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V

Después de haber juzgado a la Internacional tal como es, los Dieciséis nos dicen cómo debe ser.

En primer lugar, el Consejo General sería nominalmente una simple oficina de correspondencia y estadística. Pero, como cesarían sus funciones administrativas, su correspondencia se reduciría necesariamente a la reproducción de los informes ya publicados por los periódicos de la Asociación. Por lo tanto, se acabaría por hacer desaparecer la oficina de correspondencia. En cuanto a la estadística, es un trabajo irrealizable sin una potente organización y, sobre todo, como dicen expresamente los Estatutos originales, sin una dirección común. Ahora bien, como todo esto huele mucho a «autoritarismo», puede ser que haya una oficina, pero, desde luego, no habrá estadística. En una pa]abra, el Consejo General desaparece. Con este mismo razonamiento, se liquidan los Consejos federales, comités locales y otros centros «autoritarios». Sólo quedan las secciones autónomas.

¿Y cuál será la misión de estas «secciones autónomas», libremente federadas y felizmente liberadas de toda autoridad, «incluso de una autoridad que fuera elegido y constituida por los trabajadores»?

Aquí hay que completar la circular con el informe del Consejo del Jura sometido al Congreso de los Dieciséis.

«Para convertir a la clase obrera en el verdadero representante de los intereses nuevos de la humanidad», es preciso que su organización «esté guiada por la idea que debe triunfar. Deducir esta idea de las necesidades de nuestra época, de las tendencias íntimas de la humanidad mediante un estudio continuado de los fenómenos de la vida social, inculcar después esta idea a nuestras organizaciones obreras: tal debe ser el objetivo, etc.». En resumen, hay que formar, «en el seno de nuestra población obrera, una verdadera escuela socialista revolucionaria».

Así, las secciones autónomas de obreros se convierten de golpe en escuelas, cuyos maestros serán estos señores de la Alianza. Ellos deducen la idea, «mediante estudios continuados», que no dejan el menor rastro; «se inculca después a nuestras organizaciones obreras». Para ellos, la clase obrera es un material en bruto, un caos que, para tomar forma, necesita el soplo de su Espíritu Santo.

Todo esto no es más que una paráfrasis del antiguo programa de la Alianza, que empezaba con estas palabras:

[295]

«La minoría socialista de la Liga de la paz y de la libertad, habiéndose separado de esta Liga», se propone fundar «una nueva Alianza de la Democracia Socialista... que se impone como misión especial, estudiar los problemas políticos y filosóficos...»

¡Ya está aquí la idea «deducida»!

«Una empresa tal... dará a los demócratas socialistas sinceros de Europa y América el medio de entenderse y de afirmar sus ideas» [*].

Así, por confesión propia, la minoría de una sociedad burguesa se ha infiltrado en la Internacional, poco antes del Congreso de Basilea, sólo para servirse de él como medio de situarse respecto a las masas obreras, en la categoría de hierofantes de una ciencia oculta, una ciencia de cuatro frases, cuyo punto culminante es «la igualdad económica y social de las clases».

Aparte de esta «misión teórica», la nueva organización propuesta para la Internacional tiene también su aspecto práctico.

«La sociedad futura» —dice la circular de los Dieciséis— «no debe ser sino la universalización de la organización que la Internacional se haya dado. Debemos, pues, cuidar de que esta organización se aproxime lo más posible a nuestro ideal».

«¿Puede concebirse que una sociedad igualitaria y libre salga de una organización autoritaria? Esto es imposible. La Internacional, embrión de la futura sociedad humana, tiene que ser, desde ahora, imagen fiel de nuestros principios de libertad y de federación».

Dicho en otros términos: así como los conventos de la Edad Media representan la imagen de la vida celestial, la Internacional debe ser la imagen de la nueva Jerusalén, cuyo «embrión» lleva la Alianza en su seno. ¡Los confederados de París no hubieran sucumbido si, comprendiendo que la Comuna era el «embrión de la futura sociedad humana», hubieran arrojado lejos de sí la disciplina y las armas, cosas ambas que deben desaparecer, pero sólo cuando se hayan acabado las guerras!

Pero para poner bien en claro que, a pesar de sus «estudios continuados», no han sido los Dieciséis los que han incubado este bello proyecto, que tiende a desorganizar y desarmar a la Internacional en el momento en que lucha por su existencia, Bakunin [296] acaba de publicar el texto original en su memoria sobre la organización de la Internacional. (Véase: "Almanach du Peuple pour 1872", Ginebra.)


NOTAS

[*] Los hombres de la Alianza, que no cesan de reprochar al Consejo General la convocatoria de una conferencia reservada, en un momento en que la reunión de un congreso público hubiera sido el colmo de la traición o de la estupidez; esos partidarios cerrados del alboroto y de hacer las cosas a la luz del día, han organizado, desdeñando nuestros Estatutos, una verdadera sociedad secreta en el seno de la Internacional, sociedad dirigida contra la Internacional y que aspira a colocar a sus secciones bajo su férula, bajo la dirección sacerdotal de Bakunin.

El Consejo General se propone reclamar del próximo congreso una encuesta sobre esta organización secreta y sobre sus promotores en ciertos países, por ejemplo, en España.


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