Duncan Hallas

Leon Trotsky: socialista revolucionario

 

 

IV
Partido y clase

 

Marx consideraba que la emancipación de la clase trabajadora sería fruto de la acción de la propia clase trabajadora. Pero también consideraba que la clase dominante controla los “medios de producción intelectual” y que las “ideas dominantes en cualquier época, son las ideas de la clase dominante”.

De esta contradicción surge la necesidad de un partido socialista revolucionario. La naturaleza del partido y, sobre todo, la naturaleza de su relación con la clase trabajadora fue central, desde el principio, en los movimientos socialistas. Nunca fue solamente una cuestión “técnica” de organización. En cada fase, las disputas sobre la relación entre el partido y la clase –y por tanto sobre la naturaleza del partido– también fueron disputas sobre los objetivos del movimiento. Los debates sobre los medios siempre fueron, en parte, debates sobre los fines, y no podía ser de otra forma. Así, los propios conflictos de Marx con Proudhon, Schapper, Blanqui, Bakunin y muchos otros sobre este tema, estaban indisolublemente entrelazados con las diferencias sobre la naturaleza del socialismo y de los medios a través de los cuales sería alcanzado.

Después de la muerte de Marx en 1883, y de la muerte de Engels doce años después, hubo un crecimiento masivo de los partidos socialistas. Luego, en Rusia, emergió un conflicto que se volvería fundamental, sobre el tipo de partido a construirse.

La primera visión de Trotsky sobre la naturaleza del partido revolucionario, era –esencialmente– la que se hizo conocida como “leninista”. De acuerdo con Isaac Deutscher,[1] Trotsky desarrolló este punto de vista con independencia de Lenin, cuando estaba exiliado en Siberia en 1901. En cualquier caso, se volvió partidario de Iskra, y en el Congreso del Partido Obrero Social Demócrata de Rusia (POSDR) de 1903 argumentó fuertemente por una organización altamente centralizada: “Nuestras reglas [...] representan la desconfianza organizada del Partido en relación a todas sus secciones, lo que quiere decir, el control sobre todas las organizaciones locales, distritales, nacionales y otras”.[2]

Trotsky abandonó violentamente esta posición luego de ubicarse con los mencheviques en la división ocurrida en Iskra durante el Congreso. En el período de un año se convirtió en el crítico por excelencia del centralismo bolchevique. Los métodos de Lenin, escribió en 1904, “conducen a esto: el partido es sustituido por la organización del partido, la organización del partido es sustituida por el Comité Central, y finalmente, el Comité Central es sustituido por un ‘dictador’ [...]”.[3]

Como Rosa Luxemburg, Trotsky sospechaba del conservadurismo del partido en general y depositaba gran confianza en la acción espontánea de la clase trabajadora:

Los partidos socialistas europeos –y, en primer lugar, el más poderoso de ellos, el alemán– desarrollaron un conservadurismo que crece en proporción al tamaño de las masas implicadas, la eficiencia de la organización y la disciplina partidaria. Por tanto, es posible que la socialdemocracia pueda volverse un obstáculo en el camino de cualquier choque abierto entre los trabajadores y la burguesía.[4]

Para superar este conservadurismo, Trotsky se apoyaba en la influencia de la acción espontánea de la revolución, la cual tal como escribió bajo el impacto de la Revolución de 1905, “mata la rutina del partido, destruye el conservadurismo del partido”.[5] De esta forma, el papel del partido es esencialmente reducido a la propaganda. No es la vanguardia de la clase trabajadora.

Había, es claro, motivos considerables que justificaban sus temores. En Rusia, incluso el partido bolchevique demostró ser conservador entre 1905 y 1907, y nuevamente en 1917.[6] En Occidente, donde el conservadurismo tenía una base material incomparablemente mayor en los privilegios de las burocracias sindicales, los partidos socialdemócratas desempeñaron un papel contrarrevolucionario decisivo en 1918-1919.

La experiencia de 1905, en la cual Trotsky tuvo un papel individual extraordinario, sin importantes vinculaciones con partido alguno (en ese tiempo era formalmente menchevique, pero esencialmente actuó por cuenta propia), sin duda fortaleció su convicción de la autosuficiencia de la acción espontánea de las masas.

En el período de reacción después de 1906, y hasta incluso el ascenso del movimiento obrero a partir de 1912, Trotsky continuó criticando el “sustitucionismo” bolchevique, bregando por la “unidad” de todas las tendencias posicionadas contra los bolcheviques. Nuevamente, esto puede haber contribuido en su lentitud para reconocer los peligros del verdadero sustitucionismo posterior a 1920.

