¿Qué nos depara el 1° de agosto?[1]

 

 

26 de junio de 1929

 

 

 

El Buró de Europa occidental de la Internacional Co­munista hizo un llamado a los obreros de todo el mundo para que salgan a la calle el 1º de agosto. Convocó a es­ta manifestación en respuesta a la sangrienta represión de la vanguardia obrera berlinesa llevada a cabo por los socialdemócratas alemanes. A ningún revolucionario le cabe la menor duda de que el crimen histórico perpetra­do el 10 de mayo no debe quedar impune, y no lo quedará. La única pregunta es cuándo y cómo podremos vengarnos de la socialdemocracia y su amo burgués por el sangriento ataque contra la manifestación obrera del Día del Trabajo. El método elegido por la Comintern es absolutamente erróneo. Prepara el camino para una nueva derrota.

La manifestación del Día del Trabajo es una mani­festación tradicional del proletariado, que se realiza re­gularmente en un día específico del año, independientemente de la situación internacional y nacional del pro­letariado. Pero toda la historia de la celebración del Pri­mero de Mayo demuestra que jamás se elevó por enci­ma de la situación real de la movilización obrera, que siempre estuvo determinada por esta lucha y subordinada a la misma. Para los partidos que realizan un tra­bajo reformista pacífico, fue siempre una movilización pacífica, y ya antes de la guerra había perdido todas sus características revolucionarias. En los países donde se libraba una lucha enérgica por el sufragio universal, la celebración del Primero de Mayo se transformó en parte integrante de esa lucha. En Rusia esta celebra­ción estaba identificada con la lucha revolucionaria contra el zarismo, y a partir de 1905 reflejó todas las etapas de esa lucha: desde el ataque tempestuoso, a la quietud total. Lo mismo ocurrió en Alemania después de la guerra.

Las últimas celebraciones del Primero de Mayo re­flejaron, naturalmente, los procesos más recientes de la vida sindical: las elecciones municipales y parlamentarias, sobre todo en Inglaterra y Bélgica, y muchas mani­festaciones triviales de la vida de la clase obrera. La estabilización política de la burguesía en los últimos seis años se ha basado principalmente en la política de la Comintern, que aseguró la derrota del proletariado en Alemania, China, Inglaterra, Polonia y Bulgaria; el debilitamiento de su posición en la URSS, la consiguiente desintegración de la Comintern, y la resurrección de la socialdemocracia. La estabilización política de la burguesía fue la premisa necesaria para su estabi­lización económica, que a su vez debilitó las perspecti­vas de la acción revolucionaria directa.

Esta situación se expresó en su forma más concen­trada en Inglaterra, donde hace sólo tres años el prole­tariado realizó su huelga general revolucionaria. En un país en el que el capitalismo atraviesa una colosal crisis de decadencia, donde todos los líderes de las organizaciones obreras se desprestigiaron con su traición sin precedentes, el Partido Comunista demostró en las elecciones que es una organización totalmente insignificante en tamaño. La Comintern y la Internacional Sindical Roja vienen anunciando al mundo entero desde hace años que el Movimiento Minoritario sindical revolucionario agrupa cerca de un millón de obreros que siguen la bandera comunista.[2] Si les sumamos los desocupados y sus familiares adultos, superamos fácilmente los dos millones de votos. Los primeros, que acaban de culminar una huelga prolongada y están obligados a trabajar en peores condiciones que antes, suman casi otro tanto. Diríase que una buena parte de estos tres o cuatro millones de votos tendrían que haber sido para el Partido Comunista. ¿Y qué ocurrió? Con veintisiete candidatos en los distritos donde son mejor acogidos, el Partido Comunista sólo obtuvo un total de cincuenta mil sufragios. Esta tremenda derrota es el precio directo e inmediato de la política desastrosa de la Comintern en el Comité Anglo-Ruso, que ha sido el problema central de su política en Inglaterra los últimos años.

