Friedrich Engels: ANTI-DÜHRING

Páginas 296, 297, 298, 299, 300, 301, 302, 303, 304, 305, 306, 307, 308, 309 y 310.

Al capítulo 3 III. Índice. Al capítulo 3 V.


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IV. LA DISTRIBUCIÓN

Hemos visto ya que la economía dühringiana se resume en la proposición siguiente: el modo de producción capitalista es muy bueno y puede seguir en pie, pero el modo de distribución capitalista es malo y tiene que desaparecer. Ahora sabemos que esta "socialidad" del señor Dühring es exclusivamente la realización de esa proposición en la fantasía. Resultó, efectivamente, que el señor Dühring no tiene casi nada que objetar al modo de producción de la sociedad capitalista, como tal modo de producción; que quiere mantener en todos sus rasgos esenciales la vieja división del trabajo, razón por la cual apenas sabe decir una palabra sobre la producción en el interior de su comuna económica. La producción es, ciertamente, un campo en el cual se trata de cosas muy reales y sólidas, en el cual, por tanto, la "fantasía racional" puede dar poco espacio al golpe de ala de su alma libre, porque el peligro de hacer el ridículo es demasiado inminente. Por lo que hace a la distribución, en cambio, que en opinión del señor Dühring no tiene relación alguna con la producción, sino que se determina por un puro acto de voluntad, ella ofrece el campo predestinado para su "alquimia social".

Lo que quiere decir que se ha realizado finalmente el célebre "valor absoluto".

Sobre la determinación del montante de ese salario del futuro, el señor Dühring nos dice sólo

Pero el "principio universal de la justicia" no debe en modo alguno confundirse con aquel grosero igualitarismo que tanto irrita al burgués contra todo comunismo, especialmente contra el espontáneo [298] de los obreros. No es, ni mucho menos, tan radical como tiende a parecerlo.

Y el señor Dühring se honra a sí mismo al preocuparse tan conmovedoramente, con una mezcla de inocencia de paloma y astucia de serpiente, por el moderado plusconsumo de los Dührings del futuro.

Con esto se ha suprimido definitivamente el modo de distribución capitalista. Pues

Y con esto está felizmente terminada la comuna económica. Examinemos ahora cómo administra.

Vamos a suponer que todos los supuestos del señor Dühring estén plenamente realizados; suponemos, pues, que la comuna económica paga a cada uno de sus miembros, por un trabajo diario de seis horas, una suma de dinero en la que están incorporadas precisamente seis horas de trabajo; pongamos que esa suma es doce marcos. También suponemos que los precios corresponden exactamente a los valores, o sea, según dichos supuestos, que sólo incluyen los costes de las materias primas, el desgaste de la maquinaria, el uso de los medios de trabajo y el salario pagado. Una comuna económica de cien miembros que trabajan produce así diariamente mercancías por un valor de 1.200 marcos, y al año, contándolo de trescientos días laborales, 360.000 marcos; esa misma suma paga a sus miembros, cada uno de los cuales hace lo que quiere con su parte de 12 marcos diarios, o 3.600 marcos anuales.[299] Al final del año, y lo mismo al final de cien años, la comuna no se ha enriquecido absolutamente nada. Durante todo ese tiempo no será siquiera capaz de asegurar el moderado plus de consumo del señor Dühring, a menos de ponerse a destruir su tronco de medios de producción. La acumulación ha sido completamente olvidada. Aún peor: como la acumulación es una necesidad social, y el quedarse con el dinero en vez de gastarlo es una cómoda forma de acumulación, la organización de la comuna económica llega propiamente a empujar a sus miembros a que acumulen privadamente, es decir, les lleva a que la destruyan.

¿Cómo puede evitarse esa doble y escindida faz de la comuna económica? Podría servirse para ello la comuna del celébre "gravamen", o imposición sobre el precio, vendiendo, por ejemplo, su producción anual por 480.000 marcos, en vez de por 360.000. Pero como todas las demás comunas económicas se encuentran en la misma situación y tienen que hacer lo mismo, cada una de ellas tendrá que pagar en el intercambio con las demás tanto "gravamen" cuanto ella misma percibe, con lo que el "tributo" recaerá exclusivamente sobre sus propios miembros.

