Henry Hyndman

 

La futilidad de la utilidad marginal

 

 


Datos de publicación: Redactado entre 1893 y1895, y pronunciado como conferencia ante el Circulo de Economia Politica del Club Liberal Nacional en Londres.  El autor lo incluyo con los textos de otras seis conferencias, estas pronunciadas en el local de la Federacion Social-Democrata en 1893 y 1894, en el libro Economics of Socialism; Being a Series of Seven Lectures on Political Economy (Twentieth Century Press, Londres, 1896), de que era el capitulo septimo.  La misma editorial republico el libro en 1900 y 1909.  En 1921 aparece nuevamente (The Economics of Socialism; Small, Maynard, and Co., Boston), pero esta vez ampliado a doce capitulos, de los cuales el presente texto contituye el decimoprimero.
Versión digital: En ingles: Marxists Internet Archive, 2006, http://www.marxists.org/archive/hyndman/index.htm; En castellano: Rotekeil, 2013, http://rotekeil.com/2013/08/18/estaban-impresionadisimos
Traducción al castellano: Por A. Dorado, 2013, para Rotekeil.com.
Esta edición: Marxists Internet Archive, agosto de 2014, gracias Rotekeil.


 

 

 

La futilidad final de la utilidad marginal.

 

El crecimiento del interés general en la economía política, o en la economía, y el creciente número de gentes de todas las clases que se consagran al estudio serio de tan difícil materia es uno de los signos esperanzadores de nuestro tiempo. Estamos manifiestamente un periodo de transición crucial, tanto económica como políticamente. Es imposible, sin embargo, tratar en consciencia con este desarrollo, regido principalmente por las fuerzas productivas de nuestro tiempo, a menos que el sistema en el que vivimos y sus tendencias sean comprendidas por una porción significativa de la población activa de la comunidad.

Por lo tanto, los debates sobre la base teórica de la economía son más necesarios ahora que nunca. Si hay entre la gente culta y educada dos teorías incompatibles en relación con el patrón que regula el valor de cambio de las mercancías que suponen la riqueza de la sociedad moderna, nada se gana encubriendo el antagonismo entre esas dos escuelas de pensamiento. Pues es mejor, a mi juicio, hacer hincapié en las diferencias que existen, para que los estudiantes piensen en estas cosas por si mismos, sin que los influencie la mera autoridad ni las grandes reputaciones personales dentro de cada facción.

El objeto de mi alocución es exponer lo que a mi juicio son las falacias de la teoría de la utilidad final como medida del valor. La teoría, por supuesto, se asocia con el nombre del malogrado profesor Stanley Jevons, y a día de hoy es aceptada por muchos economistas académicos, cuyo principal exponente hoy en día es el profesor Alfred Marshall. Si puedo mostrar que esta teoría no es más que una manera alambicada de presentar la vieja ley de la oferta y la demanda de Lord Lauderdale, Bastiat y otros; que su creador no se atiene el mismo a ella; que ni él ni sus discípulos han resuelto problema alguno ni preparado el camino a ningún nuevo descubrimiento, sino, que por el contrario, ha creado más confusión de la que había, y ha hecho surgir ridículas hipótesis y absurdos supuestos; y que también su principal pupilo y seguidor abandona la propia dialéctica del maestro, si logro todo esto, entonces me aventuro a pensar que el título que he dado a mi conferencia es adecuado.

Debo decir, sin embargo, que no voy a arrojar a la cabeza una porción del cálculo diferencial a los oyentes. Si les complace a mis críticos que no haber presentado con plena satisfacción, la prueba de Homersham Cox del Teorema de Taylor es evidencia irrefutable de que no puedo entender como es que un cuatro de trigo y 22 libras de oro son una ecuación de valor en Londres hoy en día, no trataré de rebatirles. Tampoco presentaré objeción alguna si constatan que mi incapacidad de descubrir el lugar exacto de la curva de la avaricia humana, o de expresar los límites de la felicidad humana en una fórmula algebraica me impide comprender los misterios de la producción capitalista para el beneficio. Dejaré que pasen todos los misiles de dy/dx sobre mi cabeza sin esquivarlos, y los fragmentos de las Secciones Cónicas con los que me bombardeen no perturbarán mi ecuanimidad intelectual ni por un momento,impavidum ferient ruinae, pues los restos de argumentos descuartizados no se tornan más formidables por estar envueltos en fórmulas matemáticas inútiles.

