Liu Shaoqi

Para ser un buen comunista

(1939)

 

 

7.

Ejemplos de ideas erróneas en el partido

 

Después de lo que ya hemos dicho, si tomamos la comprensión de lo que es el comunismo y el establecimiento de una relación correcta entre el interés personal y el interés del Partido como criterios para juzgar a los miembros y a los cuadros del Partido, constataremos que muchos de ellos responden a estos criterios y pueden servirnos de modelos, pero que otros no responden a estos criterios y tienen además, más o menos, diversas ideas falsas. No será sin duda inútil llamar aquí la atención de nuestros camaradas sobre estas ideas falsas, esbozándolas a grandes rasgos. 

¿Cuáles son las ideas fundamentalmente falsas que se encuentran entre camaradas de nuestro Partido?

En primer lugar, los que se adhieren a nuestro Partido no difieren solamente entre sí por su origen y su pertenencia de clase, sino que también vienen con fines y móviles diferentes. Por supuesto, la mayoría ha entrado en el Partido a fin de combatir por la realización del comunismo, para alcanzar el gran fin de la emancipación del proletariado y del género humano; sin embargo, hay algunos que han venido al Partido por otras razones, con otros fines. Por ejemplo, algunos camaradas de origen campesino se imaginan que “el derribar a los déspotas locales y la distribución de las tierras” es el comunismo. No comprenden el verdadero significado del comunismo al adherirse al Partido. Actualmente, hay también mucha gente para los cuales la principal razón de su agrupamiento con el Partido consiste en que este Partido opone una resistencia resuelta al Japón y preconiza un frente unido nacional anti-japonés. Algunos han venido al Partido porque estaban completamente cegados con su prestigio o porque vagamente se daban cuenta de que podía salvar a China. Otros, principalmente, para encontrar una salida a su situación personal, salida que les rehusaba la sociedad: no tenían ocupación fija, no tenían trabajo, no tenían ningún medio de instruirse, o bien querían librarse de la influencia familiar, escapar a un matrimonio forzado, etc. Otros, finalmente, han venido al Partido porque contaban con él para pagar menos impuestos, porque esperaban convertirse más tarde en personas influyentes o porque los habían introducido sus parientes o amigos, etc. Es muy natural que tales camaradas no tengan una noción muy clara, muy definida de la concepción comunista del mundo, que no comprenden la grandeza y las dificultades de la causa comunista y que sean incapaces de tomar una postura proletaria firme. Es también completamente natural que en ciertos momentos críticos, en ciertas condiciones, algunos de ellos hayan flaqueado o cambiado. Al entrar en el Partido, han introducido allí toda clase de ideas; es, pues, extremadamente importante que se instruyan, se eduquen y se formen. En caso contrario, no podrían convertirse en combatientes revolucionarios del proletariado.

Sin embargo, no se trata en todo eso de un problema muy grave. Después de todo, no es malo que ciertas personas busquen apoyo en el Partido Comunista, que vengan a él para encontrar una salida a su situación y que ellos aprueben su política. Con excepción de los espías, traidores, arribistas y ambiciosos, a todos los acogemos bien. Pueden ser admitidos, si aceptan y están dispuestos a observar el programa y los estatutos del Partido, a militar en una organización del Partido y a pagar las cuotas. En cuanto al estudio más avanzado y la comprensión más profunda del comunismo, lo mismo que del programa y de los estatutos del Partido, llegarán a eso después de haberse adherido al Partido y, sobre la base de los conocimientos que hayan adquirido previamente, se formarán y se educarán en la lucha revolucionaría; tendrán así todas las oportunidades de convertirse en excelentes comunistas. A decir verdad, comprender bien el comunismo, lo mismo que el programa y los estatutos del Partido, es para muchos una cosa imposible antes de su adhesión al Partido. Por esa razón ponemos como condición para la admisión al Partido la aceptación de su programa y de sus estatutos y no su perfecta comprensión. Incluso si no han comprendido a fondo el comunismo antes de adherirse al Partido, mucha gente puede, sin embargo, convertirse en combatientes activos en el movimiento comunista y revolucionario de la actualidad. Pueden convertirse en comunistas conscientes, a condición de que se entreguen al estudio después de su entrada en el Partido. Además, los estatutos de nuestro Partido estipulan que sus miembros son libres de retirarse del Partido (no se discute la libertad de adhesión). Si un miembro no tiene una profunda confianza en el comunismo, si no puede soportar el rigor de la vida en el seno del Partido, o por la razón que fuera, es libre de declarar al Partido que se retira y éste le permite abandonar sus filas. Después de su partida, y mientras no divulgue los secretos del Partido, no lleve a cabo ninguna actividad de zapa contra él, el Partido lo dejará tranquilo. En cuanto a los arribistas y a los espías que se hayan infiltrado en el Partido, naturalmente serán expulsados. Es el único medio de preservar la pureza de nuestro Partido.

