Friedrich Engels: ANTI-DÜHRING

Páginas 179, 180, 181, 182, 183, 184, 185, 186, 187, 188, 189 y 190.

Al capítulo 2 IV. Índice. Al capítulo 2 VI.


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V. TEORÍA DEL VALOR

Han pasado casi cien años desde que apareció en Leipzig un libro que ha tenido hasta comienzos de este siglo treinta y tantas ediciones, y ha sido distribuido y difundido en las ciudades y el campo por los funcionarios, los clérigos y los filántropos de todas clases, además de prescribirse de un modo general a las escuelas elementales como libro de lectura. El libro es El amigo de los niños, de Rochow. Ese libro se proponía adoctrinar a los jóvenes retoños de los campesinos y los artesanos acerca de su oficio y de sus deberes para con sus superiores sociales y estatales, y enseñarles al mismo tiempo una benéfica satisfacción con su destino terrenal, con el pan negro y las patatas, el trabajo de prestación servil, el salario bajo, los bastonazos paternos y otras alegrías semejantes, todo ello se hacía por medio de la ilustración entonces corriente en el país. Con esos fines se explicaba a la juventud de la ciudad y del campo cuán sabia es la institución natural por la cual el hombre tiene que ganarse con el trabajo su sostenimiento y sus goces, y cuán feliz es consiguientemente el campesino o el artesano, ya que le está permitido condimentar su comida con amargo trabajo, en vez de estar siempre torturado, como el rico glotón, por el estómago indispuesto, la retención biliar o el empacho, de tal modo que sólo con asco puede engullir incluso los más selectos bocados. Estas mismas vulgaridades que el viejo Rochow consideró adecuadas para la juventud campesina de la Sajonia electora de su tiempo nos ofrece el señor Dühring en las páginas 14 y siguientes de su Curso como lo "absolutamente fundamental" de la más reciente economía política.

Se trata, como se ve, de las más triviales trivialidades de un Rochow honorario, las cuales celebran en la obra del señor Dühring su centenario, y lo hacen, encima, como "profunda fundamentación" del único "sistema socialitario" verdaderamente crítico y científico.

Una vez puesto ese fundamento puede el señor Dühring seguir construyendo. Aplicando el método matemático, empieza por darnos una serie de definiciones según el modelo del antiguo Euclides. Este procedimiento es tanto más cómodo cuanto que le permite componer de tal modo sus definiciones que ya esté parcialmente contenido en ellas lo que habrá que demostrar con su ayuda. Así sabemos, por de pronto, que

La afirmación es incorrecta por dos razones. En primer lugar, la riqueza de las antiguas comunidades tribales y aldeanas no era en modo alguno dominio sobre hombres. Y, en segundo lugar, incluso en las sociedades que se mueven en contraposiciones de clase, la riqueza, en la medida en que incluye un dominio sobre seres humanos, es predominantemente y casi exclusivamente un dominio sobre esos seres gracias a y por medio del dominio sobre cosas. Desde tiempos muy tempranos, desde que la captura de esclavos y la explotación de los mismos se constituyeron en negocios distintos, los explotadores del trabajo esclavo tuvieron que comprar esclavos, o sea tuvieron que conseguir el dominio sobre seres humanos por medio del dominio sobre cosas, a saber, el precio del esclavo, los medios de sustento y de trabajo del esclavo. En toda la Edad Media, una gran posesión de tierras es la condición necesaria para que la nobleza feudal pueda contar con campesinos tributarios y obligados [181] a prestaciones gratuitas. Y hoy día, hasta un niño de seis años puede ver que la riqueza domina hombres exclusivamente por medio de las cosas de que dispone.

Pero ¿por qué tiene que elaborar el señor Dühring esa falsa definición de la riqueza? ¿Por qué tiene que desgarrar la conexión real que ha imperado en todas las sociedades clasistas que han existido? Lo hace para poder desplazar la riqueza del terreno económico al terreno moral. El dominio sobre cosas está muy bien, pero el dominio sobre hombres es cosa mala; y como el señor Dühring se ha prohibido a sí mismo explicar el dominio sobre hombres por el dominio sobre cosas, puede practicar de nuevo aquí un audaz pase de prestidigitación y explicarlo expeditivamente por la conocida violencia. La riqueza como dominio sobre hombres es "el bandidismo", con lo que llegamos de nuevo a una edición empeorada del primigenio y proudhoniano "la propiedad es el robo".