"La reflexión constante y la investigación", dice Jevons al comienzo de su trabajo en la Teoría de la Economía Política, "me han llevado a la opinión en parte novedosa de que el valor resta enteramente en la utilidad". Ricardo ya dio respuesta a ese banal y "en parte novedoso" aserto cuando escribió:

"Cuando doy 2000 veces más tela por una libra de oro que doy por una libra de hierro, prueba eso que el oro tiene para mi exactamente 2000 veces más utilidad que el hierro? Ciertamente no; prueba solo que el coste de producción del oro es 2000 veces mayor que el coste de producción del hierro. Si el coste de producción de los dos metales fuera igual pagaría el mismo precio por ellos; pero si la utilidad fuera la medida del valor es posible que pagara más por el hierro. Es la competencia entre los productores… lo que regula el valor de las diferentes mercancías. Si, por tanto, doy un chelín por una hogaza y 21 chelines por un cerdo, no significa que mi estimación sea una medida relativa de su utilidad".

Pero parecería que Jevons, que protesta muy sensatamente, como otros economistas antes y después, por el uso ambiguo de la palabra "valor" hace el mismo truco con la palabra "utilidad". Esta analizando, o tratando de analizar, la ratio de intercambio en una sociedad en la que, económicamente hablando, el cambio es el factor predominante. No es sólo el excedente superfluo lo que se cambia cuando las necesidades de los propios productores son satisfechas, ni es la producción para el intercambio el objeto de una porción de la comunidad, y la producción para el uso inmediato la de otro. Todos los bienes son producidos para cambiarse en el mercado libre del mundo; y en la mayoría de los casos, los artículos que se producen no son de ninguna utilidad para las personas que los producen. Las mercancías se producen bajo el control de una clase particular, los capitalistas, para la ganancia; y las mejoras químicas mecánicas y otras las aprovecha la clase dominante, en competencia con otros capitalistas, para extender su propio mercado y reducir el de sus competidores. El elemento determinante en esta lucha es el precio de los productos. La escala de la producción, se determina, no obstante, por las mismas consideraciones sociales. Un industrial no puede producir en la escala que prefiera. So se determina por las circunstancias. Debe emplear la mejor maquinaria, y organizar sus factores con los mejores métodos, so pena de ser aplastado por los que sí saben leer los signos de los tiempos y convertirlos en acción mejor que él.

Hoy en día, también, no es la demanda la que debe preceder invariablemente a la oferta, sino que la oferta es lo que anticipa y casi fuerza a la demanda. Por lo tanto, la utilidad de los diferentes artículos producidos por los capitalistas para el cambio se determina, no por su utilidad real, en el sentido de su utilidad para los trabajadores, sino por la posición social y el poder de compra de esos consumidores en la situación social actual. La compra y la venta, por supuesto que implican la venta y la compra: una cantidad de bienes vendibles por un lado que el dueño está dispuesto a vender, y una cantidad de bienes vendibles por otro lado que el dueño está dispuesto a comprar. La producción y el consumo en esas condiciones son pura y manifiestamente sociales; pero el cambio, también una función social, se conduce bajo el control individual, pues la apropiación del producto aún está regida bajo la propiedad privada individual (o en forma de sociedades por acciones)

Y es esa producción para el cambio de las mercancías en esas condiciones lo que se propone explicar el Catedrático Jevons. Según él, cuando dos mercancías se cambian en un mercado libre, cuando la producción de esas mercancías es capaz de reproducirse o a ampliarse sin límites y no está restringida ni monopolizada (la esencia del capitalismo competitivo) entonces ese cambio, así realizado, proclama que la "utilidad final" de los dos dados de la ecuación comercial es la misma. Eso y no la cantidad de trabajo simple, abstracto, social, incorporado en las mercancías por un lado determina la ratio de intercambio, si valor relativo.

Pero dejemos hablar al propio Jevons, tomando nota de que investiga los fenómenos sociales desde el punto de vista puramente individual del interés individual, del deseo individual, y del trabajo individual.

"La utilidad" nos cuenta, "aunque es una cualidad de las cosas, no es una cualidad inherente a las mismas, No podemos, por tanto, decir absolutamente que unos objetos tienen utilidad y otros no. La mena que se queda en la mina, el diamante que escapa a la atención del buscador, el trigo que no se siega, la fruta que se echa a perder por no tener consumidores, no tiene ninguna utilidad. Las clases de comida más nutritivas y necesarias son inútiles a menos que haya manos para recogerlas y bocas para comerlas más tarde o más temprano".

