Friedrich Engels: ANTI-DÜHRING

Páginas 311, 312, 313, 314, 315, 316, 317, 318, 319, 320, 321, 322 y 323.

Al capítulo 3 IV. Índice.


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V. ESTADO, FAMILIA, EDUCACIÓN

Con las dos secciones anteriores hemos agotado prácticamente el contenido económico de la "nueva formación socialitaria" del señor Dühring. Aún habría que observar, si acaso, que "la amplitud universal de la mirada histórica" no le impide en absoluto defender sus especiales intereses; dejando aparte lo del moderado plusconsumo. Como la vieja división del trabajo subsiste en la socialidad, la comuna económica tendrá que contar también, además de con arquitectos y peón, con literatos de profesión, lo que suscita la cuestión de cómo se tratará el derecho de autor. Esta cuestión preocupa y ocupa al señor Dühring más que cualquier otra. El derecho de autor le sale al lector por donde menos lo piensa, incluso, por ejemplo, al tratarse de Luis Blanc y de Proudhon, y acaba al final felizmente salvado en el puerto de la socialidad, en la misteriosa forma de un "premio al trabajo", a lo largo de nueve largas y difusas páginas del Cursus. No se precisa si ese premio es con o sin plusconsumo moderado. No menos oportuno que ese tema habría sido un capítulo sobre la posición de la pulga en el sistema natural de la sociedad; en todo caso, habría sido menos aburrido.

La Filosofía da detallados preceptos acerca del orden estatal del futuro. En esta materia, Rousseau, aunque "único predecesor importante" del señor Dühring, no ha puesto, sin embargo, fundamentos lo bastante profundos; su continuador, más profundo, subviene radicalmente a esa necesidad, aguando extremadamente al susodicho Rousseau y adobándolo con unas cuantos desperdicios de la filosofía hegeliana del derecho, previamente cocidos para dar de sí muy líquida sopa boba. "La soberanía del individuo" constituye el fundamento del Estado dühringiano del futuro; esa soberanía no debe quedar oprimida por el dominio de la mayoría, sino culminar, precisamente, gracias a él. ¿Cómo se consigue esto? Muy sencillamente.

Con esta facilidad pasa la viva fuerza del birlibirloque filosóficorreal por encima de los más insuperables obstáculos, y si el lector piensa que con todo eso no está más en claro que antes, el señor Dühring le contestará que no se tome la cosa tan a la ligera, pues

El señor Dühring trata a su público como éste se merece: tomándole el pelo. Aún habría podido decirlas más gordas, que los estudiosos de la filosofía de la realidad no notarían nada.

La soberanía del individuo consiste esencialmente en que

o sea que habrá también ejército, policía y guardias. Ya más de una vez ha demostrado el señor Dühring ser un honrado prusiano; aquí demuestra estar a la altura de aquel prusiano modelo que, según el difunto ministro Von Rochow, "lleva a los gendarmes en el pecho". Pero esta gendarmería del futuro no será tan peligrosa como los actuales "patrases".*80 Haga lo que haga al individuo soberano, éste tendrá siempre un consuelo:

el derecho o la injusticia que, según las circunstancias, le vengan de la sociedad, no podrá ser jamás peor que lo que acarrearía también el estado de naturaleza.

Y luego, tras dejamos perplejos con una digresión más sobre su inevitable derecho de autor, el señor Dühring nos asegura que en su futuro mundo habrá "naturalmente una abogacía completamente libre y general".

[313] "La sociedad libre hoy imaginada" va haciéndose cada vez más mezclada: arquitectos, peones, literatos, guardas y encima abogados. Este "sólido y crítico reino del pensamiento" se parece, como una gota de agua a otra, a los diversos reinos celestes de las diversas religiones, en los cuales el creyente encuentra siempre transfigurado aquello que ha amargado su existencia terrena. Y el señor Dühring pertenece ciertamente al Estado en el cual "cada uno puede ganar a su manera la eterna bienaventuranza".*81 ¿Qué más puede desearse?

