"Lo fundamental era estar al lado del pueblo, impulsarlo a la lucha. No había que olvidar que nosotros, los comunistas, éramos los organizadores, sólamente el armazón. He aquí lo que no se podía olvidar un sólo instante. Y entonces ninguna fuerza enemiga sería capaz de quebrantarnos" Alexéi Fiódorov

Capítulo segundo: PRIMEROS EXITOS parte 1 de 16

La operación de Pogoreltsi no fue una de esas operaciones grandes o ejecutadas con mucha maestría, en el sentido militar. Fue simplemente un ataque audaz e inesperado para el enemigo. Aunque habíamos dedicado bastante tiempo a prepararlo, no estoy muy seguro de que no cometiésemos algunos errores tácticos.

Sin embargo, esta operación tuvo para nosotros una enorme importancia. Más tarde, tanto los jefes como los combatientes la solían recordar con frecuencia, junto a las hogueras, mientras se la contaban a los novatos. E incluso ahora, cada vez que nos encontramos, volvemos á evocar, invariablemente, los episodios de aquel combate. En él participaron doscientos cuarenta y dos hombres de los nuestros. Y todo el que sobrevivió se esfuerza por recordar algún episodio. Bueno, cada uno lo cuenta un poco a su manera, claro. También yo intentaré relatarlo a la mía, como lo recuerdo.

Aquella mañana temprana al acercarse a rastras a la aldea de Pogoreltsi, los que más nerviosos estaban eran los jefes y los miembros del Comité Regional. Comprendíamos que el fracaso de aquella operación podía ser, si no el fracaso del movimiento guerrillero en la región, cuando menos un serio golpe para él. Si fracasábamos, habría que empezar todo de nuevo.

En medio de una estepa cubierta de nieve, se extendía ante nosotros una gran aldea oscura. Por ella pasaba una carretera atravesada por varias calles. A siete kilómetros de la aldea negreaba el bosque, que habíamos abandonado hacía dos horas. Una luna tardía, ya en su ocaso, lanzaba su blanca luz. Helaba y hacía algo de viento.

El grupo con el que nos arrastrábamos Popudrenko, Yariómenko, Rvánov y yo, se extendía en fila india por el fondo de un pequeño barranco. Eramos, en total, dieciséis hombres. Los cuatro grupos que cercaban la aldea se componían de doscientos cuarenta y dos guerrilleros. No sólo procurábamos no hablar, sino que nos esforzábamos en no cuchichear siquiera.

El lugar donde se encontraba nuestro puesto de mando todos los combatientes y jefes lo sabían perfectamente. Era éste el patio abandonado del koljós, donde, esparcidos en desorden por el suelo, había una aventadora rota, la rueda motriz de una locomóvil, un montón de engranajes herrumbrosos y una desgastada muela de molino.

Teníamos la vista fija en las manecillas del reloj. Pero todos marcaban hora diferente. Decidimos ponerlos de acuerdo con el de Rvánov. Para la señal faltaban todavía unos cuantos minutos.

Fueron éstos los de mayor tensión. Todos mirábamos hacia un mismo punto. En el centro de la aldea, sobre la alta casa, donde se hallaba instalado el Estado Mayor alemán, elevábase una espiral de pacífico humillo. Y no era solamente el humillo aquel, todo el aspecto de la aldea hacía pensar que no había guerra alguna. Sin embargo, estaban concentrados allí más de quinientos soldados y oficiales enemigos, llegados con el exclusivo objeto de acabar con nosotros. En aquel momento, dormían y roncaban tranquilos. Así nos lo imaginábamos. Pero, ¡quién sabe! , a lo mejor estaban preparados desde hacía ya mucho y, emboscados, reíanse de nosotros, esperando a que diésemos la señal y nos lanzásemos al ataque... Doce personas en la aldea sabían que, a las 5.00, Rvánov lanzaría al cielo una bengala verde. Si uno de los doce de nuestros ayudantes resulta un traidor...

