Graco Babeuf a Fouché de Nantes

LLAMAMIENTO APREMIANTE A LOS PATRIOTAS

 


Escrito:
Publicado por primera vez:(El Tribuno del Pueblo, No. 42).
Fuente de esta edicion: El texto que sigue procede del libro “El tribuno del pueblo”, editado por Ediciones Roca, S.A, 1975, actualmente agotado
Fuente digital de la version al español: Omegalfa.es
Traduccion: Versión al español de Victoria Pujolar.
HTML: Rodrigo Cisterna, febrero de 2015


 

¡Amigos! No era mi propósito hablaros hoy. Pero interrumpo un trabajo de más largo alcance para dirigiros apresuradamente unas palabras bien urgentes. Escuchadlas, os interesan infinitamente. La verdad triunfa. Todos los opresores empalidecen: Los amigos del pueblo le han abierto los ojos. El ejército también ve claro. El torrente de energía no puede ser contenido ya por ningún dique. Nuestros dominadores lo han visto y han cambiado sus baterías para evitar la caída cuya espera nos consuela y nos desespera. Desde hace diez o doce días han juzgado que la persecución y las injurias hacia los mejores ciudadanos no era ya una arma eficaz en sus manos. Las han sustituido por la astucia y por repugnantes zalamerías. Los lobos furiosos se han transformado en zorros fle- xibles y obsequiosos. ¡Que no os engañen! Continúan carniceros; no han cambiado en absoluto de naturaleza, y no cambiarán ja- más. Hoy esconden las uñas; mañana os devorarán.

He aquí de lo que os debo prevenir:

Los emisarios de los Tallien, de los Legendre, de los Barrás, y estos mismos honestos ciudadanos, se agitan y se dan gran pena para tratar de haceros caer en la más abominable de las trampas. Se aprovechan de vuestra animadversión hacia los culpables artífi- ces de vuestros males, entre los cuales ellos figuraron en primera fila; tienen la desfachatez de fingir que no han sido ellos, o, como mínimo, que hoy se separan de la banda de perseguidores que no actuó más que a sus órdenes y según su inspiración; se atreven a sugeriros que ahora están dispuestos a constituirse en vengadores de las fechorías que han cometido y mandado cometer. Hay que demostraros hacia dónde tienden sus intenciones, qué nuevo y profundo abismo excavan bajo vuestros pies, pero antes hay que daros a conocer las andanzas de sus intrigas.

A los Férus y compañía han incorporado nuevos bellacos, cuya historia completa podríamos hacer; pero hoy nos contentaremos con señalar a dos de ellos, cuyos actos han sido más ostensibles.

Richard y Soulé (este último se dice hombre de letras) están ac- tuando desde hace algunos días dentro de los grupos de las Tulle- rías. Cumplen admirablemente su misión de excitar al extremo la efervescencia del pueblo. Allí dicen, a quien les escucha, que los dos consejos, sin excepción, están compuestos de desalmados; que Barrás y Carnot son excelentes republicanos que terminarían con los males del pueblo y salvarían la patria; que por esto existe un infame complot para asesinarlos; que en consecuencia hay que sumarse a ellos y a sus amigos, armarse sin espera y tocar a reba- to.

A este hecho debemos añadir las circunstancias siguientes:

Un auténtico demócrata, al que el emisario Richard había aborda- do estos últimos días en la terraza de las Tullerías para inculcarle estas ideas de colusión, objetaba la extraña precipitación que da- ba la sensación que se quería poner en asunto tan importante. Entretanto se les acercó Legendre, a quien Richard pidió noticias sobre los asuntos en curso. El carnicero de Pradial contestó que no podía comprender cómo los patriotas pudieran seguir la im- pulsión de El Tribuno del Pueblo, quien parecía querer encarni- zarse preferentemente contra los mejores republicanos, tales como Barrás y Carnot; que había que caer sin piedad sobre aquellos que reconocía habían hecho mucho mal, tales como Isnard y su pandilla; que era necesario que los patriotas se reunieran para aniquilar a estos hombres; pero que se debía, por ambas partes, olvidar los pequeños errores que recíprocamente se habían podi- do cometer, etc.

A unos pasos de allí, otro sicofante preguntaba a un demócrata si había visto a un tal, hombre que goza de influencia en cierto dis- trito de París, pues tenía algo bueno que comunicarle de parte de Tallien; y el intrigante añadió: Tú eres patriota, no estás de más; es preciso que dentro de algunos días la bomba estalle; es necesa- rio que se toque a rebato. Busco a tal para ponerle al corriente. La trama es bastante hábil, el señuelo no está peor preparado que otros tantos de los que habéis sido objeto de engaño y víctimas, ¿será posible que lo seáis de nuevo?