La posición de Trotsky en el período entre 1904 y 1917 se demostró claramente insostenible por el curso de los acontecimientos. Sin Lenin, escribió Trotsky después, no hubiera habido ninguna Revolución de Octubre. Aunque esto no tenía que ver solo con la llegada de Lenin a la Estación Finlandia en Abril de 1917. Tenía que ver con el partido que Lenin y sus colaboradores habían construido durante los años anteriores. El conservadurismo de muchos dirigentes de aquel partido (reforzado, esto debe ser dicho, por el esquema teórico de la “dictadura democrática” que Lenin había defendido por tanto tiempo) habría muy probablemente impedido la toma del poder, si no fuese por la autoridad de Lenin y su determinación. Pero sin el partido, con todos sus defectos, la cuestión no podría siquiera haber estado planteada. Acciones de masas “espontáneas” pueden derribar un régimen autoritario. Ocurrió así en Rusia en Febrero de 1917, en Alemania y en Austro-Hungría en 1918, y en muchas ocasiones desde entonces.

En 1917 Trotsky adoptó la visión de que para que los trabajadores consiguieran y mantuvieran el poder, un partido de tipo leninista era indispensable. Desde entonces nunca más abandonó esta posición. De hecho, la defendió de una manera particularmente aguda. En 1932, criticando el argumento de que “los intereses de clase vienen antes que los intereses del partido”, escribió:

La clase, por si misma, es apenas material para la explotación. La clase trabajadora solo asume un papel independiente en el momento en que de una clase social en sí se vuelve una clase política para sí. Esto no puede ocurrir a no ser por intermedio de un partido. El partido es el órgano histórico por medio del cual la clase se vuelve una clase conciente. Decir que “la clase está por encima del partido” es afirmar que la clase en estado bruto está encima de la clase en camino a la conciencia de clase. Esto no solo es incorrecto: es reaccionario.[7]

Esta concepción presenta algunas dificultades muy obvias. En particular, la experiencia había demostrado que el “órgano” histórico por el cual una clase trabajadora particular alcanza la conciencia podía degenerar. Entonces, ¿cómo podía ser defendida la organización del partido?

Un instrumento históricamente condicionado

Trotsky era conciente de este problema. Había presenciado la desintegración de la Segunda Internacional en 1914, el papel realmente contrarrevolucionario que adoptó la socialdemocracia en 1918-1919 y, claro está, la ascensión del estalinismo. El pasaje citado arriba continúa diciendo:

El avance de una clase hacia la conciencia de clase, implica la construcción de un partido revolucionario que dirija al proletariado, siendo este un proceso complejo y contradictorio. La propia clase no es homogénea. Sus diferentes secciones llegan a la conciencia de clase a través de caminos diferentes y en momentos diferentes. La burguesía participa activamente en este proceso. Crea sus propias instituciones al interior de la clase trabajadora, o utiliza las ya existentes para oponer a ciertos estratos de trabajadores contra otros. En el proletariado varios partidos están activos al mismo tiempo. Por tanto, durante la mayor parte de su avance político, permanece dividido políticamente. El problema de los frentes de unidad –que aparece de forma más aguda en determinados períodos– surge de este hecho. Los intereses históricos del proletariado encuentran su expresión en el Partido Comunista –cuando su política es correcta. La tarea del Partido Comunista consiste en ganar la mayoría de la clase trabajadora, y solo así la revolución socialista se vuelve posible. El Partido Comunista no puede cumplir su misión si no es preservando, completa e incondicionalmente, su independencia política y organizativa en relación a todos los demás partidos y organizaciones, dentro y fuera de la clase trabajadora. Transgredir este principio básico de la política marxista, implica cometer el más odioso crimen contra los intereses del proletariado en cuanto clase [...] Pero el proletariado se mueve hacia la conciencia revolucionaria no como se pasa de grado en la escuela, sino a través de la lucha de clases, la cual detesta interrupciones. Para luchar, la clase trabajadora debe tener unidad en sus filas. Esto es verdadero tanto para los conflictos económicos parciales dentro de los límites de una fábrica, como para las batallas políticas “nacionales”, como la lucha por repeler al fascismo. Por consiguiente, la táctica de los frentes de unidad no es algo accidental y artificial –una maniobra inteligente. Se origina en su totalidad en las condiciones objetivas que gobiernan el desarrollo de la clase trabajadora.[8]

Este análisis es bastante claro, coherente y realista, no siendo una generalización sociológica atemporal. Estaba arraigado en el desarrollo histórico concreto. Los partidos de la Segunda Internacional habían, en su época, ayudado a crear esos:

baluartes de la democracia de los trabajadores [las organizaciones obreras, especialmente los sindicatos] dentro del Estado burgués [...] [los cuales] son absolutamente esenciales para tomar la senda revolucionaria. La obra de la Segunda Internacional consistió en crear tales baluartes durante la época en que todavía estaba cumpliendo su trabajo histórico progresivo.[9]

Los partidos de aquella Internacional fueron, con el tiempo, corrompidos desde dentro a través de la adaptación a las sociedades en las cuales ellos actuaban. Ese desarrollo tuvo, es claro, una base material y no solamente ideológica. Desde la prueba del 4 de Agosto de 1914, ellos capitularon frente a “sus propias burguesías” (con algunas excepciones: los bolcheviques, los búlgaros, los serbios), o adoptaron un posicionamiento “centrista” (los italianos, los escandinavos, los americanos y varios grupos minoritarios en otros lugares). La Internacional Comunista, “la continuación directa del esfuerzo heroico y el martirio de una larga lista de generaciones revolucionarias, de Babauf a Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg”,[10] surgió de aquella capitulación, de los consiguientes conflictos internos y las divisiones partidarias, de la ascendente oposición de los trabajadores a la guerra a partir de 1916, y de las revoluciones de 1917 y 1918.

