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F. Engels


CARTA A AUGUSTE BEBEL



Londres, 18-28 de marzo de 1875.

Querido Bebel:

He recibido su carta del 23 de febrero, y me alegra que su estado de salud sea tan satisfactorio.

Me pregunta usted cuál es nuestro criterio sobre la historia de la unificación. Desgraciadamente, nos ha pasado lo mismo que a usted. Ni Liebknecht ni nadie nos ha dado ninguna noticia, por lo cual tampoco nosotros sabemos más que lo que dicen los periódicos, que no trajeron nada, hasta que hace unos ocho días recibimos el proyecto de programa. Este nos ha causado, ciertamente, bastante asombro.

Nuestro partido ha tendido con tanta frecuencia la mano a los partidarios de Lassalle para la conciliación, o cuando menos para llegar a algún acuerdo, y los Hasenclever, Hasselmann y Tölcke la han rechazado siempre de un modo tan persistente y desdeñoso que hasta a un niño podría ocurrírsele que si ahora esos señores vienen a nosotros por sí solos y nos ofrecen la conciliación, es porque deben encontrarse en una situación muy apurada. Dado el carácter, sobradamente conocido, de esta gente, el deber de todos nosotros era el de aprovechar este apuro para arrancar toda clase de garantías y no permitir que esta gente afianzase de nuevo su insegura posición ante la opinión obrera a costa de nuestro partido. Había que haberles acogido con extraordinaria frialdad y desconfianza, hacer depender la unificación del grado en que estuviesen dispuestos a renunciar a sus consignas sectarias y a su ayuda del Estado, y adoptar, en lo esencial, el programa de Eisenach de 1869[1], o una versión del mismo corregida y adaptada a los momentos actuales. En el aspecto teórico, es decir, en lo que es decisivo para el programa, nuestro partido no tiene absolutamente nada que aprender de los de Lassalle, pero ellos sí que tienen que aprender de él; la primera condición para la unidad debía haber sido que dejasen de ser sectarios, que dejasen de ser lassalleanos, y, por tanto y ante todo, que renunciasen a la panacea universal de la ayuda del Estado, o por lo menos, que la reconociesen como una de tantas medidas transitorias y secundarias. El proyecto de programa demuestra que nuestra gente, situada a cien codos por encima de los dirigentes lassalleanos en lo que a la teoría se refiere, está a cien brazos por debajo de ellos en cuanto a habilidad política; los «honrados»[*] se han visto, una vez más, cruelmente burlados por los pícaros.

En primer lugar, se acepta la rimbombante, pero históricamente falsa, frase de Lassalle: frente a la clase obrera, todas las otras no forman más que una masa reaccionaria. Esta tesis sólo es exacta en algunos casos excepcionales, por ejemplo, en una revolución del proletariado como la Comuna, o en un país donde no ha sido la burguesía sola la que ha creado el Estado y la sociedad a su imagen y semejanza, sino que después de ella ha venido la pequeña burguesía democrática y ha llevado hasta sus últimas consecuencias el cambio operado. Si, por ejemplo, en Alemania, la pequeña burguesía democrática perteneciese a esta masa reaccionaria, ¿cómo podía el Partido Obrero Socialdemócrata haber marchado hombro con hombro con ella, con el Partido Popular[2] durante varios años? ¿Cómo podía el "Volksstaat"[3]  tomar la casi totalidad de su contenido político de la "Frankfurter Zeitung"[4], periódico democrático pequeñoburgués? ¿Y cómo pueden incluirse en este mismo programa siete reivindicaciones, por lo menos, que coinciden directa y literalmente con el programa del Partido Popular y de la democracia pequeñoburguesa? Me refiero a las siete reivindicaciones políticas (de la 1 a la 5 y la 1 y la 2), entre las cuales no hay una sola que no sea democrático-burguesa[5]

En segundo lugar, se reniega prácticamente por completo, para el presente, del principio internacionalista del movimiento obrero, ¡y esto lo hacen hombres que por espacio de cinco años y en las circunstancias más duras mantuvieron de un modo glorioso este principio! La posición que ocupan los obreros alemanes a la cabeza del movimiento europeo se debe, esencialmente, a la actitud auténticamente internacionalista mantenida por ellos durante la guerra [6]; ningún otro proletariado se hubiera portado tan bien. ¡Y ahora va a renegar de este principio, en el momento en que en todos los países del extranjero los obreros lo recalcan con la misma intensidad que los gobiernos tratan de reprimir todo intento de imponerlo en una organización! ¿Y qué queda en pie del internacionalismo del movimiento obrero? ¡La pálida perspectiva, no ya de una futura acción conjunta de los obreros europeos para su emancipación, sino de una futura «fraternidad internacional de los pueblos», de los «Estados Unidos de Europa» de los burgueses de la Liga por la Paz [7]!

