"Lo fundamental era estar al lado del pueblo, impulsarlo a la lucha. No había que olvidar que nosotros, los comunistas, éramos los organizadores, sólamente el armazón. He aquí lo que no se podía olvidar un sólo instante. Y entonces ninguna fuerza enemiga sería capaz de quebrantarnos" Alexéi Fiódorov

Capítulo primero: EN VISPERAS DEL COMBATE parte 14 de 16

"Al jefe del Estado Mayor Regional del movimiento guerrillero, jefe del destacamento unificado Fiódorov A.F.

del ingeniero-teniente coronel del servicio de ferrocarriles
Krávchenko F. Ya.

PARTE

Por la presente informo:

Desde los primeros días de la guerra, siendo sustituto del jefe de la construcción de una obra organicé 4 destacamentos de restauración en la estación ferroviaria Dárnitsa, objetivo diariamente bombardeado por los alemanes. Realizamos trabajos de reconstrucción de la vía de tranvía que atraviesa el puente Evgueni Bosh con el fin de hacer pasar por él locomotoras ligeras que evacuaran la maquinaria industrial del distrito de Podolsk. Todo el tiempo actuábamos acosados por ataques intensivos de la aviación alemana, escondiéndonos en trincheras primitivas. De mis subordinados siempre exigía una entrega total y consideraba necesario dar ejemplo de sereno arrojo. Más tarde me enviaron a la estación de Priluki, donde con los destacamentos de construcción reconstruíamos día y noche las vías férreas destruidas por los alemanes en la línea Priluki —Nezhin, Priluki — Bajmach — Vorozhbá, Bajmach — Romny —Romadán.

Dado que los alemanes ocuparon Nezhin y Bajmach, del distrito de Priluki, despaché todas las locomotoras, después de lo cual salí con mi grupo en dirección a Járkov. En Lubni nos encontramos con los alemanes. Después de tres días de combates rodeados por el enemigo, yo y mi grupo de combatientes obreros logramos escapar internándonos en la retaguardia del enemigo. Nuestro grupo fue liquidado junto al río Orshitsa, algunos cayeron prisioneros. Quedamos diez hombres, los cuales en caso de peligro real de ser hechos prisioneros hubieran preferido pegarse un tiro. Nos dirigimos hacia los bosques de Chernígov con la esperanza de encontrarnos con los guerrilleros. Los encontramos, se me admitió en el destacamento de Reimentárovka y desde los primeros días me dediqué con el camarada Beli que era pirotécnico, a la organización de producción de cartuch9s de trilita para la labor de diversión. No podíamos contar con utillaje alguno. Encontramos una cocina alemana abandonada y nos pusimos a extraer la trilita de los proyectiles de mortero. Lo hacíamos del modo siguiente:

1. En el recipiente donde los alemanes cocían el café echábamos agua y con un alambre introducíamos en ella la mina no sin antes quitarle el detonante.

2. De acuerdo a las instrucciones del coronel Stárinov, lo colgábamos de modo que el agua hirviendo que envolvía el explosivo no penetrara en el proyectil.

3. Hicimos unos moldes de madera de dimensiones estándar, untábamos las paredes y el fondo de grasa, vertíamos el explosivo e introducíamos un jalón de la forma de la cápsula detonante de una granada de mano. Al enfriarse la trilita nos salían unos cartuchos de dimensiones y peso normales.

Todo salía bien, la producción se iba organizando, con nuestros cartuchos salían a hacer actos de diversión los camaradas Balitski, Románov y Polischuk. Sin embargo, nuestra labor no se estimó lo suficiente, a muchos les parecía que el riesgo era demasiado grande y que podíamos hacer volar todo el destacamento. Yo rechazaba con desprecio la palabrería de los asustadizos y ponía el ejemplo de cómo trabajábamos bajo las bombas del enemigo. No obstante, el jefe del destacamento de Reimentárovka, con la excusa de que tarde o temprano tendríamos nuestros propios morteros y que gastaríamos las minas que habíamos recogido en la fabricación de cartuchos, intentó entorpecer nuestra labor, aunque las razones no eran tanto de índole económica como debidas al deseo de vivir tranquilo. Entonces yo decidí que si en efecto se tenían que conservar las minas, extraeríamos los explosivos de los proyectiles de artillería, en contra de lo cual no podían haber objeciones, ya que los guerrilleros de momento no tenían cañones, mientras que por el distrito se podían encontrar decenas y centenares de proyectiles de combates pasados.