Este era ahora el “órgano histórico por medio del cual la clase se vuelve conciente de sí”. Los partidos de la Internacional Comunista cometieron, especialmente a partir de 1923, una serie de errores (Trotsky no era, por supuesto, ciego a estos errores), y cada vez más seguirían políticas oportunistas y sectarias bajo la dirección de Stalin y del sector que dirigía la URSS. No obstante, con todos sus defectos era una realidad, no una hipótesis. Una realidad que conquistó el respaldo y la simpatía de millones de trabajadores alrededor del mundo. De hecho, paradójicamente, sus propios defectos mostrarían, de una forma distorsionada, que la Internacional Comunista era verdaderamente una organización de masas. Por esto Trotsky no aceptó la visión simplista de que los grandes partidos del Comintern eran simplemente instrumentos de la burocracia estalinista de Rusia. El problema era corregir su curso. “Todos los ojos en el Partido Comunista. Nosotros tenemos que explicarles. Nosotros tenemos que convencerlos”.[11]

Como una cuestión de necesidad política, el régimen interno del partido debe ser democrático:

Las luchas internas educan al partido y desobstruyen su camino. En esta lucha todos los miembros del partido ganan una profunda confianza en la justeza política del partido y en la seriedad revolucionaria de su dirección. Solamente tal convicción en la militancia bolchevique, conquistada por la experiencia y la lucha ideológica, brinda a la dirección la oportunidad para llevar a todo el partido a la batalla en el momento necesario. Y solamente la profunda confianza del propio partido en la justeza de su política, inspira a las masas trabajadoras a confiar en el partido. Divisiones artificiales forzadas desde afuera, la ausencia de una lucha ideológica libre y honesta [...] es lo que paraliza ahora al Partido Comunista Español [...].[12]

Trotsky escribió estas líneas en 1931. El argumento se aplicaba generalizadamente. No obstante, no era tan simple. Enseguida de su expulsión de la URSS en 1929, Trotsky esbozó lo que él consideraba eran las cuestiones básicas para los partidarios de la Oposición de Izquierda en Europa (posiciones respecto el Comité Sindical Anglo Soviético, la Revolución china y el “socialismo en un solo país”).

Algunos camaradas pueden estar asombrados por la omisión de la cuestión del régimen partidario [...] Y no lo omito por descuido, sino deliberadamente. El régimen partidario carece de significado independiente, autosuficiente. En relación a la política del partido es una magnitud derivada. Los elementos más heterogéneos simpatizan con la lucha contra la burocracia estalinista [...] Para un marxista, la democracia dentro de un partido o dentro de un país, no es una abstracción. La democracia está siempre condicionada por la lucha entre las fuerzas en pugna. Por burocratismo, los elementos oportunistas [...] entienden el centralismo revolucionario. Obviamente, ellos no piensan como nosotros.[13]

Si repasamos los escritos de Trotsky después de 1917, e incluso sus escritos posteriores a 1929 o 1934, encontramos una serie de declaraciones, algunas exaltando las virtudes de la democracia interna del partido y condenado medidas “administrativas” contra los críticos, y otras que discuten la necesidad de expulsiones. En ningún caso estos planteos están dislocados de su contexto. Para Trotsky, la relación entre centralismo y democracia al interior del partido era variable. Dependía del contenido político de las específicas y cambiantes circunstancias políticas. Trotsky escribía hacia el final de 1932:

El principio de la democracia partidaria no es de ninguna manera idéntico al principio de puertas abiertas. La Oposición de Izquierda nunca exigió que los estalinistas transformasen al partido en suma mecánica de facciones, grupos, sectas e individuos. Nosotros acusamos a la burocracia centrista de continuar una política esencialmente falsa, que a cada paso la coloca en contradicción con el proletariado, y de procurar una salida para estas contradicciones estrangulando la democracia partidaria.[14]

Esto puede parecer un equívoco. Realmente, solo en términos formales es equivocado. La solución para la contradicción se encuentra en la dinámica de desarrollo del partido. Trotsky pensaba que el partido no podía crecer, en términos de verdadera influencia de masas y no simplemente en número, excepto en el marco de una relación recíproca, de un proceso de interacción con sectores cada vez más amplios de trabajadores. Para esto la democracia interna del partido es indispensable. Provee los medios de un retorno de la experiencia de la clase hacia dentro del partido. Tal desarrollo no siempre es posible. Frecuentemente, las circunstancias objetivas impiden tal crecimiento. Pero el partido debe estar siempre atento a esta posibilidad. En caso contrario no podrá aprovechar las oportunidades que aparecen de tiempo en tiempo.

