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Georg Lukács

 

ACERCA DEL PROBLEMA DE LA ORGANIZACIÓN

 

 


Fuente: Artículo de Georg Lukács incluido en la obra Historia y Consciencia de Clase, editada por Editorial Grijalbo, S.A., México, 1969.
Traducción: Traducción realizada por MANUEL SACRISTÁN LUZÓN a partir de la edición original (Berlin, Der Malik Verlag, 1923)
Fuente Digital: Omegalfa.es
Transcripcion/html: Rodrigo Csiterna, diciembre de 2013, para el Marxist Internet Archive.


 

 

1

No es posible separar mecánicamente lo político de lo organizativo . LENIN, Conclusiones del XI Congreso del Partido Comunista de Rusia. Aunque los problemas de organización han estado alguna vez -por ejemplo, al discutirse las condiciones de admisión-[1] en el primer plano de las luchas de opiniones, se cuentan entre las cuestiones menos elaboradas teoréticamente. La concepción del partido comunista, hostilizada y calumniada por todos los oportunistas e instintivamente recogida y hecha propia por los mejores trabajadores revolucionarios, sigue a pesar de todo tratándose frecuentemente como cuestión meramente técnica y no como uno de los principales problemas intelectuales de la revolución.

Y no es que falten los materiales necesarios para una profundización teorética del problema de la organización. Las tesis de los Congresos II y III, las luchas de tendencia en el seno del partido ruso, así como las experiencias prácticas de los últimos años, ofrecen un material riquísimo. Pero parece como si el interés teórico de los partidos comunistas (siempre con la excepción del ruso) estuviera tan solicitado por los problemas de la situación económica y política mundial, por las consecuencias tácticas que haya de inferirse de ella y por su fundamentación doctrinal que no quedara ya ningún interés teórico vivo y vivaz por asentar el problema de la organización en la teoría comunista. De modo que mucho de lo que acertadamente se hace debe su acierto más al instinto revolucionario que a una actitud teórica clara. Por otra parte muchas acritudes tácticas equivocadas -por ejemplo, en las discusiones acerca del frente único[2] - puede reconducirse a concepciones erróneas de los problemas organizativos.

Esa "inconsciencia" que impera en las cuestiones de organización es, empero, sin duda alguna, un signo de la inmadurez del movimiento. Pues la madurez y la inmadurez no pueden propiamente apreciarse más que averiguando si la comprensión o la actitud respecto de lo que hay que hacer se presenta a la consciencia de la clase que actúa y de su partido dirigente en una forma abstracta e inmediata o en una forma concreta y mediada.

Es sin duda posible que, aun estando la meta buscada en una lejanía inalcanzable, los de vista más aguda consigan ver con alguna claridad la meta misma, su naturaleza y su necesidad social; pero, a pesar de ello, incluso esos hombres serán incapaces de apreciar conscientemente los pasos concretos que pueden llevar a la meta, los medios concretos que se desprenden de su visión, acaso correcta. Sin duda, análogamente, pueden hasta los utópicos ver correctamente el hecho del que hay que partir; pero lo que hace de ellos meros utópicos es que lo ven sólo como hecho, o, a lo sumo, como problema dado para que se encuentre su solución, pero no pueden llegar a ver que la solución y el camino que lleva a ella están dados aquí mismo, precisamente en el problema. Y así "no ven en la miseria más que la miseria, sin descubrir en ella el aspecto revolucionario y transformador que arrojará por la borda la sociedad vieja"[3]. La contraposición ahí apuntada entre ciencia doctrinaria y ciencia revolucionaria va, empero, más allá del caso analizado por Marx y se amplía hasta constituirse en contraposición típica en el desarrollo de la consciencia de la clase revolucionaria. Al avanzar por el camino de la actitud revolucionaria del proletariado, la miseria pierde su carácter de mero dato y entra en la dialéctica viva de la acción. Pero en su lugar, y según el estado en que se encuentre el desarrollo de la clase, aparecen otros contenidos ante los cuales el comportamiento de la teoría proletaria presenta una estructura análoga a la aquí analizada por Marx. Pues sería utópico creer que la superación de la utopía haya sido ya consumada para el movimiento obrero revolucionario por la superación intelectual de su primera forma de manifestación primitiva realizada por Marx. Esta cuestión -que es en última instancia el problema de la relación dialéctica entre el "objetivo final" y el "movimiento", el problema de la relación entre la teoría y la práctica-, se reproduce siempre en formas cada vez más desarrolladas -y, por supuesto, con contenidos siempre cambiantes- a cada nivel decisivo del desarrollo revolucionario. Pues toda tarea se hace siempre visible en su posibilidad abstracta antes que las formas concretas de su realización. Y la verdad o falsedad de los planteamientos no resulta realmente discutible más que cuando se alcanza ese segundo estadio, cuando se hace reconocible la totalidad concreta destinada a ser el mundo circundante de su solución y el camino hacia ella. Así fue el tema de la huelga general en las primeras discusiones de la II Internacional una utopía puramente abstracta que no cobró forma concreta sino por obra de la primera revolución rusa, la huelga general belga, etc. Y así también tuvieron que pasar años de aguda lucha revolucionaria antes de que el consejo obrero se liberara del carácter utópico- mitológico de su curalotodo de los problemas de la revolución y se hiciera visible en su realidad para el proletariado no ruso.

(Con lo que no pretendo en modo alguno afirmar que ese proceso de clarificación se haya completado ya; por el contrario, yo lo pondría muy en duda; pero como el consejo obrero no se ha aducido aquí a título de ejemplo, no es necesario discutir la cuestión.)

Las cuestiones de la organización son precisamente las que por más tiempo han permanecido en ese claroscuro utópico. Ello no es casual. Pues el desarrollo de los grandes partidos obreros se consumó por lo general en épocas en las cuales la cuestión de la revolución no podía ser sino un elemento influyente en el programa, pero en modo alguno un problema que determinara directamente todas las acciones de la vida cotidiana. No parecía, pues, necesario formularse con claridad teórica la esencia y el decurso previsible de la revolución, con objeto de obtener luego consecuencias acerca del modo como tiene que obrar en la revolución la parte consciente del proletariado. Ahora bien: el problema de la organización de un partido revolucionario no puede desarrollarse orgánicamente sino a partir de una teoría de la revolución misma. Sólo cuando la revolución se ha convertido en un problema del día aparece en la consciencia de las masas y de sus portavoces teóricos con imperiosa necesidad la cuestión de la organización revolucionaria.

Pero tampoco en ese momento ocurre de una vez, sino sólo paulatinamente. Pues ni siquiera el hecho de la revolución, ni siquiera la necesidad de tomar posición ante él como problema del día, según ocurrió en el momento de la primera revolución rusa y después de ella, pudo entonces imponer una comprensión adecuada. En parte, sin duda, porque el oportunismo ha arraigado ya tan profundamente en los partidos proletarios que imposibilita un adecuado conocimiento teórico de la revolución. Pero incluso en los casos en que no se dio ese motivo, en los casos en que se dispuso de un conocimiento claro de las fuerzas motoras de la revolución, éste no pudo desarrollarse hasta constituirse en teoría de la organización revolucionaria. Como obstáculo en el camino hacia una claridad de principio puede en parte contarse el carácter inconsciente, teóricamente sin elaborar, meramente "natural" de las organizaciones existentes. Pues la revolución rusa ha revelado con toda claridad las limitaciones de las formas de organización europeo-occidentales. El problema de las acciones de masas, de la huelga revolucionaria de masas, muestra la impotencia de aquellas formas organizativas frente a los movimientos espontáneos de las masas, resquebraja la ilusión oportunista de la "preparación organizativa" de esas acciones, prueba que dichas formas de organización se retrasan respecto de las acciones reales de las masas, las inhiben y obstaculizan en vez de promoverlas, por no hablar ya de dirigirlas. Rosa Luxemburg, que ve del modo más claro la significación de las acciones de masas, rebasa ampliamente esa mera crítica. Ella ve muy agudamente la limitación de la idea organizativa por entonces corriente en su falsa relación con la masa: "La sobrestimación y la falsa valoración de la función de la organización en la lucha de clases del proletariado", dice, [4] "se complementa generalmente con la subestimación de la masa proletaria sin organizar y de su madurez política". Así pues, sus conclusiones se orientan, por una parte, a la polémica contra la sobrestimación de la organización y, por otra, a la determinación de la función del partido, que no debe "consistir en la preparación y la dirección técnicas de la huelga de masas, sino, ante todo, en la dirección política de todo el movimiento".[5]

Con esto se daba un gran paso hacia el claro reconocimiento del problema de la organización. Al arrancar este problema del abstracto aislamiento en que estaba (terminado con la "sobrestimación" de la organización) se emprende el camino por el que se le podría atribuir su adecuada función en el proceso revolucionario. Pero para recorrer ese camino habría hecho falta que Rosa Luxemburg planteara, a su vez, organizativamente la cuestión de la dirección política, que descubriera los momentos organizativos que capacitan al partido del proletariado para la dirección política. En otro lugar se estudia detalladamente qué es lo que le impidió dar ese otro paso. Aquí basta con indicar que el paso en cuestión se había dado ya algunos años antes, a saber, en el curso de la pugna por cuestiones de organización en la socialdemocracia rusa. Rosa Luxemburg conoció esa disputa, pero se colocó en ella precisamente al lado de la tendencia atrasada que obstaculizaba el desarrollo (la menchevique). No es en modo alguno casual que los puntos que ocasionaron la escisión de la socialdemocracia rusa fueran la concepción del carácter de la revolución que se aproximaba y de las consiguientes tareas (coalición con la burguesía "progresiva" o lucha al lado de la revolución campesina) y, por otra parte, las cuestiones de organización. Fue catastrófico para el movimiento no ruso el que nadie (ni Rosa Luxemburg) comprendiera entonces la indestructible unidad dialéctica de ambas cuestiones. Pues a causa de esa incomprensión no sólo se dejó de difundir, al menos, propagandísticamente en el proletariado las cuestiones de la organización revolucionaria, para prepararle, en la más modesta de las hipóte sis, a lo que iba a producirse (y poco más era posible hacer por entonces), sino que, por otra parte, las acertadas visiones políticas de Rosa Luxemburg, Pannekoek y otros no pudieron concentrarse suficientemente, ni siquiera en cuanto tendencias políticas; según las palabras de Rosa Luxemburg, quedaron en estado latente, meramente teórico, mientras su relación con el movimiento concreto seguía siendo de carácter utópico. [6] Pues la organización es la forma de mediación entre la teoría y la práctica, y, al igual que en toda relación dialéctica, los miembros no cobran tampoco en este caso concreción y realidad sino por su mediación. Este carácter de la organización, mediadora entre la teoría y la práctica, se manifiesta del modo más claro en el hecho de que para la organización las tendencias discrepantes tienen una sensibilidad mucho mayor, más fina y más segura que para cualquier otro terreno del pensamiento y la acción políticos. Mientras que en la mera teoría pueden convivir pacíficamente las concepciones y las tendencias más dispares y sus contrastes toman simplemente la forma de discusiones que pueden desarrollarse en el marco de una misma organización sin que necesariamente rompan ésta, cuando esas mismas cuestiones se presentan desde el punto de vista organizativo irrumpen como orientaciones crudamente contrapuestas e irreconciliables.

Pero toda tendencia "teorética", toda divergencia de opiniones tiene que mutar de un momento a otro en discrepancia organizativa si no quiere quedar en teoría mera, en opinión abstracta, sino que tiene realmente la intención de mostrar el camino de su realización. Sería, sin embargo, también erróneo creer que la mera acción, el mero actuar sea capaz de arrojar un criterio real y seguro para estimar la corrección de las concepciones en pugna, o ni siquiera para estimar su compatibilidad o incompatibili dad. Toda acción es, en sí y por sí, una madeja de actos singulares de hombres individuales y de grupos concretos, y puede entenderse con la misma falsedad como acontecimiento "necesario", totalmente motivado por causas histórico-sociales, y como consecuencia de "errores" o decisiones "acertadas" de individuos. Aquella confusa madeja no cobra sentido y realidad más que cuando se la capta en su totalidad histórica, en su función en el proceso histórico, en su oficio mediador entre el pasado y el futuro. Mas un planteamiento que conciba el conocimiento de una acción como conocimiento de las lecciones que la acción imparte sobre el futuro, como respuesta a la cuestión "¿qué hacer?", es ya un planteamiento organizativo del problema. Este planteamiento intenta descubrir en la consideración de la situación, en la preparación y la dirección de la acción, los momentos que han llevado necesariamente de la teoría a una acción lo más adecuada a ella. Busca, pues, las determinaciones esenciales que vinculan la teoría con la práctica.

Es obvio que sólo de ese modo es posible una autocrítica realmente fecunda, un descubrimiento realmente fecundo de los "errores" cometidos. La idea de la "necesidad" abstracta del acaecer conduce al fatalismo y tampoco la mera suposición de que los "errores" o las habilidades de individuos hayan provocado el fracaso o el éxito puede ofrecer enseñanzas decisivamente fecundas para la acción futura. Pues desde ese punto de vista tendrá que resultar más o menos "casual" el que precisamente tal o cual persona haya estado presente en el momento oportuno en tal o cual sitio, y haya cometido tal o cual error, etc. La comprobación de un error así no puede conducir más que a la comprobación de que esa persona era inadecuada para aquel lugar; y ése es un resultado correcto, no sin valor, pero sólo secundario para la autocrítica decisiva. Precisamente la exagerada importancia que ese punto de vista da a la función de las personas individuales muestra que no es capaz de objetivar la función de éstas, su posibilidad de determinar tan decisivamente la acción, y que acepta esa función de un modo tan fatalista como aquel con el cual el fatalismo objetivo acepta el entero acaecer. En cambio, si el problema se profundiza hasta más allá de lo meramente singular y casual, reconociendo, por supuesto, en la acción correcta o errónea de las personas singulares una con-causa del entero complejo, pero buscando además el fundamento de la posibilidad objetiva de su acción y del hecho de que esas personas estuvieran en los lugares indicados, etc., la cuestión queda planteada organizativamente. [7] Pues en este caso la unidad que vinculó a los hombres en su acción se estudia ya como unidad objetiva de la acción desde el punto de vista de su adecuación a aquella acción determinada, y así se plantea el problema de si fueron correctos los medios organizativos para la transposición de la teoría en práctica.