Pero lo que deseemos es aquí irrelevante. Lo que importa es lo que quiere el señor Dühring. Y éste se diferencia de Federico II por el hecho de que en el futuro Estado dühringiano no es en absoluto verdad que cada cual pueda ser bienaventurado a su modo. En la constitución de ese Estado del futuro se lee:

Prohibida la religión.

Pero la religión no es más que el reflejo fantástico, en las cabezas de los hombres, de los poderes externos que dominan su existencia cotidiana: un reflejo en el cual las fuerzas terrenas cobran forma de supraterrenas. En los comienzos de la historia son las fuerzas de la naturaleza las primeras en experimentar ese reflejo, para sufrir luego, en la posterior evolución de los distintos pueblos, los más complejos y abigarrados procesos de personificación. Este proceso está documentado en detalle, por lo menos para los pueblos indogermánicos, por la mitología comparada, desde su origen en los vedas indios y en su continuación entre los indios, los persas, los griegos, los romanos, los germanos y, según la suficiencia del material, entre los celtas, los lituanos y los eslavos. Pero pronto entran en acción, junto a las fuerzas de la naturaleza, también las fuerzas sociales, fuerzas que se enfrentan al principio al hombre como tan extrañas e inexplicables como las de la naturaleza, y que le dominan aparentemente con la misma necesidad natural que éstas. Las formaciones fantásticas en las que al principio se reflejaron solo las misteriosas fuerzas de la naturaleza cobran así atributos [314] sociales, se convierten en representantes de poderes históricos.1 A un nivel evolutivo aún superior, todos los atributos naturales y sociales de los muchos dioses se transfieren a un único Dios omnipotente, el cual no es a su vez sino el reflejo del hombre abstracto. Así nació el monoteísmo, el cual fue históricamente el último producto de la tardía filosofía vulgar griega y halló su encarnación en el Dios exclusivamente nacional judío Jahvé. En esta forma cómoda, manejable y adaptable a todo, la religión puede subsistir como forma inmediata —es decir, sentimental— del comportamiento del hombre respecto de las fuerzas ajenas, naturales y sociales, que le dominan, y ello mientras los hombres estén bajo el dominio de dichas fuerzas. Pero hemos visto varias veces que en la actual sociedad burguesa los hombres están dominados, como por un poder ajeno, por las relaciones económicas que han creado ellos mismos y por los medios de producción que ellos mismos han producido. El fundamento real de la acción refleja religiosa sigue, pues, en pie, y con él el reflejo religioso mismo. El hecho de que la economía burguesa permita cierta percepción de las conexiones causales de ese dominio externo no cambia objetivamente nada. La economía burguesa no puede ni impedir las crisis en su totalidad ni proteger al capitalista individual de pérdidas, malas deudas y bancarrota, o al trabajador individual del paro y la miseria. Aún sigue valiendo que el hombre propone y Dios (es decir, el extraño poder del modo de producción capitalista) dispone. El mero conocimiento, aunque sea más amplio y profundo que la economía burguesa, no basta para someter fuerzas sociales al dominio de la sociedad. Para ello hace falta ante todo una acción social. Y cuando esa acción está realizada, cuando la sociedad, mediante la toma de posesión y el manejo planificado de todos los medios de producción, se haya liberado a sí misma y a todos sus miembros de la servidumbre en que hoy están respecto de esos mismos medios de producción, por ellos producidos, pero a ellos enfrentados como ajeno poder irresistible; cuando el hombre pues, no se limite a proponer, sino que también disponga, entonces desaparecerá el último poder ajeno que aún hoy se refleja en la religión, y con él desaparecerá también el reflejo religioso mismo, por la sencilla razón de que no habrá nada ya que reflejar.