Por esto, el régimen partidario debe ser en todo momento tan abierto y flexible como sea posible, en consonancia con la preservación de la integridad revolucionaria del partido. Esta calificación es importante. Porque las circunstancias desfavorables debilitan los lazos entre el partido y los sectores de trabajadores avanzados, y así aumenta el problema de las “fracciones, grupos y sectas” que pueden volverse un obstáculo al crecimiento de la democracia interna del partido tal como Trotsky la entendía –esencialmente, como un mecanismo por el cual el partido se relaciona con los más vastos sectores de la clase trabajadora, aprende de la clase y, al mismo tiempo, conquista el derecho a digirla.

El argumento es, tal vez, muy abstracto. Para concretizarlo, consideremos un pasaje de Historia de la Revolución rusa de Trotsky, donde se discute el aislamiento de Lenin en la dirección del partido luego de la Revolución de Febrero.

Contra los viejos bolcheviques Lenin encontró apoyo [en Abril de 1917] en otro sector del partido, ya atemperado, pero más fresco y más unido a las masas. En la Revolución de Febrero, como sabemos, los trabajadores bolcheviques cumplieron un papel clave. Ellos pensaban que era evidente que la clase que había conquistado la victoria debería tomar el poder [...] En casi todos los lugares había bolcheviques de izquierda siendo acusados de maximalismo, e incluso de anarquismo. A estos obreros revolucionarios solo le faltaban los recursos teóricos necesarios para defender su posición. Pero ellos estaban prontos para responder al primer planteo claro. Era sobre este sector de trabajadores, los cuales se habían formado durante los años de ascenso de 1912-1914, que Lenin se estaba apoyando ahora.[15]

Este modelo aparece repetidas veces en los escritos de Trotsky. Un partido de masas, distinto de una secta, es necesariamente presionado por fuerzas inmensamente poderosas, especialmente en circunstancias revolucionarias. Estas fuerzas, inevitablemente, encontrarán expresión también dentro del partido. Para mantener al partido en curso (en la práctica, para corregir continuamente el curso en una situación cambiante), la compleja relación entre la dirección, y los varios sectores de activistas y trabajadores sobre los cuales ejerce influencia y por los cuales es influenciado, debe expresarse en la lucha política dentro del partido. Si esta lucha es sofocada artificialmente a través de medios administrativos, el partido se perderá.

Una función indispensable de la dirección –ella misma formada en medio de las luchas anteriores– es comprender cuándo debe cerrar las filas para preservar el núcleo de la organización del riesgo de disolución debido a presiones externas desfavorables –enfatizar el centralismo– y cuándo debe abrir la organización y utilizar a los sectores de trabajadores avanzados de dentro y fuera del partido para superar el conservadurismo de los activistas y la dirección –enfatizar la democracia– cambiando el curso rápidamente.

Todo esto implica una concepción bastante exagerada del papel de la dirección, la cual estaba ciertamente presente en Trotsky después de 1917. El afirmaría en 1938 que “La crisis histórica de la humanidad se reducía a una crisis de dirección revolucionaria”. No obstante, era una concepción del crecimiento organizativo de los cuadros dirigentes en relación con las experiencias del partido en la lucha de clases concreta. Es claro que un cuadro dirigente tenía que encarnar una tradición y la experiencia del pasado (de Bebauf a Karl Liebknecht), un conocimiento de las estrategias y tácticas que habían sido probadas en muchos países y en diferentes momentos durante muchos años. Este saber era necesariamente, en su mayor parte, teórico, y Trotsky, menos que nadie, estaba inclinado a subestimarlo. Era una condición necesaria para una dirección próspera, pero no suficiente. La experiencia del partido al actuar y la relación –en constante transformación– con las distintas secciones de la clase trabajadora, era el factor adicional, insustituible, que solo podía ser desarrollado en la práctica.

Una anomalía

En el tiempo de Trotsky, solamente el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), tenía el poder estatal en sus manos (sin contar las áreas controladas por el Partido Comunista Chino en los años 1930s).

Trotsky clasificaba a todos los Partidos Comunistas como organizaciones “burocráticas y centristas”, o sea, organizaciones que vacilaban entre una política revolucionaria y una política reformista. Después de 1935, con la línea de los “Frentes Populares”, Trotsky concluyó que los mismos se habían vuelto organizaciones social-patrióticas: “agencias amarillas del capitalismo en descomposición”.[16]

Pero estos términos se aplicaban a organizaciones de trabajadores, partidos que están obligados a disputar con otros el apoyo dentro del movimiento obrero. En este sentido el PCUS, por lo menos a partir de 1929, si no antes, ya no era más un partido. Era un aparato burocrático, o instrumento de un despotismo totalitario. Trotsky reconocía esto en parte: “El partido [se refiere al PCUS], en tanto partido, ya no existe más. El aparato centrista fue ahogado”,[17] escribía en 1930. Pero concluye que el PCUS era un partido de un tipo fundamentalmente diferente de los partidos obreros existentes fuera de la URSS.

