Páginas 282, 283, 284, 285, 286, 287, 288, 289, 290, 291, 292, 293, 294 y 295.
Luego de todo lo visto, no puede sorprender al lector que la exposición de los rasgos fundamentales del socialismo dada en el capítulo anterior no vaya, en modo alguno, en el sentido del señor Dühring. Al contrario. El señor Dühring no tiene más remedio que arrojarla al abismo de todas las basuras, junto con las demás "bastardas de fantasía histórica y lógica", las "groseras concepciones" y las "confusas y nebulosas ideas", etc. Pues para él el socialismo no es en absoluto un producto necesario del desarrollo histórico, y aún menos de las condiciones económicas del presente, groseramente materiales y orientadas a meros fines de pienso. El señor Dühring lo sabe mucho mejor. Su socialismo es una verdad definitiva de última instancia: es "el sistema natural de la sociedad", y tiene sus raíces en un "principio universal de la justicia", y aunque ese socialismo no tiene más remedio que tomar nota de la actual situación, creada por la anterior pecaminosa historia, con objeto de mejorarla, esto es ciertamente una desgracia desde el punto de vista del puro principio de la justicia. El señor Dühring compone su socialismo, como todo lo demás, por medio de sus dos célebres hombres. Estas dos marionetas, en vez de ponerse, como hasta ahora, a representar los papeles de señor y siervo, representan por una vez, y por variar, la comedia de la equiparación, y con eso queda listo el fundamento del socialismo dühringiano.
Es, por tanto, evidente que el señor Dühring no concede en absoluto a las crisis industriales la importancia histórica que les hemos atribuido.
Las crisis son para él meras desviaciones ocasionales de la "normalidad", se limitan, a lo sumo, a dar ocasión para el "despliegue de un orden más normado". El "modo habitual" de explicar las crisis por la sobreproducción no satisface en absoluto a su concepción más exacta. Cierto que una tal explicación puede admitirse para crisis especiales en ciertos ámbitos". Así, por ejemplo, "una plétora en el mercado de librería causada [283] por ediciones de obras cuyos derechos han quedado libres, y que son aptas para la venta en masa.
El señor Dühring puede acostarse desde luego con la conciencia tranquila: sus inmortales obras no producirán jamás esa universal catástrofe.
Pero en las grandes crisis no es la sobreproducción, sino más bien "el retraso del consumo popular... el subconsumo artificiosamente engendrado... la ostaculización de las necesidades populares (!) en su natural crecimiento, lo que hace al final tan críticamente grande el abismo entre los depósitos y la salida de los productos."
Y hasta ha conseguido felizmente un discípulo para esta su teoría de las crisis.
Pero el hecho es que el subconsumo de las masas, la limitación del consumo de éstas a lo imprescindible para el sustento y la reproducción, no es en absoluto cosa nueva. Ha existido siempre que ha habido clases explotadoras y explotadas. Incluso en los períodos históricos en que la situación de las masas fue especialmente favorable, como, por ejemplo, en la Inglaterra del siglo XV, estaban en una situación de subconsumo. Se encontraban muy lejos de poder disponer de su propio producto anual para el consumo. Si, pues, el subconsumo es un hecho histórico constante desde hace milenios, mientras que el bloqueo general de la salida de las mercancías que se produce en las crisis a consecuencia del exceso de producción no es visible sino desde hace cincuenta años, toda la trivialidad económico-vulgar del señor Dühring consiste en explicar la nueva colisión no por el nuevo fenómeno de la sobreproducción, sino por el del subconsumo, que tiene milenios de edad. Es como si en matemáticas se quisiera explicar la variación de la razón entre dos magnitudes, una variable y otra constante, no por el hecho de que la variable ha variado, sino por el de que la constante sigue siendo idéntica. El subconsumo de las masas es una condición necesaria de todas las formas de sociedad basadas en la explotación, y, por tanto, también de la sociedad capitalista; pero sólo la forma capitalista de la producción lleva ese subconsumo a elemento de una crisis. El subconsumo de las masas es, pues, también una condición de las crisis, y desempeña en ellas un papel de antiguo conocido; pero nos informa tan poco de las causas de la actual existencia de las crisis como de las causas de su anterior inexistencia.
