"Lo fundamental era estar al lado del pueblo, impulsarlo a la lucha. No había que olvidar que nosotros, los comunistas, éramos los organizadores, sólamente el armazón. He aquí lo que no se podía olvidar un sólo instante. Y entonces ninguna fuerza enemiga sería capaz de quebrantarnos" Alexéi Fiódorov

Capítulo quinto: LA AGRUPACION parte 1 de 5

Los alemanes avanzaban en el Sur. La radio nos traía malas noticias. El Ejército Rojo retrocedía hacia Stalingrado. Cabía suponer que los invasores podían sentirse en Ucrania más tranqui­los que nunca. Era de creer que población de aquella profunda retaguardia alemana tendría que someterse por fin. El Buró Sovié­tico de Información comunicaba que el enemigo, sin hacer caso de las victimas, seguía adelante.

Pero los hombres soviéticos, lejos de resignarse a la esclavitud fascista, habían reforzado su resistencia. Cada vez eran más los destacamentos que se alzaban a la lucha contra los invasores fascis­tas.

No sé lo que ocurría en otras regiones, pero, en la de Chernígov, así como en la de Oriol y en las zonas surorientales de Bielorrusia, es decir, en los lugares por donde actuábamos durante el verano de 1942, el pueblo, a pesar del rápido avance del enemigo hacia el Cáucaso, presentía que pronto los alemanes serían derrotados y echarían a correr. Por nuestras tierras la gente veía día a día claras demostraciones de la mala organización de los alemanes, su cada vez mayor debilidad militar y económica.

Nuestro destacamento, mejor dicho, aquellos destacamentos de Chernígov y Oriol que habían unido sus destinos, realizaban ahora frecuentes “raids” de varios decenas de kilómetros. Los efectivos de nuestro destacamento hacía mucho que pasaban de los mil hombres. Y cuando se incorporaban a nosotros los guerrilleros loca­les, no éramos menos de dos mil. Durante las marchas, la columna se extendía en una longitud de kilómetro y medio. A veces, cami­nábamos ocultándonos, abriéndonos paso por pantanos y bosques, pero casi siempre avanzábamos abiertamente, y nos deteníamos de buena gana en los poblados. Ostentábamos nuestra fuerza. En casi todas las aldeas celebrábamos mítines, repartíamos octavillas, entrábamos en las casas y charlábamos con los campesinos.

Los campesinos nos recibían cordialmente. Se enorgullecían de los guerrilleros y a veces exageraban nuestras fuerzas. La gente nos confesaba que el encuentro con los guerrilleros levantaba su moral, y, en efecto, así era. A su vez, el contacto con el pueblo nos proporcionaba la seguridad de la justeza e invencibilidad de nuestra causa.

Recuerdo que, en una ocasión, reproché en broma a un viejo, con quien estaba hablando, que no se hubiese ido con los guerrille­ros. Era un hombre sano, todavía fuerte, de unos cincuenta y cinco años. Al parecer, mi reproche le llegó a lo vivo, pues me respondió con tono de agravio.

Eso no es cierto, jefe, también yo soy guerrillero. Mira nues­tros campos, vete a ver los corrales comunales, fíjate en cómo trabaja el pueblo. Hace la mitad de lo que puede; a veces, la cuarta parte, y otras, hace todo lo contrario de lo que tendría que hacer. ¿Cómo puedes decir, jefe, que no somos guerrilleros, sí los alema­nes no se separan del automático y del zurriago?

El viejo decía la verdad. Bastaba con lanzar una ojeada a los campos para comprender lo mal que marchaban los asuntos de los invasores. En todo reflejábanse las huellas del sabotaje general. No había pasado todavía un año desde que los alemanes llegaran a aquellos distritos y ya estaba la agricultura arruinada hasta lo increíble. La arruinaron tanto los campesinos como los mismos alemanes.

La historia de esa ruina era la siguiente. La excelente cosecha de 1941 fue recogida y evacuada parcialmente por los koljosianos, antes de la llegada de los alemanes. El trigo que había quedado en los campos fue hollado y quemado por los ejércitos. Pero había tanto, que los alemanes se quedaron con algo, a pesar de todo. Claro está que no lo recogieron con sus propias fuerzas. Amena­zando con represiones de toda suerte, los alemanes exigieron que los campesinos recogiesen el trigo. Después, los confiscaron. Los campesinos se quedaron solamente con lo que lograron ocultar, como pudieron, de los traidores y de los invasores.

En Otoño de 1941, el frente estaba todavía próximo y por eso en ninguna parte se hicieron las siembras otoñales. Pero cuando el frente se alejó, los alemanes fortalecieron su poder y llevaron a cabo la llamada “reforma”, organizando a su modo la producción agrícola.