No había, naturalmente, para qué hablar de la Internacional como tal. Pero al menos no debía haberse dado ningún paso atrás respecto al programa de 1869 y decir, por ejemplo, que aunque el Partido Obrero Alemán actúa, en primer término, dentro de las fronteras del Estado del que forma parte (no tiene ningún derecho a hablar en nombre del proletariado europeo, ni, sobre todo, a decir, nada que sea falso), tiene conciencia de su solidaridad con los obreros de todos los países y estará siempre dispuesto a seguir cumpliendo, como hasta ahora, con los deberes que esta solidaridad impone. Estos deberes existen, aunque uno no se considere ni se proclame parte de la Internacional; son, por ejemplo, el deber de ayudar en caso de huelga y paralizar el envío de esquiroles, preocuparse de que los órganos del partido informen a los obreros alemanes sobre el movimiento extranjero, organizar campañas de agitación contra las guerras dinásticas inminentes o que han estallado ya, una actitud frente a éstas como la mantenida ejemplarmente en 1870 y 1871, etc.

En tercer lugar, nuestra gente se ha dejado imponer la «ley de bronce del salario» lassalleana, basada en un criterio económico completamente anticuado, a saber: que el obrero no recibe, por término medio, más que el mínimo de salario, y esto porque según la teoría de la población de Malthus, hay siempre obreros de sobra (ésta era la argumentación de Lassalle). Ahora bien: Marx ha demostrado minuciosamente, en "El Capital", que las leyes que regulan el salario son muy complejas, que tan pronto predominan unas como otras, según las circunstancias; que, por tanto, estas leyes no son, en modo alguno, de bronce, sino, por el contrario, muy elásticas, y que el problema no puede resolverse así, en dos palabras, como creía Lassalle. La fundamentación que da Malthus de la ley que Lassalle toma de él y de Ricardo (falseando a este último), tal como puede verse, por ejemplo, citada de otro folleto de Lassalle, en el "Libro de lecturas para obreros", pag. 5, ha sido refutada con todo detalle por Marx en el capítulo sobre el proceso de acumulación del capital[**]. Así pues, al adoptar la «ley de bronce» de Lassalle, se han pronunciado a favor de un principio falso y de una falsa fundamentación del mismo.

En cuarto lugar, el programa plantea como única reivindicación social la ayuda estatal lassalleana en su forma más descarada, tal como Lassalle la plagió de Buchez. ¡Y esto, después de que Bracke demostró de sobra la inutilidad de esta reivindicación [8]; después de que casi todos, si no todos, los oradores de nuestro partido se han visto obligados, en su lucha contra los lassalleanos, a pronunciarse en contra de esta «ayuda del Estado»! Nuestro partido no podía llegar a mayor humillación. ¡El internacionalismo rebajado a la altura de un Armand Gögg, el socialismo, a la del republicano burgués Buchez, que planteaba esta reivindicación frente a los socialistas, para combatirlos!

En el mejor de los casos, la «ayuda del Estado», en el sentido lassalleano, no es más que una de tantas medidas para conseguir el objetivo que aquí se define con las torpes palabras de «para preparar el camino a la solución del problema social», ¡como si para nosotros existiese todavía un problema social que estuviese teóricamente sin resolver! Si, por tanto, se dijera: el Partido Obrero Alemán aspira a abolir el trabajo asalariado, y con él las diferencias de clase, implantando la produccción cooperativa en la industria y en la agricultura en una escala nacional, y aboga por todas y cada una de las medidas adecuadas a la consecución de este fin, ningún lassalleano tendría nada que objetar contra esto.

En quinto lugar, no se dice absolutamente nada de la organización de la clase obrera como tal clase, por medio de los sindicatos. Y éste es un punto muy esencial, pues se trata de la verdadera organización de clase del proletariado, en la que éste ventila sus luchas diarias con el capital, en la que se educa y disciplina a sí mismo, y aún hoy día, con la más negra reacción (como ahora en París), no se la puede aplastar. Dada la importancia que esta organización ha adquirido también en Alemania, hubiera sido, a nuestro juicio, absolutamente necesario mencionarla en el programa y reservarle, a ser posible, un puesto en la organización del partido.

