Antes del 9 de enero[1]

 

Noviembre/diciembre de 1904

 

 

 

 

El proletariado no debe realizar sólo propaganda revolucionaria. El proletariado debe moverse hacia la revolución.

Moverse hacia la revolución no significa necesariamente fijar la fecha para una insurrección y prepararse para ese día. No se puede fijar nunca el día y la hora de una revolución. El pueblo nunca ha hecho una revolución impelido por una orden.

Lo que puede hacerse, en vista de una catástrofe mortal inminente es elegir las posiciones más apropiadas, armar e inspirar a las masas con una consigna revolucionaria, para conducir todas las reservas simultáneamente en el campo de batalla, para hacer que practiquen en el arte de la lucha, para mantenerlas preparadas sobre las armas, y para enviar una alarma sobre todos los frentes para cuando llegue el momento. 

¿Significaría eso solamente una serie de ejercicios, y no un combate decisivo con las fuerzas enemigas? ¿Serían meras maniobras y no una verdadera revolución?

Sí, serían meras maniobras. Hay, sin embargo, una diferencia entre las maniobras revolucionarias y las militares, nuestras preparaciones pueden volverse, en cualquier momento e independientemente de nuestra voluntad, una verdadera batalla que sea capaz de decidir la larga guerra revolucionaria. No sólo puede ser así, debe ser así. Esto lo confirma la agudeza de la actual situación política que tiene en sus profundidades una tremenda cantidad de explosivos revolucionarios.

En qué momento las maniobras se convierten en batallas reales, depende del volumen y de la solidez revolucionaria de las masas, de la atmósfera de simpatía popular que las rodee y de la actitud de las tropas que el gobierno enfrente contra el pueblo.

Estos tres elementos del éxito deben determinar nuestro trabajo de preparación. Las masas proletarias revolucionarias existen. Debemos ser capaces de llamarlas a que salgan a las calles, en un momento dado, en todo el país; debemos ser capaces de unirlas con una consigna general.

Todas las clases y los grupos del pueblo están impregnados con el odio hacia el absolutismo, y eso quiere decir que tienen simpatía por la lucha libertaria. Debemos ser capaces de concentrar esta simpatía en el proletariado como una fuerza revolucionaria, que puede por sí sola, ser la vanguardia del pueblo en su lucha por salvar el futuro de Rusia. En cuanto a la actitud del ejército, éste apenas despierta grandes esperanzas en el corazón del gobierno. Han habido muchos síntomas alarmantes en los últimos años; el ejército es hosco, el ejército refunfuña y existen en él fenómenos de descontento. Debemos hacer todo lo que esté dentro de nuestro alcance para hacer que el ejército se separe del absolutismo en el momento en que las masas desencadenen su ofensiva decisiva.

Examinemos primero las últimas dos condiciones, que determinan el curso y resultado de la campaña.

Hemos pasado apenas hace poco por el período de la "renovación política" abierto con el sonido de trompetas y cerrado con el silbido de los látigos[2], la era del [príncipe] Svyatopolk-Mirski[3] cuyo resultado ha sido el recalcitrante odio hacia el absolutismo, elevado a un nivel sin precedente, entre todos los elementos conscientes de la sociedad. Los días venideros madurarán el fruto de la agitada esperanza popular y las incumplidas promesas del gobierno. El interés político ha tomado un carácter más definido últimamente; el descontento se ha profundizado y se fundamenta en una base teórica más sólida. El pensamiento popular, ayer burdamente primitivo, hoy realiza ávidamente un esfuerzo de análisis político.

Todas las manifestaciones del poder absoluto y arbitrario están siendo rápidamente atribuidos a su causa principal. Las consignas revolucionarias ya no asustan al pueblo; por el contrario, ellas despiertan un eco multiplicado, se convierten en proverbios populares. La conciencia del pueblo absorbe cada una de las expresiones de negación, condena o maldición dirigidas al absolutismo, del mismo modo que una esponja absorbe la substancia fluida. Ningún paso de la administración se queda sin su castigo. Cada uno de los errores es cuidadosamente tomado en cuenta. Sus avances sólo encuentran el ridículo, sus amenazas sólo alimentan odio. El vasto aparato de la prensa liberal[4] que hace circular cotidianamente miles de hechos, excita, subleva, e inflama la emoción popular.

