instancia, el partido comunista sólo puede beneficiarse de esto. Entre las masas el impulso a la unidad es grande. En cierto momento, nuestra agitación forzó incluso a la 2ª y la 2ª ½ internacionales a entablar negociaciones con nosotros para convocar un congreso unificado de trabajadores. Es absolutamente incontestable que los socialdemócratas y los independientes hicieron todo lo posible para aplastar la acción unificada y, en el proceso de la lucha sobre este eje contra los comunistas, se han atraído más mutuamente. En Alemania esto ha llevado a los preparativos para la fusión completa de estos dos partidos. Sólo aquellos que carecen completamente de la comprensión de lo complejos que son los caminos del desarrollo político de la clase obrera, pueden ver en esto el colapso de la política del frente único. La fusión de los independientes con los socialdemócratas temporalmente hará que parezca que se han fortalecido en relación con nosotros. Pero en realidad, esta fusión redundará enteramente en ventajas para nosotros. Los independientes tratarán de impedir que los socialdemócratas cumplan su papel burgués-gubernamental. Con mucho mayor éxito, los socialdemócratas evitarán que los independientes de hoy jueguen su papel de «oposición». Con la desaparición de la mancha informe constituida por los independientes, el partido comunista se presentará ante la clase obrera como única fuerza luchando contra la burguesía y convocando a la clase obrera a un frente único en esta lucha. Esto no puede dejar de cambiar la relación de fuerzas a nuestro favor. Es muy probable que poco después de que nuestra fuerza creciente se haga sentir, el Partido Socialdemócrata Unificado se vea obligado a aceptar la consigna del frente único en un momento u otro. En esta situación, los comunistas, que son los combatientes más resueltos por los intereses parciales y generales de la clase obrera, sólo pueden ganar el favor de los trabajadores. Por lo tanto, como consecuencia de esta colaboración temporal, los socialdemócratas se retirarán de los comunistas una vez más y aún más agudamente, y lanzarán una campaña aún más venenosa contra ellos. La lucha del partido comunista por la influencia en la clase obrera no procede en línea recta, sino en una complicada línea curva, cuya dirección general es hacia arriba, siempre que haya homogeneidad y disciplina en el propio partido comunista.

Los incuestionables éxitos políticos de la política del frente único ya están claros, como lo atestigua un informe de la camarada Clara Zetkin, que se adjunta a esta carta.

* * *

Algunos camaradas franceses, que incluso están dispuestos a aceptar «en principio» la táctica del frente único, la consideran inaplicable en la actualidad en Francia. Nosotros, por el contrario, afirmamos que en ningún otro país la táctica del frente único es tan impostergable e imperativa como en Francia. Esto está determinado en primera instancia por el estado del movimiento sindical francés.

La división de las organizaciones sindicales francesas llevada a cabo por Jouhaux y compañía por motivos políticos es un crimen no menos grave que la conducta de esta camarilla durante la guerra. Toda tendencia y doctrina tiene la oportunidad de crear su propia agrupación dentro de la clase obrera. Pero los sindicatos son las organizaciones básicas de la clase obrera y la unidad de las organizaciones sindicales está dictada por la necesidad de defender los intereses y derechos más elementales de las masas trabajadoras. Una división de las organizaciones sindicales por motivos políticos es simultáneamente una traición sindical así como, también, una confesión de bancarrota. Sólo aislando (a través de una escisión) a un pequeño sector de la clase obrera, alejándolo de las agrupaciones revolucionarias, Jouhaux y compañía confían en conservar un poco más de tiempo su influencia y su organización. Pero por esta misma razón los sindicatos reformistas han dejado de ser sindicatos, es decir, organizaciones de masas de los trabajadores, y se han convertido en un partido político camuflado de Jouhaux y compañía.

No hay duda de que hubo partidarios de la división también entre los anarcosindicalistas revolucionarios. Extraños a las amplias tareas de la revolución proletaria, estos elementos generalmente limitan su programa a la creación de una secta clericoanarquista, con su propia jerarquía y su propia congregación. Establecen un «pacto» que va de suyo, un acuerdo secreto por el que se comprometen a ayudarse mutuamente en la captura de puestos de dirección. Y en este sentido la división en el movimiento sindical se adapta a los negocios de estas camarillas de la mejor manera posible.

Sobre esta cuestión, nuestra posición ha sido, como sigue siendo, absolutamente intransigente. Aquí, como en todas las otras cosas, los intereses de nuestro partido coinciden con los intereses genuinos de la clase obrera que necesita sindicatos unificados y no escisiones. Naturalmente, la confederación revolucionaria del trabajo está más cerca de nosotros que la confederación reformista. Pero es nuestro deber luchar para restablecer la unidad de las organizaciones sindicales, no en el oscuro futuro, sino en este momento, para repeler la ofensiva capitalista. La división sindical es obra de la burocracia sindical criminal. Las filas de ambos grupos ni querían ni quieren dividirse. Debemos estar con las masas en contra de la divisoria y traicionera burocracia sindical.

La confederación revolucionaria de los sindicatos se hace llamar unitaria. Para los anarcosindicalistas esto es sólo una declaración hipócrita. Pero para nosotros, los comunistas, es una bandera. Tenemos la obligación, cada vez que se nos ofrece una oportunidad y sobre todo en cada oportunidad de acción de masas, de explicar que la existencia de la Confederación Revolucionaria de Sindicatos no es un fin en sí mismo sino un medio para lograr la rápida unificación posible del movimiento sindicalista revolucionario. En relación con la huelga del Havre, ¿el partido se dirigió públicamente a ambas confederaciones con una propuesta de que coordinen sus demandas para ayudar a esta huelga? No lo hizo. Y esto fue un gran error. La circunstancia de que la propia CGTU se oponía a ello, en ningún caso puede servir de coartada. Porque no estamos obligados a hacer sólo lo que la CGTU desea. Tenemos nuestros propios puntos de vista comunistas sobre las tareas de las organizaciones sindicales, y cuando una organización sindical comete un error, debemos, bajo nuestra propia responsabilidad, corregir este error abiertamente ante los ojos de las masas trabajadoras para ayudar al proletariado a evitar errores similares en el futuro. Debimos preguntar abiertamente a las dos confederaciones, ante los ojos de todo el proletariado, si estaban dispuestas a reunirse para elaborar un programa conjunto para ayudar a la huelga del Havre. Tales propuestas concretas, los programas de acción elaborados por nosotros por adelantado, deben ser incansablemente avanzadas en cada ocasión apropiada, a escala nacional o local, dependiendo del carácter de las cuestiones y el alcance del movimiento. La CGTU no puede y no podrá poner obstáculos en el camino de tal iniciativa. La CGT, con el fin de evitar que sus seguidores entren en contacto con la revolución, sigue huyendo. Tanto peor para la CGT. La política de frente único se convertirá en un ariete que romperá las últimas fortificaciones de Jouhaux y compañía.

Pero esto no es suficiente. Como partido, no podemos permanecer al margen durante eventos tan importantes como la huelga del Havre. Tampoco podemos permitir que los señores disidentes se sienten a esperar o se mantengan callados al margen. También deberíamos haber hecho una propuesta directa y pública a los disidentes para una conferencia. No existe y no puede haber un argumento racional y serio en contra de tal propuesta. Y si, bajo la influencia de la situación y bajo nuestra presión, los disidentes hubiesen dado un paso adelante en interés de la huelga, habrían hecho a los trabajadores un verdadero servicio y la mayoría de las masas trabajadoras, incluyendo aquellos que siguen a los disidentes, habrían entendido que fue nuestra presión lo que les hizo dar ese paso político. Si los disidentes se negaran, se habrían desacreditado. Por otra parte, no sólo habríamos cumplido con nuestro deber hacia una parte del proletariado comprometido en la lucha activa en ese momento, es decir, con los huelguistas del Havre, sino que, también, habríamos elevado nuestra autoridad. Sólo una propaganda incansable, persistente y flexible a favor de la unidad, basada en los hechos vivos de la acción de masas, es capaz de derribar las barreras del sectarismo y de los círculos cerrados dentro de la clase obrera, elevando su sentimiento de solidaridad de clase y, por lo tanto, incrementando necesariamente nuestra propia influencia.

Sobre la base de toda esta actividad, la consigna de un gobierno obrero, levantada a su debido tiempo, podría generar una poderosa fuerza de atracción. En un momento oportuno, preparado por los acontecimientos y por nuestra propaganda, nos dirigiremos a las masas trabajadoras que todavía rechazan la revolución y la dictadura del proletariado o que, simplemente, no han madurado suficientemente para estas cuestiones y les hablaremos como sigue: «Ahora se puede ver cómo la burguesía está restaurando su propia unidad de clase bajo el signo del Bloque de Izquierda y está preparando su propio gobierno de «izquierda», que en realidad unifica a la burguesía en su conjunto. ¿Por qué no deberíamos nosotros, los trabajadores, pertenecientes a diferentes partidos y tendencias, crear junto con los obreros no partidarios nuestro propio bloque proletario en defensa de nuestros propios intereses? ¿Y por qué no deberíamos proponer nuestro propio gobierno obrero?» Esta es una declaración natural, simple y clara sobre todo el asunto.

Pero, ¿podríamos los comunistas participar en el mismo gobierno con Renaudel, Blum y el resto?, preguntarán algunos camaradas. Bajo ciertas condiciones esto podría resultar temporalmente inevitable, al igual que los comunistas rusos estaban dispuestos, incluso después de nuestra victoria de octubre, a permitir que los mencheviques y los s-r entraran en el gobierno, y realmente atrajimos a los eseristas de izquierda. Pero, por el momento, la cuestión no se plantea, desafortunadamente, en Francia de una manera tan práctica. No se trata de la formación inmediata o inminente de un gobierno obrero con la participación de Frossard y Blum, sino de la oposición agresiva de un bloque obrero al bloque burgués. Para que los asuntos lleguen al punto de crear un gobierno obrero, primero es necesario reunir a la mayoría de la clase obrera alrededor de este eslogan. Una vez logrado esto, es decir, el momento en que los obreros disidentes y los miembros de la Confederación General del Trabajo exijan un gobierno sindical unificado, el stock de Renaudel, Blum y Jouhaux no valdría mucho, porque estos señores sólo son capaces de mantenerse mediante un compromiso marital con la burguesía, siempre y cuando la clase obrera esté dividida.

Es perfectamente evidente que una vez que la mayoría de la clase obrera francesa se una bajo la bandera de un gobierno obrero, no tendremos motivo alguno para preocuparnos por la composición de este gobierno. Un verdadero éxito de la consigna de un gobierno obrero significaría ya, en la naturaleza de las cosas, el preludio de la revolución proletaria. Esto es lo que esos camaradas no comprenden cuando abordan formalmente las consignas y las analizan con el criterio del radicalismo verbal, sin tener en cuenta los procesos que ocurren dentro de la propia clase obrera.

Proponer el programa de la revolución social y oponerla «intransigentemente» a los disidentes y a los sindicalistas-reformistas, negándose a entablar negociaciones con ellos hasta que reconozcan nuestro programa: esta es una política muy simple que no requiere ingenuidad ni energía, ni flexibilidad ni iniciativa. No es una política comunista. Los comunistas buscamos métodos y rutas para llevar política y prácticamente a la acción a las masas todavía inconscientes hasta el punto en que comiencen a plantearse la cuestión revolucionaria por sí mismas. La unificación de la vanguardia obrera bajo la bandera de la revolución social ya se ha logrado en la forma del partido comunista. Este partido debe ahora esforzarse en unificar a toda la clase obrera en el terreno de la resistencia económica al capitalismo, así como en el terreno de la resistencia política a la burguesía y su bloque gubernamental. De este modo acercaremos la revolución social y prepararemos al proletariado para la victoria.

4.

La tarea política cardinal del comunismo francés

La lucha contra el Tratado de Versalles y la atracción de las masas cada vez más amplias a esta lucha, al tiempo que las investimos con un carácter cada vez más decidido, esa la tarea política central del Partido Comunista Francés.

La burguesía francesa sólo es capaz de mantener el régimen instituido por la paz de Versalles, tan monstruosa y fatal para Europa, a través de la fuerza militar del pueblo francés y el saqueo ilimitado de Alemania. Las constantes amenazas de ocupar el territorio alemán constituyen uno de los mayores obstáculos para el crecimiento de la revolución proletaria en Alemania. Por otra parte, los recursos materiales robados al pueblo alemán sirven para reforzar la posición de la burguesía francesa, que es hoy la principal fuerza contrarrevolucionaria no sólo en Europa sino en todo el mundo.

Al mismo tiempo, es incuestionable que la burguesía francesa utiliza las reparaciones alemanas para crear una posición privilegiada en la mayor parte posible de la clase trabajadora francesa, a fin de facilitar al capitalismo francés la represión del proletariado francés en su conjunto. Hemos observado esta misma política durante décadas en Gran Bretaña, pero en una escala algo mayor. La burguesía británica, saqueando sus colonias y explotando a los países más atrasados, gastó una pequeña fracción de su botín global para crear una capa privilegiada de aristócratas obreros que ayudaron a la burguesía a explotar a las masas trabajadoras con más crueldad e impunidad. Así fue como la burocracia totalmente corrupta de los sindicatos británicos recibió su entrenamiento. Naturalmente, los esfuerzos imperialistas de la burguesía francesa llegan tardíamente en este campo como en todos los demás. El capitalismo europeo ya no está en el ciclo del crecimiento progresivo; está en el ciclo de la decadencia. Y la lucha del capitalismo francés para mantener el régimen de Versalles tiene lugar a costa de una mayor desorganización y un empobrecimiento creciente de la vida económica europea en su conjunto. Sin embargo, es perfectamente obvio que el intervalo durante el cual el capitalismo francés conservará la posibilidad de continuar su trabajo fatal depende en gran medida de cuán enérgicamente el partido comunista pueda fomentar en todo el país una lucha activa contra la paz de Versalles y su mentor, la burguesía francesa.

No hay, y no cabe duda, de que los disidentes y los sindicalistas reformistas tienen partidarios activos y conscientes entre esa pequeña parte de la clase obrera que tiene una participación directa o indirecta en el régimen de reparaciones de ladrones. La economía y la psicología de estos elementos son, esencialmente, de carácter parasitario. Los señores Blum, Jouhaux y otros son las expresiones políticas y sindicales consumadas de este espíritu parásito que une ciertos elementos entre la aristocracia obrera y la burocracia al régimen de Versalles en Europa. Estas camarillas son incapaces de llevar a cabo una lucha seria contra la hegemonía ratera existente de Francia, porque esta lucha ineludiblemente también descargaría golpes sobre ellos.