O bien la comuna económica puede zanjar el problema cortando por lo sano: pagar a cada miembro, por seis horas de trabajo, el producto de menos de seis horas de trabajo, el de cuatro, por ejemplo, lo que quiere decir ocho marcos en vez de doce al día, pero manteniendo los precios de las mercancías al nivel anterior. En este caso hace abierta y directamente lo que en el caso anterior buscaba por un rodeo: constituye lo que Marx ha caracterizado como plusvalía, en una cuantía anual de 120.000 marcos, pagando a sus miembros, de modo exquisitamente capitalista, por debajo del valor de su prestación, y cargándoles además las mercancías, que sólo a ella pueden comprar, a su valor pleno. La comuna económica no puede, pues, conseguir un fondo de reserva sino revelándose como versión "ennoblecida" del sistema Truck,1 sobre una amplísima base comunista.

Una de dos, pues: o bien la comuna económica cambia "trabajo igual por trabajo igual", y entonces no puede, sino que sólo los particulares lo pueden, acumular un fondo para el sostenimiento y la ampliación de la producción, o bien constituye un tal fondo, y entonces no puede cambiar "trabajo igual por trabajo igual".

[300] Eso por lo que hace al contenido del intercambio en la comuna económica.

¿Y la forma? El intercambio es mediado por el dinero metálico, y el señor Dühring está muy orgulloso del "alcance histórico-humano" de esa mejora. Pero en el tráfico entre las comunas y sus miembros, el dinero no es dinero, no funciona como dinero. Sirve como puro certificado de trabajo, no documenta, por decirlo con Marx, "sino la participación individual del productor en el trabajo común y su derecho individual a la parte del producto total destinada al consumo"*78; en esta función, el dinero "es tan poco dinero como pueda serlo un billete de teatro". Cualquier signo puede sustituirle en esta función, como el "libro de comercio" de Weitling, en una de cuyas páginas se sellan las horas de trabajo, mientras en la otra se registran los disfrutes y usos obtenidos a cambio de ellas. En resolución: en el tráfico de la comuna económica con sus miembros, el dinero funciona como el "dinero-hora de trabajo" de Owen, esa "loca fantasía" que tan distinguidamente desprecia el señor Dühring, a pesar de lo cual tiene que introducirla en su propia economía del futuro. Para esta función que aquí cumple es del todo indiferente que el símbolo que identifica la cantidad de "deber de producción" cumplido, y, consiguientemente, del "derecho de consumo" así adquirido, sea un trozo de papel, una ficha o una pieza de oro. Para otros fines no hay tal indiferencia, como se verá.

Si ya en el tráfico de la comuna económica con sus miembros el dinero metálico no tiene una función de dinero, sino de sello o señal disfrazada del trabajo, en el intercambio entre las diversas comunas económicas está aún más alejado de aquella función. Basándose en los presupuestos del señor Dühring, el dinero metálico es completamente superfluo en este caso. Bastaría de hecho una mera contabilidad, la cual computará el intercambio de productos de trabajo igual por productos de trabajo igual mucho más fácilmente si calcula con el natural criterio del trabajo —el tiempo, la hora de trabajo como unidad— que si empieza por traducir las horas de trabajo a dinero. Este intercambio es en realidad puramente natural; todos los saldos favorables pueden compensarse fácil y simplemente mediante transferencias a otras comunas. Pero si una comuna llegara a encontrarse realmente en déficit respecto de otras, entonces no bastaría todo "el oro existente en el universo", a pesar de ser "dinero por naturaleza", para ahorrar a esa comuna el tener que cubrir el déficit con un aumento del propio trabajo, [301] si no quiere caer en la dependencia de la deuda respecto de aquellas otras comunas. El lector, por cierto, cuidará de recordar en todo punto que no estamos haciendo construcciones sobre el futuro, sino admitiendo, simplemente, los presupuestos del señor Dühring, para ver qué consecuencias inevitables dimanan de ellos.

