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V. I. Lenin


Acerca del infantilismo "izquierdista"
y del espíritu pequeñoburgués




Escrito: El 5 de mayo de 1918.
Primera publicación: Los días 9, 10 y 11 de mayo de 1918, en los núms, 88, 89 y 90 de Pravda.
Fuente: Tomado de V. I. Lenin. Obras Completas, tomo 36, pp. 283-314..
Digitalizado para el MIA: Julio Rodríguez, marzo de 2012.
HTML: Juan Fajardo, abril de 2012.



 

La publicación por el pequeño grupo de “comunistas de izquierda” de su revista Kommunist[1] (N° 1, 20 de abril de 1918) y de sus “tesis” ofrece una excelente confirmación de cuanto he dicho en el folleto Las tareas inmediatas del Poder soviético. Sería imposible desear una confirmación más evidente -en la literatura política- de toda la ingenuidad de la defensa del relajamiento pequeñoburgués, defensa que se esconde a veces bajo consignas “izquierdistas”. Es útil y necesario examinar los razonamientos de los “comunistas de izquierda”, porque son peculiares del momento que vivimos; explican con inusitada precisión, en su aspecto negativo, la “clave” de este momento y son aleccionadores, pues se trata de los mejores hombres que no comprenden el momento y que tanto por sus conocimientos como por su fidelidad están muy por encima de los representantes ordinarios del mismo error: los eseristas de izquierda.

 

I

Como magnitud política -o que pretende desempeñar un papel político-, el grupo de los “comunistas de izquierda” nos ha proporcionado sus “tesis sobre el momento actual”. Es una buena costumbre marxista hacer una exposición coherente y acabada de los fundamentos de las propias opiniones y de la propia táctica. Y esta buena costumbre marxista nos ha ayudado a desenmascarar el error de nuestros “izquierdistas”, pues el intento de argumentar -y no de declamar- descubre por sí sola la inconsistencia de los argumentos.

Salta a la vista, ante todo, la abundancia de alusiones, indirectas y subterfugios a propósito de la vieja cuestión de si fue acertado firmar la paz de Brest. Los “izquierdistas” no se han atrevido a plantear de cara esta cuestión y se revuelcan cómicamente, amontonando un argumento sobre otro, atrapando consideraciones, rebuscando toda clase de “de una parte” y “de otra parte”; se desparraman mentalmente por todos los temas, y por otros muchos, haciendo esfuerzos para no ver cómo se golpean a sí mismos. Los “izquierdistas” recuerdan solícitamente las cifras: 12 votos en el Congreso del Partido contra la paz y 28 en pro de la paz; pero silencian con toda modestia que en el grupo bolchevique del Congreso de los Soviets, de los centenares y centenares de votos emitidos, ellos reunieron menos de una décima parte. Inventan la “teoría” de que la paz ha sido aprobada por los “cansados y desclasados” y que contra la paz “estaban los obreros y los campesinos de las regiones del Sur de más vitalidad económica y mejor abastecidos de pan”... ¿Cómo no reírse de eso? Ni una palabra sobre la votación del Congreso de los Soviets de Ucrania a favor de la paz, ni una palabra sobre el carácter social y de clase del conglomerado político típicamente pequeñoburgués y desclasado que se pronunciaba en Rusia contra la paz (el partido de los eseristas de izquierda). Es una manera puramente infantil de ocultar su fracaso con divertidas explicaciones “científicas”, de ocultar hechos cuya simple enumeración mostraría que fueron precisamente las “cúspides” y los cabecillas desclasados e intelectuales del Partido quienes combatieron la paz con consignas tomadas de la fraseología revolucionaria pequeñoburguesa y que precisamente las masas de obreros y campesinos explotados hicieron triunfar la paz.

Mas, pese a todo, la verdad sencilla y clara sobre el problema de la paz y la guerra se abre paso entre todas las declaraciones y escapatorias de los “izquierdistas” antes mencionadas. “La firma de la paz -se ven obligados a reconocer los autores de las tesis- ha debilitado, al menos por ahora, la aspiración de los imperialistas a una confabulación internacional” (los “izquierdistas” no exponen eso exactamente, pero no es éste el lugar apropiado para examinar las inexactitudes). “La firma de la paz ha conducido ya a la exacerbación de la pelea entre las potencias imperialistas”.

Eso es un hecho. Un hecho que tiene importancia decisiva. Y ésa es la causa de que los enemigos de la firma de la paz fuesen objetivamente un juguete en manos de los imperialistas, cayesen en la trampa tendida por ellos. Porque mientras no estalle la revolución socialista internacional, que abarque a varios países y tenga fuerza suficiente que le permita ayudar a vencer al imperialismo internacional, mientras no ocurra eso, el deber ineludible de los socialistas triunfantes en un solo país (y contienda entre los imperialistas debilite a éstos más aún, acerque más aún la revolución en otros países. Nuestros “izquierdistas” no comprendieron esta sencilla verdad en enero, febrero y marzo y temen también ahora reconocerla abiertamente, pero esa verdad se abre paso a través de sus confusos “de una parte, es imposible no reconocer; de otra parte, hay que confesar”.

“Durante la primavera y el verano próximos -escriben los “izquierdistas” en sus tesis- debe empezar el hundimiento del sistema imperialista, que, en caso de triunfar el imperialismo alemán en la fase actual de la guerra, sólo podrá ser aplazado y se expresará entonces en formas aún más agudas”.

La fórmula es aquí todavía más infantilmente inexacta, pese a toda la apariencia científica. Es propio de niños “comprender” la ciencia en el sentido de que ésta puede determinar en qué año, en primavera, en verano, en otoño o en invierno “debe” “empezar el hundimiento”.

Son esfuerzos ridículos por saber lo que no se puede saber. Ningún político serio dirá jamás cuándo “debe empezar” uno u otro hundimiento del “sistema” (tanto más que el hundimiento del sistema ha empezado ya, y de lo que se trata es del momento de la explosión en distintos países). Pero a través de la impotencia infantil de la fórmula se abre paso una verdad indiscutible: las explosiones de la revolución en otros países más avanzados están más cerca de nosotros ahora, un mes después de la “tregua” iniciada con la firma de la paz, que hace un mes o mes y medio.

¿Qué significa eso?

Significa que tenían perfecta razón y han sido justificados por la historia los partidarios de la paz, quienes se esforzaron por hacer comprender a los aficionados a los gestos efectistas que es necesario saber calcular la correlación de fuerzas y no ayudar a los imperialistas, facilitándoles el combate contra el socialismo cuando éste es todavía débil y las probabilidades de éxito en la lucha le son evidentemente desfavorables.

Sin embargo, nuestros comunistas “de izquierda” -a quienes gusta también denominarse comunistas “proletarios”, pues tienen muy poco de proletario y mucho de pequeñoburgués- no saben pensar en la correlación de fuerzas, no saben tomar en consideración la correlación de fuerzas. En eso reside la médula del marxismo y de la táctica marxista, pero ellos pasan de largo por delante de la “médula” con frases “orgullosas” como la siguiente:

“...El afianzamiento en las masas de la inactiva “psicología de paz” es un factor objetivo del momento político...”

¡Menuda perla! Después de tres años de la guerra más torturadora y más reaccionaria, el pueblo ha recibido gracias al Poder soviético y a su acertada táctica, que no cae en las frases hueras, una tregua pequeñísima, extremadamente pequeñísima, inconsistente e incompleta en absoluto; pero los intelectualillos “izquierdistas”, con la majestuosidad de un Narciso enamorado de sí mismo, sentencian gravemente: “el afianzamiento (¡¡¡!!!) en las masas (¿¿¿???) de la inactiva (¿¿¿¡¡¡!!!???) psicología de paz”. ¿Es que no tenía yo razón cuando dije en el Congreso del Partido que el periódico o revista de los “izquierdistas” no debería denominarse Kommunist, sino El Hidalgo?