En segundo lugar, algunos miembros del Partido tienen todavía un individualismo y un egoísmo relativamente pronunciados.

El individualismo se manifiesta de diversos modos:

Algunos camaradas tienen la costumbre de hacer pasar su interés personal por delante del interés del Partido, cuando se trata de resolver un problema concreto. Preocupados únicamente por sus ganancias o sus pérdidas propias, todo lo reducen a su interés personal; o bien, convirtiéndolo todo en su propio provecho, se benefician del trabajo del Partido para alcanzar ciertos fines personales; o también, bajo pomposos pretextos de principio o de interés del Partido, satisfacen su rencor contra algunos camaradas atacándolos mediante represalias. En cuanto que se llega a las cuestiones de sueldo, de confort y de otros asuntos concernientes a la vida privada, siempre quieren más que los otros, se comparan a los que gozan de un trato mejor, redoblan sus esfuerzos para tener las mismas ventajas y, cantan victoria cuando las obtienen. Pero cuando se trata del trabajo, se comparan con los menos capaces. Si hay que cumplir tareas arduas, intentan eludirlas. En el momento de peligro, intentan escaparse. En cuanto al personal de servicio, siempre necesitan más. Su alojamiento tiene que ser siempre de los mejores. Les gusta la ostentación y quieren que la gloria del Partido se refleje en ellos. Tratan de acaparar todo lo que es interesante, pero cuando se trata de “cosas desagradables”, prefieren no encontrarse nunca en el trance. Esta gente tiene la cabeza atiborrada de la ideología de las clases explotadoras. Creen en las máximas: “Cada uno para sí, o es castigado por el Cielo y la Tierra”, “El hombre es un animal egoísta” y “Nadie en el mundo es verdaderamente desinteresado, a no ser un tonto o un memo”. Con estas trivialidades de clases explotadoras, llegan hasta justificar su egoísmo y su individualismo. Gente de esta calaña se encuentra efectivamente en nuestro Partido.

Frecuentemente, este individualismo egoísta se traduce también, en el interior del Partido, en querellas sin principios, en luchas de fracciones, en sectarismo y en espíritu de camarilla; encuentra igualmente su expresión en la inobservancia o en la violación voluntaria de la disciplina del Partido. La mayoría de las luchas sin principios tienen por motivo el interés personal. Los que hacen la lucha de fracciones o dan lugar al sectarismo colocan habitualmente el interés del individuo o de una minoría por encima del interés del Partido. En su lucha de fracciones sin principios socaban con frecuencia conscientemente la organización y la disciplina del Partido, entregándose a unos ataques deliberados contra tal o cual, mientras que entablan amistades con otros sin que estén basadas en principios, con el propósito de evitar las ofensas, de cubrirse y de alabarse mutuamente, etc.

En cuanto al espíritu de camarilla en el Partido, surge principalmente porque ciertos camaradas ven tan sólo los intereses parciales, es decir, el trabajo de su propio sector o región, sin ver los intereses del conjunto, es decir, el interés de todo el Partido y el trabajo de otros sectores y otras regiones. Desde el punto de vista político e ideológico, éste se parece al corporativismo. Los que tienen el espíritu de camarilla, no siempre han sido empujados a eso por el individualismo, pero los que tienen el espíritu individualista, caen con frecuencia en el error del espíritu de camarilla.

En tercer lugar, la presunción, la concepción individualista del heroísmo, el deseo de parecer, etc., subsisten todavía, más o menos, en el espíritu de un buen número de camaradas del Partido.

