Salvador Allende

Como saldremos del subdesarrollo. Discurso de inauguración del XIV Período de Sesiones de la Comisión Económica Para América Latina (CEPAL) 


Pronunciado: El 27 de abril de 1971.
Versión digital: Eduardo Rivas, 2015.
Esta edición: Marxists Internet Archive, 2 de febrero de 2016.


Al reunirnos hoy para iniciar otro debate sobre la economía de la región, es importante tener presente lo que CEPAL ha significado en la etapa ya vivida.

No basta hacer el recuento de las frustraciones de una década. Al comenzar una nueva debemos referir esta experiencia a las responsabilidades que surgen, y diseñar una estrategia económica para el próximo decenio. La reunión que hoy inauguramos deberá realizar un balance cualitativo de lo que ha ocurrido; es la oportunidad para analizar a fondo lo que viene manifestándose en todos nuestros países y para contemplar las tareas históricas que se están prefigurando.

Asistimos al despertar de una conciencia masivamente revolucionaria.

Cada día muchos más entre nosotros rechazan el sistema que existe, y con razón. Porque debemos insistir, hasta taladrar en lo profundo de la conciencia de todos, en esas cifras horrendas tantas veces repetidas por ustedes como una voz de alarma, tantas veces repetida por nosotros con una voz de angustia, y tantas veces por tantos desoídas.

Más del 30 por 100 de nuestra población es analfabeta: Ochenta millones de personas. Once por ciento de la fuerza de trabajo está totalmente desocupada: Nueve millones de cesantes. Veintiocho por ciento de la mano de obra está subempleada: Setenta y cinco millones de trabajadores contribuyen en mínimo grado al desarrollo de la región. Cada persona consume en promedio unas 2.500 calorías diarias, contra más de 3.000 en los países desarrollados, 65 gramos de proteína al día (cuando se come) contra más de 100 gramos en los países europeos.

Es la desnutrición, el hambre crónica, el marasmo y el daño cerebral irreparable.

Año tras año los inversionistas extranjeros han obtenido utilidades mucho mayores que el monto colocado. Desde 1962 las ganancias retiradas de América Latina exceden las inversiones en más de mil millones de dólares. Desde mediados de la década de los 60 nuestros pagos por servicios de deudas suman más que los nuevos préstamos.

La deuda externa de nuestro continente alcanza cifras astronómicas, y cada vez es más grande la distancia entre los países industrializados y los países en vías de desarrollo.

Algunas naciones pueden mostrar un crecimiento transitorio, pero éste quedó restringido al sector moderno de la economía, sin irradiar al resto del sistema; al mismo tiempo es bien sabido que el ingreso aumentado ha ido desproporcionadamente a manos de unos pocos, y por eso las tasas de crecimiento esporádico no reflejan una expansión orgánica de las economías.

La mala distribución del ingreso y la dependencia económica y tecnológica han marchado juntas bajo el modelo tradicional, y con ellas ha coexistido el fenómeno del marginalismo, la exclusión de grandes masas populares, de millones de personas, de toda participación en la colectividad. Bástenos recordar que se asegura que más de 15 millones de latinoamericanos ni siquiera conocen la moneda como medio de intercambio. Esta es la expresión concreta y viva del patrón histórico de nuestro continente.

Mientras tanto, se sigue permitiendo que un reducido número sea dueño de las tierras, de las fábricas, de las minas, y ejerzan un poder político incuestionable.

Esta realidad brutal la enjuician cada día los obreros, los estudiantes, los campesinos, los técnicos, los profesionales, los empleados. Los desocupados sufren más que nadie. Esta realidad brutal es preciso superarla. América Latina, excepto Cuba y Chile en particular, enfrentan todavía una decisión fundamental en el campo económico; o continuar en el mismo patrón de crecimiento, o bien crear las condiciones para un desarrollo de naturaleza diferente.

Esta estructura tanto tiempo en vigencia, este patrón histórico de desarrollo, fue acentuando la dependencia económica y tecnológica que, partiendo del control de los recursos primarios, fue avanzando hasta abarcar las industrias, los bancos, los servicios, los mercados, y así llegó a tomar las inversiones, la cultura, la técnica y la ciencia, hasta llegar a un sistema totalmente dominado.

Frente a esta realidad, nuestros pueblos buscan un nuevo tipo de desarrollo, cada cual de acuerdo a sus características nacionales pero al mismo tiempo, necesariamente, por reaccionar frente a un yugo compartido, con muchos elementos en común. Todos combatimos por nuestra independencia, por la afirmación de los valores propios, por ampliar los mercados externos, ensamblar los mercados complementarios. Buscamos comerciar en igualdad de condiciones. Necesitamos que los excedentes económicos queden dentro del país, y que allí se repartan entre los trabajadores y no entre un pequeño grupo de propietarios. Necesitamos una mejor distribución del ingreso, humanamente, para satisfacer la aspiración de todos; técnicamente, para dinamizar nuestro mercado. Necesitamos tener economías regionales internas que impidan concentrar el proceso productivo en unas pocas zonas del país. Hay que lograr el desarrollo homogéneo de espacios económicos integrados, porque el capitalismo centralizador es un colonialismo interno tan funesto como el otro.