Desgraciadamente fue mucho más difícil extraer el explosivo de un proyectil artillero. Cuando lo sumergimos en agua caliente tan sólo se disolvió el explosivo de la parte cónica, pero el contenido principal que se encontraba en la parte cilíndrica casi no se reblandeció y por mucho que la calentáramos no se fundía. De Piotr Romanov, que había sido zapador, supimos que el contenido del proyectil no era trilita, sino melinita, material refractario y muy explosivo. Como ingeniero no podía hacerme a la idea de que tan valioso explosivo iba perderse y decidí emplear el proyectil como cartucho cargado de sustancia explosiva recogiéndolo en una montura de madera. Proyecté en un dibujo una futura mina a colocar bajo la vía del tren o en alguna carreta (véase los planos 1 y 2).

Junto con el camarada Bou desenroscamos el cabezal del proyectil extrayendo de él por fusión la trilita, y la vertimos en un molde. La melinita, dada su dureza, nos pusimos a prepararla para ser explosionada del modo siguiente. Uno de nosotros colocaba el proyectil verticalmente y sin el cabezal e introducía por el orificio una bayoneta rusa de tres aristas. El segundo daba golpes a la bayoneta. Al girar paulatinamente ésta y a medida que se daban repetidamente los golpes se producía una hendidura. Dado que ésta tenía unos rebordes desiguales y una sección demasiado ancha, no quedaba por hacer otra cosa que verter en ella la trilita fundida no sin antes introducir una madera del grosor del detonante de una granada de mano.

Considero mi deber dar cuenta de que mientras yo y el camarada Beli perforábamos la hendidura en el proyectil el jefe nos enviaba a unos trescientos metros más allá del campamento y nosotros acatábamos la orden. Pero de todos modos, teníamos que acercarnos al fuego de la cocina para llenar la hendidura con la trilita fundida, por lo cual se producía un pánico colectivo, conducta indigna por parte de un guerrillero.

Llegó el momento en que fue necesario experimentar el proyectil para fines diversivos. Con este objetivo me inventé un sistema experimental y construí un artefacto sencillo (véase plano 3). Alejados a una distancia prudencial del campamento, enterramos bajo un árbol el proyectil. Sobre la cápsula del detonante adaptamos una maderita con un clavo (percutor). A la rama del árbol atamos con un cordel un leño. Según mi idea, el cordel, mojado en gasolina, debía encenderse, de modo que el leño cayera sobre la maderita, el clavo golpeara la cápsula y se produjera la explosión.

Primero realizamos el experimento de prueba, es decir sin detonante. El mecanismo funcionó a la perfección. Entonces decidimos comprobarlo en experimento de combate, es decir explosionar el artefacto... Más tarde, la gente poco enterada, miedosa y de mala fe, empezó a decir que en los experimentos nosotros no respetábamos las normas de seguridad. En realidad, a diez pasos de donde estábamos había un embudo profundo producido por una bomba de aviación. Además, para mayor seguridad até el leño con doble cuerda. Lo hicimos todo, sólo faltaba colocar el detonante. Me senté de cuclillas y el camarada Beli se colocó a mi lado, él debía encender la cuerda. Sin embargo sucedió que la cuerda resultó ser de mala calidad. Yo oí un crujido y grité: " ¡Atrás, al agujero! Caímos en él al instante y en ese momento se produjo la explosión. La mina funcionó, ni siquiera tuvimos que encender la mecha. No pasó nada malo, ya que es sabido que desde el momento del golpe sobre la cápsula hasta la explosión pasan tres segundos. Afirmo con seguridad que el experimento se realizó a la perfección.

Esperábamos el agradecimiento del mando, pero en realidad se nos propuso abandonar el campamento y nos vimos obligados a crear un así llamado polígono en la profundidad del bosque.

Usted, camarada Fiódorov, así como el comisario camarada Yariómenko presenciaron el último experimento de un nuevo artefacto mío: envoltura alámbrica portátil con muelle y percutor de presión. Del plano adjunto se puede ver que mi mina-proyectil se puede emplear del modo siguiente. Todo el artefacto se entierra en el suelo calculándose que el tapón—percutor toca la base del raíl ferroviario. Hay que enterrarlo antes de la traviesa de unión. El raíl con el paso de un tren se hunde hasta 1 cm. Primero la mina se hunde en el suelo de modo que el tapón-percutor se encuentre a 0,5-1 cm del raíl, después se une a la vía con una cuña de madera; en caso de tratarse de transporte rodado, la mina se entierra de manera que se indica en el plano 5...