Todo esto ha hecho nuestra gente para complacer a los lassalleanos. ¿Y en qué han cedido los otros? En que figuren en el programa un montón de reivindicaciones puramente democráticas y bastante embrolladas, algunas de las cuales no son más que cuestión de moda, como, por ejemplo, la «legislación por el pueblo», que existe en Suiza, donde produce más perjuicios que beneficios, si es que puede decirse que produce algo. Si se dijera «administración por el pueblo», quizá tendría algún sentido. Falta, igualmente, la primera condición de toda libertad: que todos los funcionarios sean responsables en cuanto a sus actos de servicio respecto a todo ciudadano, ante los tribunales ordinarios y según las leyes generales. Y no quiero hablar de reivindicaciones como la de libertad de la ciencia y la libertad de conciencia, que figuran en todo programa liberal burgués y que aquí suenan a algo extraño.

El Estado popular libre se ha convertido en el Estado libre. Gramaticalmente hablando, Estado libre es un Estado que es libre respecto a sus ciudadanos, es decir, un Estado con un Gobierno despótico. Habría que abandonar toda esa charlatanería acerca del Estado, sobre todo después de la Comuna, que no era ya un Estado en el verdadero sentido de la palabra. Los anarquistas nos han echado en cara más de la cuenta esto del «Estado popular», a pesar de que ya la obra de Marx contra Proudhon [***], y luego el "Manifiesto Comunista" [****] dicen claramente que, con la implantación del régimen social socialista, el Estado se disolverá por sí mismo [sich auflöst] y desaparecerá. Siendo el Estado una institución meramente transitoria, que se utiliza en la lucha, en la revolución, para someter por la violencia a los adversarios, es un absurdo hablar de Estado popular libre: mientras que el proletariado necesite todavía del Estado no lo necesitará en interés de la libertad, sino para someter a sus adversarios, y tan pronto como pueda hablarse de libertad, el Estado como tal dejará de existir. Por eso nosotros propondríamos remplazar en todas partes la palabra Estado por la palabra ´comunidad' (Gemeinwesen), una buena y antigua palabra alemana equivalente a la palabra francesa Commune[*****].

«Supresión de toda desigualdad social y política», en vez de «abolición de todas las diferencias de clase», es también una frase muy dudosa. De un país a otro, de una región a otra, incluso de un lugar a otro, existirá siempre una cierta desigualdad en cuanto a las condiciones de vida, que podrá reducirse al mínimo, pero jamás suprimirse por completo. Los habitantes de los Alpes vivirán siempre en condiciones distintas que los habitantes del llano. La concepción de la sociedad socialista como el reino de igualdad, es una idea unilateral francesa, apoyada en el viejo lema de «libertad, igualdad, fraternidad»; una concepción que tuvo su razón de ser como fase de desarrollo en su tiempo y en su lugar, pero que hoy debe ser superada, al igual que todo lo que hay de unilateral en las escuelas socialistas anteriores, ya que sólo origina confusiones, y porque además se han descubierto fórmulas más precisas para presentar el problema.

Y termino aquí, aunque habría que criticar casi cada palabra de este programa, redactado además sin jugo y sin brío. Hasta tal punto que, caso de ser aprobado, Marx y yo jamás podríamos militar en el nuevo partido erigido sobre esta base y tendríamos que meditar muy seriamente qué actitud habríamos de adoptar frente a él, incluso públicamente. Tenga usted en cuenta que, en el extranjero, se nos considera a nosotros responsables de todas y cada una de las manifestaciones y de los actos del Partido Obrero Socialdemócrata Alemán. Así, por ejemplo, Bakunin en su obra "Política y Anarquía" nos hace responsables de cada palabra irreflexiva pronunciada y escrita por Liebknecht desde la fundación del "Demokratisches Wochenblatt"[9]. La gente se imagina, en efecto, que nosotros dirigimos desde aquí todo el asunto, cuando usted sabe tan bien como yo, que casi nunca nos hemos mezclado en lo más mínimo en los asuntos internos del partido, y cuando lo hemos hecho, sólo ha sido para corregir, en lo posible, los errores que a nuestro juicio se habían cometido, y además, sólo cuando se trataba de errores teóricos. Pero usted mismo comprenderá que este programa representa un viraje, el cual fácilmente podría obligarnos a declinar toda responsabilidad respecto al partido que lo adopte.

