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[206]

SEGUNDO MANIFIESTO DEL CONSEJO GENERAL

DE LA ASOCIACION INTERNACIONAL

DE LOS TRABAJADORES SOBRE LA GUERRA

FRANCO-PRUSIANA

A LOS MIEMBROS DE LA ASOCIACION INTERNACIONAL DE LOS

TRABAJADORES EN EUROPA Y LOS ESTADOS UNIDOS

En nuestro primer manifiesto, del 23 de julio, decíamos:

«En París ya han doblado las campanas por el Segundo Imperio. Acabará como empezó, con una parodia. Pero no olvidemos que fueron los gobiernos y las clases dominantes de Europa quienes permitieron a Luis Bonaparte representar durante diez y ocho años la cruel farsa del Imperio restaurado» [*].

Como se ve, ya antes de que comenzasen las hostilidades, nosotros dábamos por estallada la pompa de jabón bonapartista.

Y si no nos equivocábamos en cuanto a la vitalidad del Segundo Imperio, tampoco nos faltaba razón al temer que la guerra alemana «perdiese su carácter estrictamente defensivo y degenerase en una guerra contra el pueblo francés» [*]*. En realidad, la guerra defensiva terminó con la rendición de Luis Bonaparte, la capitulación de Sedán [23] y la proclamación de la república en París. Pero ya mucho antes de que se produjesen estos acontecimientos, en el mismo momento en que se puso de manifiesto la total podredumbre de las armas bonapartistas, la camarilla militar prusiana optó por la guerra de conquista. Cierto es que en su camino se alzaba un obstáculo desagradable: las propias declaraciones hechas por el rey Guillermo al comenzar la guerra. En su discurso de la corona ante el Reichstag de la Alemania del Notre, el rey había [207] declarado solemnemente que la guerra iba contra el emperador de Francia y no contra el pueblo francés. Y el 11 de agosto dirigió a la nación francesa un manifiesto en el que figuraban estas palabras:

«Debido a que el emperador Napoleón ha atacado por tierra y por mar a la nación alemana, que deseaba y sigue deseando vivir en paz con el pueblo francés; yo he tomado el mando de los ejércitos alemanes para repeler su agresión y me he visto obligado, por los acontecimientos militares, a cruzar las fronteras de Francia».

No contento con afirmar el «carácter puramente defensivo» de la guerra, declarando que solamente tomaba el mando de los ejércitos alemanes «para repeler la agresión», añadía que habían sido sólo los «acontecimientos militares» los que le habían «obligado» a cruzar las fronteras de Francia. Y es indudable que una guerra defensiva no excluye la posibilidad de emprender operaciones ofensivas, cuando los «acontecimientos militares» lo impongan.

Como se ve, el pío monarca se había comprometido, ante Francia y ante el mundo, a mantener una guerra estrictamente defensiva. ¿Cómo eximirle de este compromiso solemne? Los directores de escena tenían que presentarlo como accediendo de mala gana a los mandatos irresistibles de la nación alemana. Inmediatamente, apuntaron su papel a la clase media liberal alemana, con sus profesores, sus capitalistas, sus periodistas y sus concejales. Esta clase media, que, en sus luchas por la libertad civil, desde 1846 hasta 1870, había dado al mundo un espectáculo inigualado de indecisión, de incapacidad y de cobardía, se entusiasmó, naturalmente, ante la idea de pisar la escena de Europa como el león rugiente del patriotismo alemán. Se tomó el disfraz de independencia cívica, fingiendo obligar al Gobierno prusiano a aceptar los que eran, en realidad, designios secretos de este mismo Gobierno. Ahora, expiaba su larga y casi religiosa fe en la infalibilidad de Luis Bonaparte clamando por la desmembración de la República Francesa. Oigamos por un momento los argumentos plausibles de estos patriotas inconmovibles.