La gente que tienen estas ideas se preocupa ante todo por su posición en el Partido. Les gusta pavonearse, oír que se les adula y se les alaba. Son ambiciosos, se las dan de competentes, se atribuyen el mérito de todo, les gusta hacerse notar y tener las riendas de todo; su estilo de trabajo no es democrático. Están llenos de vanidad, rehúsan sudar sobre su obra, les repugna el ocuparse de los asuntos corrientes o de un trabajo técnico. Son altivos y, al menor éxito, se convierten en arrogantes y creen que nadie vale tanto como ellos; tratan de eclipsar a los demás y no pueden decidirse a tratarlos en pie de igualdad, con modestia y cortesía. Están llenos de ellos mismos, tienen la manía de adoctrinar, de sermonear, de tutelar y prueban siempre a encaramarse por encima de la cabeza de los demás, sin dignarse aprender cualquier cosa de otro, en particular de las masas, sin escuchar las opiniones y las críticas bien fundadas. Están hechos para “subir” y no para “descender”, para “los días serenos” y no para la “mala suerte”, no puede soportar una injusticia. Agitados por un deseo de renombre profundamente enraizado, tratan de hacerse pasar por “grandes hombres” y por “héroes” de la causa comunista, e incluso no retroceden ante nada para satisfacer su ambición. Si no consiguen alcanzar su fin, si son víctimas de una injusticia, corren el peligro de ceder. La historia del Partido conoce buen número de gente que nos han dejado a consecuencia de debilidades de este tipo. Esta gente tiene todavía ideas procedentes de las clases explotadoras; no comprenden la grandeza del comunismo, no tienen la amplitud de mira de un comunista.

Los comunistas no deben mostrarse ni suficientes ni presuntuosos. Admitamos que algunos de nuestros camaradas sean muy capaces, que hayan hecho un buen trabajo y que hayan obtenido importantes éxitos, éxitos que se podría calificar de “grandes” y de los que tendrían el derecho de estar orgullosos (por ejemplo, los comandantes de nuestro ejército que han conseguido victorias a la cabeza de millares y millares de hombres, los dirigentes de nuestro Partido y de nuestro trabajo de masa que, en diversos lugares, han sabido crear mediante su acción situaciones mucho mejores). Pero, después de todo, ¿qué supone la grandeza de estos éxitos comparada con el conjunto de la causa del comunismo? Para cualquiera que posee la concepción comunista del mundo, ¿qué hay allí de lo que uno se pueda glorificar tanto?

Un miembro del Partido que ha realizado correctamente su trabajo y que lo ha llevado a cabo bien, no ha hecho más que su deber. Debe guardarse de la suficiencia y de la presunción, y hacer todo lo posible para no cometer errores o para cometer los menos posibles.

¿Cómo puede valer la situación personal para que un miembro del Partido se preocupe de ella? Esa situación no podría ser más elevada que la de un emperador. Ahora bien, ¿qué es un emperador comparado con un combatiente de la causa del comunismo? “Una gota en el mar”, como ha dicho el camarada Stalin. ¿Qué hay, pues, en definitiva, en una situación personal, que merezca que se preocupe de ella o que se vanaglorie de ella?

Es exacto que nuestro Partido, que la causa comunista, tienen necesidad de innumerables héroes del comunismo, de numerosos dirigentes de masas que gocen de prestigio. En la hora actual, tenemos verdaderamente demasiados pocos, y necesitamos todavía formar y templar un gran número de buenos dirigentes y de héroes revolucionarios comunistas en todos los terrenos. Esto es ciertamente un punto muy importante para nuestra causa y no hay que descuidarlo en absoluto. El que lo subestime no comprende nada de la manera de hacer avanzar la causa comunista. Para hacerla avanzar, es necesario que reforcemos considerablemente el espíritu de empresa revolucionaria en los miembros de nuestro Partido y que pongamos plenamente en juego su dinamismo. Estamos obligados a admitir que actualmente no hacemos bastante en este aspecto. Es un hecho, por ejemplo, que ciertos miembros del

Partido no estudian con bastante asiduidad y no muestran por la política y por la teoría un interés suficiente. Por eso, si nos oponemos al heroísmo individual y a la ostentación, no estamos de ninguna manera contra el espíritu de empresa de nuestros miembros. El deseo de hacer progresos en interés del pueblo es la cualidad más preciosa de un comunista. Pero el espíritu de empresa proletario y comunista es totalmente diferente del “espíritu de empresa” individualista. El primero busca la verdad, la mantiene y combate por ella de la manera más eficaz. Es de carácter progresista y tiene ante sí unas perspectivas de desarrollo ilimitadas, mientras que el segundo no ofrece ningún porvenir incluso para el individuo. Pues el interés personal por lo general impulsa a los que tienen una concepción individualista a negar, a disimular o a desfigurar deliberadamente la verdad.