[284] El señor Dühring tiene en general nociones muy curiosas del mercado mundial. Hemos visto cómo intenta imaginarse verdaderas crisis especiales de la industria, como un auténtico literato alemán, por medio de imaginarias crisis de la feria del libro de Leipzig, lo que equivale a intentar comprender una tempestad en el mar mirando atentamente una tormenta en un vaso de agua. También se imagina que la actual producción empresarial tiene que "girar en cuanto a su salida principalmente en el círculo de la propia clase propietaria", lo cual no le impide, apenas dieciséis páginas después, presentar al modo corriente, como industrias modernas decisivas, la del hierro y la del algodón, es decir, precisamente las dos ramas de la producción cuyos productos no consume la clase propietaria sino en diminuta proporción, y que se orientan necesariamente ante todo al consumo masivo. Busquemos lo que busquemos, no encontramos en el señor Dühring más que cháchara vacía y contradictoria. Mas tomemos un ejemplo de la industria del algodón. Cuando en la sola ciudad de Oldham —que es una ciudad relativamente pequeña, una de la docena de ciudades de 50.000 a 100.000 habitantes de la zona de Manchester que se dedican a la industria algodonera— el número de husos dedicados exclusivamente a producir hilo del 32 ha pasado en cuatro años, de 1872 a 1875, de los dos millones y medio a los cinco millones, de modo que en una sola ciudad media de Inglaterra hay tantos husos hilando hilo de un solo número cuantos posee la industria algodonera de toda Alemania, incluida Alsacia, y cuando la expansión de las demás ramas y localidades de la industria algodonera inglesa y escocesa ha tenido lugar en general en una proporcion sensiblemente igual, hace falta una gran dosis de radical cara dura para explicar el actual colapso de la salida del hilado de algodón y sus tejidos en Inglaterra por el subconsumo de las masas inglesas, y no por la sobreproducción de los fabricantes ingleses de algodón.1
Baste con eso. Es imposible discutir con gentes lo suficientemente ignorantes en economía como para considerar a la feria del libro de Leipzig como un mercado en el sentido de la industria moderna. Limitémonos, por tanto, a registrar que, aparte de lo visto, el señor Dühring no sabe indicarnos respecto de las crisis sino que en ellas no tiene lugar más que [285]
"un juego corriente entre la hipertensión y la relajación"; que la hiperespeculación "no se debe sólo a la acumulación sin plan de empresas privadas", sino que también hay que contar "la precipitación de los empresarios particulares y la falta de prudencia privada entre las causas que producen la superoferta".
Mas, ¿cuál es a su vez la "causa que produce" la precipitaclon y la falta de prudencia privada? Precisamente la falta de plan, que se manifiesta en la acumulación sin plan de las empresas privadas. La traducción inconsciente de un hecho económico en un reproche moral, como medio de descubrir una nueva causa, es también una notable "precipitación".
Dejemos aquí las crisis. Tras de haber mostrado en el capítulo anterior su naturaleza de consecuencia necesaria del modo de producción capitalista y su importancia como crisis de ese modo de producción mismo, como medios constrictivos de la transformación social, no necesitamos ya oponer ni una palabra a las falsedades del señor Dühring sobre este tema. Pasemos a sus creaciones positivas, al "sistema natural de la sociedad".
Este sistema, construido sobre la base de un "principio universal de la justicia", es decir, libre de toda atención al peso de los hechos materiales, consiste en una federación de comunas económicas entre las cuales hay "libertad de movimientos y necesidad de aceptar nuevos miembros según determinadas leyes y normas administrativas". La comuna económica misma es ante todo
"un amplio esquematismo de alcance histórico-humano", y se encuentra mucho más allá de las "confusas medias tintas", por ejemplo, de un cierto Marx. La comuna económica es "una comunidad de personas que están ligadas, por su derecho público de disposición sobre un ámbito de tierra y sobre un grupo de establecimientos de producción, a una actividad común y a una participación común en los frutos". El derecho público es un "derecho sobre la cosa... en el sentido de una relación puramente publicística con la naturaleza y con las instituciones de producción".
