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Enrique Rivera


En la Pampa Cimarrona

(segunda nota)




Escrito: En 1972.
Primera publicación: En el periódico sindical, El trabajador lácteo, abril de 1972.
Digitalización: Por Pablo Rivera, 2003.
Edición electrónica: Marxists Internet Archive, abril de 2003, por cortesía de Pablo Rivera.




José Hernández nació un 10 de noviembre de 1834, en la chacra Pueyrredón, la cual, aunque muy estrechada por la compresión urbana, subsiste en el partido bonaerense de San Martín, trocada en museo hernandiano, donde se cumplen, cada aniversario del natalicio, los actos centrales del Día de la Tradición.

Un extremo del predio da a la trajinada ruta nacional número 8 y el que, antaño, era un campestre paraje de lomas treboladas, se ve cubierto hoy día de barriadas, sobre todo obreras, de fábricas y talleres. El lugar cobra resonancia histórica al indicar que allí se levantaba el denominado caserío de Pedriel, donde el 1° de agosto de 1806 Juan Martín de Pueyrredón, tío abuelo del poeta, había encabezado a la caballería gaucha que, por vez primera, se enfrentó con las tropas inglesas de Beresford. A pesar de que el ejército regular se impuso a la inexperiencia de los corajudos criollos, que debieron desperdigarse, la acción fue principio de la lucha que, pocos días más tarde, culminó con la Reconquista. Quizás no esté de más acotar que el jefe argentino descendía, por el lado materno, de familia irlandesa -los O'Doggan- y que en el mencionado encruentro peleó también junto a los patriotas el cabo irlandés Miguel Skennon, quien previamente había desertado para sumárseles. ¡Cómo para que los ingleses los persuadieran de sus intenciones "liberadoras"!

Unitarios y federales en la familia

Fueron los progenitores del poeta, por ahora sólo un bebé de "excepcional tamaño", Isabel Pueyrredón y Rafael Hernández. La chacra era propiedad de una hermana de Isabel, llamada Victoria, casada con su primo, Mariano Pueyrredón. Presumiblemente, Rafael conoció a su futura esposa cuando realizaba algunas tareas vinculadas al establecimiento. Su matrimonio representó un ejemplo del "amor que derriba todas las vallas", pues la familia Pueyrredón era unitaria y los Hernández federales natos. Dos hermanos de Rafael, Eugenio y Juan José, eran militares de profesión y revistaban en las filas del rosismo. Juan José, particularmente, se había batido con heroicidad en Ituzaingó y formó parte del Estado Mayor de Rosas durante su campaña al Desierto, plantando "el primer campamento cristiano en Choele-Choele". Moriría mandando las infanterías de Rosas en Caseros.

Pero el joven Rafael no se interesaba mayormente por las cuestiones políticas, Isabel, mujer enamorada, no vaciló en adherir a las creencias federales de su novio y, por entonces, entre unitarios y federales no se había cavado aún la ancha fosa que abrieron el asesinato de Facundo Quiroga, atribuido a aquéllos; el bloqueo e intervención de Francia en nuestras guerras civiles; la conjura de los Maza; la revolución del Sur y la invasión de Lavalle a Buenos Aires, episodios todos que se registran entre los años 1835 y 1840.

Era también federal rosista el padre de Rafael, José Hernandez Plata, de nacionalidad española y ex cabildante; mas su oposición al enlace parece haber radicado sobre todo en la juventud de los novios y en que Isabel llevaba un año a su hijo. Extremó de tal suerte su terquedad que el muchacho, aún menos, debió solicitar la venia judicial para poder casarse, por cuyo motivo el intransigente viejo decidió no verlo nunca más, y hasta se afirma que los desheredó. La llegada al mundo de una nieta, Magdalena, no despejó la paterna ira, que sólo cedió cuando le fue llevado y bautizado con su nombre el nuevo vástago, José, en momentos en que perduraba aún en Buenos Aires los festejos por el ascenso al gobierno, por segunda vez, del Restaurador de las leyes.