Incluso después de Trotsky haber perdido las esperanzas en una reforma política del régimen en la URSS (en Octubre de 1933), la confusión persistió. Ciertamente esta confusión estaba asociada con la convicción de que ahora una reforma era imposible, y la URSS permanecería siendo un Estado obrero deformado.

Esta cuestión se volvió relevante algunos años después de la muerte de Trotsky, cuando una serie de nuevos Estados estalinistas surgió, sin revoluciones obreras y con una serie de “Partidos Comunistas” que no eran, de modo alguno, los partidos obreros concebidos por Trotsky. Esta contradicción ya formaba parte de su posición luego de 1933.

El hilo está cortado

Vimos que la concepción madura de Trotsky sobre la relación entre partido y clase no era ni abstracta ni arbitraria, sino que estaba enraizada en la experiencia del bolchevismo en Rusia y en el desarrollo histórico concreto que había posibilitado la formación de Partidos Comunistas en varios países importantes.

¿Y si todo este desarrollo quedaba estancado? ¿Y si el “instrumento históricamente condicionado” fallaba en la prueba? Trotsky contempló esta posibilidad, pero solo para rechazarla firmemente. En 1931 escribió:

Tomemos otro ejemplo, pero remoto, para la clarificación de nuestras ideas. Hugo Urbahns, quien se considera un “comunista de izquierda”, declara que el partido alemán está completamente acabado, y propone la creación de un nuevo partido. Si Urbahns estuviese en lo correcto, significaría que la victoria del fascismo es indefectible. Pues, para crear un partido nuevo son necesarios años (y no hay nada que pruebe que el partido de Urbahns sería, en algún sentido, mejor que el partido de Thaelmann: cuando Urbahns estaba al frente del partido, de modo alguno fueron cometidos menos errores). Si los fascistas realmente tomaran el poder, esto determinaría no solo la destrucción física del Partido Comunista, sino su verdadera bancarrota política [...] La toma del poder por los fascistas significaría, probablemente, la necesidad de crear un nuevo partido revolucionario y, con toda probabilidad, también una nueva Internacional. Esto sería una terrible catástrofe histórica. Pero asumir hoy que todo eso es inevitable, solo puede ser obra de verdaderos liquidacionistas, de aquellos que, bajo el manto de frases vacías, solo están con prisa para capitular como cobardes antes de la lucha y sin lucha [...] Nosotros estamos firmemente convencidos de que la victoria sobre los fascistas es posible –no después de su subida al poder, no después de cinco, diez o veinte años de dominación, sino ahora, bajo las condiciones existentes, en los próximos meses y semanas.[18]

Pero Hitler subió al poder. A pesar del brillo y la fuerza lógica de los argumentos de Trotsky, el Partido Comunista Alemán, con su cuarto millón de miembros y sus seis millones de votos en 1932, prosiguió firme en su curso fatal. Fue barrido sin resistencia, juntos con los “social-fascistas”, los sindicatos y todas las otras organizaciones políticas, culturales y sociales creadas por la clase trabajadora alemana en los sesenta años anteriores.

En 1931 Trotsky había descrito a Alemania como “la llave para la situación internacional [...] Del desarrollo de la solución de la crisis alemana depende no solo el destino de la propia Alemania (esto ya es mucho), sino el destino de Europa, el destino del mundo entero, por muchos años”.[19]

Era una previsión precisa. La derrota de la clase trabajadora alemana transformó la política mundial. El fracaso del Partido Comunista, hasta incluso en intentar resistir, fue un golpe tan duro como la capitulación de la socialdemocracia en 1914. Fue el “4 de Agosto” de la Internacional Comunista.

¿Qué permanecía entonces del “órgano histórico a través del cual la clase se vuelve conciente de sí”? Desde 1933 hasta su muerte en Agosto de 1940, Trotsky luchó para solucionar un dilema que había demostrado ser insoluble en aquel momento, y por mucho tiempo después. En Junio de 1932 había escrito:

Los estalinistas, a través de la persecución, buscaron forzarnos a fundar un segundo partido y una Cuarta Internacional. Sabían que un error fatal de este tipo por parte de la Oposición frenaría su crecimiento por años, si es que no invalidaría completamente todas sus conquistas.[20]

Pero menos de un año después, Trotsky era forzado a reconocer, primero, que el partido alemán estaba acabado. Y un poco después (luego que el Ejecutivo del Comintern había declarado en Abril de 1933 que su política en Alemania era “completamente correcta”) que todos los Partidos Comunistas estaban liquidados en cuanto organizaciones revolucionarias, y que eran necesarios “nuevos Partidos Comunistas y una nueva Internacional” (título de un artículo de Junio de 1933).