Los futuros juristas de la comuna económica se devanarán los sesos para conseguir entender lo que eso quiere decir. Nosotros renunciamos a ello y nos informamos a continuación de que
la comuna económica no es en modo alguno lo mismo que "la propiedad corporativa de las asociaciones obreras", la cual no excluiría la competencia, ni siquiera la explotación salarial.
A propósito de lo cual se abandona de paso
[286] la idea de una "propiedad colectiva", que parece encontrarse en Marx, la cual es "por lo menos oscura y discutible, pues esa idea futurista cobra siempre el aspecto de no significar más que la propiedad corporativa de grupos obreros".
Aquí se presenta otra vez esa "vil manierilla" que tiene el señor Dühring de atribuir falsamente afirmaciones: "cualidad tan vulgar" (como él mismo dice), que "sólo puede calificarse con la palabra vil"; se trata de una falsedad tan injustificada como aquel otro invento del señor Dühring según el cual la propiedad colectiva es en Marx "a la vez propiedad individual y propiedad social".
Algo, en todo caso, resulta ya claro: el derecho publicístico de una comuna económica sobre sus medios de trabajo es un derecho de propiedad excluyente, al menos, respecto de las demás comunas económicas, y también respecto de la sociedad y del Estado.
Pero no tendrá el poder "de proceder excluyentemente hacia afuera... pues entre las diversas comunas económicas hay libertad de movimientos y necesidad de aceptar a nuevos miembros según determinadas leyes y normas administrativas... análogamente... a lo que ocurre hoy con la pertenencia a una formación política y con la participación en las competencias económicas comunales."
Habrá, pues, comunas económicas ricas y pobres, y la compensación y el equilibrio tendrán lugar por el paso en masa de la población a las comunas ricas y el abandono de las comunas pobres. Pues si el señor Dühring pretende eliminar la competencia en productos entre las diversas comunas por medio de una organización nacional del comercio, no por ello impide que la competencia siga subsistiendo. Las cosas se sustraen a la competencia, pero los hombres quedan sometidos a ella.
Mas todavía no estamos nada en claro acerca del "derecho publicístico". Dos páginas más adelante nos lo explica el señor Dühring:
La comuna económica no abarca "al principio más que el ámbito político social cuyos miembros están unidos en un sujeto jurídico unitario, y en esa cualidad tienen la disposición sobre toda la tierra, las viviendas y las instituciones de producción".
No es, pues, cada comuna la que dispone, sino la nación entera. El "derecho público", el "derecho sobre la cosa", la "relación publicística con la naturaleza", etc., no es, pues, sólo "por lo menos oscuro y discutible", sino que se encuentra en directa contradicción [287] consigo mismo. Es en efecto, por lo menos en la medida en que cada comuna económica es también un sujeto de derecho, "una propiedad a la vez individual y social", y esta última "afirmación nebulosa y ambigua" no puede, por tanto, encontrarse más que en las ideas del señor Dühring.
En todo caso, la comuna económica dispone de sus medios de trabajo para la producción. ¿Cómo procede esa producción? Por todo lo que nos dice el señor Dühring, la producción procede exactamente igual que antes, con la única diferencia de que la comuna aparece en el lugar de los capitalistas. A lo sumo se nos dice que la elección de la profesión es finalmente libre para todo individuo, que existe obligación igual de trabajar.
La forma fundamental de toda producción que ha existido hasta hoy es la división del trabajo, dentro de la sociedad, por una parte, y dentro de cada establecimiento de producción por otra. ¿Cómo se comporta la "socialidad" dühringiana respecto de la división del trabajo?
La primera gran división social del trabajo es la separación en ciudad y campo.
