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F. ENGELS

CARTA A A. SORGE



Primera edición: La colección de la correspondencia de Marx y Engels se publicó por vez primera en alemán en 1934 a cargo del Instituto Marx-Engels-Lenin de Leningrado. La segunda edición, ampliada, se realizó en inglés en 1936.
Fuente  de la versión castellana de la presente carta: C. Marx & F. Engels, Correspondencia, Ediciones Política, La Habana, s.f.
Esta edición: Marxists Internet Archive, 2010.


 

 

Londres, 31 de diciembre de 1892

EN Europa las cosas son bastante más vivaces que en vuestro “juvenil” país, que sigue negándose a abandonar la etapa de la adolescencia. Es notable, pero muy natural, que en un país tan joven, que nunca conoció el feudalismo y que se ha, desenvuelto desde el comienzo sobre una base puramente burguesa, los prejuicios burgueses estén tan firmemente arraigados en la clase obrera. Por su misma oposición a la madre patria —que sigue vestida con su disfraz feudal—el obrero norteamericano imagina que el régimen burgués que hereda es algo progresista y de naturaleza superior y eterna, un non plus ultra. Lo mismo que el caso de Nueva Inglaterra, cuyo puritanismo es la razón de existencia de toda la colonia, que precisamente debido a esto se ha vuelto un legado tradicional casi inseparable del patriotismo localista. Los norteamericanos podrán esforzarse y luchar todo lo que quieran, pero no pueden construir su futuro —enorme como es— de repente; igual que si se tratase de una letra de cambio: deben esperar la fecha de su vencimiento; y precisamente debido a que su futuro es tan grande, su presente debe ocuparse de trabajos preparatorios para el futuro, y este trabajo, como en todo país joven, es de naturaleza predominantemente material y determina cierto atraso mental, una inclinación a tradiciones vinculadas a la fundación de la nueva nacionalidad. La raza anglosajona —esos condenados Schleswig-Holsteiners como los llamaba Marx— es de ingenio lerdo, y su historia, tanto en Europa como en América (éxito económico y desarrollo político predominantemente pacífico) ha alentado todo esto aún más. En este caso sólo los grandes acontecimientos pueden ser de utilidad, y si, a la transición más o menos completa de la propiedad territorial fiscal a la propiedad privada, se agrega la expansión de la industria bajo una política aduanera menos loca y la conquista de mercados exteriores, entonces también a ustedes podrá irles bien. Igualmente en Inglaterra las luchas de clases fueron más violentas en el período en que se desarrollaba la industria, en gran escala, debilitándose precisamente en el período de la indiscutible dominación industrial inglesa del mundo. En Alemania, igualmente, el desarrollo de la industria en gran escala, operado desde 1850, coincide con el surgimiento del movimiento socialista, y en Norteamérica probablemente ocurrirá lo mismo. Es la revolución operada en todas las relaciones tradicionales por la industria en desarrollo lo que también revoluciona los cerebros de las gentes.

Por lo demás, los norteamericanos le han estado dando la prueba durante algún tiempo, al mundo europeo, de que una república burguesa es una república de hombres de negocios capitalistas en que la política es tan sólo una operación de negocios como cualquier otra; y los franceses, cuyos políticos burgueses oficialistas lo saben y practican en secreto desde hace tiempo, por fin están aprendiendo esta verdad en escala nacional, gracias al escándalo de Panamá. Pero para que las monarquías constitucionales no puedan darse aires de virtuosidad, cada una de ellas tiene su pequeño Panamá: Inglaterra, el escándalo de las compañías de construcción, una de las cuales, la Liberator, ha “libertado” por completo a un sinnúmero de pequeños depositantes de unos 8 000 000 de libras de sus ahorros; Alemania, los escándalos de Baare y Löwe Jüdenflinten (que han demostrado que el funcionario prusiano roba como siempre, pero muy, muy poco —lo único en que manifiesta modestia—); Italia la Banca Romana, que toma proporciones de Panamá, con unos 150 diputados y senadores sobornados; tengo informes de que pronto se publicarán en Suiza documentos sobre este asunto (Schlüter debiera buscar todo lo que aparezca en los periódicos sobre la Banca Romana). Y en la Santa Rusia, el príncipe Meshchersky está indignado por la indiferencia con que son recibidas en Rusia las revelaciones sobre Panamá, y sólo puede explicársela por el hecho de que la virtud rusa ha sido corrompida por el ejemplo francés, y “nosotros mismos tenemos más de un Panamá en casa”.