Y con esto hemos situado felizmente la riqueza al alcance de los dos puntos de vista esenciales de la producción y la distribución: riqueza como dominio sobre cosas es riqueza de producción, el lado bueno de la riqueza; riqueza como dominio sobre hombres es la riqueza de distribución que ha existido hasta hoy, el lado malo de la riqueza: ¡afuera con él! Aplicado a la situación actual, ese principio significa: el modo capitalista de producción está muy bien y puede seguir existiendo, pero el modo capitalista de distribución no vale y tiene que suprimirse. A esos absurdos lleva el escribir sobre economía sin haber entendido siquiera la conexión entre producción y distribución.

Luego de la riqueza se define el valor, del modo siguiente:

Dicho de otro modo: el valor es el precio. O más bien, por no ser injustos con el señor Dühring, sino recoger en lo posible con sus propias palabras el absurdo de su definición: el valor son los precios. Pues en la página 19 nos dice: "el valor y los precios que lo expresan en dinero", comprobando, pues, él mismo que un mismo valor tiene muy diversos precios y, por tanto, con su definición, otros tantos valores diversos. Si Hegel no estuviera muerto hace mucho tiempo, se ahorcaría al ver estos resultados. Pues ni con toda su teología habría conseguido él producir este valor que tiene tantos valores diversos cuantos diversos precios tiene. Hace falta, [182] en efecto, toda la seguridad del señor Dühring para empezar una nueva y más profunda fundamentación de la economía con la declaración de que la única diferencia conocida entre precio y valor es que el uno está expresado en dinero y el otro no.

Pero con todo esto seguimos sin saber qué es el valor, y aún menos con qué se determina. El señor Dühring tiene, pues, que añadir más explicaciones.

En la medida en que todo eso tiene un sentido, significa lo siguiente: el valor de un producto del trabajo se determina por el tiempo de trabajo necesario para su producción, y esto lo sabíamos hace mucho tiempo y sin necesidad de que nos lo dijera el scñor Dühring. En vez de comunicar sencillamente el hecho, él tiene que envolverlo en su estilo oracular, el cual acaba por falsearlo. Pues es literalmente falso que la medida en la cual cualquier persona pone su energía en alguna cosa (por seguir usando el altisonante lenguaje) sea la causa inmediatamente decisiva del valor y la cantidad del mismo. En primer lugar, importa saber en qué cosa se ha puesto esa energía; y, en segundo lugar, también interviene el modo como haya sido puesta. Si nuestro individuo produce una cosa que no tenga ningún valor de uso para otros, toda su energía no conseguirá producir ni un átomo de valor; y si se empeña en fabricar con la mano un objeto producido veinte veces más barato por una máquina, entonces diecinueve vigésimos de la energía que ha puesto en ello no producen ni una determinada cantidad de valor ni valor en absoluto.

Por lo demás, también falsea completamente la realidad el transformar el trabajo productivo que crea productos positivos en una mera y negativa superación de una resistencia. Si ello fuera así, tendríamos, por ejemplo, que operar del modo siguiente para [183] conseguir una camisa: primero superaríamos la resistencia de la semilla de algodón contra el ser sembrada y el crecer, luego la resistencia del algodón maduro a su recolección, embalado y transporte, luego su resistencia contra el desembalado, el peinado y el hilado, luego la resistencia del hilado al tejido, la del tejido al blanqueado y al cosido, y, finalmente, la resistencia de la camisa ya lista al ser vestida.

¿Qué utilidad tiene toda esa pueril inversión falseadora de los hechos? La de permitir pasar del "valor de producción", valor verdadero, pero hasta ahora sólo ideal, por medio de la "resistencia", al único valor que hasta ahora impera en la historia, el valor de "distribución" falseado por la violencia:

El valor prácticamente imperante de una cosa consiste, pues, según el señor Dühring, en dos partes: primera, el trabajo contenido en ella, y, segunda, el suplemento de tributación, impuesto "con el puñal en la mano". Dicho de otro modo: el valor hoy imperante es un precio de monopolio. Mas si, como dice esta teoría del valor, todas las mercancías tienen ese precio de monopolio, entonces no queda más que esta alternativa: o bien todo el mundo pierde [184] como comprador lo que ha ganado como vendedor, con lo que los precios han cambiado nominalmente, pero siguen siendo en realidad lo que eran antes, iguales, y todo sigue como estaba y el célebre valor de distribución es mera apariencia, o bien los supuestos gravámenes y tributos representan una suma de valor real, a saber, una suma producida por la clase trabajadora y productora de valor, pero que se apropia la clase de los monopolistas; esa suma de valor consta entonces de trabajo no pagado; en este caso, a pesar del hombre con el puñal en la mano, a pesar de los supuestos tributos y del supuesto valor de distribución, nos encontramos con la teoría marxiana de la plusvalía.