Este antagonismo es, según el señor Dühring, "inevitable por la naturaleza misma de las cosas". Pero "es discutible la idea de que el abismo entre la agricultura y la industria... sea insalvable. De hecho existe ya cierta continuidad del paso, la cual promete aumentar aun mucho en el futuro". Ya ahora dos industrias se han introducido en la agricultura y la empresa agrícola: "ante todo las destilerías, y en segundo lugar la obtención de azúcar de remolacha..., la producción de bebidas espirituosas es de tal importancia que hasta ahora se la ha subestimado más que otra cosa". Y "si fuera posible que, a consecuencia de algunos descubrimientos, se constituyera un círculo mayor de industrias tales que se produjera la necesidad de situar las fábricas en el campo y apoyarlas directamente en la producción de materias primas," se debilitaría la contraposición de ciudad y campo, y "se conseguirían los fundamentos más amplios del desarrollo de la civilización". Pero, además, "una cosa parecida podría plantearse por otro camino. Además de las necesidades técnicas, importan cada vez más las necesidades sociales, y cuando estas últimas se hagan decisivas para la agrupación de las actividades humanas, no será ya posible descuidar los beneficios que se desprenden de un próximo y sistemático enlace de las ocupaciones del campo con las realizaciones del trabajo técnico de transformación".
Y como en la comuna económica lo quc importa son precisamente las necesidades económicas, no hay duda de que dicha comuna se apresurará a apropiarse en plena medida los citados beneficios [288] de la unificación de la agricultura y la industria. Seguramente no dejará el señor Dühring de darnos con su acostumbrada prolijidad noticia de la posición de la comuna económica ante esta cuestión, según sus "más exactas concepciones". Se engañará el lector que así lo crea. Los anteriores lugares comunes, magros, tímidos, de nuevo encerrados en el círculo aguardentoso y remolachero del derecho territorial prusiano, son todo lo que el señor Dühring tiene que decirnos acerca de la contraposición de la ciudad y el campo en el presente y en el futuro.
Pasemos al detalle de la división del trabajo. En esto es el señor Dühring ya más "exacto". Habla de
"una persona que tenga que dedicarse exclusivamente a un género de actividad". Si se trata de la introducción de una nueva rama de la producción, la cuestión consiste simplemente en saber si un cierto número de existencias que deben dedicarse a la producción de un solo artículo pueden crearse junto con el consumo necesario para ellas (!). Ninguna rama de la producción requeriría mucha población en la socialidad. Y también en la socialidad habrá tipos económicos de hombres, "separados según el modo de vida".
Según esto, en la esfera de la produccion todo se queda prácticamente como estaba. Cierto que en la sociedad actual domina una "falsa división del trabajo"; pero acerca de en qué consista ella y de mediante qué tiene que ser sustituida en la comuna económica, no se nos dice más que lo siguiente:
Por lo que hace a las cuestiones de la división del trabajo, ya hemos dicho antes que pueden considerarse liquidadas en cuanto que se tiene en cuenta los hechos de las diversas ocasiones naturales y las capacidades personales.
Y junto a las capacidades cuenta además la inclinación personal a imponerse:
"El atractivo del ascenso hacia actividades que ponen en juego más capacidades y más preparación se basaría exclusivamente en la inclinación a la ocupación correspondiente y en la alegría de ejercitar precisamente esa cosa y no otra" [¡ejercitar una cosa!].
Con esto se estimula la emulación en la socialidad y
se mantiene en interés la producción misma, y la siniestra empresa que no considera la producción sino como medio de la ganancia dejará de ser el rasgo dominante de la situación.
