"Lo fundamental era estar al lado del pueblo, impulsarlo a la lucha. No había que olvidar que nosotros, los comunistas, éramos los organizadores, sólamente el armazón. He aquí lo que no se podía olvidar un sólo instante. Y entonces ninguna fuerza enemiga sería capaz de quebrantarnos" Alexéi Fiódorov

Capítulo primero: EN VISPERAS DEL COMBATE parte 1 de 16

El destacamento regional había acampado en el bosque de Reimentárovka, distrito de Jolm. Nuestro grupo llegó allí el 17 de noviembre de 1941. Aquel era, a la sazón, nuestro centro regional, nuestra base, nuestro lugar de vida y trabajo.

El 17 de noviembre de 1941 fue para mí un día muy feliz. No lo olvidaré jamás. Encontré a mis paisanos de Chernígov, a mis amigos y compañeros de armas; comprobé con mis propios ojos que el destacamento regional existía y actuaba y que los miembros del Comité Regional clandestino: Popudrenko, Kapránov, Nóvikov y Yariómenko —hombres a quienes conocía desde hacía muchos años por mi trabajo y como comunistas— se encontraban todos en su puesto. También estaba allí Druzhinin, quien, al igual que yo, había atravesado toda la región. Popudrenko le había nombrado comisario del grupo de caballería, que continuaba en Gúlino, lugar donde en un principio estuviera el destacamento regional. A Druzhinin lo vi algo más tarde.

Como ya he dicho antes, inmediatamente después de la llegada de nuestro grupo, se celebró un mitin. A continuación, el peluquero remozó a los recién llegados.

En un primer momento, la sensación de alegría e incluso entusiasmo lo inundé todo. Además me cambié de ropa. Kapránov me entregó unas botas buenas, un uniforme de jefe, un hermoso chaquetón y un gorro de piel con una franja roja cosida de través. Como si fuera un niño, me entraron ganas de admirarme en un espejo, pero, claro, allí no había ningún espejo grande y además me hubiera dado vergüenza admirarme delante de los demás. En el destacamento, de todos modos, era muy difícil encontrarse a solas con uno mismo. Además, aquella primera mañana no me dejaron en paz ni un instante: todo eran bromas, comentarios y preguntas. Como es natural, se preparó un abundante almuerzo con sus copas. A la mesa se sentaron todos los dirigentes, jefes y cuadros políticos. Señalaré que de momento todas las conversaciones preliminares eran fragmentarias y entrecortadas, parecía como si nos midiéramos, nos tanteáramos el uno al otro.

¿Cómo entender este hecho? En lo que a mí respecta, casi toda la gente me era conocida por el trabajo en el Comité Regional de Chernígov en tiempos de paz. Bueno, claro, no sólo en el Comité Regional. Había trabajadores de diversas instituciones: del Comité Ejecutivo regional, de los comités de distrito, obreros con los que me había encontrado en las fábricas, en fin, todos los que habíamos elegido en su tiempo para la lucha guerrillera... Además, no hacía mucho había estado en el destacamento de lchnia, su gente tampoco me era extraña. A Popkó y Gorbati los recordaba de viejos tiempos, me había encontrado numerosas veces con ellos en las reuniones. Pero, de todos modos, a pesar de mi aspecto poco adecuado, se me recibió en el pequeño destacamento de distrito como un personaje de la dirección. Allí estuve poco tiempo, como en una inspección. Pero, aquí, en el destacamento regional, todo era distinto. Eran como de la familia: mis amigos y compañeros.

Sin embargo, entre estos "amigos y compañeros" y con tantas copas y brindis, se me fue creando un sentimiento de intranquilidad y me rondé la idea todavía no del todo formada de que un exceso de amistad no era del todo bueno. En semejantes circunstancias no es nada fácil establecer a su tiempo los límites de lo conveniente. Yo no buscaba la obsequiosidad ni el servilismo, no podía ni quería interrumpir ni rechazar el primer día a alguien, pero instintivamente notaba que en algún momento tendría que enfrentarme con lo que para mis adentros llamaba "exceso de camaradería".