Es verdad que el "error" puede estar en la teoría misma, en las metas fijadas y en la estimación de la situación. Pero sólo un planteamiento organizativamente orientado permite criticar realmente la teoría desde el punto de vista de la práctica. Si la teoría se sitúa directamente junto a una acción, sin aclarar el modo como se entiende su efecto sobre ella, o sea, sin aclarar la vinculación organizativa entre ambas, la teoría misma no podrá criticarse más que respecto de sus contradicciones teoréticas inmanentes, etc. Esta función de las cuestiones organizativas permite entender que el oportunismo haya sido siempre muy reacio a obtener de diferencias teóricas consecuencias organizativas. La actitud de los independientes de derecha alemanes y de los partidarios de Serrati respecto de las condiciones de admisión del II Congreso, sus intentos de desplazar las diferencias objetivas ante ellos y la Internacional Comunista del terreno de la organización al terreno de lo "puramente político", partió de su acertado instinto oportunista, el cual les indicaba que en este último terreno las diferencias podían paralizarse durante mucho tiempo en un estado latente, prácticamente sin manifestación, mientras que el planteamiento organizativo del II Congreso tenía por fuerza que conseguir una decisión inmediata y clara. Pero esa actitud no es ninguna novedad. La historia entera de la II Internacional abunda en intentos así de reunir las concepciones más diversas, objetivamente discrepantes, irreconciliables, en la teórica "unidad" de una resolución, de tal modo que el texto las tenga en cuenta a todas. Lo cual tiene como consecuencia necesaria el que esas resoluciones sean incapaces de dar orientación alguna a la acción concreta, pues en este punto tienen siempre que ser ambiguas y permitir las interpretaciones más diversas. De este modo la II Internacional -precisamente porque en sus resoluciones ignoraba cuidadosamente todas las consecuencias organizati vas- pudo permitirse teoréticamente mucho sin comprometerse ni obligarse prácticamente a nada determinado. Así, pudo, por ejemplo, votar la tan radical resolución de Stuttgart acerca de la guerra, porque no contenía ninguna obligación organizativa de realizar acciones concretas y determinadas, ninguna orientación acerca de cómo actuar, ninguna garantía organizativa de la efectiva realización de la resolución. La minoría oportunista no sacó ninguna consecuencia organizativa de su derrota porque se dio cuenta de que la resolución misma no iba a tener consecuencia organizativa alguna. Por eso tras la descomposición de la Internacional todas las tendencias pudieron apelar a ella. El punto débil de todas las tendencias radicales no rusas de la Internacional consistió, pues, en no poder o no querer concretar organizativamente sus actitudes revolucionarias, discrepantes del oportunismo de los revisionistas declarados y del centro. Con ello posibilitaron a sus contrincantes, y particularmente al centro, disimular sus desviaciones ante el proletariado revolucionario; su oposición no impidió en absoluto al centro presentarse a los sectores revolucionarios del proletariado como guardián del verdadero marxismo. No puede ser tarea de estas líneas el dar una explicación teórica e histórica del dominio del centro en la preguerra. Bastará con indicar de nuevo que la inactualidad de la revolución y de la toma de posición ante sus problemas en el movimiento cotidiano de la época posibilitó la actitud del centro, que era una polémica simultánea contra el revisionismo declarado y contra la exigencia de una acción revolucionaria, una defensa teórica frente al primero, pero sin intentar seriamente eliminarle de la práctica del partido, y una afirmación teórica de la última tendencia, pero negándole actualidad por entonces. En esa polémica era posible, como hicieron, por ejemplo, Kautsky y Hilferding, admitir el carácter revolucionario general de la época, la actualidad histórica de la revolución, sin verse obligados a aplicar ese reconocimiento a las decisiones del día. Por eso el proletariado entendió aquellas diferencias como meros matices de opinión dentro de movimientos obreros en sustancia revolucionarios, y con eso se hizo imposible una distinción clara entre las tendencias. Pero esa oscuridad repercutió también en las concepciones de la izquierda. Como las concepciones imperantes imposibilitaban el contacto con la acción, tampoco la izquierda pudo desarrollarse, concretarse mediante la autocrítica productiva que es el paso a la acción. Por eso la izquierda, pese a lo mucho que objetivamente se acercó a la verdad, siguió teniendo un carácter abstracto y utópico. Piénsese, por ejemplo, en la polémica de Pannekoek con Kautsky acerca de las acciones de masas. Pero tampoco Rosa Luxemburg fue capaz -y por la misma razón- de desarrollar, como dirigente política del movimiento, sus acertadas ideas acerca de la organización del proletariado revolucionario. Su correcta polémica contra las formas de organización mecánicas del movimiento obrero -por ejemplo, en la cuestión de las relaciones entre el partido y el sindicato, entre las masas organizadas y las sin organizar- condujo, por una parte, a una sobrestimación de los movimientos espontáneos de las masas, y, por otra parte, impidió que su concepción de la dirección política se desprendiera completamente de su regusto meramente teórico o propagandístico.

 

2

Ya en otro lugar[8] hemos mostrado que eso no es un mero "error" de una pensadora tan importante e innovadora. El elemento de esas reflexiones que es esencial para el presente contexto puede describirse del mejor modo diciendo que es la ilusión de una revolución "orgánica" y puramente proletaria. En la lucha contra la doctrina evolucionista "orgánica" de los oportunistas -según la cual el proletariado, por su lento crecimiento, conquistará paulatinamente la mayoría de la población y podrá así alcanzar el poder por medios legales[9] ha surgido una teoría también "organicista" de las luchas de masas espontáneas. Y pese a todas las prudentes reservas de sus mejores representantes, esa teoría desembocaba en última instancia en la tesis de que la constante agudización de la situación económica, la inevitable guerra mundial imperialista, y el subsiguiente período de luchas revolucionarias de masas iban a producir con necesidad histórico-social acciones espontáneas de masa del proletariado, en el curso de las cuales se impondría en la dirección política la claridad acerca de las metas y los caminos de la revolución. Esta teoría, empero, tomaba obviamente como tácito presupuesto el carácter puramente proletario de la revolución. Es verdad que la concepción de la extensión del concepto "proletariado" es en el pensamiento de Rosa Luxemburg completamente distinta de la de los oportunistas. Pues Rosa Luxemburg muestra penetrantemente que la situación revolucionaria moviliza grandes masas del proletariado hasta entonces desorganizadas e inaccesibles al trabajo organizativo (braceros, etc.), las cuales manifiestan en sus acciones un grado de consciencia de clase infinitamente superior al del partido y los sindicatos que se permiten tratarlas despectivamente como sectores políticamente inmaduros y "sin desarrollar". Pero, a pesar de eso, su concepción se basa en la idea del carácter puramente proletario de la revolución. El proletariado aparece unitariamente en el plano de la batalla y, además, las masas cuyas acciones se estudian son masas puramente proletarias. Y así tiene que ser según esa concepción. Pues sólo en la consciencia de clase del proletariado puede la actitud correcta respecto de la acción revolucionaria basarse y arraigarse, por instinto, tan profundamente que basta una toma de consciencia, una dirección clara, para conducir la acción misma por el camino acertado. Si otras capas intervienen decisivamente en la revolución, aunque su movimiento pueda promoverla en ciertas condiciones, también puede, con la misma facilidad, tomar una orientación contrarrevolucionaria, porque la situación de clase de esas capas (pequeños-burgueses, naciones oprimidas, etc.) no tiene en modo alguno prefigurada una orientación necesaria de sus acciones en el sentido de la revolución proletaria, ni puede tenerla. Un partido revolucionario así concebido tiene que fracasar necesariamente en su acción respecto de esas capas, en la promoción de sus movimientos en beneficio de la revolución proletaria, en la tarea de impedir que la acción de éstas favorezca la contrarrevolución.

Pero también tiene que fracasar respecto del proletariado mismo.

Pues así organizado, el partido corresponde a una idea de la situación de la consciencia proletaria de clase dada la cual se trata sólo de hacer consciente lo inconsciente y actual lo latente, etcétera. O, por mejor decir: para esa concepción, el proceso de toma de consciencia no significa una tremenda crisis ideológica interna del proletariado mismo. No se trata ahora de refutar el miedo oportunista a la "inmadurez" del proletariado para tomar y conservar el poder. Rosa Luxemburg ha refutado ya concluyentemente esa objeción en su polémica con Bernstein. Se trata de que la consciencia de clase del proletariado no se desarrolla en paralelismo con la crisis económica objetiva, rectilíneamente y del mismo modo en todo el proletariado a la vez, sino que grandes sectores del proletariado se quedan intelectualmente bajo la influencia de la burguesía y ni siquiera el desarrollo más brutal de la crisis económica los desprende de esa situación, de modo que el comportamiento del proletariado, su reacción a la crisis, queda muy por detrás de ésta en cuanto a violencia e intensidad. [10] Esta situación, base de la posibilidad del menchevismo, tiene también fundamentos económicos objetivos. Marx y Engels[11] han observado muy tempranamente este desarrollo, el aburguesamiento de las capas obreras que han conseguido, gracias a los básica, o sea, cuando se afirman la inevitabilidad de la crisis y su necesaria irresolubilidad para el capitalismo. Tampoco en este caso puede percibirse como problema el que aquí estamos considerando; la única diferencia es que el dictamen de "imposible" se modifica en el de "todavía no". Ahora bien: Lenin ha mostrado con toda razón que no hay situación alguna que en sí y por sí carezca de salida. Cualquiera que sea la situación en que se encuentre el capitalismo descubrirá siempre posibilidades de solución "puramente económicas"; la cuestión es, simplemente, si esas soluciones podrán realizarse, imponerse, cuando pasen del mundo teórico puro de la economía a la realidad de las luchas de clases. Así pues, vistas las cosas en esa pureza abstracta, siempre son imaginables salidas o soluciones para el capitalismo.

Pero el que sean realizables depende del proletariado. Es el proletariado, la acción del proletariado, lo que ha de cerrar al capitalismo la escapatoria desde la crisis. Por supuesto que el hecho de que el proletariado tenga en tal momento la fuerza necesaria para conseguirlo es consecuencia del desarrollo de la economía por "leyes naturales". Pero esas "leyes naturales" no determinan más que la crisis misma, dándole una dimensión y un alcance que imposibilitan el ulterior desarrollo "tranquilo" del capitalismo.

Pero la acción no obstaculizada de esas leyes (en el sentido del capitalismo) no llevaría a la desaparición simple del capitalismo, a la transición al socialismo, sino que, pasando por un largo periodo de crisis, guerras civiles y guerras mundiales imperialistas a niveles cada vez más generales, conduciría "a la catástrofe simultánea de las clases en lucha", a una nueva barbarie.

Por otra parte, aquellas fuerzas y su despliegue según "leyes naturales" han producido un proletariado cuya fuerza física y económica da al capitalismo pocas posibilidades de conseguir, según el esquema de crisis anteriores, una solución puramente económica, una solución en la cual el proletariado figure sólo como objeto de la evolución económica. Esa fuerza del proletariado es consecuencia de "leyes" económicas objetivas. Pero la cuestión de cómo esa fuerza posible ha de convertirse en reali dad, de cómo el proletariado -hoy, efectivamente, objeto mero del proceso económico y sólo potencialmente, latentemente, sujeto codeterminante del mismo- puede aparecer como sujeto en la realidad, no es ya un asunto determinado automática y fatalmente por dichas "leyes". Mejor dicho: la determinación automática y fatal por ellas no afecta ya al núcleo de la fuerza real del proletariado. En la medida en que las reacciones del proletariado a la crisis ocurren en plena concordancia con las "leyes" capitalistas de la economía, en la medida en que se manifiestan a lo sumo como acciones espontáneas de masas, esas reacciones evidencian en el fondo una estructura muy análoga a la de los movimientos del período pre-revolucionario. Estallan espontáneamente (y la espontaneidad de un movimiento no es sino la expresión subjetiva, de psicología de las masas, de su determinación total por las leyes económicas) como defensa, casi sin excepciones, contra un ataque económico -pocas veces político- de la burguesía, contra su intento de encontrar una solución "puramente económica" de la crisis. Pero así mismo mueren espontáneamente, se apagan por sí mismas en cuanto que sus objetivos inmediatos parecen conseguidos o inalcanzables. Con lo que parecen preservar su decurso según "leyes naturales" de la economía capitalista. Pero ésa apariencia se debilita cuando se considera esos movimientos no abstractamente, sino en su real mundo circundante, en la totalidad histórica de la crisis mundial. Ese entorno o mundo circundan te es el conjunto de los efectos de la crisis en todas las clases, no sólo en la burguesía y el proletariado. Pues hay una diferencia cualitativa y de principio muy importante entre que, dada una situación en la cual el proceso económico suscite en el proletariado un movimiento espontáneo de masas, la situación de la sociedad entera sea a grandes rasgos estable, o que se produzca en ella una profunda reagrupación de todas las fuerzas sociales, un resquebrajamiento de los fundamentos del poder de la sociedad dominante. Por eso tiene tanta significación el reconocimiento de la importante función de las capas no proletarias en la revolución, el reconocimiento del carácter no puramente proletario de ésta. Ningún dominio minoritario puede mantenerse más que si le es posible situar ideológicamente en su estela las capas que no son directa ni inmediatamente revolucionarias, consiguiendo de ellas el apoyo a su poder o, por lo menos, una neutralidad en su lucha por el poder. (Es obvio que a eso se añade el esfuerzo por neutralizar partes de la clase revolucionaria, etc.) Esto se refiere por encima de todo otro caso a la burguesía. En efecto, la burguesía tiene el poder en las manos de un modo mucho menos inmediato que las clases dominantes anteriores (por ejemplo, que los ciudadanos en las ciudades-Estado griegas, o que la nobleza en la época de florecimiento del feudalismo). La burguesía tiene que contar mucho más con pactos y compromisos con las clases que dominaron antes que ella y que aún compiten con ella, para poder utilizar según sus fines propios el aparato del poder dominado por aquellas otras fuerzas; y, por otra parte, se ve obligada a dejar el ejercicio efectivo de la violencia (ejército, baja burocracia, etc.) en manos de pequeños burgueses, campesinos, miembros de naciones oprimidas, etc. Si, a consecuencia de la crisis, se desplaza la situación económica de esas capas y su adhesión ingenua e irreflexiva al sistema social dominado por la burguesía queda, en consecuencia de ello, debilitada, entonces el entero aparato de poder de la burguesía puede disgregarse de un solo golpe, por así decirlo, y el proletariado puede encontrarse como vencedor, como única fuerza organizada, sin haber librado ni siquiera una sola batalla seria, y sin que, por lo tanto, el proletariado haya realmente vencido en una tal pugna.