[289] En ninguna sociedad de desarrollo espontáneo de la producción —y la nuestra es una de ellas— son los productores los que dominan los medios de producción, sino éstos los que dominan a aquéllos. En una tal sociedad cada nueva palanca de la producción se muta necesariamente en nuevo medio de esclavización de los productores a los medios de producción. Y esto vale ante todo de la palanca de la producción que ha sido con mucho la más poderosa hasta la introducción de la gran industria, a saber, la división del trabajo. Ya la primera gran división del trabajo, la separación entre la ciudad y el campo, condenó a la población rural a un embotamiento milenario, y a la población urbana a la esclavitud de cada cual bajo su propio oficio. Esa separación aniquiló la base del desarrollo espiritual de los unos y del desarrollo físico de los otros. Cuando el campesino se apropia la tierra y el hombre de la ciudad se hace con su oficio, ocurre al mismo tiempo que la tierra se está apoderando del campesino, y el oficio del artesano. Al dividirse el trabajo se escinde también el hombre. Todas las demás capacidades físicas y espirituales se sacrifican al perfeccionamiento de una sola actividad. Este anquilosamiento del hombre se intensifica en la misma medida en que se agudiza la división del trabajo, la cual alcanza su supremo desarrollo en la manufactura. La manufactura descompone el oficio artesano en sus diversas operaciones particulares, encarga cada una de esas operaciones a un solo trabajador, como profesión de por vida, y le encadena así perpetuamente a una determinada función parcial y a una determinada herramienta. "Anquilosa y hace del trabajador un abnorme tullido, promoviendo la habilidad en el detalle como en invernadero, mediante la represión de todo un mundo de impulsos y disposiciones productivas... El mismo individuo se divide, se transforma en motor automático de un trabajo parcial"*75 (Marx): en un motor que muchas veces no consigue ser perfecto sino gracias a una mutilización, en sentido literal, física y espiritual del obrero. La maquinaria de la gran industria degrada al obrero hasta por debajo de la máquina, convirtiéndole en mero accesorio de ésta. "La especialidad de por vida de manejar una herramienta parcial se convierte en la eterna especialidad de servir a una máquina parcial. Se abusa de la maquinaria para convertir al trabajador mismo, y desde niño, en una parte de una máquina parcial" (Marx). Pero no solo los trabajadores quedan sometidos por la división del trabajo al instrumento de su actividad, sino también las clases que los explotan directa o indirectamente: el burgués de espíritu yermo está sometido a su capital [290] y a su propia furia de beneficio; el jurista, a sus momificadas ideas jurídicas, que le dominan como poder sustantivo; las "clases ilustradas" en general, a las diversas limitaciones locales y unilateralidades, a su miopía física y espiritual, a su anquilosamiento por una educación orientada a la especialización y por un encadenamiento perpetuo a su especialidad, incluso cuando esta especialidad es el puro ocio.
Los utopistas estaban ya plenamente en claro acerca de los efectos de la división del trabajo, acerca del anquilosamiento del obrero, por una parte, y de la actividad misma del trabajo, por otra, limitada a la repetición perpetua, monótona y mecánica, de uno y el mismo acto. La superación de la contraposición entre la ciudad y el campo es para Fourier, igual que para Owen, la primera condición básica de la superación de la vieja división del trabajo en general. Según los dos autores, la población debe distribuirse por el país en grupos de mil seiscientos a tres mil seres humanos; cada grupo habita, en el centro de su demarcación, un gigantesco palacio, con comunidad doméstica. Fourier habla de vez en cuando de ciudades, pero éstas constan simplemente de cuatro o cinco palacios contiguos. Según los dos autores, cada miembro de la sociedad toma parte tanto en la agricultura cuanto en la industria; en el caso de Fourier, el papel industrial principal es desempeñado por la artesanía y la manufactura. Owen, en cambio piensa en la gran industria, y hasta propone la introducción del vapor y de la maquinaria en las tareas domésticas. Pero incluso dentro de la agricultura y de la industIia exigen ambos la mayor diversidad posible de ocupaciones para cada individuo, y, consiguientemente, la educación de la juventud es una actividad técnica lo más multilateral posible. Según los dos autores, tiene que desarrollarse el hombre de un modo universal mediante una ocupación práctica universal, y el trabajo tiene que recuperar el atractivo perdido por la división; a ello contribuirá por de pronto la variación y la correspondiente brevedad de la "sesión" (ésta es la expresión de Fourier) dedicada a cada trabajo particular. Los dos han llegado ya mucho más allá que la concepción tradicional del señor Dühring, la cual considera que la contraposición entre la ciudad y el campo es inevitable por la naturaleza de la cosa, como si en cualesquiera situaciones un cierto número de "existencias" tuviera que estar condenado a producir un solo artículo; esa concepción quiere eternizar los "tipos económicos" de hombres distinguidos por el modo de vida, y perpetuar la existencia de gentes que se alegran de [291] ejercitar una cosa y ninguna otra, es decir, que han caído ya tan bajo que se alegran de su propia esclavitud y unilateralidad. Comparado con las ideas básicas incluso de las más insensatas fantasías del "idiota" Fourier, o con las más pobres ideas del "rudo, pálido y débil" Owen, el señor Dühring, todavía sometido totalmente a la división del trabajo, aparece como un impertinente enano.