Hoy en día, la lucha por la revolución social en Francia se le presenta al proletariado sobre todo como lucha contra la hegemonía militar del capitalismo francés, como lucha contra el continuo saqueo de Alemania, como lucha contra la paz de Versalles. El carácter genuinamente internacionalista y genuinamente revolucionario del Partido Comunista Francés debe demostrarse y desarrollarse precisamente sobre esta cuestión.

Durante la guerra el carácter internacionalista del partido proletario encontró su expresión en el rechazo del principio de defensa nacional, porque en ese momento ese rechazo era de carácter dinámico, denotando la movilización de las masas trabajadoras contra la patria burguesa. En la actualidad, cuando la burguesía francesa devora y digiere un botín sin precedentes, el rechazo por parte del partido comunista del principio de la defensa nacional es en sí mismo necesario, pero es absolutamente insuficiente. La burguesía puede reconciliarse fácilmente con un antipatriotismo declamatorio hasta el estallido de una nueva guerra. Hoy, sólo una lucha contra el latrocinio fruto de la defensa nacional, una lucha contra las indemnizaciones y reparaciones, contra la paz de Versalles, puede adquirir un real y auténtico contenido revolucionario. Sólo en esta lucha podrá el partido, a la vez, probar y moderar a su membresía, despojando sin piedad a todos los elementos infectados con la plaga del parasitismo nacional, si esos elementos siguen acechando en algún rincón del partido comunista.

Sobre esta cuestión, también, su convención debe abrir una nueva era de lucha de masas revolucionaria contra Versalles y contra los partidarios de Versalles.

5.

Cuestiones de la organización

De la consideración anterior fluyen automáticamente las cuestiones de organización. Lo que se trata es de asegurarle al partido comunista su carácter de auténtica organización proletaria, íntimamente ligada a todas las formas del movimiento obrero, extendiendo sus conexiones a todas las asociaciones y agrupaciones obreras, controlando y dirigiendo en igual medida la actividad de los comunistas En el parlamento, en la prensa, en los municipios, en los consejos cantonales, en los sindicatos y en las cooperativas.

Desde este punto de vista, sin lugar a dudas, los proyectos de enmienda a los estatutos del partido y al régimen de la prensa, presentados por el comité central, representan un paso adelante. Huelga decir que estos estatutos y cambios formales de organización sólo pueden adquirir sentido si toda la actividad de los órganos de dirección del partido les corresponde en su contenido. A este respecto, la cuestión de la composición del comité central del partido reviste una importancia excepcional. En nuestra opinión, el comité central debe personificar la unificación de la izquierda y el centro contra la derecha, es decir, contra el oportunismo y a favor del centralismo, en aras de promover en las masas la actividad política revolucionaria. En segundo lugar, la mayoría del comité central debe estar compuesta por trabajadores y, además, por trabajadores íntimamente relacionados con las organizaciones sindicales. Ya se ha explicado el significado del primer criterio; sobre el segundo es necesario decir unas pocas palabras.

Asegurar los vínculos del partido con las masas significa, en primer lugar, asegurar estos lazos con los sindicatos. Es necesario, de una vez y para siempre, poner fin a la visión, fantástica y suicida desde el punto de vista de la revolución, de que el partido no tiene ningún trato en los sindicatos o en su funcionamiento. Naturalmente, una organización sindical como tal es autónoma, es decir, dirige sus propias políticas sobre la base de la democracia obrera. Pero el partido también es autónomo en el sentido de que ningún anarcosindicalista se atreve a prescribir para él qué cuestiones puede o no tocar. El partido comunista tiene no sólo el derecho sino el deber de buscar la posición de liderazgo en los sindicatos sobre la base de la confianza voluntaria de los miembros del sindicato en las consignas y tácticas del partido. Hay que poner fin definitivamente a un régimen en el que los sindicatos han sido controlados por camarillas anarcosindicalistas, mutuamente ligadas por acuerdos secretos en el espíritu del carrerismo masónico. El partido entra en los sindicatos mostrando su cara. Todos los comunistas trabajan en los sindicatos como comunistas y están obligados por la disciplina del partido en las células comunistas. En cuanto a las cuestiones relacionadas con las acciones sindicales, los comunistas se someten naturalmente a la disciplina sindical. Desde este punto de vista se da una enorme importancia a la incorporación de un gran número de activistas sindicales al personal del comité central. Asegurarán los vínculos entre el comité central y las organizaciones de masas, y, por otra parte, el comité central será para ellos la escuela más alta de la política comunista. Y nuestro partido francés está en extrema necesidad de educar a los líderes proletarios revolucionarios.

* * *

Tales son las tareas principales antes de la próxima convención del Partido Comunista Francés. La Internacional Comunista seguirá su desarrollo y resultados con la mayor atención. La actitud exigente de la internacional hacia el partido comunista de Francia es en realidad una actitud exigente hacia sí misma, en la medida en que el partido francés constituye una de sus secciones importantes. Las profundas contradicciones inherentes a la situación de la república del capitalismo francés abren ante el proletariado francés en un futuro próximo, esperamos, las posibilidades de las mayores acciones históricas. En la preparación de ellas es necesario que tengamos la actitud más vigilante y exigente hacia nosotros mismos. Esta carta está inspirada en la idea de la gran misión histórica del proletariado francés. La actitud exigente de la internacional hacia sus partidos descansa en una profunda confianza en el desarrollo revolucionario del proletariado mundial y, sobre todo, del proletariado de Francia.

El Partido Comunista Francés superará su crisis interna y alcanzará el nivel de sus tareas revolucionarias ilimitadas.

 

* * *

 

(Adjunto)

El frente único en Alemania

[extractos carta de Clara Zetkin al CEIC]

«La fusión inminente del SPD y el ISPD [Partido Socialdemócrata de Alemania y Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania] no es el producto de la política del frente unido sino una caricatura de él. La fusión se la ha impuesto a los líderes de estas dos partes la necesidad de encubrir su quiebra mediante un nuevo engaño. Teniendo en cuenta la necesidad de unir las fuerzas proletarias, una necesidad que es sentida por las masas, los líderes reformistas de ambos partidos la utilizan con un mal propósito: unirse con la burguesía contra los comunistas. Esta unificación es la consumación natural e inevitable de la sustitución por ambos de estos partidos del programa de lucha de clases por una política de «unidad nacional», una política de colaboración de clases. Toda la diferencia que queda entre ellos sólo se reduce a esto, a que los seguidores de Scheidemann han descartado la fraseología revolucionaria mientras que los seguidores de Dittman todavía recurren a ella. Entre estos dos partidos reformistas no hay diferencias de principio o tácticas, y por lo tanto nada obstaculiza su fusión. De hecho, deben fusionarse para recuperar algo de fuerza, o al menos una apariencia de fuerza. El Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) perdió el año pasado 46.000 miembros, una enorme pérdida incluso para su excelente organización. El Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania (ISPD) aún no ha hecho público su informe, pero es un secreto a voces que este partido no sabe cómo hacer frente a su déficit y que su órgano central Freiheit está por los suelos. Pero lo principal es que ambos partidos deben esforzarse en recobrar, aunque sólo parcialmente, su antigua popularidad, comprometidos por su política reformista que los ha arrojado en los abrazos de Stinnes. Y así han procedido a hacer uso malicioso de la consigna más popular entre las masas. Pero las masas pronto descubrirán cuán profunda y básica es la diferencia entre una unidad orgánica de estos dos partidos y la unificación de las masas proletarias para sus propias luchas.

Junto a esta unidad orgánica de los dos partidos reformistas, el partido comunista continúa su trabajo incesante a favor del frente único contra los dirigentes de estos partidos y contra la burocracia sindical. Los éxitos ya eran evidentes en la campaña lanzada en relación con el asesinato de Rathenau. En las provincias del Rin y Westfalia, con sus grandes centros industriales, se han organizado comités de acción en muchas ciudades y distritos, compuestos por representantes de los dos partidos reformistas, el partido comunista y los sindicatos. Bajo la presión de las masas organizadas, los dirigentes de los partidos reformistas, en particular el DAGB (Comité Ejecutivo de la Alianza Sindical Alemana), se vieron obligados a establecer relaciones con el partido comunista. A pesar de la breve duración de esta actividad conjunta, dos grandes manifestaciones se celebraron en rápida sucesión en Alemania y, gracias a estas negociaciones y manifestaciones, el partido comunista mantuvo contactos íntimos con las masas trabajadoras en áreas bastante amplias. Los comités de acción creados para desarmar a los elementos contrarrevolucionarios siguieron funcionando después de que el movimiento de protesta hubiera disminuido tan rápidamente debido a la traición de los reformistas.

La idea del frente único está de nuevo avanzando con pasos gigantescos. Se ve ayudada por la crisis actual. La lucha económica está llevando a los trabajadores y empleados a unirse y a exigir que sus representantes, en los sindicatos y en los partidos políticos, trabajen conjunta y armoniosamente. Para ilustrarlo citamos la reunión conjunta de los delegados de fábrica en Berlín. Más de 6.000 de estos delegados asistieron a pesar de la advertencia de la burocracia sindical, del ISPD y del SPD, de que era inadmisible que sus miembros asistieran a esta reunión.

Esta reunión, que fue un real acontecimiento, eligió un comité de 15 miembros para organizar una conferencia de delegados de fábricas y comercios de toda Alemania. Este comité está compuesto por miembros de todos los partidos obreros. Se compromete a convocar la convención si el Comité Ejecutivo de la Alianza Sindical no lo hace. El objetivo es establecer «Comités de Control» para supervisar la producción, distribución, precios, etc. En muchos centros industriales ya se han formado comités de control. Hay un gran número de ciudades donde los trabajadores han convocado reuniones de delegados de fábricas y comercios en las que se organizan comités que exigen el control de la producción. En todas partes los comunistas estaban a la cabeza de este movimiento cuyo objetivo es lograr la unidad en la lucha.

Ciertos elementos de nuestro partido, es cierto, mantienen puntos de vista opuestos al frente único. Sin embargo, estas opiniones están dirigidas principalmente contra los errores que se han cometido y contra la aplicación incorrecta del frente único. En el futuro habrá cada vez menos errores. El partido debe aprender a maniobrar en las nuevas condiciones y a establecer un frente común, al mismo tiempo que preserva y expresa su propia fisonomía política.»

El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista

Moscú, 13 de septiembre de 1922

 

 


 

[Del CEIC a la Convención de París del Partido Comunista Francés][110]

6 de octubre de 1922

En vísperas de la Convención de París del Partido Comunista Francés, la situación en París se ha vuelto tan complicada que el CEIC se siente obligado a recurrir a la Convención de París con el siguiente suplemento a sus documentos ya publicados:

1) El CEIC propone que la Convención de París realice una votación nominal especial sobre las 21 condiciones adoptadas por el Segundo Congreso Mundial de la Internacional Comunista. Poseer una absoluta claridad sobre esta cuestión sería lo mejor, tanto para el Partido Comunista Francés como para el Comintern en su conjunto.

Se entiende que si el Partido Comunista Francés desea proponer cualquier cambio en las condiciones del Cuarto Congreso Mundial de la Internacional Comunista, la Convención de París tiene pleno derecho de hacerlo. Cada propuesta de la Convención de París será abordada por el Cuarto Congreso Mundial con la mayor atención y cuidado.

2) Habida cuenta que la mayoría del antiguo comité central, para asombro del CEIC, no ha expulsado del partido a Verfeuil y a sus correligionarios, incluso después de sus últimas acciones anticomunistas, el CEIC está obligado de informar a la Convención de París de que ya no considera miembros del Comintern a Raoul Verfeuil y a todos los que firmaron conjuntamente con él el notorio Llamamiento al partido, comenzando por las palabras: La situación en la que el partido se encuentra...)

El contenido de esta apelación confirma por completo la declaración previa del CEIC en el sentido de que Raoul Verfeuil y sus correligionarios son encarnizados enemigos del comunismo que permanecieron en el Partido Comunista Francés solamente para socavarlo desde dentro.

Si la Convención de París no está de acuerdo con el CEIC sobre esta cuestión, será remitida para la decisión final en el Cuarto Congreso Mundial de la Comintern.

El CEIC propone una vez más que la Convención de París plantee, negro sobre blanco, todas las cuestiones más importantes que se encuentran actualmente en litigio en el partido francés. La grave lección que se le ha enseñado al Partido Socialista Italiano, que después de dos años de graves errores y vacilaciones acaba de verse obligado a reconocer la corrección de las exigencias del Comintern, no debe dejarse pasar en vano.

El Comintern confía en que la Convención de París pondrá fin a las vacilaciones y creará un verdadero partido comunista digno de dirigir al heroico proletariado de Francia.

El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista

Moscú, 6 de octubre de 1922

 

 


 

Quinto aniversario de la Revolución de Octubre y Cuarto Congreso Mundial de la Internacional Comunista.

(Discurso pronunciado ante los miembros activos de la organización del partido en Moscú)[111]

20 de octubre de 1922

Camaradas, el Cuarto Congreso Mundial de la Internacional Comunista se reunirá durante un jubileo para el poder soviético, su quinto aniversario. Mi informe estará dedicado a estos dos eventos. Por supuesto, el jubileo es puramente formal con una fecha en el calendario, pero los eventos no están regulados por el calendario. El quinto aniversario del poder soviético no representa ningún período histórico acabado, tanto menos porque en nuestra época revolucionaria todo está en proceso de cambio, todo está en flujo, todo está aún lejos de ser estático, y no se alcanzarán las formas terminadas pronto. Sin embargo, es muy natural que todo individuo pensante, sobre todo comunista, se esfuerce por comprender lo que ha sucedido y analizar la situación tal como se configura en cita formal con el calendario, en el quinto aniversario del poder soviético y, por lo tanto, también con ocasión del Cuarto Congreso Mundial de la Internacional Comunista.

