Hemos terminado con la filosofía; lo que en el Curso queda en materia de fantasías futuristas nos ocupará con ocasión de la subversión duhringiana del socialismo. ¿Qué nos ha prometido el señor Dühring? Todo. ¿Y qué ha cumplido? Nada absolutamente. "Los elementos de una filosofía real y consecuentemente orientada a la realidad de la naturaleza y de la vida", la "concepción rigurosamente científica del mundo", los "pensamientos creadores de sistema" y todas las demás hazañas del señor Dühring, pregonadas por el señor Dühring con sonoras frases, han resultado ser, las cogiéramos por donde las cogiéramos, pura patraña. El esquematismo universal que "sin perdonar nada en cuanto a profundidad de pensamiento ha fijado con seguridad las estructuras básicas del ser" resultó ser un eco infinitamente corrompido de la Lógica hegeliana, y compartir con ésta la superstición de que dichas "estructuras básicas" o categorías lógicas tienen en algún lugar una misteriosa existencia propia, antes que el mundo y fuera del mundo al que hay que "aplicarlas". La filosofía de la naturaleza nos ofreció una cosmogonía cuyo punto de partida es un "estado de la materia idéntico consigo mismo", un estado sólo imaginable en base a la más insalvable confusión sobre la conexión de naturaleza y movimiento, y sólo, también, en base al supuesto de un Dios personal extramundano, el único ser que puede llevar de ese estado al movimiento. En el tratamiento de la naturaleza orgánica, la filosofía de la realidad, luego de haber condenado la lucha por la existencia y la selección natural darwinianas como "una pieza de brutalidad dirigida contra la humanidad", tuvo que volver a darles entrada por la puerta falsa, como factores activos en la naturaleza, aunque de segundo orden. Esta filosofía tuvo además ocasión de documentar en el terreno de la biología una ignorancia que, desde que las conferencias de divulgación científica florecen por todas partes, habría que buscar con una linterna incluso entre las jovencitas de la buena sociedad. En el terreno de la moral y del derecho, esa [134] filosofía no ha tenido con la trivialización de Rousseau más fortuna que con la anterior corrupción de Hegel, y por lo que hace a la ciencia jurídica ha mostrado también, pese a toda la enfática afirmación de lo contrario, un desconocimiento que no es fácil encontrar ni en los más vulgares juristas de la vieja escuela prusiana. La filosofía "que no deja en pie ningún horizonte meramente aparente" se contenta jurídicamente con un horizonte real que coincide con el ámbito de vigencia del derecho territorial prusiano. Seguimos esperando los "cielos y las tierras de la naturaleza interna y externa" que esa filosofía prometía desplegar ante nosotros con su movimiento de poderosa subversión, igual que seguimos esperando las "verdades definitivas de última instancia" y lo "absolutamente fundamental". El filósofo cuyo modo de pensar "excluye toda veleidad de presentación subjetivista limitada del mundo" resulta estar no sólo subjetivamente limitado por sus conocimientos, probadamente muy deficientes, por su mentalidad metafísicamente limitada y por su grotesca vanidad, sino incluso por pueriles manías personales. El filósofo no consigue producir su filosofía de la realidad sin imponer a toda la humanidad, judíos incluidos, su repugnancia por el tabaco, los gatos y los judíos, como si esa repugnancia fuera una ley de validez universal. Su "punto de vista realmente crítico" contra otros autores consiste en atribuirles tenazmente cosas que ellos no han dicho, pues son fabricación personalísima del señor Dühring. Sus difusas jeremíadas sobre temas honradamente pequeñoburgueses como el valor de la vida y el mejor modo de gozar de ella son de una tal afectada trivialidad que explican muy bien su cólera contra el Fausto de Goethe. Es sin duda imperdonable en Goethe el haber hecho un héroe del inmoral Fausto, y no del serio filósofo de la realidad Wagner.*23 En resolución, la filosofía de la realidad, tomada en su conjunto, resulta ser, para hablar con Hegel, "la más pálida lucecilla de la ilustracioncilla alemana",*24 lucecilla cuya tenuidad y transparente trivialidad no se adensan ni enturbian sino por los humos de las sentenciosas palabras que la atraviesan. Y al terminar el libro del filósofo sabemos tanto como al principio, y nos vemos obligados a confesar que el "nuevo modo de pensar" y los "resultados y las concepciones radicalmente propios" y los "pensamientos creadores de sistema" nos han ofrecido sin duda diversos y nuevos absurdos, pero ni siquiera una línea de la que pudiéramos aprender algo. Y este hombre que alaba sus artes y mercancías a fuerza de tambores y trompetas más ruidosos que los del más ordinario pregonero del mercado, este hombre bajo [135] cuyas grandes palabras no se esconde nada, absolutamente nada, ese hombre se permite encima llamar charlatanes a gentes como Fichte, Schelling y Hegel, el más pequeño de los cuales es aún un gigante en comparación con él. Charlatán, efectivamente. Pero ¿quién?
*23. Wagner, el criado de Fausto en la obra de Goethe.
*24. La frase de Hegel y su continuación por Engels están aquí libremente traducidas para basar el texto castellano en la asociación "ilustración" - "siglo de las luces". La frase de Hegel es un juego de palabras basado en la asociación entre abklären (aclarar, p.e., la ropa sucia) y aufklären (ilustrar, de donde viene Aufklärung, la Ilustración).