Los movimientos de esas capas intermedias son realmente espontáneos y exclusivamente espontáneos. Son realmente meros frutos de fuerzas naturales sociales que se ejercen ciegamente y según "leyes naturales"; y como tales son ellos mismos socialmente ciegos. Como esas capas no tienen una consciencia de clase referible ni referida a la transformación de la sociedad entera; [12] como siempre representan, por consiguiente, intereses de clase estrictamente particulares, que ni siquiera en la apariencia pueden ser intereses objetivos de la sociedad entera; como su vinculación objetiva con el todo es puramente causal, o sea, causada sólo por los desplazamientos del todo, sin poder orientarse a la transformación del todo; y como, por último, su orientación al todo y la forma ideológica que ella tome, pese a poderse entender genéticamente de un modo necesario-causal, tiene un carácter casual, resulta que los efectos de esos movimientos están determinados por motivos externos a ellos. La dirección que tomen definitivamente -el que contribuyan a una ulterior descomposición de la sociedad burguesa, o sean luego utilizados por la burguesía, o se suman en la pasividad una vez vista la esterilidad de su arranque, etcétera- no depende intrínsecamente de la naturaleza interna de esos movimientos, sino que depende sobre todo del comportamiento de las clases capaces de consciencia autónoma, a saber, la burguesía y el proletariado. Pero cualquiera que sea su posterior destino, ya el mero estallido de esos movimientos puede acarrear fácilmente la paralización de todo el aparato que sostiene y pone en marcha la sociedad burguesa. Así puede imposibilitar, temporalmente al menos, toda acción de la burguesía.

La historia de todas las revoluciones a partir de la gran Revolución francesa muestra cada vez más acusadamente esa estructura. La monarquía absoluta, y luego las monarquías militares semi- absolutas y semifeudales en que se apoya el poder económico de la burguesía en la Europa central y oriental, suelen perder "de repente" todo sostén social en cuanto que estalla la revolución.

En ese momento el poder social se encuentra, por así decirlo, tirado sin dueño en la calle. La posibilidad de la restauración se debe siempre a que no hay ninguna capa revolucionaria que sepa hacer algo con ese poder sin dueño. Las luchas del absolutismo naciente con el feudalismo muestran una estructura completamente distinta. Como entonces las clases en lucha eran mucho más directamente las portadoras de sus propias organizaciones de la violencia, la lucha de clases fue mucho más directamente lucha entre dos violencias. Piénsese en los orígenes del absolutismo en Francia, por ejemplo, en las luchas de la Fronda. Hasta la ruina del absolutismo inglés discurre análogamente, mientras que ya el hundimiento del protectorado, y aún más del absolutismo, superiormente aburguesado, de Luis XVI se parecen a las revoluciones modernas. La violencia inmediata procede de "afuera", es obra del Estado absoluto todavía no desaparecido o de los territorios que siguen siendo feudales (Vendée). Y, por su parte, los complejos de poder puramente "democráticos" van llegando en el curso de la revolución y con suma facilidad a una situación análoga: mientras que en el momento de la catástrofe del antiguo régimen nacieron en cierta medida espontáneamente y se hicieron con todo el poder, se encuentran de repente -a consecuencia del movimiento regresivo de las ambiguas capas sociales que los sostienendesprovistos de todo poder (Kerensky, Károlyi). Hoy no puede preverse con claridad cómo procederá ese desarrollo en los países occidentales, más progresados desde el punto de vista burgués y democrático. De todos modos, Italia se ha encontrado desde el final de la guerra hasta 1920 aproximadamente en una situación muy parecida, y la organización del poder que se ha creado desde entonces (el fascismo) constituye un aparato de violencia que tiene una relativa independencia respecto de la burguesía. No tenemos todavía ninguna experiencia del efecto de los fenómenos de disolución en países capitalistas muy desarrollados con grandes imperios coloniales; en particular, no tenemos ninguna acerca de los efectos que tendrían en la actitud de la pequeña burguesía, de la aristocracia obrera (y, por lo tanto, del ejército, etc.) las rebeliones anticoloniales que en estos países pueden desempeñar parcialmente la función clásica de las rebeliones campesinas nacionales.

Así se produce para el proletariado un entorno social que asigna a los movimientos de masas espontáneos una función completamente distinta de la que habrían tenido en un orden estable capitalista, y ello aun en el caso de que esos movimientos, considerados en sí mismos, conserven su vieja naturaleza esencial. Pero aquí aparecen transformaciones cuantitativas muy importantes en la situación de las clases en lucha. En primer lugar, ha progresado aún más la concentración del capital, con lo cual se ha concentrado también intensamente el proletariado, aunque no haya sido capaz de seguir totalmente el desarrollo ni organizativamente ni desde el punto de vista de la consciencia de clase. En segundo lugar, la situación de crisis impide cada vez más al capitalismo evitar con pequeñas concesiones la presión del proletariado. Su salvación de la crisis, su solución "económica" de la crisis, no puede conseguirse más que por una exacerbada explotación del proletariado. Por eso las tesis tácticas del III Congreso subrayan muy acertadamente que "toda gran huelga tiende a convertirse en una guerra civil y en una lucha inmediata por el poder".

Pero sólo tiende. Y la crisis ideológica del proletariado consiste precisamente en que esa tendencia no haya llegado a realidad a pesar de que en varios casos estaban dados los presupuestos económicos y sociales de su realización. Esta crisis ideológica se manifiesta, por una parte, en el hecho de que la situación de la sociedad burguesa, sumamente precaria objetivamente, sigue reflejándose en las cabezas de los proletarios como si tuviera su vieja solidez; en el hecho de que el proletariado sigue intensamente preso en las formas intelectuales y emocionales del capitalismo. Por otra parte, ese aburguesamiento del proletariado cobra una forma organizativamente propia en los partidos obreros mencheviques y en las direcciones sindicales dominadas por ellos. Estas organizaciones tienden conscientemente a mantener la mera espontaneidad de los movimientos del proletariado (su dependencia respecto de la ocasión inmediata, su fragmentación en oficios, países, etc.) al nivel de la mera espontaneidad, y a impedir su mutación en el sentido de la orientación al todo, tanto por lo que hace a la unificación territorial, profesional, etc., cuanto en lo que respecta a la unificación del movimiento económico con el político. En este proceso los sindicatos tienen más bien la función de atomizar, despolitizar el movimiento, ocultar su relación con todo, mientras que los partidos mencheviques cumplen la de fijar ideológica y organizativamente la cosificación en la consciencia del proletariado, atándole al nivel de ese aburguesamiento relativo. Pero unos y otros pueden cumplir su función porque la descrita crisis ideológica existe realmente en el proletariado, porque es imposible, incluso teoréticamente, para el proletariado un desarrollo ideológico gradual hasta la dictadura y el socialismo, y porque, consiguientemente, la crisis, al mismo tiempo que el resquebrajamiento económico del capitalismo, significa también una transformación ideológica del proletariado que se ha formado en el capitalismo, bajo la influencia de las formas de vida de la sociedad burguesa. Se trata de una transformación ideológica que nace, sin duda, a consecuencia de la crisis económica y de la posibilidad, en ella fundada objetivamente, de tomar el poder, pero que en su decurso no sigue en modo alguno una orientación paralela, por automatismo de "leyes naturales", a la crisis objetiva misma, sino que sólo puede resolverse por la acción autónoma del proletariado mismo.

"Es ridículo creer", dice Lenin [13] de un modo sólo formalmente caricaturesco y exagerado, pero no en lo esencial, "que en un determinado lugar aparecerá un ejército en línea y dirá: "¡Estamos por el socialismo!', y que en otro lugar surgirá otro ejército declarando: "¡Estamos por el imperialismo!", y que entonces habrá una revolución social." Los frentes de la revolución y la contrarrevolución surgen más bien en forma cambiante y sumamente caótica. Fuerzas que hoy actúan en el sentido de la revolución pueden actuar muy fácilmente mañana en el sentido contrario. Y -cosa de particular importancia- esos cambios de orientación no se siguen simple y mecánicamente de la situación de clase, ni menos de la ideología de las capas en cuestión, sino que están siempre decisivamente influidos por las cambiantes relaciones con la totalidad de la situación histórica de las fuerzas sociales. De modo que no es en absoluto paradójico afirmar, por ejemplo, que Kemal Pachá (dadas ciertas circunstancias) representa una agrupación de fuerzas revolucionaria, mientras que un gran "partido obrero" representa otra contrarrevolucionaria. Pero entre esos momentos decisivos hay que contar como uno de primer orden el conocimiento correcto que tenga el proletariado de su propia situación histórica. El decurso de la revolución rusa en el año 1917 lo muestra de un modo clásico: las tesis de la paz, del derecho de autodeterminación, de la solución radical de la cuestión agraria han hecho de capas en sí vacilantes un ejército útil para la revolución (en aquel momento) y han desorganizado todo aparato de poder de la contrarrevolución, haciéndola incapaz de actuar. Tiene poco sentido objetar a esto que la revolución agraria y el movimiento de las masas por la paz se habrían producido también sin partido comunista e incluso contra él. Pues, en primer lugar, esa objeción es absolutamente indemostrable; la derrota del movimiento campesino que estalló, también espontáneamente, en Hungría, en octubre de 1918, da testimonio precisamente en contra de esa objeción: teniéndolo en cuenta, puede perfectamente pensarse que también en Rusia habría sido posible aplastar o agotar la revolución campesina mediante la "unidad" (contrarrevolucionaria) de todos los "partidos obreros" "importantes". En segundo lugar, ese "mismo" movimiento campesino habría tenido un carácter totalmente contrarrevolucionario si hubiera tenido que imponerse contra el proletariado urbano. Ya este solo ejemplo muestra que no es posible estimar según leyes mecánicas y fatales la agrupación de las fuerzas sociales en las situaciones de crisis aguda de la revolución social. Y muestra lo decisivamente que pesan la estimación y la decisión acertadas del proletariado, lo mucho que la decisión de la crisis depende del proletariado mismo. A propósito de lo cual hay que observar todavía que la situación rusa era relativamente simple en comparación con la de los países occidentales; que los movimientos de masas presentaban allí todavía un carácter más acusado de espontaneidad; que la influencia organizativa de las fuerzas revolucionarias no tenía mucha raíz, etc. De modo que problablemente no será exagerado afirmar que las observaciones aquí asentadas valen aún más para los países occidentales. Sobre todo porque la situación subdesarrollada de Rusia, la falta de una larga tradición legal del movimiento obrero -por no hablar aún de la existencia de un partido comunista ya constituido- dieron al proletariado ruso la posibilidad de superar rápidamente la crisis ideológica. [14] Así pues, el desarrollo de las fuerzas económicas del capitalismo pone en las manos del proletariado la decisión acerca del destino de la sociedad. Engels[15] llama a la transición que la humanidad realiza después de esta transformación "salto del reino de la necesidad al reino de la libertad". Pero es obvio para el materialismo dialéctico que ese salto -pese, o precisamente a causa de ser un salto- representa un proceso. El mismo Engels, y precisamente en el paso citado, dice que las transformaciones en ese sentido ocurrirán "de modo continuo creciente". Lo que hay que preguntar es: ¿dónde se sitúa el punto inicial del proceso? Lo más obvio sería, sin duda, atenerse al texto literal de Engels y situar el reino de la libertad como el estadio propio de la época posterior a la realización completa de la revolución social, con lo cual se negaría toda actualidad a este asunto. Pero hay que preguntarse si esa respuesta, sin duda fiel al texto literal de Engels, agota la cuestión. Hay que preguntarse si es siquiera pensable - por no decir ya realizable socialmente- un estadio que no haya sido preparado por un largo proceso que actúe hacia él, un proceso que haya contenido -aunque en una forma inadecuada, necesitada de mutaciones dialécticas- los elementos de aquel estadio y los haya desarrollado. O sea, si una separación tajante, sin transiciones dialécticas, entre el "reino de la libertad" y el proceso destinado a darle vida no muestra una estructura de la consciencia tan utópica como la separación antes estudiada entre la meta final y el movimiento. Pero si se considera el "reino de la libertad" en conexión con el proceso que conduce a él, queda fuera de toda duda que ya la primera aparición histórica del proletariado se orientaba hacia aquel estadio, aunque de modo inconsciente desde todos los puntos de vista. El objetivo final del movimiento proletario, en cuanto principio, en cuanto punto de vista de la unidad, no puede separarse totalmente, ni siquiera en teoría, de ningún momento del proceso, por más que su influencia en las diversas etapas del estadio inicial haya tenido que ser escasa. Pero no puede olvidarse que el período de las luchas decisivas se diferencia de los anteriores no sólo por la dimensión y la intensidad de las luchas mismas: esas intensificaciones cuantitativas no son más que síntomas de las diferencias cualitativas, mucho más profundas, que hay entre estas luchas y las anteriores. Mientras que en niveles anteriores, según las palabras del Manifiesto comunis ta, hasta "la solidaridad masiva de los trabajadores era aún no consecuencia de su propia unión, sino consecuencia de la unión de la burguesía", la autonomía o sustantividad del proletariado, "su organización en clase", va reproduciéndose a niveles cada vez más altos hasta que llega el momento, el período de la crisis definitiva del capitalismo, la época en la cual la decisión está cada vez más íntegramente en las manos del proletariado.