Rvánov alza la pistola de señales y aprieta el gatillo, pero el arma no dispara. Y en ese mismo instante, en el centro de la aldea, resuena el golpe de un hierro contra un raíl.

— ¡Canallas, alarma! —exclama Popudrenko sin poder contenerse y, naturalmente, salta de su escondrijo.

Yo tiro de él hacia atrás. Los golpes continúan: dos, tres... Pero en la aldea reina la misma quietud de antes. El que me sorprende en este instante es Rvánov: se le ha encasquillado la pistola de señales, pero se limita a blasfemar en voz baja. El toque se repite por cuarta, por quinta vez... Rvánov golpea, con todas sus fuerzas, el percutor contra la muela. Una lucecita verde, estruendosa y silbante, se precipita hacia el cielo.

Más tarde nos enteramos de que el golpear sobre los raíles no significaba alarma; era, simplemente, que daban la hora.

Pasa un segundo, dos... Retumban los disparos. Los guerrilleros. corren hacia la aldea. A la derecha, al lado de la iglesia, se oye una explosión y surge una enorme llamarada que va en aumento e ilumina la aldea. Ahora ya vemos a los alemanes. Estrépito de cristales rotos: unas figurillas blancas caen desde las ventanas. Comienza a tabletear una ametralladora alemana, pero se calla inmediatamente. Decenas de alemanes corren alocadamente, en paños menores, y todos a una gritan a voz en cuello. El griterío se funde en un continuo alarido que llega a nuestros oídos a través de un incesante trepidar de automáticos y fusiles. Una docena de alemanes corren hacia nosotros, vienen directamente hacia nuestro puesto de mando, vociferando .de continuo las mismas palabras:

— ¡Russische partisan, russische, russische, russische partisan 1 Durante tres años seguidos oiremos con bastante frecuencia este alarido. Alemanes locos de miedo saldrán corriendo de tanques volados, de Estados Mayores incendiados, de vagones destrozados, vociferando igual que ahora:

— ¡ Russische, russische, russische partisan!

Las llamas son cada vez mayores: los muchachos de la sección de Gromenko han incendiado un depósito de combustible.

Uno tras otro, tumbamos a los alemanes que corren despavoridos en nuestra dirección. Y después, incapaces de contenemos por más tiempo, nos precipitamos en pos de Popudrenko, al centro de la batalla. Nuestro puesto de mando está ahora en la calle principal de la aldea, toda iluminada y llena de animación. Arden los autos. De ellos saltan los alemanes. El combate va disminuyendo. Continuamos avanzando y, de pronto, a la luz de la llamas, vemos a una niña que está de pie en la terracilla de una casa, sin más abrigo que un leve vestido. ¡Pero si es Galia! Ella también me reconoció.

— ¡Galia! —le grito—. ¡Métete dentro, escóndete!

Se vuelve hacia mí y me responde jubilosa:

— ¡Pero si ya no hay más alemanes, están muertos todos!

Una mujer se nos acerca corriendo.

— Venid conmigo, en mi caseta de baño se han ocultado tres alemanes.

Nuestros muchachos lanzan sus granadas contra la caseta y cesan los disparos.

Miro el reloj. El combate dura ya cuarenta minutos.

Kapránov llama a la gente para que le ayuden. Hay que recoger y cargar los trofeos. Se me acerca corriendo Nóvikov. Al reconocer a Galia, pregunta:

— ¿Y dónde se han metido tus guapos alemanes de la maleta?

Galia está muy disgustada: se han fugado. Marcha con nosotros por la calle, examinando los retorcidos cadáveres. Hay muchos. Por indicación especial, dos combatientes los van contando. De pronto, Galia echa a correr.

— ¡Aquí está, es él, ayudadme! —grita y se esfuerza por apartar el cuerpo de un enorme suboficial pelirrojo caído sobre la maleta.