[315] El señor Dühring, en cambio, tiene prisa y no puede esperar a que la religión muera de esa su muerte natural. El procede más radicalmente y se pone a superbismarckear: decreta unas nuevas y más duras leyes de mayo,*82 y no sólo contra el catolicismo, sino contra toda religión en general; lanza sus gendarmes del futuro contra la religión y la ayuda así a ser cosa de mártires, con la consiguiente prolongación de su vida. Miremos adonde miremos, este hombre da un socialismo específicamente prusiano.

Luego de haber aniquilado el señor Dühring tan felizmente la religión,

Contemplemos ahora, para variar, cuál es el "curso de las cosas" por el que puede lanzarse audazmente el hombre basado sólo en sí mismo, de la mano del señor Dühring.

El primer curso de las cosas por el cual el hombre queda basado en sí mismo consiste en que le den a luz. Entonces,

Del mismo modo que el señor Dühring se imaginaba que es posible sustituir el modo de producción capitalista sin cambiar la producción misma, así también se imagina aquí que se puede separar a la moderna familia burguesa de todo su fundamento económico sin alterar también toda su forma. Esta forma es para él tan inmutable que hasta considera al "antiguo derecho romano", aunque en forma un tanto "ennoblecida", decisivo para la familia y para toda la eternidad; por eso tampoco puede representarse la familia sino como "heredera", es decir, como unidad propietaria. Los utopistas se encuentran en esto muy por encima del señor Dühring. Para ellos, la libre asociación de los hombres y la transformación del trabajo privado doméstico en una industria pública [316] significaban al mismo tiempo la socialización de la educación de la juventud y, con ella, una relación recíproca realmente libre entre los miembros de la familia. Por otra parte, Marx (El Capital, págs. 515 s.) ha indicado cómo "la gran industria, con el importante papel que atribuye a las mujeres, a jóvenes y a niños de ambos sexos en procesos productivos socialmente organizadss más allá de Ia esfera doméstica, está creando los nuevos fundamentos económicos de una forma más alta de la familia y de la relación entre los dos sexos".

Medido por el patrón de esa frase, el señor Dühring resulta "un verdadero monstruo" entre los fantasiosos reformistas sociales. La escuela del futuro le ocupa por lo menos tanto como el derecho de autor, y eso quiere realmente decir mucho. El señor Dühring tiene planes escolares y universitarios ya listos y terminados no sólo para todo el "futuro previsible", sino también para el período de transición. Limitémonos, sin embargo, a ver qué debe enseñarse a la juventud de ambos sexos en la definitiva socialidad de última instancia.

La escuela popular general ofrece

Esto no quiere decir que ya en esa primera escuela se vaya a diferenciar e integrar realmente. Más bien se trata de enseñar en ella elementos completamente nuevos de la matemática total, los cuales contienen en sí tanto la matemática elemental corriente cuanto, en germen, la matemática superior. Aunque el señor Dühring afirma que ya tiene "esquemáticamente ante la vista los rasgos principales" del "contenido de los manuales" de esa escuela del futuro, no ha conseguido, desgraciadamente, hasta ahora descubrir esos "elementos de la matemática total"; y lo que él mismo no es capaz de hacer "no puede realmente esperarse sino de las libres y acrecentadas fuerzas de la nueva situación social".

[317] Mas si las uvas de la matemática del futuro están por ahora demasiado verdes, la astronomía, la mecánica y la física del futuro van a presentar en cambio menos dificultades, y "van a dar el núcleo de toda la instrucción", mientras que la botánica y la zoología, con su estilo aún predominantemente descriptivo, a pesar de todas las teorías..." servirán más "a la ligera distracción".

Así está impreso en la página 417 de la Filosofía. El señor Dühring sigue sin conocer más que una botánica y una zoología predominantemente descriptivas. Toda la morfología orgánica, que incluye la anatomía comparada, la embriología y la paleontología del mundo orgánico, parece serle desconocida hasta de nombre. Mientras a sus espaldas surgen casi a docenas nuevas ciencias en el ámbito de la biología, su pueril espíritu sigue tomando de la Historia Natural para los niños de Raff los "elementos de formación eminentemente modernos del modo científico-natural de pensar", y decreta esa constitución del mundo orgánico también para el "futuro previsible". La química, como suele ocurrir a nuestro autor, queda también aquí totalmente olvidada.