¿Qué entiendo yo por eso de excluir el "exceso de camaradería"? Nunca y en ninguna parte —ni en los institutos, ni en los cursos del Partido, ni en la escuela política— se había hablado de eso. Me acuerdo de que unos cuatro años antes de la guerra, cuando en mi carrera se produjo un salto inesperado —era secretario de Comité de Distrito rural del Partido y de pronto, durante la conferencia del Partido, por recomendación del Comité Central, se me eligió primer secretario del Comité Regional de Chernígov—, venían a yerme con sus asuntos particulares, y a veces con problemas sociales, algunos compañeros del Comité de Distrito en el que antes había trabajado. Los camaradas —alegados o no, pero de un modo u otro, conocidos— por una extraña razón se creían con derecho a cierta preferencia sobre todos los demás. En un principio, esta prioridad de los camaradas y paisanos hasta a mí me parecía natural. Pero cada uno de los que venían a yerme pensaba ser el único en ocurrírsele eso de aprovechar la relación personal con el nuevo secretario del Comité Regional. Pero, en realidad, estas personas tan "ocurrentes" se contaban por decenas. De todo lo cual resultaba que, en lugar de ser un funcionario regional, continuaba siéndolo de distrito. Si las cosas hubieran seguido así, me hubiera visto en la necesidad de abandonar en plazo breve el nuevo cargo como persona incapaz de abarcar las nuevas proporciones de mi actividad. Y en ese momento es cuando me vi en la necesidad de comprender que hacía falta una cierta contención sin la cual un dirigente no puede trabajar. Algunos empezaron a decir que a Fiódorov se le habían subido los humos, otros se enfadaban, y otros hasta le decían a uno a la cara que no había pasado ni siquiera un mes y ya evitaba a los viejos camaradas. Tampoco para mí' la cosa era fácil. Venía un paisano al despacho y al momento se te lanzaba a abrazarte y a besarte. No pocas veces sucedía que te intentaba abrazar alguien a quien antes ni se le había pasado por la cabeza tanta vehemencia. Lo que le interesaba es que los demás vieran lo muy amigos y allegados que éramos... Por lo demás, no vale la pena hablar de las personas incontinentes e incapaces de mantenerse en su lugar. Lo peor es cuando un amigo verdadero descubre con asombro que lo has recibido con frialdad y le das un margen de tiempo. ¿Qué hacer en estas circunstancias? La situación obliga a distribuir tu tiempo de modo que te baste no sólo para los amigos, sino para todos los que en realidad necesitan exponer sus asuntos al primer secretario. Así que resulta que la contención, a pesar de ser algo amargo, es una labor necesaria.

Ahora las cosas eran distintas, estábamos en el bosque. Pero ¿qué? A pesar de haber variado las condiciones, el trabajo continúa. ¿Cuánto pueden durar estas palmadas amistosas en la espalda, todas estas copas de sobremesa?

Después del último brindis, al levantar el vaso con alcohol en honor a los guerrilleros, de modo inesperado para todos, lo dejé sin siquiera probarlo. Y todos; sin dejar de mirarme, también dejaron sus vasos.

— Vasili Lógvinovich —me dirigí a Kapránov en tono tranquilo, era el segundo encargado de la intendencia—, acércame el bidón.

Kapránov tardó un poco en comprender lo que yo quería; pensó que había echado poco alcohol. Pero, para su asombro, no le pedí que me echara más sino que vertí el contenido del vaso en el bidón.

— Da la vuelta a la mesa. Que todos echen lo que tienen en los vasos.

— ¡Pues muy bien! —exclamó Kapránov—. Clase práctica de economia.

Se oyó una risa general pero poco segura. Algunos estaban muy decepcionados y no se privaron en demostrarlo, otros intentaron beberse el alcohol a escondidas, pero la mirada escrutadora del jefe de intendencia cortó tales intentos.

Me levanté y dije:

— Ruego a los miembros del Comité Regional clandestino que pasen al refugio del Estado Mayor.

Noté que todas las miradas se concentraron en Popudrenko. Pero el hecho no duró más de un instante. Nikolái Nikítich, a pesar de lo inesperado de mis palabras, me comprendió como es debido:

— ¡Ya es hora de trabajar, se acabó la diversión!

Lo dijo de un modo que se podía haber entendido que "hace rato que lo hubiera dispuesto, pero los invitados..." Bueno, el jefe era él. Todavía no me había transmitido oficialmente sus poderes, pues aún me contaba entre los recién llegados. En algunas de las caras logré leer que a lo mejor el "aún" se convertiría en "siempre". Evidentemente, todos sabían que el primer secretario del Comité Regional no había llegado como un huésped. Pero, el poder del Partido y el militar, o mejor dicho, guerrillero, no eran lo mismo. Los dirigentes sabían bien que, por decisión del Comité Central, se me había nombrado no sólo secretario del Comité Regional clandestino, sino también jefe del Estado Mayor del movimiento guerrillero. Sin embargo, nadie y, reconozco, ni siquiera yo sabia lo que significaba este cargo y qué poder tenía.

En general, eran muchas las cosas que no sabíamos, no comprendíamos y no habíamos llegado a experimentar.