Así, pues, ni en el intercambio entre las comunas económicas y sus miembros, ni en el intercambio entre las diversas comunas, el oro, el "dinero por naturaleza", puede llegar a realizar esa naturaleza suya. A pesar de lo cual el señor Dühring le prescribe funciones de dinero también en la socialidad. Tenemos, pues, que buscar otro ámbito en el cual pueda efectivamente realizar esa función de dinero. Ese ámbito existe. El señor Dühring, efectivamente, permite y posibilita a todos un "consumo cuantitativamente igual". Pero es claro que no puede obligar a nadie a ese consumo. Antes al contrario, está muy orgulloso de que en su mundo cada cual puede hacer con su dinero lo que quiera. Por tanto, no puede impedir que los unos ahorren un tesorillo, en dinero, mientras los otros acaso no llegan a fin de mes con el salario recibido. El señor Dühring llega a hacer esto incluso inevitable, al reconocer con el derecho de herencia la propiedad común de la familia, de lo que resulta la obligación de los padres de mantener a sus hijos. Pero con esto el consumo cuantitativamente igual sale descalabrado. El soltero vive estupendamente y de fiesta con sus ocho o doce marcos al día, mientras que el viudo con ocho niños vegeta miserablemente. Por otra parte, al admitir como pago dinero sin más, la comuna deja abierta la posibilidad de que ese dinero se haya conseguido de un modo que no sea el del propio trabajo. Non olet.*79 La comuna no sabe de dónde viene ese dinero. Y con esto están dadas todas las condiciones para que el dinero metálico, que hasta entonces no había desempeñado más que el papel de un símbolo del trabajo, entre en verdaderas funciones de dinero. Tenemos la ocasión y el motivo para el atesoramiento, por una parte, y el endeudamiento por otra. El que anda mal de dinero lo pide prestado al atesorador. Ese dinero prestado, y que la comuna acepta como pago de productos alimenticios, vuelve a ser lo que es en la sociedad actual, encarnación social del trabajo humano, medida real del trabajo, medio general de circulación. Todas las "leyes y normas administrativas" del mundo son tan incapaces de alterar esto como de anular la tabla de multiplicar o la composición química del agua. Y como el atesorador puede exigir del necesitado el [302] pago de intereses, se restablece la usura con la función de dinero del dinero metálico.

Hasta ahora no hemos considerado los efectos de esa conservación del dinero metálico más que dentro del ámbito de validez de la comuna económica dühringiana. Pero, más allá de esos confines, el resto del perverso mundo sigue por de pronto caminando a su sólito paso. En el mercado mundial, la plata y el oro siguen siendo dinero mundial, medios universales de compra y pago, encarnación absolutamente social de la riqueza. Y con esta propiedad de los metales nobles aparece ante cada individuo de la comuna económica otro motivo de atesorar, enriquecerse y practicar la usura, a saber, el de moverse libre e independientemente frente a la comuna y más allá de sus límites, valorizando su acumulada riqueza individual en el mercado mundial. Los usureros se convierten en gentes que negocian con el medio de circulación, o sea en banqueros, dominantes del medio de circulación y del dinero mundial, lo que conlleva el dominar también la producción, y el dominar los medios de producción, aunque éstos figuren aún durante varios años y nominalmente como propiedad de la comuna económica y comercial. Pero los atesoradores y usureros transformados en banqueros son, con eso mismo, los dueños de la comuna económica y comercial misma. La "socialidad" del señor Dühring se diferencia, en efecto, muy esencialmente de las "nebulosidades" de los demás socialistas. La socialidad no tiene más finalidad que el restablecimiento de la alta finanza, bajo cuyo control y en cuya bolsa va a acabar metiéndose trabajosamente... si es que llega a formarse y a mantenerse. Su única salvación consistiría en que los atesoradores prefieran aprovechar su dinero mundial para escaparse lo más de prisa posible de la comuna.