Nuestros camaradas deben comprender que un dirigente o un héroe verdadero de la causa comunista nunca en un dirigente o un héroe individualista y que no debería nunca atribuirse esos títulos o designarse él mismo con ellos. El que se otorga el título de dirigente o aspira a convertirse en eso, nunca será un dirigente en nuestro Partido. La masa de los miembros de nuestro Partido no quiere ser dirigida por individuos, engreídos de sí mismos, que se dejan arrastrar al heroísmo individual, a la ostentación, a la ambición personal y a la vanidad. Ningún comunista tiene el derecho de exigir de la masa de los miembros del Partido que lo eleven a la posición de dirigente o que lo mantengan en ella. Solamente los comunistas que no tienen ninguna intención personal y están consagrados por completo al Partido, sólo los que poseen en alto grado la moralidad y las cualidades comunistas, los que se han asimilado la teoría y el método del marxismo-leninismo, los que se muestran competentes en la práctica, los que son capaces de dirigir directamente el trabajo del Partido, y los que estudian asiduamente y no dejan de hacer progresos, solamente estos comunistas, repito, están en condiciones de ganar la confianza del Partido, de obtener la audiencia y el apoyo de la masa de los miembros del Partido y de convertirse así en los dirigentes y en los héroes de la causa comunista.

Nuestros camaradas deben comprender también que un miembro del Partido, un dirigente, un héroe, sea el que sea, no puede efectuar más que una pequeña parte del trabajo y no puede asumir más que una parte de la responsabilidad en la causa comunista. El comunismo es una empresa que exige los esfuerzos colectivos de millones y millones de hombres durante un largo período; ningún individuo, por sí solo, está en condiciones de hacerla triunfar. Incluso los grandes hombres como Marx, Engels, Lenin y Stalin no han podido realizar más que una parte del trabajo de la causa comunista. La obra en la que han trabajado exige todavía los esfuerzos conjuntos y sostenidos de millones y millones de hombres como nosotros. Nosotros, simples miembros del Partido, efectuamos también una parte del trabajo de la causa comunista y asumimos también una parte de responsabilidad. Nuestra parte es ciertamente mucho más pequeña que la de Marx, Engels, Lenin y Stalin. Sin embargo, también tenemos nuestra parte; sea grande o pequeña, es siempre “una parte” de la misma gran causa. Así pues, si hacemos bien nuestra parte de trabajo, podemos considerar que hemos hecho nuestro deber. Naturalmente, debemos hacer todo lo posible para trabajar más, pero si no podemos, si sólo podemos hacer un poco, sigue siendo útil e igualmente honorable. En todo caso, lo menos que podemos hacer es no dificultar el progreso de la causa del comunismo, asumir nuestra parte de responsabilidad, pequeña o grande, y cumplir nuestra tarea, sea ligera o pesada. Tal es la actitud correcta que debe adoptar un comunista. Los camaradas que rehúsan efectuar un trabajo técnico, piensan que este trabajo ahogaría sus talentos, los privaría de los medios de convertirse en célebres (en realidad, no es ese el caso: Stajanov, por ejemplo, salió de las filas de los obreros cualificados), les impediría rendir plenamente y, consiguientemente, les haría perder, aunque fuera poco, ese espíritu de empresa que todo miembro del Partido debe poseer. Ese punto de vista es erróneo. El trabajo técnico ocupa un lugar extremadamente importante en el trabajo de nuestro Partido y los camaradas que se ocupan de él asumen su parte de responsabilidad en la causa del comunismo lo mismo que los camaradas encargados de cualquier otro tipo de trabajo. Hacer lo que nos pide el Partido y, agrade o no agrade el trabajo, hacerlo de buen grado y del mejor modo posible, es la actitud de un comunista con respecto al trabajo.

Por supuesto, al asignar un trabajo a los miembros del Partido, la organización y los responsables del Partido deben, en todo lo posible, tomar en consideración las inclinaciones y las aptitudes personales de sus miembros, desarrollar sus talentos y estimular sus deseos de hacer progresos. Pero un miembro del Partido no debe, por razones de preferencia personal, rehusar el trabajo que quiere encomendarle el Partido.