El hilo entre la teoría y la práctica había sido cortado. Antes de 1917, Trotsky había confiado en la acción espontánea de la clase trabajadora, como medio para superar el conservadurismo del partido. Después de 1917 reconoció al partido obrero revolucionario como el instrumento indispensable de la revolución socialista. La falta de tales partidos, enraizados en la clase trabajadora, con cuadros maduros y experimentados, había conducido a la tragedia de 1918-1919, cuando los movimientos revolucionarios de masas en Alemania, Austria y Hungría, y las luchas espontáneas de masas en otros lugares, fueron conducidas a la derrota.

Los medios para superar este problema –los partidos de la Internacional Comunista– habían degenerado a tal punto que ellos mismos se habían vuelto obstáculos para la solución revolucionaria de las nuevas y profundas crisis sociales.

Era necesario comenzar de nuevo. ¿Pero qué había quedado para un nuevo comienzo? Esencialmente, no había nada más que pequeños y frecuentemente minúsculos grupos, cuyas características comunes incluían el aislamiento en relación con el movimiento obrero y la falta de involucramiento directo en sus luchas. Las aparentes y parciales excepciones (aquellos grupos que contaban con cientos o miles de miembros) –los Archiomarxistas griegos, el RSAP holandés y, un poco después, el POUM español– mostraron ser problemáticos: más centralistas que revolucionarios, más obstáculos que aliados.

Contando con estas fuerzas es que Trotsky comenzó la reconstrucción. No tenía opción, a no ser que se retirase hacia una completa pasividad, o hacia una pasividad disfrazada, como aquella que más tarde sería llamada “marxismo occidental”. Pero medios y fines están intrínsecamente entrelazados. Sin vínculos con el movimiento obrero concreto, el “trotskismo”, incluso cuando Trotsky todavía vivía, comenzó a adaptarse al ambiente descrito (pequeñas sectores radicalizados de los estratos intelectuales de la pequeña burguesía). Como veremos, el propio Trotsky luchó contra esta adaptación. Pero al mismo tiempo, la crueles necesidades de la situación lo llevaron a adoptar posiciones que, a pesar de su voluntad y entender, acabaron por reforzar dicho proceso de adaptación.

La nueva Internacional

Incluso si la izquierda comunista en el mundo entero solo consistiese en cinco individuos, ellos habrían estado obligados a construir una organización internacional simultáneamente a la construcción de una o más organizaciones nacionales. Es errado ver una organización nacional como los cimientos y la Internacional como el tejado. La interrelación aquí es de un tipo completamente diferente. Marx y Engels comenzaron el movimiento comunista con un documento internacional en 1847 y con la creación de un movimiento internacional. Lo mismo se repitió en la creación de la Primera Internacional. El mismo camino siguió la Izquierda de Zimmerwald en preparación de la Tercera Internacional. Hoy este camino es mucho más imperioso que en los días de Marx. Claro que es posible, en la época del imperialismo, que una tendencia obrera revolucionaria surja en otro país, pero no puede prosperar y desarrollarse en un país aisladamente. El primer día después de su formación, deberá procurar establecer relaciones internacionales, una plataforma internacional, pues la garantía de la corrección de la política nacional solo puede encontrarse a lo largo de este camino. Una tendencia que permanece cerrada nacionalmente durante determinado período de años, se condena en forma irrevocable a la degeneración.[21]

Trotsky escribió estas palabras en medio de una polémica contra la secta ultraizquierdista del italiano Bordiga, cuando todavía defendía la política de reformar los Partidos Comunistas existentes. Estaba argumentando en favor de una fracción internacional dentro de una Internacional existente. La lógica de la posición, al contrario de los argumentos usados para sustentarla, parecía irrefutable.

Los argumentos en sí no resistían un examen crítico. Marx y Engels no comenzaron con la “creación de un movimiento internacional”. El Manifiesto Comunista fue escrito para una Liga Comunista existente (aunque de ideas comunistas muy primitivas), la cual solo era internacional en el sentido de que ya existía en varios países. Era esencialmente una organización alemana y consistía de emigrados alemanes, artesanos e intelectuales en París, Bruselas y otros lugares, como también grupos en la región Renana y en la Suiza alemana.

La Primera Internacional comenzó como una alianza entre organizaciones sindicales británicas existentes, bajo influencia liberal, y organizaciones sindicales francesas bajo influencia prudhoniana, acogiendo solo más tarde a otros agrupamientos de características y nacionalidades diversas. Lejos de “repetir” la experiencia de la Liga Comunista, la Primera Internacional se desarrolló exactamente en sentido opuesto –sin una base programática inicial y sin una organización centralizada. Lo mismo es verdad, en menor grado, en relación a la Segunda Internacional, la cual Trotsky no menciona.