La frustración continental y nacional ha conducido inevitablemente a la crisis de la OEA, como quedó de manifiesto hace unos días en la Conferencia de Cancilleres de San José de Costa Rica, donde Chile expuso con nítida claridad su pensamiento.

Destacamos que existen dos ficciones que han determinado la política de ese organismo: que allí se reúnen veintitrés naciones en pie de igualdad, y que todas ellas tienen intereses, objetivos e ideales comunes.

Es preciso lograr que esto sea cierto.

Nuestras necesidades no se alcanzarán mientras no se abandone la actual estructura de relaciones entre la producción y el trabajo, de concentración del poder económico y, por consiguiente, del poder político. Sólo con cambios estructurales de fondo, como la Reforma Agraria, la nacionalización de las riquezas básicas y de la Banca, la reforma de las instituciones políticas, la reestructuración industrial, se logrará captar y movilizar mejor los excedentes económicos, orientándolos hacia un desarrollo planificado para satisfacer las necesidades básicas de toda, la población. Es con medidas de esta magnitud que podremos terminar con el estancamiento, la miseria y la violenta dependencia.

El imperativo de cambiar las estructuras económicas nos ha sido impuesto por condiciones objetivas. Chile gasta más de doscientos millones de dólares anuales en importar alimentos; si no varía sustancialmente la agricultura, hacia fines de este siglo deberemos importar más de mil millones, a pesar de tener tierras, agua y recursos agropecuarios suficientes. Por otra parte, el país ha sufrido el drenaje ininterrumpido de sus riquezas básicas entregadas al capital extranjero: entre 1910 y 1970 han salido en forma de remesas de utilidades y servicios diversos no menos de 2.850 millones de dólares. Un millón trescientos mil dólares salen de este país todos los días. Es el salario diario de un millón de obreros.

Nuestro Gobierno ha elegido un camino propio. Se trata de un camino de transformaciones que deben desembocar en una nueva economía. Es un camino para llegar al socialismo que aprovecha nuestras mejores tradiciones, enriqueciéndolas con la energía creadora de un pueblo resuelto a liberarse.

Es necesario nacionalizar.

La nacionalización será conquistada en conformidad con nuestro sistema legal, en uso de nuestra soberanía y de acuerdo con las resoluciones de las Naciones Unidas. Los intereses de los pueblos están por sobre los particulares. No con sanciones injustas y arbitrarias, no es con la amenaza de la fuerza que se detiene el avance de los pueblos. Reclamamos el respeto a la autodeterminación y la plena vigencia de la no intervención.

La dignidad de las naciones no se mide por el ingreso per cápita.

Es fácil comprender por qué adquirimos cada día mayor conciencia de la frustración y sufrimientos en que el régimen económico tradicional y la dominación extranjera tienen sumidos a sus trabajadores y a quienes no participan del privilegio de pertenecer a la minoría económicamente dominante.

El esfuerzo continuado y acumulativo durante decenios de nuestros movimientos políticos y sindicales, ha impedido que las incapacidades y exigencias sociales negativas del régimen capitalista llevaran la energía del pueblo a la impotencia, desorientaran a quienes no participan del privilegio, o lo integran artificialmente al sistema cuya superación precisamente se trata de lograr.

El pueblo chileno, tras años de combate político y social, tras correr largo camino jalonado de éxitos parciales y derrotas dolorosas, ha logrado una victoria extraordinaria. Tan significativa, que marca la culminación de una etapa y el comienzo de otra. Ha llegado a identificarse a sí mismo. Ha llegado al Gobierno y avanza a la conquista del poder.

Suya es la especial representación que yo traigo ante ustedes.

No sólo la de un Gobierno, sino la de un pueblo que en forma absolutamente libre, reflexiva y discrecional, emplazado frente a la alternativa, ha condenado con su madurez política la continuidad de un régimen de producción que lo reprime.

Nuestra estimación del irracional desequilibrio que caracteriza al sistema económico chileno, en términos cuantitativos, coincide con los análisis de CEPAL. Pero el Gobierno de Chile parte del significado político presente en cualquier planteamiento de cambio socio-económico. Un contenido político que está configurando los presupuestos teóricos que lo sostienen, las medidas que lo instrumentan y los objetivos que persigue.

La experiencia chilena, y la de tantos otros países, está demostrando las enormes limitaciones de la estructura capitalista para satisfacer las necesidades de las masas, cualquiera que sea el grado de su evolución interna. Y en el caso de nuestra América Latina, la incapacidad se ve multiplicada por los efectos deformantes de un sistema mundial de producción e intercambio, en el que hemos asumido, y continuamos sufriendo, el papel de subordinación que ha permitido nuestra explotación en sus niveles más intolerables.

Deformación de las estructuras económicas que reproduce en el seno de nuestras propias fronteras nacionales el esquema de regiones hegemónicas y regiones dependientes, distanciando cada vez más las partes integrantes de una misma totalidad social y económica.