Dada la ignorancia del socialismo antiguo que reina en Alemania, algún inocente discípulo podría aquí preguntar si, por ejemplo, los bonos de trabajo de Owen no darían lugar a un abuso parecido. Y aunque aquí no tenemos por qué exponer la significación de dichos signos del trabajo, la aclaración siguiente puede ser oportuna para comparar el "amplio esquematismo" dühringiano con las "groseras, pálidas y débiles ideas" de Owen: en primer lugar, para que se produjera un tal abuso con los bonos de Owen, sería necesario convertirlos antes en dinero real, mientras que el señor Dühring presupone por una parte dinero real, y, por otra, quiere prohibirle el funcionar como tal dinero, permitiéndole sólo hacerlo como signo del trabajo. Mientras que en el primer caso [303] se trataría realmente de un abuso de aquellos signos o bonos, en el de Dühring la naturaleza inmanente del dinero, independiente de la voluntad humana, se impone normalmente, sin abuso, frente al real abuso, que es el que comete el señor Dühring al obligar al dinero a no serlo, gracias a su propia ignorancia. En segundo lugar, en el caso de Owen los bonos de trabajo no son más que una forma de transición hacia la comunidad plena y la libre utilización de los recursos sociales y, aparte de eso, también acaso un medio para hacer plausible el comunismo al público inglés. Si, pues, la aparición de algún abuso del tipo descrito obligara a la sociedad oweniana a suprimir los bonos de trabajo, esa sociedad no haría con ello sino avanzar un paso más y penetrar en un estadio de desarrollo superior. En cambio, si la comuna económica dühringiana suprime el dinero, aniquila de un golpe su "alcance histórico-humano", elimina su característica belleza, deja de ser la comuna económica dühringiana y se sume en las nebulosidades para levantarla de las cuales quemó el señor Dühring tanto duro trabajo de la fantasía racional. 2

¿Cuál es el origen de todos esos callejones sin salida y todas esas confusiones en que desemboca la comuna económica dühringiana? Es, simplemente, la nebulosidad que en la cabeza del señor Dühring recubre a los conceptos de valor y de dinero, nebulosidad que le lleva al final a pretender descubrir el valor del trabajo. Pero como el señor Dühring no tiene desde luego en Alemania el monopolio de esa nebulosidad, sino que, al contrario, encuentra en ella numerosos competidores, vamos a "imponernos por un momento el desenredar la madeja" que él ha revuelto aquí.

El único valor que conoce la economía es el valor de mercancías. ¿Qué son mercancías? Mercancías son productos obtenidos en una sociedad de productores privados y más o menos aislados, es decir, y por de pronto, productos privados. Pero esos productos privados no son de verdad mercancías más que a partir del momento en que no se producen para el propio uso, sino para el uso de otros, es decir, para el uso social, y entran en el uso social por el intercambio. Los productores privados se encuentran, pues, en una conexión social, constituyen una sociedad. Sus productos, aunque privados de cada cual, son, por tanto, al mismo tiempo, pero sin [304] intención y, por así decirlo, mal de su grado, productos sociales. ¿En qué consiste el carácter social de esos productos privados? Evidentemente, en dos propiedades: primera, que todos ellos satisfacen alguna necesidad humana, tienen un valor de uso no sólo para su productor, sino también para otros, y segunda, que aunque son productos de los más diversos trabajos privados, son al mismo tiempo productos del trabajo humano en general, del general trabajo humano. En la medida en que tienen valor de uso también para otros, pueden entrar en el intercambio; en la medida en que en todos ellos hay explicado trabajo humano general, simple utilización de fuerza de trabajo humana, pueden compararse en el cambio según la cantidad de dicho trabajo que llevan incorporada, y pueden ponerse como iguales o como desiguales. En dos productos privados de igual valor, y bajo las mismas condicioncs sociales, pueden estar incorporadas cantidades de trabajo privado diversas, pero siempre lo está la misma cantidad de trabajo general humano. Un herrero inhábil puede hacer cinco herraduras en el mismo tiempo en que otro más hábil hace diez. Pero la sociedad no valora la casual torpeza del uno, sino que reconoce como trabajo general humano sólo el trabajo que responde a la habilidad media de cada momento. Por eso una de las cinco herraduras de nuestro primer herrero no tiene en el intercambio más valor que una de las diez forjadas en el mismo tiempo por el otro. El trabajo privado, contiene trabajo general humano en la cantidad en que es socialmente necesario.