Tampoco es correcta la referencia a la Izquierda de Zimmerwald. La Izquierda de Zimmerwald (al contrario de lo argumentado, como un todo) consistía en el Partido bolchevique, un partido nacional de masas, más individuos aislados.[22]

Hablando en términos prácticos, Trotsky no tuvo opción. En aquel momento no disponía de ninguna base en el movimiento obrero. Todo contacto con sus partidarios en la URSS había quedado cortado desde la primavera boreal de 1933.[23] Era cuestión de reunir todo aquello que pudiera, donde quiera que existiese, para crear una tendencia política. Además, el argumento de que una plataforma internacional era necesaria –un análisis básico de los problemas del movimiento obrero– era irrefutable. Trotsky lo suministró. Pero se introdujo la confusión de ideas y organización, entre tendencia política y partido internacional. En algunos años, Trotsky abandonó tácitamente su concepción del partido revolucionario como “órgano histórico a través del cual la clase se vuelve conciente de sí” y lanzó una “Internacional” sin una base significativa en ningún movimiento obrero.

Antes de esto, Trotsky intentó encontrar nuevas fuerzas. Los grupos trotskistas eran minúsculos. La fuerza de los estalinistas los había llevado hacia un gueto político. Este, además, tenía una localización social específica, en una sección de la intelectualidad pequeño-burguesa. ¿Dónde estaba la salida? ¿Cómo “proletarizar” al trotskismo atrayendo a un número significativo de trabajadores a los nuevos partidos comunistas?

Habían obstáculos enormes en el camino. Un efecto duradero de la derrota en Alemania fue la creación de un sentimiento extremadamente fuerte de la necesidad de unidad entre los militantes de la clase trabajadora. El llamado a formar nuevos partidos y una nueva Internacional, buscaba una nueva división, no pudiendo caer en terreno más estéril. Trotsky había estado al frente del llamado a constituir frentes de unidad de los trabajadores contra el fascismo, pero cuando este llamado comenzaba a ganar terreno en los partidos socialistas a partir de 1933 (y, brevemente, también en los partidos comunistas), sus seguidores fueron presentados como divisionistas. Ahora defendían la creación de nuevos partidos y una nueva Internacional. Su aislamiento se reforzó.

Después de algunos intentos iniciales de “reagrupamiento” con varios grupos centristas y reformistas de izquierda (como por ejemplo, el Partido Laborista Independiente británico) que fracasaron, Trotsky propuso el drástico paso de la entrada en los partidos socialdemócratas. Siendo estrictos, esa táctica fue pensada para casos específicos –primeramente para Francia (de ahí el término utilizado: “el viraje francés”)– pero después fue generalizada en la práctica. Los argumentos eran que los socialdemócratas estaban caminando hacia la izquierda, creando un clima más favorable para el trabajo revolucionario, y que estaban atrayendo nuevos sectores de trabajadores y presentaban un ambiente incomparablemente más proletario que los aislados grupos de propaganda generados por el trotskismo.

La táctica fue concebida como una operación de corto plazo: una lucha fuerte y aguda con los reformistas y los centristas, después una división y la fundación del partido. “Entrar en un partido reformista o centrista excluye una perspectiva de largo plazo. Es apenas una fase que, bajo ciertas condiciones, puede ser limitada a un episodio”.[24]

En los hechos, la operación falló en su objetivo estratégico. Fracasó en cambiar la relación de fuerzas o mejorar la composición social de los grupos trotskistas. Las razones fundamentales para el fracaso fueron la consecuencias de la derrota en Alemania, los virajes de la Internacional Comunista –primero hacia los frentes de unidad (1934) y luego hacia los frentes populares (1935)–, y el gran impacto causado por estos cambios y el consecuente desplazamiento hacia la derecha del movimiento obrero. Además, las campañas de Stalin contra Trotsky afectarían tanto a este como a sus seguidores, denunciados como agentes fascistas.

Las circunstancias que habían posibilitado la conquista de los partidos centristas de masas para la Internacional Comunista (como es el caso del Partido Socialdemócrata Independiente Alemán, y la mayoría de los socialistas franceses) entre 1919 y 1921, simplemente no existían para 1934-1935. Sean cuales fueran los errores cometidos por Trotsky y sus seguidores en el curso del “viraje francés”, ellos solo fueron efectos menores en comparación con los efectos de una situación profundamente desfavorable.