Qué científico, que iluminador, qué verdaderamente filosófico es todo esto. La banalidad reducida a la imbecilidad más supina no puede llegar a más, supongo.

"Tampoco, cuando examinamos la cuestión más a fondo (¡) podemos decir que todas las porciones de la misma mercancía tengan la misma utilidad. Un cuarto de agua por día tiene la mayor utilidad de salvar a una persona de morir de la forma más espantosa: Varios galones al día pueden tener mucha utilidad para cosas como guisar o lavar; pero una vez que aseguramos una posesión adecuada para estos fines, cualquier cantidad adicional es una cuestión de relativa indiferente. Todo lo que podemos decir es que el agua, hasta cierta cantidad, es indispensable, que cantidades adicionales tendrán varios grados de utilidad, pero que más allá de una cierta cantidad la utilidad se reduce a cero; que puede incluso llegar a ser negativa, es decir, que un suministro adicional de la misma sustancia puede ser inconveniente y perjudicial".

Es decir, que una inundación puede barrerlo todo y ahogar a "una persona" que podría haberse muerto sin un cuarto de agua al día, de pura sed.

Jevons procede a aplicar el mismo luminoso método de análisis al pan y la ropa y sigue:

"La utilidad debe ser considerada y medida por la adición que se hace a la felicidad de una persona. Es un nombre conveniente para la suma del balance favorable de la satisfacción producida, la suma del placer creado y del dolor evitado. Debemos ahora distinguir la utilidad total que surge de una mercancía cualquiera y la utilidad que se imputa a una porción de ella. Por lo tanto, la utilidad de la comida depende del sustento de la vida, y es infinita", pues sí, ¿acaso no vendió Esaú su primogenitura por un plato de lentejas? "pero si sustraemos una décima parte de nuestra comida nuestra pérdida sería escasa. Nosotros" (nosotros, ¿quién es "nosotros"?) "no deberíamos perder una décima parte de la utilidad total: Sería dudoso si deberíamos sufrir algún daño en absoluto"- obviamente parece que Jevons sólo tiene en mente a las clases bien alimentadas-. "Imaginemos que la cantidad de comida que una persona consume en promedio durante 24 horas se divide en diez partes iguales. Si la comida se reduce en la última parte, su pérdida será escasa. Si se añade otra parte más, sentirá la necesidad claramente, con la tercera porción se verá claramente perjudicado, y con cada privación adicional sus padecimientos aumentarán y cada vez serán más serios hasta que este en límite de la inanición".

¡Al final el hombre se muere, y eso!

Y luego el Señor Jevons tiene la amabilidad de chorrear unas cuantas páginas con matemáticas, pasa ilustrar, o oscurecer, este razonamiento tan exquisito de la teoría del valor de cambio. Pero vuelve a darlo todo un poco después, volviendo a su ejemplo favorito del agua. "No podemos vivir sin agua, y sin embargo en circunstancias normales no le damos valor. ¿Por qué? Pues porque tenemos tanta que su grado final de utilidad se reduce casi a cero. Disfrutamos todo el día de la utilidad infinita del agua, pero no necesitamos más de la que tenemos.

Pero que la disponibilidad se reduzca por causa de una sequía, que empezaremos a sentir el alto grado de su utilidad a la que normalmente le damos tanta consideración."

¿Qué es todo esto sino la viejísima ley de la "oferta y la demanda" envuelta en matemáticas? Compárese con Lord Lauderdale:

"En relación con las variaciones del valor, de que cada cosa valiosa es susceptible, si supusiéramos por un momento que cualquier sustancia poseyera un valor fijo e intrínseco como para rendir una supuesta cantidad de valor igual constantemente y bajo toda circunstancia, entonces el grado de todas las cosas, discernido por ese estándar fijo, variaría según la proporción entre la cantidad de ellas y la demanda, y toda mercancía sería por supuesto sujeto de una variación a partir de cuatro circunstancias distintas:

-Se incrementaría el valor con la disminución de su cantidad.

-.A una disminución de su valor con un aumento de su cantidad.

-Podría surgir un aumento de su valor por la demanda incrementada.

-Podría surgir una disminución del mismo por una caída de la demanda.