El pueblo chileno y su Gobierno han tomado la responsabilidad de orientar toda su capacidad como nación organizada para construir libremente su propio destino, sobre la base de sus propios recursos y sobre la base de una nueva cooperación internacional que excluya la dominación de unos pocos sistemas económicos sobre los más.

De ahí la prioridad que hemos otorgado a recuperar nuestras riquezas básicas. Y a la apertura de las fronteras económicas Y políticas que separaban artificialmente a nuestro pueblo de los pueblos socialistas. De ahí nuestro interés en mantener las relaciones comerciales con todos los países del mundo, pero sobre el supuesto del respeto mutuo que todo pueblo merece y que los pequeños o pobres deben exigir.

Consecuente con estos principios, nuestro país escogió como primera tarea acabar con el injusto aislamiento impuesto a Cuba.

Solidaridad que nos lleva a impulsar resueltamente cuantos esfuerzos se están realizando ahora o se emprendan en el futuro para instaurar nuevos canales de aproximación entre nuestras propias economías, paso necesario si queremos que la unidad latinoamericana sea algún día concreta y tangible. Los progresos realizados en el seno del Pacto Andino resultan, en este sentido, una esperanza para el decenio que comienza.

La contribución de la CEPAL a esta tarea debe continuar siendo sustancial. Por eso nosotros desearíamos que colaborara todavía más estrechamente con la CECLA, aportándole su capacidad técnica. Y que, dentro de un horizonte más amplio, coordinara su actividad con las comisiones hermanas de África y Asia, en beneficio de los problemas comunes.

El Gobierno Popular de Chile sabe que el auténtico desarrollo económico es muy distinto del simple crecimiento económico.

Sabe que nuestro desarrollo depende de transformar las bases sobre las cuales se asienta un sistema de explotación interna y externa. Y sabe que esos cimientos sólo serán modificados en la medida que el poder político y económico sea ejercido por las grandes mayorías. En la medida que el pueblo asuma concretamente el poder de decisión. La participación popular, indispensable para edificar el régimen socialista, comienza ya en todos los ámbitos de Chile. Y dará un paso decisivo cuando, próximamente, se llame a los trabajadores del sector social y mixto a incorporarse a los Consejos de Dirección de las empresas con un número de representantes igual al de los organismos estatales. Sólo con los trabajadores, con su conciencia, con su sacrificio, podremos derrotar la inflación y la cesantía.

Sólo aprendiendo más, produciendo más y trabajando más para bien de todo el pueblo es que los países progresan.

El Gobierno de Chile ha recibido el mandato de no hacer más remodelaciones de las estructuras vigentes. La política económica reformista y neocapitalista ha sido aplicada en Chile con las consecuencias que conocemos todos. El camino de nuestro país hacia el desarrollo consiste en sincronizar las transformaciones económicas y políticas. Ahí se encuentra para nosotros la clave de nuestra liberación de la dependencia exterior.

Se trata de realizar cambios sustanciales del poder político y del poder económico observando las limitaciones que establece el régimen de Derecho actual, mientras a través mecanismos institucionales en vigor construimos una legalidad y el embrión de la institucionalidad futura.

Nuestro camino hacia el socialismo reconoce como única guía la voluntad soberana del pueblo chileno, manifestada a través de los cauces de organización y de represión hoy existentes en una democracia liberal como la nuestra.

En conformidad con nuestra realidad, esto es lo que se ha llamado la vía chilena hacia el socialismo. Este Gobierno va a elaborar una nueva estructura institucional y a establecer un régimen legal al servicio de los intereses populares. Y entiende llevarlo a cabo no mediante la destrucción violenta, sino mediante la superación del orden existente, reemplazándolo en forma progresiva a medida que la conciencia de nuestras masas y sus recursos técnicos lo permitan.

Nosotros preferimos no hablar de revolución, sino hacerla.

Una revolución hacia el socialismo en democracia, pluralismo y libertad.

Hoy tenemos en Chile pluralismo, legalidad y libertades públicas, gracias al esfuerzo y sacrificio de muchas generaciones.

El camino que seguiremos hacia el socialismo quiere profundizar estas conquistas para que operen realmente al servicio de las grandes mayorías.

Sabemos que es difícil. La tarea es de por sí inmensa, gigantesca.

Y el camino que hemos elegido trae consigo obstáculos suplementarios, porque los poderosos intereses que se ven amenazados resistirán por cualquier medio. No han vacilado en asesinar al Comandante en Jefe del Ejército en su propósito demente de evitar que se realice la voluntad del pueblo.

Pero nuestro país recoge este desafío con plena responsabilidad de su alcance, de sus esperanzas y también de los riesgos que entraña.

Señores delegados:

Me cabe el honor de inaugurar la presente Conferencia en el momento en que nuestro país emprende esta tarea. Como Presidente de Chile, les pido que se compenetren de nuestra realidad; les pido su comprensión solidaria; los invito a trabajar con nosotros para cumplir los anhelos de América Latina, este pueblo continente.