Examinemos ahora algunos ejemplos de ese célebre "valor de distribución". En las páginas 135 y siguiente encontramos:

Es de antiguo sabido que tales ocasiones de explotación monopolista se dan efectivamente. Lo nuevo es presentar los precios de monopolio que así se producen no como excepciones y casos especiales, sino como ejemplo clásico de la determinación hoy dominante del valor. ¿Cómo se determinan los precios de los productos alimenticios? El señor Dühring contesta: Id a una ciudad sitiada, con todos los suministros cortados, informaos de ello. ¿Cómo obra la competencia en la determinación del precio del mercado? Preguntad al monopolio, que él os lo explicará.

Por lo demás, tampoco en estos monopolios puede descubrirse al hombre del puñal en la mano que, según el señor Dühring, tiene que estar tras ellos. Antes al contrario: en las ciudades sitiadas, el hombre del puñal, el comandante, si realmente cumple con sus funciones, termina muy pronto con el monopolio, y confisca las reservas monopolísticas para distribuirlas homogéneamente. Por otra parte, cuando los hombres del puñal han intentado fabricar un "valor de distribución", no han cosechado más que malos [185] negocios y pérdidas de dinero. Con su monopolización del comercio de las Indias Orientales, los holandeses han arruinado su monopolio y su comercio. Los dos gobiernos más fuertes que han existido nunca, el gobierno revolucionario norteamericano y la Convención francesa, se atrevieron a fijar precios máximos, y fracasaron miserablemente. El gobierno ruso se esfuerza desde hace años por levantar la cotización del papel moneda ruso —rebajado constantemente por él en Rusia con la emisión de billetes incanjeables— mediante una compra no menos constante de letras contra Rusia en Londres. En pocos años le ha costado este gusto cerca de sesenta millones de rublos, y el rublo está hoy por debajo de los dos marcos, en vez de por encima de los tres. Si el puñal tiene esa virtud económica mágica que le atribuye el señor Dühring, ¿por qué no ha conseguido a la larga ningún gobierno infundir a un dinero malo el "valor de distribución" del dinero bueno, o a los assignats el del oro? ¿Y dónde está el puñal que asuma el mando en el mercado mundial?

Hay además una forma principal en la cual el valor de distribución nledia la apropiación de prestaciones de otros sin contraprestación: es la renta de las posesiones, es decir, la renta de la tierra y el beneficio del capital. Nos limitamos por ahora a registrar esto, sólo para poder decir que ello es todo lo que se nos indica acerca del célebre "valor de distribución". ¿Todo? No, no todo. Escuchemos:

¿Qué decir a esto? Si todos los valores de las mercancías se miden por la energía humana incorporada a ellas, ¿qué queda del valor de distribución, del suplemento del precio y de la tributación? [186] El señor Dühring nos dice sin duda que también cosas no producidas, e incapaces, por tanto, de tener propiamente un valor, reciben un valor de distribución y pueden cambiarse por cosas producidas, con valor. Pero al mismo tiempo nos dice que todos los valores, por tanto, también los pura y exclusivamente de distribución, consisten en la energía incorporada a ellos. Desgraciadamente no nos dice cómo va a incorporarse energía a una cosa no producida. En todo caso, al final de esa confusión de valores queda claro que el valor de distribución, el suplemento de precio impuesto a las mercancías por la posición social, la imposición de tributos por el puñal, se reducen a nada; el valor de las mercancías se determina exclusivamente por la cantidad de energía humana, vulgo trabajo, que se encuentra incorporada en ellas. El señor Dühring dice, pues, aunque confusa y desaliñadamente, si se prescinde de la renta de la tierra y de los pocos precios de monopolio, lo mismo que hace tiempo dijo clara y precisamente la teoría del valor de Ricardo Marx.