La juvenil pareja carecía de peculio propio y en los primeros tiempos vivió en la chacra de sus primos. Rafael se ganaba la vida como acopiador de ganado, conduciendo tropas de vacunos desde las estancias hasta los saladeros situados en Barracas. A causa de estas tareas y por su filiación y parentescos federales estuvo también ligado a los establecimientos de Rosas. Como es lógico, Rafael debía desplazarse de un punto a otro de la campaña y su esposa, a quien tan prolongadas y frecuentes ausencias entristecían sobremanera, se decidió a acompañarlo. Quedaron así sus dos hijos, a quienes visitaban de cuando en cuando, a cargo de la tía Victoria, que les dispensó tales cariños y cuidados que los niños la llamaban "Mamá Totó".

La ciudad y el campo

Muy poco, en verdad, casi nada, se sabe de la infancia y adolescencia de José Hernández. Hasta los seis años vivió en la chacra de su mamá Totó y, aunque los alrededores no configurasen el escenario preciso de la pampa bravía y la proximidad de Buenos Aires se hiciera sentir, allí tuvo su primer contacto con el campo. Nos dice Leumann que el niño "era observador, poco inclinado a los juegos y escuchaba con frecuencia el canto de los payadores". Son estos rasgos que preanuncian al artista. Aprendió, además, a leer como por ensalmo, cuando contaba apenas cuatro años. Esta vida semiidílica se vio bruscamente truncada en 1840, año en que tropas francesas depositaron, en el norte de la provincia de Buenos Aires, a tropas unitarias comandadas por Lavalle, quien luego de vencer al general rosista Pacheco cerca del arroyo del Tala, avanzó hacia la ciudad, acampando con sus efectivos en Merlo. Allí aguardó durante unos días un levantamiento, que finalmente no se produjo, contra Rosas, quien intensificó la represión contra todos los unitarios, aún tivios o pasivos, para asegurarse el frente interno. En tales circunstancias, llegó un día hasta la chacra un negro enviado por el coronel Juan José Hernández, que, haciéndose el borracho, comunicó a los moradores que la Mazorca los visitaría pronto y ni la niña Magdalena se libraría del degüello. Los Pueyrredón no echaron en saco roto la advertencia y abandonaron la chacra, emigrando a Brasil, no sin antes dejar a José y Magdalena en casa del abuelo paterno, en Barracas.

De esta manera, por imperio de la guerra civil, José Hernández es privado, de un día para otro, de la calidez maternal de su tía Victoria, que había suplido a la madre verdadera cuando ésta hubo de ausentarse para seguir al padre. Si la presencia de "Mamá Totó" pudo entonces rescatar al niño de la situación traumática que el alejamiento de la madre debió causarle, su destierro repentino y sin compensación posible, le hirió en lo más hondo del alma y por eso en el Martín Fierro el tema del abandono y de la orfandad es uno de los que más frecuencia y particular relieve dramático cobran, alcanzando nivel casi autobiográfico.


Como hijitos de la cuna
Andarán por ahy sin madre
Ya se quedaron sin padre,
Y ansí la suerte los deja
sin naides que los proteja
y sin perro que los ladre.


El abuelo protector, pero naturalmente severo, quedó a cargo del niño y le envió al "Liceo Argentino", colegio particular dirigido por Pedro Sánchez, en el cual se distinguió por su capacidad y conducta. Su hermano Rafael destaca la "percepción rápida y prodigiosa memoria" de José y añade que "desde niño, fue inclinado a la poesía...", con lo cual podemos conjeturar que quizás en el establecimiento de Sánchez, donde cursó estudios hasta 1845, haya pergeñado precozmente sus primeros versos.

El destino, ensañado con el niño, iba sin embargo a golpearle con redoblada crueldad otra vez. En julio de 1843 fallece su madre. Viajaba ésta en una carreta con su esposo y el hijo menor, Rafael, de apenas dos años. Como el vehículo diese tumbos y el niño era llevado por una criada precariamente sentada, Isabel sintió una súbita aprensión y lo tomo en sus brazos. La actitud maternal fue verdaderamente premonitoria, pues unos instantes más tarde la criada cayó bajo las pesadas ruedas y murió aplastada. Pero el susto tuvo sus consecuencias para Isabel, al manifestársele o agravarse un mal cardíaco que, a los pocos días, puso término a su existencia en Baradero.