Es claro lo que persiguen los que no han cesado de asesinaros, de mataros de hambre, de someteros a miles de cadenas.

Primero, salvar sus cabezas, sobre las que ven al gran tribunal del pueblo, convencido de sus incontables crímenes sin paralelo, presto a cumplir la terrible sentencia pronunciada tiempo ha. Para ello, juzgan que deben fingir arrojarse en brazos de los demócra- tas, a los que se jactan de ganar tanto más fácilmente cuanto se imaginan pueden persuadirles de que el pueblo no se salvará sin la ayuda de una parte de aquellos que comparten la autoridad.

Pero ¿cómo calculan que pueden llegar a salvar sus cabezas? ¿Po- drán los patriotas ser tan ingenuos como para creer posible que espíen, sirviendo resueltamente a la democracia, la infamia de haberla destruido con los más desalmados procedimientos, para merecer un perdón generoso a cambio de esta reparación? ¿Ten- drán los patriotas el candor de pensar que van a despojarse del poder, la supremacía y la iniciativa, durante y después del movi- miento revolucionario, a fin de vivir apaciblemente bajo sencillas leyes demócratas, a la sombra de la santa amnistía de una nación indulgente? No, no, ese no es su plan. Estos opresores ven que los principios de la democracia predominan, que su trono se tam- balea, que han perdido toda confianza, mientras que los que la tienen en su lugar son los defensores del pueblo. Y se han dicho tenían que imaginar algo que les diera la oportunidad de hacer caer en una redada a todos esos hombres en quienes el pueblo ha depositado su confianza, a sus partidarios y a todos aquellos que todavía son capaces de jugar un papel activo en favor de la causa popular. Es un último resultado del sistema de las hecatombes que se trata de aplicar; lo que se pretende es barrer al resto de los patriotas. Se han dicho: halaguémosles, conquistémosles, prome- támosles todo lo que piden. ¿Qué pasará? Con nuestra posición tomamos la iniciativa exclusiva de un movimiento que nos libera- rá de ellos para siempre, así como de todos nuestros enemigos.

Nos precavemos contra toda hostilidad de su parte; paralizamos todos los resultados favorables a su causa que, mediante su traba- jo, han podido alcanzar en el espíritu del pueblo; nos transfor- mamos en los instigadores y consolidamos eternamente nuestra autoridad. He aquí cómo: Nosotros, Barrás, Frerón, Legendre y Tallien nos ponemos al frente. Nuestros desacreditados nombres no reunirán en torno a nuestras banderas a la masa total del pue- blo; la mayoría retrocederá horrorizada y se negará a actuar bajo nuestros estandartes. Esto es lo que nos conviene. Agruparemos tan sólo a nuestros sicarios pagados, y con ellos a un núcleo de patriotas ardientes, pero confiados, que nuestros sicofantes habrán conseguido enredar; hombres que consultan menos su razón y la justica que su impaciente deseo de arrojarse de cabeza en todo lo que parece tiende al bien de la causa. De esta manera no tendre- mos más que un levantamiento parcial, y esto es lo que necesita- mos. No hay temor de vernos destronados, y nos da pretexto para una primera operación que nos garantizará el éxito de las poste- riores. Este núcleo parcial nos bastará para apuñalar a los que son realistas de manera distinta a la nuestra. Los Rovere, los Isnard, los Langunais, los Boissy y otros quieren reyes de antiguo abolen- go; nosotros los queremos de nuevo cuño; queremos serlo noso- tros mismos. Pues bien, iremos con nuestros imbéciles demagogos a asesinar a los abogados de Luis XVIII; y una vez estas cabezas caídas, el monarquismo opuesto al nuestro dejará de existir; nues- tro trono estará consolidado. Los demagogos, como en el Vendi- miario, nos pedirán otra cosa después de esta expedición; pero, igual que en el Vendimiario, nos será fácil intimarles silencio e inmovilidad. Les diremos: basta, ya está bien por ahora; podréis reposar hasta que se os despierta. No os dejaremos dormir por mucho tiempo. Al no tener ya más que una facción a combatir, organizaremos una Saint-Barthélemy para exterminar, en plena seguridad, a este partido de anarquistas que no habrá sobrevivido más que en algunos días al de los realistas. Nos bastará con una hecatombe, y a continuación dominamos sin obstáculos sobre un rebaño de meros esclavos. ¡Amigos! he aquí su complot; he aquí su secreto cuajados de horrores. ¿Una vez descubierto, puede ser alguien engañado?