Los sentimientos reprimidos buscan una salida. El pensamiento lucha por convertirse en acción. Sin embargo, la prensa liberal vociferante, a la vez que alimenta el descontento popular, tiende a desviar la corriente hacia canales pequeños; propaga la reverencia supersticiosa por la ‘opinión pública’ –impotente, desorganizada "opinión pública"- que no se transforma en acción; condena el método revolucionario de la emancipación nacional; apoya la ilusión de la legalidad; concentra toda la atención y todas las esperanzas de los grupos alrededor de la campaña por el zemstvo[5],preparando sistemáticamente de este modo una gran catástrofe para el movimiento popular. El descontento popular al no encontrar salida, desalentado por el fracaso inevitable de la campaña legalista del zemstvo, que no cuenta con una tradición de lucha revolucionaria en su pasado y que carece de perspectivas en el futuro, debe forzosamente manifestarse en un estallido del terrorismo desesperado, que deja a los intelectuales radicales en el papel de impotentes y pasivos –aunque comprensivos– observadores, dejando a los liberales que se sofoquen en un arrebato de platónico entusiasmo mientras brindan una dudosa ayuda.

Esto no debe suceder. Debemos apoderarnos de la actual excitación popular; debemos volver la atención de los numerosos grupos sociales descontentos hacia una tarea colosal encabezada por el proletariado – la Revolución Nacional.

La vanguardia de la Revolución debe sacar de la indolencia a los demás componentes del pueblo; estar aquí y allá , en todas partes; plantear la cuestión de la lucha política del modo más atrevido posible; denunciar, castigar, y desenmascarar la hipócrita democracia; hacer que los demócratas y los zemstvos liberales se enfrenten unos a otros; despertar una y otra vez, denunciar, castigar exigir una clara respuesta a la pregunta, ¿Qué van a hacer?; no permitir retroceso alguno; obligar a los liberales legalistas a reconocer su propia debilidad; apartar a los elementos democráticos y llevarlos hacia el camino de la revolución. Para realizar este trabajo es necesario unir todos los hilos de simpatía de toda la oposición democrática en la campaña revolucionaria del proletariado.

Debemos hacer todo lo que esté dentro de nuestro alcance para atraernos la atención y ganarnos la simpatía de la población pobre no proletaria de la ciudad. Durante las últimas acciones de masas del proletariado como en las huelgas generales de 1903 en el sur no se levantó esta política y éste fue el punto más débil del trabajo preparatorio. Según los corresponsales de prensa frecuentemente circularon entre la población rumores de lo más extraños sobre las intenciones de los huelguistas. Los habitantes de la ciudad esperaban que sus casas sean atacadas, los comerciantes tenían miedo que los saquearan, la población judía estaba atemorizada por los pogromos. Esto debe evitarse. Una huelga política en tanto un combate unificado del proletariado urbano contra la policía y el ejército está condenada al fracaso si el resto de la población permanece hostil o incluso indiferente.

La indiferencia de la población afectaría en primer lugar la moral del proletariado y después la actitud de los soldados. Bajo tales condiciones la posición del gobierno será con seguridad más dura. Los generales harían recordar a los oficiales las palabras del [general Mijail] Dragomirov quienes a su vez las pasarían a los soldados: "Los rifles son para dar en el blanco y no se le permitirá a nadie que gaste cartuchos inútilmente".[6]

El primer requisito del triunfo es el siguiente: una huelga política del proletariado debe convertirse en una manifestación política de la población.

La segunda premisa en orden de importancia la constituye la actitud del ejército. El descontento entre los soldados, una vaga simpatía por los ‘revoltosos’, es un hecho conocido. Sólo parte de esta simpatía podemos, correctamente, atribuirla a nuestra propaganda directa entre los soldados. La mayor parte de esta simpatía la provocan los enfrentamientos entre las unidades del ejército y las masas rebeldes. Sólo los idiotas irremediables o los canallas declarados se atreven a disparar a un blanco humano. La abrumadora mayoría de los soldados detestan desempeñar el papel de verdugos; esto es unánimemente admitido por todos los corresponsales que describen las batallas del ejército con el pueblo desarmado. El soldado regular apunta por arriba de las cabezas de la multitud. Sería anormal si lo contrario fuera el caso. Cuando el regimiento besárabe recibió las órdenes para reprimir la huelga general de Kiev, el comandante declaró que no respondía de la actitud de sus soldados. La orden, entonces, se cambió y se mandó al regimiento de Kerson, pero no hubo ni media compañía en todo el regimiento que se encontrara dispuesta a llevar adelante las órdenes de sus superiores.