Como se ve claramente ninguna mercancía posee un valor intrínseco y fijo que la cualifique como media del valor de otras mercancías, la especie humana se ve obligada a seleccionar como una medida práctica de valor aquella que parece la menos susceptible de esas cuatro fuentes de variación que son las únicas causas del aumento del valor.

Cuando en el lenguaje común, por tanto, expresamos el valor de otra mercancía, puede variar de un periodo a otro, como consecuencia de ocho diferentes contingencias:

1. A partir de las cuatro circunstancias anteriormente mencionadas, en relación con la mercancía en la que queremos expresar el valor.

2. A partir de las mismas cuatro circunstancias en relación con la mercancía que hemos adoptado como medida del valor.

El agua, como se ha observado, es una de las cosas más útiles para el hombre, pero rara vez posee valor alguno. Y la razón es patente; rara vez ocurre que a su utilidad intrínseca vaya unida la circunstancia de su escasez; pero si en el curso de un asedio, o de un viaje por mar, se vuelve escasa, adquiere valor inmediatamente; y ese valor se someterá a la misma variación que el resto de las mercancías".

Desprovista de ropajes y en esencia, todo lo que suelta Jevons sobre la "utilidad final", "la estimación" y demás están ya contenidos en este pasaje. No hace falta citar las críticas de Ricardo a la vista de lo que se expondrá a continuación en esta alocución. Pero es claro y patente que en un mercado libre, en el que las mercancías pueden incrementarse prácticamente hasta cualquier grado, los fenómenos de la oferta y la demanda son superficiales. Lo que regula el valor de cambio relativo es la cantidad de trabajo humano social incorporado en la mercancía por ambos lados, y las fluctuaciones de la oferta y la demanda se acaban equilibrando en más prolongados o más breves periodos de tiempo.

La forma del precio a la que se refiere Lord Lauderdale no nos da sino la cantidad de trabajo social abstracto incorporado en las mercancías, su nombre en dinero. Ahora "la magnitud de valor expresa una relación de la producción social; expresa la conexión necesaria entre un artículo y la porción del trabajo total de la sociedad que hace falta para producirlo.

Tan pronto como la magnitud del valor se convierte en precio, la relación necesaria toma la forma de una tasa de cambio más o menos accidental entre una mercancía y otra, la mercancía dinero. Pero esa tasa de cambio puede expresar bien la magnitud real del valor de esa mercancía o la cantidad de oro que se desvía de ese valor de la que, según las circunstancias, se puede prescindir. La posibilidad por lo tanto, de una incongruencia entre el precio y la magnitud de valor (con la fuerza productiva del trabajo permaneciendo constante)" o "la deviación de la anterior con respecto de la última es inherente a la forma de precio. Eso no es ningún defecto, sino que, por el contrario, adapta admirablemente la forma de precio a un modo de producción cuyas leyes inherentes se imponen ellas mismas sólo como el medio por el que irregularidades aparentemente sin leyes se compensan unas con otras.

Pero nuestro Catedrático no se contenta con la "utilidad" o la "utilidad final" y la "mercancía". Nos da el gusto de exponernos una teoría de "incomodidad" o "des-utilidad", que parece que, siendo un aburrimiento, nos ayuda a darnos cuenta de la noción de valor de cambio. Tanto le gusta esta noción que nos la repite dos o tres veces. Las alcantarillas de grandes ciudades, por ejemplo "es difícil que las podamos llamar mercancías", "adquieren un mayor y mayor grado de des-utilidad cuanto mayor es la cantidad de la que se deba prescindir".

Pero por emplear la frase de Jevons, vamos a analizar la cuestión "un poco más de cerca":

"A cambio de un diamante obtenemos una gran cantidad de hierro, o grano, o empedrado, u otra mercancía abundante; pero podemos obtener pocos rubíes, zafiros u otras preciosas mercancías. La plata tiene un alto poder adquisitivo en relación con el zinc, o el plomo, o el hierro, pero escaso poder adquisitivo en relación con el oro, el platino o el iridio".

¿Por qué es así? Porque- ahora nos lo cuenta el Catedrático Jevons- "nada puede tener un alto valor adquisitivo a menos que sea muy estimado en si mismo; ¿pero puede ser tenido en alta estima sin ninguna comparación con otras cosas"- ¿Qué relación podrá tener todo esto con el valor de cambio?- "y así, aunque de alta estima puede tener menos poder adquisitivo porque las cosas en las que se mide sean más estimadas". De lo que resultaría que no es la "utilidad" sino la "estima" la medida del valor de las mercancías. Pero Jevons presenta toda la cosa de esta forma:

"El valor de uso iguala la utilidad total.