En cuarto lugar, un pequeño número de camaradas están completamente imbuidos de la ideología de las clases explotadoras. No tienen, por lo general, ningún escrúpulo en su manera de tratar a los camaradas o de resolver los problemas del Partido; les falta por completo el grande y sincero espíritu proletario y comunista de ayuda mutua y de solidaridad.

Los que tienen esa ideología tratan siempre de resaltar en el Partido su propio mérito y, para llegar ahí, atacan a los demás y son injustos con ellos. Tienen celos de los que son más capaces que ellos.

Tratan siempre de hacer retroceder a los que les aventajan. No soportan el desempeñar un papel de segundo plano y no piensan más que en ellos mismos sin ocuparse de los demás. Cuando ven a los camaradas cogidos por las dificultades o sorprendidos por los reveses, triunfan con su desgracia, sacan un gozo maligno de allí y carecen por completo de la simpatía que debe existir entre camaradas. Se las arreglan incluso para hacer daño a los camaradas, “arrojan piedras a los que ya se encuentran en el fondo del pozo” se aprovechan de sus puntos débiles y de sus dificultades para golpearlos y hacerles daño. Se aprovechan de la menor laguna, explotan y agravan todos los defectos en la organización y en el trabajo del Partido, para sacar una ventaja personal. Les gusta suscitar diferencias en el seno del Partido, decir mal de unos y de otros a sus espaldas y se dedican a intrigar para sembrar la discordia. Les gusta mezclarse en toda lucha sin principios que pueda surgir en el Partido; hasta tal punto están interesados en este género de querellas sin principios. Y se dedican a suscitar estas querellas, a atizarlas, sobre todo cuando el Partido se encuentra en dificultades. En resumen, están profundamente corrompidos y carecen de toda rectitud. ¿No sería absurdo pensar que gente así pueda asimilar la teoría y el método del marxismo-leninismo y reflejar la ideología proletaria? Con toda evidencia, no hacen más que reflejar la ideología de las clases explotadoras en decadencia.

Todos los explotadores, para prosperar, forzosamente hacen daño a los otros. Para acrecentar sus propias riquezas o para evitar la quiebra en una crisis económica, el capitalista está obligado a eliminar un gran número de capitalistas más pequeños que él, está obligado a reducir al hambre a innumerables obreros. Para enriquecerse, los terratenientes deben explotar a los campesinos y desposeer a mucha gente de sus tierras. La expansión de los países fascistas, como Alemania, Italia y Japón, no se ha podido ni se puede hacer más que a costa de otros países, mediante la conquista de Austria, de Checoslovaquia, de Abisinia, etc., y mediante la agresión contra China. Dañar a los demás y arruinarlos son desde siempre las condiciones indispensables para el desarrollo de los explotadores, cuya felicidad está fundada en los sufrimientos de los demás. Es, pues, imposible que haya entre los explotadores una solidaridad verdaderamente durable, una mutua ayuda verdadera, una verdadera simpatía de hombre a hombre. Inevitablemente recurren a intrigas, a procedimientos llenos de disimulo, a fin de precipitar a los demás en la ruina. Sin embargo, están obligados a mentir y a hacerse pasar ante las masas por santos, por defensores de la justicia. Esas son las características de todas las clases explotadoras decadentes. Para ellas, esas características son casi los criterios de una moral “superior”, pero a los ojos del proletariado y de las masas populares no son más que las reglas más criminales de conducta.

El proletariado es totalmente diferente de todas las clases explotadoras. No explota a las otras, sino que es explotado. No tiene conflictos de intereses fundamentales ni en sus filas ni entre él y las otras masas trabajadoras oprimidas y explotadas. Para desarrollarse y para emanciparse, no sólo no tiene necesidad el proletariado de dañar el interés y el desarrollo de las otras masas trabajadoras, sino que debe unirse a ellas en la lucha común. Si se quiere emancipar a sí mismo, debe emancipar al mismo tiempo a todos los trabajadores y a la humanidad entera. La emancipación de un solo obrero o de un grupo separado de obreros es cosa imposible. El proletariado debe proseguir hasta el final la emancipación de la humanidad y luchar paso a paso para que se realice. Le es imposible detenerse y transigir a medio camino.