Esa situación no significa en modo alguno que hayan dejado de funcionar las "leyes" económicas objetivas. Al contrario. Esas leyes seguirán vigentes mucho tiempo después de la victoria del proletariado, y no se agotarán sino con el nacimiento de la sociedad sin clases, totalmente sometida al control humano; igual que el Estado. La novedad de la situación actual consiste sólo -sólo- en que las ciegas fuerzas del desarrollo económico capitalista llevan la sociedad al abismo, en que la burguesía no puede ya salvar a la sociedad, tras cortas oscilaciones, para hacerle pasar el "punto muerto" de sus leyes económicas, y en que el proletariado, por el contrario, tiene la posibilidad de utilizar conscientemente las tendencias existentes del desarrollo para dar al desarrollo mismo otra dirección. Esta otra dirección es la regulación consciente de las fuerzas productivas de la sociedad. Y al querer esto conscientemente se quiere el "reino de la libertad", se da el primer paso consciente hacia su realización.

Ese paso, desde luego, se sigue "necesariamente" de la situación de clase del proletariado. Pero esta misma necesidad tiene carácter de salto [16]. La relación práctica con el todo, la unidad real de la teoría y la práctica que, por así decirlo, era en las anteriores acciones del proletariado inconscientemente intrínseca, aparece en ella clara y conscientemente. También en estadios anteriores del desarrollo la acción del proletariado se encontró frecuentemente llevada a una altura de la que su conexión y continuidad con el desarrollo anterior no pudo hacerse consciente más que a posteriori, para entenderla como producto necesario del desarrollo. (Piénsese en la forma estatal de la Comuna de 1871.) Pero ahora el proletariado tiene que dar conscientemente el paso. No puede asombrar que todos los que están presos en las formas intelectuales del capitalismo retrocedan asustados ante él, se aferren con toda la energía de su pensamiento a la necesidad como "ley de retorno" de los fenómenos, como ley natural, y que rechacen como imposibilidad la producción de algo radicalmente nuevo de lo cual no podemos tener "experiencia" alguna. Esta situación ha sido formulada con los más claros acentos por Trotski en su polémica con Kautsky, aunque ya se había rozado en las discusiones acerca de la guerra: "Pues el prejuicio básico bolchevique dice precisamente que sólo se puede aprender a cabalgar cuando uno está ya firmemente sentado en un caballo." [17] Pero Kautsky y sus pares no tienen importancia más que como síntomas de la situación, como expresión teorética de la crisis ideológica de la clase obrera, del momento del desarrollo de ésta en el cual ella misma retrocede asustada "de nuevo ante la indeterminada e imponente novedad de sus propios fines", de la tarea que a pesar de todo tiene que asumir por fuerza en esa forma consciente y sólo en ella, si no quiere perecer vergonzosa y dolorosamente junto con la burguesía en esta crisis del capitalismo en ruinas.

 

3

Mientras que los partidos son la expresión organizada de esa crisis ideológica del proletariado, el partido comunista es, por su parte, la forma organizativa de la preparación consciente del salto y, por lo tanto, el primer paso consciente hacia el reino de la libertad. Pero del mismo modo que antes, a propósito del concepto general de reino de la libertad, se mostró y aclaró que su aproximación no tiene por qué ser una cesación repentina de las necesidades objetivas del proceso económico, así también hay que examinar ahora más atentamente la indicada relación del partido comunista con el futuro reino de la libertad. Y ante todo hay que indicar que libertad no significa en este punto libertad del individuo. No se trata de que la sociedad comunista desarrollada no vaya a conocer la libertad del individuo. Al contrario. Ella será la primera sociedad de la historia humana que se tome realmente en serio y realice de hecho la libertad del indivi duo. Pero esta libertad no será en modo alguno la que piensan hoy los ideólogos de la clase burguesa. Para conquistar los presupuestos sociales de la libertad real hay que librar batallas en las cuales perecerá no sólo la sociedad actual, sino también el tipo de hombre producido por ella. "El actual linaje humano", escribe Marx, [18] "se parece a los judíos que Moisés condujo por el desierto. No sólo tiene que conquistar un mundo nuevo, sino que, además, tiene que sucumbir él mismo para dejar sitio a los hombres dignos de un mundo nuevo". Pues la "libertad" del hombre actual es la libertad del individuo aislado por la propiedad cosificada y cosificadora, una libertad frente a los demás individuos (no menos aislados), una libertad del egoísmo y de la autocerrazón; una libertad en cuyo contexto la solidaridad y la unión no pueden tenerse en cuenta, sino, a lo sumo, como "ideas reguladoras" sin eficacia[19]. La pretensión de proclamar hoy directamente esa libertad equivale a la renuncia a realizar de hecho la libertad real. Gozar, sin preocuparse por los demás hombres, de esa "libertad" que la situación social o el íntimo carácter pueden hoy ofrecer a individuos aislados significa, pues, eternizar la estructura esclava de la sociedad actual en la medida en que ello depende del individuo o de los individuos en cuestión.

vLa voluntad consciente de promover el reino de la libertad tiene que ser, por lo tanto, realización consciente de los pasos que acercan de hecho a él. Y, comprendiendo que en la actual sociedad burguesa la libertad individual no puede ser más que un privilegio corrompido y corruptor, porque insolidariamente basado en la esclavitud de otros, eso significa precisamente la necesidad de renunciar a la propia libertad individual. Significa la auto- subordinación consciente a la voluntad colectiva que está destinada a dar vida real a la libertad real y que hoy comienza a dar seriamente los primeros pasos, inseguros y por vía de intento, hacia ella. Esa voluntad colectiva consciente es el partido comunista. Y, como todo momento de un proceso dialéctico, también esa voluntad contiene -aunque sea, por supuesto, sólo en germen, en una forma primitiva, abstracta y sin desplegar- las determinaciones propias de la meta que está destinada a alcanzar: la libertad en su unidad con la solidaridad. La unidad de estos dos momentos es la disciplina. Primero, porque sólo gracias a una disciplina es capaz el partido de convertirse en una activa voluntad colectiva, mientras que toda introducción del concepto burgués de libertad impediría la formación de esa voluntad colectiva y trasformaría el partido en un agregado de individuos laxo e incapaz de acción. Y, además, porque la disciplina significa precisamente, incluso para el individuo, el primer paso hacia la libertad hoy posible -la cual es aún muy primitiva, como corresponde al estadio del desarrollo social-, y ese paso se encuentra en el sentido de la superación del presente.

Todo partido comunista es por su esencia un tipo de organización superior al de cualquier partido burgués y al de cualquier partido obrero oportunista. Esto se aprecia ya en las superiores exigencias puestas a sus miembros individuales. El rasgo se puso de manifiesto en la primera escisión de la socialdemocracia rusa.

Mientras que los mencheviques (como todo partido esencialmente burgués) consideraron que la simple aceptación del programa era suficiente para ser miembro del partido, para los bolcheviques la pertenencia al partido significaba participación personal activa en el trabajo revolucionario. Este principio de la estructura del partido se ha mantenido sin alterar en el curso de la revolución. Las tesis organizativas del III Congreso afirman, por ejemplo: "La aceptación de un programa comunista no es más que la manifestación de la voluntad de llegar a ser comunista... la primera condición de la realización seria del programa consiste en llevar a todos los miembros a una colaboración constante y cotidiana."

En muchos casos este principio no ha pasado hasta hoy de ser principio mero. Pero eso no afecta en nada a su básica importancia. Pues del mismo modo que el reino de la libertad no nos va a ser regalado de golpe como gratia irresistibilis, y del mismo modo que el "objetivo final" no se encuentra fuera del proceso, esperándonos en algún enigmático lugar, sino que está dentro de cada momento del proceso y en forma procesual, así también el partido comunista mismo, en cuanto forma de la consciencia revolucionaria del proletariado, es siempre algo procesual. Rosa Luxemburg ha percibido muy acertadamente que "la organización tiene que nacer como producto de la lucha". Sin duda ha sobrestimado el carácter orgánico de ese proceso, y subestimado la importancia del elemento consciente y conscientemente organizador. Pero la indicación de este error no debe tampoco llevar a la exageración que sería el no ver el elemento procesual de las formas organizativas. Pues pese al hecho de que para los partidos no rusos los principios de la organización estaban desde el primer momento disponibles para la asimilación consciente (dado que era posible aprovechar la experiencia rusa), es imposible eliminar o saltarse el elemento procesual de su génesis y su desarrollo mediante simples medidas organizativas. Por supuesto, el acierto de las medidas organizativas puede acelerar extraordinariamente el proceso, prestar grandes servicios a la clarificación de la consciencia correspondiente; por eso mismo es condición imprescindible del nacimiento de la organización. Pero, en última instancia, la organización comunista no puede conseguirse más que en la lucha, ni puede realizarse más que consiguiendo que todo miembro del partido adquiera por su propia experiencia consciencia de la adecuación y de la necesidad de esa forma de unión.

Aquí tenemos, pues, la interacción de la espontaneidad con la regulación consciente. En sí mismo, el hecho no es nada nuevo en el desarrollo de las formas de organización. Por el contrario, es el modo típico de nacimiento de las formas nuevas de organización.

Engels [20] describe, por ejemplo, el modo como se han impuesto espontáneamente, para fijarse organizativamente sólo después, ciertas formas de acción militar a consecuencia de los instintos inmediatos de los soldados, sin preparación teórica, y hasta en contra de la actitud teorética entonces dominante, o sea, incluso en contra de las formas de organización militar vigentes. El elemento de novedad que hay en el proceso de formación de los partidos comunistas estriba simplemente en la alterada relación entre acción espontánea y acción consciente, previsión teórica, que equivale a una progresiva eliminación, por constante lucha, de la estructura puramente post festum de la consciencia burguesa, cosificada y sólo "contemplativa". La nueva relación se basa en que, dado el presente nivel del desarrollo social, existe para la consciencia de clase del proletariado la posibilidad objetiva de un conocimiento no ya sólo post festum de su propia situación de clase y de la acción adecuada que le corresponde. (Aunque para cada obrero individual, a consecuencia de la cosificación de su consciencia, el camino que lleva a la consecución de esa consciencia de clase objetivamente posible, a la actitud íntima en la cual puede elaborar para sí mismo esa consciencia de clase, tiene que pasar por fuerza por la clarificación posterior de sus experiencias inmediatas; o sea, que la consciencia psicológica conserva para cada individuo su carácter post festum.) La contradicción entre consciencia individual y consciencia de clase en cada proletario no es en absoluto casual. Pues la superioridad organizativa del partido comunista respecto de todas las demás organizaciones políticas se manifiesta precisamente en que en él -y por primera vez en la historia- el carácter práctico-activo de la consciencia de clase aparece como principio que influye directamente en las acciones de cada individuo, pero, al mismo tiempo, también como factor que codetermina conscientemente el desarrollo histórico.

Esa significación dúplice de la actividad, su referencia simultánea al portador individual de la consciencia de clase proletaria y al curso de la historia -o sea, la mediación concreta entre hombres e historiaes decisiva para el tipo o forma de organización que así nace. Para las organizaciones políticas de tipo antiguo -ya se trate de partidos burgueses, ya de partidos obreros oportunistas-, el individuo no puede presentarse más que como "masa", seguidor, número. Máx Weber [21] ha caracterizado muy propiamente ese tipo de organización: "Es común a todas ellas el que se asocien "miembros" de función esencialmente más pasiva a un núcleo de personas en cuyas manos se encuentra... la dirección activa, mientras que la masa de los miembros de la asociación tienen sólo función de objeto." La democracia formal, la "libertad" que puede haber en esas organizaciones, no supera dicha función de objeto, sino que, por el contrario, la fija y la eterniza. La "falsa conciencia", la imposibilidad objetiva de intervenir en el curso de la historia mediante una acción consciente, se refleja organizativamente en la imposibilidad de constituir unidades políticas activas (partidos) que estén llamados a mediar entre la acción de cada miembro y la actividad de la clase entera.

Como esas clases y esos partidos no son activos en un sentido histórico objetivo, como su actividad aparente es un mero reflejo de su acarreo fatal por fuerzas históricas incomprendidas, en ellos tienen que aparecer todos los fenómenos derivados de la separación del ser y la consciencia, la teoría o la práctica, o sea, de la estructura de la consciencia cosificada. O, lo que es lo mismo: esas unidades se encuentran, en cuanto complejos tota les, en una actitud puramente contemplativa respecto del curso del desarrollo. Y por eso aparecen necesariamente en ellas las dos concepciones complementarias, ambas simultáneas e igualmente erróneas, acerca del curso de la historia: la sobrestimación voluntarista de la importancia activa del individuo (el caudillo) y la subestimación fatalista de la importancia de la clase (la masa).