Al hacerse dueña de todos los medios de producción para aplicarlos social y planeadamente, la sociedad suprime el anterior sometimiento del hombre a sus propios medios de producción. Como es obvio, la sociedad no puede liberarse sin que quede liberado cada individuo. Por eso el antiguo modo de producción tiene que subvertirse radicalmente, y, en especial, tiene que desaparecer la vieja división del trabajo. En su lugar tiene que aparecer una organización de la producción en la que, por una parte, ningún individuo pueda echar sobre las espaldas de otro su participación en el trabajo productivo, esa condición natural de la existencia humana, y en la que, por otra parte, el trabajo productivo, en vez de ser un medio de servidumbre, se haga medio de la liberación de los hombres, al ofrecer a todo individuo la ocasión de formar y ocupar en todos los sentidos todas sus capacidades físicas y espirituales, y al dejar así de ser una carga para convertirse en una satisfacción.
Todo eso ha dejado ya hoy de ser mera fantasía, mero piadoso deseo. Dado el actual desarrollo de las fuerzas productivas, basta ya el aumento de la producción que viene dado por la socialización de las fuerzas productivas, por la eliminación de las inhibiciones y perturbaciones nacidas del modo de producción capitalista, del despilfarro de productos y medios de producción, para que, con una participación general en el trabajo, el tiempo de éste pueda reducirse a una duración muy pequeña desde el punto de vista de nuestros actuales conceptos.
La superación de la vieja división del trabajo no es tampoco una exigencia que tenga que pagarse con una pérdida de productividad del trabajo. Al contrario. La gran industria ha hecho ya de ella una condición de la producción misma. "La operación a máquina supera la necesidad de fijar, al modo de la manufactura, la distribución de los grupos de obreros entre las diversas máquinas, adaptando constantemente los mismos trabajadores a la misma función. Como el movimiento total de la fábrica no parte del obrero, sino de la máquina, puede organizarse un constante cambio de personal sin interrupción del proceso de trabajo... Por último, la rapidez con la cual se aprende de joven el trabajo a máquina [292] elimina igualmente la necesidad de educar a una clase especial de trabajadores de un modo exclusivo para trabajos a máquina." Pero mientras que el modo capitalista de utilizar la maquinaria tiene que continuar la vieja división del trabajo con sus momificadas particularidades, a pesar de que éstas se han hecho técnicamente superfluas, la maquinaria misma se subleva contra ese anacronismo. La base técnica de la gran industria es revolucionaria. "Mediante la maquinaria, los procesos químicos y otros métodos, revoluciona constantemente, junto con los fundamentos técnicos de la producción, las funciones de los trabajadores y las combinaciones sociales del proceso de trabajo. Así revoluciona con la misma constancia la división del trabajo en el interior de la sociedad, y lanza ininterrumpidamente masas de capital y masas de obreros de una rama de la producción a otras. La naturaleza de la gran industria condiciona por tanto la variación del trabajo, el fluido carácter de las funciones, la movilidad omnilateral del trabajador... Se ha visto cómo esta contradicción absoluta... se desencadena en la ininterrumpida liturgia del sacrificio de la clase obrera, en el más desmedido despilfarro de las fuerzas de trabajo y en las destrucciones causadas por la anarquía social. Este es su aspecto negativo. Pero aunque el cambio de trabajo se impone hoy día sólo como irresistible ley natural y con el ciego efecto destructor de la ley natural que tropieza en todas partes con obstáculos, la gran industria está convirtiendo, por sus mismas catástrofcs, en una cuestión de vida o muerte el cambio de trabajo y, con él, la mayor multilateralidad posible del trabajador, como ley social general de la producción, a cuya normal realización hay que adaptar las condiciones. La gran industria pone como cuestión de vida o muerte la necesidad de sustituir esa monstruosidad que es la existencia de una población obrera de reserva, mantenida en la miseria a disposición de las cambiantes necesidades de la explotación, por la absoluta disponibilidad de los seres humanos para cambiantes exigencias de trabajo; la sustitución del individuo parcial, mero portador de una función social de detalle, por el individuo totalmente desarrollado, para el cual diversas funciones sociales son simplemente modos de actividad que se alternan" (Marx, El Capital).