Esta situación objetiva del proletariado determina la ideología de los obreros conscientes, ideología diametralmente opuesta a la de los explotadores. Los comunistas son los combatientes de vanguardia del proletariado que se han armado con el marxismo-leninismo; despiadados en su lucha contra los enemigos del pueblo, no lo son nunca en sus relaciones con sus hermanos y camaradas de las clases trabajadoras. Hacen una distinción rigurosa entre las actitudes y los métodos que deben ser adoptados frente al enemigo o con respecto a los camaradas y a los amigos. Tienen una amistad, un afecto y una simpatía tan grandes como sinceros para con sus hermanos de clase y para con todos los trabajadores oprimidos y explotados, y muestran en sus relaciones con ellos un magnifico espíritu de ayuda mutua, de solidaridad constante y de verdadera igualdad. Se oponen absolutamente a que cualquiera posea un privilegio, rechazan para ellos mismos toda idea de privilegios, y consideran que es una cosa impensable, que sería una verdadera afrenta para ellos el ocupar una posición privilegiada en el seno del pueblo. Si quieren avanzar ellos mismos y mejorar su condición, sólo pueden llegar ahí trabajando por el progreso de los demás y elevando la situación de toda la clase trabajadora. En el terreno de la ideología, en política o en el trabajo, procuran no dejarse aventajar y manifiestan un magnífico espíritu de empresa; al mismo tiempo, estiman, aman y ayudan a los que les son superiores en estas materias, y, sin envidiarles en absoluto, se esfuerzan por tomarlos por maestros. Sienten un profundo interés por los sufrimientos y las privaciones que sufren su propia clase y los trabajadores de todos los países, siguen con atención la lucha liberadora de los trabajadores en todas las regiones del mundo, sus victorias y sus fracasos, que consideran como propios, en cualquier lugar en que se produzcan, y manifiestan así la solidaridad más grande. Estiman que se equivocarían permaneciendo indiferentes con respecto a la lucha emancipadora de los trabajadores y de los oprimidos, que sería criminal alegrarse de sus desgracias. Aman a sus camaradas y a sus hermanos; critican con franqueza y sinceridad sus debilidades y sus errores (esto es, en efecto, un testimonio de verdadero afecto). En materia de principio, no les hacen concesiones y no transigen nunca con ellos; con mayor razón, no estimulan jamás sus errores y sus debilidades (el pasar por esos errores o el fomentarlos no sería amar a los camaradas con un afecto verdadero). Se consagran con todos los medios a la ayuda de sus camaradas, para que se sobrepongan a estas debilidades y para que corrijan estos errores, que ellos nunca explotan ni agravan, de modo que coloquen a los camaradas en una situación enfadosa, es decir, de modo que conviertan sus faltas en irremediables. Devuelven bien por mal, ayudan a sus camaradas y a sus hermanos a corregir los errores sin alimentar nunca el menor deseo de represalias. Severos para con ellos mismos, son indulgentes para con los demás. Se mantienen firmes y estrictos en una posición de principio, y adoptan una actitud franca, recta y seria, no hacen ninguna concesión de principio, no toleran ningún ataque al interés del Partido, no admiten tampoco que se le insulte; tienen un desprecio particular para los que les prodigan, contrariamente a todo principio, alabanzas, adulaciones, lisonjas. Se oponen a todas las luchas sin principios, no se dejan arrastrar a ellas, y si se les critica a su espalda de manera irresponsable y al azar, no se dejan influir o irritar hasta el punto de apartarlos de su posición de principio, hasta el punto de no poder reflexionar con calma o de perder su sangre fría. Tales son las virtudes proletarias que todo comunista debe tratar de conseguir y de desarrollar. Los grandes fundadores del marxismo-leninismo las encarnan bajo la forma más condensada, la más típica y la más concreta. Estas virtudes constituyen la conciencia moral en la sociedad actual y es el Partido Comunista el que encarna esta conciencia. Nos pertenece el promover y exaltar esta conciencia moral proletaria triunfando de toda perversión.