  Las últimas elecciones británicas [mayo de 1929] revelaron un indudable giro a la izquierda de las masas obreras. Pero este desplazamiento hacia la izquierda, es decir, el rompimiento de millones de obreros con la burguesía, presenta en la actualidad un claro matiz reformista y pacifista. La derrota del Partido Comunista británico lo demuestra con claridad. Es difícil imaginar una broma más cruel que la que le gastó la Comintern al comunismo británico. Durante varios años obligó al Partido Comunista a aferrarse al faldón de Purcell y a sostener una corona revolucionaria sobre la cabeza de Cook[3]. La dirección de Moscú formó durante un año entero un bloque con los rompehuelgas manifiestos del Consejo General. En estas circunstancias el Partido Comunista no existía políticamente. La minoría revolucionaria de los sindicatos quedó sumida en la impotencia intelectual y política de la Internacional Comunista ayudó a Thomas[4] y a Purcell a destrozar, desalentar y absorber a esa minoría. Después, el partido británico recibió la orden de efectuar un giro de ciento ochenta grados. En consecuencia, confirmó el hecho de que la clase obrera simplemente no lo conoce como partido revolucionario independiente.

El Partido Comunista Alemán, incomparablemente más fuerte que los demás partidos, cuenta también con una tradición más seria y mayor cantidad de cuadros militantes. Pero en 1928 la clase obrera alemana apenas comenzaba a salir de la parálisis que afectaba a su abrumadora mayoría desde la catástrofe de 1923. Al otorgarle nueve millones de sufragios a la socialdemocracia, los obreros alemanes explícitamente se declararon dispuestos a probar suerte de nuevo por la senda pacífica de la reforma. 

El Partido Comunista de China tiene ahora tres o cuatro mil afiliados, no cien mil, como proclamaron los irresponsables burócratas de la Comintern en el Sexto Congreso. Pero este pequeño partido sigue aún en pro­ceso de desintegración. La dirección de Stalin, mezcla de aventurerismo y oportunismo, liquidó la revolución china por muchos años y, con ella, al joven Partido Co­munista Chino. La promesa del Comité Central del par­tido francés, que afirma que el lº de agosto habrá batallones proletarios en las calles de Shangai y en las de París, sólo puede calificarse de retórica barata. Desgra­ciadamente, todo tiende a indicar que no habrá batallo­nes en marcha en Shangai ni en París. Ni el Partido Comunista Francés, ni su pálida sombra, la Confedera­ción General del Trabajo Unitaria,[5] han aumentado su influencia en los últimos años. No existe la menor espe­ranza de que el lº de agosto sea más revolucionario en París de lo que fue el lº de mayo. Semard y Mon­mousseau[6] se comprometen a todo para no hacer nada.

¿Y el resultado de las elecciones belgas acaso per­mite abrigar la esperanza de que los obreros de Bruse­las y Amberes respondan al llamado de los Jacquemot­tes y salgan a hacer manifestaciones?[7]

No nos detendremos en los demás partidos de la Internacional Comunista. Todos revelan exactamente los mismos rasgos: descenso de su influencia, debilita­miento organizativo, ruptura ideológica y desconfianza de las masas hacia sus llamados.

Se consideraba al partido checoslovaco como una de las secciones más poderosas de la Comintern. Pero el año pasado, su intento de establecer un “día rojo”, re­veló un alarmante reformismo estancado, envenenado por el espíritu de Smeral y los de su especie.[8] Ape­nas se le ordenó desde arriba que se volviera revolucio­nario, en veinticuatro horas el partido checoslovaco co­menzó a desintegrarse.

En la época del Sexto Congreso se nos decía que la situación alemana colocaba la revolución a la orden del día. Thaelmann anunció sin ambages: “La situación se vuelve más revolucionaria cada día.” Pero ese juicio re­sultó totalmente erróneo. El camarada Trotsky en nombre de la Oposición envió una carta al Sexto Congreso, ¿Y ahora?, en la que analizaba detalladamente la eva­luación oficial de la situación, y el año pasado advirtió  correctamente que esa evaluación conduciría a conclu­siones aventureras funestas, la Oposición no niega que la clase obrera alemana muestra síntomas de un des­plazamiento a la izquierda. Todo lo contrario: para nosotros este “desplazamiento hacia la izquierda” se ex­presó claramente en las últimas elecciones parlamenta­rias [mayo de 1928]. Pero el eje del problema es saber en qué etapa se encuentra este proceso actualmente. En Alemania se ha producido un crecimiento simultá­neo de la socialdemocracia y del comunismo. Induda­blemente, eso significa que amplios sectores obreros se alejan de los partidos burgueses. Pero la corriente prin­cipal todavía fluye por los canales de la socialdemocra­cia. En estas circunstancias, la afirmación de que “la situación se vuelve más revolucionaria cada día” resul­ta intolerablemente irresponsable. La socialdemocracia no es parte de la revolución. Hermann Mueller y Zoer­giebel[9] se lo recordaron al mundo entero el lº de mayo.