¿Es que puede un comunista, por poco que comprenda las condiciones de vida y la psicología de las masas trabajadoras y explotadas, descender hasta ese punto de vista del típico intelectual, pequeño burgués y desclasado, con la psicología del señorito o del hidalgo, que declara “inactiva” la “psicología de paz” y considera “actividad” blandir una espada de cartón? Porque eso es, precisamente, lo que hacen nuestros “izquierdistas”, blandir una espada de cartón, cuando dan de lado un hecho conocido de todos y demostrado una vez más con la guerra en Ucrania: que los pueblos, extenuados por tres años de carnicería, no pueden combatir sin tregua; que la guerra, sino se dispone de fuerzas para organizarla en escala nacional, engendra a cada paso la psicología de la desorganización peculiar del pequeño propietario, y no de la férrea disciplina proletaria. La revista Kommunist nos muestra a cada paso que nuestros “izquierdistas” no tienen la menor noción de la férrea disciplina proletaria ni de su preparación, que están impregnados hasta la médula de la psicología del intelectual pequeñoburgués desclasado.

 

II

Pero ¿quizá las frases de los “izquierdistas” acerca de la guerra no sean más que un arrebato infantil, orientado, además, al pasado y, por ello, sin la menor sombra de significación política? Así defienden algunos a nuestros “izquierdistas”. Mas es erróneo. Si se aspira a la dirección política, hay que saber pensar bien las tareas políticas, y la falta de eso convierte a los “izquierdistas” en predicadores pusilánimes de la vacilación, que objetivamente sólo puede tener un significado: con sus vacilaciones, los “izquierdistas” ayudan a los imperialistas a provocar a la República Soviética de Rusia a un combate evidentemente desfavorable para ella, ayudan a los imperialistas a arrastrarnos a una trampa. Escuchad lo que dicen:

“...La revolución obrera en Rusia no puede “mantenerse” abandonando el camino revolucionario internacional, eludiendo constantemente el combate y retrocediendo ante la embestida del capital internacional, haciendo concesiones al “capital patrio”.

Desde este punto de vista son necesarias: una decidida política internacional de clase, que una la propaganda revolucionaria internacional con palabras y con hechos, y el fortalecimiento de la ligazón orgánica con el socialismo internacional (y no con la burguesía internacional)...”

Más adelante hablaremos especialmente de los ataques que se hacen aquí en el dominio de la política interior. Pero fijaos en esta orgía de la frase huera -junto con la timidez en los hechos- en el terreno de la política exterior. ¿Qué táctica es obligatoria para cuantos no quieran convertirse en un instrumento de la provocación imperialista y caer en la trampa en el momento actual? Todo político debe dar una respuesta clara y franca a esta pregunta. La respuesta de nuestro Partido es conocida: en el momento actual, replegarse, eludir el combate. Nuestros “izquierdistas” no se atreven a decir lo contrario y disparan al aire: ¡¡”una decidida política internacional de clase”!!

Eso es engañar a las masas. Si quieren combatir ahora, díganlo claramente. Si no quieren retroceder ahora, díganlo claramente. Porque, de otro modo, serán, por su papel objetivo, un instrumento de la provocación imperialista. Y su “psicología” subjetiva es la psicología del enfurecido pequeño burgués, que se engalla y vanagloria, pero siente magníficamente que el proletario tiene razón al replegarse y tratar de replegarse organizadamente; que el proletario tiene razón al calcular que, mientras se carezca de fuerzas, hay que replegarse (ante el imperialismo occidental y oriental) incluso hasta los Urales, pues ésa es la única posibilidad de ganar tiempo para el período de maduración de la revolución en Occidente, revolución que no “deberá” (pese a la charlatanería de los “izquierdistas”) empezar “en primavera o en verano”, pero que cada mes que pasa está más cerca y es más probable.

Los “izquierdistas” carecen de una política “propia”; no se atreven a declarar que ahora es innecesario el repliegue. Dan vueltas y maniobran jugando con las palabras y quieren plantear de modo subrepticio la cuestión de rehuir “constantemente” el combate, en vez de rehuirlo en el momento actual. Lanzan pompas de jabón: ¡¡”propaganda revolucionaria internacional con hechos”!! ¿Qué significa eso?

Sólo puede significar una de estas dos cosas: o presunción y falacia dignas de Nozdriov[2], o guerra ofensiva para derribar al imperialismo internacional.

Semejante absurdo no puede proclamarse abiertamente, y por eso los comunistas de “izquierda” tienen que encubrirse con frases altisonantes y hueras en extremo para evitar que los ridiculice cualquier proletario consciente, confiando en que el lector distraído no se dé cuenta de lo que significa, en realidad, esa “propaganda revolucionaria internacional con hechos”.

Lanzar frases sonoras es una propiedad de los intelectuales pequeñoburgueses desclasados. Los proletarios comunistas organizados castigarán por esas “maneras”, seguramente, con burlas y con la expulsión de todo puesto de responsabilidad, por lo menos. Hay que decir a las masas la amarga verdad con sencillez y claridad, francamente: es posible e incluso probable que el partido militar se imponga de nuevo en Alemania (en el sentido de pasar en el acto a la ofensiva contra nosotros) y que Alemania, en unión del Japón, intente repartírsenos y estrangularnos por medio de un acuerdo formal o tácito. De no escuchar a los chillones, nuestra táctica debe consistir en esperar, demorar, rehuir el combate y retroceder. Si arrojamos por la borda a los chillones y “ponemos en tensión” nuestras fuerzas, creando una disciplina verdaderamente férrea, verdaderamente proletaria, verdaderamente comunista, tendremos serias posibilidades de ganar muchos meses. Y entonces, retrocediendo incluso hasta los Urales (en el peor de los casos), facilitamos a nuestro aliado (el proletariado internacional) la posibilidad de acudir en nuestra ayuda, la posibilidad de “cubrir” (hablando en lenguaje deportivo) la distancia que existe entre el comienzo de las explosiones revolucionarias y la revolución.

Esta táctica, y sólo ésta, fortalece de hecho la ligazón de un destacamento del socialismo internacional, aislado temporalmente, con los demás destacamentos, pero, a decir verdad, ustedes, estimados “comunistas de izquierda”, se limitan a “fortalecer la ligazón orgánica” de una frase sonora con otra frase sonora. ¡Mala “ligazón orgánica” es ésa!

Y les explicaré, estimadísimos, por qué les ha ocurrido esa desgracia: porque ustedes, en vez de reflexionar sobre las consignas de la revolución, se dedican más a aprendérselas de memoria. Por eso colocan entre comillas las palabras “defensa de la patria socialista”, entre unas comillas que deben significar, probablemente, un intento de ironizar, pero que, de hecho, demuestran el embrollo que reina en sus cabezas. Están ustedes acostumbrados a considerar el “defensismo” como una cosa abominable y repugnante, se han aprendido eso, lo recuerdan y lo repiten de memoria con tanto celo, que algunos de ustedes han llegado a decir la estupidez de que, en la época imperialista, la defensa de la patria es intolerable (en realidad, es intolerable sólo en una guerra imperialista, reaccionaria, hecha por la burguesa). Mas no se les ha ocurrido pensar por qué y cuándo es abominable el “defensismo”.

Reconocer la defensa de la patria significa reconocer la legitimidad y la justicia de la guerra. La legitimidad y la justicia ¿desde qué punto de vista? Sólo desde el punto de vista del proletariado socialista y de su lucha por la emancipación; nosotros no reconocemos ningún otro punto de vista. Si la guerra es hecha por la clase de los explotadores para afianzar su dominación como clase, será una guerra criminal, y el “defensismo” será en esa guerra una abominación y una traición al socialismo. Si la guerra la hace el proletariado después de vencer a la burguesía en su país, si la hace en interés del fortalecimiento y desarrollo del socialismo, entonces será una guerra legítima y “sagrada”.