La estima iguala el grado final de utilidad.

El poder adquisitivo iguala la ratio de intercambio".

¡Lo que sin duda aumenta grandemente la extensión de nuestro conocimiento!

Pero la cuestión principal es que el trabajo incorporado en las mercancías no es la medida de su valor; aunque, por extraño que parezca "no han faltado economistas" que hayan presentado esta monstruosa proposición.

"Pero aunque el trabajo nunca es la causa del valor"- ¿qué significa la palabra causa aquí"?- "es en una gran proporción de casos la circunstancia determinante, del modo siguiente: El valor depende sólo del grado final de utilidad (o sea, de estima). ¿Cómo podemos variar este grado de utilidad?

Por tener más o menos de la mercancía que hay que consumir. ¿Pero cómo obtenemos más o menos de ella? Gastando más o menos trabajo para obtener un número de ellas. Según este punto de vista, entonces, hay dos pasos entre el trabajo y el valor. El trabajo afecta a la oferta y la oferta afecta al grado de utilidad, que rige el valor, o la ratio de intercambio. Para que no haya error posible sobre esa importantísima seria de relaciones lo voy a poner en una tabla:

"El coste de producción determina la oferta;

La oferta determina el grado final de utilidad.

El grado final de utilidad determina el valor".

Creo que todo el mundo estará de acuerdo conmigo en que nada podría ser presentado más vigorosamente. El catedrático tenía mucha ansia en que "no quedaran dudas" sobre lo que manifiestamente consideraba como la piedra angular de toda su teoría.

Ahora, escuchemos a su discípulo más distinguido y seguidor en este mismo pasaje. Habla de los "imprecisos y poco rigurosos" términos de las proposiciones citadas, y luego sigue:

"Vamos a examinar ahora la cadena causal en la que se formula la posición central de Jevons, en su segunda edición, y comparémosla con la posición de Ricardo y de Mill. Dice "El Coste de producción determina la oferta, etc, como anteriormente. Pero si esta serie de causas existieran realmente no había daño alguno en omitir los pasos intermedios y decir que en definitiva lo que determina el valor es el coste de producción. Porque si A es la causa de B, que es la causa de C, entonces A es la causa de C".

Vaya que viene un muy económico Daniel a impartir justicia. "Pero", por favor chupaos esa Mr. H.S. Foxwell, leedlo Mr. Philip Wicksteed, y digeridlo como podáis, Mr. Sidney Webb- "¡pero en realidad no existen esas series!". Hasta donde se ninguna de los luceros menores del firmamento Jevoniano se ha dignado a dar réplica a esta contradicción directa y bastante brutal. Quien está en lo cierto y quien yerra, o si ambos están equivocados, no me concierne al presente.

Porque en realidad, no hace falta ir mucho más allá del propio Jevons para mostrar la importancia que tenemos que dar a su visión sobre la utilidad. Por ejemplo, en la página 186 de la Tercera Edición de su Teoría de la Economía Política, dice:

"Puede que el lector siga teniendo confianza en las teorías anteriores cuando vea que conducen directamente a la bien conocida ley, como se formula en el lenguaje ordinario de los economistas, de que el valor es proporcional al coste de producción".

Cuando leí por primera vez este pasaje, hace 23 años, tiré el libro. Me pareció que me habían tomado por tonto las 180 páginas anteriores, que no habían aportado ninguna idea nueva para mi espíritu. Es una confesión inculpatoria tan completa como la de Henry George, que todo lo que no es salario es renta.

Pero el profesor Jevons necesita una ecuación de ratios para confirmar la cosa. En la página 191 encontramos lo siguiente:

"Valor por unidad de x = coste de producción por unidad de x

Valor por unidad de y = coste de producción por unidad de y

O en otras palabras, el valor es proporcional al coste de producción".

"Como además, los grados finales de utilidad de una mercancía son inversos a las cantidades intercambiadas, se sigue que los valores por unidad son directamente proporcionales a los grados finales de utilidad"

¿Hemos llegado a los grados finales de futilidad a través de toda esta obtusa palabrería? Porque si la "ratio de intercambio",o"de dos mercancías está sometido a una pugna entre las condiciones de la producción y del consumo", que es lo mismo que decir la oscilación temporal del mercado por la acción de la oferta y la demanda, siendo el valor "proporcional a los costes de producción", pues para este viaje no se necesitaban alforjas, porque hemos llegado a donde nos decían los clásicos hace 50 años. Tenemos de hecho lo que el propio Jevons llama:

"La bien conocida y casi autoevidente ley de que los artículos que pueden producirse en mayores o menores cantidades se cambian en proporción a los costes de producción. La ratio de intercambio de las mercancías se conformará, de hecho, a largo plazo, al coste de producción".