La enredada maraña de las contradicciones capitalistas se está desenredando, comenzando por Rusia

Hace dos días asistí a una reunión de la célula de partido en la antigua planta de Bromley. Uno de los compañeros, un miembro de la célula, planteó lo siguiente: ¿en qué país sería la revolución proletaria más ventajosa desde el punto de vista de los intereses comunistas? Después de un momento de reflexión, le respondí que, tomándolo tan abstractamente, habría que decir que una revolución en los Estados Unidos sería la más ventajosa. La razón de esto es bastante fácil de entender. Este país es el más independiente del mundo desde el punto de vista económico. Su agricultura e industria están tan equilibradas que permiten al país mantener, en caso, digamos, de un salvaje bloqueo, una existencia totalmente independiente. Además es el país más rico del mundo, disponiendo de la tecnología industrial más avanzada, poseyendo aproximadamente la mitad, tal vez un poco menos, de la reserva de oro comprobada. Es un país que concentra en sus manos la mitad más grande de la producción mundial en las ramas más importantes. Naturalmente, si el proletariado de este país tomara el poder en sus manos, tendría fundamentos materiales insuperables y premisas organizacionales y técnicas para la construcción socialista. El siguiente país en orden es Gran Bretaña, mientras que Rusia vendría en esta lista si no la última en la serie (porque existe Asia y está ífrica) en todo caso muy abajo, hacia el final de la lista de países de Europa. Sin embargo, la historia, como ustedes saben, está desentrañando esta madeja enmarañada desde el extremo opuesto, es decir, desde el extremo donde se encuentra Rusia, un país que, en el sentido cultural y económico, es el más atrasado entre los principales países capitalistas. Es extremadamente dependiente en el sentido económico y tecnológico, y que, además, está completamente arruinado a causa de la guerra. Y si nos preguntamos hoy cuáles son las premisas políticas de la revolución proletaria en los Estados Unidos, naturalmente se puede admitir un posible curso de acontecimientos que aceleren extraordinariamente la conquista del poder por parte del proletariado norteamericano. Pero si tomamos la situación actual, debemos decir que en este país capitalista, líder más fuerte, más grande y decisivo, las premisas políticas, es decir, premisas en el plano de la creación de organizaciones sistemáticas de partidos y clases, son las menos preparadas. Se podría dedicar todo un informe para explicar por qué la historia comenzó a desentrañar el enredo en un país tan débil y atrasado en el sentido económico como el nuestro, pero en ese caso no podría hablar ni del Cuarto Congreso Mundial ni del Quinto Aniversario del Poder Soviético. Basta ahora con saber que nos hemos visto obligados, durante estos cinco años, a proseguir el trabajo de construcción socialista en el país económicamente más atrasado, mientras que el capitalismo, mortalmente hostil a nosotros, se ha mantenido en países burgueses muy superiores a nosotros económicamente. Este es el hecho fundamental, y de él, naturalmente, se derivó la temible intensidad de nuestra guerra civil.

La lección fundamental de la revolución rusa

Aquí, si queremos sacar nuestra conclusión fundamental, debemos decir en alabanza a nuestro partido que ha dado un ejemplo colosal para el proletariado de todos los países de cómo luchar por el poder y de cómo, después de conquistarlo, defender este poder mediante las medidas más resueltas, aplicando siempre que sea necesario los métodos de dictadura crueles e implacables, sin vacilar ante ninguna medida decisiva para atropellar la hipocresía burguesa, cuando está en juego la obtención del poder estatal por parte del proletariado revolucionario. Y ese libro de texto de la revolución rusa, que debería ser escrito, los trabajadores de todos los países lo estudiarán en los próximos años o quizás décadas, porque es imposible decir cuánto tiempo durará la revolución proletaria desde su comienzo hasta la conclusión: se trata de una época histórica completa. Si cometimos o no errores durante la guerra civil (y por supuesto que hubo errores), sin embargo hicimos en conjunto la parte más clásica de nuestra obra revolucionaria. Hemos hablado más de una vez de los errores que condicionaron nuestra necesidad de retroceso en la esfera económica, un retiro importante que se conoce entre nosotros como la NEP (Nueva Política Económica). El hecho de que marcháramos al principio por un camino determinado, y luego nos retiráramos y ahora estemos fortificándonos en ciertas posiciones, tiende a interrumpir en extremo la perspectiva no sólo entre nuestros enemigos sino también entre muchos de nuestros amigos. Corresponsales simpatizantes y muchos comunistas, tanto europeos como estadounidenses, plantean como la primera cuestión, tanto durante la partida de nuestra delegación a Génova como hoy, el hecho de que muchas cosas han cambiado en Moscú (y hubo muchos visitantes en Moscú en 1919 y 1920) y que Moscú ahora se parece a demasiadas otras ciudades europeas y norteamericanas. Y en general, ¿dónde está la garantía de que los comunistas rusos verifican el desarrollo ulterior y se dirigen al comunismo y no al capitalismo? ¿Dónde está la garantía?

La impresión general, a simple vista, es que las conquistas socialistas ganadas en el primer período están ahora espontánea y automáticamente derritiéndose y desmoronándose y no parece haber un poder capaz de retenerlas. Es posible, camaradas, abordar la cuestión desde el otro extremo y decir lo siguiente: dejemos a un lado, por un momento, que procedimos a lo largo de la línea del así llamado comunismo de guerra y más tarde nos retiramos a la posición actual. Tomemos la situación tal como existe hoy y la comparémosla con lo que era el 25 de octubre, o en vísperas de la revolución de 1917. Si nuestros admiradores extranjeros o los comunistas europeos y estadounidenses nos sometieran a un interrogatorio, diríamos: los ferrocarriles, las minas, las plantas y las fábricas estaban en ese momento en manos de propietarios privados; enormes áreas de la tierra y los recursos naturales del país estaban en manos de propietarios privados. Hoy en día todos los ferrocarriles, la abrumadora mayoría, o en todo caso todas las plantas y fábricas más importantes, todos los recursos naturales más valiosos del país, están en manos del estado, que a su vez es propiedad de la clase obrera, apoyándose en las masas campesinas. Este es el hecho que tenemos ante nosotros como el producto de cinco años. Se produjo una ofensiva seguida de una retirada, pero aquí está el balance: como producto de cinco años, los medios más importantes de la industria y la producción, y un sector considerable de la producción agrícola, están bajo la supervisión directa y la gestión del estado obrero. Este es un hecho fundamental. ¿Pero qué ha provocado la retirada? Esta es una cuestión muy importante, porque el hecho mismo de la retirada tiende a interrumpir la perspectiva. ¿Cómo concebimos el orden sucesivo, el curso de la nacionalización de los medios de la industria y de la organización del socialismo? En todos nuestros viejos libros, escritos por nuestros maestros y por nosotros, siempre decíamos y escribíamos que la clase obrera, conquistando el poder estatal, nacionalizaría paso a paso, empezando por los medios de producción mejor preparados, los cuales serían transferidos al cimiento socialista. ¿Esta regla sigue vigente hoy? Indudablemente, y diremos en el Cuarto Congreso Mundial, donde discutiremos la cuestión del programa comunista: ¿la clase obrera habiendo conquistado el poder en Alemania o en Francia tiene que comenzar por aplastar el aparato para poder organizar los medios técnicos, la maquinaria de la economía monetaria y reemplazarlos por la contabilidad universal? No, la clase obrera debe dominar los métodos de circulación capitalista, los métodos de contabilidad, los métodos de funcionamiento del mercado, los métodos de reposición bancaria y gradualmente, en consonancia con sus propios recursos técnicos y el grado de preparación, pasar a la planificación reemplazando la contabilidad por un cálculo de la rentabilidad o la no rentabilidad de una empresa dada, reemplazando la contabilidad haciendo un balance de los medios y fuerzas centralizados, incluida la fuerza de trabajo.

Esta es la lección fundamental que debemos enseñar una vez más a los trabajadores del mundo entero, una lección que nos enseñaron nuestros maestros. Si no seguimos esta lección, fue debido a condiciones de carácter político, debido a las presiones que se nos impusieron después de nuestra conquista del poder estatal. Esta es la diferencia más importante entre la revolución proletaria, como ocurrió en Rusia, y la revolución que ocurrirá, digamos, en Norteamérica. En ese país, antes de la conquista del poder, la clase obrera tendrá que superar las dificultades más colosales, pero una vez que haya conquistado el poder, la presión sobre los frentes en los que nos vemos obligados a luchar será mucho menor, porque nuestro país, con su pequeña burguesía, sus kulaks atrasados, experimentó la revolución de una manera diferente y porque nuestra revolución sorprendió a la burguesía rusa. Por el hecho mismo de la Revolución de Octubre, enseñamos a la burguesía a comprender lo que había perdido cuando los obreros tomaron el poder y fue sólo el hecho de la propia revolución lo que impulsó a la burguesía, a los kulaks y a los oficiales, a organizarse. Destruimos a la burguesía no tanto antes del 25 de octubre como durante la noche del 25 al 26 de octubre, como en el intervalo de tres años que siguió al 25 de octubre, cuando la burguesía, los terratenientes y los oficiales comprendieron lo que estaba en juego y comenzaron la lucha contra nosotros con la ayuda del capitalismo europeo. En Europa tenemos un proceso que difiere profundamente del de nuestro país, porque allí la burguesía está mucho mejor organizada y es más experimentada, porque allí la pequeña burguesía se ha graduado de la escuela de la gran burguesía y, en consecuencia, es también mucho más poderosa y experimentada, y, además, la revolución rusa les ha enseñado mucho. En estos países, por lo tanto, la preparación y armamento de las bandas contrarrevolucionarias se está llevando a cabo paralelamente a la preparación y templado del partido comunista para esta lucha, que será mucho más intensa antes del 25 de octubre, pero no después. Sólo antes. El hecho de que en nuestro país, al día siguiente de la conquista del poder, las fábricas y los talleres resultaran ser las fortalezas y las ciudadelas de la burguesía, base principal de la que dependía el imperialismo europeo, nos obligó a recurrir a la nacionalización, independientemente de nuestra capacidad o de la capacidad de organizar estas empresas con nuestras propias fuerzas y recursos.

Y si, por razones políticas, expulsamos a los propietarios de las fábricas, mientras que nosotros mismos estábamos privados de la posibilidad de gestionar inmediatamente estas fábricas; si, por razones políticas, cortamos con la espada de la dictadura y el terror la bolsa de valores y los bancos, es evidente que destruimos mecánicamente el aparato al servicio de la burguesía y que la burguesía empleó para organizar la economía y para distribuir las fuerzas productivas y los productos básicos en el país. En la medida en que destruimos este aparato de un solo golpe, estábamos, en general, obligados a sustituirlo por otro con el aparato de contabilidad y distribución centralizadas. Pero ese aparato debía ser creado primero; teníamos que tenerlo primero. Pero, naturalmente, debido a todas las condiciones previas, debido a todo nuestro pasado, debido a nuestro nivel de desarrollo y conocimiento, no podíamos crearlo. Y así, por los aspectos titánicos e ineluctables de la guerra civil como tal, y por la imposibilidad incluso para una clase obrera avanzada y más aún para nosotros, en un país atrasado, de crear un aparato de cálculo y distribución socialista en el espacio de veinticuatro horas, precisamente por esto surgió toda la tragedia de nuestra economía. El comunismo de guerra tampoco era nuestro programa, se nos impuso. En la medida en que hubo frentes en la guerra civil, en la medida en que nos vimos obligados a destruir las bases de apoyo del enemigo detrás de esos frentes, es decir, las empresas capitalistas privadas de todas las categorías, en esa medida nos vimos obligados a gestionarlas a salto de mata y de manera guerrera. Esta era la época del comunismo de guerra y no esconderé que aquí, como siempre, las personas tendían a hacer de la necesidad virtud, es decir, en la misma medida en que se nos impuso el comunismo de guerra, las principales instituciones partidistas tendían a ser arrastradas por la inercia, en el sentido de engañarse a sí mismas, de que teníamos aquí una solución completa de las tareas de la economía socialista. Pero si dibujamos el balance, debemos decir que la ofensiva y la retirada en el campo de la economía han venido dictadas por las exigencias de la guerra civil, que son absolutamente imperativas y que limitan nuestras condiciones económicas y el grado de nuestra adaptación económica o la falta de adaptación. En otras palabras, esencialmente nuestra ofensiva a lo largo de la línea del comunismo de guerra, así como nuestra retirada a lo largo de la línea de la NEP fueron históricamente inevitables en parte y en conjunto; Y sólo sobre la base de esta necesidad histórica es posible y necesario analizar nuestros errores subjetivos, tanto como partido como poder estatal.

Los gastos indirectos de la revolución

Queda, camaradas, la cuestión más importante de todas. Como resultado de cinco años, el estado obrero, como ya he dicho, dispone, después de nuestro repliegue, de los medios más importantes de producción y ejerce poder. Esto es un hecho. Pero también hay otro hecho, a saber, que hoy representamos uno de los países más pobres de Europa. Sin embargo, es bastante obvio que el socialismo tiene sentido sólo en la medida en que asegura una mayor productividad del trabajo. El capitalismo en su día reemplazó al feudalismo, mientras que el último reemplazó a la economía esclavista. ¿Por qué? Porque cada orden económico siguiente era más rentable en el sentido socio-tecnológico que el orden que apartó a un lado. Y el socialismo adquirirá naturalmente su justificación práctica y no teórica sólo con la condición de que proporcione una mayor cantidad de bienes por cada unidad de fuerza de trabajo para la satisfacción de las necesidades sociales. Y este es el argumento principal contra nosotros. Fue utilizado incluso por los representantes franceses en Génova. Y Colrat, el experto económico francés, lo repitió en una forma tosca e insolente: «No se atrevan a enseñarnos el socialismo cuando su país está en un estado de completa desorganización». Habríamos preferido proporcionar en los últimos cinco años pruebas de carácter empírico, es decir, mostrarle a Europa una economía superior a la que obtuvimos en 1917. Esto no sucede, pero esto ya es atribuible a los gastos de la propia revolución. No se ha hecho una sola revolución sin una disminución del nivel económico del país. Y uno de los historiadores burgueses conservadores de la Revolución Francesa, Taine, tan estimado en la Tercera República Francesa, ha afirmado que durante ocho años después de la Gran Revolución Francesa, el pueblo francés permaneció más pobre que en vísperas de la revolución. Esto es un hecho. La sociedad está tan atravesada por las contradicciones, que es capaz de alcanzar una etapa superior de desarrollo sólo a través de una lucha de clases interna. La sociedad está constituida de tal manera que una lucha de clases interna en la forma plenamente desarrollada de la guerra civil implica una disminución de los niveles económicos. Pero, al mismo tiempo, naturalmente, (todos los alumnos lo saben hoy en día), fue precisa y exclusivamente la Gran Revolución Francesa la que creó en Francia las premisas gubernamentales, jurídicas y culturales, que constituyeron la única base para el desarrollo del capitalismo allí, con todas sus proezas, su tecnología y su cultura burguesa. En otras palabras, lo que quiero decir es que el período de cinco años (y debemos decirlo a todos nuestros críticos, maliciosos y bien intencionados, que emplean este argumento) no proporciona una escala histórica por medio de la cual sea posible pesar los resultados económicos de la revolución proletaria. Todo lo que vemos hasta ahora en nuestro país son las erogaciones generales en la producción de la revolución. Estos son gastos para la revolución misma. Y naturalmente, puesto que estos gastos debían cubrirse con capital heredado, que a su vez había sido desorganizado y devastado por la guerra imperialista, se sigue de ello que vemos en nuestro país muchas más ruinas del capitalismo que los resultados de la construcción socialista. La escala es demasiado pequeña. Esto es lo que debemos repetir una vez más en el Cuarto Congreso Mundial de la Internacional Comunista. Cinco años en relación con la tarea de reemplazar al capitalismo por el socialismo, una tarea de la mayor magnitud histórica, cinco años no podría naturalmente provocar los cambios necesarios y lo que es, naturalmente, lo más importante de estos cinco años constituyó el período en que el socialismo, como he dicho al principio, se estaba construyendo o se hicieron intentos de construirlo en el país más atrasado. La Gran Revolución Francesa, por otra parte, se desarrolló en el país más avanzado del continente europeo, un país que había alcanzado un nivel más alto que cualquier otro, con la excepción de Inglaterra a la otra parte del Canal de la Mancha. En nuestro país, el estado de cosas asumió un cambio mucho menos favorable desde el principio.