Kiev no fue la excepción. Las condiciones del ejército deben ser hoy día más favorables a la revolución que lo que fueron en 1903. Hemos pasado por un año de guerra [contra Japón]. Es casi imposible que podamos medir la incidencia que tuvo el año pasado en la mentalidad del ejército. Esa influencia, sin embargo, debe ser enorme. La guerra no sólo atrae la atención del pueblo, también, despierta los intereses profesionales del ejército, por encima de lo normal. Nuestros barcos son lentos, los fusiles tienen un alcance muy corto, los soldados son analfabetos, los sargentos carecen de brújula y mapa, nuestros soldados están descalzos, hambrientos y muriéndose de frío, la Cruz Roja roba, el ministerio también. Todos estos rumores y hechos, y otros por el estilo se filtran y son absorbidos ávidamente por el ejército. Cada rumor, como ácido potente, desoxida al taladro mental. Años de propaganda pacífica difícilmente pueden equipararse en sus resultados a un día de guerra. Aunque el mecanismo inerte de la disciplina sigue existiendo, la fe, la convicción de que es correcto llevar a cabo las órdenes, la creencia de que las condiciones actuales pueden continuar, rápidamente comienzan a resquebrajarse. Cuanto menos confianza tiene el ejército en el absolutismo, más confianza tiene en sus enemigos.

Debemos explotar esta situación. Debemos explicar a los soldados el significado de la acción de los trabajadores que ha sido preparada por el partido. Debemos usar en forma amplia y constante la consigna que estamos seguros unirá al ejército revolucionario con el pueblo. ¡Abajo la guerra! Debemos crear una situación en la que los oficiales no puedan confiar en sus soldados en el momento crucial. Esto se reflejaría en la actitud de los propios oficiales.

El resto se hará en la calle. Estas acciones disolverán por medio del entusiasmo revolucionario popular, los restos de la hipnosis cuartelaria.

El principal factor, sin embargo, sigue siendo las masas revolucionarias. Es cierto que durante la guerra los elementos más avanzados de las masas, el proletariado consciente, no se alzó abiertamente al frente de la arena política con el grado de determinación requerida por el crítico momento histórico. Pero sería necesario carecer de nervio político y ser deplorablemente superficial, si se sacara de este hecho cualquier tipo de conclusiones pesimistas.

La guerra ha caído sobre nuestra vida pública con todo su peso colosal. El monstruo aterrador, derramando sangre y fuego, se asoma en el horizonte político, acribillándolo todo, hincando sus garras de acero sobre el cuerpo popular, infligiendo herida tras herida, causando un dolor mortal, que por momentos hace incluso imposible preguntarse por las causas de dicho dolor. La guerra, como todo desastre, acompañada por crisis, desempleo, movilizaciones, hambre, y muerte, deja pasmado al pueblo, causando desesperación pero no protestas. Esto, sin embargo, es sólo el principio. Las grandes e inexpertas masas del pueblo, la silenciosa capa social mayoritaria, que ayer no tenía conexión con los elementos revolucionarios, fue golpeada brutalmente por el puro poder de los hechos para enfrentarse al acontecimiento central de Rusia de la actualidad: la guerra. Se horrorizaron. Se quedaron sin aliento. Los elementos revolucionarios que antes de la guerra habían ignorado a las masas pasivas, se vieron afectados por la atmósfera de desesperación y de horror concentrado. Esta atmósfera los envolvió, los presionó en sus conciencias con su peso de plomo. La voz de la protesta enérgica era difícilmente oída en medio de tanto sufrimiento primitivo. El proletariado revolucionario, que todavía no se había recuperado de las heridas recibidas en julio de 1903, era impotente para oponerse "al llamado de lo primitivo".

El año de guerra, sin embargo no pasó sin consecuencias. Las masas, ayer primitivas, se enfrentan hoy con los acontecimientos más tremendos. Deben tratar de explicárselos, de entenderlos. La misma duración de la guerra ha producido un deseo por razonar, de cuestionarse el significado de todo esto. Así, pues, la guerra, aunque por un momento obstaculizó la iniciativa revolucionaria de miles, ha dado a luz al pensamiento político de millones.