El partido se divide en una parte activa y una parte pasiva, la última de las cuales no puede ponerse en movimiento más que ocasionalmente, y siempre mediante una orden de la otra. La "libertad" corrientemente dada en esos partidos para los miembros no es, por lo tanto, más que la libertad de estimar acontecimientos o fallos fatales, concedida a espectadores que han podido intervenir en los hechos más o menos, pero nunca con el centro de su existencia, nunca con su entera personalidad. Pues esas organizaciones no pueden afectar nunca a la personalidad total de sus miembros, y ni siquiera pueden proponérselo. Como todas las formas sociales de la "civilización", también estas organizaciones se basan en la división del trabajo más exacta y mecanizada, en el burocratismo, en la detallada estimación y distinción de derechos y deberes. Los miembros no tienen que ver con la organización más que con la parte abstracta de su existencia, y ellos mismos objetivan esa abstracta vinculación en la forma de derechos y deberes bien distinguidos. [22] Sólo mediante la intervención de la personalidad entera puede conseguirse la participación realmente activa en todos los acontecimientos, el comportamiento realmente práctico de todos los miembros de una organización. Sólo cuando la actuación en una comunidad se convierte en asunto personal central de todos los participantes puede superarse la distinción entre derecho y deber, la forma organizativa de manifestarse la rotura entre el hombre y su per-sociación, la fragmentación del hombre por las fuerzas sociales que lo dominan. Al describir la sociedad gentilicia ha subrayado Engels[23] esta diferencia: "No hay todavía ninguna diferencia entre derechos y deberes." Y según Marx[24] la característica particular de la relación jurídica consiste en que el derecho no puede "consistir por su naturaleza más que en la aplicación de una misma medida"; pero los individuos, necesariamente desiguales, "no pueden medirse con una sola medida más que si se les sitúa bajo el dominio de un mismo punto de vista... y no se tiene en cuenta nada más de ellos, sino que se prescinde de todo lo demás". Por eso toda relación humana que rompa con esa estructura, con la abstracción que ignora la personalidad total del hombre, con su subsunción bajo un punto de vista abstracto, será un paso hacia la rotura de esa cosificación de la consciencia humana. Pero un paso así presupone la intervención activa de la entera personalidad. Con eso queda claro que las formas de la libertad en las organizaciones burguesas no son más que una "falsa consciencia" de la efectiva libertad, o sea, una estructura de la consciencia en la cual el hombre considera formalmente libre su inserción en un sistema de necesidades ajenas a su esencia y confunde la "libertad" formal de esa contemplación con una libertad real. Sólo una vez comprendido esto se disipa la aparente paradoja de nuestra anterior afirmación, según la cual la disciplina del partido comunista, la absorción incondicional de la personalidad total de cada miembro en la práctica del movimiento, es el único camino viable hacia la realización de la libertad auténtica. Y ello no sólo para la colectividad que con esa forma de organización llega a disponer de la palanca adecuada para conquistar los presupuestos sociales objetivos de la libertad, sino también para el individuo, para el miembro individual del partido, que sólo por ese camino puede avanzar hacia la realización de la libertad también para sí mismo. Así pues, la cuestión de la disciplina es, por una parte, una cuestión práctica elemental para el partido, una condición práctica imprescindible de su funcionamiento real; y, por otra parte, no es una cuestión meramente técnico-práctica, sino uno de los asuntos intelectuales más altos e importantes del desarrollo revolucionario. Esta disciplina, que no puede producirse sino como acto libre y consciente de la más consciente parte, de la vanguardia de la clase revolucionaria, es irrealizable sin sus presupuestos ideales. Sin un conocimiento -instintivo al menos- de la conexión entre personalidad total y disciplina del partido para cada miembro de éste, la disciplina se momificará en un sistema cosificado y abstracto de derechos y deberes, y el partido recaerá en el tipo de organización de los partidos burgueses. Así se comprende, por una parte, que la organización muestre objetivamente la sensibilidad mayor para con el valor o la falta de valor de concepciones y orientaciones teóricas: y, por otra parte y subjetivamente, que la organización revolucionaria presuponga un grado ya tan alto de consciencia de clase.

 

4

Por importante que sea el aclarar teoréticamente esa relación de la organización del partido comunista con sus miembros individuales, sería sumamente peligroso contentarse con ello, tomar el problema de la organización desde un punto de vista ético- formal. Pues la relación aquí descrita del individuo con la voluntad colectiva a la que se subordina con su entera personalidad no es -aisladamente considerada- cosa exclusiva del partido comunista, sino que ha sido también un rasgo esencial de muchas formaciones sectarias utópicas. Aún más: algunas sectas pueden mostrar ese principio más visible y claramente que el partido comunista precisamente porque han entendido ese aspecto ético-formal de la organización como principio único o, por lo menos, decisivo, y no como mero momento del entero problema de la organización. Pero en su unilateralidad ético- formal este principio organizativo se destruye a sí mismo; su acierto, que no es un ser ya conseguido y pleno, sino sólo la orientación recta hacia la meta que hay que alcanzar, se convierte en falsedad al perderse la relación adecuada con el todo del proceso histórico. Por eso al elaborar la relación entre el individuo y la organización pusimos el peso decisivo en la esencia del partido como principio concreto de mediación entre el hombre y la historia. Pues las exigencias puestas al individuo no pueden desprenderse de su carácter ético-formal más que si la voluntad colectiva reunida en el partido es un factor activo y consciente del desarrollo histórico y se encuentra, consiguientemente, en interacción viva y constante con el proceso de transformación social, por lo cual sus diversos miembros individuales consiguen también esa misma interacción viva con el proceso y con sus portadores, la clase revolucionaria. Por ello al tratar el problema de cómo se mantiene la disciplina revolucionaria del partido comunista Lenin [25] ha puesto en primer término, junto a la entrega de los militantes, la relación del partido con la masa y el acierto de su dirección política.

Pero esos tres momentos no son separables. La concepción éti co-formal propia de las sectas fracasa precisamente porque no es capaz de comprender la unidad de esos momentos, la viva interacción entre la organización del partido y la masa sin organizar. Toda secta, por muy antiburguesamente que gesticule, por mucho que esté subjetivamente convencida de que hay un abismo entre ella y la sociedad burguesa, revela precisamente en este punto que aún se encuentra en terreno burgués por la esencia de su concepción de la historia, y que, por lo tanto, la estructura de su propia consciencia está muy emparentada con la burguesa.

Ese parentesco puede reconducirse en última instancia a una análoga concepción de la duplicidad de ser y consciencia, a la incapacidad de entender la unidad de uno y otra como proceso dialéctico, como el proceso de la historia. Y desde este punto de vista es del todo indiferente que esa unidad dialéctica objetiva se entienda en su reflejo falso y sectario como un ser rígido o como no menos rígido no-ser, y el que se atribuya incondicional y míticamente a las masas la recta comprensión de la acción revolucionaria o se sostenga, por el contrario, que la minoría "consciente" tiene que obrar por la masa "inconsciente". Ambos extremos, aducidos aquí sólo como ejemplos porque un tratamiento, por resumido que fuera, de la tipología de las sectas nos llevaría más allá del marco de nuestras presentes consideraciones, coinciden entre ellos y con la consciencia burguesa en considerar el proceso histórico real separado del desarrollo de la consciencia de la "masa". Cuando la secta actúa por la masa "inconsciente", en lugar y representación de ella, hace cristalizar la distinción históricamente necesaria y, por lo tanto, dialéctica y organizativa, entre el partido y la masa. Y cuando intenta sumirse sin resto en el movimiento instintivo, espontáneo, de la masa, tiene que identificar simplísticamente la consciencia de clase del proletariado con las ideas, las impresiones, etc., de las masas en el momento dado, perdiendo así inevitablemente el criterio de la estimación objetiva de la acción correcta. La secta ha sucumbido al dilema burgués de fatalismo y voluntarismo. Se sitúa en un punto de vista desde el cual es imposible estimar las etapas objetivas del desarrollo social o las etapas subjetivas. Se ve obligada a subestimar o sobrestimar desmedidamente la organización, y tiene que tratar los problemas de ésta aisladamente, separados de las cuestiones generales, prácticas e históricas, tácticas y estratégicas. Pues el criterio y la guía de la correcta relación entre el partido y la clase no pueden encontrarse más que en la consciencia de clase del proletariado. La unidad objetiva real de la consciencia de clase constituye el fundamento de la vinculación dialéctica en la separación organizativa de la clase y el partido. Por otra parte, la falta de unidad real de los diversos grados de claridad y profundidad de esa consciencia de clase en los diversos individuos, grupos y capas del proletariado, condiciona la necesidad de la separación organizativa entre el partido y la clase. Por eso Bujarin [26] destaca acertadamente, que la formación del partido sería superflua para una clase que fuera íntimamente unitaria. El problema consiste en saber si a la sustantividad organizativa del partido, al destacarse de esa parte de la totalidad de la clase, corresponden diferencias objetivas en la estratificación de la clase misma, o si, por el contrario, el partido no está separado de la clase más que a consecuencia de su desarrollo consciente, de su condicionamiento por el desarrollo de la consciencia de sus miembros y de su retroacción sobre él. Sería, por supuesto, insensato pasar completamente por alto las estratificaciones económicas objetivas en el seno del proletariado. Pero no hay que olvidar tampoco que esas ramificaciones no se basan en modo alguno en diferencias del mismo grado de objetividad de las que determinan la separación en clases. Pueden no ser siquiera subordinadas a esas líneas divisorias capitales. Así, por ejemplo, como dice Bujarin, "un campesino que acaba de entrar en una fábrica, es un hombre distinto de un obrero que trabaje en ella desde niño", y ésa es sin duda una diferencia "entitativa", pero se encuentra en un plano completamente distinto del que es propio de la diferencia, también aducida por Bujarin, entre el trabajador de la moderna gran industria y el del pequeño taller. Pues en el segundo caso se trata de una situación objetivamente distinta en el proceso de producción, mientras que en el primer caso lo distinto es sólo la situación individual (por típica que sea) en ese proceso. Por eso en este caso se trata de saber la velocidad con la cual el individuo (o la capa) va a ser capaz de adaptar su consciencia a su nueva situación en el proceso productivo, el tiempo durante el cual los restos psicológicos de su anterior y perdida situación de clase van a inhibir la formación de su cons- ciencia de clase. Mientras que en el segundo caso hay que plantearse la cuestión de si los intereses de clase resultantes de un modo económico objetivo de esas diferentes situaciones dentro del proletariado son lo suficientemente distintos como para producir diferenciaciones dentro de los intereses objetivos de clase del proletariado entero: Se trata, pues, aquí de saber si hay que concebir la consciencia de clase objetiva, atribuida o imputada [27], como algo diferenciado, estratificado; mientras que en el otro caso se trata sólo de saber cuáles son los destinos biográficos -a veces típicos- que obstaculizan el despliegue y la imposición de esta consciencia de clase objetiva.

Estará claro que el único caso que tiene importancia teórica es el segundo de los inicialmente enumerados. Pues desde Bernstein en adelante el oportunismo tendió siempre, por una parte, a presentar como muy profundas las estratificaciones económicas objetivas en el seno del proletariado, y, por otra, a acentuar el parecido de la "situación vital" de las diversas capas proletarias, semiproletarias, pequeño-burguesas, etc., de tal modo que la unidad y la sustantividad de la clase se perdieran en esa "diferenciación". (El programa de Górlitz del S.P.D. [28] es la útlima expresión de esa tendencia, ya claramente llevada al plano organizativo.) Como es natural, los bolcheviques serán los últimos en ignorar esas diferenciaciones. Pero la cuestión consiste en saber qué tipo de ser y qué funciones tienen esas diferenciaciones en la totalidad del proceso histórico-social. En qué medida el conocimiento de esas diferenciaciones conduce a planteamientos y decisiones (predominantemente) tácticas o (predominantemente) organizativos. Este planteamiento puede parecer a primera vista bizantino. Pero hay que tener en cuenta que una unión orgánica en el sentido del partido comunista presupone la unidad de consciencia, y, por lo tanto, la unidad del ser social subyacente a ella, mientras que es perfectamente posible, y hasta puede ser necesaria, una unión meramente táctica cuando las circunstancias históricas provocan en clases distintas, cuyo ser objetivo es diverso, movimientos que, aunque determinados por causas distintas, dicurren, sin embargo, temporalmente en el mismo sentido desde el punto de vista de la revolución. Pero cuando el ser social objetivo es realmente diverso, esos sentidos iguales no pueden ser iguales "necesariamente", como en el caso de identidad de situación y fundamento de clase. Esto es: sólo en el primer caso es la identidad de sentido lo socialmente necesario por diversas circunstancias, pero tiene que imponerse a la larga, mientras que en el segundo caso ocurre simplemente que una combinación de diversas circunstancias históricas ha producido la convergencia de las tendencias de movimiento. Se trata entonces de un favor que hacen las circunstancias, el cual tiene que aprovecharse tácticamente porque, de no hacerlo, es fácil que la ocasión se pierda irremediablemente. Es evidente, por lo demás, que tampoco la posibilidad de esa coincidencia del proletariado con capas semiproletarias, etc., es casual. Pero se funda exclusivamente, de modo necesario, en la situación de clase del proletariado; como el proletariado no puede liberarse más que mediante la destrucción de la sociedad de clases, se ve forzado a realizar su lucha liberadora también para todas las capas explotadas y oprimidas. En cambio, el que éstas se encuentren en las diversas luchas al lado del proletariado o en el campo de sus enemigos es, desde el punto de vista de estas capas de oscura consciencia de clase, más o menos "casual". Como se mostró antes, todo dependerá intensamente del acierto de la táctica del partido revolucionario del proletariado. Por lo tanto, en este punto, cuando el ser social de las clases que actúan es diferente, cuando su vinculación no puede ser mediada más que por la misión histórico-universal del proletariado, lo único que interesa desde el punto de vista del desarrollo revolucionario es la unión táctica -conceptualmente ocasional, aunque en la práctica sea muchas veces de larga duración-, con completa separación orgánica. Pues la génesis en las capas semiproletarias, etc., del conocimiento de que su liberación depende de la victoria del proletariado es un proceso tan largo y difícil que una unión más que táctica podría poner en peligro el destino de la revolución. Con esto se entenderá por qué tuvimos que plantear tan tajantemente el problema de si a las estratificaciones en el seno del proletariado corresponde una gradación análoga (aunque sea más débil) del ser social objetivo, de la situación de clase, y, por lo tanto, de la consciencia de clase objetiva, atribuida o históricamente imputada. O si esas estratificaciones se deben sólo a la diversa medida en la cual la verdadera consciencia de clase se impone en las diversas capas, grupos e individuos del proletariado. Pregunta que puede plantearse, en resolución, del modo siguiente: si las gradaciones objetivas, sin duda existentes, de la situación vital del proletariado determinan sólo la perspectiva según la' cual se consideran los intereses del momento, que sin duda aparecen como diversos, mientras que los intereses mismos coinciden objetivamente no sólo desde el punto de vista de la historia, sino también actual e inmediatamente, aunque no todo trabajador lo perciba en cada instante; o si los intereses mismos pueden llegar a discrepar a causa de una diferencia objetiva en el ser social.