Lo dice, y en el mismo momento dice lo contrario. Basándose en las investigaciones de Ricardo, Marx dice: el valor de las mercancías se determina por el trabajo humano genérico socialmente necesario que está incorporado en ellas, y que se mide a su vez por su duración. El trabajo es la medida de todos los valores, y él mismo no tiene ningún valor. El señor Dühring, en cambio, después de presentar también al trabajo, en su flamígero estilo, como medida del valor, continúa:

Pasemos por alto la confusión entre el tiempo de trabajo, que es lo que importa aquí, y el tiempo de existencia, que hasta ahora no ha creado nunca valores ni puede medirlos; esa confusión se debe simplemente al deseo de originalidad. Pasemos también por alto la falsa apariencia "societaria" que tiene que infundir a ese tiempo de existencia el "autosostenimiento"; desde que existe el mundo y mientras exista, todo el mundo tiene que autosustentarse a sí mismo en el sentido de que tiene que consumir él mismo sus medios de existencia. Suponiendo que el señor Dühring se hubiera expresado en forma precisa y desde el punto de vista de la economía, la anterior frase no significa absolutamente nada o significa lo siguiente: el valor de una mercancía se determina por el tiempo [187] de trabajo incorporado a ella, y el valor de este tiempo de trabajo se determina por el de los alimentos necesarios para sustentar al trabajador durante ese tiempo. Y para la sociedad actual esto significa: el valor de una mercancía se determina por el salario contenido en ella.

Con esto llegamos por fin a lo que realmente quiere decir el señor Dühring. El valor de una mercancía se determina por los costes de producción, dicho en el lenguaje de la economía vulgar;

Más tarde consideraremos la cuestión de esos costes de producción o reproducción; aquí nos limitaremos a indicar que, como es sabido, se componen de salario del trabajo y beneficio del capital. El salario del trabajo representa el "gasto de energía" incorporado a la mercancía, el valor de producción. El beneficio representa el tributo o suplemento de precio impuesto por el capitalista, puñal en mano, gracias a su monopolio, o sea el valor de distribución. Y así se resuelve toda la contradictoria confusión de la teoría dühringiana del valor en la más hermosa y armónica claridad.

La determinación del valor de la mercancía por el salario del trabajo, que en Adam Smith se entrecruza aún frecuentemente con la determinación del valor por el tiempo de trabajo, ha sido expulsada de la economía científica desde Ricardo, y no se mantiene hoy más que en la economía vulgar. Los más triviales sicofantes del existente orden social capitalista son los que hoy predican la determinación del valor por el salario del trabajo, presentando al mismo tiempo el beneficio del capitalista como un tipo superior de salario, un salario de la renuncia (de la renuncia a gastarse el capital en juergas), como premio del riesgo, como salario de la dirección de los asuntos, etc. El señor Dühring no se diferencia de ellos más que por el hecho de declarar robo al beneficio. Dicho de otro modo: el señor Dühring basa directamente su socialismo en las doctrinas de la economía vulgar de peor calidad. Lo que ocurra a esa economía vulgar ocurrirá a su socialismo. Ambos se sostendrán y caerán juntos.

Es claro que lo que un trabajador produce y lo que cuesta son cosas tan distintas como lo que produce y lo que cuesta una máquina. El valor creado por un trabajador en una jornada de doce horas no tiene nada en común con el valor de los alimentos que [188] consume en esa jornada de trabajo con sus pausas correspondientes. En esos alimentos puede estar incorporado un tiempo de trabajo de tres, cuatro o siete horas, según el grado de desarrollo del rendimiento del trabajo. Supongamos que hayan hecho falta siete horas para producir esos alimentos; entonces la teoría económica vulgar del valor, que ha aceptado el señor Dühring, significa que el producto de doce horas de trabajo tiene el valor del producto de siete horas de trabajo, que doce horas de trabajo son iguales a siete horas de trabajo, o sea que 12 = 7. Aún puede expresarse eso más claramente: pongamos que un trabajador del campo, independientemente de las condiciones sociales, produce veinte hectolitros de trigo al año. Supongamos que en este tiempo consume una suma de valores que se expresa en una suma de quince hectolitros de trigo. Entonces los veinte hectolitros de trigo tienen el mismo valor que los quince, y ello en el mismo mercado y en circunstancias que por lo demás se mantienen idénticas. Aquí tenemos que 20 es 15. Y a esto se llama economía.