El año de guerra no pasó sin consecuencias, ni un solo día pasó sin resultados. En las capas más bajas de la población, en lo más profundo de las masas, se estaba llevando a cabo un proceso, un movimiento de moléculas, imperceptible, pero irresistible, incesante, un proceso en que la indignación, la amargura, el odio y la energía revolucionarias se acumulaban. La atmósfera que se respira hoy día en nuestras calles no es ya de mera desesperación, es más bien una atmósfera de indignación concentrada que busca los medios y los caminos de expresarse en acción revolucionaria. Hoy, la acción concreta de la vanguardia de nuestras masas trabajadoras no sólo sería apoyada y llevada a cabo por todas nuestras reservas revolucionarias, sino también por miles y cientos de miles de reclutas revolucionarios. Esta movilización, a diferencia de la ordenada por el gobierno, se haría en medio de la simpatía general y la ayuda activa de la abrumadora mayoría de la población.

Ante la presencia de una simpatía general de las masas, ante la presencia de la ayuda activa, por parte de los elementos democráticos del pueblo; enfrentando a un gobierno odiado por todos, que ha fracasado tanto en las grandes empresas como en las pequeñas, un gobierno derrotado en los mares, derrotado en los campos de batalla, despreciado, desanimado, sin fe en el día siguiente, un gobierno que lucha en vano, busca favores en forma abyecta, provoca y retrocede: un gobierno que miente, que es insolente y que se encuentra aterrado, que se enfrenta a un ejército cuya moral ha sido destrozada por el curso de la guerra, cuyo valor, energía, entusiasmo y heroísmo se han estrellado contra el muro insuperable de la anarquía administrativa, un ejército que ha perdido su fe en la seguridad inconmovible de un régimen al que se le llama a servir; un ejército descontento, que refunfuña, que se queja, que más de una vez ha roto los acarreos disciplinarios durante el año pasado y que está ansioso de escuchar el clamor de los gritos revolucionarios, tales son las condiciones bajo las cuales el proletariado revolucionario hará acto de presencia en las calles. Nos parece que la historia nunca hubiera podido crear mejores condiciones para el ataque final. La historia ha hecho todo lo que puede permitirse la sabiduría elemental. Las fuerzas revolucionarias conscientes tienen que hacer el resto.

Una cantidad tremenda de energía revolucionaria se ha acumulado. No debe desperdiciarse sin provecho, no se debe disipar en choques y conflictos aislados, sin coherencia y sin un plan definido. Se deben hacer todos los esfuerzos para concentrar la amargura, la ira, la protesta, la rabia, el odio de las masas, para dar a esas emociones un lenguaje común, un objetivo común, para unificar, solidificar todas las partículas de las masas, hacerlas sentir y entender que no están aisladas, que al mismo tiempo que ellas, con las mismas consignas en la bandera y con el mismo objetivo en mente, innumerables partículas se están levantando en todas partes. Si se logra esta comprensión, se habrá logrado la mitad de la revolución.

Debemos llamar a todas las fuerzas revolucionarias a una acción simultánea. ¿Cómo podemos lograrlo?

Primero que todo debemos recordar que la escena principal de los acontecimientos revolucionarios es con seguridad la ciudad. Nadie será capaz de negar esto. Es evidente, además, que las manifestaciones callejeras sólo pueden convertirse en una revolución popular a condición de que sean manifestaciones de masas, es decir cuando abarquen, en primer lugar, a los obreros de las fábricas y plantas. Hacer que los obreros dejen sus máquinas y se pongan en pie; hacer que salgan de sus fábricas y vayan a las calles, que se dirijan a la planta vecina y proclamen allí el cese del trabajo, hacer que nuevos conglomerados de masas salgan a la calle; dirigirse de este modo de una planta a otra, de una fábrica a otra, creciendo incesantemente en número, derrumbando las barreras policíacas, absorbiendo nuevas masas, que surjan en el camino, ocupando los edificios adecuados para los mitines públicos, fortaleciéndose, organizando mitines revolucionarios continuos con un público que va y viene constantemente, poniendo orden en el movimiento de las masas, despertando su espíritu, explicándoles el objetivo y el significado de lo que está pasando; y por último convertir a toda la ciudad en un solo campo revolucionario, esto es de manera esquemática el plan de acción.