Somos defensistas desde el 25 de octubre de 1917. He dicho esto más de una vez con toda precisión, y ustedes no se atreven a discutirlo. Precisamente para “fortalecer la ligazón” con el socialismo internacional es obligatorio defender la patria socialista. Destruye la ligazón con el socialismo internacional quien enfoca con frivolidad la defensa de un país en el que ha triunfado ya el proletariado. Cuando éramos representantes de una clase oprimida, no adoptamos una actitud frívola ante la defensa de la patria en la guerra imperialista, sino que negamos por principio esa defensa. Cuando nos hemos convertido en representantes de la clase dominante, que ha empezado a organizar el socialismo, exigimos a todos que tengan una actitud seria ante la defensa del país. Y tener una actitud seria ante la defensa del país significa prepararse a fondo y tener en cuenta rigurosamente la correlación de fuerzas. Si las fuerzas son a ciencia cierta pocas, el principal medio de defensa es replegarse al interior del país (quien vea en esto, sólo en el caso presente, una fórmula traída por los pelos, que lea lo que dice el viejo Clausewitz, uno de los grandes escritores militares, acerca de las enseñanzas de la historia sobre el particular). Pero entre los “comunistas de izquierda” no hay el menor indicio de que comprendan la importancia del problema de la correlación de fuerzas.

Cuando éramos enemigos por principio del defensismo, teníamos derecho a ridiculizar a los que querían “preservar” su patria supuestamente en interés del socialismo. Ahora que hemos obtenido el derecho a ser defensistas proletarios, todo el planteamiento de la cuestión cambia de raíz. Pasa a ser un deber nuestro hacer un recuento rigurosísimo de las fuerzas, sopesar con la mayor precisión si podrá llegar a tiempo nuestro aliado (el proletariado internacional). El capital está interesado en derrotar al enemigo (el proletariado revolucionario) por partes antes de que se unan (de hecho, es decir, iniciando la revolución) los obreros de todos los países. Nosotros estamos interesados en hacer todo lo posible, en aprovechar incluso la más pequeña probabilidad para retrasar el combate decisivo hasta el momento (o “hasta después” del momento) de esa unificación de los destacamentos revolucionarios en un gran ejército internacional.

 

III

Pasamos a las desventuras de nuestros comunistas “de izquierda” en el terreno de la política interior. Es difícil leer sin una sonrisa frases como las siguientes en las tesis sobre el momento actual:

“...El aprovechamiento armónico de los medios de producción que han quedado es concebible sólo con la socialización más decidida”... “no capitular ante la burguesía y los intelectuales pequeñoburgueses secuaces suyos, sino rematar a la burguesía y acabar definitivamente con el sabotaje...”

¡Simpáticos “comunistas de izquierda”! ¡Cuánta decisión tienen... y qué poca reflexión! ¿Qué significa “la socialización más decidida”?

Se puede ser decidido o indeciso en el problema de la nacionalización, de la confiscación. Pero la clave está en que la mayor “decisión” del mundo es insuficiente para pasar de la nacionalización y la confiscación a la socialización. La desgracia de nuestros “izquierdistas” consiste, precisamente, en que con ese ingenuo e infantil juego de palabras, “la socialización más decidida”, revelan su más plena incomprensión de la clave del problema, de la clave del momento “actual”. La desventura de los “izquierdistas” está en que no han observado la propia esencia del “momento actual”, del paso de las confiscaciones (durante cuya realización la cualidad principal del político es la decisión) a la socialización (para cuya realización se requiere del revolucionario otra cualidad).

La clave del momento actual consistía ayer en nacionalizar, confiscar con la mayor decisión, en golpear y rematar a la burguesía, en acabar con el sabotaje. Hoy, sólo los ciegos podrán no ver que hemos nacionalizado, confiscado, golpeado y acabado más de lo que hemos sabido contar. Y la socialización se distingue precisamente de la simple confiscación en que se puede confiscar con la sola “decisión”, sin saber contar y distribuir acertadamente, pero es imposible socializar sin saber hacer eso.

Nuestro mérito histórico consiste en que fuimos ayer (y seremos mañana) decididos en las confiscaciones, en rematar a la burguesía, en acabar con el sabotaje. Hablar hoy de eso en unas “tesis sobre el momento actual” significa volver el rostro al pasado y no comprender la transición al futuro.

...”Acabar definitivamente con el sabotaje”... ¡Vaya tarea! ¡Pero si los saboteadores han sido “acabados” en grado suficiente! Lo que nos falta en absoluto, en absoluto, es otra cosa: contar qué saboteadores hay y dónde debemos colocarlos, organizar nuestras fuerzas para que, por ejemplo, un dirigente o controlador bolchevique vigile a un centenar de saboteadores que vienen a servirnos. En tal situación, lanzar frases como “la socialización más decidida”, “rematar” y “acabar definitivamente” significa no dar una en el clavo. Es peculiar del revolucionario pequeñoburgués no advertir que para el socialismo no basta rematar, acabar, etc.; eso es suficiente para el pequeño propietario, enfurecido contra el grande, pero el revolucionario proletario jamás caería en semejante error.

Si las palabras que hemos citado suscitan una sonrisa, el descubrimiento hecho por los “comunistas de izquierda” de que la República Soviética, con la “desviación bolchevique de derecha”, se ve amenazada de “evolucionar hacia el capitalismo de Estado” provoca una franca carcajada homérica. ¡Puede decirse, en verdad, que nos han asustado! ¡Y con qué celo repiten los “comunistas de izquierda” este terrible descubrimiento en sus tesis y en sus artículos!...

Pero no se les ha ocurrido pensar que el capitalismo de Estado representaría un paso adelante en comparación con la situación existente hoy en nuestra República Soviética. Si dentro de unos seis meses se estableciera en nuestro país el capitalismo de Estado, eso sería un inmenso éxito y la más firme garantía de que, al cabo de un año, el socialismo se afianzaría definitivamente y se haría invencible.

Me imagino la noble indignación con que rechazará estas palabras el “comunista de izquierda” y la “crítica demoledora” que desencadenará ante los obreros contra “la desviación bolchevique de derecha”. ¿Cómo? ¿Que el paso al capitalismo de Estado significaría un paso adelante en la República Socialista Soviética?... ¿No es eso una traición al socialismo?

Precisamente en eso reside el error económico de los “comunistas de izquierda”. Por ello, es preciso examinar con detalle este punto.

En primer lugar, los “comunistas de izquierda” no han comprendido cuál es precisamente la transición del capitalismo al socialismo que nos da derecho y fundamento para denominarnos República Socialista de los Soviets.

En segundo lugar, revelan su espíritu pequeñoburgués precisamente en que no ven el elemento pequeñoburgués como enemigo principal del socialismo en nuestro país.

En tercer lugar, al levantar el espantajo del “capitalismo de Estado”, demuestran no comprender el Estado soviético en su diferencia económica del Estado burgués.

Examinemos estas tres circunstancias.

No ha habido, a mi juicio, una sola persona que al ocuparse de la economía de Rusia haya negado el carácter de transición de esa economía. Ningún comunista ha negado tampoco, a mi parecer, que la expresión República Socialista Soviética significa la decisión del Poder soviético de llevar a cabo la transición al socialismo, mas en modo alguno el no reconocimiento del nuevo régimen económico como socialista.

Sin embargo, ¿qué significa la palabra transición? ¿No significará, aplicada a la economía, que en el régimen actual existen elementos, partículas, pedacitos tanto de capitalismo como de socialismo? Todos reconocen que sí. Mas no todos, al reconocer eso, se paran a pensar qué elementos de los distintos tipos de economía social existen en Rusia. Y en eso está todo el meollo de la cuestión.

Enumeraremos esos elementos:

1) economía campesina, patriarcal, es decir, natural en grado considerable;

2) pequeña producción mercantil (en ella figuran la mayoría de los campesinos que venden cereales);

3) capitalismo privado;

4) capitalismo de Estado;

5) socialismo.

Rusia es tan grande y tan abigarrada que en ella se entrelazan todos esos tipos diferentes de economía social. Lo original de la situación consiste precisamente en eso.

Puede preguntarse: ¿qué elementos predominan? Está claro que en un país pequeñoburgués predomina, y no puede dejar de predominar, el elemento pequeñoburgués; la mayoría, la inmensa mayoría de los agricultores son pequeños productores de mercancías. Los especuladores, y el principal objeto de especulación es el trigo, rompen ora aquí, ora allá la envoltura del capitalismo de Estado (el monopolio de los cereales, el control sobre los patronos y comerciantes, los cooperadores burgueses).