Aquí, camaradas, están bosquejados los argumentos que desarrollaremos en nombre de nuestro partido en el Cuarto Congreso Mundial de la Internacional Comunista, en el que debemos preguntar a nuestros camaradas europeos y estadounidenses y, al mismo tiempo, preguntarnos a nosotros mismos: ¿Cómo están realmente las cosas con respecto a las posibilidades para el desarrollo de la revolución europea? Porque es perfectamente evidente que el ritmo de nuestra construcción futura dependerá en gran medida del desarrollo de la revolución en Europa y en Norteamérica.

El comunismo europeo debe conquistar al proletariado

Para responder a la pregunta sobre la etapa que ha alcanzado hoy el movimiento revolucionario del proletariado europeo y norteamericano, sobre todo el primero, es necesario detenerse brevemente en el Tercer Congreso Mundial de la Internacional Comunista que tuvo lugar el pasado verano. En ese momento también me asignó la organización moscovita hacer un informe a los camaradas de Moscú, considerando al Tercer Congreso como una nueva etapa, como inaugurando una nueva etapa en el desarrollo del movimiento proletario revolucionario. Esta etapa también comenzó con un cierto y muy importante retroceso. Y estas dos retiradas, la primera en el terreno económico y la otra en el campo político en Europa, están estrechamente unidas entre sí, porque nuestro comunismo de guerra se podría haber desplegado sin retroceder hasta el completo socialismo y comunismo con una condición, a saber: que el proletariado de Europa tomase el poder en 1920 y 1921. Si eso hubiera ocurrido, no sólo habrían cesado las hostiles presiones del exterior, sino que habríamos obtenido recursos inagotables para la asistencia técnica, organizativa y cultural. Podemos decir que el comunismo de guerra, objetivamente impuesto sobre nosotros esencialmente por las exigencias imperativas de la guerra civil, estuvo al mismo tiempo subjetivamente justificado en la medida en que estaba vinculado con las esperanzas de un flujo rápido de la revolución en Europa Occidental, que nos levantaría y nos impulsaría hacia adelante a un ritmo mucho más rápido de lo que podríamos alcanzar desde nuestros propios y patéticos fundamentos culturales. La revolución en occidente se retrasó y se tuvo esto en cuenta en el Tercer Congreso de la Internacional Comunista del año pasado, hace unos 15 o 16 meses. La revolución también tuvo en cuenta la naturaleza de sus métodos de acción futuros. La señal para una revisión de las tareas internacionales del comunismo fue dada por los acontecimientos de marzo de 1921 en Alemania. Recordareis lo que pasó. Hubo convocatorias de huelga general, sacrificios de los obreros, masacre cruel del partido comunista, internamente hubo desacuerdos por parte de algunos y gran traición por parte de otros. Pero la Internacional Comunista dijo firmemente: en Alemania, la política seguida por el partido comunista en las jornadas de marzo fue un error. ¿Por qué? Porque el partido alemán consideraba que se enfrentaba directamente con la tarea de conquistar el poder. Resultó que la tarea a la que se enfrentaba el partido era la de conquistar no el poder, sino a la clase obrera. ¿Qué alimentó la psicología del Partido Comunista de Alemania en 1921 que lo llevó a la acción de marzo? Estuvo nutrida por las circunstancias y los estados de ánimo que cristalizaron en Europa después de la guerra. ¿Recordáis el año 1919? Era el año en que toda la estructura del imperialismo europeo se tambaleaba bajo el impacto de la mayor lucha de masas del proletariado en la historia y cuando diariamente esperábamos noticias de la proclamación de la república soviética en Alemania, Francia, Inglaterra e Italia. La palabra «soviets» se hizo tremendamente popular; en todas partes se organizaban estos soviets. La burguesía estaba a punto de caer. El año 1919 fue el año más crítico de la historia de la burguesía europea. En 1920, los temblores (que podemos afirmar hoy en retrospectiva) disminuyeron considerablemente, pero seguían siendo extremadamente turbulentos, de tal manera que se podían albergar esperanzas de que en pocas semanas o meses tendríamos una rápida liquidación del régimen burgués. ¿Cuáles fueron las premisas para la revolución proletaria? Las fuerzas productivas estaban maduras, así como las relaciones de clase; El papel social objetivo del proletariado hacía que este último fuera plenamente capaz de conquistar el poder y proporcionar el liderazgo necesario. ¿Qué faltaba? Faltaba la premisa política, la premisa subjetiva, es decir, el conocimiento de la situación por parte del proletariado. Faltaba una organización a la cabeza del proletariado, capaz de utilizar la situación para la preparación organizativa y técnica directa de una insurrección, del derrocamiento, de la toma del poder, etc. Esto es lo que faltaba. Esto quedó trágicamente claro en septiembre de 1920 en Italia. Entre los obreros italianos, como trabajadores de un país que había sufrido más cruelmente la guerra, y como un joven proletariado sin la superioridad de un proletariado antiguo, pero sin las características negativas de este último, el conservadurismo, las antiguas tradiciones, etc., dentro de este proletariado las ideas y los métodos de la revolución rusa se encontraron con la respuesta más poderosa. El Partido Socialista de Italia, sin embargo, no tomó en cuenta claramente el contenido completo de estos conceptos y estas consignas. En septiembre de 1920, la clase obrera de Italia había ganado el control del estado, de la sociedad, de las fábricas, de las plantas y de las empresas. ¿Qué faltaba? Faltaba un partido: faltaba un partido que, apoyado en la clase obrera insurreccional, se hubiese lanzado a una lucha abierta con la burguesía por aquellos remanentes de fuerzas materiales que todavía estaban en manos de ésta, destruyendo esas fuerzas, tomando el poder y consumando así la victoria de la clase obrera. En esencia la clase obrera ya había conquistado o prácticamente conquistado, pero no había una organización capaz de consolidar definitivamente esta victoria, y así la clase obrera se encontró rechazada. El partido se dividió en segmentos, el proletariado fue aplastado. Y desde entonces, durante 1921 y 1922 hemos estado presenciando la más espantosa retirada política de la clase obrera en Italia bajo los golpes de las bandas burguesas y pequeñoburguesas consolidadas, conocidas como fascistas.

El fascismo es la venganza exigida por la burguesía por el temor que había experimentado durante los días de septiembre de 1920 y al mismo tiempo es una trágica lección para el proletariado italiano, una lección sobre el significado de un partido político centralizado, unificado y que sabe lo que quiere; que es cauteloso en la elección de las condiciones, y resueltamente despiadado en la aplicación de los medios necesarios cuando es la hora de asestar el golpe. Comparando los acontecimientos de un tipo como los de septiembre en Italia con los de nuestro propio país, debemos y debemos aprender una y otra vez a valorar a nuestro partido que tiene que funcionar en condiciones incomparablemente más difíciles, porque está funcionando en un medio cultural bajo las condiciones de un atrasado y donde predomina el campesinado.

En los acontecimientos de marzo de 1921 de Alemania tuvimos una imagen diametralmente opuesta a lo que ocurrió en Italia. En 1919 la clase obrera alemana emprendió una serie de batallas crueles y sangrientas, lo mismo sucedió en 1920, y durante las jornadas de enero y marzo de 1920 la clase obrera alemana se convenció de que sólo el heroísmo, esa disposición a aventurarse y a morir no era suficiente. Que de alguna manera la clase obrera carecía de algo. Comenzó a adoptar una actitud más atenta y expectante hacia los acontecimientos y los hechos. En su momento se había adueñado de la vieja socialdemocracia para asegurar su derrocamiento socialista. La socialdemocracia arrastró al proletariado a la guerra. Cuando retumbaron los truenos de la revolución de noviembre de 1918, la vieja socialdemocracia empezó a hablar el lenguaje de la revolución social e incluso proclamó, como ustedes recuerdan, que la república alemana era una república socialista. El proletariado tomó esto en serio y siguió avanzando. Colisionando con las bandas burguesas sufrió aplastantes derrotas una, dos veces y una tercera. Naturalmente, esto no significa que su odio a la burguesía o su disposición a la lucha se hubieran reducido, pero sus cerebros, mientras tanto, habían adquirido muchas nuevas circunvoluciones de cautela y vigilancia. Para nuevas batallas ya quiere tener garantías de victoria. Y este estado de ánimo comenzó a crecer más fuerte entre la clase obrera europea en 1920-1922, después de las experiencias del asalto inicial, después de las semivictorias iniciales y conquistas menores y las subsecuentes derrotas mayores. En ese momento, en los días en que la clase obrera europea empezó, después de la guerra, a entender claramente, o al menos a sentir, que el asunto de conquistar el poder estatal es un asunto muy complicado y que con las manos desnudas no se puede hacer frente a la burguesía. Momento este en el que el sector más dinámico de la clase obrera formó el partido comunista. Pero ese partido comunista todavía se sentía como si fuera un obús disparado de un cañón. Apareció en la escena y le pareció que sólo necesitaba lanzar su grito de batalla, avanzar y la clase obrera se apresuraría a seguir. Resultó todo lo contrario. Resultó que la clase obrera había sufrido una serie de desilusiones con respecto a sus primitivas ilusiones revolucionarias y asumió una actitud de vigilancia cuando el partido comunista tomó forma en 1920 (y especialmente en 1921) y se precipitó hacia adelante. La clase obrera no estaba acostumbrada a este partido, no había visto al partido en acción. Puesto que la clase obrera había sido engañada más de una vez en el pasado, tenía todas las razones para exigir que el partido ganase su confianza o, por decirlo de otra manera, el partido debía cumplir con su obligación de demostrarle a la clase obrera que debería seguirlo y que estaba justificado seguir al partido en la batalla, cuando el partido lanzó la orden.

Durante las jornadas de marzo de 1921 en Alemania vimos un partido comunista devoto, revolucionario, listo para la lucha, corriendo hacia adelante, pero no seguido por la clase obrera. Tal vez un cuarto o un quinto de la clase obrera alemana sí lo hizo. Debido a su impaciencia revolucionaria, este sector más revolucionario entró en colisión con las otras cuatro quintas partes. Y ya intentados, por así decirlo, mecánicamente, y aquí y allá por la fuerza, atraerlos a la lucha, lo cual está, por supuesto, completamente fuera de cuestión. El partido corría el riesgo de romperse no tanto contra la resistencia de la burguesía, sino contra la resistencia de los cuatro quintos o dos tercios de la propia clase obrera. Pero en ese momento la Internacional Comunista hizo sonar la alarma, proclamando una nueva etapa. En el curso de 1919 y 1920, período de los movimientos revolucionarios espontáneos, la conquista del poder era realmente factible. Dado incluso un pequeño partido comunista en Alemania, digamos, con uno o doscientos mil comunistas, las posibilidades para la conquista del poder estaban allí. Pero después de la desilusión de la clase obrera, una vez que la burguesía había logrado recuperarse, arraigarse y restaurar su aparato estatal, y una vez que la clase obrera tomó una posición más cautelosa y dilatoria, la aparición de ciento o doscientos mil comunistas ya no bastaba. Y en cambio surgió la necesidad de que los comunistas conquistasen, mediante la experiencia, en la práctica y en la lucha, la confianza de la clase obrera bajo las nuevas condiciones. Y esto es exactamente lo que proclamó el Tercer Congreso de la Internacional Comunista. A este respecto, aquí en Moscú hemos tenido enfrentamientos acalorados con los camaradas alemanes. Más tarde en su propio congreso, después de la reunión mundial, en realidad cambiaron de rumbo y nos criticaron un poco, argumentando que incluso si se concedía que una nueva etapa estaba comenzando, no estaban en absoluto de acuerdo con las expectativas de los camaradas rusos, que se balanceaban un poco demasiado a la derecha etc. Si nos preguntamos: ¿Cuál fue, en esencia, el comienzo de esta nueva etapa? ¿Comenzó con las jornadas de marzo en Alemania? Entonces tendríamos que responder negativamente. No, comenzó con la crítica de los acontecimientos de marzo. Las jornadas de marzo llegaron como la consumación de la época inicial del asalto caótico que no pudo traer la victoria porque no había ningún partido comunista en Europa. Y el movimiento de marzo y la política de marzo llegaron ya como un aborto de esta época. Y así, con la crítica de la política de marzo del partido comunista, se abrió una nueva época en el desarrollo de la Internacional Comunista, una época que, a primera vista, contiene mucho, por decirlo así, de prosaico: agitación, propaganda, organización, conquista de la confianza de los trabajadores en las luchas del día a día. Algunos compañeros nos dijeron: ¿Y dónde está la garantía de que esta obra organizacional-agitación-educativa no degenerará en el mismo reformismo, en el camino recorrido por la Segunda Internacional? No hay garantía externa. Las garantías surgen de nuestro trabajo, nuestra crítica, nuestra autocrítica y nuestro control. Pero hay garantías objetivas mucho más graves. Son inherentes a la situación del propio capitalismo y a la existencia de un país bajo un gobierno obrero.