Yo levanto una gran maleta de duraluminio, imitación de cuero. Balabái la abre con la bayoneta, como si fuera una lata de conservas. En la maleta, doblados cuidadosamente, aparecen cuellos de encaje, pieles de astracán, relojes, ropa interior de seda, y hasta sostenes. La gente va congregándose a nuestro alrededor. Ello nos sirve de motivo para celebrar un mitin.

Yariómenko sube a la terracilla de una casa. Desde todas partes acuden campesinos y guerrilleros. También mujeres. Muchas con pan y cántaros de leche.

— ¡He aquí lo que necesitan de nosotros los alemanes! —dice Yariómenko y, alzando en alto ¡a maleta, muestra a todos su contenido.

Esto hace más efecto que cualquier discurso. Se oyen risas y un grito:

— ¡Menudos héroes nos han salido!

Entre los guerrilleros veo gente nueva. Se distinguen de los nuestros por las armas que llevan. Los nuestros llevan armas rusas, polacas, alemanas, mientras que los nuevos combatientes, los campesinos de Pogoreltsi, sólo llevan automáticos y fusiles alemanes y húngaros.

Se me acerca Rvánov:

— Es hora ya de dar la señal de retirada. Habíamos calculado que en la operación invertiríamos treinta minutos, y llevamos ya aquí más de una hora.

Pero en este preciso momento se nos acerca corriendo el practicante Emeliánov:

— Tenemos tres heridos. Uno de ellos con fractura. Necesitamos yeso, y no hay... He ido al hospital, pero se han atrincherado allí varios alemanes con una ametralladora.

El combate por el yeso dura ocho minutos. Rvánov lanza con una nueva pistola alemana de señales una bengala blanca. ¡ Retirada! Los guerrilleros se acercan corriendo. Formados en columna, abandonamos Pogoreltsi.

A unos quinientos metros de la aldea comienzan las felicitaciones y abrazos mutuos. Todos a porfía procuran contar algo, incluso los heridos hablan, sin dejar de gemir.

Sobre todos se alza Popudrenko, a lomos de un potro alemán muy grande y furioso.

— ¿Acaso es esto un caballo? Es un canalla —me explica Popudrenko y golpea con el puño la cabeza del bruto—. Cuidado, Alexéi Fiódorovich, apártese. Muerde como un cocodrilo.

A ruego mío, ordena con voz sonora:

— ¡Silencio, apretad el paso!

Alguien entona la canción "Por los montes y por los valles". Y de pronto descubrimos que nuestros muchachos cantan muy bien, de un modo verdaderamente magnífico...

Esta es mi opinión general de la operación. Claro está que no lo he contado todo. A nuestro puesto de mando se acercaron corriendo varias veces los jefes de los grupos. Rvánov informó con indignación que la sección de Bessarab no había sabido ocupar a tiempo el camino, y unos trescientos alemanes se habían escapado en dirección a Semiónovka. Cada diez minutos, los enlaces nos informaban del curso de la operación. Rvánov, Popudrenko y yo dábamos indicaciones operativas...

Los resultados prácticos del combate fueron los siguientes: destru(mos varios depósitos con municiones, combustible, ropa y víveres, dos cañones, nueve autos, dieciocho motos. El enemigo tuvo más de cien bajas. Nosotros, tres heridos...

La operación realizada por nuestro destacamento en la aldea de Pogoreltsi fue calificada de "buena". En la orden del día del destacamento mencionamos a dieciocho combatientes. En ella se destacaba, como ejemplo para todos, el heroico comportamiento del combatiente Arsenti Kovtún.

Arsenti Kovtún, hombre ya entrado en años y presidente de un koljós antes de la guerra, había ingresado en el destacamento y marchado al bosque antes de la ocupación. Al mismo tiempo que él, ingresó también en guerrilleros su hijo Grisha, de diecisiete años. Ambos fueron incluidos en el destacamento de Pereliub.