Al decir, pues, que una mercancía tiene tal o cual valor determinado, estoy diciendo: 1.º, que es un producto socialmente útil; 2.º, que ha sido producido por una persona privada a cuenta privada; 3.º, que, aunque producto del trabajo privado, es al mismo tiempo, sin saberlo o quererlo, producto de trabajo social, y precisamente de una determinada cantidad de trabajo social, fijada por vía social mediante el intercambio; 4.º, que no expreso esa cantidad en trabajo mismo, en tales o cuales horas de trabajo, sino en otra mercancía. Cuando digo, pues, que este reloj vale tanto como aquella pieza de paño y que cada uno de esos objetos vale cincuenta marcos, estoy significando: en el reloj, en la pieza de paño y en ese dinero están incorporadas cantidades iguales de trabajo representado. Estoy afirmando que el tiempo de trabajo social representado en ellas ha sido socialmente medido, y que la medición ha arrojado en los tres casos el mismo resultado. Pero esa medición no ha sido directa, absoluta, como la corriente [305] de medir el tiempo de trabajo por horas o días, etc., sino que se ha llevado a cabo con un rodeo, relativamente, por medio del intercambio. Por eso no puedo expresar ese quántum de tiempo de trabajo en horas trabajadas, sino sólo, también mediante un rodeo, de un modo relativo, en términos de otra mercancía que represente el mismo quántum de tiempo de trabajo social. El reloj vale tanto como la pieza de paño.

Pero la producción y el intercambio de mercancías, que obligan a toda sociedad basada en ellos a dar ese rodeo, le imponen también la mayor abreviación posible del mismo. Lo hacen separando de la común caterva de mercancías una mercancía principesca en la cual puede expresarse de una vez para siempre el valor de todas las demás; se trata de una mercancía que obra como encarnación inmediata del trabajo social y que, por eso mismo, es inmediatamente cambiable, sin ninguna limitación, por todas las demás mercancías: se trata del dinero. El dinero está ya incluido en germen en el concepto de valor, y no es más que el valor desplegado. Pero al independizarse el valor como dinero, frente a las mercancías mismas, penetra un nuevo factor en la sociedad que produce e intercambia mercancías: un factor con nuevas funciones y nuevos efectos sociales. Nos bastará con comprobar esto, sin profundizar más en ello.

La economía de la producción mercantil no es, en modo alguno, la única ciencia que tiene que contar con factores conocidos sólo relativamente. Tampoco en física sabemos cuántas moléculas de gas hay en un determinado volumen, a una presión y una temperatura dadas. Pero sabemos que, dentro del margen de vigencia de la ley de Boyle, un tal volumen dado de cualquier gas contiene, a iguales presión y temperatura, tantas moléculas cuantas contiene un volumen igual de cualquier otro gas. Por eso podemos comparar en cuanto a su contenido en moléculas los más diversos volúmenes de los más diversos gases, bajo las más diversas condiciones de presión y de temperatura; y si tomamos como unidad un litro de gas a 0º C y 760 mm. de presión, podemos medir con esa unidad aquel contenido en moléculas. También desconocemos en química los pesos atómicos absolutos de los diversos elementos. Pero los conocemos relativamente, porque sabemos cuáles son sus proporciones recíprocas. Del mismo modo, pues, que la producción mercantil y su economía tienen una expresión relativa de los quanta de trabajo, para ellas desconocidos, que se encuentran en las diversas mercancías, al comparar esas mercancías según sus relativos [306] contenidos en trabajo, así también la química se procura una expresión relativa de la magnitud de los pesos atómicos, por ella desconocidos, comparando los diversos elementos según sus pesos atómicos, es decir, expresando el peso atómico de uno por un múltiplo o una fracción de otro (azufre, oxígeno, hidrógeno). Y del mismo modo que la producción mercantil ha hecho del oro la mercancía absoluta, el equivalente general de las demás mercancías, la medida de todos los valores, así también la química hace del hidrógeno la mercancía dineraria química, al poner su peso atómico = 1, reducir los pesos atómicos de todos los demás elementos al del hidrógeno y expresarlos en múltiplos del peso atómico de éste.