La situación del capitalismo internacional

La situación del capitalismo mismo es también una cuestión sobre la que hemos hablado en detalle en el Tercer Congreso de la Internacional Comunista y sobre la cual, con toda probabilidad, también hablaremos en su Cuarto Congreso al discutir las cuestiones tácticas. La cuestión se reduce a esto: ¿Está el capitalismo europeo y mundial desintegrándose, o ha dado pruebas de su viabilidad? ¿Está restaurando su equilibrio? El problema en su conjunto es muy grande, y sólo me referiré a sus rasgos más generales, que son incondicionalmente indispensables para comprender los destinos del movimiento revolucionario en Europa y en todo el mundo. En 1920 la economía mundial experimentó una temible crisis, como nunca se había conocido en la historia del capitalismo. Esta crisis estalló en la primavera de 1920 en Japón y en Norteamérica y de repente saltó a Europa, abarcando a toda Europa a mediados de 1920 y llegando a una increíble agudeza a principios de 1921. El Tercer Congreso de la Internacional Comunista se reunió precisamente en el momento en que la crisis se apoderó del mundo entero, cuando había entre cinco y seis millones de parados en Estados Unidos, unos dos millones en Inglaterra, etc. La industria y el comercio disminuyeron en comparación con 1913 a diferentes ritmos en diferentes países, pero en general las proporciones de la disminución fueron enormes. Y así, muchos camaradas describieron la situación de la siguiente manera: aquí tenemos la crisis del capitalismo consecuente a la guerra, y es la crisis final y fatal, que debe continuar desintegrando cada vez más la vida económica, hasta que, como resultado de esta crisis resulte la revolución proletaria, la guerra civil y la conquista del poder. Por lo tanto (de esta psicología) surgió la táctica de las jornadas de marzo en Alemania. Esta crisis de 1920 fue considerada como la crisis final, decisiva y fatal del capitalismo. Sobre esta cuestión se produjo entre nosotros una lucha ideológica no sólo con los camaradas europeos, sino que también lanzó una ráfaga en nuestras propias filas. Cuando hice un comentario casual de que esta crisis, como cualquier otra crisis, está destinada a ser reemplazada por un renacimiento, recuerdo que un cierto número de compañeros, en primer lugar, N.I. Bujarin y el camarada Sokolnikov, se levantaron vehementemente en armas contra mí. Hoy, sin embargo, camaradas, la Internacional Comunista ha publicado como documento oficial para el Cuarto Congreso Mundial, un informe económico del camarada Varga, que se basa enteramente en esto: que el cambio en la coyuntura económica tuvo lugar a finales de 1921 y terminó en la primera mitad de 1922. ¿Y cómo podría haber sido de otra manera? Aquellos camaradas que negaban que era inevitable un resurgimiento económico, estaban tomando su punto de partida de una perspectiva puramente económica con respecto a la decadencia del capitalismo. En este punto es necesario recordar de la manera más general dos o tres verdades teóricas indispensables para nuestra comprensión de la situación tal como ha surgido.

Las fuerzas productivas del capitalismo se han desarrollado, se puede decir, desde la infancia del capitalismo hasta la guerra mundial. Las líneas de desarrollo tienden, desde cierto punto de vista, a divergir, las fuerzas productivas se expanden, elevándose a niveles cada vez más altos; Y como hemos aprendido de Marx, en su obra El Capital (este hecho también era conocido por los economistas burgueses premarxistas, pero fue Marx quien lo explicó), el desarrollo del capitalismo no tiene lugar en línea recta o de manera uniforme, sino a través de oscilaciones, crisis y avivamientos, con todas las fases intermedias de transición. Cada ocho o nueve o diez años el capitalismo mundial, y junto con él los respectivos capitalismos nacionales, pasan por etapas de auge, reflujos, depresión, crisis, cesación de crisis, ascensión, boom, etc. Esta línea trazando el ascenso del capitalismo y de sus fuerzas productivas no representa así una línea recta sino una línea ondulada y cada onda abraza un lapso de aproximadamente nueve años en la media de los últimos 150 años. Primero viene un boom, y luego le sigue una crisis. ¿Qué significa esto? Decimos que la crisis destruye las fuerzas productivas superfluas mientras que el boom regenera las fuerzas productivas, aumentándolas. ¿Y cuál es el resultado final? El resultado final, digamos para 150 años de capitalismo, es que todos los países se han enriquecido. ¿Qué significa esto? Significa que, en conjunto, el auge de las fuerzas productivas supera a la crisis, es decir, que la suma total de auges produjo un excedente que no fue destruido por las crisis. O de lo contrario el capitalismo no podría haberse desarrollado. Pero ¿sucede un boom idéntico después de cada crisis? No. La curva del desarrollo capitalista no representa una gráfica uniformemente ascendente, sino un aumento que se produce de la siguiente manera: en un principio, es virtualmente horizontal. Las fuerzas productivas no muestran casi ningún crecimiento, digamos, por un período de 50 años, si tomamos el intervalo hasta 1849. A continuación, a partir de 1849 la curva comienza a moverse bruscamente hacia arriba, hasta principios de los setenta. De 1873 a 1895-1896 hay retraso y las fuerzas productivas se desarrollan muy gradualmente.

Luego, de 1896 a 1913, la curva asciende violentamente casi hasta vísperas de la última guerra. Además, esta curva vibra de forma ascendente y de forma descendente todo el tiempo, como una cuerda estrechamente tensada. Estas son las ondas periódicas en cada década. Cuando el capitalismo se desarrolla en el mismo nivel, es decir, permanece casi sin cambios, significa que los auges están aproximadamente equilibrados por las crisis. Cuando el capitalismo se desarrolla tempestivamente de forma ascendente, las fuerzas productivas se expanden y la nación se hace más rica, significa que los auges sobrepasan con creces las crisis, los auges se prolongan más, las crisis son más bien de transición y de breves retardo. En la época del declive capitalista, las fuerzas productivas se descomponen, como ha ocurrido en general en la época que comenzó después de la guerra, que ha perdurado hasta el día de hoy y que seguirá perdurando por mucho tiempo.

Esto significa que en la época de la decadencia las crisis golpean más profundamente que los booms: las crisis superan a los booms. ¿Puede el capitalismo desarrollarse sin fluctuaciones cíclicas, sin las transiciones del boom a la crisis? No. Así como el organismo humano (lo he repetido decenas de veces) continúa respirando hasta la muerte, así los latidos del corazón del capitalismo continúan en la infancia y en la madurez y en el lecho de muerte por igual. Su corazón sigue batiendo, pero los latidos del corazón no son los mismos. Cuando un hombre se está muriendo, su corazón late de una manera completamente distinta a la de un hombre sano, y de esto, al tomar el pulso, es posible determinar su condición. Del mismo modo es posible determinar si el capitalismo está ascendiendo, o descansando en un mismo nivel, o desintegrándose. En 1920, e incluso antes en 1913, se produjo un punto de ruptura inconfundible. Ya he dicho que en el transcurso de 17 a 18 años, de 1896 a 1913, el capitalismo dio un extraordinario salto hacia arriba, pero luego fue bloqueado por la lucha de los países capitalistas en el mercado mundial; los gobiernos, el personal diplomático, la burguesía, los círculos militares, se volvieron más nerviosos y precipitaron el conflicto a través del acto sanguíneo de 1914, debido al retraso que se produjo, a partir de 1913, en el mercado mundial. Este retraso significaba un punto de ruptura profundo y si no hubiese habido guerra, el estancamiento capitalista se habría producido de todos modos en 1914; el desarrollo del capitalismo habría comenzado su caída hacia abajo, continuando fluctuando todo el tiempo. La guerra imperialista fue el producto del tormentoso desarrollo de las fuerzas capitalistas en el curso de esos 17 años más notables en la historia del capitalismo. La guerra creó un mercado artificial y pareció barrer la crisis. La guerra sentó las bases para utilizar los motores de la destrucción; abrió el método de arruinar a todas las naciones. Después de la guerra, en 1919, durante el período más crítico, la burguesía continuó su política de guerra. Enviando a tomar viento cualquier precaución, siguió emitiendo papel moneda, y continuó el sistema de acumulación de deudas nacionales. Complementaba los salarios de los obreros con alquileres baratos o con un surtido de privilegios; aceptó la jornada laboral de 8 horas. Todo esto no provenía de la posición del capitalismo, sino de la posición política de la burguesía como clase. Esta estrategia económica salvó a la burguesía en 1919, pues sobornó a la aristocracia obrera, dividiendo al proletariado en una democracia y una aristocracia del trabajo. La burguesía extendió artificialmente la prosperidad en 1919, desorganizó sus finanzas estatales y su base económica, pero paralizó la revolución. Sin embargo, las leyes del desarrollo económico, que sólo se podían controlar temporalmente, se hicieron sentir en 1920.

Siguió una crisis que asumió formas monstruosas, con millones de desempleados en Europa y Norteamérica. A algunos camaradas les parecía que esta crisis, que comenzó en 1920, era la crisis final del capitalismo; Y que sobre la base de esta crisis la clase obrera estaba obligada a llegar al poder a través de una insurrección. De ahí que fluyeran los acontecimientos de marzo en Alemania. Luchamos contra este punto de vista. Sabíamos que la crisis sería seguida por un avivamiento y el peligro más grande de que los comunistas, al golpearse la cabeza contra este avivamiento, pudieran decir que la base de la revolución se había agotado desde que se había puesto en marcha un avivamiento y el capitalismo estaba restaurando su equilibrio. Luchamos contra un punto de vista tan mecánico y espero que no haya necesidad de luchar más contra él en el Cuarto Congreso Mundial de la Internacional Comunista. Si se nos dicen: «Y dónde están las garantías (nos encontramos una vez más con la demanda de garantías), ¿dónde están las garantías de que el capitalismo no restablezca su equilibrio a través de oscilaciones cíclicas?», Yo diría en respuesta: no hay garantías y no puede haber ninguna». Si anulamos la naturaleza revolucionaria de la clase obrera y su lucha y la labor del partido comunista y de los sindicatos, es decir, si anulamos aquello por lo que existimos y actuamos y tomamos en cambio la mecánica objetiva del capitalismo, entonces podríamos decir: «naturalmente, fallando la intervención de la clase obrera, fracasando en su lucha, su resistencia, su autodefensa y sus ofensivas, el capitalismo restaurará su propio equilibrio, no el viejo sino un nuevo equilibrio. Establecerá la dominación del mundo angloamericano en el que toda la economía pasará a manos de estos países y habrá una alianza temporal entre los Estados Unidos y Gran Bretaña, pero en la actualidad, tal como están las cosas, ese equilibrio se verá de nuevo interrumpido». La interacción automática de las fuerzas capitalistas, inherente a su naturaleza, opera en esta dirección dondequiera que haya fuerzas superfluas. Tomen el teatro de Europa Central, Checoslovaquia. Esta última ha conservado su industria casi intacta. En la antigua Austria-Hungría, esta industria suministraba a 60.000.000 de personas y hoy suministra a Checoslovaquia, 8.000.000 de checoslovacos y 3.000.000 de alemanes. En todo caso, esta industria altamente integrada beneficia a un pequeño número de personas (una docena de millones aproximadamente) y lo que alguna vez fue el principal sector de la industria de Austria-Hungría se ha mantenido virtualmente intacto. Y así, Checoslovaquia, precisamente porque ha conservado su antigua industria integrada, es incapaz de salir de las condiciones de la crisis. Esto significa que está ocurriendo una destrucción de las fuerzas productivas superfluas. ¿Cuándo cesará la crisis en Checoslovaquia? Cuando la industria haya alcanzado la equivalencia con el mercado, con el comprador, si no se encuentra ningún mercado en los países vecinos.

Por lo tanto, la restauración del equilibrio no siempre representa un crecimiento, sino que a veces representa también una disminución, y de un modo u otro se restablece un equilibrio que ha sido interrumpido por el crecimiento espontáneo de las fuerzas capitalistas y, además, por los acontecimientos bélicos y políticos. Dentro de diez o quince años se creará así un nuevo equilibrio político en los cuerpos y huesos de cientos de miles y millones de trabajadores y trabajadoras, si éstos siguen sometidos dócilmente a la interacción elemental del capitalismo. En otras palabras, el capitalismo checoslovaco debe, para conquistar el mercado exterior, pagar salarios lo más bajos posible a los trabajadores. Y si los trabajadores toleran esto, el capitalismo checoslovaco restablecerá su equilibrio dentro de tales y tales límites; Pero si los obreros resisten, romperán la acción del capitalismo hacia la restauración del equilibrio económico. En otras palabras, tenemos aquí acción y reacción; tenemos aquí la dialéctica de las fuerzas históricas y el resultado vendrá determinado por la correlación de estas fuerzas históricas contendientes.