Planteada así la cuestión, la respuesta no puede ser dudosa. Las palabras del Manifiesto Comunista, recogidas casi literalmente en las tesis sobre "la función del partido comunista en la revolución proletaria" del II Congreso- "el partido comunista no tiene intereses que diverjan de los de la clase trabajadora en su totali dad, y sólo se distingue de ésta porque posee una visión de conjunto del entero camino histórico de la clase obrera en su totalidad y se esfuerza por representar, en todas las inflexiones de ese camino, no los intereses de grupos particulares u oficios particulares, sino de los de la clase trabajadora en su totalidad"-, sólo son comprensibles y significativas si se afirma la unidad del ser económico del proletariado. Y entonces las estratificaciones del proletariado que producen los distintos partidos obreros y la formación del partido comunista no son estratificaciones económicas objetivas, sino gradaciones en el desarrollo de la consciencia de clase del proletariado. No hay capa alguna obrera que esté directamente determinada por su existencia económica a ser comunista, del mismo modo que ningún individuo obrero nace comunista. Todo obrero nacido en la sociedad capitalista y crecido bajo su influencia tiene que recorrer un camino más o menos cargado de experiencias para poder realizar en sí mismo la recta consciencia de su propia situación de clase.

La lucha del partido comunista se dirige a la consciencia de clase del proletariado. Su separación organizativa de la clase significa en este caso no una voluntad de luchar en vez de la clase por los intereses de la clase (como lo hacían, por ejemplo, los blanquistas). Cuando hace eso -cosa que puede ocurrir en el curso de la revolución- no lo hace, ni siquiera entonces, principalmente por los objetivos de la lucha en cuestión (que, a largo plazo, no pueden ser de todos modos conquistados ni mantenidos más que por la clase misma), sino para promover el desarrollo de la consciencia de clase y acelerarlo. Pues el proceso de revolución es -a escala histórica- idéntico con el proceso de desarrollo de la consciencia de clase proletaria. La distinción organizativa entre el partido comunista y la amplia masa de la clase se basa en la variable articulación de la consciencia de clase, pero existe al mismo tiempo para promover el proceso de nivelación de esas estratificaciones al nivel más alto que sea posible alcanzar. La sustantividad organizativa del partido comunista es necesaria para que el proletariado pueda ver su propia consciencia de clase de un modo directo, como figuración histórica concreta; para que ante todo acontecimiento de la vida cotidiana aparezca clara y comprensiblemente para cada trabajador la toma de posición que favorece los intereses de la clase entera; para que pueda llegar a consciencia de la clase entera su propia existencia como clase. Mientras que la forma organizativa de las sectas separa artificialmente la "correcta" consciencia de clase (en la medida en que ésta pueda desarrollarse en tan abstracto aislamiento) de la vida y del desarrollo de la clase, la forma organizativa de los oportunistas significa la nivelación de esas estratificaciones de la consciencia al nivel más bajo o, en el mejor de los casos, al nivel del término medio. Es obvio que las acciones de clase en cada caso dependen en gran medida de este término medio. Pero como esta medida no es nada que pueda determinarse estática y estadísticamente, sino que ella misma es una consecuencia del proceso revolucionario, resulta no menos evidente que el apoyarse organizativamente en el término medio dado significa inhibir su desarrollo y hasta rebajar su nivel. Mientras que la explicitación clara de la posibilidad más alta objetivamente dada en un momento determinado -o sea, la independencia organizativa de la vanguardia consciente- es ella misma un medio para resolver la tensión entre esa posibilidad objetiva y el efectivo estado de consciencia del término medio de un modo favorable a la revolución.

La sustantividad organizativa es absurda y lleva a la simple secta si no significa al mismo tiempo la constante consideración táctica del estado de consciencia de las masas más amplias y atrasa das. En este punto se hace visible la función de la teoría correcta en el programa organizativo del partido comunista. El partido tiene que representar la más alta posibilidad objetiva de la acción proletaria. Pero la condición necesaria de esto es una comprensión teorética adecuada. La organización oportunista presenta menor sensibilidad que la organización comunista para con las consecuencias de una teoría falsa precisamente porque la primera es una reunión más o menos laxa de elementos heterogéneos en acciones puramente ocasionales, porque sus acciones son más bien efectos de los movimientos inconscientes y ya inevitables de las masas, en vez de ser el partido el que realmente dirija éstos, y porque la conexión organizativa es esencialmente una jerarquía de dirigentes y funcionarios fijada por una división del trabajo mecánica y fija. (De todos modos, la constante aplicación errónea de falsas teorías tiene que acarrear a la larga el hundimiento del partido; pero ésta es otra cuestión.) El carácter eminentemente práctico de la organización comunista, precisamente su esencia del partido de lucha, presupone, por una parte, la teoría verdadera, porque en otro caso sucumbiría muy fácilmente ante las consecuencias de una teoría falsa; y, por otra parte, esta forma de organización produce y reproduce la adecuada com prensión teórica, porque aumenta la sensibilidad de la forma organizativa respecto de las consecuencias de una actitud teorética falsa. Así pues, capacidad de acción y capacidad de autocríti ca, de autocorrección, de desarrollo teórico, se encuentran en interacción indisoluble. Tampoco en el terreno de la teoría obra el partido como representante del proletariado. Si la consciencia de clase es cosa procesual y fluida en relación con el pensamiento y la acción de la clase entera, ello tiene que reflejarse en la forma organizativa de esa consciencia de clase, en el partido comunista. Pero con la diferencia de que en él se ha objetivado organizativamente un estadio de consciencia superior: frente a las oscilaciones más o menos caóticas del desarrollo de la consciencia en la clase misma, frente a la alternancia de estallidos, en los cuales se manifiesta una madurez de la consciencia de clase mucho mayor que la que podía preverse en teoría, y estadios semiletárgicos de inmovilidad, de pasivo sufrimiento, de desarrollo meramente subterráneo, el partido comunista significa una acentuación consciente de la relación entre el "objetivo final" y la acción presentemente actual y necesaria [29]. Lo procesual, el elemento dialéctico de la consciencia de clase, se convierte así en dialéctica conscientemente manejada en la teoría del partido.

Esta interacción dialéctica ininterrumpida entre la teoría, el partido y la clase, esa orientación de la teoría de las necesidades inmedi atas de la clase, no significa, pues, en modo alguno, la disolución del partido en la masa del proletariado. Las discusiones acerca del Frente Único han mostrado en casi todos los enemigos de esta táctica la falta de comprensión dialéctica, de comprensión pura y simple de la función real del partido en el proceso de desarrollo de la consciencia del proletariado. No me refiero siquiera a los que entendieron erróneamente la política de Frente Único como inmediata reunificación organizativa del proletariado. El miedo a que el partido, realizando demasiado al pie de la letra la política aparentemente "reformista" y por su ocasional coincidencia táctica con los oportunistas, pudiera perder su carácter comunista muestra que en muchos comunistas no se había consolidado aún suficientemente la confianza en la teoría correcta, en el autoconocimiento del proletariado como conocimiento de su situación objetiva en un determinado estadio del desarrollo histórico, la confianza en la presencia dialéctica del "objetivo final" en toda política temporal formulada con acierto revolucionario; muestra que todavía hay muchos comunistas, como las viejas sectas, obran en realidad en vez del proletariado, cuando su misión es promover por su acción el proceso real de desarrollo de la consciencia de clase proletaria. Pues la adecuación íntima de la táctica del partido comunista a los momentos de la vida de la clase en los cuales -aunque sea mediante formas falsas- la adecuada consciencia de clase pugna por manifestarse no significa en modo alguno que el partido haya decidido cumplir con absoluto sometimiento la mera voluntad momentánea de las masas. Al contrario. Precisamente porque el partido se esfuerza por alcanzar el máximo posible desde el punto de vista revolucionario objetivo -y la parte principal de esa posibilidad y su síntoma más importante es a menudo la voluntad momentánea de las masas-, se ve a veces obligado a tomar posición contra las masas, a mostrarles el camino recto mediante la negación de su voluntad presente. Y se ve obligado a contar con que las masas no entiendan sino post festum , tras muchas experiencias amargas, lo acertado de su posición.

Pero ni esta posibilidad ni la de coincidencia con las masas deben generalizarse para dar un esquema táctico general. El desarrollo de la consciencia de clase proletaria (o sea, el desarrollo de la revolución proletaria) y el del partido comunista son, ciertamente, un mismo proceso desde el punto de vista de la historia universal. Por eso se condicionan mutuamente en la práctica de la vida cotidiana; pero su crecimiento concreto no se presenta como un solo y mismo proceso, y ni siquiera puede mostrar un paralelismo completo . Pues el modo como se desarrolla ese proceso, la forma en la cual se elaboran ciertas transformaciones económicas objetivas en la consciencia del proletariado y, ante todo, el modo como se configura en ese desarrollo la interacción entre el partido y la clase, no pueden reducirse a "leyes" esquemáticas. La maduración del partido, su consolidación externa e interna, no se realiza, por supuesto, en el vacío del aislamiento sectario, sino en medio de la realidad histórica, en interacción dialéctica ininterrumpida con la crisis económica objetiva y con las masas revolucionadas por ésta. Puede ocurrir que el curso del desarrollo -como ocurrió en Rusia entre las dos revoluciones- ofrezca al partido la posibilidad de llegar a claridad plena consigo mismo antes de las luchas decisivas. Pero también puede presentarse el caso -como en algunos países de la Europa occidental y central- de que la crisis revolucione las amplias masas tan general y tan velozmente que éstas se hagan comunistas en parte, incluso organizativamente, antes de haber conseguido los presupuestos conscientes internos de estas organizaciones, con lo que se producen partidos comunistas de masas que sólo en el curso de las luchas llegarán a ser partidos realmente comunistas, etc. Por mucho que se pueda ramificar esta tipología de la formación de partidos, por mucho que en algunos casos extremos pueda surgir la apariencia de que el partido comunista nace con necesidad de "ley" orgánica de la crisis econó mica, el hecho es que el paso decisivo, la reunión consciente, interna, organizativa de la vanguardia revolucionaria, o sea, el nacimiento real de un partido comunista, es acto libre y consciente de esa misma vanguardia consciente . Nada afecta a este hecho (por citar sólo dos casos extremos) el que un partido relativamente pequeño e internamente consolidado se convierta en un gran partido de masas en la interacción con amplias capas del proletariado, o que un partido de masas nacido espontáneamente se convierta -al cabo de muchas crisis- en un partido comunista de masas. Pues la esencia teórica de todos esos procesos es la misma, a saber: la superación de la crisis ideológica, la conquista de la recta consciencia proletaria de clase. Desde este punto de vista es igualmente peligroso para la revolución el que se sobrestime el factor de necesidad en ese proceso y se suponga que una táctica cualquiera es capaz de conducir una serie de acciones, por no hablar ya del curso mismo de la revolución, con intensificación necesaria por encima de sí mismos y hasta fines más lejanos, o que sé crea que la mejor acción del partido comunista mayor y mejor organizado puede conseguir algo más que una adecuada dirección del proletariado en la lucha por una finalidad que éste mismo se ha puesto, aunque sea sin completa consciencia. No menos falso sería, desde luego, tomar aquí el concepto de proletario de un modo meramente estático y estadístico; "pues el concepto de masa cambia en el curso de la lu cha", ha dicho Lenin. El partido comunista es una configuración autónoma de la consciencia de clase proleta ria, autónoma en interés de la revolución. Se trata de entenderlo adecuadamente en esa doble relación dialéctica, al mismo tiempo como configuración de esa consciencia y como configuración de esa consciencia , o sea, tanto en su independencia cuanto en su coordinación.

 

5

La anterior distinción, siempre cambiante de acuerdo con las circunstancias, entre la unión táctica y la organizativa en la relación partido-clase cobra, como problema interno del partido, la forma de la unidad de las cuestiones tácticas y las organizativas. Es verdad que, por lo que hace a esa vida interna del partido, no tenemos casi a disposición más que las experiencias del partido ruso como pasos reales y conscientes hacia la realización de la organización comunista. La exclusividad de esas experiencias es aquí más acusada que en las cuestiones anteriormente tratadas.