Por lo que hace al aspecto estético de la educación, el señor Dühring va a tener que construirlo todo nuevo. La poesía que ha existido hasta ahora no puede servirle. Estando prohibida la religión, es claro que no puede tolerarse en la escuela "el aderezo mitológico o de otro tipo de religión" corriente en los poetas del pasado. También queda condenado "el misticismo poético", tan intensamente cultivado por Goethe, verbigracia. El señor Dühring va a tener, pues, que decidirse a suministrarnos él mismo aquellas obras maestras poéticas que "corresponden a las superiores exigencias de una fantasía equilibrada con el entendimiento" y que representan el auténtico ideal que "significa la perfección del mundo". Que no tarde en hacerlo. La comuna económica no podrá conquistar el mundo sino cuando irrumpa en él con el equilibrado paso de carga del alejandrino.

El ciudadano del futuro no verá muy amargada su infancia por la filología.

[318] La limitación nacional del hombre de hoy es aún demasiado cosmopolita para el señor Dühring. El cual se propone aún suprimir las dos palancas que en el mundo actual ofrecen al menos la posibilidad de levantarse por encima del propio limitado punto de vista nacional: el conocimiento de las lenguas antiguas, que ofrecen al menos, a las gentes con educación clásica de todas las naciones, un amplio horizonte común, y el conocimiento de las lenguas modernas, gracias al cual personas de diversas naciones pueden entenderse y entrar en trato con lo que ocurre más allá de los propios límites. La gramática del propio lenguaje será, en cambio, aprendida radicalmente. Pero "la materia y la forma de la propia lengua" no se entienden más que si se estudia su origen y su progresiva evolución, y esto no es posible sin tener en cuenta, por una parte, sus propias formas muertas, y, por otra, las lenguas, vivas y muertas, emparentadas con ella. Pero con esto volvemos a entrar en el terreno expresamente prohibido. Y si el señor Dühring elimina así de su plan de estudios toda la moderna gramática histórica, no le va a quedar para la instrucción lingüística más que la vieja gramática técnica, dispuesta al estilo de la antigua filología clásica, con todo su casuismo y todas sus arbitrariedades, debidos uno y otras a la falta de base histórica. El odio a la vieja filología le lleva a erigir en "centro de la introducción lingüística escolar verdaderamente formativa" el peor producto de dicha vieja filología. Queda claro que estamos ante un lingüista que no ha oído siquiera hablar de la investigación lingüística histórica, tan pujante y felizmente desarrollada desde hace sesenta años, y que, consiguientemente, no busca los "elementos de formación eminentemente modernos" en Bopp, Grimm y Diez, sino en Heyse y Becker, de felice recordación.

Pero todo eso no basta para "basar en sí mismo" al joven ciudadano del futuro. Para ello hace aún falta una fundamentación más profunda por medio de la

Como se ve, la escuela popular del futuro no es más que una escuela media prusiana algo "ennoblecida", en la que el griego y el latín se sustituyen por algo más de matemática pura y aplicada y, sobre todo, por los elementos de la filosofía de la realidad, mientras que la enseñanza de la lengua alemana se rebaja de nuevo al nivel en que la cultivó el difunto Becker, es decir, al nivel de la clase de tercero aproximadamente. Efectivamente "no hay razón" para que los "conocimientos" del señor Dühring —o, más bien lo que quede de ellos después de aquella "depuración" cuidadosa—, siendo, como hemos visto en todos los terrenos, sumamente escolares, no vayan a poder "entrar en el acervo de los primeros y previos conocimientos", sobre todo si se tiene en cuenta que jamás han salido de ese infantil acervo. El senor Dühring ha oído algo de eso de que en la sociedad socialista el trabajo y la educación van unidos, para asegurar una formación técnica multilateral y un fundamento práctico de la instrucción científica; por eso también este punto se utiliza del modo sólito para la socialidad. Pero puesto que, como hemos visto, la vieja división del trabajo sigue subsistiendo en lo esencial en la futura producción dühringiana, esta formación escolar técnica carece de toda ulterior aplicación práctica, de toda relevancia para la producción, y no puede ser sino fin en sí misma: sustituirá a la gimnasia de la cual no quiere oír hablar nuestro radical revolucionador. Por eso no puede ofreccrnos al respecto más que unas pocas frases vacías, como que "la juventud y la vejez trabajan en el más serio sentido de la palabra".