Los campesinos observaban con perplejidad y creciente despre­cio los esfuerzos realizados por los gebietskommissar y los terrate­nientes de nueva hornada. En sus periódicos y octavillas, los alema­nes desprestigiaban cuanto podían a los koljoses, sovjoses y todo el sistema de agricultura socialista. Y, como es natural, ponían por las nubes sus propias capacidades de organización.

Decían a los campesinos: “Ya veréis cómo vamos a organizar las cosas a base de la experiencia germana, de la industria germana, de la exactitud, de la cultura y del orden germanos...”

Todo eso, naturalmente, no fueron más que palabras hueras. Los invasores se llevaron, ante todo, el grano. En algunas comunidades dejaron las semillas, pero ya en diciembre empezaron a llevárselas. Tenían miedo de que iban a caer en manos de los guerrilleros. Después, confiscaron casi todos los caballos de labor, dejando a los campesinos los bueyes. ¿Pero cuántos bueyes hay en una aldea koljosiana? ¿Acaso a base de ellos pueden labrarse las tierras en primavera? ¿Es que podían roturarse y sembrarse las inmensas tierras koljosianas con aquellos medios ancestrales?

Las Estaciones de Máquinas y Tractores habían sido evacuadas y casi todos los tractores que quedaron fueron inutilizados. En algu­nos lugares, los alemanes trataron de organizar, durante el invierno, la reparación de los tractores que habían quedado, pero no consi­guieron nada. En sus periódicos decían que dentro de poco llega­rían de Alemania miles de máquinas nuevas y magníficas. En todos los lugares se había anunciado la movilización de tractoristas, mecá­nicos y chóferes.

Pero cuando llegó la primavera, los gebietskommissar y los Iandwirtschaftsführer exigieron de los campesinos que sacaran al campo a los bueyes y a las vacas. Como es natural, los invasores no trajeron ni tractores ni autos. Y los chóferes, mecánicos y tractoris­tas movilizados fueron metidos a la fuerza en vagones y enviados bajo escolta a Alemania.

— ¡Vaya unos amos! —decían los campesinos—. ¡Luchan por obtener más tierras, porque no les llegan las suyas, y ahora las tienen sin cultivar y llenas de maleza, mientras se llevan a nuestros mozos y mozas para que labren los campos de su país!

Sin embargo, a algunas comunidades, los alemanes llevaron trino para la siembra. Al mismo tiempo, nombraron controles especiales encargados de vigilar el empleo de las semillas; mas éstas eran malas, estaban pésimamente seleccionadas y, además, contaminadas de garrapatas y maleza. Sólo obligados por la fuerza, iban los cam­pesinos a trabajar a las comunidades. Una parte de ellos saboteaba a conciencia, porque no quería trabajar para los alemanes; otros, sencillamente, comprendían que no había por qué trabajar.

Los alemanes prometieron dar los mejores lotes de tierra a los campesinos que más se distinguieran en la lucha contra los guerrille­ros y contra los activistas soviéticos, comunistas y komsomoles, así como en el trabajo, y cumplieran mejor las normas de siembra. Pero nadie, incluso los policías, creía ya nada de lo que decían. Los alemanes los obligaban también a ellos a salir a los campos comuna­les. Pero hasta los policías apenas si hacían algo.

Llegó el tiempo de la recolección. A finales de junio y en julio, al pasar por los campos, veíamos espantosos cuadros de abandono. En las siembras de las comunidades no se escardaban las malezas. Y eso que no se habla sembrado más que la mitad de las tierras koljosianas. Sólo en sus huertos, al lado de sus casas —aunque tampoco en todos—, los campesinos cuidaban de la siembra, reco­gían ocultamente el trigo y los trillaban con mayales en sus patios y, a veces, en sus casas. Tenían puestas en las patatas todas sus espe­ranzas; los invasores no se dedicaban a buscarlas con tanto ahínco.

Los campesinos decían:

— En buena se han metido esas víboras de alemanes. No pueden poner orden en las cosas, y además, ¡cómo lo van a poner, si no hacen más que sacar, y no cuidan ni se preocupan de la tierra! Han venido y han arramblado con lo que han podido, hollándolo e incendiándolo todo. No pueden ni con lo que tienen, y siguen adelante para saquear más aún. No durarán mucho, pondrán pies en polvorosa.