De este modo se demuestra la posibilidad de emplear en las vías férreas y de tránsito rodado en calidad de minas de presión los proyectiles artilleros de cualquier calibre.

Entre tanto he recibido de usted la disposición de interrumpir los trabajos y considero necesario declarar que observo tal decisión como una infravaloración de la labor diversiva, un exceso de seguridad y un entorpecimiento consciente de la imaginación inventiva, todo lo cual puede deberse o bien a la falta de comprensión, o bien al miedo.

Ingeniero-teniente coronel

F. Krávchenko.

Después de la lectura de este documento, en el refugio del Estado Mayor se instalé un silencio de muerte. Todos me miraban a mí y a Krávchenko. Este tenía los labios apretados y esperaba impaciente mis palabras.

De manera inesperada hasta para mí mismo, me eché a reír. Me siguieron las risas de los demás.

— ¿Al menos ha pensado bien lo que ha escrito aquí? —le dije—. Bueno, camaradas, respondan al "inventor" ¡Y observen como es debido estos planos! A la locura del valor, a veces claro, se le cantan canciones, pero aquí hay una cuestión, y es saber qué es lo importante: la locura o el valor. Camarada ingeniero, al acusarme de miedo lo que intenta es pincharme...

Krávchenko, con mirada sombría, callaba. Pedí que hablaran los presentes.

Piotr Románov, que ya había dado muestras de ser un explorador valeroso y un buen minador, no apoyó a Krávchenko.

— Es que resulta algo incómodo explicarle a un ingeniero —dijo Románov—. Estas cosas puede que estén bien, pero para tiempos de paz.

— ¡¿Cómo que para tiempos de paz?! —aullé Krávchenko—. ¡ ¿Me está acusando de saboteador? ! En tiempos de paz me dedicaba a construir.

— Nadie le acusa de sabotaje —dijo Nóvikov—, al contrario, desde el punto de vista técnico se le puede felicitar. ¿Pero cómo aplicar todo esto en la práctica? ¿Cómo llegar con su mastodonte hasta la vía del tren? Para ello haría falta que los alemanes aceptaran alejarse del lugar al menos un kilómetro. ¿Y cuánto pesa, ha pensado usted en esto? Un combatiente tendría que andar con este artefacto desde aquí hasta una vía de tren en servicio unos cincuenta kilómetros. Y en una carretera en realidad sería imposible enterrarlo. Lo que hace falta es trilita, trilita pura. En un proyectil de artillería el metal supera en diez veces el peso del explosivo que contiene. El efecto de un proyectil no es tanto la explosión como la metralla.

El jefe del Estado Mayor Rvánov dijo:

— Espero que sea un malentendido eso de acusar de miedoso al jefe del destacamento unificado. ¿Es posible que, camarada ingeniero-teniente coronel, sea usted consecuente y, tomando su proyectil bajo el brazo, se pasee con él y con la paja de zapador que necesitará en dirección a la línea de tren?… Espere, no me interrumpa. Para un trabajo diversivo de verdad hace falta crear una subsección especial en la que deberían entrar no sólo los especialistas en minas, sino también combatientes de protección y un grupo de exploradores. Ya hemos preparado una orden por la que se prohiben las acciones no meditadas y no planificadas en lo referente a la explosión de minas. No podemos alimentar las obsesiones estériles.

Pero Krávchenko no se bajaba del burro: — Insisto en lo dicho. A ver cuándo será eso de tener trilita en cantidad suficiente. No tenemos contacto por radio con el frente... Sí, estoy obsesionado con la idea. Bueno ¿y qué? Conozco a la perfección las líneas de Gómel — Bajmach y Bajmach — Járkov. Denme unos cuantos hombres valientes y haremos un viaje de exploración. Da igual que no tengamos ni un cartucho de trilita pura. Todo lo que necesito es una madeja de alambre, unas tenazas de herrero y unos alicates. Los proyectiles ya los encontraremos en las proximidades de la vía del tren.

La obstinación de este hombre era inaudita. Qué le íbamos a hacer, intentamos compaginar las cosas. Yo hice un balance de todo lo dicho.

— Explorar lo que sucede en las vías férreas próximas a nosotros y de importancia estratégica —dije— es una tarea que merece un elogio, tiene futuro y además es necesaria. Agradecemos a Krávchenko por habernos dado esta idea que aunque no sea muy técnica sí es muy necesaria.

Krávchenko no rechazó la propuesta. Justo al día siguiente, llevándose consigo a unos cuantos hombres, salió para un largo viaje de exploración.

 

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