No, no tendremos movimiento parcial. Sin duda la masa de los patriotas y del pueblo no se habría puesto en marcha al pérfido llamamiento de un Barrás o de un Tallien; pero, después de mi advertencia, me jacto de que no encontrarán más de dos hombres que poder engañar. Sí, sí, sus Anticristos, sus falsos Profetas actua- rán en vano. ¡Lacayos miserables! id a acometer a los republicanos en todos los lugares; detenedlos en los paseos, en las calles; ofus- cadles con vuestras vergonzosas fachas; vuestros venenos asesinos no podrán contra nuestro antídoto invulnerable. Os rechazarán a vosotros y a vuestras insidiosas palabras, con todo el desprecio de que sois merecedores. Yo declaro a vuestros amos que es dinero perdido todo el que os dan.

El pueblo no se levantará más que en masa y a las órdenes de sus verdaderos liberadores, de los que distinguirá la señal por marcas inconfundibles. Permanecerá quieto hasta que ellos se lo digan; no querrá perderlo todo por una torpe precipitación. Después de haber aguantado tanto sufrimiento, sabrá aguantar algunos instan- tes más para asegurar mejor su liberación; creerá a sus amigos cuando le digan: el momento de salvar a la patria no ha llegado. Nosotros también queremos libramos de la influencia fatal de los corifeos del monarquismo; pero queremos, al mismo tiempo, des- embarazarnos de la de los dux. No escogemos entre dos tiranías.

Odiamos a los representantes desenmascarados de Luis XVIII, pero detestamos aún más a los hipócritas opresores que nos pre- sentan su yugo escondido entre rosas. Afanaros, pues, bajo las banderas de Frerón y de Legendre, de Barrás y de Tallien. Perdo- nad, pues, a estos hombres sus pequeños errores. Realmente no han cometido más que algunos pecadillos: Tallien no ha hecho más que determinar la gran época de nuestros males, sostener su obra, dirigir celosamente todas las operaciones reaccionarias que han despojado al pueblo, uno a uno, de todos sus derechos, y le han abrumado bajo todo género de sufrimientos. Barrás no ha hecho otra cosa que ser el dictador de Termidor, de Germinal, de Pradial y de Vendimiario; y en esta última época, de manera tanto más criminal cuanto que ha engañado a los patriotas a los que había prometido conducir a la reconquista de sus derechos una vez que ellos hubieran salvado a la Convención. Legendre no ha hecho más que, en algunas circunstancias, marchar con el sable en la mano contra el pueblo; y después de la bella reacción, se ha encarnizado como un verdadero verdugo, tantas veces como se trataba de golpear y de degollar de mil maneras al pueblo. En cuanto a Frerón, no hay ni que hablar; tan sólo ha puesto el pu- ñal en la mano de todos los asesinos, organizado y dirigido, a través de una serie de órdenes formales, por la simple vía de una hoja de periódicos, millares de asesinatos de los más virtuosos patriotas, cuya sangre continúa inundando la tierra francesa desde hace dieciocho meses. Después de todo esto, caeréis de rodillas ante tan honesta gente, les rogaréis sean vuestros liberadores y pondréis en ellos toda vuestra confianza. Apresuraros, pues, a poneros en pie en cuanto estos espantosos hombres hagan tocar a generala para llevaros a aplastar a sus enemigos; tras lo cual, co- mo recompensa os pradializarán. En la revolución se cometen bastantes deplorables extravagancias; pero no es posible añadir ésta a las otras; ésta no tendrá lugar. El Tribuno del Pueblo no lo admitirá; no, el pueblo no se levantará para combatir bajo las ór- denes de sus asesinos perpetuos. ¡Se lo prohíbo! ...

Se ha hablado de reunión, de reconciliación, del olvido de los entuertos, de los errores. Valga por los entuertos y los errores; pero la permanencia del crimen, no. Recibiremos en nuestras filas a todos los hombres engañados, a los que no han sido más que simples instrumentos, a los que no han pecado más que con in- tenciones puras y han golpeado a la patria pensando servirla.

Pero no tendremos la inepta bajeza de consentir que los sistemáti- cos autores de la larga serie de crímenes que aún duran, y cuyos desastrosos efectos nos causan tan crueles males, no tendremos la delirante bajeza de consentir que sean ellos los que se pongan a nuestra cabeza cuando se trata de curar los males que ellos mis- mos nos han causado. No cometeremos la necedad de creerlos cuando nos digan -pero ni esos nos dicen- que expirarán todas sus perversidades, y que ellos mismos harán cesar sus atroces resultados. No debemos tolerar siquiera que estos seres odiosos tomen un fusil y se enrolen como simples soldados junto a noso- tros. Si el pueblo de Francia actuara de otra forma con respecto a ellos, sería el más cobarde de los pueblos, no merecería que nin- gún hombre íntegro y sensato emplee sus medios para que la libertad beneficie al pueblo.