La lucha principal se sostiene hoy precisamente en este terreno. ¿Entre quién se sostiene esa lucha, si hablamos en los términos de las categorías económicas, como, por ejemplo, el “capitalismo de Estado”? ¿Entre los peldaños cuarto y quinto en el orden en que acabo de enumerarlos? Es claro que no. No es el capitalismo de Estado el que lucha contra el socialismo, sino la pequeña burguesía más el capitalismo privado los que luchan juntos, de común acuerdo, tanto contra el capitalismo de Estado como contra el socialismo. La pequeña burguesía opone resistencia a cualquier intervención del Estado, contabilidad y control tanto capitalista de Estado como socialista de Estado. Eso es un hecho de la realidad absolutamente inapelable, en cuya incomprensión está la raíz del error económico de los “comunistas de izquierda”. El especulador, el merodeador del comercio, el saboteador del monopolio: ése es nuestro principal enemigo “interior”, el enemigo de las medidas económicas del Poder soviético. Si hace 125 años podía perdonarse aún a los pequeños burgueses franceses, los revolucionarios más fervientes y más sinceros, el afán de vencer al especulador mediante la ejecución de unos cuantos “elegidos” y los truenos de las declaraciones hueras, hoy, en cambio, la actitud puramente palabrera de ciertos eseristas de izquierda ante esta cuestión no despierta en cada revolucionario consciente otra cosa que repugnancia o asco. Sabemos perfectamente que la base económica de la especulación la constituyen el sector de los pequeños propietarios, extraordinariamente amplio en Rusia, y el capitalismo privado, que tiene un agente en cada pequeño burgués. Sabemos que los millones de tentáculos de esta hidra pequeñoburguesa apresan aquí o allá a algunos sectores de los obreros, que la especulación, en lugar del monopolio de Estado, irrumpe por todos los poros de nuestra vida económico-social.

Quienes no ven eso revelan precisamente con su ceguera que son prisioneros de los prejuicios pequeñoburgueses. Así son nuestros “comunistas de izquierda”, quienes de palabra (y profundísimamente convencidos de ello, como es natural) son enemigos implacables de la pequeña burguesía; pero, de hecho, no hacen más que ayudarla, no hacen más que servirla, no hacen más que expresar su punto de vista, aullando -¡¡en abril de 1918!!- contra... ¡el “capitalismo de Estado”! ¡Eso se llama dar en el clavo!

El pequeño burgués tiene reservas de dinero, unos cuantos miles, acumulados por medios “lícitos”, y sobre todo ilícitos, durante la guerra. Tal es el tipo económico característico como base de la especulación y del capitalismo privado. El dinero es el certificado que les permite recibir riquezas sociales, y los millones de pequeños propietarios guardan bien ese certificado, lo ocultan del “Estado”, no creyendo en ningún socialismo y comunismo, “esperando a que pase” la tempestad proletaria. Y una de dos: o sometemos a ese pequeño burgués a nuestro control y contabilidad (y podemos hacerlo, si organizamos a los campesinos pobres, es decir, a la mayoría de la población o semiproletarios alrededor de la vanguardia proletaria consciente), o él echará abajo nuestro Poder obrero inevitable e ineluctablemente, de la misma manera que echaron abajo la revolución los Napoleón y los Cavaignac, que brotan precisamente sobre ese terreno de pequeños propietarios. Así está planteada la cuestión. Los eseristas de izquierda son los únicos que no ven esta verdad, sencilla y clara, tras las frases hueras sobre el campesinado “trabajador”; pero ¿quién puede tomar en serio a los eseristas de izquierda, hundidos en las frases hueras? El pequeño burgués que esconde sus miles es un enemigo del capitalismo de Estado y aspira a invertir esos miles única y exclusivamente en provecho propio, en contra de los pobres, en contra de toda clase de control del Estado; y el conjunto de estos miles forma una base de muchos miles de millones para la especulación, que malogra nuestra edificación socialista. Supongamos que determinado número de obreros aporta en varios días valores por una suma igual a 1.000. Supongamos, además, que de esta suma tenemos una pérdida igual a 200, como consecuencia de la pequeña especulación, de las dilapidaciones de todo género y de las maniobras de los pequeños propietarios para transgredir las normas y los decretos soviéticos. Todo obrero consciente dirá: si yo pudiera aportar 300 de esos 1.000, a condición de que se implantase un orden y una organización mejores, aportaría con gusto 300 en lugar de 200, ya que con el Poder soviético reducir luego este “tributo”, supongamos, hasta 100 ó 50 será una tarea muy fácil, una vez que se impongan el orden y la organización, una vez que sea vencido por completo el sabotaje de la pequeña propiedad privada contra todo monopolio de Estado.

Este sencillo ejemplo con cifras -simplificado premeditadamente al máximo para hacer más clara la exposición- explica la correlación, en la situación actual, entre el capitalismo de Estado y el socialismo. Los obreros tienen en sus manos el Poder del Estado, tienen la absoluta posibilidad jurídica de “tomar” todo el millar, es decir, de no entregar un solo kopek que no esté destinado a fines socialistas. Esta posibilidad jurídica, que se asienta en el paso de hecho del Poder a los obreros, es un elemento del socialismo.

Pero los elementos de la pequeña propiedad y del capitalismo privado se valen de muchos medios para minar la situación jurídica, para abrir paso a la especulación y frustrar el cumplimiento de los decretos soviéticos. El capitalismo de Estado significaría un gigantesco paso adelante incluso si pagáramos más que ahora (he tomado adrede el ejemplo con cifras para mostrar esto claramente), pues merece la pena pagar “por aprender”, pues eso es útil para los obreros, pues vencer el desorden, el desbarajuste y el relajamiento tiene más importancia que nada, pues continuar la anarquía de la pequeña propiedad representa el peligro mayor y más temible, que nos hundirá indudablemente (si no lo vencemos), en tanto que pagar un mayor tributo al capitalismo de Estado, lejos de hundirnos, nos llevará por el camino más seguro hacia el socialismo. La clase obrera, después de aprender a proteger el orden estatal frente a la anarquía de la pequeña propiedad, después de aprender a organizar la producción en gran escala, en escala de todo el país sobre la base del capitalismo de Estado, tendrá entonces en las manos -disculpadme la expresión- todos los triunfos, y el afianzamiento del socialismo estará asegurado.

El capitalismo de Estado es incomparablemente superior desde el punto de vista económico, a nuestra economía actual. Eso en primer lugar. Y en segundo lugar, no tiene nada de temible para el Poder soviético, pues el Estado soviético es un Estado en el que está asegurado el Poder de los obreros y de los campesinos pobres. Los “comunistas de izquierda” no han comprendido estas verdades indiscutibles, que, como es natural, jamás podrá comprender el “eserista de izquierda”, incapaz en general de ligar en la cabeza ninguna clase de ideas sobre economía política, pero que se verá obligado a reconocer todo marxista. No merece la pena discutir con el eserista de izquierda: basta señalarle con el dedo como un “ejemplo repulsivo” de charlatán; pero con el “comunista de izquierda” es preciso discutir, pues en este caso el error lo cometen marxistas, y el análisis de sus errores ayudará a la clase obrera a encontrar el camino certero.

 

IV

Para aclarar más aún la cuestión, citaremos, en primer lugar, un ejemplo concretísimo de capitalismo de Estado. Todos conocemos ese ejemplo: Alemania. Tenemos allí la “última palabra” de la gran técnica capitalista moderna y de la organización armónica, subordinada al imperialismo junker-burgués, Dejad a un lado las palabras subrayadas, colocad en lugar de Estado militar, junker, burgués, imperialista, también un Estado, pero un Estado de otro tipo social, de otro contenido de clase, el Estado soviético, es decir, proletario, y obtendréis toda la suma de condiciones que da como resultado el socialismo.

El socialismo es inconcebible sin la gran técnica capitalista basada en la última palabra de la ciencia moderna, sin una organización estatal armónica que someta a decenas de millones de personas a la más rigurosa observancia de una norma única en la producción y la distribución de los productos. Nosotros, los marxistas, hemos hablado siempre de eso, y no merece la pena gastar siquiera dos segundos en conversar con gentes que no han comprendido ni siquiera eso (los anarquistas y una buena mitad de los eseristas de izquierda).