Ninguna información ha llegado hasta nosotros sobre la reacción de José al enterarse de la desaparición de su madre, pero sabemos que poco después empezó a padecer una dolencia en el pecho, cuya naturaleza no supieron definir los médicos consultados. Como el mal empeorase y el niño llegara a escupir sangre, se temió por su vida y fue parecer unánime que fuese al campo con su padre, con la esperanza de que el aire pampeano le permitiera recuperarse. Y este fue, en verdad, el mejor y único remedio para su enfermedad. En contacto con aquel escenario grandioso y extraño, que dominó su alma, el niño se sobrepuso y absorbió, con todos sus sentidos e inteligencia, la materia épica que, muchos años después, incrementada con otras experiencias, moldeó en su inmortal poema. "Allá, en Camarones y en Laguna de los Padres -nos cuenta su hermano Rafael- se hizo gaucho, aprendió a jinetear, tomó parte en varios entreveros, rechazando malones de los indios pampas, asistió a las volteadas y presenció aquellos grandes trabajos que su padre ejecutaba y de que hoy no se tiene idea. Esta es la base de los profundos conocimientos de la vida gaucha y su amor al paisano que desplegó en todos sus actos".

"Con Hernández basta"

Hasta aquí, nos hemos constreñido a exponer prolijamente cuanto se sabe acerca de Hernández hasta 1852, año en que se derrumba el régimen de Rosas. Aparte del interés propio por conocer la vida del autor de nuestro poema máximo, esta prolijidad se justifica por la necesidad de desmontar desde el principio todo un caprichoso aparato interpretativo encaminado a presentar a José Hernández como un miembro de la oligarquía que, al cantarle al gaucho y a su destino, se puso en contradicción con "su propia casta" y violentó "sus recónditas convicciones"; a su poema, como si fuese en el fondo una protesta de los estancieros contra el gobierno que les privaba de sus peones, al mandarlos a los fortines; y a su actuación pública en 1880, al apoyar la federalización de la ciudad de Buenos Aires, como una capitulación de sus anteriores ideales políticos. En su descripción de la vida en las tolderías y de los malones, se pretende advertir la parcialidad del hombre blanco que arrebata al indio sus tierras y prefiere aniquilarlo, y hasta se le sospecha de racismo, todo porque Martín Fierro en la primera parte del poema tuvo una reyerta con un negro, se dijeron algunas cosas y en duelo criollo le dio muerte.

Uno de los biógrafos más recientes nos revela que Hernández fue criado en la chacra Pueyrredón "a lo patricio". No hemos podido hallar el fundamento posible de esta aserción, un tanto ambigua. Como hemos visto, los padres no tenían bienes. El edificio de la chacra era de construcción más bien modesta, como aún hoy puede colegirse si se lo visita y, en todo caso, distaba enormemente de ser un palacio poblado de sirvientes y esclavos. Mamá Totó y su esposo Mariano, aunque llevaban un apellido merecidamente ilustre, constituían una familia criolla media, cuyo nivel económico no permite equipararla a los grandes estancieros y comerciantes porteños.

José Hernández nunca quiso usar, al lado de su apellido paterno, "casi impersonal" según señala un autor, el de Pueyrredón, contrariando de este modo una práctica habitual. Cuando le preguntaban el motivo respondía: "Porque con Hernández basta". No lo hizo porque abrigase prejuicios falsamente populistas contra el apellido materno, sino simplemente por razones políticas, ya que había abrazado la causa del federalismo. Pero tenía perfecta conciencia de su valor patriótico. Por eso, cuando su tío, el coronel Manuel Alejandro Pueyrredón fue objeto por alguien de un bajo ataque que desconocía sus servicios al país, no vaciló en escribir: "Los Hernández jóvenes pueden enseñarle a ese canalla cómo debe respetarse a un Pueyrredón viejo"