Hombre de complexión atlética, reposado y parco en palabras, Arsenti Kovtún se calificaba a sí mismo de soldado; y en efecto, tenía el porte de un veterano. Nunca procuraba hacerse visible ante los jefes; pero todo que se le encomendaba lo cumplía bien: igual si se trataba de pelar patatas o derribar un árbol, que de cavar un foso para un refugio o traer una "lengua"*

En aquel combate se le había ordenado eliminar, sin hacer ruido, al centinela del Estado Mayor. Kovtún acercóse a rastras y se encontró con que el puesto era doble: alrededor de la casa rondaban dos centinelas. Kovtún esperé la señal. Cuando la bengala se alzó sobre Pogoreltsi, se arrojó sobre el centinela más próximo. Pero a éste le dio tiempo de disparar. La bala rompió los gemelos que Kovtún llevaba colgados sobre el pecho, mas eso no le detuvo y entablé con el alemán un combate cuerpo a cuerpo. Ambos cayeron a tierra y el alemán quedó encima. El segundo centinela daba saltos a su alrededor sin atreverse a disparar. Kovtún contó después que sujetaba intencionadamente al alemán para que el otro no pudiera disparar.

Pero cuando los guerrilleros se acercaron, Kovtún se quitó de encima, instantáneamente, el alemán, se puso de pie en un santiamén y le asesté con la culata un terrible golpe en la cabeza. La culata saltó hecha astillas. El otro centinela disparó varias veces, horadando por dos sitios el capote de Kovtún. Pero éste se abalanzó sobre él y le maté con la bayoneta. En aquel momento llegó Grisha.

— ¿Estás vivo, padre? —preguntó emocionado.

— Vivo, hijito, vivo —respondió Kovtún y, arrancando el fusil de las agarrotadas manos del centinela, se lanzó a lo más enconado del combate.

Durante todo el día los guerrilleros estuvieron hablando de aquel duelo. Kovtún permanecía callado, y únicamente cuando le daban mucho la lata, respondía exacto y conciso.

— Díganos, tío Arsenti, ¿era pesado el alemán que tenía encima tan quietecito?

— No lo tenía encima quietecito, rodaba sobre mí.

—¿Pesaba mucho?

— Eso es lo de menos; lo malo es que apestaba a alcohol. Se había llenado la tripa de ron y sacaba la lengua igual que un perro, hipaba, eructaba, en una palabra, una porquería...

— ¿Y cómo es que rompió la culata? ¿Es posible que la cabeza del alemán fuese tan dura?

— Pero si tenía el casco puesto. Y, además, también era dura. Y mi fusil era polaco. Flojo...

Cuando nos hubimos alejado de Pogoreltsi unos quince kilómetros, llegó a nuestros oídos el rumor de un lejano tiroteo. Al principio, el tableteo de unas ametralladoras; y después, varias explosiones sordas y pesadas. Poco más tarde, los exploradores nos comunicaban:

— Los alemanes se están peleando entre ellos mismos. De Semiónovka llegaron refuerzos en ayuda de la guarnición de Pogoreltsi; pero los que quedaron en Pogoreltsi si creyeron que eran otra vez los guerrilleros y abrieron fuego. Y los alemanes de Semiónovka, pensaron a su vez que los guerrilleros se habían hecho fuertes en la aldea y recurrieron a la artillería para desalojarlos. Han estado batiéndose una media hora.

— ¡Esa sí que es una guerra justa! —dijo Kovtún, el héroe del día.

Y desde entonces, cada vez que conseguíamos azuzar a unos alemanes contra otros, a unos magiares contra los alemanes o policías, nuestros combatientes decían:

— ¡Esa sí que es una guerra justa!

* En el argot militar ruso, una "lengua" es un enemigo capturado con objeto de obtener información. (N. del Trad)

 

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