Al mismo tiempo, el socialismo es inconcebible sin la dominación del proletariado en el Estado: eso es también elemental. Y la historia (de la que nadie, excepto los obtusos mencheviques de primera clase, esperaba que diera de modo liso, tranquilo, fácil y simple el socialismo “íntegro”) siguió un camino tan original que parió hacia 1918 dos mitades separadas de socialismo, una cerca de la otra, exactamente igual que dos futuros polluelos bajo el mismo cascarón del imperialismo internacional. Alemania y Rusia encarnaron en 1918 del modo más patente la realización material de las condiciones económico-sociales, productivas y económicas del socialismo, de una parte, y de sus condiciones políticas, de otra.

La revolución proletaria victoriosa en Alemania rompería de golpe, con extraordinaria facilidad, todo cascarón del imperialismo (hecho, por desgracia, del mejor acero, por lo que no pueden romperlo los esfuerzos de cualquier ... polluelo), haría realidad de modo seguro la victoria del socialismo mundial, sin dificultades o con dificultades insignificantes, si se toma, naturalmente, la escala de lo “difícil”, desde el punto de vista histórico-universal y no desde el punto de vista pequeñoburgués y de círculo.

Mientras la revolución tarde aún en “nacer” en Alemania, nuestra tarea consiste en aprender de los alemanes el capitalismo de Estado, en implantarlo con todas las fuerzas, en no escatimar métodos dictatoriales para acelerar su implantación más aún que Pedro I aceleró la implantación del occidentalismo por la bárbara Rusia, sin reparar en medios bárbaros de lucha contra la barbarie. Si entre los anarquistas y eseristas de izquierda hay hombres (recuerdo involuntariamente los discursos de Karelin y Gue en el CEC) capaces de razonar a lo Narciso que no es digno de revolucionarios “aprender” del imperialismo alemán, habrá que decirles una cosa: una revolución que creyera en serio a semejantes hombres se hundiría sin falta (y lo tendría bien merecido).

En Rusia predomina hoy precisamente el capitalismo pequeñoburgués, del que uno y el mismo camino lleva tanto al gran capitalismo de Estado como al socialismo, lleva a través de una y la misma estación intermedia, llamada “contabilidad y control por todo el pueblo de la producción y la distribución”. Quien no comprende esto comete un error económico imperdonable, bien desconociendo los hechos de la realidad, no viendo lo que existe ni sabiendo mirar la verdad cara a cara, o bien limitándose a una contraposición abstracta del “capitalismo” al “socialismo” y no calando hondo en las formas y fases concretas de esta transición hoy en nuestro país. Entre paréntesis, se trata del mismo error teórico que desconcertó a los mejores hombres del campo de óvaya Zhizn y Vperiod: los peores y medianos de entre ellos se arrastran, por obtusos y amorfos, a la cola de la burguesía, asustados por ella; los mejores no han comprendido que los maestros del socialismo no hablaban en vano de todo un período de transición del capitalismo al socialismo y no subrayaban en vano los “largos dolores del parto” de la nueva sociedad; por cierto que esta nueva sociedad es también una abstracción, que sólo puede encarnar en la vida por medio de intentos concretos, imperfectos y variados, de crear uno u otro Estado socialista.

Precisamente porque no se puede seguir avanzando desde la actual situación económica de Rusia sin pasar por lo que es común al capitalismo de Estado y al socialismo (la contabilidad y el control por todo el pueblo), es un completo absurdo teórico asustar a los demás y asustarse a sí mismo con la “evolución hacia el capitalismo de Estado” (Kommunist, núm. 1, pág. 8, col. 1). Eso significa, precisamente, desviarse con el pensamiento “apartándose” del verdadero camino de la “evolución”, no comprender dicho camino; en la práctica, eso equivale a tirar hacia atrás, hacia el capitalismo basado en la pequeña propiedad.

A fin de que el lector se convenza de que no hago sólo hoy, ni mucho menos, una “alta” apreciación del capitalismo de Estado, sino que la hice también antes de la toma del Poder por los bolcheviques, me permito reproducir la siguiente cita de mi folleto La catástrofe que nos amenaza y cómo combatirla, escrito en septiembre de 1917:

“...Pues bien, sustituid ese Estado de junkers y capitalistas, ese Estado de terratenientes y capitalistas, por un Estado democrático-revolucionario, es decir, por un Estado que destruya revolucionariamente todos los privilegios, que no tema implantar revolucionariamente la democracia más completa, y veréis que el capitalismo monopolista de Estado, en un Estado verdaderamente democrático-revolucionario, representa inevitablemente, infaliblemente, ¡un paso, pasos hacia el socialismo!

... Pues el socialismo no es más que el paso siguiente después del monopolio capitalista de Estado.

...El capitalismo monopolista de Estado es la preparación material más completa para el socialismo, su antesala, un peldaño de la escalera histórica entre el cual y el peldaño llamado socialismo no hay ningún peldaño intermedio” (pp. 27 y 28).

Observad que eso fue escrito en tiempos de Kerenski, que no se trata aquí de la dictadura del proletariado, no se trata del Estado socialista, sino del Estado “democrático-revolucionario”. ¿No está claro, acaso, que cuanto más alto nos hayamos elevado de este escalón político, cuanto más plenamente hayamos encarnado en los Soviets el Estado socialista y la dictadura del proletariado, menos nos será permitido temer al “capitalismo de Estado”? ¿No está claro, acaso, que en el sentido material, económico, de la producción, no nos encontramos aún en la “antesala” del socialismo? ¿Y que no se puede entrar por la puerta del socialismo si no es atravesando esa “antesala”, no alcanzada todavía por nosotros?

Desde cualquier lado que se enfoque la cuestión, la conclusión es siempre la misma: el razonamiento de los “comunistas de izquierda” acerca de la supuesta amenaza que representa para nosotros el “capitalismo de Estado” es un completo error económico y una prueba evidente de que están prisioneros en absoluto precisamente de la ideología pequeñoburguesa.

 

V

Es también aleccionadora en extremo la circunstancia siguiente.

Cuando discutimos en el CEC con el camarada Bujarin[3], éste observó, entre otras cosas: en la cuestión de los sueldos elevados a los especialistas, “nosotros” (por lo visto, nosotros quiere decir los “comunistas de izquierda”) “estamos a la derecha de Lenin”, pues no vemos en ello ningún apartamiento de los principios, recordando las palabras de Marx de que, en determinadas condiciones, lo más conveniente para la clase obrera sería “deshacerse por dinero de toda esa cuadrilla”[4] (precisamente de la cuadrilla de capitalistas, es decir, indemnizar a la burguesía por la tierra, las fábricas y demás medios de producción).

Esta observación, de extraordinario interés, pone de relieve, en primer lugar, que Bujarin está dos cabezas por encima de los eseristas de izquierda y anarquistas, que no se ha hundido definitivamente, ni mucho menos, en las frases hueras, sino que, por el contrario, trata de profundizar en las dificultades concretas de la transición -dolorosa y dura transición- del capitalismo al socialismo.

En segundo lugar, esta observación pone al descubierto con mayor evidencia aún el error de Bujarin.

En efecto. Profundizad en el pensamiento de Marx.

Se trataba de la Inglaterra de los años 70 del siglo pasado, del período culminante del capitalismo premonopolista, del país en el que había entonces menos militarismo y burocracia, del país en el que existían entonces mayores probabilidades de victoria “pacífica” del socialismo en el sentido de que los obreros “indemnicen” a la burguesía. Y Marx decía: en determinadas condiciones, los obreros no se negarán de ninguna manera a indemnizar a la burguesía. Marx no se ataba las manos -ni se las ataba a los futuros dirigentes de la revolución socialista- en cuanto a las formas, métodos y procedimientos de la revolución, como prendiendo muy bien cuán grande sería el número de problemas que se plantearían entonces, cómo cambiaría toda la situación en el curso de la revolución, con qué frecuencia y con qué fuerza habría de cambiar esa situación.

