Anton Pannekoek

Partido y Clase


Escrito: 1936.
Versión al castellano: Traducido del inglés por Roi Ferreiro para el Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques, en base a versiones publicadas en el Anton Pannekoek Internet Archive.
Edición digital: Por el Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques, 2005
Esta edición: Marxists Internet Archive, mayo de 2006.


Los textos de Pannekoek "Partido y clase" y "El partido y la clase obrera", ambos del mismo año, parecen haber sido digitalizados por la sección en inglés del Archivo Marxista en Internet, sin aportar por otra parte datos precisos sobre las traducciones. En realidad se trata de dos versiones del mismo texto casi exactamente iguales. El primero de los textos, "Partido y Clase" se ha tomado por base para esta edición, pero no parece un escrito original en inglés. Por otra parte, la versión inglesa de "El partido y la clase obrera" procede del holandés y presenta rasgos peculiares o arbitrarios, aunque también incluye líneas enteras que faltan en la otra versión. Lo que se ha hecho ha sido cotejar ambas y realizar añadidos, sustituciones y fusiones, señalando las partes provenientes del segundo texto con negrita. (R. Ferreiro)

 

Estamos sólo en las fases más tempranas de un nuevo movimiento obrero. El viejo movimiento obrero está organizado en partidos. La creencia en los partidos es la razón principal de la impotencia de la clase obrera; por lo tanto, nosotros evitamos la creación un nuevo partido. No porque seamos demasiado pocos --un partido de cualquier tipo comienza con pocas personas--, sino porque un partido es una organización que apunta a dirigir y controlar a la clase obrera. En oposición a esto, nosotros mantenemos que la clase obrera sólo puede alzarse a la victoria cuando afronta de modo independiente sus problemas y decide su propio destino [1]. Los obreros no deben aceptar ciegamente las consignas de otros, ni de nuestros propios grupos, sino que deben pensar, actuar y decidir por sí mismos. Por lo tanto, en este período de transición, los órganos naturales de educación y esclarecimiento son, en nuestra visión, los grupos de trabajo, los círculos de estudio y discusión, que se han formado por su propio acuerdo y que buscan su propio camino.

Esta concepción está en aguda contradicción con la tradición del partido como el medio más importante para educar al proletariado. Por consiguiente, muchos, aunque repudian a los partidos socialistas y comunistas, se resisten y se oponen a nosotros. Esto se debe, en parte, a sus conceptos tradicionales; después de ver la lucha de clases como una lucha de partidos, se vuelve difícil considerarla como puramente la lucha de la clase obrera, como una lucha de clase. Pero, parcialmente, este concepto está basado en la idea de que el partido juega, no obstante, un papel esencial e importante en la lucha del proletariado. Permítasenos investigar esta última idea más estrechamente.

Esencialmente, el partido es una agrupación de acuerdo con las visiones, las concepciones; las clases son agrupaciones según los intereses económicos. La pertenencia a una clase está determinada por el papel en el proceso de producción; la afiliación del partido es la unión de personas que están de acuerdo en sus concepciones de los problemas sociales. Anteriormente se pensaba, por razones teóricas y práticas, que la contradicción desaparecería en el partido de clase, el "partido de los obreros”. Durante el ascenso de la Socialdemocracia, parecía que ésta abarcaría gradualmente al conjunto de la clase obrera, en parte como miembros, en parte como simpatizantes. Ya que la teoría marxiana declaraba que intereses similares engendran puntos de vista y objetivos similares, se esperaba que gradualmente la contradicción entre el partido y la clase desapareciese. La historia demostró ser diferente. La Socialdemocracia siguió siendo una minoría, otros grupos de la clase obrera se organizaron contra ella, secciones se escindieron de ella, y su propio carácter cambió. Su propio programa fue revisado o reinterpretado.