En las ciudades, la política económica alemana también se redu­cía al pillaje. Continuaban cerradas en todas partes las grandes empresas. Solamente en algunos talleres funcionaban secciones de reparación de piezas de tanques, automóviles y aviación. El resto de las instalaciones y hasta la chatarra de hierro eran llevados a Alema­nia. Las vallas metálicas de los jardines, los monumentos, las cruces y losas de los cementerios, todo lo recogían y a nada hacían ascos. En el primer periodo todavía intentaron organizar alguna produc­ción. En verano de 1942, los alemanes iniciaron una gran moviliza­ción de jóvenes para enviarlos a Alemania. En primer lugar, envia­ban a los obreros calificados.

Este era un indicio evidente de la debilidad del Estado fascista. El pueblo ucraniano estaba viviendo una tragedia, pero al mismo tiempo no podía dejar de ver que los alemanes iban debilitándose cada día más.

El pueblo reforzaba su resistencia ante el enemigo. Nuevos cen­tenares y miles de hombres marchaban al bosque para salvarse de la movilización, de las comunidades y del trabajo en las haciendas alemanas.

Pero no todos los que iban al bosque se incorporaban a los guerrilleros. Algunos grupos de hombres trataban, simplemente, de salvarse de los alemanes. Mal armados e incluso desarmados, estos grupos se beneficiaban de la dadivosidad de la naturaleza: el calor del sol, la sombra de los árboles del bosque, el agua de los ríos. Pero la naturaleza, desgraciadamente, no podía alimentarlos como es debido. No eran lo bastante fuertes y decididos para atacar los transportes alemanes, e iban a las aldeas en busca de víveres. De ese modo, los campesinos tenían que mantener a bastante gente. Lo malo era que algunos de aquellos grupos no estaban dirigidos por hombres políticamente firmes. A veces, robaban a los campesinos gallinas, gansos e incluso terneros. Con ello causaban, sin que ellos mismos lo comprendieran, un gran daño al movimiento guerrillero.

El Comité Regional examinó el problema de esos grupos. La situación era ambigua. El propio hecho del aumento de la pobla­ción forestal demostraba la creciente resistencia ante los alemanes. Pero los hombres que, simplemente, se ocultaban en el bosque, no eran todavía guerrilleros. Decidimos atraer a esos hombres al desta­camento regional y realizar entre ellos un trabajo de educación política.

El 28 de julio, en los bosques de Reimentárovka, se llevó a cabo la fusión definitiva de los destacamentos guerrilleros.

No sé dónde apareció por primera vez esta estructura organiza­tiva. En aquellos tiempos sólo nos habíamos encontrado con desta­camentos. Es cierto que no hacía mucho nuestros exploradores se pusieron en contacto con los destacamentos del Héroe de la Unión Soviética Kovpak y de Sabúrov. Tanto ellos como nosotros teníamos muchas ganas de encontrarnos, conocernos y realizar una gran operación conjunta. El 7 de julio nuestros exploradores de larga distancia nos informaron que los destacamentos agrupados de Kovpak y Sabúrov estaban luchando en la orilla izquierda del Desná. Algunas de sus subsecciones atravesaron el Desná y ocupa­ron la aldea Gremiache, un centro de distrito de nuestra región de Chernígov. Nos pusimos en marcha para ayudarlos.

Recorrimos más de cien kilómetros cuando nos enteramos de que los alemanes habían lanzado contra Kovpak y Sabúrov grandes contingentes de tropas, bloquearon los accesos a Gremiache y el II de julio obligaron a los guerrilleros a retornar a la otra orilla del Desná. Así que nuestro encuentro no tuvo lugar. Sólo pudimos hacerlo en 1943, cuando marchamos a una profunda incursión hacia el Oeste.

Nuestros exploradores que visitaron a Kovpak nos contaron que su destacamento, al igual que el nuestro, estaba compuesto de muchos destacamentos. Y tenía un mando único. Todos estaban a las órdenes de Kovpak y el comisario Rúdniev. No sé si este gran grupo se llamaba agrupación. Pero tampoco tiene impor­tancia.

Ya a fines de 1941, la propia realidad nos había sugerido la necesidad de fusionar los grupos de los destacamentos de Cherní­gov. Al principio, se convirtieron en secciones y, más tarde, en compañías del gran destacamento unido que llevaba el nombre de Stalin. En marzo de 1942, en los bosques de Zlinka actuamos conjuntamente con los guerrilleros de los bosques de Oriol, al mando de Márkov, Vorozhéiev y Lévchenko. Para concordar el plan de las operaciones defensivas y ofensivas, organizamos una guarnición guerrillera. Vorozhéiev, con su destacamento, se separó de nosotros, pero Márkov y Lévchenko nos acompañaron desde entonces por todas partes. Más tarde se nos unió otro destaca­mento, bastante numeroso, al mando de Tarasenko. Además, como ya he dicho, se unían a nosotros grupos pequeños de hombres soviéticos escondidos en los bosques, a los cuales eran aún prema­turo calificar de destacamentos guerrilleros.