¿Y cuál es la situación en la Rusia Soviética después de haber tomado el Poder el proletariado, después de haber sido aplastados la resistencia militar y el sabotaje de los explotadores? ¿No es evidente que se han creado algunas condiciones del tipo de las que podían haberse creado hace medio siglo en Inglaterra si dicho país hubiera empezado entonces a pasar pacíficamente al socialismo? El sometimiento de los capitalistas a los obreros podría haberse asegurado entonces en Inglaterra por las siguientes circunstancias: (1) predominio absoluto de los obreros, de los proletarios, entre la población debido a la ausencia de campesinado (en los años 70 había en Inglaterra indicios que permitían esperar éxitos extraordinariamente rápidos del socialismo entre los obreros agrícolas); (2) excelente organización del proletariado en uniones sindicales (Inglaterra era entonces el primer país del mundo en este sentido); (3) nivel cultural relativamente alto del proletariado, disciplinado por el desarrollo secular de la libertad política; (4) la larga costumbre de los capitalistas de Inglaterra -entonces eran los capitalistas mejor organizados de todos los países del mundo (hoy esa primacía ha pasado a Alemania)- para resolver los problemas políticos y económicos por medio de un compromiso. He ahí las circunstancias que permitían entonces pensar en la posibilidad del sometimiento pacifico de los capitalistas de Inglaterra a sus obreros.

En nuestro país, ese sometimiento está asegurado en el momento actual por conocidas premisas cardinales (triunfo en octubre y aplastamiento, desde octubre hasta febrero, de la resistencia militar y del sabotaje de los capitalistas). En nuestro país, en lugar del predominio absoluto de los obreros, de los proletarios, entre la población y de su alto nivel de organización, el factor de la victoria ha sido el apoyo de los campesinos pobres y rápidamente arruinados a los proletarios. Por último, en nuestro país no existen ni un elevado nivel cultural ni la costumbre de los compromisos. Si se piensa a fondo en estas condiciones concretas, estará claro que podemos y debemos conseguir ahora la combinación de los métodos de represión implacable[5] contra los capitalistas incultos, que no aceptan ningún “capitalismo de Estado”, que no conciben ningún compromiso y siguen frustrando las medidas soviéticas por medio de la especulación, el soborno de los pobres, etc., con los métodos de compromiso o de indemnización a los capitalistas cultos, que aceptan el “capitalismo de Estado”, que pueden aplicarlo y que son útiles al proletariado como organizadores inteligentes y expertos de grandísimas empresas que abarquen de verdad el abastecimiento de productos a decenas de millones de personas.

Bujarin es un economista marxista magníficamente instruido. Por eso ha recordado que Marx tenía profundísima razón cuando enseñaba a los obreros la importancia que tiene conservar la organización de la gran producción precisamente para facilitar el paso al socialismo y les hacía ver que era admisible por completo la idea de pagar bien a los capitalistas, de indemnizarlos, en el caso (a título de excepción: Inglaterra era entonces una excepción) de que las circunstancias obligasen a los capitalistas a someterse pacíficamente y a pasar de una manera organizada y culta al socialismo sobre la base de la indemnización.

Pero Bujarin ha caído en un error, pues no ha reflexionado sobre la peculiaridad concreta del momento actual en Rusia, un momento precisamente excepcional, en el que nosotros, el proletariado de Rusia, vamos delante de cualquier Inglaterra y de cualquier Alemania por nuestro régimen político, en virtud del Poder político de los obreros, y, al mismo tiempo, vamos detrás del Estado más atrasado de Europa Occidental en lo que se refiere a la organización de un buen capitalismo de Estado, al nivel cultural y al grado de preparación de la producción material para “implantar” el socialismo.

¿No está claro que de esta situación peculiar se deduce, para el momento actual, precisamente la necesidad de algo parecido a una “indemnización”, que los obreros deben proponer a los capitalistas más cultos, más inteligentes y más capaces desde el punto de vista de organización dispuestos a servir al Poder soviético y ayudar honestamente a poner en marcha la producción “estatal” grande y grandísima? ¿No está claro que en una situación tan original debemos esforzarnos por evitar los errores de doble tipo, cada uno de los cuales es pequeñoburgués a su manera? De una parte, sería un error irreparable declarar que, puesto que se reconoce la disconformidad de nuestras “fuerzas” económicas y de la fuerza política, “por consiguiente”, no se debía haber tomado el Poder. Así razonan los “hombres enfundados”, quienes olvidan que jamás habrá “conformidad”, que no puede haberla en el desarrollo de la naturaleza, como tampoco en el desarrollo de la sociedad; que sólo mediante una serie de intentos -cada uno de los cuales, tomado por separado, será unilateral, adolecerá de cierta disconformidad- se creará el socialismo íntegro con la colaboración revolucionaria de los proletarios de todos los países.

De otra parte, sería un error evidente dar rienda suelta a los chillones y palabreros, que se dejan arrastrar por el “brillante” revolucionarismo, pero que son incapaces de efectuar una labor revolucionaria firme, reflexiva y sopesada, que tenga en cuenta también las dificilísimas transiciones.

Por fortuna, la historia del desarrollo de los partidos revolucionarios y de la lucha del bolchevismo contra ellos nos ha dejado en herencia tipos claramente definidos, entre los cuales figuran los eseristas de izquierda y anarquistas, que son una ilustración bastante gráfica del tipo de malos revolucionarios. Gritan ahora -gritan hasta la histeria, atragantándose- contra “el espíritu de conciliación” de los “bolcheviques de derecha”. Pero no saben pensar por qué era malo el “espíritu de conciliación” y por qué fue condenado justamente por la historia y el curso de la revolución.

El espíritu de conciliación de los tiempos de Kerenski entregaba el Poder a la burguesía imperialista, y la cuestión del Poder es la cuestión cardinal de toda revolución. El espíritu de conciliación de una parte de los bolcheviques en octubre-noviembre de 1917 temía la toma del Poder por el proletariado o quería compartir a medias el Poder no sólo con los “compañeros de viaje inestables”, como los eseristas de izquierda, sino también con los enemigos, los adeptos de Chernov, los mencheviques, que nos habrían estorbado inevitablemente en lo fundamental: en la disolución de la Asamblea Constituyente, en el aplastamiento implacable de los Bogaievski, en la implantación total de las instituciones soviéticas, en cada confiscación.

Ahora el Poder ha sido tomado, mantenido y afianzado en manos de un partido, del Partido del proletariado, incluso sin los “compañeros de viaje inestables”. Hablar hoy de espíritu de conciliación, cuando no existe ni puede hablarse siquiera de compartir el Poder, de renunciar a la dictadura de los proletarios contra la burguesía, significa simplemente repetir como una urraca palabras aprendidas de memoria, pero sin comprenderlas. Denominar “espíritu de conciliación” el hecho de que, llegados a una situación en la que podemos y debemos gobernar el país, tratemos de ganarnos, sin escatimar dinero, a los elementos más cultos instruidos por el capitalismo, de ponerlos a nuestro servicio contra la disgregación sembrada por los pequeños propietarios, significa no saber pensar en absoluto en las tareas económicas de la edificación del socialismo.

Y por eso -por muy favorablemente que testifique al camarada Bujarin la circunstancia de que “se avergonzara” en el acto en el CEC del “servicio” que le prestaron los Karelin y los Gue-, pese a ello, sigue constituyendo una seria advertencia a la corriente de los “comunistas de izquierda” la alusión que se hace a sus compañeros de lucha política.

Ahí tenéis Znamia Trudá, el órgano de los eseristas de izquierda, que en su número del 25 de abril de 1918 declaraba con orgullo: “La posición actual de nuestro Partido se solidariza con otra corriente en el bolchevismo (con Bujarin, Pokrovski y otros)”. Ahí tenéis al menchevique Vperiod de esa misma fecha, que contenía, entre otras cosas, la siguiente “tesis” del conocido menchevique Isuv:

“La política del Poder soviético, ajena desde el primer momento al carácter auténticamente proletario, emprende en los últimos tiempos y cada día de manera más abierta la senda del acuerdo con la burguesía y adquiere un carácter claramente antiobrero. Bajo la bandera de la nacionalización de la industria se aplica una política de implantación de los trusts industriales, bajo la bandera del restablecimiento de las fuerzas productivas del país se hacen intentos de acabar con la jornada de ocho horas, de implantar el trabajo a destajo y el sistema de Taylor, las listas negras y las cédulas de identidad discriminatorias. Esta política amenaza con privar al proletariado de sus conquistas fundamentales en el terreno económico y convertirlo en una víctima de la ilimitada explotación por parte de la burguesía”.

