Juan Velasco Alvarado

 

Discurso pronunciado en la ceremonia de inauguración de la Segunda Reunión Ordinaria del Consejo Interamericano para la Educación, la Ciencia y la Cultura

 


Publicado por vez primera: Pronunciado el 8 de febrero de 1971 en la ceremonia de inauguracion de la II Reunión Ordinaria del Consejo Interamericano para la Educación, la Ciencia y la Cultura de la Organización de Estados Americanos celebrada en Lima entre el 8 y 12 de febrero de 1971.
Esta edición: marxists.org, 2014.


 

Señoras, Señores:

El pueblo y el gobierno del Perú les dan la bienvenida. Pero la nuestra no puede ser una voz protocolaria de saludo. Ella es la voz de un pueblo y de un gobierno comprometidos en una tarea de profunda transformación nacional. Por tanto, es una voz que plantea problemas, que señala urgencias, que demanda soluciones y que expresa con claridad cuál es la posición del Perú frente a los grandes interrogantes que encaran nuestros pueblos. Es, en síntesis, la voz de una Nación que ha escogido un ya irrenunciable camino de lucha para desterrar de su suelo todas las formas de atraso y de miseria, de injusticia social y dominio extranjero, de explotación y privilegio.

Y es preciso que ustedes sepan de los conductores mismos de esta gran experiencia peruana cuál es su sentido verdadero y cuáles son sus propósitos más hondos. Porque sólo de esta manera se podrá comprender con lucidez y con justicia la nueva política educacional que estamos emprendiendo. Y porque sólo así también podrán ustedes ponderar la magnitud, a veces increible, de los intentos hechos allende las fronteras del Perú para tergiversar y para deformar la imagen y la naturaleza de nuestra Revolución.

Concebimos la problemática peruana como totalidad. Esto implica tener una visión integral e integradora de sus manifestaciones sociales, económicas y culturales. E implica también reconocer que las relaciones estructurales determinan en última instancia la intensidad, la gravitación y la naturaleza de las cuestiones fundamentales que encara nuestro pueblo. Dentro de una perspectiva así resulta inevitable admitir que es la esencia estructural del ordenamiento socio-económico la que condiciona y determina el modo de ser de todos los fenómenos fundamentales que afectan a la nación peruana. Y por tanto, el punto de partida es para nosotros el reconocimiento lúcido de cuál es el carácter definicional de nuestra sociedad. Este carácter definicional más profundo lo encontramos en la doble condición del Perú tradicional como país dependiente y subdesarrollado.

Todos los problemas básicos de nuestro pueblo están referidos a esa doble raíz estructural cuya cancelación es el objetivo político central del proceso revolucionario peruano. Ninguno de los problemas fundamentales del Perú podría haber sido resuelto en ausencia de una acción nacional encaminada a luchar militantemente contra el subdesarrollo v la secular subordinación del Perú a centros foráneos de poder. Por eso el prerequisito de cualquier acción solucionadora tenía que ser la puesta en marcha de un proceso transformador que tuviese como objetivo central la superación definitiva del subdesarrollo y la dependencia.

Las reformas básicas del Gobierno Revolucionario del Perú están orientadas a lograr ese objetivo fundamental. Ellas, asimismo, responden a la concepción de conjunto a que aludí hace un momento. Porque estamos convencidos de que ningún problema de magnitud nacional en nuestro país puede ser exitosamente resuelto de manera aislada, sin referencia al contexto global del que necesariamente es parte. En este sentido, preciso recordar que el modo de ser estructural de la sociedad en su conjunto se refleja, por decirlo así, en la realidad parcial de los clementes que la forman.