La sociedad no se desarrolla de un modo continuo, libre de retrocesos, sino a través de conflictos y antagonismos [2]. Con la intensificación de la lucha de los trabajadores, el poderío del enemigo aumenta también y asedia a los obreros con dudas y miedos renovados acerca de cual camino es el mejor. Y cada duda acarrea divisiones, contradicciones y batallas fraccionales dentro del movimiento obrero. Es inútil deplorar estos conflictos y divisiones como dañinos por dividir y debilitar a la clase obrera, como si creasen una situación que no debería existir y que está haciendo a los obreros impotentes. Como se ha señalado a menudo, la clase obrera no es débil porque esté dividida, sino que está dividida porque es débil. Debido a que el enemigo es poderoso en tal medida que los viejos métodos de combate se demuestran inútiles, la clase obrera debe buscar nuevos métodos. Su tarea no se clarificará como resultado de una iluminación desde arriba; ella debe descubrir sus tareas a través del duro trabajo, a través del pensamiento y del conflicto de opiniones. Debe encontrar su propio camino; por consiguiente, la lucha interna. Debe abandonar las ideas caducas y las viejas ilusiones, y es de hecho la dificultad de esta tarea la que engendra divisiones de una magnitud y severidad tales [3].

Tampoco podemos engañarnos creyendo que este periodo de contienda de partido y disputa ideológica pertenece sólo a un período de transición como el actual, y que dejará paso a una unidad más fuerte que la de antes. Es cierto que, en el curso de la lucha de clases, hay ocasiones en las que todas las fuerzas se unen para un gran objetivo viable y la revolución es llevada adelante con el poderío de una clase obrera unida. Pero, después de eso, como después de cada victoria, vienen diferencias sobre la cuestión: ¿y ahora qué? Y aún si la clase obrera es victoriosa, siempre tiene que enfrentarse a tareas de la mayor dificultad: dominar ulteriormente al enemigo, reorganizar la producción, crear un nuevo orden. Es imposible que todos los trabajadores, todos los estratos y grupos, cuyos intereses están todavía lejos de ser homogéneos, vayan en esta fase a estar de acuerdo en todas las materias y a estar listos para la acción unitaria y decisiva ulterior. Sólo encontrarán el curso acertado después de las más agudas controversias y conflictos, y sólo así lograrán la claridad de ideas.

Si, en esta situación, personas con las mismas concepciones fundamentales se unen para la discusión de las perspectivas de acción, buscan la clarificación a través de discusiones y hacen propaganda de sus conclusiones, tales grupos podrían ser llamados partidos; pero serían partidos en un sentido enteramente diferente de los de hoy. La acción, la lucha de clases efectiva, es la tarea de las masas trabajadoras mismas, en su totalidad, en sus agrupaciones reales como la fábrica y los molinos, u otros grupos productivos, porque la historia y la economía las han puesto en la posición en la que deben y pueden librar la lucha de la clase obrera. Sería demencial si los seguidores de un partido fuesen a ir a la huelga mientras los de otro continuasen trabajando. Pero ambas tendencias defenderán sus posiciones, de sí a la huelga o de no a la huelga, en las reuniones de fábrica, dando así la oportunidad de llegar a una decisión bien fundada. La lucha es tan grande, el enemigo tan poderoso, que sólo las masas como un todo pueden lograr una victoria, la cual es el resultado del poder material y moral de acción, de la unidad y del entusiasmo, pero también de la fuerza espiritual del pensamiento, de la claridad. En esto reside la gran importancia de tales partidos o grupos basados en las opiniones: que ellos traen claridad con sus conflictos, discusiones y propaganda. Son los órganos de la autoclarificación de la clase obrera, por medio de los cuales los obreros encuentran su camino a la libertad.

Por supuesto, tales partidos no son estáticos e invariables. Cada nueva situación, cada nuevo problema, encontrará mentes divergiendo y uniéndose en nuevos grupos con nuevos programas. Tienen un carácter fluctuante y se reajustan constantemente a las nuevas situaciones.

Comparados con tales grupos, los partidos obreros actuales tienen un carácter enteramente diferente, ya que tienen un objetivo diferente: quieren tomar el poder para ellos. No apuntan a ser una ayuda a la clase obrera en su lucha por la emancipación, sino a gobernar ellos y a proclamar que esto constituye la emancipación del proletariado. La Socialdemocracia que surgió en la era del parlamentarismo concebía esta dominación como un gobierno parlamentario. El Partido Comunista lleva la idea de la dominación del partido a su extremo más pleno en la dictadura de partido.