Toda esa vacua charlatanería, sin contenido ni fundamento resulta lamentable cuando se la compara con el paso de El Capital (págs. 508-515) en el que Marx desarrolla la tesis de que "del sistema fabril, tal como puede verse en detalle en Roberto Owen, nació el germen de la educación del futuro, la cual combinará, para todos los niños que rebasen una cierta edad, el trabajo productivo con la instrucción y la gimnasia, no sólo como método de [320] intensificar la producción social, sino como único método de producir hombres plenamente desarrollados en todos los respectos".

Pasemos por alto la Universidad del futuro, en la cual la filosofía de la realidad constituirá el núcleo de todo saber, y en la que, junto a la Facultad de Medicina, seguirá también floreciendo una Facultad de Derecho; pasemos también por alto los "especiales institutos especializados", de los que sólo se nos dice que se limitarán a "unos pocos temas". Supongamos que el joven ciudadano del futuro, tras superar todos los cursos escolares, se encuentra ya "tan basado en sí mismo" que puede buscar mujer. ¿Qué curso de las cosas le abre aquí el señor Dühring?

Análogamente se lee en otro lugar:

Y en otro lugar:

Nuestro joven ciudadano del futuro se queda de una pieza. Sin necesidad de que se lo dijera el señor Dühring sabía él muy [321] bien que lo de casarse no es ningún arte pétreo, ni contemplación de formas muertas; pero el señor Dühring le había prometido que podría recorrer todas las vías que le abrieran el curso de las cosas y su propio ser, con objeto de encontrar un femenino corazón hermano, con su correspondiente cuerpo. En modo alguno, le atruena ahora la "moralidad más profunda y rigurosa". Primero hay que deponer la grosería y la incomprensión que reinan en el terreno de la asociación y la elección sexuales, para tener en cuenta el derecho del mundo futuro a una composición que sea lo mejor posible. Nuestro joven tiene, pues, que ser en ese solemne momento una especie de Fidias en carne y sangre, ocupado en perfeccionar en esos materiales la formación del hombre. ¿Cómo hacerlo? Las anteriores misteriosas manifestaciones del señor Dühring no le dan la menor indicación concreta, aunque el propio autor dice que se trata de un "arte". ¿Tendrá ya tal vez el señor Dühring un manual de este arte "esquemáticamente a la vista", como tantos otros que ya circulan subrepticiamente en el comercio del libro alemán? En realidad, no nos encontramos ya aquí en la socialidad, sino más bien en La flauta mágica, con la diferencia de que el reposado capellán masón Sarastro apenas puede pretender a la categoría de "sacerdote de segunda clase" comparado con nuestro más profundo y riguroso moralista. Las pruebas que Sarastro impuso a su parejita de adeptos son juego de niños ante la prueba espantosa que el señor Dühring impone a sus dos soberanos individuos antes de permitirles llegar al estado del "matrimonio ético y libre". Y así puede ocurrir que nuestro Tamino del futuro, muy puesto "sobre sí mismo" y con el Absoluto bajo sus pies, tenga uno de estos pies a un par de peldaños de distancia de lo normal, de modo que, por ejemplo, las malas lenguas le llamen cojo. Y también está dentro de lo posible que su tierna Pamina del futuro no se encuentre muy derecha encima del susodicho Absoluto, a causa, tal vez, de una ligera desviación en favor del hombro derecho, desviación que la envidia llegue a llamar un poquitín jibosa. ¿Y qué, entonces? ¿Prohibirá nuestro más profundo y más riguroso Sarastro a los dos practicar en carne y sangre el arte del perfeccionamiento del hombre? ¿Aplicará su "control previsor" en la "concepción" o el control "clasificador" en el "nacimiento"? Diez contra uno a que las cosas ocurrirán de otro modo: la pareja se volverá de espaldas a Sarastro-Dühring y se dirigirá a la oficina del estado civil.