El punto de partida deben ser las fábricas y plantas. Esto significa que las manifestaciones de un carácter importante, cargadas de acontecimientos decisivos, deben empezar con huelgas políticas de masas.

Es más fácil fijar la fecha de una huelga que la de una manifestación del pueblo, del mismo modo que es más fácil mover a masas dispuestas a la acción que organizar nuevas masas.

Una huelga política, sin embargo, no local, sino una huelga política general que abarque a toda Rusia, debe tener una consigna política nacional. Esta consigna es: acabar con la guerra y llamar a una Asamblea Nacional Constituyente.

Esta exigencia debe ser una exigencia a nivel nacional, y en esto reside la tarea de nuestra propaganda que precederá a la huelga general panrusa. Debemos usar todas las ocasiones posibles para hacer que la idea de la Asamblea Nacional Constituyente se haga popular entre las masas. Sin perder un solo momento, debemos poner en práctica todos los medios técnicos y todos los instrumentos de propaganda a nuestra disposición. Las proclamaciones y los discursos, los círculos de estudio y los mítines de masas deben llevar a cabo esta propaganda, deben explicar y proponer la exigencia de una Asamblea Constituyente. No debe haber una sola persona en la ciudad que no sepa que su demanda es: una Asamblea Constituyente Nacional.

Los campesinos deben ser llamados a que se reúnan el día de la huelga política y a que pasen resoluciones exigiendo la convocatoria de una Asamblea Constituyente. Los campesinos de los alrededores de la ciudad deben ser llamados a que participen en los movimientos que realicen en la calle las masas que luchen por la convocatoria de una Asamblea Constituyente. Todas las sociedades y organizaciones profesionales y los órganos académicos, los órganos de gobierno y de prensa de oposición deben ser informados de antemano por los trabajadores de que se están preparando para una huelga política panrusa, fijada para un cierto día, para que se planteen el llamado de una Asamblea Constituyente. La clase trabajadora debe exigirle a todas las sociedades y organizaciones que el día que tendrá lugar la movilización de masas, deben sumarse a la demanda de una Asamblea Nacional Constituyente. La clase obrera deberá demandarle a la prensa opositora que popularice la consigna y que en el momento más álgido de la demostración debería imprimir un llamamiento a la población para que se una a la manifestación proletaria bajo la bandera de la Asamblea Nacional Constituyente.

Debemos llevar a cabo la más intensa campaña en el ejército con el objeto de que en el día de la huelga cada soldado que sea mandado a reprimir a los rebeldes, sepa que se enfrenta al pueblo que exige una Asamblea Nacional Constituyente.

Prefacio a la edición rusa de 19051

 

Moscú, 12 de enero de 1922

 

 

 

 

Los acontecimientos de 1905 se presentan como el grandioso prólogo del drama revolucionario de 1917. Durante los largos años de reacción triunfante que le siguieron, 1905 permaneció siempre ante nuestras miradas como un todo acabado, como el año de la revolución rusa. En la actualidad, ya no tiene 1905 ese carácter individual y esencial, sin haber perdido por ello su importancia histórica. La revolución de 1905 surgió directamente de la guerra ruso-japonesa y, del mismo modo, la revolución de 1917 ha sido el resultado inmediato de la gran matanza imperialista. Así, por sus orígenes como por su desarrollo, el prólogo contenía todos los elementos del drama histórico del que hoy somos espectadores y autores. Pero estos elementos se ofrecían en el prólogo en forma abreviada, todavía sin desarrollar. Todas las fuerzas componentes que entraron en escena en 1905, se hallan hoy iluminadas con una luz más viva por el reflejo de los acontecimientos de 1917. El Octubre rojo, como le llamábamos ya entonces, creció convirtiéndose, doce años más tarde, en un Octubre incomparablemente más grandioso y verdaderamente triunfante.