Pero la producción mercantil no es en modo alguno la única forma de producción social. En las antiguas comunidades indias, o en la comunidad familiar de los eslavos meridionales, los productos no se transforman en mercancías. Los miembros de la comunidad están directamente asociados para la producción, el trabajo se distribuye según la tradición y las necesidades, y lo mismo ocurre con los productos en la medida en que llegan al consumo. La producción directamente social, igual que la distribución inmediatamente social, excluyen todo intercambio de mercancías, también, por tanto, la transformación, de los productos en mercancías (al menos, en el interior de la comunidad), y con ello, también, su transformación en valores.

En cuanto la sociedad entra en posesión de los medios de producción y los utiliza en socialización inmediata para la producción, el trabajo de cada cual, por distinto que sea su específico carácter útil, se hace desde el primer momento y directamente trabajo social. Entonces no es necesario determinar mediante un rodeo la cantidad de trabajo social incorporada a un producto: la experiencia cotidiana muestra directamente cuánto trabajo social es necesario por término medio. La sociedad puede calcular sencillamente cuántas horas de trabajo están incorporadas a una máquina de vapor, a un hectólitro de trigo de la última cosecha, a cien metros cuadrados de paño de determinada calidad. Por eso no se le puede ocurrir expresar en una medida sólo relativa, vacilante e insuficientc antes inevitable como mal menor —en un tercer producto, en definitiva— los quanta de trabajo incorporados a los productos, quanta que ahora conoce de modo directo y absoluto, y puede expresar en su medida natural, adecuada y directa, que es el tiempo. Tampoco se le ocurriría a la química expresar relativamente [307] los pesos atómicos por el rodeo del peso atómico del hidrógeno si pudiera expresarlos de un modo absoluto con su medida adecuada, esto es, en peso real, en billonésimas o cuadrillonésimas de gramo. En el supuesto dicho, la sociedad no atribuye valor alguno a los productos. Por eso el hecho de que los cien metros cuadrados de paño han exigido para su producción, pongamos, mil horas de trabajo, no se expresará con la frase, oblicua y sin sentido entonces, de que valen mil horas de trabajo. Cierto que la sociedad tendrá también entonces que saber cuánto trabajo requiere la producción de cada objeto de uso. Pues tendrá que establecer el plan de producción atendiendo a los medios de producción, entre los cuales se encuentran señaladamente las fuerzas de trabajo. El plan quedará finalmente determinado por la comparación de los efectos útiles de los diversos objetos de uso entre ellos y con las cantidades de trabajo necesarias para su producción. La gente hace todo esto muy sencillamente en su casa, sin necesidad de meter de por medio el célebre "valor". 3