Este carácter integral e integrador de nuestra politica es inseparable de la naturaleza revolucionaria del Gobierno que hoy rige los destinos del Perú. Muchas veces hemos dicho, y ahora lo reitero, que no estamos interesados en una política de modernización que introduzca reformas increméntales en el ordenamiento tradicional para, en final de cuentas, conservarlo. Estamos, por el contrario, hondamente comprometidos con una posición radicalmente distinta: nuestro objetivo es transformar las bases de sustentación del sistema socio-económico tradicional. Esto supone modificar sustantivamente las relaciones de poder económico, político y social que prevalecieron hasta el advenimiento del régimen revolucionario. Y supone también poner en marcha un proceso de vastos alcances temporales que nosotros no habremos de culminar y que será una tarea nacional renovada y permanente a lo largo de muchos años. Comprendemos muy bien la inmensa complejidad que conlleva el esfuerzo de rehacer la realidad total de una nación. Conocemos sus riesgos. Reconocemos nuestras limitaciones. Pero por encima de todo esto están la convicción de que esta tarea debe ser realizada y la decisión de emprenderla venciendo todos los obstáculos.

A esta perspectiva obedecen la formulación de la política educacional que hoy suscribe el Perú y la orientación de la reforma educativa que encarna esa política. El fenómeno educacional no se desenvuelve en el vacío; forma, por el contrario, parte de la textura más profunda y vital de nuestra sociedad. Como cualquiera otro de los sistemas institucionales del país, el educativo reflejó en su estructura y en su fucionamiento las características definitorias del orden social, económico y político del Perú tradicional. Tal sistema fue en esencia discriminador y selectivo, incapaz de plantear y resolver los problemas educacionales más agudos de la inmensa mayoría de peruanos. No es que careciera de méritos y aciertos, sino que tales méritos y aciertos jamás alcanzaron a cubrir, ni cualitativa ni cuantitativamente, las demandas reales de la nación peruana. Y como parte integrante de un ordenamiento socio-económico global, el sistema educativo tradicional estuvo diseñado para contribuir al sustento y a la perpetuación de tal ordenamiento. Por eso de él no podía esperarse la solución de nuestros problemas educativos básicos, ni tampoco que se alejara sustantivamente de la orientación que necesariamente le impuso el orden global del que formaba parte. Por ende, nuestra recusación del sistema educativo tradicional es parte y consecuencia necesaria de la recusación que hacemos de ese sistema total de la sociedad peruana que la Revolución ha empezado irreversiblemente a superar.

La reforma educacional de la Revolución aspira a construir un sistema educativo que satisfaga las necesidades de toda la nación, que llegue hasta las grandes masas campesinas, siempre explotadas y siempre mantenidas deliberadamente en la ignorancia, que cree una nueva conciencia de los problemas básicos de nuestro país en todos los peruanos, y que contríbuya a forjar un nuevo tipo de hombre dentro de una nueva moralidad social que enfatice los valores de la solidaridad, del trabajo, de la creación, de la libertad auténtica y de la justicia social como quehacer, responsabilidad y derecho de todos y cada uno de los hombres y mujeres del Perú. Como toda la obra que estamos realizando, la Reforma Educativa debe ser entendida a partir de su esencia procesal. Su éxito será resultado del empeño de toda una nación. En ella deben participar creadoramente los estudiantes, los maestros, la sociedad toda. Porque sólo de esta manera será posible superar definitivamente un deformante y estrecho enfoque pedagógico. Los problemas cruciales de la educación no son en forma alguna quehacer exclusivo de la pedagogía. No se trata únicamente de hacer enseñanza, sino fundamentalmente de hacer nuevos hombres. No se trata sólo de modificar los curricula y las formas de organización. Se trata de darle un nuevo contenido a la educación y de orientarla para la conquista de objetivos cualitativamente distintos a los que persiguiera en el pasado un ya obsoleto sistema educativo.