Nuestra gran ventaja en 1905, en la época del prólogo revolucionario, consistió en que los marxistas estábamos armados con un método científico para el estudio de la evolución histórica. Y ello nos permitía establecer una explicación teórica de las relaciones sociales que el movimiento de la historia no nos presentaba más que por indicios y alusiones. Muy pronto, la caótica huelga de julio de 19032, en el mediodía de Rusia, nos había proporcionado la ocasión de apreciar que el método esencial de la revolución rusa sería una huelga general del proletariado, transformada inmediatamente en insurrección. Los acontecimientos del 9 de enero3, confirmando de forma asombrosa estas previsiones, nos llevaron a plantear en términos concretos la cuestión del poder revolucionario. A partir de ese momento, en las filas de la socialdemocracia rusa, se busca y se investiga activamente cuál es la naturaleza de la revolución rusa y cuál su dinámica interna de clase. Fue precisamente en el intervalo que separa el 9 de enero y la huelga de octubre de 1905, cuando el autor llegó a concebir el desarrollo revolucionario de Rusia bajo la perspectiva fijada a continuación por la teoría llamada "de la revolución permanente". Esta designación, ciertamente algo abstrusa, quería expresar que la revolución rusa, obligada en primer término a considerar en su porvenir más inmediato determinados fines burgueses, no podría sin embargo detenerse ahí. La revolución no resolvería los problemas burgueses que se presentaban ante ella en primer plano más que llevando el proletariado al poder. Y una vez que éste se hubiera apoderado del poder, no podría limitarse el marco burgués de la revolución. Bien al contrario, y precisamente para asegurar su victoria definitiva, la vanguardia proletaria debería, desde los primeros días de su dominación, penetrar profundamente en los dominios prohibidos de la propiedad, tanto burguesa como feudal. En estas condiciones, era inevitable el encuentro con manifestaciones hostiles por parte de los grupos burgueses que la sostuvieran en el comienzo de su lucha revolucionaria, y por parte asimismo de las masas campesinas cuya cooperación la habría empujado hacia el poder. Los intereses contradictorios que dominaban la situación de un gobierno obrero, en un país atrasado en que la inmensa mayoría de la población se componía de campesinos, no podían conducir a una solución sino en el plano internacional, sobre el fondo de una revolución proletaria mundial. Cuando, en virtud de la necesidad histórica, hubiera desbordado la revolución rusa los estrechos límites que le fijaba la democracia burguesa, el proletariado triunfante se vería obligado a quebrar igualmente el marco de la nacionalidad, es decir, debería dirigir conscientemente su esfuerzo de manera que la revolución rusa se convirtiese en el prólogo de la revolución mundial.

Aunque exista un intervalo de doce años entre este juicio y los hechos, la apreciación que acabamos de exponer ha sido plenamente confirmada. La revolución rusa no ha podido limitarse a un régimen de democracia burguesa; ha tenido que transmitir el poder a la clase obrera. Y si ésta se mostró en 1905 demasiado débil para conquistar el lugar que le correspondía, ha podido afirmarse y madurar, no en la república de la democracia burguesa, sino en los ocultos refugios en que la confinaba el zarismo del 3 de junio. El proletariado alcanzó el poder en 1917 gracias a la experiencia adquirida por sus mayores en 1905. Los jóvenes obreros necesitan poseer esta experiencia, necesitan conocer la historia de 1905.

He decidido añadir a la primera parte de este libro dos artículos4 de los que uno (relativo al libro de Cherevanin*) se imprimió en 1908 en la revista de Kautsky* Neue Zeit, y otro, consagrado a establecer la teoría de "la revolución permanente", y en el que el autor polemiza con los representantes de la opinión que entonces dominaba a este respecto en la socialdemocracia rusa, se publicó (creo que en 1909) en una revista del partido polaco, cuyos inspiradores eran Rosa Luxemburgo* y Leo Ioguiches*. Estos artículos permitirán, a mi juicio, al lector orientarse con mayor facilidad en el conflicto de ideas que tuvo lugar en el seno de la socialdemocracia rusa, durante el período que siguió inmediatamente a la primera revolución, y arrojarán asimismo alguna luz sobre ciertas cuestiones extremadamente graves que se discuten en la actualidad. La conquista del poder no fue en modo alguno improvisada en octubre de 1917, como tantos se imaginan; la nacionalización de las fábricas y de las factorías por la clase obrera triunfante, no fue tampoco un "error" del gobierno obrero que se habría negado a escuchar las advertencias de los mencheviques. Estas cuestiones se discutieron, recibiendo una solución de principio, a lo largo de un período de quince años.