Debemos comprender claramente qué significa el crecimiento de la socialdemocracia en las circunstan­cias imperantes. Después de la experiencia de la guerra y la derrota del militarismo alemán, de la insurrección revolucionaria y las amargas derrotas del proletariado, amplias masas obreras, que incluyen una nueva gene­ración, sienten la necesidad de pasar nuevamente por la escuela del reformismo. En esta época, en la que todos los procesos llegan rápidamente a su culmina­ción, dicha experiencia no durará décadas como la es­cuela de la socialdemocracia de antes de la guerra, sino probablemente unos pocos años. Pero la clase obrera alemana y la de todo el mundo atraviesan precisamente esta etapa. La aparición de la fracción independiente de Brandler es un pequeño síntoma accidental de este proceso. El viraje de los obreros de la burguesía hacia la socialdemocracia demuestra que las masas se despla­zan hacia la izquierda. Sin embargo, este desplaza­miento reviste todavía un carácter puramente pacifista, reformista y nacionalista. El desarrollo ulterior de este proceso depende de una serie de factores nacionales e internacionales y, en gran medida, de nuestra política, de nuestra capacidad de comprender la esencia del pro­ceso y de nuestra habilidad para distinguir sus etapas sucesivas.

El desplazamiento reformista hacia la izquierda co­menzará a ser sustituido por un desplazamiento revo­lucionario en el momento en que las masas comiencen a pasar en forma creciente, de la socialdemocracia hacia los partidos comunistas. Pero eso aún no ha ocurrido. Las manifestaciones individuales, episódicas, no tienen importancia. Es necesario considerar al proceso en su conjunto. Cuando en julio de 1928 Thaelmann, imitando a Stalin y a otros líderes de la Comintern, dijo que “la situación se vuelve más revolucionaria cada día”, sólo reveló su total incapacidad para comprender la dialécti­ca del proceso que vive actualmente la clase obrera.

El Partido Comunista Alemán recibió tres millones doscientos mil votos en las elecciones del año pasado. Este resultado, posterior a la derrota de 1923, es decir, al derrumbe del brandlerismo, y a los errores mons­truosos que cometieron los ultraizquierdistas en 1924 y 1925, fue sumamente significativo y prometedor. Pero de ninguna manera es un síntoma de una situación revolucionaria. Sobre esos tres millones doscientos mil pesan nueve millones, lo que resultó claro en la campa­ña del acorazado,[10] que refutó rotundamente la chácha­ra de Thaelmann acerca de que la situación se vuelve “más revolucionaria cada día”.

Las masas obreras, sobre todo la nueva generación, viven ahora una repetición acelerada del curso refor­mista. Este es el hecho fundamental. De allí no se des­prende, desde luego, que debamos adoptar una actitud menos implacable hacia la socialdemocracia y la Oposi­ción de Derecha (Bujarin, Brandler y Cía.); pero nues­tros objetivos tácticos deben ser producto de una clara comprensión de lo que está ocurriendo. La celebración del Día del Trabajo de 1929 no pudo ir más allá de lo que permitía el contexto político. No pudo hacer que el Partido Comunista se volviera en veinticuatro horas más fuerte de lo que era. El Primero de Mayo sólo podía ser un episodio en medio del proceso de “desplaza­miento hacia la izquierda”, aún pacifista  y reformista, de las masas. El intento de alcanzar las estrellas en veinticuatro horas fue producto de una evaluación erró­nea de los procesos que se desarrollan en el seno de las masas, y condujo a una derrota en la que indudablemente intervinieron elementos aventureros. Los opor­tunistas siempre se benefician con los errores del aven­turerismo revolucionario. En este caso los beneficiados fueron los socialdemócratas, y en parte también los brandleristas, que son la versión más uniforme, honrada y nueva de la socialdemocracia “revolucionaria” y que utilizan el desastre del aventurerismo revoluciona­rio para desacreditar los métodos revolucionarios en general.

No cabe duda de que la celebración del Día del Tra­bajo fue un revés para el Partido Comunista Alemán. Esto no significa, desde luego que el partido haya retro­cedido en forma definitiva o por mucho tiempo. La con­ciencia de las masas trabajadoras asimilará gradual­mente el crimen sin precedentes de la socialdemocracia y esto les facilitará la transición hacia el comunismo. Sin duda así será... con una sola condición: que el pro­pio Partido Comunista tenga una línea general correcta.