Del mismo modo que los partidos no rusos tuvieron muchas veces -en la época de su "enfermedad infantil"- una tendencia a entender el partido como una secta, así también se inclinan luego muchas veces a descuidar su vida "interior" en comparación con la acción propagandista y organizativa del partido sobre las masas, en comparación con su vida "hacia afuera". También ésta es, por supuesto, una "enfermedad infantil", condicionada en parte por la rápida formación de grandes partidos de masas, por la sucesión casi ininterrumpida de decisiones y acciones importantes, por la necesidad que tienen los partidos de vivir "hacia afuera". Pero entender la cadena causal que ha llevado a un error no significa en modo alguno adaptarse a él. Sobre todo porque el tipo correcto de acción "hacia afuera" muestra del modo más llamativo lo absurdo que es distinguir la vida interna del partido entre táctica y organización, lo intensamente que esta unidad interna influye en la íntima vinculación entre la vida "hacia adentro" y la vida "hacia afuera" del partido (aunque esa separación empírica parece al principio insuperable para todo el partido comunista, que la hereda del ambiente en que ha nacido). La práctica inmediata cotidiana enseña a todo el mundo que la centralización organizativa del partido (con todos los problemas de la disciplina que se siguen de ella o no son más que su otra cara) y la capacidad de iniciativa táctica son conceptos que se condicionan recíprocamente. Por una parte, la posibilidad de que una táctica a la que aspira el partido influya en las masas presupone su influencia dentro del partido mismo. No sólo en un sentido de disciplina mecánica, o sea, en el sentido de que las diversas partes del partido se encuentren firmemente en las manos de la central y obren hacia fuera como verdaderos miembros de una voluntad colectiva. Sino también y particularmente en el sentido de que el partido sea una formación tan unitaria que toda alteración de la orientación de la lucha se manifieste como reagrupación de todas las fuerzas, y todo cambio de posiciones repercuta en los militantes individuales, con lo que se agudice hasta el extremo la sensibilidad de la organización para con los cambios de orientación, el aumento de la actividad de lucha, las retiradas, etc. Espero que no haga falta explicar a estas alturas que todo eso no equivale a la "obediencia de cadáver". [30] Pues está claro que precisamente esa sensibilidad de la organización puede descubrir con la mayor rapidez el error de determinadas instrucciones, etc., en el momento de su aplicación prácti ca, y que ella es lo que más facilita la posibilidad de una autocrítica sana, destinada a aumentar la capacidad de acción [31]. Por otra parte, es obvio que la firme unidad organizativa suministra al partido no sólo la capacidad de acción objetiva, sino también la atmósfera interna del partido que posibilita una intervención activa en los acontecimientos, el aprovechamiento de las oportunidades que éstos ofrezcan. Por lo tanto, una centralización real de todas las fuerzas del partido tiene que impulsar a éste en el sentido de la actividad y la iniciativa ya por su mera dinámica interna. Mientras que la sensación de una organización insuficientemente firme tiene que influir inhibitoriamente paralizando las decisiones tácticas, y hasta ha de mostrar efectos negativos en la actitud teorética básica del partido. (Recuérdese la situación del Partido Comunista de Alemania durante el putsch de Kapp.)

Las tesis de organización del III Congreso dicen que "para un partido comunista no hay época alguna en la cual la organización del partido no puede tener actividad política". Esta permanencia táctica y organizativa no sólo de la disposición a la lucha revolucionaria, sino también de la actividad revolucionaria mis ma, no puede entenderse adecuadamente más que si se tiene una comprensión plena de la unidad de la táctica y la organización. Pues si la táctica se separa de la organización, si no se ve en ambas el mismo proceso de desarrollo de la consciencia de clase proletaria, es inevitable que el concepto de la táctica sucumba al dilema oportunismo-putschismo; es inevitable que la acción se entienda como acción aislada de la "minoría consciente" para hacerse con el poder o como mera adaptación a los deseos del día presentes en las masas, o sea, al modo "reformista", mientras que la organización no recibe más función que la de "preparar" la acción. (Las concepciones de Serrati y sus partidarios se encuentran en este punto en el mismo plano que las de Paul Levi.) Pero la permanencia de la situación revolucionaria no significa en modo alguno que sea posible en cualquier momento la toma del poder por el proletariado. Significa sólo que, a consecuencia de la situación objetiva global de la economía, toda alteración de esa situación y todo movimiento de las masas producido por ella contienen una tendencia que puede orientarse en sentido revolucionario y puede ser aprovechada para el ulterior desarrollo de la consciencia de clase del proletariado. Pero en este contexto es un factor de primerísimo orden el desarrollo interno de la configuración sustantiva de esa consciencia de cla se, o sea, del partido comunista. La situación revolucionaria se manifiesta ante todo y del modo más visible en la estabilidad continuamente decreciente de las formas sociales, producida a su vez por la creciente inestabilidad del equilibrio entre las fuerzas y los poderes sociales en cuya colaboración descansa la sociedad burguesa. La independendización de la consciencia de clase, su cristalizar en configuración sustantiva, no puede, pues, tener sentido para el proletariado más que si en todo momento y efectivamente encarna el sentido revolucionario de ese momento precisamente para el proletariado. Por lo tanto, la verdad del marxismo revolucionario en una situación revolucionaria es mucho más que la mera verdad "general" de una teoría. Precisamente porque se ha hecho completamente actual, práctica, la teoría tiene que convertirse en guía de cada paso práctico de la vida cotidiana. Pero esto no es posible más que si la teoría depone su carácter puramente teorético, si se hace puramente dialéctica, esto es, si supera prácticamente toda contraposición entre lo general y lo parficular, entre la ley y el caso "singular" subsumido bajo ella, entre la ley, pues, y su aplicación, con lo que superará al mismo tiempo toda contraposición entre la teoría y la práctica. Mientras que la táctica y la organización de los oportunistas de la "política realista", basadas en el abandono del método dialéctico, satisfacen las exigencias del día destruyendo la firmeza del fundamento teorético, para caer, por otra parte, y precisamente en su práctica cotidiana, en el esquematismo paralizador de sus cosificadas formas organizativas y de su rutina táctica, el partido comunista tiene que conseguir y preservar viva en sí la tensión dialéctica entre la reafirmación del "objetivo final" y la más exacta adaptación a las concretas necesidades de la hora. Si se tratara de un individuo, eso supondría una "genialidad" con la que jamás puede contar una política revolucionaria realista. Pero ocurre que el partido no está obligado a contar con ella, pues precisamente el desarrollo consciente del principio organizativo comunista es el camino adecuado para llevar adelante el proceso educativo de la vanguardia revolucionaria en esa dirección, en la dirección de la dialéctica práctica. Pues la unidad comunista de la táctica y la organización, la necesidad de que toda aplicación de la teoría, todo paso táctico, se oriente en seguida organizativamente, es el principio corrector, conscientemente empleado, de la cristalización dogmática que amenaza constantemente a toda teoría aplicada por hombres de consciencia cosificada, crecidos en el capitalismo.

Este peligro es muy grande precisamente porque el mundo circundante capitalista que produce esa esquematización de la consciencia toma, en su actual situación de crisis, formas constantemente nuevas y resulta, por lo tanto, inaccesible para una comprensión esquemática. Lo que hoy es acertado puede ser falso mañana. Lo que, aplicado con cierta intensidad, puede ser saludable, puede ser nocivo aplicado con intensidades mayores o menores. "Basta con dar un paso más, y manifiestamente en la misma dirección -ha dicho Lenin [32] a propósito de ciertas formas de dogmatismo comunista- para que la verdad se convierta en un error."

Pues la lucha contra los efectos de la consciencia cosificada es un proceso largo y necesitado de tenaces esfuerzos, en el cual es imposible atenerse a formas determinadas de esas influencias o a contenidos de fenómenos determinados. Mas el dominio de la consciencia cosificada sobre los hombres de esta época se manifiesta precisamente en la tendencia de hacerlo así. En cuanto que la cosificación se supera en un punto, surge el peligro de que el estado de consciencia de esa superación cristalice en una nueva forma no menos cosificada. Por ejemplo: los trabajadores que viven bajo el capitalismo tienen que superar la ilusión de que las formas económicas o jurídicas de la sociedad burguesa sean el mundo circundante "eterno", "racional", "natural" del hombre, y terminar con el desmedido respeto que sienten por el medio social al que están acostumbrados; pero tras la toma del poder, tras la derrota de la burguesía en abierta lucha de clases, el "orgullo comunista" que así se engendra - según la expresión de Lenin-, puede resultar tan peligroso como la anterior humildad menchevique ante la burguesía. Precisamente porque el materialismo histórico correctamente entendido de los comunistas -en tajante contraposición con las teorías oportunistas- parte del hecho de que el desarrollo social produce constantemente novedad, y novedad en sentido cualitativo [33], toda organización comunista tiene que estar dispuesta a intensificar todo lo posible su propia sensibilidad para con cualquier forma nueva del proceso, su capacidad de aprender de todos los momentos del desarrollo. Y tiene que evitar que las armas con las que ayer se consiguió una victoria se conviertan hoy, por su cristalización, en un obstáculo para la lucha subsiguiente. "Tenemos que aprender de los viajantes de comercio", dice Lenin, en el discurso que acabamos de citar, acerca de las tareas de los comunistas en la Nueva Política Económica.

Flexibilidad, capacidad de cambio y de adaptación de la táctica, y firme y concentrada organización son, pues, simplemente, dos caras de una sola cosa. Pero pocas veces se capta según todo su alcance - ni siquiera en ambientes comunistas- este sentido, el más profundo, de la forma organizativa comunista. Y ello a pesar de que de su recta aplicación dependen no sólo la posibilidad de la acción correcta, sino también la capacidad interna de desarrollo del partido comunista. Lenin repite tenazmente la recusación de todo utopismo referente al material humano con el que hay que hacer la revolución y llevarla a la victoria: se trata necesariamente de hombres educados en y corrompidos por la sociedad capitalista. Pero la recusación de esperanzas o ilusiones utópicas no significa en modo alguno el derecho a detenerse y contentarse con fatalismo con el reconocimiento del hecho. Significa que, puesto que toda esperanza en la transformación interna de los hombres es una ilusión utópica mientras subsista el capitalismo, hay que buscar y encontrar medidas y garantías organizativas adecuadas para oponerse a las consecuencias corruptoras de esta situación, para corregir inmediatamente su inevitable apari ción y para eliminar las degeneraciones que así se produz can. El dogmatismo teorético no es más que un caso particular de los fenómenos de cristalización a que están constantemente expues tos todos los hombres y todas las organizaciones que viven en un ambiente capitalista. La cosificación [34] de la consciencia acarrea al mismo tiempo una ultraindividualización y una cosificación mecánica del hombre. La división del trabajo, no basada en la peculiaridad humana, hace que los hombres cristalicen esquemáticamente en su actividad, hace de su ocupación un mero automatismo y de ellos mismos meros practicones rutinarios. Pero, por otra parte, esa misma causa exaspera su consciencia individual -vacía y abstracta a consecuencia de la imposibilidad de encontrar en la actividad misma la satisfacción y la difusión de la personalidad- hasta hacer de ella un egoísmo brutal, ansioso de posesión o ansioso de gloria. Estas tendencias tienen por fuerza que seguir actuando en el partido comunista, el cual, por cierto, no ha pretendido nunca transformar internamente, por un golpe milagroso, a los hombres suyos. Sobre todo porque las necesidades de la acción eficaz imponen a todo partido comunista una división del trabajo también en gran parte cósica, la cual acarrea necesariamente los peligros vistos de cristalización, burocratismo, corrupción, etc.

La vida interna del partido es una lucha constante contra esa su herencia capitalista. La única arma organizativa decisiva es la inserción de los miembros del partido en la actividad de éste con su entera personalidad total. Sólo si la función no es en el partido "función" oficial, cosa de funcionario, el cual puede sin duda ejercerla con toda entrega y puntualidad, pero siempre, de todos modos, como se ejerce un cargo burocrático; sólo si la actividad de todos los miembros se refiere a todas las clases imaginables de trabajo de partido; y sólo si, además, esa actividad se intercambia según las posibilidades objetivas, sólo entonces entran los miembros del partido, con su personalidad total, en una relación viva con la totalidad de la vida del partido y de la revolución, y dejan de ser meros especialistas necesariamente sometidos al peligro de la cristalización íntima [35]. También en este punto se vuelve a manifestar la unidad indivisible de la táctica y la organización. Toda jerarquía de funcionarios en el partido, cosa absolutamente inevitable por las necesidades de la lucha, tiene que basarse en la presencia de un determinado tipo de capacidad para hacer frente a las exigencias de una determinada fase de la lucha. Cuando el desarrollo de la revolución rebasa esa fase, el mero cambio de táctica, e incluso la alteración de las formas de la organización (por ejemplo, el paso de la ilegalidad a la legalidad), resultarán insuficientes para conseguir una real redisposición en atención a la acción ahora acertada. Hace falta además una redistribución de la jerarquía de los funcionarios en el partido; la elección del personal tiene que adecuarse exactamente al nuevo modo de lucha [36] Es obvio que esto no podrá hacerse sin "errores" ni sin crisis. El partido comunista sería una isla fantástica y utópica en el océano del capitalismo si su desarrollo no estuviera constantemente amenazado por esos peligros.