Y así, nuestro punto de vista era que no debemos temer un resurgimiento económico, ni temer que termine la época revolucionaria. Dijimos que si no logramos la revolución antes de un nuevo avivamiento económico (no una especie de florecimiento del capitalismo, del que seguramente no se puede hablar, sino una nueva oscilación de la coyuntura en el marco de esta un ciclo menor de diez años), si no logramos la revolución proletaria en Europa, el avivamiento industrial no vendrá como un golpe que nos arroje sino como un impulso que nos lance hacia adelante. ¿Por qué? Debido a que, después de las derrotas iniciales sufridas por la clase obrera (y la guerra en sí misma fue la mayor de las derrotas), y después en 1918-1920-1921 ante el enorme ejército de reserva de desempleados, los estados de ánimo de apatía y agotamiento deben prevalecer, inevitablemente, entre la clase obrera. Pero un renacimiento económico, incluso tan pequeño como el que haría que los propietarios de las fábricas quitasen del ejército de reserva, un trabajador por cada mil trabajadores, por el contrario, se sentiría. Porque los miles de trabajadores empleados en esta fábrica comenzarían a sentirse más seguros y empezarían a avanzar. Un pequeño cambio en la coyuntura tiende a alterar la situación. Naturalmente, esto no tiene lugar mecánicamente. En Europa vemos durante las etapas iniciales, aparentemente sólo el fenómeno opuesto, pero esto cae totalmente dentro de este mismo marco histórico. De hecho, ahora estamos presenciando en Europa la continua ofensiva del capitalismo. En Estados Unidos esta ofensiva ya está disminuyendo, e incluso dando paso a concesiones. En la industria europea el renacimiento es muy débil. En Inglaterra, en Francia y en Italia es apenas perceptible, o totalmente imperceptible. Por otro lado, debido a las peculiaridades de su economía y de su posición internacional, Alemania experimenta fenómenos de mercado cuyo signo es negativo. Cuando se desencadenó una crisis burguesa en todo el mundo, en Alemania se observó un renacimiento febril, que sólo significaba una forma diferente de la ruina del país. Alemania estaba vendiéndose en bloque en subasta a precios baratos. Alemania se vio obligada a lanzar sus productos en los mercados extranjeros en detrimento de su riqueza nacional, a pesar de que la capa capitalista superior recogiese los beneficios. Este acertijo es muy fácil de explicar económicamente. No voy a detenerme en ello. Hoy en día, por el contrario, cuando otros países (Japón, Inglaterra, Francia) están en medio de un renacimiento, Alemania se enfrenta a la amenaza del crecimiento del desempleo por razones que son perfectamente claras. En 1919, 1920 y 1921, y especialmente en 1920, cuando la crisis era espantosa, y el peligro de la revolución proletaria era todavía muy grande, la burguesía no se atrevía, por razones políticas, a tomar la ofensiva contra los trabajadores, y por motivos económicos, por que la situación era tan desesperada, reducciones salariales de 10 % o 15 % o 20 % produjeron pocos cambios en las condiciones básicas del mercado. Pero cuando la estabilidad sustancial se manifestó y los primeros síntomas de una ruptura en la coyuntura llegaron y cuando la crisis dejó de desarrollarse, entonces la burguesía comenzó inmediatamente a pasar a la ofensiva. En la competencia en el mercado mundial una diferencia de 5 a 20 por ciento es de gran valor. Por esta misma razón los obreros se vieron obligados a resistir. Y así, el efecto inicial de una cierta débil mejora en la coyuntura económica encontró su expresión en una ofensiva, en una presión intensificada del capitalismo sobre los trabajadores, pero simultáneamente la resistencia de los obreros también aumentó, porque la lucha de clases se había agravado ampliamente y de manera intensiva. En Norteamérica, el capitalismo está superando a los demás en el camino de las concesiones y, por lo tanto, nos indica el camino del desarrollo futuro del movimiento, es decir, no una lucha defensiva de los trabajadores, sino una ofensiva por parte de ellos sobre la base de esta coyuntura alterada. Pero, compañeros, ¿cómo afecta esta alterada situación a la revolución? ¿Significa que el proletariado conquistará el poder sobre la base de esta mejor coyuntura? Sería absolutamente falso hacer tales predicciones. Esto es posible, pero no hay más garantías que la correlación de fuerzas, que cambia constantemente, porque estas fuerzas vivientes están en conflicto, porque crecen, se agrupan, se reagrupan, se fusionan, etc. Es muy posible que el renacimiento industrial dure un año o dos, un renacimiento muy raquítico que no se corresponde con el declive general de la economía debido a su falta de equilibrio, debido al caos de la moneda, debido a los altos aranceles y las fronteras arancelarias con que todos los estados, incluso los Estados Unidos, están rodeados, y debido a la inestabilidad diplomática del militarismo.

Todo esto, por supuesto, se corresponde al estado de decadencia del capitalismo. De ahí la naturaleza raquítica del avivamiento. Pero hay una diferencia entre un renacimiento raquítico y una crisis más profunda y la diferencia consiste en que el primero afecta a la organización y a la lucha de la clase obrera. El impulso ya ha sido dado por este avivamiento. Es un impulso hacia un movimiento de masas, y esto es especialmente evidente en Francia. En ese país había un estancamiento casi completo, pero hoy en día una huelga tras otra tiende a volverse de carácter tenaz.

La futura táctica de los partidos comunistas

No sabemos si esta impulso llevará o no a la toma del poder. Esto depende de innumerables factores, sobre todo, naturalmente, en la medida en que la cuestión se plantea políticamente, depende de la táctica, de la futura táctica política. Y sobre esta futura táctica política trataré ahora, una vez más en un breve esbozo. El Tercer Congreso Mundial de la Internacional Comunista centró su atención en el partido alemán con la política seguida en marzo que obligó a la Internacional Comunista a revisar todas las circunstancias y a emitir nuevas consignas, fijar nuevas señales y proclamar que la tarea de los comunistas europeos no consistía en conquistar el poder hoy o mañana sino en conquistar a la mayoría de la clase obrera y crear, así, la premisa política para la conquista del poder. El Partido Comunista de Alemania ha asimilado muy bien esta lección. De ahí surgió la táctica del frente único. ¿Qué significa el «de ahí surgió»? El significado es muy claro. Si consideramos que el partido está en vísperas de la conquista del poder y que la clase obrera lo seguirá, entonces la cuestión del frente único simplemente no existe. Pero si tenemos una situación en la que el partido comunista pide una huelga general, como sucedió en marzo de 1921 en Alemania, y el partido es seguido por un quinto o un sexto de toda la clase obrera, mientras que los otros cuatro quintos se mantienen en parte pasivos y en parte profundamente hostiles; de ahí llegamos a convencernos de que debe transcurrir un cierto intervalo, tal vez varios años, antes de la conquista del poder ... Recordemos entre paréntesis que en el Tercer Congreso Mundial de la Internacional Comunista el camarada Lenin comentó: «Camaradas, nuestra posición es por supuesto mala, pero si necesitáis otro año o dos, podemos esperar». Y en ese momento los camaradas alemanes y un número de camaradas italianos consideraban esto casi como una traición a la revolución proletaria. Sin embargo, han transcurrido casi dos años y nos vemos obligados a prorrogar otra moratoria durante dos años más o, en cualquier caso, hasta el próximo congreso... En resumen, si la situación requiere unos dos o tres años de trabajo preparatorio para la conquista del poder, es necesario reflexionar sobre lo que sucederá en el ínterin con la clase obrera, que tiene sus propias tareas inmediatas: la lucha contra la ofensiva del capitalismo, el inicio de la reacción, etcétera. Pero la clase obrera está dividida. Por supuesto que sería espléndido si la clase obrera estuviera dispuesta a seguir inmediatamente a los comunistas. Pero ése no es el caso. Y en la lucha actual vemos una división entre las organizaciones obreras y las viejas organizaciones culpan de esta división a los comunistas. Y así, los comunistas responden: «En lo que a nosotros respecta estamos listos para la conquista del poder, pero en la medida en que ustedes independientes, y ustedes, obreros no partidarios, plantean tales y tales tareas, en esa medida estamos dispuestos a entrar con usted en un frente único para la lucha contra la burguesía». En Alemania, después de los acontecimientos de marzo, esta táctica fue adoptada por el partido comunista en su conjunto. Y se ha aplicado con éxito. La dialéctica de la historia, sin embargo, a veces actúa para volver nuestros propios lemas contra nosotros mismos. El lema del frente único, planteado por la Internacional Comunista en Alemania, ha ganado sin duda una gran popularidad entre los trabajadores alemanes. Pero, ¿con qué resultados? Produjo inmediatamente la unificación de los scheidemannistas y de los independientes contra nosotros; Y la imagen que se ve en Alemania es la de los socialdemócratas unidos que apoyan el ataque salvaje del gobierno contra los comunistas, a los que se está convirtiendo virtualmente en un partido ilegal. Se producen enfrentamientos callejeros y ataques en los que la contrarrevolución monárquica emplea un frente único contra la minoría comunista del proletariado. Y algunos comunistas franceses, como Daniel Renoult, ven en todo esto un argumento contra el frente único, alegando que supuestamente ayudamos a los scheidemannistas a unirse con los independientes. No nos engañemos a nosotros mismos. Al principio, la unificación significa una afluencia de fuerzas materiales para la socialdemocracia. Pero si nos acercamos a esta unificación desde una perspectiva de largo alcance, entonces constituye una ganancia política colosal para nosotros porque la formación intermedia en la forma de un Partido Independiente y de la Internacional II y ½, que sirvió de amortiguador entre los obreros comunistas y los socialdemócratas, confundían las relaciones reales y tendían a dirigir las mentes de una cierta parte de los trabajadores a lo largo de canales pseudooposicionales. Cuando tenemos, por un lado, sólo la socialdemocracia ligada al estado burgués, y por el otro lado sólo a los comunistas que permanecen en la oposición, entonces el poder atractivo del partido comunista debe aumentar al máximo. Y sin duda, en el próximo período veremos el crecimiento de la influencia ideológica del partido comunista alemán, después de que la clase obrera haya tenido en cuenta la unificación de los socialdemócratas y los independientes, aunque sea de manera aproximada. En Francia, sin duda, vamos a la zaga de Alemania. Me refiero al propio partido comunista. Este retraso encontró su expresión en el hecho de que el Partido Comunista Francés, la vanguardia de la clase obrera, repitió sólo recientemente, el mes pasado, los errores de marzo del Partido Comunista de Alemania, aunque a menor escala.

En general, camaradas, la Internacional Comunista es una institución maravillosa. Y la formación que un partido da a otro es igualmente insustituible. Pero, en términos generales, hay que decir que cada clase obrera tiende a repetir todos los errores a costa de sus propios huesos y espalda. A la Internacional Comunista sólo se le puede ayudar en el sentido de cuidar que esa espalda y huesos lleven el mínimo número de cicatrices, pero en la naturaleza de las cosas las cicatrices son inevitables. Lo vimos casi el otro día en Francia. En el puerto del Havre se produjo una huelga de 15.000 trabajadores. Esta huelga de importancia local atrajo la atención nacional de la clase obrera, por su empecinamiento, firmeza y disciplina. Esto llevó a grandes contribuciones en beneficio de los huelguistas a través del órgano central de nuestro partido, l'Humanité; se hicieron giras de agitación, y etc. El gobierno francés, a través de su jefe de policía, llevó la huelga a un enfrentamiento sangriento en el que murieron tres trabajadores. (Es muy posible que esto haya ocurrido gracias a la ayuda de elementos anarquistas dentro de la clase obrera francesa que involuntariamente incitan a la reacción.). Estos asesinatos evidentemente debían llevar a producir grandes repercusiones en la clase obrera francesa. Recordarán que las jornadas de marzo de 1921 en Alemania también comenzaron cuando en la Alemania Central el jefe de la policía, un socialdemócrata, envió bandas de la policía militar para aplastar a los huelguistas. Este hecho estaba en el fondo de nuestro llamamiento del partido alemán a una huelga general. En Francia observamos un curso análogo de acontecimientos: una huelga tenaz, que atrapa el interés de toda la clase obrera, seguida de sangrientos enfrentamientos. Tres huelguistas mueren. Los asesinatos ocurrieron, digamos, el viernes y el sábado se había convocado una conferencia de los llamados sindicatos unificados, es decir, los sindicatos revolucionarios, que mantienen estrechas relaciones con el partido comunista. Y en esta conferencia se decidió llamar a la clase trabajadora a una huelga general al día siguiente. Pero no se produjo ninguna huelga general. En Alemania, durante la (llamada) huelga general de marzo, participaron un cuarto, un quinto o un sexto de la clase obrera. En Francia, incluso una fracción más pequeña del proletariado francés participó en la huelga general. Si uno sigue a la prensa francesa para ver cómo se llevó a cabo todo este asunto, entonces, camaradas, uno tiene que rascarse la cabeza diez veces al reconocer cuán jóvenes e inexpertos son los partidos comunistas de Europa occidental. La Internacional Comunista había acusado a los comunistas franceses de pasividad. Esto era correcto. Y el Partido Comunista de Alemania también había sido acusado antes de marzo de pasividad. Al partido se le exigía actividad, iniciativa, agitación agresiva, intervención en las luchas cotidianas de la clase obrera. Pero el partido intentó en marzo recuperarse de la pasividad de ayer mediante la acción heroica de una huelga general, casi un levantamiento. En menor escala esto se repitió el otro día en Francia. Para salir de la pasividad proclamaron una huelga general para una clase obrera que recién empezaba a salir de la pasividad bajo las condiciones de un incipiente resurgimiento y mejora de la coyuntura. ¿Cómo motivaron esto? Lo motivaron con esto, que la noticia del asesinato de los tres trabajadores produjo una impactante impresión en el comité central del partido y en la Confederación del Trabajo. ¿Cómo no pudo haber producido tal impresión? Por supuesto, ¡fue impactante! Y así se lanzó la consigna de la huelga general. Si el partido comunista fuera tan fuerte como para necesitar sólo emitir un llamamiento para una huelga general, entonces todo estaría bien. Pero una huelga general es un componente dinámico de la propia revolución proletaria. De la huelga general surgen enfrentamientos con las tropas y se plantea la cuestión de quién es el amo en el país. ¿Quién controla el ejército, la burguesía o el proletariado? Es posible hablar de una huelga general de protesta, pero esta es una cuestión de suma importancia. Cuando llegan cables informando de que tres trabajadores han sido asesinados en el Havre y se sabe que no hay revolución en Francia, sino una situación estancada, que la clase obrera empieza a agitarse ligeramente saliendo de la condición de pasividad engendrada por los acontecimientos durante la guerra y el período de posguerra, en tal situación lanzar la consigna de una huelga general es cometer el mayor y más burdo error, error que sólo puede socavar durante mucho tiempo, durante muchos meses, la confianza de las masas trabajadoras en un partido que se comporta de tal manera. Es cierto que la responsabilidad directa en este caso no fue soportada por el partido. La consigna fue emitida por los llamados sindicatos unificados, es decir, revolucionarios. Pero, en realidad, ¿qué deberían haber hecho el partido y los sindicatos? Deberían haber movilizado a todos los obreros y obreros sindicalizados y enviarlos a difundir estas noticias de un extremo al otro del país. Lo primero era contar la historia como debería haber sido contada. Tenemos un periódico diario, l'Humanité, nuestro órgano central. Tiene una circulación de aproximadamente 200.000 (una circulación apreciable). Pero Francia tiene una población de no menos de 40 millones. En las provincias prácticamente no circulan los diarios. En consecuencia, la tarea consistía en informar a los trabajadores, darles a conocer la historia con agitación y tocarlos con rapidez con esa historia. La segunda cosa que necesitaba era dirigirse al Partido Socialista, el partido de Longuet y Renaudel con unas cuantas preguntas (ninguna ocasión podría haber sido más propicia) y decir: «En el Havre, tres obreros han sido asesinados. Nosotros damos por sentado que esto no puede ser permitido no quedar impune. Estamos dispuestos a emplear las medidas más resueltas. Nosotros preguntamos, ¿qué proponen ustedes?»