Así que los miembros del Comité Regional y alguno de los jefes militares se dirigieron tras de mí y Popudrenko hacia el refugio del Estado Mayor. Marchaba yo junto a Nikolái Nikítich mostrando así que estábamos unidos, que no sólo éramos viejos amigos y camaradas, sino también aquí, en la retaguardia del enemigo, actuábamos juntos en posiciones iguales. Al menos de momento.

¿Acaso necesitaba yo el poder, deseaba el poder de jefe militar? Yo no era un militar, no recibí instrucción especial al respecto. Pero tampoco Popudrenko tenía grado militar. Puede crearse ahora la sensación de que en mí había surgido un deseo de luchar por la primacía en sí misma, que se me había encendido el orgullo y la arrogancia. ¿Pudo ser eso así? ¿Vale la pena meterse en eso? La cuestión no es poco importante y ni menos complicada. Y yo la trato como un viejo cuadro del Partido, como un comunista políticamente instruido. Sería incorrecto pensar que en aquellos días lo sopesara todo, calculara cada gesto, cada palabra. De todos modos, no podía olvidarme de que las relaciones se fueron formando en el destacamento en mi ausencia y la posibilidad de mi aparición hacía tiempo que era muy problemática.

Una cosa es dirigir un destacamento desde el primer día y otra sustituir a un jefe y ocupar su lugar. Pues el cargo de Popudrenko no era temporal, lo había nombrado el Comité Regional. Y yo no tenía motivos para echarle en cara nada. Pero, la responsabilidad recaía sobre mí, una responsabilidad que me había encomendado el Comité Central. Yo respondía de todo lo que pasaba no sólo en el destacamento, sino en toda la región, en todos sus distritos, en toda la organización del Partido: comités de distrito, grupos y células clandestinas... Aunque ocupada por el enemigo, la región de Chernígov con sus hombres soviéticos, con sus ciudades, aldeas, empresas industriales, koljoses y sovjoses seguía existiendo. Hacía tiempo que estaba acostumbrado a la sensación de ser responsable de todo lo que pasaba y pasa en este enorme territorio. Yo era responsable de todos los hombres, de su vida y su trabajo.

A lo mejor lo dicho, o en este caso lo escrito, puede parecer algo demasiado solemne y rimbombante. Porque, de momento, eso de la responsabilidad era una simple palabra sin mucho significado. Pero desde el momento en que se convierte en sentimiento, se transforma tanto por dentro como por fuera. Además, no hay que olvidar que es fácil caer en la pura pose y que no hay nada peor que eso.

Hay un dicho ruso que dice: la sencillez es peor que el robo. Algunos se toman esta frase "sabia" casi como un programa de vida. En lo que se refiere a algunos dichos rusos y en general a los dichos de diversos pueblos, éstos no siempre son buenos consejeros. La sencillez cuando es sólo fingida o cuando es simple tontería, es realmente peligrosa. Hasta la sencillez puede ser una pose. Pero una persona sencilla por naturaleza y de corazón abierto es mucho más agradable al pueblo que una persona encerrada en sí misma, misteriosa, importante y arrogante. Si hablamos de mí, nunca hubiera podido ser un Vasili Tiorkin*, pero puedo y me gusta divertirme con todos cuando hay tiempo para ello. Justamente eso: cuando hay tiempo. Cuando hay algo que festejar, lo hago con todo el alma. Puedo cantar, pero no solo, sino como uno más en coro. Puedo hasta bailar un kazachok o un gopak. Mejor dicho, podía. Ya no son aquellos años.

Pero volvamos a aquella primera reunión del Comité Regional clandestino que llevamos a cabo en el refugio del Estado Mayor.

¿Qué era aquel refugio? Era un local amplio, alto de techo y con una claraboya. En el centro se alzaba una mesa, cuyas patas estaban fijas en la tierra. En un rincón, montada sobre un caballete especial, había una bicicleta. Su rueda trasera se enlazaba a una pequeña dínamo por una correa de transmisión. Los camaradas se "paseaban" durante horas y horas en la bicicleta para cargar el acumulador del aparato de radio. Allí mismo, en un cajón, se hallaba el receptor, desmontado de un avión.

Parte del refugio estaba separada del resto por una cortina grande, tras la que se velan unos camastros de tablas cubiertos de heno: era el "dormitorio" de los dirigentes. En los camastros había chaquetas guateadas, gualdrapas, mantas y hasta dos almohadas. En un taburete, junto a un rincón, un cubo lleno de agua. Retratos de dirigentes soviéticos adornaban las paredes. Sobre la mesa, naturalmente, había un mapa, un tintero, una lámpara y restos de comida.

*Protagonista del poema Vasili Tiorkin de A. Tvardovski

 

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