Al enseñarnos a transformar los movimientos moleculares que pueden conseguirse más o menos en todas partes en movimientos masivos útiles para fines técnicos, la gran industria ha liberado en gran medida a la producción industrial de sus limitaciones locales. La fuerza hidráulica era local, pero la del vapor es libre. [293] Mientras que la fuerza hidráulica es necesariamente rural, la del vapor no es necesariamente urbana. Su aplicación capitalista es la que la ha concentrado primordialmente en las ciudades, transformando aldeas fabriles en ciudades industriales. Pero con eso mina al mismo tiempo las condiciones de su propia explotación. La primera exigencia de la máquina de vapor y la necesidad principal de casi todas las ramas de la gran industria es contar con un agua relativamente limpia. Pero la ciudad industrial convierte todas las aguas en un hediondo líquido. Por eso, en la misma medida en que la concentración urbana es una condición básica de la producción capitalista, en ella misma tiende siempre cada capitalista industrial a alejarse de las grandes ciudades que aquella producción ha creado, y a acercarse a la explotación en el campo. Este proceso puede estudiarse en concreto en los distritos textiles del Lancashire y el Yorkshire; la gran industria capitalista engendra allí constantemente nuevas grandes ciudades en su huida de la ciudad al campo. Análogamente ocurre en los distritos metalúrgicos, en los que causas en parte diversas producen los mismos efectos.
Este nuevo círculo vicioso, esta contradicción constantemente reproducida por la moderna industria, no puede tampoco superarse sin superar su carácter capitalista. Sólo una sociedad que haga interpenetrarse armónicamente sus fuerzas productivas según un único y amplio plan puede permitir a la industria que se establezca por toda la tierra con la dispersión que sea más adecuada a su propio desarrollo y al mantenimiento o a la evolución de los demás elementos de la producción.
La superación de la contraposición entre la ciudad y el campo no es pues, según esto, sólo posible. Es ya una inmediata necesidad de la producción industrial misma, como lo es también de la producción agrícola y, además, de la higiene pública. Sólo mediante la fusión de la ciudad y el campo puede eliminarse el actual envenenamiento del aire, el agua y la tierra; sólo con ella puede conseguirse que las masas que hoy se pudren en las ciudades pongan su abono natural al servicio del cultivo de las plantas, en vez de al de la producción de enfermedades.
La industria capitalista se ha hecho ya relativamente independiente de las limitaciones locales dimanantes de la localización de la producción de sus materias primas. La industria textil trabaja, si atendemos a las grandes cifras, materias primas importadas. Minerales de hierro españoles se trabajan en Inglaterra y Alemania; menas españolas y sudamericanas de cobre se trabajan en Inglaterra. [294] Cada distrito carbonífero proporciona combustible a una zona industrial situada más allá de sus límites y que aumenta de año en año. Por toda la costa europea se utilizan máquinas de vapor alimentadas por carbón inglés, y a veces alemán y belga. Pero la sociedad liberada de la producción capitalista puede ir aún mucho más allá. Al engendrar un linaje de productores formados omnilateralmente, que entienden los fundamentos científicos de toda la producción industrial y cada uno de los cuales ha seguido de hecho desde el principio hasta el final toda una serie de ramas de la producción, aquella sociedad crea una nueva fuerza productiva que supera con mucho el trabajo de transporte de las materias primas o los combustibles importados desde grandes distancias.