¿Verdad que es magnífico?

Los amigos de Kerenski, que sostuvieron junto con él la guerra imperialista en nombre de los tratados secretos que prometía anexiones a los capitalistas rusos; los colegas de Tsereteli, que el 11 de junio se disponía a desarmar a los obreros; los Liberdán, que encubrían el Poder de la burguesía con frases sonoras; ellos, ¡ellos!, acusan al Poder soviético de “acuerdo con la burguesía”, de “implantar los trusts” (¡es decir, de implantar precisamente el “capitalismo de Estado”!), de implantar el sistema de Taylor.

Sí, hay “que entregar a Isuv una medalla en nombre de los bolcheviques, y su tesis debe ser expuesta en cada club obrero y en cada sindicato como modelo de discursos provocadores de la burguesía. Los obreros conocen ahora bien, conocen por experiencia propia en todas partes a los Liberdán, los Tsereteli y los Isuv, y será archiprovechoso para los obreros reflexionar atentamente sobre por qué semejantes lacayos de la burguesía les provocan para que opongan resistencia al sistema de Taylor y a la “implantación de los trusts”.

Los obreros conscientes confrontarán reflexivamente la “tesis” del amigo de los señores Liberdán y Tsereteli, Isuv, con la siguiente tesis de los “comunistas de izquierda”:

“La implantación de la disciplina de trabajo con motivo del restablecimiento de la dirección de los capitalistas en la producción no podrá aumentar de manera substancial el rendimiento del trabajo, pero disminuirá la iniciativa, la actividad y el grado de organización clasista del proletariado. Amenaza con la esclavización de la clase obrera y despertará el descontento tanto de los sectores atrasados como de la vanguardia del proletariado. Para llevar a la práctica este sistema, con el odio reinante entre los medios proletarios contra “los saboteadores capitalistas”, el Partido Comunista tendría que apoyarse en la pequeña burguesía contra los obreros y, con ello, hundirse como Partido del proletariado” (Kommunist, núm. 1, p. 8, col. 2).

He ahí la prueba más palpable de cómo han caído en la trampa los “izquierdistas”, de cómo se han dejado llevar por la provocación de los Isuv y otros Judas del capitalismo. He ahí una buena lección a los obreros, quienes saben que precisamente la vanguardia del proletariado está a favor de que se implante la disciplina de trabajo, que es precisamente la pequeña burguesía la que se esfuerza más que nada por destruir esa disciplina. Palabras del tipo de las que figuran en la tesis de los “izquierdistas” que acabamos de citar constituyen el mayor oprobio, una abjuración total del comunismo de hecho, una deserción plena al campo precisamente de la pequeña burguesía.

“Con motivo del restablecimiento de la dirección de los capitalistas”: ahí tenéis las palabras con que piensan “defenderse” los “comunistas de izquierda”. Es una defensa absolutamente inservible, pues, en primer lugar, el Poder soviético entrega la “dirección” a los capitalistas existiendo los comisarios obreros o los comités obreros, que vigilan cada paso del dirigente, aprenden de su experiencia de dirección y tienen la posibilidad no sólo de apelar contra las disposiciones del dirigente, sino de destituirlo por conducto de los organismos del Poder soviético. En segundo lugar, se entrega la “dirección” a los capitalistas para que desempeñen funciones ejecutivas durante el tiempo de trabajo, cuyas condiciones son fijadas precisamente por el Poder soviético y abolidas y revisadas por él. En tercer lugar, el Poder soviético entrega la “dirección” a los capitalistas no como capitalistas, sino como técnicos especialistas u organizadores, a los que abona una alta remuneración por su trabajo. Y los obreros saben muy bien que los organizadores de las empresas verdaderamente grandes y grandísimas, de los trusts o de otras instituciones pertenecen, en el noventa y nueve por ciento de los casos, a la clase de los capitalistas, lo mismo que los técnicos de primera; pero es precisamente a ellos a quienes debemos admitir nosotros, el Partido proletario, como “dirigentes” del proceso de trabajo y de la organización de la producción, pues, aparte de ellos, no hay otros que conozcan ese asunto por la práctica, por la experiencia. Porque los obreros, que han salido ya de la primera infancia, del período en que podían desorientarlos la frase “izquierdista” o el relajamiento pequeñoburgués, marchan hacia el socialismo precisamente a través de la dirección capitalista de los trusts, a través de la gran producción mecanizada, a través de las empresas con un giro anual de varios millones, sólo a través de esa producción y de esas empresas. Los obreros no son pequeños burgueses. No temen al gran “capitalismo de Estado”, sino que lo aprecian como un instrumento suyo, proletario, que su Poder, el Poder soviético, utilizará contra la disgregación y la desorganización peculiares de los pequeños propietarios.

Los únicos que no comprenden eso son los intelectuales desclasados -y, por ello, pequeñoburgueses hasta la médula-, cuyo prototipo en el grupo de los “comunistas de izquierda” y en su revista es Osinski, cuando escribe:

“...Toda la iniciativa en la organización y dirección de la empresa pertenecerá a los “organizadores de los trusts”: porque nosotros no queremos enseñarles, no queremos convertirlos en simples trabajadores, sino aprender de ellos (Kommunist, núm. 1, p. 14, col. 2).

Los esfuerzos por ironizar en esta frase están dirigidos contra mis palabras: “aprender de los organizadores de los trusts el socialismo”.

A Osinski eso le parece ridículo. Quiere convertir a los organizadores de los trusts en “simples trabajadores”. Si esto lo hubiera escrito un hombre de la misma edad que aquel de quien decía el poeta: “Sólo quince años, ¿no más?”, no habría de qué sorprenderse. Pero resulta algo extraño escuchar esas palabras a un marxista que ha aprendido que el socialismo es imposible sin aprovechar las conquistas de la técnica y de la cultura alcanzadas por el gran capitalismo. En este caso no ha quedado ni rastro del marxismo.

No. Sólo son dignos de llamarse comunistas quienes comprenden que es imposible crear o implantar el socialismo sin aprender de los organizadores de los trusts. Porque el socialismo no es una invención, sino la asimilación y la aplicación por la vanguardia proletaria, después de conquistar el Poder, de todo lo creado por los trusts. Nosotros, el Partido del proletariado no podemos sacar de ningún sitio la pericia para organizar la gran producción del tipo de los trusts, como los trusts; no podemos sacarla de ningún sitio como no sea de los mejores especialistas del capitalismo.

No tenemos nada que enseñarles, a no ser que nos planteemos el objetivo infantil de “enseñar” el socialismo a los intelectuales burgueses: no hay que enseñarles, sino expropiarlos (cosa que en Rusia se hace con bastante “decisión”), hay que acabar con su sabotaje, hay que someterlos, como capa o grupo, al Poder soviético. Nosotros, en cambio, si no somos comunistas en edad infantil ni de mentalidad infantil, debemos aprender de ellos, tenemos cosas que aprender, pues el Partido del proletariado y la vanguardia del proletariado carecen de experiencia para trabajar independientemente en la organización de grandísimas empresas que sirvan a decenas de millones de habitantes.

Y los mejores obreros de Rusia lo han comprendido. Han empezado a aprender de los capitalistas organizadores, de los ingenieros dirigentes, de los técnicos especialistas. Han empezado con firmeza y precaución por lo más fácil, pasando gradualmente a lo más difícil. Si las cosas van más despacio en la metalurgia y en la construcción de maquinaria, ello se debe a que es un asunto más difícil. Pero los obreros textiles, tabaqueros y curtidores no temen, como los intelectuales pequeñoburgueses desclasados, al “capitalismo de Estado”, no temen “aprender de los organizadores de los trusts”. En las instituciones dirigentes centrales, como el “Comité principal del ramo de la piel” o la “Dirección central del textil”, estos obreros se sientan a la misma mesa que los capitalistas, aprenden de ellos, organizan los trusts, organizan el “capitalismo de Estado”, que con el Poder soviético es la antesala del socialismo, una condición de la firme victoria del socialismo.