[322] ¡Alto!, exclama el señor Dühring. Eso no es lo que quería decir. Hablemos un momento.

Y con esto se resuelve todo del modo más hermoso en la más hermosa de las socialidades. Cojo y jorobadita se aman apasionadamente y ofrecen así, con su doble faz, la mejor garantía de un armonioso "efecto de segundo orden"; como en las novelas: se aman, se consiguen, y toda la moralidad más profunda y más rigurosa termina, como siempre, en armoniosa cháchara.

La siguiente acusación a la actual sociedad indica las nobles concepciones del señor Dühring acerca del sexo femenino:

No me gustaría por nada del mundo ser yo el que tuviera que cosechar el agradecimiento debido por las mujeres al señor Dühring en atención a tal cumplido. Mas ¿será posible que el señor Dühring desconozca totalmente ese tipo de ingresos, hoy nada insólitos, procedentes de faldas protegidas? Y pensar que el señor Dühring ha hecho él mismo su obligatorio período de pasante, y que vive en Berlín, ciudad en la que ya en mis tiempos, hace treinta y seis años (y por no hablar de los tenientes de la guardia), "pasante" solía rimar con el nombre de los aludidos tunantes.

*

Permítasenos que nos despidamos divertidos y conciliantes de nuestro tema, el cual fue a menudo bastante seco y miserable. Mientras tuvimos que tratar distintas cuestiones particulares, el juicio estaba constreñido por los hechos objetivos indiscutibles; ya con sólo aducir esos hechos iba a resultar el juicio las más de las veces rotundo y hasta duro. Pero ahora, cuando ya nos hemos echado a la espalda la filosofía, la economía y la socialidad, cuando [323] tenemos a la vista la figura completa del escritor al que teníamos que juzgar en el detalle, ahora podemos poner en primer término puntos de vista humanos; ahora se nos permitirá que reconduzcamos a causas personales varios absurdos y muchas petulancias que de otro modo serían incomprensibles; y así resumiremos nuestro juicio de conjunto sobre el señor Dühring con las palabras: irresponsabalidad por megalomanía.


NOTAS DEL AUTOR

1. Este posterior dúplice carácter de las figuras de los dioses, pasado por alto por la mitología comparada —que se interesa unilateralmente por su carácter de reflejos de fuerzas naturales—, es una de las causas de la confusión posterior de las mitologías. Así, en algunas tribus germánicas el dios de la guerra se llama Tyr, en lengua paleonórdica, Zio en altoalemán antiguo, y corresponde al griego Zeus, en latín Júpiter (Diespiter); en otra tribus se llama Er, Eor, y corresponde al griego Ares, latín Mars.


NOTAS DEL TRADUCTOR

*80. El pueblo de Berlín llamaba Zarucker (por deformación berlinesa de zurück, atrás) a los guardias, aludiendo a la conminación más frecuente de éstos grupos de personas en manifestaciones o aglomeraciones.

*81. Frase de Federico II de Prusia resolviendo la cuestión de las escuelas católicas en su estado protestante.

*82. Las cuatro leyes de mayo de 1873 en las que se culminó la política de "lucha cultural" de Bismarck contra el partido católico.


Al capítulo 3 IV. Índice.