Algunos de los beneficios reivindicados en la táctica entrista fueron reales. Implicó la ruptura con muchos de los que Trotsky llamó “sectarios conservadores”, esto es, aquellos que no pudieron adecuarse a una política activa en vez del propagandismo de los pequeños círculos del ambiente intelectual. Hacia el final de 1933 Trotsky escribía:

Una organización revolucionaria no puede desarrollarse sin depurarse, especialmente bajo las condiciones del trabajo legal, cuando no es excepcional que elementos extraños y degradados se junten bajo la bandera de la revolución [...] Nosotros estamos realizando un viraje revolucionario importante. En estos momentos, crisis internas o divisiones son absolutamente inevitables. Temerlos, es sustituir la política revolucionaria por el sentimentalismo pequeño-burgués y por las intrigas personales. La Liga [grupo trotskista francés] está atravesando una primera crisis bajo la bandera de criterios revolucionarios grandes y claros [...] En estas condiciones el apartamiento de una parte de la Liga será un gran paso adelante. Eliminará todo aquello que es enfermizo, inútil e incapaz; dará una lección a los elementos irresolutos y vacilantes; endurecerá a las mejores secciones de la juventud; mejorará la atmósfera interna; abrirá a la Liga nuevas y grandes posibilidades.[25]

No hay duda que todo era correcto en principio, y de hecho, algunas fuerzas nuevas fueron reclutadas en las organizaciones socialistas juveniles, para sustituir aquellas que habían sido eliminadas (o que, como fue en la mayoría de los casos, simplemente se habían salido). No obstante, el equilibrio de fuerzas –la patética pequeñez de la izquierda revolucionaria– permaneció básicamente inalterada. ¿Y entonces?

Trotsky tenía prisa en fundar la Cuarta Internacional. Después de declarar repetidas veces que no podía tratarse de una perspectiva inmediata, pues las fuerzas para esto no estaban disponibles –en 1935 había denunciado como “un chisme estúpido” la idea de que “los trotskistas quieren proclamar una Cuarta Internacional el próximo jueves”– Trotsky propuso, un año después, justamente eso: la proclamación de una nueva Internacional. En dicha ocasión no logró persuadir a sus seguidores, pero para 1938 los había ganado para esta propuesta.

Las fuerzas que adhirieron a la Cuarta Internacional en 1938 eran más débiles, no más fuertes, de las que existían en 1934 –el SWP de Estados Unidos era la única excepción seria. La revolución española había sido estrangulada en esos años. Trotsky justificó su decisión por medio de un regreso parcial no reconocido, al espontaneismo que había defendido antes de 1917, y también a través de una analogía con la posición de Lenin en 1914.

La distancia entre nuestras fuerzas y las tareas de mañana es percibida mucho más claramente por nosotros que por nuestros críticos –escribía Trotsky al finales de 1938– pero la severa y trágica dialéctica de nuestra época está trabajando en nuestro favor. Las masas, llenas de extrema exasperación e indignación, no hallarán ninguna otra dirección a no ser la que ofrece la Cuarta Internacional.[27]

Pero las experiencias de 1917 (positivamente), las de 1918-1919 (negativamente) y, sobre todo, la de España en 1936, habían demostrado la necesidad indispensable de partidos enraizados en sus respectivas clases trabajadoras nacionales durante un largo período de luchas por demandas parciales. Trotsky reconocía esto de manera más clara que la mayoría. Pero dado que tales partidos no existían, y su necesidad era extremadamente urgente, lo que hizo fue refugiarse en un Wiltgeist [espíritu del mundo] de la revolución, que los crearía de alguna manera a partir de la “exasperación e indignación” espontánea, siempre y cuando “una bandera inmaculada” fuese levantada bien alto. La excitación espontánea llevaría en el curso de la guerra o luego, a los aislados e inexperientes “liderazgos” de las secciones de la Cuarta Internacional, a liderar partidos de masas.

La analogía con los planteos de Lenin de 1914, era doblemente inadecuada. Cuando Lenin escribió ese año: “La Segunda Internacional ha muerto [...] Viva la Tercera Internacional”, ya era el dirigente más influyente de un verdadero partido de masas en un país importante. No obstante, Lenin no pensó en llamar a la fundación de la Tercera Internacional hasta un año y medio después de la Revolución de Octubre, y en una época en que él creía que existía en Europa un movimiento revolucionario de masas en ascenso. Que Trotsky ignorase todo esto era un tributo de su voluntad revolucionaria. Pero, políticamente, esto descarrilaría y desorientaría a sus seguidores cuando, fruto de su muerte, una verdadera crisis atravesaría a todos ellos –lo que era inevitable dado su aislamiento– y les hizo mucho más difícil desarrollar una orientación revolucionaria realista.

Había un elemento cercano al mesianismo en la concepciones que expresó Trotsky en sus últimos años. En una situación desesperadamente difícil, con el fascismo en ascenso, derrotas sucesivas del movimiento obrero y una nueva guerra mundial inminente, la bandera de la revolución debía ser levantada, el programa del comunismo reafirmado, hasta que la propia revolución transformase la situación.

Quizás hubiera sido imposible unificar a quienes le seguían sin una perspectiva con estas características, que en este caso, fue una desviación “necesaria” de su visión madura. Pero el precio a pagar posteriormente fue muy elevado.