Toda evolución de la sociedad humana por encima del nivel de salvajismo animal empezó el día en que el trabajo de la familia creó más productos de los que eran necesarios para su sustento, el día, esto es, en que una parte del trabajo pudo aplicarse no ya a la producción de meros medios de vida, sino a la de medios de producción. El fundamento de todo progreso social, político e intelectual fue y sigue siendo la existencia de un excedente del producto del trabajo respecto de los costes de sostenimiento del trabajo, y la formación y el incremento de un fondo social de producción y reserva procedente de aquellos excedentes. En la historia transcurrida hasta ahora, ese fondo estuvo en poder de una clase privilegiada, que consiguió con él también el poder político y la dirección espiritual. La próxima transformación social hará finalmente social ese fondo de producción y reserva, es decir, la masa total de las materias primas, los instrumentos de producción y los alimentos, al sustraerlos a la disposicion de aquella clase privilegiada y adjudicándolos como bien común a la sociedad entera.

O lo uno o lo otro. O el valor de las mercancías se determina por los costes de sostenimiento del trabajo necesario para su producción, es decir, en la actual sociedad, por el salario. Y entonces cada trabajador recibe con su salario el valor del producto de su trabajo, y resulta imposible la explotación de la clase de los asalariados por la clase de los capitalistas. Supongamos que en una determinada sociedad el coste del sostenimiento de un obrero se [189] exprese por la suma de tres marcos. Entonces, según la anterior teoría de la economía vulgar, el producto diario del trabajador tiene el valor de tres marcos. Supongamos ahora que el capitalista que utiliza a ese trabajador añada al producto un beneficio, un gravamen de un marco, y lo venda por cuatro marcos. Lo mismo hacen los demás capitalistas. Pero entonces el trabajador en cuestión no va a poder seguir comprando su sustento diario con tres marcos, sino que necesitará también él cuatro. Y como se supone que todas las demás circunstancias se mantienen idénticas, el salario expresado en alimentos tiene que ser el mismo, y el salario expresado en dinero tiene que subir, y ello precisamente desde los tres marcos diarios a cuatro. Lo que los capitalistas sustraen a la clase obrera en forma de beneficio tienen, pues, que devolvérselo en forma de salario. Estamos, pues, otra vez al principio: si el salario determina el valor, no es posible una explotación del trabajador por el capitalista. Pero también es imposible la formación de un excedente de productos, pues los trabajadores consumen, según ese supuesto, tanto valor cuanto producen. Y como los capitalistas no producen ningún valor, ni siquiera puede entenderse de qué quieren vivir. Si, pues, existe a pesar de todo aquel excedente de la producción sobre el consumo, aquel fondo de reserva y producción, y precisamente en las manos de los capitalistas, entonces no queda como explicación sino que los trabajadores consumen meramente el valor de las mercancías para sustentarse, mientras que las mercancías mismas quedan en manos de los capitalistas para su uso ulterior.

O bien: si ese fondo de producción y reserva existe efectivamente en manos de los capitalistas, si efectivamente ha surgido por la acumulación de beneficios (prescindiendo aquí por el momento de la renta de la tierra), entonces consiste necesariamente en la acumulación del excedente del producto del trabajo, suministrado por la clase obrera a la clase de los capitalistas, sobre la suma de salarios pagada por la clase de los capitalistas a la clase trabajadora. Pero en este caso el valor no se determina por el salario, sino por la cantidad de trabajo; la clase trabajadora suministra, pues, a la clase capitalista, en el producto del trabajo, una cantidad de valor mayor que la que recibe como pago en el salario, y entonces el beneficio del capital se explica, como todas las demás formas de apropiación de producto del trabajo ajeno y no pagado, como mero elemento de esta plusvalía descubierta por Marx.

Dicho sea de paso: en todo el Curso de economía no se habla [190] jamás del gran descubrimiento con el que Ricardo empieza su obra capital:

En la Historia crítica, ese descubrimiento de Ricardo se liquida con la siguiente fraseología de oráculo sibilino:

El lector puede interpretar una frase así del modo que quiera, pero lo más seguro es no interpretarla de ninguna manera.

Llegados a este punto, el lector puede escoger, de entre las cinco clases de valor que nos presenta el señor Dühring, la que más le guste: el valor de producción, que procede de la naturaleza, o el valor de distribución, que ha sido creado por la maldad del hombre y que se caracteriza por ser medido por el gasto de energía que no está realmente en él; o, tercero, el valor medido por el tiempo de trabajo; o, cuarto, el valor medido por los costes de reproducción; o, finalmente, el valor medido por el salario. La selección es, pues, abundante, la confusión completa, y no nos queda ya sino exclamar con el mismo señor Dühring:


NOTAS DEL TRADUCTOR

*35. Engels cita la 3.ª ed., London 1821, pág. 181, de On the principles of political economy, and taxation.


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