Enfocando la situación desde este punto de vista, es necesario plantear en primer término la siguiente pre­gunta: ¿Qué necesitan ahora los obreros berlineses, los obreros alemanes y todos los demás obreros? ¿Repetir el Primero de Mayo o aprender sus lecciones? La pre­gunta se responde por sí misma. Es inconcebible que se repita la experiencia; no hay que permitirlo. Sería una burda aventura sin sentido. Lo que queremos es aprender las lecciones, hacer una evaluación correcta de lo sucedido. Lo que queremos es una línea política correcta.

Dijimos que no se puede colocar artificialmente al Primero de Mayo por encima del nivel político del movi­miento. Menos aun podemos hacer esto con “jornadas rojas” adicionales, decididas burocráticamente de antemano en base al calendario. Por otra parte, la Co­mintern quiere convertir el lº de agosto en una ven­ganza por lo que sucedió el lº de mayo. Desde ya se puede afirmar, y hay que hacerlo para que todos lo oigan, que la “jornada roja” del lº de agosto está con­denada de antemano al fracaso. Además, lo que el 1º de mayo tuvo de valioso (la abnegación de una parte de la vanguardia proletaria) quedará reducido al mínimo el lº de agosto. Y lo que el lº de mayo tuvo de malo (los elementos aventureros) se incrementará aun más.

En el otoño de 1923, cuando la vida ideológica de la Internacional Comunista todavía no estaba totalmente estrangulada, se desarrolló en los organismos más im­portantes del comunismo, una polémica sobre si es o no viable fijar de antemano la fecha de una insurrección.[11] Basándose en las experiencias de todas las revolucio­nes, los marxistas demostraron que sí es viable, y ade­más necesario. Haciéndose eco de Stalin y Zinoviev, Brandler y Maslow se mofaron de la idea de fijar fecha para la insurrección, con lo que demostraron que en lo referente a los problemas fundamentales de la revolu­ción seguían siendo unos filisteos sin remedio. Cuanto más revolucionaria es la situación, más necesario es que la vanguardia proletaria posea un plan de acción claro y concreto. La dirección del partido debe tomar el timón con firmeza y mirar al futuro. Una de las activida­des fundamentales de la dirección revolucionaria en ta­les circunstancias es preparar prácticamente la insu­rrección. Y puesto que toda insurrección, como toda ac­tividad humana, se desarrolla en el tiempo, la dirección debe señalar oportunamente la fecha de la insurrec­ción. Lógicamente, si cambian las circunstancias se puede cambiar la fecha: fue lo que sucedió en Petrogra­do en 1917. Pero una dirección incapaz de comprender la importancia del factor tiempo, que se limita a nadar a favor de la corriente, haciendo gárgaras y burbujas, está condenada a la derrota. Una situación revoluciona­ria exige un calendario revolucionario.

Pero esto no significa, por cierto, que basta con que Thaelmann, Stalin, Manuilski o Semard tomen el calen­dario y marquen con un puntito rojo el lº de agosto para que ese día se transforme en un acontecimiento re­volucionario. Semejante enfoque combina los rasgos más funestos del burocratismo y el aventurerismo. En los países y partidos dominados por el burocratismo liso y llano, que son mayoría, lo más probable es que el 1º de agosto culmine en un cómico fracaso, como ocurrió con la manifestación de Vincennes de Semard y Mon­mousseau.[12] En los países donde predominan los rasgos aventureristas, el lº de agosto bien puede desembocar en una tragedia, que esta vez - a diferencia del Día del Trabajo - beneficiará pura, exclusiva y fatalmente al enemigo.

Aunque ya estamos acostumbrados a muchas cosas, el manifiesto del Buró de Europa occidental de la Inter­nacional Comunista publicado el 8 de mayo en Berlín, nos asombró por su falta de seriedad, su retórica, su jactancia y su irresponsabilidad repugnante. “¡A la ca­lle, proletarios!” “¡Abajo la guerra imperialista!” “¡Apropiaos de la experiencia política y técnico-militar de la lucha del proletariado berlinés!” “¡Adquirid los métodos de combate de la policía!” “¡Aseguraos de vuestra capacidad de maniobra!” “¡ Unificad vuestro apoyo al proletariado berlinés con las reivindicaciones cotidianas de las más amplias masas obreras!” “¡Aba­jo la guerra imperialista!” “¡A la calle, proletarios!”.