Y vuelve:

"Así que hemos probado"- y con matemáticas, que es mejor- "que las mercancías se intercambiarán en cualquier mercado en razón de las cantidades producidas por la misma cantidad de trabajo. Pero como el incremento del trabajo considerado es siempre el final, nuestra ecuación también expresa la verdad de que los artículos se cambian en cantidades inversas al coste de producción de las porciones más costosas, es decir, la últimas porciones añadidas".

La frase recalcada por Jevons es poco rigurosa y confusa. Si, por ejemplo, en un mercado abierto, digamos de imprentas, "la última porción añadida" se produce más barata que el resto, entonces no hay duda de que la última fracción, si se añade en cantidad suficiente, reducirá el valor de cambio de todos los artículos similares a su nivel inferior en relación con otros artículos cuyo coste de producción es estacionario. Pero todo esto se determina por las oscilaciones del mercado. La ley de que las mercancías se intercambian en promedio en relación con la cantidad de trabajo humano simple, abstracto y social se hace valer con independencia de las fluctuaciones.

El profesor no hace ningún intento, sea dicho, para analizar este "coste de producción" esta "cantidad de trabajo". Jevons toma la expresión como la encontró y lo deja ahí. Jevons no sabía alemán, una ignorancia que sus seguidores han cultivado con esfuerzo. Sin embargo podría pensarse que en 1879 Jevons se habría enterado del sistema de Marx, que se basa en el trabajo humano simple, abstracto y social la medida del valor de las mercancías en el intercambio; la teoría de la mehrwerth (n. del t. literalmente "más-valor" que se sigue de ella; el análisis completo de las categorías del capital y de la circulación de las mismas que siguió, e incluso de las admirables críticas de Adam Smith, Ricardo, los fisiócratas y otros que ahora han de encontrarse en el segundo volumen en alemán. Aparentemente no lo ha hecho.

El catedrático Jevons se contentaba con las viejas y socorridas confusiones y no hizo el meno esfuerzo para esclarecerlas. "El Capital Fijo y Circulante" lo suplementa con una expresión tan carente de significado como "Capital libre e Invertido". Pero de capital constante, variable, capital monetario, capital en bienes, capital en circulación, además del capital fijo y circulante, el y sus seguidores parecen hallarse sumidos en la ignorancia, a pesar del chorro de luz que aportaron las sutiles y exhaustivas investigaciones de Marx en toda la esfera de producción y circulación de mercancías en la sociedad moderna.

Con el trabajo pasa lo mismo. Se habla del trabajo como si no se hubiera mostrado claramente que el trabajo no tiene valor, que el trabajo no tiene valor, sino en relación con las mercancías en las que se incorpora.

"Creo que el trabajo", dice, "es esencialmente variable, por lo que su valor se determina por el valor de la producción, no el valor dela producción por el del trabajo".

¿Lo que significa qué? ¿Qué el trabajo socialmente necesario de un Zulu incorporado en un diamante vale más el trabajo el mismo Zulu en igual tiempo incorporado en una caña de azúcar? Me alegra no tener que responder. Pero es que Jevons mezcla el trabajo productor de mercancías con el de los abogados, los mercaderes, los maestros de escuela y demás. El esfuerzo vital que incorpora trabajo en las mercancías lo pone en el mismo plano que el esfuerzo vital que asegura la absolución de un asesino, o que sepas colocar hábilmente en el mercado un paquete de bienes adulterados. El viejo Sir William Petty lo sabía mejor hace doscientos años. Pues el padre de la moderna economía política hablaba de esos "trabajadores" como personas que "propia y originalmente no ganan nada del público, sino que son una suerte de jugadores que juegan unos con otros con los trabajos de los pobres, sin que ellos mismos rindan fruto alguno".

Pero un profesor de Economía Política en la Universidad de Oxford al final del reinado de la Reina Victoria que dice que el trabajo del abogado es igual que el de un artesano, y que también ignora el significado del trabajo humano en su forma más simple y abstracta, no se puede esperar que aprenda nada de un verdadero pensador en el área de Economía Política del reinado de Carlos II.