El concepto de valor es la expresión más general y, por tanto, más abarcante, de las condiciones económicas de la producción mercantil. En el concepto de valor está, por tanto, contenido el germen no sólo del dinero, sino también de todas las otras formas desarrolladas de la producción y el intercambio mercantiles. En el hecho de que el valor es la expresión del trabajo social contenido en los productos privados, se encuentra ya la posibilidad de la diferencia entre éste y el trabajo privado contenido en un mismo producto. Si, pues, un productor privado sigue produciendo según un modo anticuado, mientras que el modo social de producción progresa, la diferencia en cuestión se sentiría sensiblemente. Lo mismo ocurre cuando la totalidad de los productores privados de un determinado género de mercancías producen un determinado quántum de las mismas que rebasa la necesidad social de aquel género. En el hecho de que el valor de una mercancía no se expresa más que por otra mercancía, y sólo puede realizarse en el intercambio con ella, se encuentra la posibilidad de que no se realice siquiera el intercambio, o la de que el intercambio no realice el valor exacto. Por último, si en el mercado aparece la mercancía específica que es la fuerza de trabajo, su valor se determina como [308] el de cualquier otra mercancía, por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción. Por eso en la forma valor de los productos se encuentra ya en germen toda la forma de producción capitalista, la contraposición entre capitalistas y trabajadores asalariados, el ejército industrial de reserva, las crisis. Querer suprimir la forma de producción capitalista por el procedimiento de restablecer el "verdadero valor" es, por tanto, lo mismo que querer suprimir el catolicismo por el procedimiento de restablecer al "verdadero" Papa; es querer fundar una sociedad en la que los productores dominen por fin a sus productos, mediante la realización consecuente de una categoría económica que es la más acabada expresión del sometimiento de los productores al producto.

Cuando la sociedad productora de mcrcancías ha desarrollado hasta la forma de dinero la forma de valor inherente como tal a las mercancías, entonces aparecen ya a la luz diversos gérmenes aún ocultos en el mero valor. La consecuencia más inmediata y esencial de ese paso al dinero es la generalización de la forma mercantil. El dinero impone la forma de mercancía y arrastra al intercambio incluso a los objetos hasta entonces producidos para un consumo propio directo. Con ello la forma mercancía y el dinero irumpen en el doméstico interior de las comunidades directamente asociadas para la producción, rompen uno tras otro los lazos de comunidad y descomponen a ésta en un montón de productores privados. Como puede verse en la India, el dinero empieza por sustituir el cultivo colectivo del suelo por el individual; más tarde termina también con la propiedad colectiva sobre el suelo, aún manifiesta en la repetida redistribución a plazo fijo, y la sustituve por una división definitiva (como ocurre, por ejemplo, con las comunidades del Mosela, o está empezando a ocurrir en la aldea rusa) y por último, el dinero impone también la división del último resto colectivo, la posesión de bosques y pastos. Cualesquiera que sean las demás causas, basadas en el desarrollo de la producción, que cooperen también a esos resultados, el dinero es en todo caso el más poderoso medio de intervención de aquellas causas en la comunidad. Y con esa necesidad natural el dinero, pese a todas las "leyes y normas administrativas", disolvería la comuna económica dühringiana, caso de que ésta llegara a existir.

Hemos visto antes (Economía, IV) que es una contradicción interna hablar de valor del trabajo. Como en ciertas condiciones sociales el trabajo no crea sólo productos, sino también valor, y ese valor se mide por el trabajo, éste no puede tener valor, del mismo [309] modo que el peso no puede pesar ni el calor puede tener una determinada temperatura. Pero lo característico de toda la confusión social que se pone a especular sobre el "verdadero valor" consiste en imaginarse que el trabajador no recibe hoy el pleno "valor" de su trabajo, y que el socialismo está llamado a terminar con eso. Para realizar ese programa hay que empezar por averiguar el valor del trabajo; y lo encuentran intentando medir el trabajo no por su medida adecuada, el tiempo, sino por su producto. El trabajador, se dice, tiene que recibir el "producto pleno de su trabajo". Habrá que intercambiar no ya productos del trabajo, sino el trabajo mismo de un modo directo, una hora de trabajo por el producto de otra hora de trabajo. Pero esto presenta inmediatamente una "discutible" cojera. Pues así se distribuye el producto total. Se sustrae a la sociedad la función progresiva más importante que tiene, la acumulación, que va a parar a las manos y al arbitrio de los individuos. Estos pueden hacer con sus "frutos" lo que quieran, y la sociedad se queda, en el mejor de los casos, tan pobre o tan rica como fuera antes. Así, pues, no se han centralizado en manos de la sociedad los medios de producción acumulados en el pasado sino para que todos los medios de producción que se acumulen en el futuro se dispersen de nuevo en manos de los individuos. Esto es negar los propios presupuestos y acabar en el puro absurdo.