No se atreven a afirmar que ]a población de Alsacia y de Lorena suspire por el abrazo alemán. Todo lo contrario. Para castigar su patriotismo francés, una ciudad como Estrasburgo, a pesar de estar dominada por una ciudadela independiente, ha sido bombardeada de un modo bárbaro y sin necesidad, por espacio de seis días, con granadas explosivas «alemanas», que la han incendiado y han matado a un gran número de habitantes indefensos. Sí, el suelo de estas provincias perteneció en tiempos remotos al difunto hace muchísimo tiempo Imperio germánico [24]. De aquí que este suelo y los seres humanos que han crecido en él deban [208] ser confiscados, al parecer, como propiedad imprescriptible de Alemania. Ahora bien, si se trata de rehacer el viejo mapa de Europa según los caprichos de los amantes de la antigüedad, no olvidemos en modo alguno que el Elector de Brandeburgo era, en cuanto a sus dominios prusianos, vasallo de la República Polaca [25].

Pero los patriotas astutos reclaman Alsacia y la parte de Lorena que habla alemán, como una «garantía material» contra las agresiones francesas. Como este vil pretexto ha hecho perder la cabeza a mucha gente de poco seso, nos creemos obligados a examinarlo un poco más a fondo.

No cabe duda que la configuración general de Alsacia en comparación con la orilla opuesta del Rin, y la existencia de una gran ciudad fortificada como Estrasburgo casi a mitad de camino entre Basilea y Germersheim, favorece mucho una invasión de la Alemania del Sur por los franceses, oponiendo en cambio especiales dificultades a la invasión de Francia desde el Sur de Alemania. Tampoco es dudoso que la anexión de Alsacia y de Lorena de habla alemana daría a la Alemania del Sur una frontera mucho más fuerte, puesto que pondría en sus manos la cresta de las montañas de los Vosgos en toda su longitud y los fuertes que cubren sus pasos septentrionales. Y si la anexión se hiciese extensiva a Metz, Francia quedaría privada indudablemente, por el momento, de sus dos principales bases de operaciones contra Alemania; pero esto no le impediría construir otra nueva en Nancy o en Verdún. Teniendo a Coblenza, Maguncia, Germersheim, Rastatt y Ulm, bases todas de operaciones contra Francia, de las que ha hecho uso abundante en esta guerra, ¿con qué sombra de justicia puede Alemania envidiar a Francia Estrasburgo y Metz, las dos únicas fortalezas de cierta importancia que posee por este lado? Además, Estrasburgo sólo es un peligro para la Alemania del Sur mientras ésta es una potencia separada de la Alemania del Norte. De 1792 a 1795, el Sur de Alemania no se vio nunca invadido por este lado, porque Prusia participaba en la guerra contra la revolución francesa; pero tan pronto como, en 1795, Prusia firmó una paz separada [26] dejando que el Sur se las arreglase como pudiera, comenzaron, continuando hasta 1809, las invasiones del Sur de Alemania, con Estrasburgo como base. Es indudable que una Alemania unificada podrá siempre neutralizar a Estrasburgo y a cualquier ejército francés en Alsacia concentrando todas sus tropas —como se hizo en esta guerra— entre Saarlouis y Landau, y avanzando o aceptando la batalla en la línea del camino que va de Maguncia a Metz. Con el núcleo principal de las tropas alemanas estacionado allí, cualquier ejército francés que avanzase de Estrashurgo hacia el Sur de Alemania se vería atacado de flanco [209] y en peligro de encontrarse con las comunicaciones cortadas. Si la campaña actual ha demostrado algo, es precisamente la facilidad de atacar a Francia desde Alemania.

Pero, hablando honradamente, ¿no es un completo absurdo y anacronismo tomar las razones militares como el principio que debe presidir el trazado de las fronteras entre las naciones? Si esta norma prevaleciese, Austria tendría aún derecho a pedir Venecia y la línea de Mincio, y Francia podría reclamar la línea del Rin para proteger a París, que indudablemente está más expuesto a ser atacado desde el Nordeste que Berlín desde el Sudoeste. Si las fronteras van a trazarse en consonancia con los intereses militares, las reclamaciones no acabarán nunca, pues toda línea militar es por fuerza defectuosa y susceptible de mejorarse con la anexión de nuevos territorios vecinos; además, estas líneas nunca pueden trazarse de un modo inapelable y justo, pues son siempre una imposición del vencedor sobre el vencido, y por consiguiente, llevan en su seno siempre el germen de nuevas guerras.