El planteamiento de estas cuestiones habría atraído gran atención. Era necesario recurrir a los sindicatos reformistas de Jouhaux, que están mucho más cerca de los huelguistas. Jouhaux fingió simpatía por esta huelga y le dio ayuda material. Era necesario hacerle la siguiente pregunta: «Ustedes, los sindicatos reformistas, ¿qué proponen? Nosotros, el partido comunista, proponemos no celebrar mañana una huelga general, sino una conferencia del partido comunista, de los sindicatos revolucionarios unificados y de los sindicatos reformistas para discutir cómo debe responderse a esta agresión del capitalismo. Era necesario tocar con rapidez los corazones de las más amplias masas trabajadoras que ayer se negaban a escucharnos y que seguían a Jouhaux. Renaudel y el resto. Era necesario hacer girar a las masas trabajadoras. Tal vez una huelga general podría haber salido de ahí, no sé. Tal vez una huelga de protesta, tal vez no. En cualquier caso, era demasiado poco anunciar y gritar que se había despertado en mí la indignación cuando supe por los cables que tres trabajadores habían sido asesinados. En cambio, era necesario tocar con rapidez los corazones de las masas trabajadoras. Después de semejante actividad, la clase obrera entera quizás no hubiera salido en huelga demostrativa, pero podríamos, por supuesto, haber llegado a un sector muy considerable. Sin embargo, se cometió un error, permítanme repetir, en una escala menor que los acontecimientos de marzo. Fue un error en una escala de dos por cuatro. Con la diferencia de que en Francia no hubo asaltos, ni acciones fuera de control, ni nuevos enfrentamientos sangrientos, sino simplemente un fracaso. La huelga general fue un fiasco y por ende un signo matemático menos para el partido comunista, una menor adhesión para los carnés del partido comunista, no una mayor sino una menor adhesión de militantes nuevos. Esto es obvio y en gran medida está relacionado, camaradas, con el hecho de que nuestro Partido Comunista Francés ha estado generalmente rezagado en su vida interna. Se adhirió a la Internacional Comunista en la Convención de Tours en 1920, pero la herencia del antiguo Partido Socialista, la herencia de la extensa cultura parlamentaria, las condiciones republicanas francesas, la tradición de la Gran Revolución Francesa, no pueden superarse fácilmente. No quiero, compañeros, entrar en las complejas interrelaciones que han existido durante el período pasado entre la Internacional Comunista y el Partido Comunista Francés, y cuya tarea era reducir el número de cicatrices en las espaldas del sector de vanguardia de los trabajadores franceses. Como resultado de estas relaciones e intervenciones, las discusiones aquí y las experiencias sobre el terreno allí, han cristalizado cinco agrupaciones dentro del Partido Comunista Francés. Esas agrupaciones ahora están convocadas en París a la Convención del Partido Comunista Francés. Aún no conocemos los resultados. Sin embargo, para caracterizar la esencia de lo que nos gustaría lograr, debo decir unas pocas palabras sobre los propios grupos. El grupo de izquierda se compone de aquellos elementos que mantuvieron el punto de vista revolucionario durante la guerra, y desempeñó un papel importante en la adhesión del partido francés a la Internacional Comunista. Después está el centro que probablemente abarca a la mayoría de los trabajadores porque estos últimos no han recibido aún una educación comunista completa y se unieron a la Internacional Comunista junto con sus viejos líderes locales y nacionales. Luego está el ala derecha. Estos son los enemigos declarados de la Internacional Comunista. Su líder es Verfeuil, que fue expulsado del partido por la Federación del Sena y por la Internacional Comunista.

Hay también un ala izquierda extrema que es un conglomerado de prejuicios anarquistas y reformistas que toma cuerpo en dos o tres miembros principales. Sus seguidores obreros simplemente están afectados por la impaciencia revolucionaria. Estos son elementos espléndidos que necesitan educación. La tarea consiste en obligar al centro a romper con el ala derecha, a unirse con las izquierdas, sobre la base del programa y la táctica del comunismo revolucionario, y crear un comité central capaz y deseoso de guiar al partido en este espíritu. Y junto a ello es necesario asegurar en este comité central una mayoría de trabajadores vinculados al movimiento sindical de masas, cosa que nunca ha existido en Francia. En Francia, el campo del movimiento sindical es una cosa y el campo de la alta política es otra cosa. Y cuando la Internacional Comunista exigió que estos dos campos estuvieran estrechamente interrelacionados, el comunista Ernest Lafont, un abogado, un diputado y un miembro del partido, declaró: «Esa es una petición tonta. ¿Qué les pueden decir los abogados a los trabajadores sobre el campo del movimiento sindical?» Pero si los abogados no tienen nada que decirles a los trabajadores en el campo del movimiento sindical, entonces debemos decirles que, en general, la dirección es incorrecta. Para la profesión jurídica hay otras instituciones fuera de la Internacional Comunista. Si ustedes se encuentran aquí, significa que deben decidir cuestiones del movimiento obrero y un movimiento obrero sin los sindicatos no es ningún movimiento obrero en absoluto. Para nosotros esto es tan elemental que es embarazoso mencionarlo en una reunión de trabajadores, sobre todo en una reunión de partido. Pero en Francia es necesario luchar contra los prejuicios, dejados por la vieja cultura democrática. En el Cuarto Congreso Mundial de la Internacional Comunista tendremos en el caso del partido francés, bajo la forma de varias tendencias diferentes y todavía en pugna, aproximadamente lo mismo a lo que nos enfrentamos en el Tercer Congreso Mundial de la Internacional Comunista en el caso del Partido Comunista de Alemania. En ese momento, el año pasado, la Internacional Comunista desempeñó un papel importante en la medida en que aceleró el proceso de restaurar la unidad del partido y prestar el mayor servicio a la capacidad de acción del partido. Creo que el Partido Comunista Francés propone, después de aproximadamente un año y cuarto de retraso, hacer lo que hizo en marzo el Partido Comunista de Alemania.

En Italia la situación es aún más aguda. Después de los acontecimientos de septiembre de 1920, el ala comunista, aproximadamente un tercio del antiguo Partido Socialista, se separó, mientras que el antiguo Partido Socialista, formado por el entonces centro y el ala derecha, continuó su existencia. Bajo la embestida de la burguesía que puso el poder ejecutivo en manos de las bandas fascistas, los reformistas se desplazaron cada vez más hacia la derecha, buscando entrar al gobierno, cuyo órgano ejecutivo era y sigue siendo las bandas fascistas. Esto condujo a una escisión en el Partido Socialista entre la derecha y el llamado grupo Serrati, con lo que el partido de Serrati anunció en su congreso que se adhería a la Internacional Comunista. Tendremos en el congreso dos partidos: nuestro Partido Comunista de Italia y el partido de Serrati que, habiendo dado un amplio giro, ahora quieren unirse a la Internacional Comunista. La mayoría de este partido está indudablemente luchando por una verdadera actividad revolucionaria. Aquí tenemos cierta similitud con la situación francesa. En Francia la perspectiva es realizar una unificación del ala izquierda y del centro, pero tanto el ala izquierda como el centro pertenecen formalmente al mismo partido. No son sino dos tendencias, por no decir dos facciones, mientras que en Italia son dos partidos diferentes. Ciertamente, no será fácil amalgamarlos, pues la tarea es amalgamar la filiación proletaria de estos dos partidos y, al mismo tiempo, asegurar una firme dirección comunista revolucionaria. De ello se desprende que, tanto en Francia como en Italia, la tarea es hoy en gran parte de carácter interno, organizativo, preparatorio y educativo, mientras que el partido alemán puede y debe pasar ahora, como lo está haciendo, a una agresiva ofensiva, aprovechando el hecho de que los independientes y los socialdemócratas se han unido y que el partido comunista sigue siendo el único partido de la oposición.

La situación en Inglaterra y Francia

Algunas palabras sobre Inglaterra. Aquí nuestro partido comunista sigue siendo una sociedad educativa y de propaganda que funciona con éxito, pero no un partido capaz de dirigir directamente a las masas.

En Inglaterra, sin embargo, la situación está tomando forma o apuntando en una dirección que nos es favorable, fuera del marco del partido comunista, dentro de la clase obrera en su conjunto. Hoy hemos recibido un cable que informa de que ha dimitido el gobierno de Lloyd George.

Este era el único gobierno más viejo que el nuestro. [Risas] Nos consideraban los menos estables entre todos los gobiernos. Este es el educado regalo de Lloyd George para nuestro aniversario, para no herir nuestros sentimientos. [Risas] Obviamente esto significa nuevas elecciones en Inglaterra. Y nuevas elecciones implican una lucha entre los tres grupos básicos, que son: los tories, el partido laboralista y los liberales independientes. Lo que Lloyd George haga personalmente es una cuestión subsidiaria. Puede ir con los conservadores o con los liberales independientes, abrazado a la mano derecha del Partido Laborista. Su carrera personal es todo lo que está involucrado en ello. Esencialmente, la lucha se producirá entre los tres grupos, y con ello no se excluye de ninguna manera que pueda llegar al poder una coalición del Partido Laborista y los liberales independientes. Lo que esto significa apenas requiere de algún comentario. La aparición de la clase obrera en el poder hará recaer toda la responsabilidad de las acciones del gobierno sobre el Partido Laborista y dará lugar a una época del kerenskismo inglés en la era del parlamentarismo, proporcionando un ambiente favorable sin paralelo para el trabajo político del partido comunista. En caso de que los tories ganen (dudo en sopesar las probabilidades, pero supongamos que son favorables), sólo significaría un empeoramiento de la situación interna del país. Se presentaría una tendencia a agudizar la oposición del Partido Laborista y, por lo tanto, traería consigo nuevas elecciones muy rápidamente, porque las elecciones en Inglaterra pueden tener lugar dentro de un mes o unos meses, como ha sucedido más de una vez en el pasado. En otras palabras, la estabilidad de la situación política interna, reforzada por la coalición encabezada por Lloyd George, queda relegada al museo con la partida de Lloyd George, e Inglaterra está experimentando choques y oscilaciones que sólo pueden jugar en nuestro favor.

En Francia, la política del Bloque Nacional encabezada por Poincaré se asemeja a la de Lloyd George y no difiere de ésta en nada, aunque un corresponsal de Londres me informó hoy que la opinión de Inglaterra es que la política de Lloyd George está tan alejada de Poincaré como el cielo de la tierra, y que a diferencia de Lloyd George, que goza de una gran popularidad en Rusia, Poincaré goza de una gran animosidad. A esto mi respuesta fue que Lloyd George pelea justificadamente con Poincaré por la animosidad en lo que concierne a nuestras masas trabajadoras. Estaba muy asombrado y prometió hacer conocer este descubrimiento en la prensa inglesa. [Risas] En Francia, el bloque encabezado por Poincaré tiene dos años más de recorrido antes de su desaparición formal, y es incuestionable que el poder en Francia será asumido por el «Bloque de Izquierda», cuyo líder Herriot nos visitó aquí en Moscú. í‰l será el primer ministro. No hay otro candidato excepto Caillaux, que Clémenceau exilió de Francia como a un traidor porque Caillaux quiso terminar la guerra. Caillaux tiene que ser primero perdonado, lo que sólo puede hacerlo un nuevo parlamento y luego puede que debido a su influencia aparezca a la cabeza del gobierno. Pero el candidato más probable en la actualidad es Herriot que está preparando el trasfondo y las condiciones para una nueva política, para el kerenskismo francés, porque la asunción del poder por el «Bloque de Izquierda» significa un gobierno de radicales y socialistas, que indudablemente entrarán al Bloque de Izquierda. Una vez más, la situación es excepcionalmente favorable para el partido comunista porque hoy los socialistas, los radicales y Jouhaux, están luchando contra el Bloque Nacional, pero al día siguiente sólo un partido luchará contra el nuevo bloque. Si se materializa un «Bloque de Izquierda» porque el antiguo cascarón del Bloque Nacional se ha convertido en decrépito, entonces el partido comunista aparecerá como el único partido de la oposición y, en consecuencia, tal cambio será más ventajoso para nosotros. En los dos principales países de Europa (Inglaterra y Francia) se está produciendo un cambio de regímenes. Inglaterra está a mitad camino, mientras que en Francia se prepara una liquidación del régimen que surgió de la guerra y la victoria lograda por estos países. Y ahora se está produciendo un viraje interno, la más violenta interrupción de la estabilidad de estos estados, estabilidad que tuvo que ser reconstituida o semirreconstituida después de la guerra, y esto abre perspectivas más amplias para el partido comunista. Todos estos son los factores positivos que estamos teniendo en cuenta. Sin embargo, camaradas, todo lo que digo nos lleva a la conclusión de que aún permanecemos en Europa en el período de preparación, el período de organización, de una revisión interna de los partidos comunistas, el período de su templanza y su lucha por la influencia en las masas trabajadoras. Esto significa que nosotros, la república soviética, debemos permitir a los partidos comunistas de Europa otro año, o dos o tres, para el trabajo preparatorio de cara a la conquista del poder. Este trabajo preparatorio es más difícil que en nuestro país porque el enemigo allí es más experto e inteligente. Y vemos en todos los países europeos la creación de bandas fascistas contrarrevolucionarias, que no tuvimos en nuestro país. El fascismo es un gobierno dual, no oficial, al que le cedió lugar y honor el gobierno oficial. Este gobierno no oficial no se ve obstaculizado por ninguna norma democrática ficticia, muertes, masacres. El fascismo ha dejado de ser un fenómeno puramente italiano. El fascismo se está extendiendo en todos los países. En Alemania está constituido por la organización Orgesch y las pandillas, que sólo emplean una etiqueta diferente. En Francia, el fascismo lleva el sello realista. Como ustedes saben, en Francia hay un Partido Realista encabezado por León Daudet, hijo del novelista Alphonse Daudet. Leon Daudet es un bufón malicioso. ¿Qué es lo que quiere? í‰l quiere restaurar, por la gracia de Dios, a uno de los Capetos. Este es un programa arcaico para la República Francesa, pero el caso es que Daudet lucha contra la república como un realista y no necesita respetar las normas de la república, las normas de la democracia. í‰l organiza las pandillas que están a su disposición para los pogromos, y la burguesía dice: «Este mi hombre.»