En general, importan menos los programas oficiales de los partidos que sus actos. Pero un nuevo programa es siempre, a pesar de todo, una bandera que se levanta públicamente y por la cual los de fuera juzgan al partido. No debería, por tanto, en modo alguno, representar un retroceso como el que representa éste, comparado con el de Eisenach. Y habría también que tener en cuenta lo que los obreros de otros países dirán de este programa; la impresión que ha de producir esta genuflexión de todo el proletariado socialista alemán ante el lassalleísmo.

Además, yo estoy convencido de que la unión hecha sobre esta base no durará ni un año. ¿Van las mejores cabezas de nuestro partido a prestarse a aprender de memoria y recitar de corrido las tesis lassalleanas sobre la ley de bronce del salario y la ayuda del Estado? ¡Aquí quisiera yo verle a usted, por ejemplo! Y si fuesen capaces de hacerlo, el auditorio les silbaría. Y estoy seguro de que los lassalleanos se aferran precisamente a estas partes del programa como Shylock a su libra de carne [******]. Vendrá la escisión; pero habremos devuelto «la honra» a los Hasselmann, los Hasenclever, los Tölcke y consortes; nosotros saldremos debilitados de la escisión y los lassalleanos fortalecidos; nuestro partido habrá perdido su virginidad política y jamás podrá volver a combatir con valentía  la fraseología de Lassalle, que él mismo ha llevado inscrita en sus banderas durante algún tiempo; y si entonces los lassalleanos vuelven a decir que ellos son el verdadero y único partido obrero y que los nuestros son unos burgueses, allí estará el programa para demostrarlo. Cuantas medidas socialistas figuran en él, proceden de ellos, y lo único que nuestro partido ha puesto son las reivindicaciones tomadas de la democracia pequeñoburguesa, ¡a la cual también él considera, en el mismo programa, como parte de la «masa reaccionaria»!

No he echado esta carta al correro, ya que no saldrá usted en libertad hasta el 1 de abril, en honor del cumpleaños de Bismarck, y no quería exponerla al riesgo de que la interceptasen si se intentaba pasarla de contrabando. Mientras, acabo de recibir una carta de Bracke, al que también ofrece graves reparos el programa y que quiere conocer nuestra opinión. Por eso, y para ganar tiempo, se la envío por intermedio suyo, para que la lea y así no necesito escribirle también a él, repitiéndole toda la historia. Por lo demás, también a Ramm le he hablado claro, y a Liebknecht le he escrito sólo concisamente. A él no le perdono que no nos haya dicho ni una palabra de todo el asunto (mientras Ramm y otros creían que nos había informado detalladamente), hasta que se hizo, por decirlo así, demasiado tarde. Cierto que siempre ha hecho lo mismo --y de aquí el montón de cartas desagradables que Marx y yo hemos cambiado con él--, pero esta vez la cosa es demasiado grave y, decididamente, no marcharemos con él por ese camino.

Arregle usted las cosas para venirse en el verano. Se alojará usted, naturalmente, en mi casa y, si hace buen tiempo, podremos ir un par de días a bañarnos en el mar, cosa que le vendrá a usted muy bien, después después del largo encarcelamiento.

Cordialmente suyo, F. E.

Marx ha cambiado recientemente de domicilio. Sus señas: 41, Maitland-park, Crescent, North-West, London.




Notas

[*] Se llaman «honrados» a los eisenachianos. (N. de la Edit.)

[**] C. Marx, "El Capital", t. I, 7 sección, "El proceso de acumulación del capital". (N. de la Edit.)

[***]C. Marx, "«La miseria de la filosofía». Respuesta a la «Filosofía de la miseria» del señor Proudhon". (N. de la Edit.)

[****] Véase: C. Marx & F. Engels, Obras escogidas, en tres tomos (Editorial Progreso, Moscú), t. 1, págs. 110-140

[*****]Esta carta la cita Lenin en "El Estado y la Revolución", en el capítulo IV, apartado 3. Esta carta de 1875 fue publicada por primera vez por Bebel en el segundo tomo de sus memorias ("De mi vida"), que aparecieron en 1911, es decir, 36 años después de escrita y enviada aquella carta. En la edición que estamos utilizando de las Obras Escogidas de Marx y Engels en vez de las palabras «remplazar en todas partes» están las palabras «decir siempre». Como Engels está criticando un proyecto de programa, señalando sus defectos, lo más justo es el uso de las palabras «remplazar en todas partes», tal y como están en la cita señalada de "El Estado y la Revolución".