Así nos lo enseña la historia toda. Ocurre con las naciones lo mismo que con los individuos. Para privarles del poder de atacar, hay que quitarles todos los medios de defenderse. No basta echar las manos al cuello; hay que asesinar. Si alguna vez hubo un conquistador que tomase «garantías materiales» para inutilizar a una nación, ése fue Napoleón I con el tratado de Tilsit [27] y con su modo de aplicarlo contra Prusia y el resto de Alemania. Y, sin embargo, pocos años después, su poder gigantesco se venía al suelo como una caña podrida ante el pueblo alemán. ¿Qué significan las «garantías materiales» que Prusia, en sus sueños más fantásticos, pueda o se atreva a imponer a Francia, comparadas con las que le arrancó a ella misma Napoleón I? El resultado no será menos desastroso. Y la historia no medirá su venganza por el número de millas cuadradas arrebatadas a Francia, sino por la magnitud del crimen que supone resucitar en la segunda mitad del siglo XIX la política de conquistas.

Pero es, dicen los portavoces del patriotismo teutónico, que no se debe confundir a los alemanes con los franceses. Lo que nosotros queremos no es gloria, sino seguridad. Los alemanes son un pueblo esencialmente pacífico. Bajo su prudente tutela, hasta las mismas conquistas dejan de ser un factor de guerras futuras para convertirse en una prenda de perpetua paz. Indudablemente, no fue Alemania la que invadió a Francia en 1792, con el sublime objetivo de acabar a bayonetazos con la revolución del siglo XVIII. No fue Alemania la que manchó sus manos con la esclavización de Italia, la opresión de Hungría y la desmembración de Polonia. Su actual sistema militar, que divide a toda la población [210] masculina sana en dos partes: un ejército permanente en activo y otro ejército permanente en reserva, ambos sujetos por igual a obediencia pasiva a sus gobernantes de derecho divino; semejante sistema militar es, evidentemente, una «garantía material» para la salvaguardia de la paz, y es, además, la cumbre suprema de la civilización... En Alemania, como en todas partes, los aduladores de los que están en el poder envenenan a la opinión pública con el incienso de alabanzas jactanciosas y mendaces.

Estos patriotas alemanes, que fingen indignarse a la vista de las fortificaciones francesas de Metz y Estrasburgo, no ven ningún mal en la vasta red de fortificaciones moscovitas de Varsovia, Modlin e Ivangórod. Tiemblan ante los horrores de una invasión bonapartista, pero cierran los ojos ante la ignominia de una tutela del zarismo.

Y así como en 1865 hubo un cambio de promesas entre Luis Bonaparte y Bismarck, en 1870 hubo otro cambio de promesas entre Bismarck y Gorchakov. Igual que Luis Bonaparte se ilusionaba pensando que la guerra de 1866, al producir el mutuo agotamiento de Austria y Prusia, le convertiría en el árbitro supremo de Alemania, Alejandro se ilusionaba también pensando que la guerra de 1870, al producir el agotamiento mutuo de Alemania y de Francia, lo erigiría en árbitro supremo del Occidente de Europa. Y así como el Segundo Imperio reputaba la Confederación de la Alemania del Norte [28] incompatible con su existencia, la Rusia autocrática tiene por fuerza que creerse amenazada por un Imperio alemán bajo la hegemonía de Prusia. Tal es la ley del viejo sistema político. Dentro de este sistema, lo que para un Estado es una ganancia representa para otro una pérdida. La influencia preponderante del zar en Europa tiene sus raíces en su tradicional dominación sobre Alemania. Y en un momento en que, dentro de la propia Rusia, fuerzas sociales volcánicas amenazan con estremecer los mismos fundamentos de la autocracia, ¿va el zar a permitir que se merme de ese modo su prestigio en el extranjero? Ya la prensa de Moscú se expresa en el mismo lenguaje que empleaban los periódicos bonapartistas después de la guerra de 1866. ¿Acaso los patriotas teutones creen realmente que el mejor modo de garantizar la libertad y la paz en Alemania es obligar a Francia a echarse en brazos de Rusia? Si la fortuna de las armns, la arrogancia de la victoria y las intrigas dinásticas llevan a Alemania a una expoliación del territorio francés, ante ella sólo se abrirán dos caminos: o convertirse a toda costa en un instrumento manifiesto del engrandecimiento de Rusia, o bien, tras una breve tregua, prepararse para otra guerra «defensiva», y no una de esas guerras «localizadas» de nuevo estilo, sino una [211] guerra de razas, una guerra contra las razas eslava y latina coligadas.