El profesor Jevons, ha de notarse, no discrimina entre fuerza de trabajo y trabajo. Y sin embargo la fuerza de trabajo es la mercancía creadora de trabajo, que adquiere el capitalista, como otras mercancías en el mercado, y que paga en forma de salarios monetarios; y el trabajo es la medida del valor de las mercancías producidas, a cambio de otras mercancías. El Catedrático Alfred Marshall toma esta distinción, sin una palabra de agradecimiento de Marx, pero no sabe que hacer con ella cuando la tiene. Haga lo que haga no puede hacer un análisis más chapucero que el que su jefe, el Catedrático Jevons, ya hizo antes que él.

Por ejemplo, Jevons dice:

"El punto de vista que acepto en relación con la tasa de salarios no es más difícil de entender que el presente. Es que los salarios del trabajador coinciden al final con lo que produce después de la deducción de la renta, los impuestos y el interés del capital".

¿No es luminoso? ¡Los salarios del "trabajador" son lo que obtiene después de que el terrateniente, el gobierno y (diremos) su banquero se queden con su porción! Para empezar, en nuestra forma presente de producción, no hay modo de decir lo que ha producido un simple obrero. Es imposible diferenciar su pequeña porción de trabajo social de la masa en la que se confunde y se pierde. ¿Cuánto más hemos avanzado con todo esto? Pero en sus otras explicaciones, Jevons es todavía menos claro que Adam Smith o Quesnay; pues omite tomar en consideración el "capital constante" las materias primas, etc, que, aunque cambiadas en su forma, reaparecen, cambiadas en el valor, en el producto completo. ¿Vamos a entender que eso pertenece al "trabajador"? Claro que no. Pero estas necias omisiones son solo una parte de la increíble afirmación que sigue:

"El hecho de que los trabajadores NO SEAN SUS PROPIOS CAPITALISTAS introduce complejidad en el problema". ¡¡¡

El hecho de que los trabajadores, como clase, no sean capitalistas, como clase, que no controlen y sean dueños de los medios de producción y cambien y se paguen ellos mismos los salarios "introduce complejidad" en la solución del problema de la producción moderna; en la que todos los medios e instrumentos de producción están en manos de los capitalistas y los obreros no tienen más que su fuerza de trabajo para vender.

Si hubiera querido inventarme una estupidez para ponerla en la boca del malogrado Catedrático, estoy seguro de que no se me hubiera ocurrido nada tan inefablemente idiota como esto. ¡Y es este el genio ante cuyo altar aún se postran nuestros profesores universitarios de Economía Política!

Si, no obstante, el Catedrático Jevons se mostro incoherente, incapaz y confuso en las sus teorías de valor de cambio, del trabajo y del capital, también se mostró inútil en lo que al debate de las cuestiones prácticas atañe. Sus necias apreciaciones sobre el agotamiento del nuestro carbón ya han sido olvidadas. Sus especulaciones sobre la depreciación del oro, mostradas falsas. Su análisis de los problemas motivados por el dinero no nos ha hecho avanzar un paso. Sus comentarios sobre los excedentes y los ciclos comerciales son ridículamente flojos. Esto último, lo sé, ocupa un lugar muy querido entre los economistas de esta Escuela. Porque, qué ha dicho el maestro. "La sobreproducción no es posible que se de simultáneamente en todas las ramas de la industria, sino que solo es posible en algunas en relación con otras". Ahora, de hecho, la historia de las crisis comerciales de este siglo, si aclara un punto más que otro, demuestra que la sobreproducción, en todas las ramas de la industria a la vez, una completa crisis social debida a causas sociales en todos los departamentos de la industria, no sólo es posible sino inevitable.

¿Cómo explicar estas crisis recurrentes? Jevons no pudo. Su utilidad final no le daba guía alguna, y sus seguidores, menos en los casos en que saquean de la cosecha de otros sin agradecerlo, están tan a la deriva como estaba él.