Tales partidos, a diferencia de los grupos descritos arriba, deben ser estructuras rígidas con líneas de demarcación claras a través de fichas de afiliación, estatutos, disciplina de partido y procedimientos de admisión y expulsión. Pues ellos son instrumentos del poder --luchan por el poder, refrenan a sus miembros por la fuerza y buscan constantemente extender el alcance de su poder--. Su tarea no es desarrollar la iniciativa de los obreros; en lugar de eso, aspiran a entrenar a miembros leales e incondicionales de su fe. Mientras la clase obrera en su lucha por el poder y la victoria necesita de la libertad intelectual ilimitada, la dominación del partido tiene que suprimir todas las opiniones excepto la suya propia. En los partidos "democráticos", la supresión está velada; en los partidos dictatoriales es una supresión abierta y brutal.

Muchos obreros ya comprenden que la dominación del Partido Socialista o del Comunista será sólo una forma disimulada de la dominación de la clase burguesa, en la que la explotación y la opresión de la clase obrera continúan. En lugar de estos partidos, ellos urgen a la formación de un "partido revolucionario" que realmente aspirase a la dominación de los obreros y a la realización del comunismo. No un partido en el nuevo sentido descrito más arriba, sino un partido como los de hoy, que luche por el poder como la "vanguardia" de la clase, como la organización de minorias conscientes, revolucionarias, que tomen el poder para usarlo para la emancipación de la clase.

Nosotros afirmamos que hay una contradicción interna en el término “partido revolucionario”. Un partido tal no puede ser revolucionario. O no es más revolucionario de lo que lo fueron los creadores del Tercer Reich. Cuando hablamos de revolución, hablamos de la revolución proletaria, de la toma del poder por la clase obrera misma.

El “partido revolucionario” está basado en la idea de que la clase obrera necesita un nuevo grupo de dirigentes que venzan a la burguesía por los trabajadores y construyan un nuevo gobierno (nótese que la clase obrera no es considerada todavía apta para reorganizar y regular la producción). Pero, ¿no es ésto tal y como debe ser? Como la clase obrera no parece capaz de la revolución, ¿no es necesario que la vanguardia revolucionaria, el partido, haga la revolución por ella? ¿Y no es esto cierto en lo que respecta a las masas que soportan el capitalismo de buena gana?

Contra esto, nosotros planteamos la cuestión: ¿Qué fuerza puede tal partido alzar para la revolución? ¿Cómo es capaz de derrotar a la clase capitalista? Sólo si las masas están detrás de él. Sólo si las masas se alzan y, a través de ataques de masas, lucha de masas y huelgas de masas, derrocan el viejo régimen. Sin la acción de las masas no puede haber revolución.

Pueden suceder dos cosas. Las masas siguen en acción: no se van a casa y dejan el gobierno al nuevo partido. Ellas organizan su poder en la fábrica y el taller y se preparan para conflictos ulteriores con el propósito de la derrota del capital; a través de los consejos obreros establecen una forma de unión para apropiarse de la dirección completa de toda la sociedad --en otras palabras, ellas prueban que no son tan incapaces de la revolución como parecía--. De necesidad, entonces, surgirá un conflicto con el partido, que quiere él mismo tomar el control y que ve sólo desorden y anarquía en la autoactividad de la clase obrera. Posiblemente, los obreros desarrollarán su movimiento y barrerán al partido. O el partido, con la ayuda de elementos burgueses, derrotará a los obreros. En cualquier caso, el partido es un obstáculo a la revolución porque quiere ser más que un medio de propaganda y esclarecimiento; porque se siente llamado a dirigir y gobernar como un partido.