La superación de la separación de la ciudad y el campo no es, pues, una utopía, ni siquiera en atención al hecho de que presupone una dispersión lo más uniforme posible de la gran industria por todo el territorio. Cierto que la civilización nos ha dejado en las grandes ciudades una herencia que costará mucho tiempo y esfuerzo eliminar. Pero las grandes ciudades tienen que ser suprimidas, y lo serán, aunque sea a costa de un proceso largo y difícil. Cualesquiera que sean los destinos del Imperio Alemán de la Nación Prusiana,*76 Bismarck podrá irse a la tumba con la orgullosa conciencia de que su más intenso deseo será satisfecho: las grandes ciudades desaparecerán. *77
Y ahora consideremos la infantil idea del señor Dühring de que la sociedad puede tomar posesión de la totalidad de los medios de producción sin cambiar radicalmente el viejo modo de producir y, ante todo, sin suprimir la vieja división del trabajo; según él, todo está listo en cuanto "se toman en cuenta las disposiciones naturales y las capacidades personales", pero dejando como antes a enteras masas de existencias esclavizadas por la producción de un solo artículo, "poblaciones" enteras absorbidas por una sola rama de la producción, y a la humanidad dividida, como antes, en cierto número de diversos "tipos económicos" anquilosados, como son los de "peón" y "arquitecto". La sociedad tiene que ser entonces dueña de los medios de producción en su totalidad para que cada cual siga siendo esclavo de su medio de producción y pueda sólo elegir el medio de producción del que quiere ser esclavo. Considérese también el modo como el señor Dühring considera "inevitable por la naturaleza de la cosa" la separación entre la ciudad y el campo, sin poder descubrir más que un pequeño paliativo en las ramas industriales, específicamente prusianas en su situación, [295] de la destilería de aguardiente y la obtención de azúcar de remo]acha; ese paliativo hace que la dispersión de la industria por el país dependa de algunos futuros descubrimientos y de la obligación impuesta a las industrias de apoyarse en la obtención de sus materias primas —cuando las materias primas se están utilizando a distancias cada vez mayores de sus lugares de origen—, e intenta al final cubrirse la espalda con la aseveración de que las necesidades sociales acabarán por imponer la unión de la agricultura y la industria seguramente contra toda consideración económica, como si aquella unión fuera un sacrificio económico.
Cierto que para darse cuenta de que los elementos revolucionarios que eliminarán la vieja división del trabajo, con la separación de la ciudad y el campo, y subvertirán toda la producción, se encuentran ya contenidos en germen en las condiciones de producción, de la gran industria moderna, y para entender que el actual modo de producción capitalista está obstaculizando el despliegue de dichos elementos, hay que tener un horizonte algo más amplio que el ámbito de vigencia del derecho territorial prusiano, la tierra en la cual el aguardiente y el azúcar de remolacha son los dos productos industriales decisivos, y en la cual las crisis comerciales pueden estudiarse en la feria del libro. Pero para tener ese horizonte más amplio hay que conocer la verdadera gran industria en su historia y en su realidad actual, es decir, en el país en el que tiene su patria y es el único en que hasta ahora ha conseguido su desarrollo clásico; entonces no se pensará siquiera en corromper el moderno socialismo científico ni en rebajarlo al socialismo específicamente prusiano del señor Dühring.
1. La explicación de las crisis por el subconsumo procede de Sismondi, y aún tiene en su obra cierto sentido. De Sismondi la ha tomado Rodbertus, y de Rodbertus la ha copiado el señor Dühring con su habitual manera trivializadora.
*75. OME 40, pág 388.
*76. Sacro Romano Imperio de la Nació Germánica es como los alemanes llaman lo que en castellano se suele llamar Sacro Imperio Romanogermánico. El imperio medieval fue uno de los mitos del romanticismo alemán de principios del siglo XIX. Con la parodia "Imperio aléman de la nación prusiana" Engels tocaba una cuerda todavía sensible en la Alemania de la época: el desasosiego que produjo el que la unidad nacional alemana fuera obra del poder más atrasado de Alemania.
*77. El canciller Bismarck había invocado retóricamente terremotos que rayeran a las grandes ciudades del suelo.