Los conflictos de ideas relativos al carácter de la revolución rusa rebasaron desde un comienzo los límites de la socialdemocracia rusa, alcanzando a los elementos avanzados del socialismo mundial. La forma en que los mencheviques concebían la revolución fue expuesta a conciencia, es decir, con toda su vulgaridad, por el libro de Cherevanin. En seguida, apresuradamente, los oportunistas alemanes adoptaron esta perspectiva. A propuesta de Kautsky, hice la crítica de este libro en Neue Zeit. Entonces Kautsky se mostró totalmente de acuerdo con mi apreciación. También él, como el fallecido Mehring*, se adhería al punto de vista de “la revolución permanente”. Ahora, un poco tarde, Kautsky pretende unirse en el pasado a los mencheviques. Pretende disminuir y tragarse de nuevo su ayer al nivel de su hoy. Pero esta falsificación exigida por las inquietudes de una conciencia que, ante sus propias teorías, no se encuentra demasiado pura, está al descubierto gracias a los documentos que subsisten en la prensa. Lo que en aquella época escribía Kautsky, lo mejor de su actividad literaria y científica (la respuesta al socialista polaco Lusnia, los estudios sobre los obreros americanos y rusos, la respuesta a la encuesta de Plejanov* sobre el carácter de la revolución rusa, etc.), todo lo cual fue y sigue siendo una implacable refutación del menchevismo, y justifica completamente, desde el punto de vista teórico, la táctica revolucionaria adoptada más tarde por los bolcheviques, a los que estúpidos y renegados, con el Kautsky de hoy a su cabeza, acusan ahora de ser aventureros, demagogos, sectarios de Bakunin*.

Figura como tercer suplemento un artículo titulado La lucha por el poder5, publicado en 1915 en París por el periódico ruso Nache Slovo y que trata de demostrar que las relaciones políticas, esbozadas de forma bastante nítida en la primera revolución, deben encontrar su confirmación definitiva en la segunda.

 

En lo que concierne a las formas de la democracia, el presente libro se halla lejos de ofrecer la claridad necesaria, claridad que igualmente falta en el movimiento cuyo aspecto general se ha pretendido fijar. Es fácil de comprender: sobre esta cuestión, nuestro partido no había logrado aún hacerse una opinión plenamente motivada diez años más tarde, en 1917. Pero esta insuficiencia de luz o de expresión no procedía de una actitud preconcebida. Desde 1905, nos habíamos alejado infinitamente del misticismo de la democracia; nos representábamos la marcha de la revolución, no como una realización de las normas absolutas de la democracia, sino como una lucha de clases, durante la cual serían utilizados provisionalmente los principios y las instituciones de la democracia. En aquella época, poníamos por delante, de forma determinada, la idea de la conquista del poder por la clase obrera ; estimábamos que esta conquista era inevitable y, para llegar a esta deducción, lejos de basarnos en las probabilidades que presentara una estadística electoral según "el espíritu democrático", considerábamos únicamente las relaciones de clase a clase. Los obreros de Petersburgo, desde 1905, llamaban a su "gobierno proletario". Esta denominación circuló entonces y se hizo de uso familiar, pues entraba perfectamente en el programa de la lucha para la conquista del poder por la clase obrera. Pero, al mismo tiempo, oponíamos al zarismo el programa político de la democracia en toda su extensión (sufragio universal, república, milicias, etc.). No podíamos obrar de otro modo. La política de la democracia es una etapa indispensable para el desarrollo de las masas obreras, siempre a condición de que se admita una reserva esencial : saber que, en ciertos casos, hacen falta decenas de años para recorrer esta etapa, mientras que en otras circunstancias la situación revolucionaria permite a las masas liberarse de los prejuicios democráticos incluso antes de que las instituciones de la democracia hayan tenido tiempo de establecerse y realizarse. El régimen gubernamental de los socialistas revolucionarios y de los mencheviques rusos (de marzo a octubre de 1917) comprometió integralmente a la democracia antes de que ésta hubiera podido fundirse y solidificarse en las formas de la república burguesa. Pero, incluso a lo largo de este período que precedió inmediatamente al golpe de Estado proletario, nosotros, que habíamos escrito en nuestro estandarte "Todo el poder a los soviets ", marchábamos aún bajo las enseñas de la democracia, sin poder ofrecer ni a las masas populares ni a nosotros mismos una respuesta definitiva a la pregunta: ¿Qué sucedería si el engranaje de la democracia no se ajustase a la rueda del sistema socialista? Cuando escribíamos nuestro libro, así como mucho más tarde, bajo Kerensky*, se trataba para nosotros esencialmente de preparar la conquista del poder por la clase obrera; la cuestión jurídica permanecía en un plano secundario, y no nos preocupábamos en absoluto de hallar solución a cuestiones embarazosas por sus aspectos contradictorios, cuando debíamos ocuparnos de la lucha por superar obstáculos materiales.