Esta labor de los obreros avanzados de Rusia, al lado de su labor para implantar la disciplina de trabajo, se ha realizado y se realiza sin ruido, sin brillantez, sin el estruendo y el griterío que necesitan algunos “izquierdistas”, con inmensa prudencia y paso a paso, teniendo en cuenta las lecciones de la práctica. Esta dura labor de aprender prácticamente a crear la gran producción es la garantía de que marchamos por el camino certero, la garantía de que los obreros conscientes de Rusia luchan contra la disgregación y la desorganización peculiares de los pequeños propietarios, contra la indisciplina pequeño-burguesa[6], la garantía del triunfo del comunismo.

 

 

VI

Para terminar, dos observaciones. Cuando discutimos con los “comunistas de izquierda” el 4 de abril de 1918 (véase Kommunist, núm. 1, p. 4, nota) les planteé a bocajarro la cuestión: probad a explicar qué os disgusta en el decreto sobre los ferrocarriles, presentad vuestras enmiendas. Tenéis el deber de hacerlo como dirigentes soviéticos del proletariado, pues, de otro modo, vuestras palabras no pasarán de ser frases hueras.

El 20 de abril de 1918 apareció el núm.1 de Kommunist, pero en él no se dice ni una palabra de cómo debe modificarse o corregirse, a juicio de los “comunistas de izquierda”, el decreto ferroviario.

Con ese silencio, los “comunistas de izquierda” se han condenado a sí mismos. Se han limitado a ataques e indirectas contra el decreto sobre los ferrocarriles (pp. 8 y 16 del núm. 1), pero no han contestado nada coherente a esta pregunta: “¿cómo corregir el decreto si es equivocado?”

Sobran los comentarios. Los obreros conscientes calificarán de “isuvista” o de frase huera semejante “crítica” del decreto sobre los ferrocarriles (que es un modelo de nuestra línea, la línea de firmeza, la línea de la dictadura, la línea de la disciplina proletaria).

Otra observación. En el núm. 1 de Kommunist se publica una reseña del camarada Bujarin, muy elogiosa para mí, sobre mi folleto El Estado y la Revolución. Pero, por muy valiosas que sean para mí las opiniones de hombres como Bujarin, debo decir honradamente que el carácter de la reseña pone al desnudo un hecho triste y significativo: Bujarin enfoca las tareas de la dictadura del proletariado vuelto de cara al pasado y no al futuro. Bujarin ha observado y subrayado todo lo que pueden tener de común en el problema del Estado el revolucionario proletario y el revolucionario pequeñoburgués. Bujarin “no ha observado” precisamente lo que separa al primero del segundo.

Bujarin ha observado y subrayado que el viejo aparato del Estado debe ser “destruido”, “dinamitado”, que es preciso “acabar de estrangular” a la burguesía, etc. El enfurecido pequeño burgués también puede querer eso. Y eso lo ha hecho ya, en líneas generales, nuestra revolución desde octubre de 1917 hasta febrero de 1918.

Pero en mi folleto se habla también de lo que no puede querer el pequeño burgués, ni siquiera el más revolucionario, de lo que quiere el proletario consciente, de lo que no ha hecho aún nuestra revolución. Y Bujarin ha guardado silencio sobre esta tarea, sobre la tarea del día de mañana.

Pero yo tengo motivos más que suficientes para no guardar silencio sobre el particular, primero, porque debe esperarse de un comunista más atención a las tareas de mañana que a las de ayer, y, segundo, porque mi folleto fue escrito antes de que los bolcheviques tomáramos el Poder, cuando no se podía obsequiar a los bolcheviques con una consideración pequeñoburguesa vulgar: “Claro, después de haber conquistado el Poder hablan, naturalmente, de disciplina...”

“…El socialismo se convertirá gradualmente en comunismo pues los hombres se habituarán a observar las reglas elementales de la convivencia social sin violencia y sin sometimiento” (El Estado y la Revolución, pp. 77-78. Por consiguiente, se hablaba de las “reglas elementales” antes de tomar el Poder).

“...Sólo entonces comenzará a extinguirse la democracia...” cuando “los hombres se habituarán poco a poco a observar las reglas elementales de convivencia, conocidas a lo largo de los siglos y repetidas desde hace miles de años en todos los preceptos; a observarlas sin violencia, sin coacción, sin subordinación, sin ese aparato especial de coacción que se llama Estado” (loc. cit., p. 84; de los “preceptos” se hablaba antes de tomar el Poder).

“...La fase superior del comunismo” (a cada cual, según sus necesidades; de cada cual, según su capacidad) “presupone una productividad del trabajo que no es la actual y hombres que no son los actuales filisteos, capaces -como los seminaristas de Pomialovski- de dilapidar “a tontas y a locas” la riqueza social y de pedir lo imposible” (loc. cit., p. 9).

“...Mientras llega la fase superior del comunismo, los socialistas exigen el más riguroso control por parte de la sociedad y por parte del Estado sobre la medida de trabajo y la medida de consumo...” (loc. cit.).

“Contabilidad y control: he aquí lo principal, lo que hace falta para poner a punto y para que funcione bien la primera fase de la sociedad comunista” (loc. cit., p. 95). Y ese control debe ser establecido no sólo sobre “la insignificante minoría de capitalistas, sobre los señoritos que quieren seguir conservando sus hábitos capitalistas”, sino también sobre los obreros “profundamente corrompidos por el capitalismo” (loc. cit., p. 96), y sobre “los haraganes, los señoritos, los granujas y demás depositarios de las tradiciones del capitalismo” (loc. cit.).

Es significativo que Bujarin no haya subrayado esto.

5 de mayo de1918.

 

 

NOTAS

[1]Kommunist” (“El Comunista”): revista semanal, órgano fraccional del grupo antipartido de los “comunistas de izquierda”; se publicó en Moscú desde el 20 de abril hasta junio de 1918, apareciendo cuatro números. (N. de Edit. Progreso)

[2] Nozdriov: Personaje de la obra de N. Gógol Las almas muertas, que encarna el tipo del hombre presuntuoso, fresco y embustero. (N. de Edit. Progreso)

[3] Véase V. I. Lenin. Obras Completas, tomo 36, pp. 272-274. (N. de Edit. Progreso)

[4] Véase F. Engels El problema campesino e Francia y en Alemania (C. Marx y F. Engels. Obras Escogidas en tres tomos, tomo III, p. 500). (N. de Edit. Progreso)

[5] En este sentido hay que mirar también la verdad cara a cara: la implacabilidad, indispensable para el éxito del socialismo, sigue siendo poca entre nosotros, y no porque falte decisión. Tenemos bastante decisión. Lo que no tenemos es destreza para atrapar con la rapidez necesaria a un número suficiente de especuladores, merodeadores y capitalistas, de infractores de las medidas soviéticas. ¡Porque esa “destreza” se crea únicamente con la organización de la contabilidad y del control! En segundo lugar, no hay bastante firmeza en los tribunales, que en vez de condenar a los concusionarios a ser pasados por las armas les imponen penas de medio año de cárcel. Estos dos defectos nuestros tienen la misma raíz social: la influencia del elemento pequeñoburgués, su falta de firmeza. (N. de Lenin)

[6] Es elocuente en extremo que los autores de las tesis no digan ni palabra sobre la significación de la dictadura del proletariado en la esfera económica de la vida. Hablan solamente “de la organización”, etc. Pero eso lo reconoce también el pequeño burgués, que teme precisamente la dictadura de los obreros en las relaciones económicas. El revolucionario proletario jamás habría podido “olvidar” en un momento como el actual esta “médula” de la revolución proletaria, enfilada contra las bases económicas del capitalismo. (N. de Lenin)