El partido de Daudet difiere de otros partidos en que no está atado ni por los prejuicios ni por las ficciones superficiales de la democracia. Daudet sabe cómo preparar ataques incendiarios, asesinatos, sangres y etc. A menos que mi memoria me falle, la prensa francesa, ha informado desde que la guerra, en cinco o diez ocasiones, de rumores sobre el nombramiento de Leon Daudet (este bufón malicioso, este Purishkevich francés) como Ministro de Asuntos Internos. Y esto no es broma en absoluto. Hoy esto es prematuro, pero tenemos aquí una figura alrededor de la cual se están reuniendo los elementos correspondientes, elementos seleccionados que jugarán el papel principal de la república al otro lado de las barricadas. Similarmente en todos los demás países. Dejo a un lado a Inglaterra, el parlamento inglés y el parlamento francés. ¡En Inglaterra las iglesias cuentan! No por nada Lloyd George dijo que la Iglesia es la central eléctrica de todos los partidos, manteniendo en sus manos a todos los líderes de la clase trabajadora. Y, además, tienen las bandas auxiliares de las tropas de choque para el asalto directo. Esto nos da alguna idea de las dificultades colosales en medio de las cuales los partidos comunistas tendrán que hacer su camino incluso después de que conquisten a la mayoría de la clase obrera. Pero todavía no han conquistado esa mayoría. Todavía deben conquistarla. En consecuencia, nos enfrentamos a un proceso prolongado. La lucha del proletariado europeo y mundial por el poder es muy ardua y sinuosa, pero con una política correcta es absolutamente segura, absolutamente cierta. Paralelamente a la lucha se producirá el proceso grandioso de nuestra acumulación socialista, nuestra construcción socialista aquí, en casa.

Del trabajo al azar a la construcción sistemática

Desde este punto de vista, debemos hacer una transición en todas las relaciones desde un estilo de vida a salto de mata a formas estables y establecidas, desde el trabajo al azar hasta el trabajo sistemático y metódico. Todos hemos pecado en este punto. Debemos pasar de nuestra absoluta universalidad (y en esto estoy totalmente de acuerdo con el camarada Bujarin) a la especialización. Debemos comenzar a perfeccionar nuestros conocimientos en todos los campos y lo más importante de todo es que debemos hacer la guerra contra un tipo creado por nuestra historia durante los últimos cinco años. Es el tipo de individuo que es capaz de todo, lo sabe todo, supervisa desde el banquillo y emite directivas a todos. Viví en la emigración en Viena durante varios años y los vieneses tienen una palabra que creo que no se encuentra en ningún otro idioma. Esta palabra es «kibitzer». Tomen nota de ella. Sera útil. Se aplica a un hombre que cuando, por ejemplo, otros dos están jugando un juego de ajedrez, se sentará e, indefectiblemente, sabrá siempre el mejor movimiento que debe hacerse. Pero cuando te sientas a jugar con él resulta ser un chapucero de primera clase. Esto, por supuesto, no se aplica solo al ajedrez, sino a cualquier cosa que se quiera, a cuestiones de tecnología, así como a las tiendas de herramientas y etc.

Entre nosotros está muy extendida esta enfermedad «kibitzer». Y fluye, repito, de toda nuestra situación. Todos nos veíamos arrojados de aquí para allá, convirtiéndonos en aficionados en todos los oficios, pero no en maestros de ninguno. Y tuvimos que soportar este modo de vida nómada. Era inevitable. Pero en la medida en que se está llevando a cabo una prolongada labor preparatoria en Occidente para lograr la disciplina y conquistar la confianza mientras nosotros en nuestro país trabajamos conquistando la vida económica, en la misma medida la transición al trabajo sistemático y metódico juega un papel colosal Y ahí surge la cuestión crucialmente importante de reproducir nuestro partido, reponer y regenerar sus filas y compensar las pérdidas.

La educación de la juventud, cuestión de vida o muerte para nuestro partido

En la misma célula de la antigua fábrica de Bromley, donde pasé varias horas, me sorprendió el hecho de que el partido estuviera allí unido principalmente por los cuadros mayores, es decir, por los trabajadores de las generaciones mayores. El hecho es que la generación que creció en 1916-1917 aparentemente no se siente atraída por nosotros. Los trabajadores de Bromley me dijeron que los jóvenes proletarios que han alcanzado la edad de 21, 22 o 23 años, y especialmente los de 24 años, muestran poco interés por la política. Entre ellos hay apatía, cierta indiferencia: la embriaguez y el juego de cartas son más frecuentes que entre las generaciones más viejas y las más jóvenes, que ahora tienen 17, 18 o 19 años y que constituyen el elemento más auspicioso y sensible. Esta nueva generación ha madurado ya dentro del marco de un poder soviético estable. En su conjunto, piensa en sí misma sólo en términos soviéticos. Busca liderazgo, es más culta, tiende a agruparse alrededor de nuestros clubes, tiende hacia la cultura. Esta es la generación que el partido puede tomar por completo en sus propias manos.

Es una nueva generación que ha crecido bajo las condiciones del régimen soviético, y refleja esas condiciones. Y así debemos asegurar la restauración del capital básico de nuestro partido. Con esto no quiero lanzar una frase rimbombante. Digo que la cuestión de educar a los jóvenes es ahora una cuestión de vida o muerte para nuestro partido.

En el Cuarto Congreso de la Internacional Comunista, en el que volveremos a estudiar la situación internacional, en el que tendremos que conceder nuevamente un aplazamiento a la revolución europea, diremos que durante el año y medio que ha transcurrido desde el Tercer Congreso Mundial nos hemos mantenido firmemente sobre nuestros propios pies, y nos mantendremos porque, en primer lugar, hemos aprendido a manejar el poder del estado, cómo a maniobrar con él y manipularlo. Y, en segundo lugar, porque hemos aprendido y estamos aprendiendo a usar el capital básico de nuestro partido.

La purga demostró ser muy beneficiosa. Esto es perfectamente claro e indiscutible hoy en día. Ha restaurado la confianza política del partido en sí mismo, pero al mismo tiempo ha restringido y reducido nuestro partido eliminando a los elementos perdidos y disminuyendo así los cuadros del partido. Mientras tanto, la tarea en nuestro país sigue siendo gigantesca. Antes de que transcurra un cierto número considerable de meses no aparecerá en el horizonte europea una nueva potencia estatal, y tal vez incluso un cierto, aunque no grande, número de años. Y nuestro trabajo, por supuesto, se desarrollará en mejores condiciones que en los últimos cinco años. Sin embargo, no estamos asegurados contra nuevas explosiones de furia capitalista contra nosotros, incluyendo la aparición de nuevos frentes de guerra. Todo esto procede precisamente de la dialéctica de la lucha de clases. En este momento, la intensificación del movimiento revolucionario en Europa podría ser una señal para un ataque contra la Rusia soviética. En la práctica, el incipiente poder proletario en Alemania (y la historia aún desvela su enmarañada madeja desde Rusia a través de Alemania hacia Occidente) ha planteado ante nosotros tareas que van mucho más allá de los límites de nuestra construcción interna. Para ello es imprescindible renovar nuestros cuadros partidarios, crear una poderosa reserva de juventud. Y mientras, diremos nuevamente a los partidos comunistas: «Ustedes, los comunistas europeos deben ir a las masas antes de que la cuestión de la conquista del poder conquistador se les planteé de inmediato. Ustedes deben aprender a corregir sus errores. Debemos aprender a conquistar a las masas. Entonces le diremos a nuestro propio partido: «Ante nosotros hay un joven partido que debemos conquistar para sostener la fortaleza soviética en nuestras propias manos hasta que la revolución proletaria conquiste Europa y más tarde la todo el mundo.»

 

 

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NOTAS

[73] V.I. Lenin, «Hemos pagado demasiado caro», en Obras Completas, Tomo XXXVI, Akal Editor, Madrid, 1978, página 303.

[74] Historia General del Socialismo. De 1918 a 1945, dirección Jacques Droz, Ediciones Destino, Barcelona, 1985, página 114.

[75] Tomado de Las enseñanzas del Tercer Congreso de la Internacional Comunista>, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[76] Tomado de [Balance General del Tercer Congreso Mundial de la Internacional Comunista. Informe al Segundo Congreso Mundial de la Internacional de la Juventud Comunista en su sesión del día 14 de julio de 1921], Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[77] Tomado de [Resumen del discurso posterior al informe, y su discusión, en el Segundo Congreso de la Internacional Juvenil Comunista], Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[78] Tomado de Discurso pronunciado ante la Segunda Conferencia Mundial de Mujeres Comunistas, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[79 Tomado de Una escuela de estrategia revolucionaria, Edicions Internacionals Sedov-Trotsky inédito en internet y en castellano.

[80] El ex presidente del Comité Central del Partido Comunista de Alemania, Paul Levi, criticó la táctica del partido durante los acontecimientos de marzo. Pero dio a su crítica un carácter absolutamente inadmisible y desorganizador; así que, en lugar de rendir servicio a la causa, la perjudicó. Una lucha en el seno del partido trajo la exclusión de Levi y la confirmación de esta exclusión por el congreso de la Internacional. L.T.

[81] Ver «Resolución sobre la acción de marzo y sobre el Partido Comunista Unificado de Alemania», enCuatro primeros congresos de la Internacional Comunista. Tesis, manifiestos y resoluciones, en Edicions Internacionals Sedov. EIS.

[82] Al respecto se pueden ver en esta misma obra: Carta a los camaradas Cachin y Frossard, Carta a Lucie Leiciague sobre l'Humanité, Carta del Ejecutivo de la IC al CD del PCF. EIS.

[83] Después he visto, en los artículos del camarada Kurt Geyer con motivo del Tercer Congreso (artículos que me llegaron cuando mi libro estaba ya en imprenta), que este representante de la oposición se desliza hacia el centrismo, sin darse cuenta. Parte del punto de vista de que el Tercer Congreso ha establecido una perspectiva histórica, haciendo así más independiente nuestra táctica de nuestra confianza en la revolución. Geyer saca la conclusión que las divergencias de táctica entre el Internacional Comunista y los centristas»¦ disminuyen. ¡Tal concepción es monstruosa! La Tercera internacional es una organización de combate que camina hacia su fin revolucionario a través de todos los cambios de condiciones. La Internacional Segunda y Media no quiere revolución; se apoya sobre una selección apropiada de jefes y subjefes, de grupos y tendencias, ideas y métodos.

En el mismo momento en el que Kurt Geyer contrasta una suavización de la discordia entre los comunistas y los independientes, estos, con mayor fundamento, contrastan otra entre ellos y los socialdemócratas. Si se quisieran sacar todas las conclusiones necesarias, esto nos daría el programa de un restablecimiento de la vieja socialdemocracia tal cual era antes de agosto de 1914, con todas sus consecuencias. Si rechazamos toda adaptación dogmática de la revolución en las condiciones que puedan presentarse en el transcurso de las semanas y meses próximos (lo cual conduce, prácticamente, a las tendencias putschistas), nos mantenemos fieles en nuestra lucha contra putschismo, a nuestra tarea fundamental: formar un partido comunista revolucionario, activo, irreductible, que se oponga a todas las agrupaciones proletarias reformistas y centristas. Kurt Geyer coloca dogmáticamente la revolución en un futuro indefinido, y hace cábalas en el sentido de un acercamiento a los centristas. ¿Puede dudarse que esta «perspectiva»™ lleva a Geyer y a los que compartan sus ideas muchos menos lejos de lo que ellos creen? L.T.

[84] Un gracioso me «contradijo» en el congreso diciendo que no se podía mandar a la clase obrera como a un ejército. Es igual. Yo he tratado de demostrar que no se podía mandar al Ejército rojo de la manera que ciertos políticos han querido mandar sobre la clase obrera. L.T.

[85] Tomado de Carta del Ejecutivo de la I.C. al CD del PCF, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[86] Tomado de Carta a Lenin [sobre el Partido Comunista Francés], Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[87] Tomado de Cartas al Congreso de Marsella, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[88] Carta confidencial.

[89] Tomado de: Flujos y reflujos. Marxists Internet Archivo. Sección en Español. Archivo León Trotsky.

[90] Tomado de Discurso en la Undécima Conferencia del partido, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[91] Tomado de [Discurso de Trotsky tras el informe de Zinóviev, «La táctica de la Internacional Comunista», presentado en la Conferencia de Diciembre de 1921 del Partido Comunista de Rusia / Bolchevique], Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[92] Tomado de Paul Levi y algunos «izquierdistas», Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[93] Tomado de Discurso [ante el Ejecutivo de la Internacional Comunista el 2 de marzo de 1922], Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en castellano y en internet.

[94] Tomado de El frente único y el comunismo en Francia, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[95] Tomado de Resolución de la Internacional Comunista sobre el Partido Comunista de Francia, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[96] Tomado de Los comunistas y los campesinos en Francia, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[97] Tomado de Tras Génova y el 1º de Mayo. Las lecciones de nuestras grandiosas manifestaciones, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[98] Tomado de: Discurso ante el Ejecutivo de la Internacional Comunista sobre la crisis del PCF, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[99] Tomado de Del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista al Comité Central del Partido Comunista Francés, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[100] Tomado de Carta a Rosmer [22 de mayo de 1922], Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[101] Tomado de El comunismo francés y la actitud del camarada Rappoport, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en castellano y en internet.

[102] Tomado de Carta a Ker, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[103] Ver en esta misma obra Discurso ante el Ejecutivo de la Internacional Comunista.

[104] Tomado de Cuarto discurso de Trotsky. Extractos de los protocolos del Ejecutivo de la Internacional Comunista, en Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[105] Tomado de Resolución y mensajes del Ejecutivo de junio de 1922, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[106] Tomado de Carta a Treint, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[107] Tomado de Carta del Comité Ejecutivo a la Federación del Sena [sobre el federalismo y el centralismo democrático], Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[108] Artículo 9 de los estatutos de la Internacional: «El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista dirige, en el intervalo que separa las sesiones de los congresos, todos los trabajos de la Internacional Comunista, publica en cuatro lenguas al menos un órgano central (la revista L'Internationale communiste), publica los manifiestos que juzga indispensables en nombre de la Internacional Comunista y da a todos los partidos y organizaciones afiliadas instrucciones que tiene fuerza de ley. El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista tiene el derecho a exigirles a los partidos afiliados que se excluya a tales grupos o individuos que hayan transgredido la disciplina proletaria; puede exigir la exclusión de los partidos que hayan violado las decisiones del congreso mundial. Esos partidos tiene derecho a recurrir al congreso mundial. En caso de necesidad, el Comité Ejecutivo pondrá en pie, en diferentes países, oficinas auxiliares, técnicas u otras, que le estarán completamente subordinadas.» EIS.

[109] Tomado de [El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista a la Convención de París del Partido Comunista Francés], Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[110] Tomado de [Del CEIC a la Convención de París del Partido Comunista Francés], Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[111] Tomado de Quinto aniversario de la Revolución de Octubre y Cuarto Congreso Mundial de la Internacional Comunista. (Discurso pronunciado ante los miembros activos de la organización del partido en Moscú), Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.