La clase obrera alemana ha apoyado enérgicamente la guerra, que no estaba en su mano impedir, como una guerra por la independencia de Alemania y por librar a Francia y a Europa del foco pestilente del Segundo Imperio. Fueron los obreros industriales alemanes los que, con los obreros agrícolas, dieron nervio y músculo a las heroicas huestes, dejando en la retaguardia a sus familias medio muertas de hambre. Diezmados por las batallas en el extranjero, volverán a verse diezmados por la miseria en sus hogares. Ellos a su vez reclaman ahora «garantías», garantías de que sus inmensos sacrificios no han sido hechos en vano, de que han conquistado la libertad, de que su victoria sobre los ejércitos imperiales no se convertirá, como en 1815, en derrota del pueblo alemán [29] y, como primera de estas garantías, reclaman una paz honrosa para Francia y el reconocimiento de la República Francesa.

El Comité Central del Partido Obrero Socialdemócrata de Alemania publicó el 5 de septiembre un manifiesto insistiendo enérgicamente en estas garantías.

«Protestamos contra la anexión de Alsacia y Lorena. Y tenemos la conciencia de hablar en nombre de la clase obrera de Alemania. En interés común de Francia y Alemania, en interés de la paz y de la libertad, en interés de la civilización occidental frente a la barbarie oriental, los obreros alemanes no tolerarán pacientemente la anexión de Alsacia y Lorena... ¡Apoyaremos fielmente a nuestros camaradas obreros de todos los países en la causa común internacional del proletariado!»

Desgraciadamente, no podemos confiar en que tengan un éxito inmediato. Si en tiempo de paz los obreros franceses no pudieron detener el brazo del agresor, ¿cómo van los obreros alemanes a detener el brazo del vencedor en medio del estrépito de las armas? El manifiesto de los obreros alemanes reclama la extradición de Luis Bonaparte como un delincuente común y su entrega a la República Francesa. Pero sus gobernantes están haciendo ya cuanto pueden para volverlo a colocar en las Tullerías [30], como el hombre más indicado para hundir a Francia. Pase lo que pase, la historia nos enseñará que la clase obrera alemana no está hecha de la misma pasta maleable que la burguesía de este país. Los obreros de Alemania cumplirán con su deber.

Como ellos, celebramos el advenimiento de la república en Francia, pero al mismo tiempo, nos atormentan dudas que confiamos serán infundadas. Esta república no ha derribado el trono, sino que ha venido simplemente a ocupar su vacante. Ha sido proclamada, no como una conquista social, sino como una medida de defensa nacional. Se halla en manos de un Gobierno provisional [212] compuesto en parte por notorios orleanistas [31] y en parte por republicanos burgueses, en algunos de los cuales dejó su estigma indeleble la insurrección de Junio de 1848 [32]. El reparto de funciones entre los miembros de este Gobierno no augura nada bueno. Los orleanistas se han adueñado de las posiciones más fuertes: el ejército y la policía, dejando a los que se proclaman republicanos los departamentos puramente retóricos. Algunos de sus primeros actos bastan para revelar que no han heredado del Imperio solamente un montón de ruinas, sino también su miedo a la clase obrera. Y si hoy, en nombre de la república y con fraseología desenfrenada se prometen cosas imposibles, ¿no será acaso para preparar el clamor que exija un gobierno «posible»? ¿No estará la república destinada, en la mente de los burgueses, que serían con gusto sus enterradores, a servir sólo de puente para una restauración orleanista?