En quinto lugar, la pequeñez de espíritu, la mezquindad, el desconocimiento del interés general son los defectos que se encuentran todavía entre algunos camaradas de nuestro Partido. Les falta la envergadura y la amplitud de visión de un comunista; ciegos ante las grandes cuestiones, se apasionan por las cosas pequeñas que están bajo sus narices. No se interesan en absoluto por los problemas vitales, por los acontecimientos de la mayor importancia para el Partido y para la revolución, pero discuten frecuentemente por naderías, argumentan con gravedad e incansablemente sobre minucias por las que se atormentan de una manera excesiva. Esta gente se dejan, por otra parte, ganar fácilmente mediante pequeños favores. Tienen esta estrechez de espíritu que caracteriza al pequeño productor de la sociedad rural.

Por otra parte, algunos no toman siempre posiciones claras y definidas en la vida del Partido; para ellos, todo podría marchar igual de bien con esto que con aquello. De hecho, los hay de dos categorías: para unos, es una cuestión de conocimiento, para otros, es una cuestión de cualidades morales. Estos últimos tratan siempre de especular con las circunstancias, llevar adelante las cosas más dispares, agradar a todo el mundo. Sus características consisten en usar un lenguaje diferente según las personas y las circunstancias, girar como una veleta, no tener principio alguno. A veces, se parecen claramente al murciélago de Esopo[34] y están siempre dispuestos a pasarse al lado del vencedor. Esas personas que no son ni carne ni pescado, esas personas con doble rostro no son algo completamente desconocido en nuestras filas. Tienen los rasgos del comisionista de la antigua moda. Además, algunos sucumben a las seducciones de las clases explotadoras de la antigua sociedad. Ante el espectáculo de este mundo centelleante, ante todo este oro, ante la belleza, comienzan a vacilar, giran malamente y pueden llegar incluso hasta traicionar al Partido y a la revolución.

Finalmente, la impetuosidad y el carácter inconsistente, propios de la pequeña burguesía, la inclinación a la destrucción del lumpen proletariado y de los campesinos arruinados se reflejan a menudo en la ideología de ciertos camaradas. Pero no me extenderé aquí en esta cuestión.

En resumen, nuestro Partido representa la ideología grande y poderosa, comunista, del proletariado. Pero hay que subrayar que las diversas ideas no proletarias e incluso las de las clases explotadoras en decadencia encuentran todavía un eco más o menos grande en algunos de nuestros camaradas. A veces esas ideas existen en un estado latente en el Partido y no se revelan más que a propósito de ciertos problemas menores de la vida cotidiana. A veces se reaniman y se manifiestan sistemáticamente en cuestiones de principio, en cuestiones políticas importantes o en cuestiones de la lucha en el interior del Partido. Ciertos sectores ciertos eslabones de la organización del Partido pueden también estar dominados o corroídos por estas ideas erróneas. Cuando se desarrollan en su grado más alto, como por ejemplo, en la época en que gentes como Tchen Tu-sieu y Tchan Kuo-tao tenían el poder en el Partido, consiguen subyugar temporalmente los órganos dirigentes importantes del Partido. Pero en épocas normales, son mantenidas a raya por la ideología proletaria correcta. De ahí la lucha entre la ideología proletaria y la ideología no proletaria en el interior del Partido. Ocurre lo mismo con algunos miembros del Partido tomados individualmente. Algunas veces, una idea errónea dormita en ellos, pero está dominada. Sin embargo, en otros momentos, esa idea se desarrolla hasta el punto de gobernar sus actos. De ahí las contradicciones y las luchas que estallan en un miembro del Partido entre la ideología proletaria y la ideología no proletaria. Al hacer su educación ideológica, un miembro del Partido se propone superar, eliminar conscientemente todas las ideas erróneas y no proletarias por medio de la ideología proletaria y de la concepción comunista del mundo.

 

 

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[34] Véase: “El murciélago y la comadreja”, Fábulas de Esopo. Un murciélago caído a tierra fue capturado por una Para comadreja; el murciélago le suplicó que perdonase la vida. La comadreja le replicó que no lo podía soltar, ya que por naturaleza era enemiga de todos los volátiles. El murciélago le aclaró que no era un pájaro sino un ratón, y de este modo fue puesto en libertad. Más tarde, volvió a caer y lo cogió otra comadreja; le pidió que no lo devorase. La comadreja respondió que odiaba a todas las ratas. El murciélago afirmó que no era un ratón, sino un murciélago, y así lo dejaron en libertad por segunda vez.

De este modo, cambiando dos veces de nombre, salvó su vida el murciélago. (Nota del autor.)