En otras palabras, los partidos comunistas europeos tienen una tarea con fecha rigurosamente fijada: en tres meses (de mayo a agosto), deben unificarse con las más amplias masas obreras (ni más ni menos), apren­der el arte de maniobrar, adquirir los métodos de com­bate de la policía, apropiarse de la experiencia política y técnico-militar de la lucha, y salir a las calles contra... la guerra imperialista. Realmente, cuesta imaginar un documento más lamentable, lo que demuestra que los sucesivos golpes del aparato gubernamental sobre las cabezas de la Internacional Comunista las han reducido a un nefasto grado de estupidez. Y ahora esta dirección insensata, armada con las ideas y consignas arriba cita­das, le advierte a la burguesía de toda Europa que el 1º de agosto tiene la intención de arrastrar a los obreros a la calle “bien armados con métodos técnico-militares”. ¿Puede haber una forma de jugar más desvergonzadamente con las vidas de la vanguardia proletaria y el honor de la Internacional Comunista que la de estos despreciables epígonos que encabeza Stalin?

Las tareas y deberes de los bolcheviques leninistas surgen muy claramente de la situación de conjunto. So­mos una pequeña minoría en el movimiento obrero; ello se debe a las mismas razones que hacen fuerte a la bur­guesía; la socialdemocracia ha crecido, el ala derecha de la Internacional Comunista se consolida y el centrismo tiene el aparato en sus manos. La minoría marxista debe analizar, evaluar, prever, advertir los peligros y señalar el rumbo. ¿Qué hacer en lo inmediato? Lo pri­mero es corregir lo hecho. Es necesario cancelar la manifestación del 1º de agosto.

Pero, ¿esto no dañará el prestigio de la Internacio­nal Comunista y sus secciones nacionales? Indudablemente. Un burdo error político no puede dejar de afec­tar su autoridad. Pero el daño será menor si se cancela la manifestación que, si se insiste obstinadamente en el error, convirtiendo así a la manifestación en una come­dia indigna o en un combate guerrillero entre fuerzas revolucionarias poco numerosas y la policía.

El último congreso del Partido Comunista Alemán al parecer quería desoír el llamado del Buró de Europa occidental y guiarse por el sentido común. Pero en lugar de rechazarlo clara y enérgicamente, el manifies­to del congreso se limita a embellecer y diluir las consignas técnico-militares de la Internacional Comunista. Esta es la peor de todas las actitudes posibles, porque combina las desventajas de la retirada con los peligros del aventurerismo.

Es necesario cancelar la manifestación. La Oposi­ción debe empeñar todos sus esfuerzos para lograrlo. Debemos ser capaces de llamar a las puertas de todas las organizaciones partidarias, a cuyas espaldas se anunció la manifestación. Debemos dirigirnos a los ele­mentos de vanguardia de los sindicatos, no escatimar esfuerzos para explicar el error y el peligro de este nuevo invento. Debemos explicarles a los obreros co­munistas y revolucionarios en general que la premisa básica para que el partido pueda llamar a una manifes­tación combativa de las masas es que goce entre ellas de una influencia ganada día a día, con una política cla­ra, previsora y correcta. La actual política de la Interna­cional Comunista socava y destruye la influencia que obtuvo con la Revolución de Octubre y durante el perio­do de sus cuatro primeros congresos. Tenemos que cambiar la línea radicalmente. El punto de partida ha de ser la cancelación de la manifestación del 1º de agosto.

La Oposición no permitirá, bajo ninguna circunstan­cia, que se la separe de las masas, y sobre todo no deja­rá de fijar oportunamente la fecha de la insurrección. La Oposición es la vanguardia de la vanguardia. Cum­plirá con su deber en este y en todo momento.



[1] ¿Qué nos depara el 1º de agosto? The Militant,  lº de agosto de 1929. Firmado “Consejo de Redacción de The Opposition”, revista internacional que Trotsky quería empezar a publicar. Poco después de la represión en Berlín a la manifestación del 1º de mayo de 1929, el Buró de Europa occidental de la Comintern decretó el 1º de agosto “día rojo” internacional, con el objetivo, entre otros, de combatir la guerra imperialista, vengar a las víctimas de la represión en Berlín y demostrar la capacidad de la de la clase obrera para  “ganar la calle”.