Pero de todos modos, el asunto de Panamá es el principio del fin de la república burguesa, y pronto puede llevarnos a posiciones de gran responsabilidad. Todos los oportunistas y la mayoría de la pandilla radical están vergonzosamente comprometidos, el gobierno está tratando de echarle tierra pero eso ya no es posible. Los documentos probatorios están en manos de gente que quiere derrocar a los actuales gobernantes: 1) los orleanistas; 2) el exministro Constans, cuya carrera había terminado por las revelaciones sobre su escandaloso pasado; 3) Rochefort y los boulangistas; 4) Cornelius Herz, quien, bien envuelto en toda clase de estafas, evidentemente huyó a Londres únicamente para salvarse haciendo caer a los demás. Todos estos tienen pruebas más que suficientes contra la banda de ladrones, pero se contienen primero para no gastar de una vez toda la munición, y segundo, para darles tiempo al gobierno y a los jurados para que se comprometan más allá de toda esperanza de salvación. Esto nos viene bien; está saliendo a luz, por grados, suficiente material para mantener la excitación y comprometer más y más a los dirigeants, a la vez que da tiempo para que el escándalo y las revelaciones del mismo surtan su efecto en los rincones más remotos del país antes de la inevitable disolución de la Cámara y de las nuevas elecciones, las que sin embargo no debieran venir demasiado pronto. Está claro que este negocio aproxima considerablemente el momento en que nuestras gentes se tornen los únicos dirigentes posibles del Estado francés. Sólo que las cosas no debieran moverse demasiado rápidamente: nuestros camaradas franceses no están ni de lejos maduros para el poder. Pero, tal como están las cosas, es absolutamente imposible decir cuáles etapas intermedias llenarán esta laguna. Los viejos partidos republicanos están comprometidos hasta su último hombre, los realistas y clericales operaron en gran escala en bonos de la lotería de Panamá, identificándose con aquellos (si ese asno de Boulanger no se hubiese suicidado sería hoy dueño de la situación). Estoy ansioso por saber si la vieja lógica inconsciente de la historia francesa volverá también esta vez por sus fueros. Habrá un cúmulo de sorpresas. Siempre que este o aquel general no se encarame en el poder durante el período de esclarecimiento y declare la guerra (que es el único peligro).

En Alemania, el continuo e irresistible progreso del partido sigue teniendo lugar tranquilamente. Pequeños éxitos en cada rincón, lo que prueba el progreso. Si se acepta la parte esencial de la ley militar, se volcarán hacia nosotros nuevas masas de descontentos; si es rechazada, se producirá la disolución [del Reichstag] y habrá nuevas elecciones, en las que obtendremos por lo menos cincuenta bancas del Reichstag; en caso de conflicto podrán dar a menudo el voto decisivo. De todos modos la lucha, aun cuando —como es posible— también estalle en Francia, sólo puede librarse en Alemania. Pero es bueno que el tercer volumen [de El capital] estará ahora por fin terminando. ¿Cuándo? En realidad no podría decirlo; los tiempos se están poniendo bravos y las olas empiezan a levantarse alto.

En 1888 quebró la compañía francesa que financiaba la construcción del Canal de Panamá. Este acontecimiento, conocido por “escándalo de Panamá”, fue utilizado por los nacionalistas franceses para derrocar a la mayoría republicana. En el curso de la investigación se descubrió un gigantesco escándalo de soborno en que estaban implicados 150 diputados, la prensa burguesa, etc. De esto surgió una intensificación de las contradicciones internas de Francia, presentándose el inminente peligro de que los nacionalistas, quienes exigían una guerra de revancha, subiesen al poder, aumentando así el peligro de guerra. El proceso fue anulado en 1894 por el presidente de la república.