[******] Shakespeare. "El Mercader de Venecia", acto I, escena III. (N. de la Edit.)

 

[1] En Eisenach, en el Congreso panalemán de los socialdemóctatas de Alemania, Austria y Suiza, celebrado del 7 al 9 de agosto de 1869, fue instituido el Partido Obrero Socialdemócrata Alemán, conocido luego con el nombre de partido de los eisenachianos. El programa adoptado en el Congreso respondía enteramente al espíritu de la Internacional.

[2] El Partido Popular Alemán, fundado en 1865, constaba de elementos democráticos de la pequeña burguesía y, en parte, de la burguesía, principalmente de los Estados del Sur de Alemania. Al aplicar una política antiprusiana y presentar consignas democráticas generales, este partido reflejaba, al propio tiempo, tendencias particularistas de ciertos Estados alemanes. Al hacer propaganda de la idea del Estado alemán federal, era contraria a la unificación de Alemania bajo la forma de república democrática centralizada única.

En 1866 al Partido Popular Alemán se adhirió el Partido Popular Sajón, cuyo núcleo fundamental constaba de obreros. Este ala izquierda, que compartía el deseo del Partido Popular de resolver la cuestión de la unificación del país por vía democrática, participó en la creación, en agosto de 1869, del Partido Obrero Socialdemócrata Alemán. 

[3] Se alude a la editorial del Partido Obrero Socialdemócrata que publicaba el periódico "Der Volksstaat" y literatura socialdemocrática. El director de la editorial era A. Bebel.

Der Volksstaat («El Estado Popular»): órgano central del Partido Obrero Socialdemócrata Alemán (eisenachianos); se publicó en Leipzig desde el 2 de octubre de 1869 hasta el 29 de septiembre de 1876. La dirección general del periódico corría a cargo de G. Liebknecht. Marx y Engels colaboraban en el periódico, ayudando constantemente en la redacción del mismo.

[4] "Frankfurter Zeitung und Handelsblatt" («Periódico de Francfort y Hoja del Comercio»): diario de orientación democrática pequeñoburguesa; se publicó desde 1856 (con este nombre desde 1866) hasta 1943.

[5] Trátase de los siguientes puntos del proyecto de Programa de Gotha:

«El Partido Obrero Alemán exige, como base libre del Estado:

1 . Sufragio universal, igual, directo y secreto para todos los hombres, desde los 21 años, en todas las elecciones nacionales y municipales; 2 . Legislación directa por el pueblo con derecho de iniciativa y de veto; 3 . Instrucción militar general. Milicias del pueblo en lugar de ejército permanente. Las decisiones acerca de la guerra y de la paz las tomará la representación del pueblo; 4 . Derogación de todas las leyes de excepción, especialmente las de prensa, reunión y asociación; 5 . Administración de justicia por el pueblo y con carácter gratuito.

El Partido Obrero Alemán exige, como fundamento espiritual y moral del Estado:

1 . Educación popular general e igual, a cargo del Estado. Asistencia escolar obligatoria para todos. Instrucción gratuita. 2 . Libertad de la ciencia. Libertad de conciencia».

[6] Se trata de la guerra franco-prusiana de 1870-1871.

[7] La Liga por la Paz y la Libertad era una organización burguesa pacifista fundada en 1867 en Suiza por republicanos y liberales pequeñoburgueses. Con sus declaraciones acerca de la posibilidad de acabar con la guerra mediante la creación de los «Estados Unidos de Europa», la Liga sembraba entre las masas falsas ilusiones y apartaba al proletariado de la lucha de clase.

[8] 17 Véase W. Bracke. "Der Lassalle'sche Vorschlag", Braunschweig, 1873, («La propuesta de Lassalle», Brunswick, 1873).

[9] 18 "Demokratisches Wochenblatt" («Semanario democrático»): periódico obrero alemán, se publicó con ese nombre en Leipzig desde enero de 1868 hasta septiembre de 1869 bajo la dirección de G. Liebknecht. El periódico desempeñó un papel considerable en la creación del Partido Obrero Socialdemócrata Alemán. En el Congreso de Eisenach (1869), el semanario fue proclamado órgano central del partido y denominado "Der Volksstaat" (véase la nota 9). Marx y Engels colaboraban en el periódico.




Fuente: C. Marx & F. Engels, Obras Escogidas, en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1974, págs. 532-534, 569.
Digitalización: Juan Rafael Fajardo, para el Marxists Internet Archive, marzo de 2001

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