Nuevos contenidos, nuevos valores de orientación, nueva forma organizativa, nuevas finalidades, en suma, nueva esencia, es lo que nuestra reforma debe crear en el Perú. Y esto supone necesariamente nueva mentalidad, nuevas actitudes, nuevos comportamientos, es decir, nuevos hombres para conducir un proceso cuya médula misma tiene que ser su alta capacidad creadora, su flexibilidad, su realismo y el compromiso profundo con su sentido de contribución que desde el campo educativo debe enriquecer y afianzar el proceso total de transformaciones revolucionarias en el Perú de hoy. Esta reforma educativa, en extremo difícil pero esencial para el éxito de la labor que estamos realizando en el Perú, comienza este año. Su iniciación se inserta en el conjunto de las grandes tareas contempladas en el Plan Nacional de Desarrollo, toma en cuenta las limitaciones derivadas de la necesidad de emprender programas de crucial importancia en distintos campos del desarrollo económico, y realistamente respeta los límites que fija la disponibilidad de recursos financieros y humanos actualmente al alcance del país. Por su inmensa significación, la reforma educativa debe, sobre todo en sus etapas iniciales, estar rodeada de las máximas seguridades de éxito. Este año nuestro esfuerzo se concentrará en la aplicación de medidas fundamentales que tiendan a darle a la reforma una base de cimentación sólida, profunda y perdurable. Dentro de esta perspectiva las acciones que la reforma contempla en su etapa inicial enfatizan los campos de la reestructuración administrativa y organizacional del sistema, su modificación funcional en base al concepto de nuclearización, el entrenamiento y reentrenamiento de docentes, el desarrollo de programas experimentales en diferentes partes del país, y la preparación de nuevos curricula y textos educativos. La gradualidad en la aplicación de la reforma en manera alguna significa lentitud en su proceso. El

Gobierno Revolucionario comprende muy bien la trascendencia de esta reforma para el presente y el futuro del Perú. Estamos enfrentándola con un indesviable sentido de responsabilidad, con plena conciencia de que no contamos ni jamás contaremos con las condiciones y elementos ideales para su cumplimiento. Nuestra formación revolucionaria nos impide caer en el fácil terreno de las actitudes quiméricas y de los comportamientos de ilusión. Sabemos muy bien cuan difícil habrá de ser mantenernos constantemente próximos, en los hechos, a las postulaciones teóricas de la reforma. Serán inevitables las fallas y vacíos. Nadie puede en conciencia exigir o esperar que este grandioso esfuerzo esté libre de ellos. Pero será indispensable tener todo esto constantemente en el plano más alerta de nuestra conciencia para garantizar que tales fallas y vacíos sean cada vez menores y menos importantes. Y sobre todo, a la vista de la real inmensidad de la obra que hemos acometido, será preciso mantener siempre una actitud de profunda confianza en la respuesta creadora y generosa de un pueblo que, liberado de la múltiple explotación que lo victimó por centurias, será a partir de hoy el estímulo, el vigilante, el ejecutor, el elemento fundamental de su propia transformación. El pueblo en suma, será el dador de la sabiduría que a sus servidores y dirigentes pudiera alguna vez faltarles.

Para nuestra reforma educativa reclamamos el mérito de ser una formulación autónoma, surgida de nuestra realidad para ser una respuesta a sus más angustiosos problemas. Y en esto ella obedece también al sentido profundo de la Revolución Peruana como proceso de veras nuestro. Lo cual no significa, sin embargo, desconocer nuestro compromiso con el mundo latinoamericano del que formamos parte, y con ese otro mundo más vasto y problemático que constituyen hoy todos los pueblos que en diferentes latitudes luchan por reencontrar su destino y afirmar su plena independencia nacional frente a la presión de las grandes potencias que compiten por la hegemonía económica y política del orbe. Por encima de la singularidad que, respondiendo a nuestra historia y la naturaleza de nuestra problemática de hoy, marca un rumbo distintivo y autónomo al proceso revolucionario del Perú, somos conscientes de compartir con otros hombres v otros pueblos un destino básicamente común en términos de una común oposición a todas las formas de dominio imperialista en los inseparables campos de la economía y la política. En suma, esta Revolución tiene conciencia de la imposibilidad de ser un fenómeno en total aislamiento y comprende muy bien el significado de lo que ella puede implicar en la experiencia de otros pueblos hermanos. Esto, obvio es decirlo, es consecuencia directa del pronósito nacionalista oue persigue superar todas las formas de dominio extranjero en salvaguardia de una soberanía por nosotros ya reconquistada e irrenunciable.