Pero, para que no lo derrotaran enseguida, se escapó de nuestras relaciones sociales, la misma idea de los antagonismos entre la producción social y el intercambio individual, entre las mercancías y el dinero, entre la producción para el uso y para el beneficio, nunca entró en su mente, se alejó, insisto, de nuestras relacione sociales, e incluso de nuestro planeta, hacia el sol, la fuente, pensaba, de luz económica tanto como de la otra. ¡Eran las manchas solares las malvadas! Por desgracia para su hipótesis- aunque realmente no es necesario perder el tiempo con esta ridícula aberración porque sus propios discípulos se avergüenzan de la estupidez, y sólo me refiero a ella como evidencia adicional de toda la futilidad de su sistema.

Por suerte toda la teoría de las crisis comerciales ya la han pensado una escuela muy diferente de pensadores, y las "Crisis comerciales y manchas solares" de Jevons, es mejor que crie polvo en una desdeñada estantería, hasta que un escritor, que no tenga nada mejor que hacer, piense que vale la pena publicar una monografía sobre las "Extrañas Alucinaciones de los Catedráticos de Economía Política".

El Catedrático Alfred Marshall también ha incursionado en los reinos de la fantasía en ese enorme tomo en el que no resuelve ni uno de los problemas que plantea. La alucinación toma ahora la forma de la "Renta de los Consumidores".

Este cultivado caballero de Oxford enseña a los caballeritos de Cambridge que si prefirieren pagar una libra por una caja de cerillas en vez de irse sin ellas se embolsan una Renta del Consumidor de 19s 11œd.

La falacia nace directamente de la noción de que la "utilidad final" o la "estima" constituyen la medida del valor. Cuando, sin embargo, los consumidores, ya sean felices licenciados de Trinity, o estibadores sin suerte en el East-End, se embolsan en su bolsillo 19 s 11œd, que es su justa renta por haber podido comprar cerillas tan por debajo de su "utilidad marginal" apreciarán el humor del distinguido profesor en su verdadero valor de cambio. "Si no fuera por el honor de la cosa", dijo un irlandés, que debía haber sido antepasado por línea directa de Mr. George Bernard Shaw) cuando estaba siendo llevado a un baile en una palanquina sin fondo, "podría haber venido andando, maldita sea".

¿Donde están las pruebas de un método realmente científico en Economía, como en cualquier otro departamento del saber humano? Análisis rígido y lógico, inducción precisa, hipótesis luminosa e incisiva, magistral verificación sintética, prepararación del camino para una predicción razonable.

En todos estos puntos, el Profesor Jevons es claramente deficiente. Su análisis carece de valor; su inducción es floja e inútil; si hipótesis de trabajo es conspicua por su ausencia; como no tiene nada que verificar no lo intenta; y no hay esperanza de que pueda predecir nada. Y de todos sus seguidores se puede predicar esa esterilidad. Sólo cuando abandonan esos crudos y mal digeridos lugares comunes a favor de un método muy distinto, hacen un buen trabajo. La Futilidad Final de la Utilidad Final se prueba claramente por la total incapacidad de cualquier Jevoniano de ley de dar cuenta razonablemente del funcionamiento cotidiano del moderno sistema capitalista de producción y cambio. Seguro que ya va siendo hora de que, por mucho que sufran reputaciones individuales, esta teoría inútil e interesada se reconozca como la amalgama de confusiones que nunca dejó de ser.

 

Nota: Nadie que sepa un poco de economía ha disputado que hay cosas que tienen un precio monopolístico; ni que el precio no se regula por la cantidad de trabajo humano socialmente necesario incorporado, sino por el deseo de los consumidores y por los medios que tienen que satisfacerlo. Este precio monopolístico rige para artículos de excepcional calidad, cuya cantidad no puede incrementarse por la aplicación de cualquier cantidad de trabajo humano; y la esfera de cada industria el exceso que se paga por ellos por encima del coste de producción usualmente va a los bolsillos del terrateniente, como una porción de su renta, antes de que entren en el mercado general para la manifactura o cambio. La compra y venta de un viejo jarrón chino, sellos raros, estatuas antiguas y cuadros están más allá de las relaciones del valor trabajo: el precio depende en cada caso de la estimación del artículo por el acaudalado comprador, sólo o en competencia con otros trabajadores. Es también cierto que muchas veces un precio monopólico puede ser asegurado durante un tiempo considerable, en relación con la limitación artificial de la oferta en relación con la demanda previamente existente, incluso con mercancías que, con el tiempo, son susceptibles de un incremento casi indefinido. Si el Profesor Jevons y sus seguidores se hubieran limitado al examen e ilustración de estos precios monopolísticos o oligopolísticos en sus diversas formas, hubieran hecho algún servicio a la ciencia económica.