Como vemos, la clase obrera de Francia tiene que hacer frente a condiciones dificilísimas. Cualquier intento de derribar al nuevo Gobierno en el trance actual, con el enemigo llamando casi a las puertas de París, sería una locura desesperada. Los obreros franceses deben cumplir con su deber de ciudadanos; pero, al mismo tiempo, no deben dejarse llevar por los recuerdos nacionales de 1792, como los campesinos franceses se dejaron engañar por los recuerdos nacionales del Primer Imperio. Su misión no es repetir el pasado, sino construir el futuro. Que aprovechen serena y resueltamente las oportunidades que les brinda la libertad republicana para trabajar más a fondo en la organización de su propia clase. Esto les infundirá nuevas fuerzas hercúleas para la regeneración de Francia y para nuestra obra común: la emancipación del trabajo. De su fuerza y de su prudencia depende la suerte de la república.

Los obreros ingleses han dado ya pasos encaminados a vencer, mediante una saludable presión desde fuera, la repugnancia de su Gobierno a reconocer a la República Francesa [33]. Con su actual táctica dilatoria, el Gobierno inglés pretende, probablemente, expiar el pecado de la guerra antijacobina de 1792 y la precipitación indecorosa con que sancionó el coup d'état [34]. Los obreros ingleses exigen, además, de su Gobierno que se oponga con todas sus fuerzas a la desmembración de Francia, que una parte de la prensa inglesa es lo suficientemente desvergonzada para pedir a gritos. Es la misma prensa que durante veinte años estuvo divinizando a Luis Bonaparte como la providencia de Europa y que jaleaba frenéticamente la rebelión de los esclavistas norteamericanos [35]. Ahora, como entonces, trabaja sin descanso para los esclavistas.

Que las secciones de la Asociación Internacional de los [213] Trabajadores de cada país exhorten a la clase obrera a la acción. Si los obreros olvidan su deber, si permanecen pasivos, la horrible guerra actual no será más que ]a precursora de nuevas luchas internacionales todavía más espantosas y conducirá en cada país a nuevas derrotas de los obreros por los señores de la espada, de la tierra y del capital.

Vive la République!

256, High Holborn,

London, W. C.

9 de septiembre de 1870

Escrito por C. Marx entre el Se publica de acuerdo con el texto

6 y el 9 de septiembre de 1870. de la octavilla.

Publicado en forma de octavilla Traducido del alemán

en inglés el 11-13 de septiembre

de 1870, como también en forma

de octavilla en alemán y en la

prensa periódica en alemán y

francés en septiembre-diciembre

de 1870.


NOTAS

[*] Véase el presente tomo, pág. 203. (N. de la Edit.)

[**] Véase el presente tomo, pág. 204. (N. de la Edit.)

[23] 106. El 2 de setiembre de 1870, el ejército francés fue derrotado en Sedán, quedando prisioneras las tropas, con el mismo emperador. Del 5 de setiembre de 1870 al 19 de marzo de 1871, Napoleón III y el mando se hallaban en Wilhelmshöle (cerca de Kassel), castillo de los reyes de Prusia. La catástrofe de Sedán precipitó la caída del Segundo Imperio y desembocó el 4 de setiembre de 1870 en la proclamación de la república en Francia. Se formó un Gobierno nuevo, el llamado «Gobierno de la Defensa Nacional».- 175, 192, 206, 216, 273

[24] 136. Hasta agosto de 1806, Alemania formaba parte del llamado Sacro Imperio Romano germánico fundado en el siglo X, al unirse varios principados feudales y ciudades libres que reconocían el poder supremo del emperador.- 207

[25] 137. En 1618, el electorado de Brandenburgo se unió al ducado de Prusia (Prusia Oriental) formado a principios del siglo XVI sobre la base de las posesiones de la Orden Teutónica y vasallo de Rzeczpospolita (Polonia). El elector de Brandenburgo, en calidad de duque de Prusia, fue vasallo de Polonia hasta 1657, cuando, aprovechando las dificultades de este país en la guerra contra Suecia, consiguió que se reconociera su soberanía sobre las posesiones prusianas.- 208