Nuestro enfoque de los problemas v de la responsabilidad de la educación en el Perú no podría, por todo lo anterior, desentenderse de una estimativa más

amplia referida a la problemática educativa y cultural del continente latinoamericano. Una óptica estrechamente nacional resulta insuficiente para entender los fenómenos más significativos de cada una de nuestras repúblicas. Su comprensión cabal, en consecuencia, depende en gran medida del reconocimiento de la profunda similitud que hace del conjunto de las problemáticas nacionales una grande y básicamente común problemática continental. Quienes son responsables de conducir y orientar la política educacional de nuestras naciones deben contribuir a la realización autónoma de toda la potencialidad creadora del hombre latinoamericano y al desarrollo, autónomo también, de una ciencia y una tecnología propias, capaces de eliminar el peligro que significaría acentuar la creciente dependencia de nuestro continente en este campo virtualmente decisivo en el mundo contemporáneo. Y creemos que este esfuerzo debe formar parte de una política cultural destinada a rescatar y vitalizar lo mejor del acervo histórico latinoamericano. El logro de una verdadera autonomía económica no sería completo sin la conquista de una comparablemente importante autonomía cultural.

Si América Latina va a ser capaz de forjar y afianzar una personalidad definida y propia en el mundo de hoy, será preciso desplegar un esfuerzo muy grande en el terreno de la educación y la cultura. Reconocer la significación de nuestros propios valores culturales, artísticos e intelectuales debe constituir el punto inicial de una política comprometida a reinvidicar y a engrandecer los méritos y la gran potencialidad creadora del pueblo latinoamericano. Ser auténticamente libre implica, en una dimensión fundamental, poseer una identificaba y propia personalidad cultural. Y esto no se logra sin autenticidad, sin hundir las raíces en nuestra propia realidad, en nuestra propia historia, en nuestra propia vida, para de ellas forjar una manera de ser fidedignamente latinoamericana, es decir, una cultura que la sintamos nuestra, ni superior ni inferior, sino diferente a la de otros pueblos que sólo cuando la hayamos conquistado sabrán respetarnos plenamente. La inmensa complejidad de este propósito jamás debe arredrarnos. Su conquista, en verdad, forma parte sustantiva de ese gran ideal de construir un mundo latinoamericano distinto y mejor, del cual con orgullo podamos sentirnos parte en la convicción de que él habrá de ser un mundo verdaderamente nuestro en todas las dimensiones de la vida, del espíritu y de la obra del hombre de esta tierra. Desde este punto de vista, es mucho lo que los organismos de cooperación internacional pueden y deben hacer a fin de contribuir al esfuerzo de cada una de las naciones de América Latina. Pero es preciso que todos comprendamos que la ayuda financiera y técnica de tales organismos debe estar preferentemente destinada a satisfacer las demandas y las necesidades de los países de menos desarrollo relativo en nuestro continente. Porque cometeríamos un error muy grande si, lejos de procurar el más rápido acercamiento de nuestros pueblos, tendiéramos en los hechos a incrementar las distancias que hoy existen dentro de nuestro continente. Tal error equivaldría a estimular en nosotros la desunión, vale decir, a negarnos históricamente como nación latinoamericana.

 

Señores Ministros:

He tratado de mostrarles cuál es nuestra posición frente a los grandes problemas que el Perú confronta y en particular frente a los problemas de la educación. Al hacerlo he actuado en la convicción de cumplir un deber de conciencia y de reconocer que en el fondo de todo acto educativo —y aquí asistimos a uno de ellos— hay un imperativo de verdad. Señores:

En nombre del Gobierno Revolucionario del Perú declaro oficialmente inaugurada la II Reunión del Consejo Interamericanc para la Educación, la Ciencia y la Cultura.

Gral. Div. JUAN VELASCO ALVARADO

Presidente de la República