Lo único decisivamente nuevo de su organización es que lucha contra ese peligro interno en forma constante y consciente. Cuando todo miembro del partido se sume con su personalidad entera, con su entera existencia, en la vida del partido, entonces un mismo y único principio, el de la centralización y la disciplina, es el que tiene que velar por la interacción viva entre la voluntad de los miembros y la de la dirección del partido, por la vigencia de la voluntad y los deseos, las iniciativas y la crítica de los miembros respecto de la dirección. Precisamente porque toda decisión del partido tiene que realizarse en las acciones de todos sus miembros, porque a toda instrucción tienen que seguir acciones de los miembros en las cuales éstos ponen en juego toda su existencia física y moral, los miembros están en situación de y están incluso obligados a empezar inmediatamente su crítica, a formular inmediatamente sus experiencias, sus reservas, etc. Si el partido consiste en una mera jerarquía de funcionarios aislada de las masas de los miembros comunes a los que no compete en la vida cotidiana más que una función de espectadores, si la acción del partido como un todo es sólo ocasional, entonces se produce en los miembros una cierta indiferencia, mezcla de ciega confianza y de apatía, respecto de las acciones cotidianas del parti do. Su crítica no puede ser, en el mejor de los casos, más que una crítica post festum (con congresos, etc.) que pocas veces tendrá una influencia determinante en la orientación real de las acciones futuras. En cambio, la intervención activa de todos los miembros en la vida cotidiana del partido, la necesidad de comprometerse con la personalidad entera con toda acción del parti do, es el único medio que obliga al partido a hacer realmente comprensibles sus decisiones para todos los miembros, a convencerles de su acierto, puesto que de otro modo es imposible que éstos las pongan acertadamente en práctica. (Esta necesidad será tanto más intensa cuanto más organizado esté el partido, cuanto más importantes sean las funciones que recaen sobre cada miembro, por ejemplo, en una fracción sindical, etc.) Por otra parte, estas discusiones, ya antes de la acción, pero también durante ella, tienen que producir la interacción viva entre la voluntad de la colectividad del partido y la de la central; tienen que influir en la transición efectiva de la resolución a la acción por vía de modificación, corrección, etc. (También en este punto hay que decir que la interacción será tanto mayor cuanto mejor y más intensamente configuradas estén la centralización y la disciplina.) Cuanto más profundamente se imponen estas tendencias, tanto más resueltamente desaparece la contraposición cruda y sin transiciones entre dirigente y masa, heredada de la estructura de los partidos burgueses; y el cambio en la jerarquía de los funcionarios tiene en esto una función de refuerzo. La crítica que, al principio, es inevitablemente post festum, se transforma cada vez más resueltamente en un intercambio de experiencias tácticas y organizativas concretas y generales, las cuales se orientan también cada vez más hacia el futuro. Pues la libertad -como ya descubrió la filosofía clásica alemana- es algo práctico, una actividad. Y sólo porque es un mundo de actividad para cada uno de sus miembros puede el partido comunista superar realmente el papel de espectador del hombre burgués ante la necesidad de un acaecer incomprendido, así como su forma ideológi ca, la libertad formal de la democracia burguesa. La distinción de deberes y derechos no es posible más que sobre la base de la separación entre los dirigentes activos y la masa pasiva, sobre la base de una acción de los dirigentes en representación de y para la masa, o sea, sobre la base de una concepción contemplativo- fatalista de la masa. La verdadera democracia, la separación de la distinción entre derechos y deberes, no es, empero, una libertad formal, sino una actividad solidaria, íntimamente vinculada, de los miembros de una voluntad colectiva.

El problema de la "depuración" del partido, objeto de tanto insulto y tanta calumnia, no es más que el aspecto negativo del mismo tema. También en este caso -como en todos los demás problemas- había que recorrer el camino que va de la utopía a la realidad. Así, por ejemplo, el postulado de las 21 condiciones del II Congreso -que todo partido legal tiene que practicar periódicamente esas depuraciones- ha resultado ser una exigencia utópica incompatible con la fase evolutiva de los nacientes partidos de masas de occidente. (El III Congreso ha sido mucho más reservado acerca de esta cuestión.) Pero, a pesar de ello, su formulación no fue ningún "error". Pues ella indica clara y tajantemente la dirección que ha de tomar el desarrollo interno del partido comunista, aunque sean las circunstancias históricas las que hayan de determinar la forma de realización de ese principio. Precisamente porque la cuestión organizativa es la más profunda y espiritual de las cuestiones del desarrollo revolucionario, resultó de absoluta necesidad llevar esos problemas a la consciencia de la vanguardia revolucionaria, aunque momentáneamente no fueran resolubles en la práctica. Pero el desarrollo del partido ruso muestra de un modo magnífico la importancia práctica de la cuestión: y ello, como se sigue, de nuevo, de la unidad indisoluble de táctica y organización, no sólo para la vida interna del partido mismo, sino también para su relación con las amplias masas de los trabajadores. La depuración del partido ha ocurrido en Rusia de modos muy diversos según las diversas etapas del desarrollo. En la última, que se realizó en otoño del año pasado, se introdujo el principio, muy interesante e importante, de que hay que aprovechar las experiencias y los juicios de los obreros y campesinos sin partido, de que las masas deben ser llamadas al trabajo de depuración del partido. No porque el partido haya ahora de aceptar ciegamente todo juicio de esas masas, pero sí porque debe tener muy en cuenta las iniciativas y las recusaciones de éstas al expulsar a los elementos corrompidos, burocratizados, alejados de las masas y no dignos de confianza revolucionaria. [37]

De este modo, ese asunto sumamente interno del partido muestra, a un nivel ya desarrollado del partido comunista, la relación interna más íntima entre el partido y la clase. Muestra en qué gran medida la tajante separación organizativa entre la vanguardia consciente y las amplias masas no es más que un momento del proceso de desarrollo unitario, pero dialéctico, de la clase entera, del desarrollo de su consciencia. Pero al mismo tiempo indica que ese proceso abarca, utiliza, lleva a verdadero despliegue y juzga a cada miembro del partido, en su actividad como individuo, en la medida en la cual consigue ser mediador enérgico y claro entre las necesidades del momento y su significación histórica. Del mismo modo que el partido como un todo supera mediante su acción, dirigida a la unidad y la reunión revolucionarias, la división cosificada en naciones, oficios, etc., formas de manifestación de la vida (economía y política), con objeto de constituir la verdadera unidad de la clase proletaria, así también desgarra para sus miembros individuales, precisamente por obra de su tensa organización, de su consiguiente disciplina férrea, de la exigencia de intervención con la personalidad entera, los velos cosificados que nublan la consciencia del individuo en la sociedad capitalista. El que se trate de un proceso largo y el que no estemos sino en sus comienzos no puede ni debe impedirnos esforzarnos por reconocer el principio que así se manifiesta, con la claridad hoy posible, el futuro "reino de la libertad", como exigencia para el trabajador con consciencia de clase. Precisamente porque la génesis del partido comunista no puede ser más obra consciente de los trabajadores con consciencia de cla se, todo paso en el sentido de un recto conocimiento de esas cuestiones es al mismo tiempo un paso de su realización. ●

Septiembre de 1922

 

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[1] Condiciones de admisión de partidos obreros en la Internacional Comunista: los "21 puntos" de Lenin votados por el II Congreso (19 de julio-6 de agosto de 1920). Los puntos exigían la expulsión de los reformistas. (T.)

[2] Frente único con las demás fuerzas obreras, señaladamente la socialdemocracia. Política decidida por el III Congreso de la I.C. (1921). (T)

[3] 3º- Elend der Philosophie [Miseria de la filosofía, ed. alemana], 109.

[4] Massenstreik [La huelga general], 47.

[5] Ibíd, 49. Sobre esta cuestión, así como acerca de otras que han de discutirse más adelante, cfr. el muy interesante artículo de J. Révais "Kommunistische Selbstkritik un der Fall Levi" [La autocrítica comunista y el caso Levi], Kommunismus, II, 15/16. Aquí no dispongo de espacio para una discusión detallada de ese trabajo.

[6] Sobre las consecuencias de esta situación cfr. la crítica de Lenin al folleto de Junius, así como la crítica a la actitud de la izquierda alemana, polaca y holandesa durante la guerra mundial (en Contra la corriente). Pero todavía el programa espartaquista trata en su esbozo del decurso de la revolución las tareas del proletariado de un modo muy utópico y sin mediar. Bericht über den Gründungsparteitag der K.P.D. [Informe acerca del Congreso fundacional del Partido Comunista de Alemania], 51.

[7] Puede tomarse como ejemplo de una crítica metódicamente acertada, orientada a cuestiones de organización, la intervención de Lenin en el II Congreso del Partido Comunista de Rusia, en el que concibe centralmente la incapacidad de comunistas bien probados incluso en luchas anteriores a propósito de las cuestiones económicas, y concibe los errores concretos comomeros síntomas. Es obvio que eso no disminuye en nada la energía de la crítica a los individuos.

[8] Cfr. el artículo anterior

[9] Cfr. la polémica de Rosa Luxemburg contra la resolución presentada por David en Maguncia. Massentreik, 59. También su exposición en el discurso programático del Congreso fundacional K.P.D. sobre la "Biblia" del legalismo, el prólogo de Engels a Las luchas de clases en Francia, loc. cit., 22 SS

[10] Esta concepción no es meramente una consecuencia de lo que suele llamarse desarrollo lento de la revolución. Ya en el I Congreso [de la III Internacional] expresó Lenin el temor "de que las luchas se hagan tan tempestuosas que la consciencia de las masas obreras no pueda sostener la velocidad del proceso". También la concepción del programa espartaquista, según la cual el partido comunista se niega a considerar suficiente para tomar el poder el hecho de que la "democracia" burguesa y socialdemócrata haya llevado a la sociedad a la catástrofe económica, parte de esa idea de que el hundimiento objetivo de la sociedad burguesa puede ocurrir antes de que se consolide en el proletariado la consciencia de clase revolucionaria. Bericht über Gründungsparteitag [Informe del Congreso fundacional del Partido Comunista de Alemania], 56.-

[11] En Contra la corriente [ed. alemana, 516-517] se encuentra un buen resumen de conjunto de sus tesis.

[12] Cfr. el artículo "Consciencia de clase".

[13] Contra la corriente, ed. alemana, 412

[14] Con eso no pretendo afirmar que el problema esté definitivamente resuelto en Rusia. Por el contrario, el problema subsiste mientras dura la lucha contra el capitalismo. Lo que pasa es que en Rusia el problema tiene formas distintas (y previsiblemente más débiles) que en Europa, en razón de la menor influencia ejercida por las formas intelectuales y emocionales del capitalismo en el proletariado. Sobre el problema cfr. Lenin, Der Radikalismus [El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo], ed. alemana, 92-93.

[15] Anti-Dühring, 306.

[16] Cfr. el artículo "El cambio funcional del materialismo histórico".

[17] Terrorismus und Kommunismus [Terrorismo y comunismo, ed. alemana], 82. No creo en absoluto casual - aunque, por supuesto, no hablo ahora filológicamente- que la polémica de Trotski contra Kautsky utilice en un terreno político los elementos esenciales que usó Hegel en su polémica contra la teoría kantiana del conocimiento. Cfr. HEGEL, Werke [Obras], XV, 504. Por lo demás, Kautsky ha sostenido más tarde explícitamente que las leyes del capitalismo son absolutamente válidas para el futuro, aun en la imposibilidad de conocer concretamente las tendencias del desarrollo. Cfr. Die proletarische Revolution und ihr Programm [La revolución proletaria y su programa], 57.

[18] Klassenkämpfe [Las luchas de clases en Francia], 85.

[19] Cfr. la metodología de la ética en Kant y en Fichte; la metodología sólo, porque en la construcción práctica de esa ética se debilita esencialmente dicho individualismo. Fichte, sin embargo, subraya que la fórmula "limita tu libertad de tal modo que el semejante que está junto a ti pueda también ser libre" -tan emparentada con la de Kant- no tiene (en el sistema de Fichte) validez absoluta, sino sólo "validez hipotética". Grundlage des Naturrechts [Fundamento del derecho natural], § 7, IV, Werke [Obras] (nueva edición), II, 93.

[20] Anti Düring 174, s.s., particularmente 176.

[21] Wirtschaft und Gesellschaft [Economía y sociedad, 169]

[22] En las tesis organizativas del III Congreso (II, 6) se encuentra una buena descripción de estas formas de organización. En ellas se las compara muy acertadamente con la organización del Estado burgués.

[23] Ursprung [El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado], 164

[24] Kritik des Gothaer Programmes [Crítica del programa de Gotha de la socialdemocracia alemana], ed. de Karl Korsch, 26-27.

[25] Der "Radikalismus" die Kinderkrankheit des Kommunismus [El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo], 6-7.

[26] "Klasse, Partei, Führer" [Clase, partido, dirigentes], Die Intemationale, Berlín 1922, IV, 22.

[27] Véase sobre este concepto el artículo "Consciencia de clase".

[28] Socialdemokratische Partei Deutschland, Partido socialdemócrata de Alemania.

[29] Sobre la relación entre objetivo final y acción inmediata cfr. el artículo "¿Qué es marxismo ortodoxo?".

[30] Expresión militar prusiana.

[31] "Puede aplicarse, con las modificaciones correspondientes, a la política y a los partidos lo que se dice de los individuos. No es inteligente el que no comete errores, pues no hay ni puede haber hombres así. Inteligente es el que no comete errores particularmente esenciales y sabe además corregir fácil y rápidamente los que comete." LENIN, Der Radikalismus, etc. (El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo], 17.

[32] lbíd., 80

[33] Ya las discusiones acerca del problema de la acumulación giran en torno de este punto. Aún más les ocurre eso a las discusiones acerca de la guerra y el imperialismo. Cfr. Zinoviev contra Kautsky en Contra la corriente, ed. alemana, 321. Y de modo especialmente claro en la intervención de Lenin en el II Congreso del Partido Comunista de Rusia a propósito del capitalismo de Estado: "Un capitalismo estatal de la forma del que hoy tenemos entre nosotros no aparece analizado por ninguna teoría ni en ninguna bibliografía por la sencilla razón de que todas las representaciones asociadas con esas palabras se adaptan al gobierno burgués y al orden social capitalista. Nosotros, en cambio, tenemos un orden social que ha abandonado ya los raíles del capitalismo, pero no ha llegado aún a ninguna vía nueva, pues este Estado no está dirigido por la burguesía, sino por el proletariado. Y de nosotros, del partido comunista y de la clase obrera; depende la naturaleza que vaya a tener este capitalismo estatal."

[34] Cfr. sobre esto el artículo "La cosificación y la consciencia del proletaria do".

[35] Léase sobre esto la interesantísima sección acerca de la prensa del partido de las Tesis sobre organización del III Congreso. En el punto 48 se formula con toda claridad esa exigencia. Pero toda la técnica de la organización -por ejemplo, la relación de la fracción parlamentaria con el Comité Central, la alternativa de trabajo legal y trabajo ilegal, etc.- está basada en este principio.

[36] Cfr. al respecto la intervención de Lenin en el Congreso Panruso de los Obreros Metalúrgicos, 6-111-1922, así como la del II Congreso del Partido Comunista de Rusia acerca de las consecuencias organizativas para el partido de la Nueva Política Económica.

[37] Cfr. artículo de Lenin en Pravda, 21-IX-1921. Es obvio sin más que esta medida organizativa ha sido al mismo tiempo una medida táctica espléndida para elevar la autoridad del partido comunista, para consolidar sus relaciones con las masas trabajadoras.