Ciudadanos, escuchad bien esta verdad. No temáis tanto a los monárquicos en el senado; en realidad nos sirven. Estamos en condiciones de oponemos al mal que tienen la intención de ha- cemos; y en consecuencia, su lucha contra un partido adverso nos es útil. Que no haya más que un partido entre los gobernantes y tendrán mucha más fuerza contra el partido del pueblo. Es necesario que el partido del pueblo esté en condiciones de vencer por sí solo al partido monárquico, cuyo ídolo está en Ve- rona, y al partido monárquico, cuyos ídolos están en el Luxem- burgo, sin tener necesidad de ayuda ni de uno ni del otro. Sería locura querer ocultar a ambos nuestras disposiciones hostiles bajo pretexto de evitar que se pongan en guardia contra ellas. Hace tiempo que estas disposiciones no han podido pasarles inadverti- das, y que han hecho todo lo que han podido para romperlas. Ya no están en condiciones de hacerlo, ni por la fuerza ni a través de la opinión: he aquí por qué recurren a la astucia. Triunfaremos también de esta última estratagema. Yo les opongo las baterías al descubierto. Los gansos, los bobos de la facción de los prudentes quizá digan también que hubiera valido más encubrirse tras algu- na sombra. Yo digo que ya es hora de que la masa del ejército de sans-culotte salga al campo; su existencia no puede ya ser escon- dida al enemigo. No es por sorpresa como podemos y queremos vencerles; es de una manera más digna del pueblo. Es abierta- mente. Lejos de nosotros la pusilanimidad que nos haría creer que nada podemos por nosotros mismos, y que siempre necesitamos gobernantes con nosotros. Los gobernantes no hacen revoluciones más que para gobernar siempre. Nosotros queremos hacer una, en fin, para asegurar para siempre la felicidad del pueblo con la democracia verdadera. ¡Sansculottes! Rechacemos la idea de una simple animadversión contra ciertos hombres. Es por el pan, el bienestar y la libertad por lo que nos apasionamos. No nos deje- mos engañar. No distraigamos nuestra atención de la verdadera cuestión que nos interesa. Os lo digo y os lo repito: es un error creer que no podéis nada solos y con vuestras propias fuerzas. Jamás se hará nada grande y digno del pueblo más que por el pueblo mismo y cuando no habrá más que él. No os mováis pues, más que cuando veáis moverse y aparecer a los hombres del pueblo. No caigáis en la trampa; no busquéis fuera a vuestros liberadores; no admitáis otros estandartes. No os dejéis inducir en error por el otro sofisma de los soplones -intérpretes de todas las inducciones engañosas de nuestros enemigos, cuando dicen que ellos cuentan con sus soldados-. Todo es mentira; no son los su- yos, son los nuestros. Lo son por su institución misma; pero lo son, además, por su disposición actual. Sí, el soldado no se move- rá más que para ir con nosotros y para nosotros. Tanto mejor si los desalmados que nos vejan han hecho venir un gran ejército. Y si lo incrementan, mejor aún; seremos más fuertes. Es un hecho, el adoctrinamiento ha creado raíces entre nuestros hermanos in- corporados, que como nosotros son pueblo, y que tienen con nosotros una misma causa; la tiranía se equivoca cambiándoles de lugar en todo momento: los que llegan son aleccionados por los que les han precedido, y los que se van llevan a otra parte los dogmas que les hemos inculcado, de forma que nuestros venenos populares cuajan en todas partes. No, no, ya no está al alcance de la inquisición, sea civil o militar, impedir la lectura de nuestras publicaciones a nuestros soldados y a nuestros obreros; éstos las devoran y extraen los fermentos del contagio democrático más activo y más embriagador. ¡Pueblo! así es como tus hombres te bastan, porque te tienen dentro de ellos, a ti, pueblo entero; y se trata de una buena parte de los soldados sansculotte, que los go- bernantes se habían prometido extraviar para oponértelos. De esta forma iremos juntos, el día del pueblo, a una victoria segura, tras y bajo la única dirección de los hombres del pueblo, cuando ellos nos señalen este día feliz.

(El Tribuno del Pueblo, No. 42).

 


Volver al Archivo