[26] 138. Alusión al Tratado de paz de Basilea, concertado separadamente por Prusia, participante en la primera coalición antifrancesa de Estados europeos, con la República Francesa el 5 de abril de 1795.- 208

[27] 139. El tratado de Tilsit fue concertado el 7-9 de julio de 1807 entre la Francia napoleónica, de una parte, y, de otra, los participantes en la cuarta coalición antifrancesa, Rusia y Prusia, derrotadas en la contienda. Las condiciones del tratado eran extremadamente duras para Prusia, la cual se privaba de una parte considerable de su territorio. Rusia no sufrió pérdidas territoriales, pero tuvo que reconocer el reforzamiento de las posiciones de Francia en Europa y adherirse al bloqueo de Inglaterra (el llamado bloqueo continental). Impuesta por Napoleón I, la bandidesca paz de Tilsit despertó el hondo descontento entre la población de Alemania, preparando de este modo el terreno para el movimiento de liberación nacional de 1813 contra la dominación napoleónica.- 209

[28] 108. La Confederación de Alemania del Norte, encabezada por Prusia, comprendía 19 Estados y 3 ciudades libres de Alemania del Norte y Central. Fue constituida en 1867 a propuesta de Bismarck. La formación de la Confederación significó una de las etapas decisivas de la reunificación de Alemania bajo la hegemonía de Prusia. En enero de 1871, la Confederación dejó de existir debido a la constitución del Imperio alemán.- 176, 210

[29] 140. Marx se refiere al triunfo de la reacción feudal de Alemania después del hundimiento de la dominación napoléonica; en Alemania se mantuvo el fraccionamiento feudal, en los Estados alemanes se consolidó el régimen feudal absolutista, se conservaron todos los privilegios de la nobleza y se reforzó la explotación de los campesinos.- 211

[30] 141. Trátase del Palacio de las Tullerías, de París, residencia de Napoleón III.- 211

[31] 125. Trátase de los legitimistas, los orleanistas y los bonapartistas.

Legitimistas, partidarios de la dinastía de los Borbones, derrocada en Francia en 1792; representaban los intereses de la gran aristocracia propietaria de tierras y del alto clero; constituyeron partido en 1830, después del segundo derrocamiento de la dinastía. En 1871, los legitimistas se incorporaron a la cruzada común de las fuerzas contrarrevolucionarias para combatir a la Comuna de París.

Orleanistas, partidarios de los duques de Orleáns, rama menor de la dinastía de los Borbones, que se mantuvo en el poder desde la revolución de julio de 1830 hasta la de 1848; representaban los intereses de la aristocracia financiera y la gran burguesía.- 191, 211, 221

[32] 19. La insurrección de Junio, heroica insurrección de los obreros de París el 23-26 de junio de 1848, reprimida con inaudita crueldad por la burguesía francesa, fue la primera gran guerra civil entre el proletariado y la burguesía.- 25, 172, 190, 212, 219, 331

[33] 142. Marx alude al movimiento de los obreros ingleses en pro del reconocimiento de la República Francesa instaurada el 4 de setiembre de 1870. A partir del 5 de setiembre, en Londres y otras grandes ciudades se celebraron mítines y manifestaciones que adoptaron resoluciones y peticiones reivindicando el reconocimiento inmediato de la República Francesa por el Gobierno británico. El Consejo General de la Internacional tomó parte directa en la organización de este movimiento.- 212

[34] 143. Marx se refiere a la participación activa de Inglaterra en la organización de la coalición de Estados feudales absolutistas que iniciaron en 1792 la guerra contra la Francia revolucionaria, como también a que la oligarquía gobernante inglesa fue la primera en Europa en reconocer el régimen bonapartista establecido en Francia con el golpe de Estado de Luis Bonaparte del 2 de diciembre de 1851.- 212

[35] 144. Durante la guerra civil en América (1861-1865) entre el Norte industrial y el Sur de los plantadores esclavistas, la prensa burguesa de Inglaterra defendió el Sur, es decir, el régimen esclavista.- 212


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