Por otro lado, las masas pueden seguir con la fe en el partido y dejarle la plena dirección de los asuntos. Siguen las consignas desde arriba, confían en que el nuevo gobierno (como en Alemania y Rusia) establecerá el comunismo --y vuelven a casa y al trabajo--. Inmediatamente, la burguesía ejerce todo su poder de clase, cuyas raíces no han sido quebradas; sus fuerzas financieras, sus grandes recursos intelectuales y su poder económico en las fábricas y las grandes empresas. Contra ésto el gobierno del partido es demasiado débil. Sólo a través de la moderación, las concesiones y la condescendencia puede mantenerse en el poder. Entonces se hace habitual la idea de que por el momento esto es todo lo que se puede hacer, y que sería una locura que los obreros intentasen forzar reivindicaciones imposibles. Así, el partido, privado del poder de la clase revolucionaria, se convierte en un instrumento para el mantenimiento del poder burgués.[4]

Dijimos antes que el término “partido revolucionario” era contradictorio desde un punto de vista proletario. Podemos decirlo de otra manera: en el término “partido revolucionario”, “revolucionario” siempre significa una revolución burguesa. Siempre que las masas derrocan un gobierno y entonces permiten a un nuevo partido tomar el poder, tenemos una revolución burguesa --la sustitución de una casta gobernante por una nueva casta gobernante--. Así fue en París en 1830, cuando la burguesía financiera suplantó a los terratenientes, y en 1848, cuando la burguesía industrial tomó las riendas; y de nuevo en 1871, cuando todo el cuerpo de la burguesía llegó al poder.[5]

En la revolución rusa, la burocracia del partido vino al poder como la casta gobernante. Pero en Europa occidental y América la burguesía está mucho más poderosamente atrincherada en las plantas y los bancos como para que una burocracia de partido pueda empujarles a un lado tan fácilmente. La burguesía en estos países sólo puede vencerse por la acción reiterada y unitaria de las masas en las que ellas tomen los molinos y las fábricas y construyan sus organizaciones de consejos. En este caso, sin embargo, parece que la fortaleza real está en las masas que destruyen la dominación del capital en proporción a cómo su propia acción se amplia y profundiza.[6]

Aquéllos que hablan de “partidos revolucionarios" extraen conclusiones incompletas, limitadas, de la historia. Cuando los Partidos Socialistas y Comunistas se convirtieron en órganos de dominación burguesa para la perpetuación de la explotación, estas personas bienintencionadas concluyeron meramente que tendrían que hacerlo mejor. No pueden comprender que el fracaso de estos partidos se debe al conficto fundamental entre la autoemancipación de la clase obrera a través de su propio poder y la pacificación de la revolución a través de una nueva camarilla gobernante afín [7]. Ellos piensan que son la vanguardia revolucionaria porque ven a las masas indiferentes e inactivas. Pero, si las masas siguen inactivas, es sólo debido a que no pueden comprender todavía el curso de la lucha y la unidad de los intereses de clase, pero sienten instintivamente el gran poder del enemigo y la inmensidad de su tarea [8]. Una vez las condiciones les fuerzen actuar, afrontarán la tarea de la autoorganización y la conquista del poder económico del capital. Y una vez más, toda vanguardia autoproclamada que busque dirigir y dominar a las masas por medio de un "partido revolucionario" se estará revelando como un factor reaccionario por razón de esta misma concepción.[9]  

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Notas del traductor:

[1] En la versión de "El Partido y la Clase Obrera" (PyCO) se dice: "A este tipo de organización nosotros oponemos el principio de que la clase obrera puede efectivamente imponerse y prevalecer sólo tomando su destino en sus propias manos".

[2] Aquí se ha reemplazado la versión de "Partido y Clase" (PyC) por la versión de origen holandés (PyCO) porque parecía más clara y correcta.

[3] Aquí se ha optado por fusionar partes de las dos versiones.

[4] En las últimas líneas marcadas parece que se ha producido una omisión en el texto de PyC. Entre esta y la nota anterior sólo se han realizado modificaciones puntuales no reseñables.

[5] Esto parece otra omisión en el texto de PyC.

[6] Esto parece otra omisión de PyC.

[7] La fórmula de la versión PyCO es muy diferente: "la contradicción básica entre la emancipación de la clase, como cuerpo y por sus propios esfuerzos, y la reducción de la actividad de las masas a la impotencia por un nuevo poder pro-obrero".

[8] En la versión de origen holandés se lee: "Pero, si las masas siguen inactivas, es porque, mientras que instintivamente sienten tanto el poder colosal del enemigo como la escarpada magnitud de la tarea a emprender, ellas no han discernido todavía el modo de combate, el camino de la unidad de clase."

[9] Esta última parte no figura en la versión tomada como base.