[2] La Internacional Sindical Roja (Profintern) se organizó en Moscú en julio de 1920 como rival comunista de la reformista  Federación Sindical Internacional (Internacional de Amsterdam). Se unificaron en 1945 en la Federación Sindical Mundial, pero después de que comenzó la guerra fría volvieron a dividirse; los reformistas se retiraron para crear, en 1949, la Confederación Internacional de Sindicatos Libres.  El National Minority Movement [Movimiento Minoritario Nacional] se organizó en 1924 como núcleo de    ­izquierda del Congreso Sindical Británico. Aunque lo inició el PC británico, no fue una opción real frente a los burócratas sindicales “de izquierda” cortejados por Moscú en el Comité Anglo- Ruso.

[3] Albert A.  Purcell  (1872-1935) y Arthur J. Cook (1885-1931): dirigentes “izquierdistas”

 del movimiento sindical británico y del Comité Anglo-Ruso.

[4] James H. Thomas (1874-1949): dirigente sindical ferroviario británico, secretario de colonias en el primer gobierno laborista y lord del sello privado en el segundo. Desertó del Partido Laborista en 1931 para colaborar con Macdonald en la formación de un gobierno de coalición con los tories.

[5] La Confederación General del Trabajo Unitaria (CGTU) se formó en 1921 con un sector que, para formar una central  más radical, rompió con la Confederación General del Trabajo  (CGT), la principal federación sindical de Fran­cia, dominada por los reformistas. Se reunificaron en 1936, durante el régimen del Frente Popular.

[6] Gustave Monmousseau (1883-1960): sindicalista  revolucionario, se convirtió en dirigente del PC Francés y de la CGTU y en fanático stalinista.

[7] Jean Jacquemotte (1883-1936): se convirtió en el principal dirigente del PC Belga después de que la mayoría de su comité directivo fue expulsada por “trotskistas” en 1928.

[8] Bohumir Smeral (1880-1941): socialdemócrata checo que en un primer momento apoyó la Primera Guerra Mundial, fue dirigente del ala derecha del PC Checoslovaco. En 1926 pasó a formar parte del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista y se quedó en Moscú varios años. Fiel vocero sta­linista. Después del Pacto de Munich (1938) volvió a la Unión Soviética.

[9] Karl Zoergiebel (n. 1878): socialdemócrata, comisionado de policía de Berlín que en mayo de 1929 estuvo a cargo del brutal ataque contra los mani­festantes del PC.

[10] En la campaña electoral para el Reichstag de mayo de 1928, los candidatos de la socialdemocracia alemana juraron solemnemente oponerse a la construcción de un crucero de guerra, el acorazado de bolsillo A, que había sido aprobada por el Reichstag saliente. La socialdemocracia, además de ser el partido con más votos en las elecciones (casi nueve millones), pasó a ser el elemento predominante en el gobierno de coalición encabezado por Hermann Mueller. Sus dirigentes se dieron cuenta de que no podían resistir la presión de sus socios capitalistas en la coalición y anunciaron que construirían el crucero. Entonces los dirigentes del PC declararon en el Reichstag que, respondiendo a la exigencia popular, iban a juntar firmas para pedir que se promulgara una ley “prohibiendo la construcción de cruceros y otras naves de guerra”. Aunque muchos socialdemócratas estaban en contra de la traición de los dirigentes a las promesas electorales, la campaña del PC fue un fracaso  vergonzoso, ya que no juntaron más que un millón doscientas mil firmas, dos millones menos que los votos que habían obtenido.

[11] La contribución de Trotsky a esta discusión, ¿Se puede poner fecha fija para la revolución o la contrarrevolución?, septiembre de 1923, está publicada en The First Five Years of The Communist International, volumen 2 (Monad Press, Nueva York).

[12] Los pobres resultados que obtuvo el PC Francés en París con su manifes­tación del 1º  de Mayo lo impulsaron poco después a lanzar una campaña contra una manifestación de apoyo a la guerra a realizarse en Vincennes, campaña cuyos resultados fueron peores aun. Mientras el periódico del partido se consolaba con la afirmación de que la acción del PC había asestado un golpe al gobierno, el Buró Político tuvo que admitir públicamente que los resultados eran mediocres y revelaban la brecha existente “entre nuestro partido y las masas”.