Se pretende cambiar el trabajo en curso y vivo, la activa fuerza de trabajo, por productos del trabajo. Pero con eso se la hace mercancía, igual que el producto con el que se la quiere intercambiar. El valor de esa fuerza de trabajo no se determinará entonces en absoluto por su producto, sino por el trabajo social incorporado en ella, es decir, según la actual ley del salario.

Pero, al mismo tiempo, estas consecuencias son precisamente lo que se pretende negar. El trabajo vivo, la fuerza de trabajo, tiene que recibir su producto pleno. Es decir: tiene que ser cambiable no por su valor, sino por su valor de uso; la ley del valor tiene que seguir en vigor para todas las demás mercancías, pero debe superarse para la fuerza de trabajo. Y esta confusión que se contradice y suprime a sí misma es todo lo que se esconde detrás de la frase "valor del trabajo".

El "intercambio de trabajo por trabajo según el principio de la estimación igual", en la medida en que tiene algún sentido, y este sentido estriba en la intercambiabilidad de productos del mismo trabajo social, o sea en la ley del valor, es la ley fundamental precisamente de la producción mercantil, y, naturalmente, también [310] de la forma suprema de la misma, que es la producción capitalista. Esa ley se impone hoy día en la actual sociedad del mismo y único modo en que pueden imponerse leyes económicas en una sociedad de productores privados: como ley natural de acción ciega, contenida en las cosas y en las relaciones, independiente del querer y el hacer de los productores mismos. Al proclamar a esta ley fundamental de su comuna económica y pretender al mismo tiempo que esa comuna realice dicha ley con plena consciencia, el señor Dühring convierte la ley fundamental de la sociedad hoy existente en ley fundamental de su sociedad fantástica. El señor Dühring quiere la sociedad actual. Pero sin sus abusos. Y así se mueve exactamente en el mismo terreno que Proudhon. Al igual que éste, pretende eliminar los abusos nacidos del desarrollo de la producción mercantil en producción capitalista, y para ello opone a aquellos abusos la ley fundamental de la produccion mercantil, cuya acción es precisamente la que ha engendrado dichos males. También como Proudhon, el señor Dühring quiere superar las consecuencias reales de la ley del valor mediante consecuencias fantásticas de la misma.

Pero ¡qué orgullosamente cabalga nuestro moderno Don Quijote montado en su noble Rocinante, el "principio universal de la justicia", seguido por su agudo Sancho Panza, Abraham Enss, por la intrincada y caballeresca senda, a la conquista del yelmo de Mambrino, del "valor del trabajo"! Tememos, mucho tememos que no se traiga a casa más que la vieja y conocida bacía de barbero.


NOTAS DEL AUTOR

1. Los ingleses llaman así al sistema, también conocido en Alemania, por el cual los mismos fabricantes abren tiendas y obligan a sus obreros a comprar en ellas.

2. Dicho sea de paso, el papel que desempeñan en la sociedad comunista de Owen los bonos de trabajo es totalmente desconocido para el seños Dühring. Éste conoce esos bonos —gracias a Sargant— sólo en cuanto aparecen en los Labour Exchange Bazaars, intentos, naturalmente fracasados, de llevar de la sociedad actual a la comunista por medio del directo intercambio de trabajo.

3. Ya en 1844 indiqué que la citada comparación o estimación del efecto útil y el gasto de trabajo en la decisión sobre la producción es todo lo que queda del concepto de valor de la economía política en una sociedad comunista ( en los Deustch-Französische Jahrbücher <Anales franco-alemanes>, pág. 95). Pero la fundamentación científica de esa afirmación no ha sido posible, como estará viendo el lector, hasta la aparición de El Capital de Marx.


NOTAS DEL TRADUCTOR

*78. OME 40, pág. 105.

*79. [El dinero] no hiede [denunciando su origen].


Al capítulo 3 III. Índice. Al capítulo 3 V.