¿Por qué no los agrupábamos en secciones o compañías de un solo destacamento? Podría parecer que esta decisión habría sido la más simple y natural, máxime cuando algunos destacamentos independientes eran menos numerosos que una compañía, y otros, incluso menores que una sección.

Sin embargo, no debíamos hacerlo. Se daba el caso de que muchos destacamentos no se habían organizado en la región de Chernígov. Cada uno de ellos tenía su historial glorioso. Cada uno de esos destacamentos estaba relacionado con los distritos donde se formara, y se completaba con frecuencia a base de gente de éstos. Los koljosianos que marchaban al bosque buscaban precisa­mente “su” destacamento. Sólo eso ya era suficiente para que cada destacamento que se unía a nosotros conservase su viejo nombre.

Otra razón, no menos importante, consistía en que la palabra “agrupación” demostraba a los pequeños grupos y destacamentos, que actuaban por separado en los bosques inmediatos, que también ellos podían agruparse con nosotros. En ese término estaba formu­lada, por decirlo así, nuestra Constitución.

Yo fui nombrado jefe de la agrupación; Druzhinin, comisario, y Rvánov, jefe de Estado Mayor. Popudrenko pasó a ser jefe del destacamento regional Stalin, Yariómenko continuaba siendo el comisario del mismo. En la agrupación entraron las unidades siguientes: el destacamento regional Stalin, y los destacamentos Voroshílov, Kírov y Schors. Se crearon los servicios de la nueva agrupación: minadores, exploradores, batería de morteros, sección de intendencia, sección especial, dirección de comunicaciones, sec­ción de propaganda y grupo de caballería.

Al crearse la agrupación, todos los destacamentos prestaron el juramento guerrillero, en un ambiente solemne. Había ya entre nosotros jefes y combatientes condecorados por el Gobierno. El 18 de mayo de 1942, cuarenta y seis guerrilleros nuestros habían sido condecorados con órdenes y medallas de la Unión Soviética; a mí se me concedió el título de Héroe de la Unión Soviética. Justo entonces se estableció la orden obligatoria de llevar la cinta roja en el gorro de los guerrilleros.

* * *

A fines de julio, tuvimos noticia de que Hitler había dado orden de acabar con los guerrilleros para el 15 de agosto, destinando a este fin 16 divisiones dotadas de unidades de tanques, aviación y artillería.

Y en efecto, poco después comenzaron a llegar a Ucrania nuevas unidades alemanas. Entre ellos, además de alemanes y húngaros, había también finlandeses e italianos.

Como es natural, la orden de Hitler no se cumplió. Sin embargo, el enemigo comenzó a perseguirnos con grandes fuerzas. Los encuentros con él se hicieron más frecuentes. Por otra parte, las tropas recién llegadas incendiaban las aldeas y saqueaban a la población con peculiar energía. Ello trajo como consecuencia que la ruina y el hambre aumentaran considerablemente. Por tanto, nuestra situación, en lo que se refiere al abastecimiento, empeoró también.

Desde las últimas fechas de julio, el enemigo no nos dejó en paz. Estábamos casi en movimiento continuo y a veces pasábamos por trances muy apurados. Muy mal lo pasamos sobre todo en la segun­da mitad de agosto. Perdimos en los pantanos gran parte de nues­tros caballos. A muchos tuvimos que comérnoslos. Por falta de acumuladores, perdimos durante un cierto tiempo el contacto con Moscú y con el frente. Sin embargo, tampoco en aquel período debilitamos nuestros golpes contra el enemigo.

En cada destacamento de nuestra agrupación, por orden del mando, se llevaba un diario de combate. Los “cronistas” de guardia eran nombrados mensualmente por los jefes de los destacamentos, pero también había aficionados que se convirtieron, por decirlo así, en los historiadores de plantilla de nuestra lucha. Como es natural, las notas no se tomaban de una manera regular, sino solamente cuando lo permitían las circunstancias. Tenían libertad para elegir los hechos. Lo único que exigía el mando era absoluta veracidad.

En los descansos, nuestros “cronistas” llamaban a los comba­tientes, les interrogaban, tomaban notas, y luego, cuando acampá­bamos por mucho tiempo en un sitio, escribían. Conseguimos con­servar los diarios de casi todos los destacamentos. Pero es completa­mente imposible establecer en la actualidad quién fue el autor de uno u otro fragmento.

 

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