Salvador Allende

En el Año de la Juventud. Discurso inaugural del año académico en la Universidad de Concepción


Pronunciado: Mayo de 1972.
Versión digital: Eduardo Rivas, 2015.
Esta edición: Marxists Internet Archive, 4 de febrero de 2016.


Yo pensaba, desde que entré aquí, “¿en cuántos países del mundo podrá darse un espectáculo como éste?”. Frente a las autoridades de gobierno, frente a las autoridades universitarias, una comunidad estudiantil bullente, que sabe de las ideas y que las discute, que bebe de los principios, las doctrinas y las teorías revolucionarias que analiza. Una juventud que en sus propios gritos expresa antagonismo, pero que en su acción -y estoy seguro- afianzará la unidad de la juventud al servicio de Chile y de su pueblo.

Porque creo que es indispensable que los hombres de gobierno, los jefes sindicales, los dirigentes políticos de máxima responsabilidad deben buscar el diálogo y el contacto con la juventud. Deben hacerlo porque indiscutiblemente son los jóvenes los que siempre tendrán la responsabilidad efectiva del futuro y son los jóvenes, por el hecho de ser jóvenes, los que deben estar y ser más permeables a las corrientes renovadoras, al pensamiento creador, a la voluntad de acción constructiva y revolucionaria. Debemos buscar, cada vez que sea posible -y siempre lo será-, el diálogo abierto con la juventud porque sin ella, sin su participación, sin su apoyo no se comprende un proceso revolucionario ni puede uno imaginarse que pueda tener contenido y proyección esta labor revolucionaria y, sobre todo, en los países como los nuestros, países que han vivido y viven la dependencia económica, cultural y tecnológica; son los sectores juveniles los que tienen la obligación, y en Chile cumplen esta obligación.

Ser estudiante de una universidad que tiene una tradición como ésta, y que la acrecienta, es un privilegio que obliga, que compromete, que debe llevar a los jóvenes que están en ella y pasan por ella a empaparse de la responsabilidad que asumen frente a la realidad de su Patria y al compromiso que contraen para hacer posible que nuestra Patria, con el esfuerzo de ustedes, pueda ir rompiendo el atraso, la incultura, la enfermedad, la miseria moral y la miseria fisiológica que azota y golpea y marca a miles y miles de nuestros compatriotas. Ser estudiante universitario en un mundo que cruje en sus viejas estructuras, tener la información internacional al segundo y poder estudiar y documentarse, no tan sólo si es obligación básica hacerlo, en la disciplina que se ha buscado como carrera, en la ciencia o en el arte, que ella encierra, sino además, tener la visión más amplia y entender que un profesional, que un técnico, que un científico tiene que estar entroncado con los procesos esenciales de su Patria y de su pueblo.

Por eso, también, es para mí extraordinariamente satisfactorio como Presidente de Chile reafirmar en esta multitudinaria asamblea, que vibra y palpita con la batalla de los pueblos de los distintos continentes, que el gobierno popular que presido ha resuelto tener relaciones a nivel de embajada con la República Popular de Vietnam, con Corea del Norte y recoger a Bangladesh.

Y, mientras Manuel Rodríguez recordaba a Vietnam, yo recordaba que hace dos años y algunos meses estuve en Hanói, que tuve el privilegio de conversar con ese anciano venerable que era Ho Chi Minh.

Nunca me olvidaré de su figura, nunca dejaré de recordar la transparencia de su mirada y, al mismo tiempo, la bondad de sus palabras. Al saludarnos -yo iba con el compañero Eduardo Paredes-, nos dijo: “Gracias por venir de tan lejos, con tanto sacrificio, a traernos el apoyo moral de su pueblo.”

Y en nuestra conversación, que fue relativamente larga, ya que estaba enfermo, y seriamente enfermo, creo haber sido el último político de cierto nivel que conversó con él, y esa es la verdad. ¡Y esa es la verdad! (he dicho: político de cierto nivel, por lo tanto, no hay necesidad de reírse) que conversó con él, ya que estaba muy enfermo y falleció a los 25 días que estuve en Vietnam. La conversación que tuvimos con Ho Chi Minh versó, fundamentalmente, sobre la juventud, y en la libretita increíble, por lo vieja, en las páginas centrales de ella, con la letra temblorosa de un anciano, estaban anotadas las cifras que él nos explicó, eran las cifras de los alumnos que en los últimos cinco años habían sido alumnos distinguidos. Y Ho Chi Minh nos dijo que él les enviaba siempre a esos alumnos unas cuantas líneas. Pero, yo pensaba, y pienso, ¡qué gran estímulo, qué extraordinaria recompensa debe haber sido para aquellos jóvenes que recibieron esas temblorosas líneas de Ho Chi Minh!