La disolución de la Asamblea Constituyente fue la realización revolucionaria brutal de un designio que hubiera podido ser realizado de otro modo, con aplazamientos, con una preparación electoral conforme a las necesidades revolucionarias. Pero se desdeñó precisamente este aspecto jurídico de la lucha, y el problema del poder revolucionario se planteó abiertamente; por otra parte, la dispersión de la Asamblea Constituyente por las fuerzas armadas del proletariado exigió a su vez una revisión completa de las relaciones que podían existir entre la democracia y la dictadura. La Internacional proletaria, a fin de cuentas, no podía sino ganar con esta situación, tanto en la teoría como en la práctica.

 

La historia de este libro se presenta en dos palabras, como sigue: la obra fue escrita en 1908-1909, en Viena, para una edición alemana que apareció en Dresde. El fondo del libro alemán estuvo constituido por varios capítulos del libro ruso Nuestra Revolución (1907), pero con considerables modificaciones, introducidas a fin de adaptar la obra a los hábitos del lector extranjero. La mayor parte del libro tuvo que ser escrita de nuevo. Para publicar esta nueva edición rusa ha sido preciso reconstruir el texto, en parte siguiendo los manuscritos que se habían conservado, en parte traduciendo otra vez del alemán. Recurrí para ello a la colaboración del camarada Rumer, que ha ejecutado el trabajo con notable cuidado. Todo el texto ha sido revisado por mí.

 

 

L. Trotsky



[1] Traducido al español para esta edición de Our Revolution, editada por M. Olgin en 1918, de la versión electrónica aparecida en la página de Marxist Internet Archive (MIA). En esta versión el artículo aparece bajo el nombre El proletariado y la revolución, sin embargo tanto las referencias de Trotsky en Mi Vida, como las de I. Deutscher en El Profeta Armado, dan cuenta de que se trata del folleto Antes del 9 de enero, publicado luego del “domingo sangriento” con prólogo de Parvus.

[2] El silbido del látigo que dio fin a la era de las “relaciones cordiales” fue una declaración expedida por el gobierno el 12 de diciembre de 1904, que establecía que “todos los disturbios a la paz y al orden y todas las reuniones (mitines) de carácter anti-gubernamental deben y serán frenados por todos los medios legales en manos de las autoridades”. (Nota de Olgin)

[3] El príncipe Svyatopolk-Mirski, el primer ministro ruso, sucedió al ultrarreaccionario Von Plehve, que fue asesinado en julio de 1904, por un revolucionario.

[4] El vasto aparato de la prensa liberal era la única forma de llegar a millones. La prensa revolucionaria “subterránea”, que llegó a asumir hacia 1905 proporciones inusuales, podía después de todo, alcanzar solamente a un número limitado de lectores. En momentos de inestabilidad política el público se había acostumbrado a leer entre líneas en la prensa legal todo lo que necesitaba para alimentar su odio a la opresión. Por “prensa legal” y “liberales legales” se refiere a la prensa pública y a aquellos liberales que trataban de satisfacer los requisitos legales del absolutismo incluso en sus obras de condena al absolutismo. El término “legal” se opone al de “revolucionario” que se aplica a las acciones políticas que desafiaban las leyes. (Nota de Olgin)

[5] A los Zemstvos y los organismos municipales se les aconsejó no realizar comentarios políticos. En cuanto a los partidos socialistas y al movimiento obrero en general, fueron perseguidos de una manera tan severa bajo el régimen de Svyatopolk-Mirski como bajo el de Von Plehve. (Nota de Olgin)

[6] Dragomirov fue por muchos años Comandante de la región Militar de Kiev y conocido por su estilo epigramático. (Nota de Olgin)