El padre de Vietnam, el hijo y el padre de la revolución, el escritor, el estadista, el libertador de su pueblo, ese hombre que había alcanzado por su vida ejemplar el reconocimiento y el respeto, no sólo del pueblo vietnamita sino de todos los pueblos del mundo, tenía como preocupación esencial mandarles a los jóvenes una felicitación y vivía preocupado de cómo los jóvenes cumplían su tarea.

¡Qué buena lección para mí! Yo no lo he olvidado, y por eso siempre, al recordar lo que me enseñara así, en minutos, Ho Chi Minh, siempre he dicho, no citándolo, que para mí la juventud que tiene el privilegio, como ustedes, de pasar por el aula de la Universidad de Concepción, o ser universitario en cualesquiera de las universidades chilenas, tiene la obligación fundamental de entender que es universitario porque millones de chilenos, con su trabajo anónimo, ignorado, porque miles de obreros, campesinos y empleados, con su esfuerzo, crean la posibilidad material para que se levanten estas universidades y no deben nunca dejar de recordar que la inmensa mayoría de ellos nunca pudo pasar por una universidad, nunca va a poder pasar todavía por una universidad.

Éste es el año de la juventud, es el año de ustedes. Yo me congratulo de planteamientos teóricos como los que ha hecho el compañero, pero en un sentido de hombre más viejo me habría gustado que su concepción teórica se hubiera concretado en problemas que la juventud chilena reclama.

¿Qué vamos a hacer por la juventud obrera? ¿Qué vamos a hacer por la juventud campesina?

¿Qué vamos a hacer por ustedes en cuanto a becas, hogares? ¿Qué vamos a hacer por el deporte? ¿Qué vamos a hacer por los estudiantes de los sectores medios?

¿Qué representa el porcentaje todavía alto de muchachos de la clase elevada que entran a las universidades, y los que quedan al margen? ¿Cuál es el problema esencial de un país donde hay subalimentación?

¡Cuánta es la necesidad de arrancar a la juventud de la frustración, el vicio, para que se entregue con pasión siquiera, aunque no sean nuestras ideas, a la defensa de sus ideas!

¡Cuánto hay que trazarse por delante! ¡Cuánto de valor tiene que darse al trabajo voluntario, por ejemplo, tomado muchas veces con un aspecto superficial que no representa una condición ni entiende por qué ese trabajo voluntario es necesario en los países como el nuestro y los otros que hicieron su proceso revolucionario! ¡Cuándo vamos a precisar lo que tiene que ser, en el caso de la mujer, una carta de compromiso que no sólo satisfaga los anhelos justos de las mujeres de la Unidad Popular, sino de la mujer chilena, cualquiera que sea o no sea su ideología!

De la misma manera que debemos tener conciencia en la Carta de la juventud chilena, y la juventud chilena debe saber por qué metas combate, por qué metas lucha. Piensen ustedes la diferencia que hay en la tarea que tiene un campesino de hoy, joven campesino, y la que tendrá mañana, hoy día en un país que no tiene tractores, en el que la mecanización del campo es un embrión, en un país que tiene un porcentaje muy bajo de abono. Ahí tendremos que capacitar al campesino de mañana, para una concepción distinta de lo que es la tierra y su producción. En un país donde no hay agroindustrias, tenemos que decirle al campesino por qué y para qué se pueden hoy día deshidratar los alimentos y las frutas, y se puede preservar por muchos años la fruta sin necesidad, inclusive, de tenerla en frigoríficos. Es decir, la técnica, el conocimiento, es algo que tenemos que incorporar a la juventud, cualquiera que sea su nivel, más bajo, por cierto, en la juventud campesina, que nunca supo nada sino de la experiencia que tanto enseña, pero que tendrá que saber los métodos diferentes.

De igual manera, no es posible que la juventud chilena, aun teniendo metas claras, no participe y se integre al proceso revolucionario, asumiendo su responsabilidad.

Yo he sido el que con más empeño he llamado a la juventud, y ayer, por vez primera en la historia de Chile, ha habido un consejo de gabinete presidido por el Compañero Presidente para recibir a los jóvenes, oír sus puntos de vista y para contraer con ellos un compromiso: hacer juntos, viejos gobernantes y jóvenes, hacer en Chile el 4 de este mes, el día del trabajo voluntario, pero con una conciencia distinta, un valor diferente y una proyección mucho más amplia, y el 23 de junio firmar ante la conciencia de la Patria la gran Carta de los Derechos y de los Deberes de la Juventud; derechos y deberes que cada joven debe aprender, así como aprende a rezar o así como aprende los cantos revolucionarios; derechos y deberes que tienen que metérselos en el corazón y en la conciencia, porque no se trata sólo de que van a tener ustedes derechos, tendrán deberes y en un proceso revolucionario sólo se conquistan los derechos cuando se ha tenido el coraje de cumplir con los deberes, camaradas.